Ganador y finalistas del concurso en homenaje a Javier Marías.

El ganador del concurso en homenaje a Javier Marías, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, es Felipe Quiroga, con El rey de la isla, premiado con 1.000 euros. Los dos finalistas del certamen, en el que han participado alrededor de 250 textos, son Ovidio Parades Álvarez, con Días en el hospital, y Luis Javier López Conesa, con 54º 51′ 49» S 68º 28′. (Partenogénesis), que recibirán por su parte 500 euros cada uno. El jurado ha valorado la calidad literaria y la originalidad de los textos presentados.

El jurado ha estado formado por Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez.

A continuación reproducimos los tres textos premiados. En este enlace puedes consultar las bases del premio. Gracias a todos por participar.

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GANADOR

El rey de la isla

Felipe Quiroga

Hace varios años me encontré a Javier Marías en el aeropuerto de Madrid. Unos días antes se había conocido la insólita noticia de que había recibido el título de Rey de Redonda, una minúscula isla deshabitada en el Mar Caribe, y ahora el escritor estaba allí, a la espera de un vuelo, anotando algo en un cuaderno. Lo vi muy concentrado y al principio pensé que sería mala idea interrumpirlo, pero había disfrutado tanto con la lectura de su novela Corazón tan blanco que sentí el impulso de saludarlo. Arrastrando mi maleta de mano, me acerqué a él. Se me ocurrió hacer un chiste para llamar su atención.

—¿Viaja para la ceremonia de su coronación? —le pregunté y señalé su equipaje.

Me miró confundido, luego sonrió.

—No —contestó—. Voy a ser un rey sin corona.

—Felicitaciones por el título. ¿Ahora debo referirme a usted como «Majestad»?

—No, por favor, cualquier cosa menos eso. Digamos que prefiero ser un rey republicano.

Le tendí la mano y me presenté. Me dio un apretón firme. Le agradecí por los buenos momentos que había pasado con su novela y destaqué algunos pasajes que aún recordaba. Él asentía, siempre sonriente. Después, como el tema me parecía fascinante, no pude evitar hacerle más preguntas sobre Redonda y sobre cómo se había convertido en monarca de aquella micronación ficticia, ubicada en las coordenadas 16º 56′ latitud Norte, 62º 21′ longitud Oeste, cerca de las islas de Antigua y Barbuda.

—Es muy extraño todo lo que ha sucedido —comenté, divertido—. Es increíble como la realidad muchas veces puede ser más rara que la ficción.

—Y eso no es lo más raro de todo —dijo, levantando las cejas. Interpreté el tono con el que había hablado y la pausa que hizo como una invitación a sentarme a su lado.

—¿Qué pasó? —pregunté, intrigado.

—No me va a creer. O, peor aún, me va a creer.

—Cuénteme, por favor.

—Bien —cerró el cuaderno en el que había estado escribiendo y me miró fijamente—. Esto no se lo he contado a nadie todavía. Lo que le voy a relatar sucedió antes de que el escritor Jon Wynne-Tyson me contactara con la propuesta de hacerme cargo del reinado de Redonda. En esa época yo tenía un pez, un Carassius de escamas naranjas que me habían regalado. La pecera estaba en la cocina y yo aprovechaba para alimentarlo todas las mañanas, al despertarme, mientras me preparaba el desayuno. No se olvide de ese dato, por favor. En ese entonces, había empezado a tener un sueño recurrente todas las noches: nadaba en un mar gris. Las olas me llevaban de un lado al otro y tenía que hacer mucho esfuerzo para no hundirme. A lo lejos, muy lejos, se veía la silueta de una isla sin playas, rodeada de acantilados. Yo sentía el deseo intenso de alcanzarla y nadaba con todas mis fuerzas, pero parecía imposible avanzar. Entonces me despertaba, agitado y cubierto de sudor. Durante el día, me costaba concentrarme en mis tareas habituales. Sólo podía pensar en aquella isla. En los días siguientes, me ocurrió algo curioso. Cada vez que me dormía soñaba con el mismo mar gris, pero sentía que me iba acercando a la isla. Por extraño que suene, parecía estar soñando una continuidad del mismo sueño noche tras noche. Unas semanas después, finalmente llegué a la isla. Escalé por las paredes de piedra hasta alcanzar la yerma superficie. Aspiré una larga bocanada de aire y sonreí. Giré para ver el mar desde una nueva perspectiva. Entre las olas me pareció distinguir el reflejo dorado de unas escamas y unas aletas enormes, como si se tratara de un gigantesco monstruo marino que nadaba cerca de la superficie. Amanecí feliz: ¿continuaría el sueño la noche siguiente, pero ya en la isla? ¿Qué encontraría allí? Mientras me preparaba un café en la cocina, noté que la pecera estaba vacía. Mi pez, aquel al que alimentaba todas las mañanas, ya no estaba. Ese mismo día me contactó Wynne-Tyson.

No supe qué decir y, ante mi desconcierto, él se encogió de hombros.

—Debe haber alguna explicación lógica para la desaparición del pez —señalé.

—Cualquier explicación resultaría aburrida, ¿no le parece?

En ese momento, escuchamos el anuncio de la partida de un vuelo.

—Ese es el mío —dijo el escritor y se puso de pie—. Ha sido un gusto conversar con usted.

Nos dimos un apretón de manos y se fue caminando sin prisa.

Unas horas después, ya a bordo de mi avión, volaba sobre el océano. Miraba por la ventanilla con el anhelo de divisar una isla, cualquier isla.

FINALISTAS

Días en el hospital

Ovidio Parades Álvarez

Soy ese hombre que compró un paraguas en Berlín hace tres años y que ahora entra con él medio empapado por la puerta de un hospital. Habitación 214, al final del pasillo. Los médicos realizarán una operación quirúrgica a mi marido dentro de un rato. Y en todas las televisiones retransmiten el funeral de una reina que vestía con prendas de vistosos colores y que parecía inmortal. Gente de todas las edades llora, hace largas colas, deposita ramos de flores a la entrada de sus palacios, habla entrecortadamente con los periodistas. Un joven con un tatuaje que ocupa todo su brazo izquierdo entra en la habitación para llevarse a Íñigo al quirófano. Parece cansado y no es demasiado amable. La intervención durará un par de horas, quizá tres, más el tiempo correspondiente en la sala de recuperación. Apago el televisor. He traído unos cuantos libros para hacer más llevadera la espera. Los pongo encima de la pequeña mesa de ruedas que los enfermos utilizan para comer. Varios de ellos son de Javier Marías. Aunque ya los he leído (y releído) todos, anoche pensé que sería buena idea tenerlos a mi lado en estos momentos de tensa espera. Abrir una página al azar, deleitarme en lo escrito, reconfortarme. Pensar en aquel tiempo en el que los leí por primera vez, en aquellos deslumbramientos. Mi vida, de pronto, reflejada en esas páginas. Qué sentí entonces, qué siento ahora. No lo hago, de momento. Los dejo ahí, sobre la pequeña mesa de ruedas. El silencio es espeso. Miro por la ventana. Desde esa habitación, la 214, se puede ver la entrada principal del hospital. El trajín habitual en estos casos. Coches, paraguas, pasos apresurados. Ropa de abrigo sobre la ropa de los últimos días de verano, algo inevitable en los septiembres del norte. Rostros cubiertos con esas mascarillas (azules, blancas, negras, incluso rosas, verdes o moradas) que llevan más de dos años formando parte de nuestras vidas por culpa de una enfermedad de nombre extraño y que hoy también sirven para ocultar preocupaciones, desvelos. Pienso en él, en Javier Marías, que tanta compañía me ha hecho desde mis solitarios años de juventud hasta hoy mismo. El escritor. El personaje que algunas personas quisieron crear. El hombre. La imagen de un Javier Marías jovencísimo con su eterno cigarrillo entre los dedos. Javier Marías hablando de libros con su agradable voz de fumador, rechazando aquel premio por ‘Los enamoramientos’, moviendo mucho las manos, firmando sus propios textos en alguna feria o presentación. Javier Marías, como ese hombre que camina ahora hacia la puerta de entrada del hospital a grandes pasos, con un enorme paraguas negro (la ropa también era negra, excepto la camisa blanca), sin abandonar el cigarrillo, bajo la lluvia. Javier Marías y sus colegas. Javier Marías, en fotos antiguas y en escritos, y sus padres. Javier Marías y su colección de soldaditos de plomo. Javier Marías y otras vidas escritas. Javier Marías y la meticulosidad a la hora de enfrentarse a una traducción (qué emotivo resulta que dedicase su último artículo para el periódico a la labor de los traductores), a una página aún sin estrenar o al comienzo de una nueva historia. Los setenta años de Javier Marías. Y, lamentablemente, en ese aciago once de septiembre, fundido a negro.

Pienso, de repente, en los últimos días de Javier Marías en el hospital. En una habitación (imagino) como ésta: aséptica, desinfectada, pintada de un blanco impecable. Allí, en aquella habitación de hospital, el hombre estaba por encima del personaje que algunas personas habían creado, incluso por encima del escritor. De ese escritor que tantísimas páginas de extraordinaria calidad deja al mundo de la literatura y que, sin embargo, a quienes tanto le admiramos seguirán pareciéndonos pocas. Los lectores siempre somos egoístas con nuestros autores imprescindibles. Con aquellos creadores (hombres y mujeres) que forman parte de nuestras vidas y cuyas obras necesitamos tener cerca para, en cierta medida, saber quiénes fuimos, quiénes somos, quiénes seremos. Más allá de la frase hecha y un tanto manoseada, nuestras lecturas (y relecturas) nos definen. Y nos posicionan en estos tiempos en los que parece que la gente —en general—, quizá por miedo o por pereza o por todo el cansancio acumulado, se retrae a la hora de posicionarse.

Marías nunca dejó de hacerlo, de posicionarse, en estos tiempos que a veces consideraba insulsos, anodinos, vulgares o, directamente, estúpidos. Para refugiarse de todo eso, siempre quedaba la literatura, el arte, el cine… En el cine, donde todo ha sucedido, como él mismo diría en el título de uno de sus libros. Donde todo ha sucedido. Cuatro palabras que le devuelven el sentido al sinsentido de demasiadas cosas, de demasiadas preocupaciones, de demasiadas injusticias, de demasiadas infamias. Vuelven algunos ideales y pensamientos que creíamos desterrados. Vuelven los gritos y la mala educación. Vuelve a haber una guerra en Europa.

Miro el reloj. Las horas pasan lentas en los hospitales, más aún en una situación de espera como esta. Los libros siguen ahí, sobre la pequeña mesa de ruedas. También mi inquietud. Abro uno de ellos, ‘Aquella mitad de mi tiempo’, que tanto me gusta, y leo: “Tampoco puede oponerse uno a ello, ni a nacer, ni a vivir, ni a viajar en el tiempo, mientras no se canse de nosotros el tiempo, y nos expulse al territorio que no discurre. O que no transcurre, que viene a ser lo mismo. Si nos da tiempo a decir adiós, bien estará y yo no me quejaré”.

Cerca del mediodía, se abre la puerta de la habitación. Todo ha salido bien hoy. No me quejaré por esto.

Adiós, Javier.

54º 51′ 49» S 68º 28′. (Partenogénesis)

Luis Javier López Conesa

«Porque eso es la muerte: vivir ese instante dominado tan sólo por ese instante».

(Juan Benet)

«El arte ha muerto, su fantasma está más vivo que nunca».

(José Emilio Pacheco)

En las islas de Sotavento, entre Nieves y Montserrat, emerge Redonda estéril y despoblada. Su escaso interés para los imperios ultramarinos europeos auspició su uso entre los piratas y corsarios de antaño, quienes le dieron función de guarida. La indiferencia europea no la privó de rey.

El 11 de septiembre de 2022, en el mismo instante en que Javier Marías entregaba su último aliento, un huitlacoche pudo haber emitido allí su trino limpio y cadencioso pero no lo hizo (Redonda ha reverdecido y ha recuperado parte de su fauna desde que erradicaron las ratas y se llevaron a las voraces cabras invasoras, pero a diferencia de otras Antillas vecinas no acoge aún huitlacoches). Un lamento en forma de lava podría haber emergido forzado por ocultas batallas telúricas, pero en Redonda no hay actividad volcánica, es apenas un peñasco. El azote de los vientos húmedos del estío continuó peinando sin tregua su faz desprotegida, sin luto.

Al día siguiente de culminar el monarca su biografía con una segunda fecha, todavía noqueados por el inesperado golpe pugilístico, sus lectores, casi sin tiempo para el duelo, deliberaron si no había nadie como él, si su trono (el literario) quedaba desocupado, sin reemplazo, inservible. Muchos opinaron así, otros tantos lo impugnaron, en especial los que menos lo leyeron.

Los que habían deplorado columnas y al columnista trataron de olvidar su antigua intransigencia. Una corte escandinava respiró con alivio y respeto, como ya hiciera en defunciones anteriores. La Academia Española subastó una letra. Una improbable editorial detuvo su imprenta. En un amplio apartamento en una plaza antigua de Madrid decenas de miles de libros dejaron de tener sentido, convirtiéndose en papel y en polvo. Varias armas de fuego permanecieron silenciosas en sus cajones y muchos soldados de plomo negaron el llanto y las salvas. Un obituarista del Guardian imprimió las palabras “Great philosopher of everyday’s absurdity” en la edición del lunes. Otros rotativos igualmente célebres tuvieron un recuerdo igualmente elogioso para el difunto.

Muy pocos días transcurrieron y la desaparición del escritor se hizo más patente (o acaso mucho menos, pues nadie la notaba ya). Marías se esfumó con una rapidez y una discreción sorpresivas. Seguramente, debido a su lenguaje calmado y sin exabruptos, ajeno a toda lavativa, a toda grosería verbal o fisiológica, muy pocos sabían de él.

Redonda ignoró la agonía de su rey. Los alcatraces y las fragatas no amortiguaron su estrépito mientras la R abandonaba con esfuerzos su alfabeto, y las olas seguían rompiendo en su áspera geografía sin el descanso deseable.

*

En un momento determinado, quizás próximo a la última exhalación del monarca (acaso en el mismo instante en que el rey entrega su último vaho), una de las aves marinas, ignorando su dieta de peces, contempla con curiosidad una lombriz que, ahíta de tierra, emerge del suelo a respirar. Unos ojos negros la escrutan. Un poderoso pico agudo se proyecta y la parte en dos. La fragata no la juzga comestible y alza de nuevo el vuelo en dirección al mar. Dos pedazos casi idénticos se retuercen de forma trágica en la grava perforada, ignorados, a la vista de nadie.

El día que murió Javier Marías sólo dos lombrices lo atestiguaron en Redonda.

Imagen de portada: Javier Marías

FUENTE RESPONSABLE: ZENDALIBROS.COM/ Javier Marías. 30 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Concurso Homenaje/Javier Marías. 

La novela como forma de pensamiento.

Más que una hermandad de sangre con la literatura latinoamericana, el escritor español Javier Marías consideró siempre que entre nuestras literaturas existía “una hermandad de las letras”. Cuando en 1995 recibió el Premio Rómulo Gallegos, el máximo reconocimiento que se otorga a un autor desde el mundo literario latinoamericano, me dijo, no obstante, que cuando escribía no tenía muy presente que llegaran a leerlo en países lejanos geográficamente a su tierra natal. Aquel premio le parecía, por tanto, una cosa que estaba fuera del alcance de un autor español, aunque no hubiera nada estipulado y hasta ese momento ningún autor de su tierra hubiera sido reconocido con ese galardón. “Yo no tenía la menor idea de que mi obra estuviera entre las candidatas finales; mi editor no me había dicho una sola palabra, de manera que la sorpresa fue múltiple, grande y muy agradable”, me expuso aquella tarde, cuando conversamos por primera vez en su departamento de la Plaza de la Villa de Madrid. Tenía entonces 43 años.

Marías me confesaba sentir la ilusión de pensar que gracias a ese galardón sus libros podrían conocerse más en países de su propia lengua, pues a pesar de que todos escribían en castellano, la nueva literatura española, en general, era todavía poco conocida en Latinoamérica.

En aquella entrevista hablamos sobre la totalidad de su obra literaria publicada hasta ese momento y que por entonces sumaba ya novelas como El hombre sentimental, Todas las almas, Corazón tan blanco, Mientras ellas duermen o Vidas escritas, y quise saber cuáles eran los puntos que consideraba más altos y cuáles los más bajos.

—Empecé hace 24 años, cuando tenía 19 y publiqué mi primera novela —resopló soltando una bocanada de humo de un cigarrillo que fumaba en una hirsuta boquilla de marfil, fumador empedernido que siempre fue—. Mi carrera literaria es prolongada y, como es lógico en cualquier persona que recorre algo desde los 19 hasta los 43 años, es un periodo de formación. Mi primera novela, Los dominios del lobo, algo juvenil y que resultaba hasta cierto punto original en el panorama de la literatura de aquellos momentos, fue un buen comienzo. Después hubo un punto bajo con mi cuarta novela, El siglo, un libro en el que había puesto mucho empeño y que en cambio tuvo muy poca repercusión y eco; apenas la crítica se ocupó de él y tuvo pocas ventas. Puedo decir que ese libro se ha recuperado, ya que se ha relanzado y, para mi sorpresa, lleva cuatro ediciones (en Anagrama), aunque jamás hubiera esperado que un libro denso y difícil, como es éste, hubiera sido recuperado con considerable éxito; pero en su momento lo viví como un desengaño. Después podemos mencionar mis tres últimas novelas: Todas las almas, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí (novela por la que acababa de obtener el Rómulo Gallegos), que han tenido un despegue paulatino y gradual pero considerable, tanto en la apreciación crítica como en las ventas y el eco entre los lectores. Esperemos que no me toque iniciar la curva descendente muy pronto.

En ese momento había algo que el editor Juan Cruz, director por ese entonces del sello Alfaguara, había llamado la literatura del «boomerang», una especie de regreso de aquella moda que en los años 60 vivió la literatura latinoamericana en Europa, la de Boom, pero que esta vez protagonizaba la literatura española fuera del Viejo Continente, un renovado ímpetu que, al parecer, estaba cobrando gran fuerza tanto en España como fuera de ella.

—¿Usted cree que la literatura española —pregunté al respecto— está ganando mucho en calidad?, ¿este premio es indicio del reconocimiento que va generando la narrativa que se hace en España?

—Sin duda alguna ha habido un cambio considerable en los 10 o 15 últimos años en la literatura española, y también en la percepción de esta literatura, no sólo en España, donde la verdad es que durante mucho tiempo los novelistas españoles no estaban muy bien considerados, pues los propios españoles leían poco a los autores de su país y había una especie de desconfianza o recelo. Esta situación se debía a muchas razones. Una de ellas que la lengua literaria estaba un poco anquilosada en los años 50, 60 e incluso 70. En cambio, ahora quizá hay una generación que ha contactado más con los lectores, que ha renovado la lengua literaria, que la ha convertido en un instrumento más útil para hablar de lo que nos pasa hoy en día, y eso no sólo está sucediendo en España o en América, donde se está haciendo bastante gradual, sino en otras lenguas del resto de Europa.

Junto al Rómulo Gallegos, Marías había recibido otra “curiosa” noticia, como él mismo la calificó, en la que una productora de televisión británica se interesaba por los derechos de su novela anterior, Corazón tan blanco, que se había publicado en Inglaterra dos meses antes. “No sé si eso se concrete en algo, pero ya es bastante que una cadena de TV británica se interese por la posibilidad de un libro español, algo que hace unos años nadie hubiera imaginado que pudiera suceder”, comentó. “Ahora nos puede parecer normal, nos hemos acostumbrado pronto, pero hace 10 o 15 años era algo casi insólito. Sí, hay una nueva generación de gente, entre los 40 y 50 años, que ya desde los años 80 ha renovado mucho el panorama novelístico del país y ha logrado que los lectores españoles se interesen por su literatura, y al parecer lo mismo ha sucedido en los países latinoamericanos y en los europeos”.

¿Tenía esto algo que ver con el hecho de los cambios impulsados por la transición democrática española de mediados de los años 70?, le pregunté.

—La verdad es que no creo que tenga que ver de manera directa e inmediata —respondió—. La prueba es que Franco murió en el año 75 y todo esto no se produce inmediatamente, sino casi diez años después. También hay que decir que en los años 60 y 70 hubo algunos libros muy importantes en España que, sin embargo, no suscitaron la atención fuera porque había una especie de denigración del régimen político español y, por tanto, de los que salían del país.

Por fortuna para la literatura, Marías no emparejaba su desarrollo con el de la política, aunque lo saludable y lo más recomendable era, subrayó, que los escritores pudieran escribir en plena libertad. “Creo que, sin embargo, cuando hay talento, ese talento sortea las dificultades e incluso la censura, y aflora. Evidentemente, la situación hoy en día es mucho más propicia gracias a que vivimos en una democracia y no en una repugnante dictadura. Pero no veo una relación inmediata ni directa. Los muchos problemas sociales que enfrenta la España actual se están dejando pudrir y eso es malo. Pero, por otra parte, hay un clima de enfrentamiento larvado entre medios de comunicación y fuerzas políticas que se está llevando a extremos exagerados. Al fin y al cabo, por muchas cosas muy lamentables que estén sucediendo y, quizá la más grave, la posibilidad de un terrorismo de Estado con consentimiento del gobierno, aún así, cuando algunas voces intentan decir que la situación es tan mala como en el franquismo, creo que es disparatado e incluso peligroso afirmarlo. Al fin y al cabo hay una democracia, existe la posibilidad de que ese gobierno sea expulsado en las próximas elecciones y no tiene por qué haber nada más, no tiene por qué ser tan crispada la situación”.

—En cuanto al estilo literario —quise saber—, ¿hacia dónde apunta, qué juegos y qué arreglos siente que merece su obra?

—Ahí es un poco difícil afirmar algo por ser una obra un tanto dilatada. Yo empecé a escribir de forma ligera, con frases muy cortas, casi sin adjetivación, como un guión de cine a veces. Después, progresivamente, mi prosa se fue complicando hasta llegar a El siglo, en donde hay una prosa densa, barroca, recargada en exceso, de frases larguísimas. Y en los últimos libros, digamos que sin haber renunciado a lo que yo quiero hacer, posiblemente sean libros cuya prosa es más aérea de lo que era, más ágil y eficaz, aunque también predomina, todavía a menudo, la frase larga, pero quizá no tan larga ni tan densa ni tan recargada como aquella de El siglo.

***

Volví a encontrarme con Marías un año después, en 1996. En aquella ocasión, el escritor me volvía a recibir amablemente en su piso madrileño y sentados en el estudio, junto a la máquina de escribir que lo acompañaría toda su vida, entre cigarrillo y cigarrillo me dijo que su afición por los fantasmas era, ante todo, una afición literaria. No es que él creyera en eso ni nada por el estilo, sino simplemente que ese “alguien” literario e imaginario, él lo sentía muy atractivo para usarlo como narrador. Por eso, explicaba, en el cuento que daba título a su más reciente libro, el volumen de cuentos Cuando fui mortal, el narrador era un fantasma.

«Esta figura literaria», expuso, «ha dado verdaderas obras maestras en el género del cuento. Y si uno se para a pensar un poco es también una figura muy atractiva porque sería alguien, cualquiera que fuera su esencia, que ya no está y podría por tanto ser indiferente a todo lo que ocurra en el mundo que dejó. Sin embargo, no es indiferente, todavía no se ha desprendido del todo, todavía le afecta y le importa lo que sigue pasando allí donde él estuvo. Y procura intervenir, beneficiar a la gente a la que quiso o vengarse de aquellos que le hicieron perjuicios. Es alguien que es conmovedor como figura, alguien que estaría más allá de cualquier cosa terrenal o padecimiento”.

Sin embargo, a Marías no le gustaba hablar de las fantasmas o demonios de un escritor, de sus obsesiones, ya que era una expresión que encontraba gastada y a la que cualquiera recurría llamando “demonio” o “fantasma” a un trazo determinado de la obra de un escritor.

—¿Cuál es la dinámica que siguen los cuentos de este nuevo libro? —inquirí.

—Hay muchos tipos de cuentos. Y hay un tipo de cuento, digamos arábigo, que a mí no me convence demasiado porque depende mucho de la última frase, de un giro final que a veces es logrado o no, pero que en cualquier caso todo el peso del cuento está en eso, y a veces uno va leyendo un cuento con poco interés y solamente al final hay una vuelta de tuerca. Yo prefiero que el cuento me interese e intrigue desde el principio y no esperar una pirueta final. Y puesto que a mí no me gustan este tipo de cuentos no los hago mucho. Lo que sí hay en mis cuentos son situaciones que quedan un poco suspendidas, anunciadas y no desarrolladas. En los cuentos me parece importante decir muy bien lo que se cuenta y lo que no. En una novela a veces uno puede intentar contar todo o mucho, porque la novela permite pausas, treguas y tiempos muertos, e incluso no sólo los permite sino que son aconsejables. En un cuento no. En un cuento hay que decir lo que uno cuenta y lo que uno calla, y que lo que uno cuenta tenga los suficientes ecos para que el cuento resuene después de haberlo terminado de leer. Por eso hay algunos de mis cuentos en los que se producen situaciones que están narradas y otras que quedan fuera del cuento pero que se pueden vislumbrar o imaginar.

Absolutamente todos los textos de Javier Marías muestran un aplicado trabajo formal, un especial sentido del lenguaje. ¿Cómo trabajaba sus textos, en qué detalles se fijaba más?

—Tengo una sintaxis en castellano bastante rara, la fuerzo mucho —me expuso en aquella segunda entrevista en su casa de Madrid—. Me importa mucho el ritmo de la prosa, la musicalidad que uno tiene y mi intención es que se perciba. Esto lo hago también en la puntuación. Yo diría que hay en mis textos una flexibilidad en el lenguaje y quizá eso es así por haber hecho yo bastantes traducciones.

—¿Y en teoría cómo entiende la novela? —inquirí.

—No tengo una teoría y ni siquiera sé lo que voy a hacer, a diferencia de algunos escritores que saben qué van a hacer. Improviso y sólo escribo cuando tengo ganas de hacerlo. Lo que sí puedo decir es que la novela no se puede seguir viendo ni tratando como en el siglo XIX, pero no ya sólo por razones meramente internas de evolución del género, sino porque la novela en el siglo XIX era casi lo único de lo que la gente disponía si quería ficción. En cambio, hoy en día, hay una saturación de ficción. Entonces sucede que la novela que meramente cuenta historias a mí personalmente me sabe a poco. Y como lector lo que me gusta son novelas que me inviten a pensar, a detenerme, a reconocer cosas. Me gusta un tipo de novela en la cual haya lo que hoy en día casi nadie recuerda que existe y que es el pensamiento literario, algo que no está sólo en los ensayos y que más bien se encuentra en la ficción.

¿Era Marías un escritor, como siempre se sugirió, muy influenciado por la literatura inglesa?

“Creo que esas son etiquetas que se le ponen a uno porque la gente es muy perezosa”, me dijo en una de nuestras conversaciones, a las que no era fácil que accediera, pues se trataba de un autor discreto en extremo, muy concentrado en su propia obra y que poco a poco se fue alejando de las maratónicas sesiones de entrevistas de promoción cuando publicaba un nuevo libro. “En España es también una forma de atacar, porque hay escritores muy patrióticos que no comprenden aún que la literatura es algo supranacional, que uno no tiene por qué estar muy apegado a la estricta tradición de su país. Aparte de que a lo largo de la historia ha habido siempre una interrelación entre las diferentes culturas. El propio Cervantes, a quien se pone casi siempre como paradigma del escritor español, en realidad es un escritor bastante extranjerizante, pasado por Italia, un español que no es el típico español que no se movió de su país y que no estaba encerrado en una tradición, sino que conocía la literatura de su época y había vivido fuera».

Traductor incansable, de una máxima curiosidad y afán por tratarse de tú a tú con los originales que admiraba, como la monumental traducción que hizo del Tristram Shandy, de Lawrence Stern, Marías sostenía que toda obra se podía traducir “por lo menos en lenguas no totalmente divergentes o distantes, como el japonés del castellano”. “Lo que pasa”, argumentaba, “es que no siempre hay un traductor dispuesto a a tomarse el trabajo o el talento necesario, porque para traducir hace falta el mismo talento que para escribir. Hay que buscar sinónimos, palabras en la acepción más oscura; a veces es un trabajo que exige una cantidad de tiempo que las personas muchas veces no pueden dedicarle. Pero en teoría es posible, aunque a veces se pierden cosas y se ganan otras, se produce un curioso sistema de compensaciones”.

***

En mayo de 1998, después de semanas de misterio en torno a las características de su siguiente novela, Marías confesaba al fin que en Negra espalda del tiempo, título de esa nueva obra, el narrador era él mismo y que todo lo que ahí contaba era verídico.

“Relatar lo ocurrido es inconcebible y vano, o bien es sólo posible como invención”, decía. “Este libro», me explicó tiempo después, “no es del todo autobiográfico, ni en él hay nada muy personal ni ninguna revelación especial. Se trata más bien de una falsa novela en la que el narrador no es inventado, sino que soy yo mismo, con mi nombre propio, y los hechos que se narran en ella son absolutamente reales. En algunos momentos, al ser uno mismo quien cuenta o al utilizar a un personaje que es el narrador, he visto que se da una cierta tendencia por parte de muchos lectores a establecer una identificación excesiva entre esos narradores y el propio autor. Tal vez esto se deba a que al haber en mis libros reflexión y digresión y no sólo la pura acción narrada, los lectores piensen que eso lo he tenido que pensar como autor. Y es cierto, pero eso no quiere decir que el autor lo piense de veras o lo suscriba, sino que el autor lo ha pensado para que a su vez lo piense y lo diga ese narrador, de la misma manera que un autor ha tenido que pensar lo que un personaje dice en un diálogo. Pero en este caso no es así, en este caso realmente todo lo que se dice, todo lo que se cuenta o las reflexiones que hay, sí son mías. En este sentido yo he podido tener un poco más de pudor o conciencia de qué digo o qué no digo, qué afirmo o no. Pero en tanto que personaje, a mí me es indiferente que caiga bien o que caiga mal, que parezca un desalmado o que parezca gélido. En este caso, no es que importe demasiado que parezca una cosa u otra, pero digamos que uno tiene un poquito más de sentido de la responsabilidad si es uno mismo quien está contando y quien está afirmando y quien está recordando y diciendo. También ha habido momentos en que he pensado que tal vez algunos lectores de mis otros libros vayan a decir que este no soy yo, y que mi voz, siendo yo mismo el narrador de la novela, resulta menos creíble que la de mis otras novelas”.

De cualquier forma, lo cierto es que cuando publicó esa novela, Marías era ya un autor que había vendido más de dos millones de ejemplares del resto de sus obras en todo el mundo y ahora se permitía ser él mismo el protagonista de una de sus narraciones. “Así como en Mañana en la batalla piensa en mí el narrador era un escritor a sueldo; en Corazón tan blanco un intérprete traductor y en Todas las almas un profesor que estaba de paso en la Ciudad de Oxford, en Negra espalda del tiempo, resumió, el narrador era al fin un escritor, Javier Marías, quien se permitía que hubiera partes que sucedían, por ejemplo, en México, donde no había estado nunca personalmente.

En ese sentido, el autor señaló que sus novelas no dependían mucho del elemento de invención. “Mis libros no son de intriga ni de acción ni en los cuales la historia sea lo que más cuente. Creo que las llamadas musas de la inspiración visitan a los escritores, si es que los visitan, no tanto para inspirarles una historia buena, sino para ayudarles a contar la historia que cuentan, sea la que sea y tenga el origen que tenga”.

Marías aseguraba siempre que al terminar una novela se quedaba impregnado de ella durante bastante tiempo. “Para mí la novela no termina en el momento en que pongo punto final. Hay escritores a los que quizá les pasa eso, pero a mí no. Para mí, escribir una novela, como a veces lo es también leerla, supone instalarse en un clima determinado, instalarse incluso en un estado de ánimo determinado. A mí no me resulta tan fácil salir de ese clima en el que me he instalado. Digamos que a mí mismo el libro que he escrito me sigue resonando, me sigue envolviendo durante más tiempo”.

En último término, Marías insistía en que era «alguien que escribe”. Y aún más: “alguien que también podría dejar de escribir en cualquier momento”. “Cada vez que he terminado una novela”, me aclaró la última vez que nos vimos, hace ahora cinco años, “no he tenido en modo alguno la seguridad de que fuera a haber otra, y menos de cuándo iba a haber esa siguiente. Era de presumir que quizás sí, porque lo cierto es que entre unas cosas y otras es una actividad que me viene acompañando desde el año 71; es decir, hace muchos años ya en que publiqué mi primera novela. Entonces es previsible que sí, pero yo no tengo esa certeza así como no tengo un proyecto general; no tengo una seguridad de que vaya a seguir escribiendo ni tengo libros planeados”.

***

En 2007, después de publicar Fiebre y lanza y Baile y sueño, Marías ponía punto final a la que, según afirmó él mismo, era su obra narrativa más ambiciosa y en la que había empleado ocho años de intenso trabajo: la novela Tu rostro mañana, cuyo tercer volumen, subtitulado Veneno y sombra y adiós, acababa de aparecer en España.

Se trataba, decía Marías en entrevista, de una obra que aspiraba a hablar de muchos asuntos, algunos de ellos inherentes a cualquier persona, asuntos universales en la medida en que a todo mundo le afectan. “Cosas”, dijo, “como la memoria y el olvido, el paso del tiempo y la vejez, el amor y el desamor, la violencia y el miedo, la traición y la confianza, la posibilidad de contar o de callarse, el tiempo de paz y el tiempo de guerra, el maltrato con las mujeres, la delación, el temor a añadir al mundo historias atroces o bien dejar que ya que han sucedido sólo hayan sucedido pero no se incorporen al relato del mundo”.

Al final, el escritor madrileño creía que este libro tendría que juzgarse en la totalidad de sus mil 600 páginas, aunque inicialmente hubiera tenido que juzgarse por separado en cada uno de sus tres volúmenes.

—¿Había escrito esta obra con algún afán de juzgar ciertos hechos?, pregunté en aquella ocasión.

—La novela no debe juzgar. En cierto sentido es lo contrario de un juicio. En los juicios normalmente lo que interesan son los hechos y no lo que los provocaron ni por qué se produjeron ni qué vino antes o después. Mientras que en una novela se permite ver cómo se ha llegado a tal o cual cosa. Evidentemente en esta novela hay conflictos morales, no cabe ninguna duda; pero una novela de tesis es para mí insoportable y muy poco literaria. Uno intenta mostrar las cosas o al menos que el lector vea.

—¿Tuvo usted en perspectiva desde el comienzo el propósito de escribir una novela tan vasta?

—No. Es más, creo que los autores cuando ha pasado tiempo desde la escritura de una novela nunca tenemos mucha perspectiva ni objetividad. En este caso la ambición literaria no es previa al comienzo de la novela. Y sin ir más lejos y sin que me compare, es sabido que El Quijote iba a ser una novela corta, que iba a llegar a lo que hoy en día es el sexto capítulo. Pero supongo que Cervantes vio que aquello tenía otras posibilidades, los personajes le gustaron y lo fue ampliando al punto de que diez años después de salir la primera parte publicó la segunda, que con seguridad mientras escribía la primera no tenía prevista. Es decir, que a veces la ambición nace de la propia obra y va creciendo a medida que uno la escribe, que es lo que me sucedió a mí.

Quise saber cuál era el perfume de esta novela en su conjunto, qué le gustaría a Marías que quedara en la memoria del lector, y afirmó que podía ser “una atmósfera, unos fogonazos que impresionan al lector cuando lee unos pasajes, a veces una idea o una reflexión, porque mis libros no son estrictamente narrativos y están trufados de reflexiones. Yo quisiera que al lector le quedase la sensación de haber atravesado un libro que le ha hecho ver y comprender más de lo que normalmente ve y comprende. Pero quizá es mucho pedir”.

***

Fueron varias las veces que puede conversar con Javier Marías y en ellas traté de abordar diversos temas, entre ellos su trabajo como articulista, que a menudo provocaba polémicas, cosa que le desagradaba. “Lo que pasa”, explicaba, “es que me parece absurdo escribir en prensa para no decir lo que más o menos pienso. Y a veces supongo que choco con cosas aparentemente bien vistas. Pero yo siempre busco argumentar y no me callo: si algo me parece mal o imbécil, pues lo digo”.

También alguna vez me habló de lo que le ponía de mal humor de la sociedad y la política actual. “De la política pocas ponen de buen humor”, lamentaba, pero enseguida aclaraba que a los políticos les tenía “un respeto teórico muy considerable porque creo que son necesarios”. Dicho esto, agregaba, “la clase política a menudo es grotesca, inane, innecesariamente sañuda, que no ayudan a la convivencia y exacerban los ánimos y a menudo crean más problemas de los que resuelven. En la sociedad hay de todo, pero en términos generales hay una soterrada corrupción moral generalizada y se hace la vista gorda con muchas cosas. Y eso es preocupante”.

En 2011 Marías publicó Los enamoramientos (2011), donde reflexionaba sobre el amor pero también sobre la impunidad, algo que siempre le había preocupado bastante, especialmente en una sociedad como la nuestra, “donde casi nadie se escandaliza ni sorprende por casi nada; una sociedad”, dijo entonces, “que tiende cada vez más a ser tolerante con la impunidad y muestra una tendencia a no hacer nada, ni condenar nada a título personal”.

Más tarde, en octubre de de 2012, cuando presentó el volumen de cuentos titulado Mala índole, obra que reunía cuentos de sus dos únicos libros de relatos, Mientras ellas duermen (1990) y Cuando fui mortal (1996), y algunas piezas publicadas de forma dispersa en revistas y diarios ya prácticamente inencontrables, Marías llevaba 40 años escribiendo cuentos, un género, decía, que se diferencia de la prosa novelística porque puede llegar a ser perfecto, algo que lo novela no logra a pesar de internarse en caminos más intrincados. “A lo largo de algunas décadas escribiendo prosa, me he dado cuenta que un autor no acaba de estar satisfecho de sus novelas porque tienen cosas latosas pero necesarias; las novelas no pueden tener un tono de intensidad todo el tiempo como lo pueden tener los cuentos, porque sería insoportable; en las novelas tiene que haber tiempos muertos, escenas de transición, pausas, algo que en la novela es necesario, pero el cuento puede omitir toda esa carga y ser perfecto”, me expuso el autor.

Pocos días después de la presentación de ese volumen de cuentos, Marías —distinguido con premios como el Fastenrath, el Prix Femina Étranger o el American Award— fue elegido Premio Nacional de Narrativa de España por su novela Los enamoramientos, que el autor rechazó en vista, declaró, de que desde hace varios años tenía por norma no aceptar premios ni invitaciones de instituciones estatales españolas. “He querido mantener la independencia y no participar en las polémicas que acarrean tanto las invitaciones de instituciones como el Instituto Cervantes, el Ministerio de Cultura, etc., como los premios estatales, incluido el Premio Cervantes”, afirmó entonces, y aludió que confiaba en que no se tomara su postura “como un feo o un agravio, o como un desagradecimiento. Todo escritor agradece el aprecio por su obra, y así lo hago yo también ahora. Y en verdad lamento no poder aceptar lo que en otras épocas habría sido tan sólo motivo de alegría”, resumió.

La última vez que lo vi, cuando presentó la que es su penúltima novela, Berta Isla (2017) —a la que seguiría Tomás Nevinson, publicada aún en tiempos de pandemia, en marzo de 2021—, Marías, quien criticaba nuestras sociedades cada vez más puritanas e hipócritas en las que observaba una deliberada destrucción de los sistemas educativos, resumió algo en lo que insistía a menudo y que da cuenta del enorme respeto que siempre tuvo por su oficio: “En la actualidad todo el mundo considera que puede escribir un libro, pero crear una novela es un trabajo muy difícil y muy lento. Terminar una es algo milagroso”.

Imagen de portada: Javier Marías (Foto: Bernardo Pérez)

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por C. Rubio Rosell. Editor Arturo Pérez-Reverte. 4 de octubre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/En memoria/Javier Marías

 

 

Y sombra y adiós

La ventana de Marías

Tuvo que ocurrir a mediados del mes de junio de 2006, porque fue por esas fechas cuando me avecindé durante cerca de dos semanas en Madrid por un asunto que no viene al caso. El verano anterior había publicado mi primera novela, que pasó bastante inadvertida y de la que conservaba unos cuantos ejemplares que no había llegado a regalar a nadie. Aún no habían irrumpido en nuestras vidas las redes sociales —o no con la fuerza que cobrarían poco tiempo después— y no era fácil contactar con personas desconocidas por las que se sentía respeto o admiración. 

Quiero decir que alguien como yo, que vivía en la periferia de la periferia, no tenía manera de entablar una cierta relación con escritores o periodistas a los que seguía en la distancia si no era por vías muy rudimentarias que no ofrecían la menor garantía de éxito. De ahí que, cuando hice la maleta para instalarme esa quincena en Madrid, metiera algunas copias de mi libro de la que sólo una tenía un destinatario concreto. Sabía que Javier Marías era cliente de la librería Méndez, en la calle Mayor, y conocía el establecimiento porque yo mismo lo había frecuentado durante otro breve periodo en el que había residido en la capital. 

Gracias a los buenos oficios de su responsable, Antonio, había dado entonces con un par de ediciones raras de Juan Benet, y era raro que al cabo del mes no me pasara entre dos y tres veces a curiosear por sus estantes. Así que una mañana me acerqué hasta allí con mi librito bajo el brazo y, tras presentarme debidamente —ya me habían olvidado, como era lógico, llevaba cuatro años sin aparecer y supongo que mi aspecto había cambiado lo suficiente como para no identificar a quien era entonces con el que había sido un tiempo antes—, espeté el breve discurso que había ido ensayando por el camino: que unos meses atrás había salido a la luz mi primera novela, que estaba interesado en hacérsela llegar al señor Javier Marías y que había pensado que podía dejarla allí, en la librería, para que se la diesen en mano cuando hiciese acto de presencia.

Antonio, con su amabilidad acostumbrada, me respondió que por supuesto, que no había el menor problema, que él se encargaba. Improvisé allí mismo, en las páginas de respeto del ejemplar que llevaba bajo el brazo, una dedicatoria que ya no recuerdo y añadí, sin demasiadas esperanzas de que fuera a servir para algo, mi dirección de correo electrónico y mis señas postales. Luego me fui y pocos días después, finalizadas las obligaciones que me habían convertido en madrileño accidental, regresé a Gijón. Pocas fechas más tarde, el 30 de junio, leía en El País que la Real Academia Española incorporaba a Javier Marías a sus filas. 

Lo recuerdo porque conservo el recorte y porque, poco después de que mis ojos se encontraran con la noticia, llamó al telefonillo el cartero. Me traía un paquete procedente de la capital que contenía un ejemplar de Ehrengard, el relato largo de Isak Dinesen que Marías había traducido y recuperado en la editorial Reino de Redonda, creada por él mismo. También él me había dejado en las páginas de respeto una dedicatoria manuscrita: «Para Miguel Barrero, con el permiso de la Baronesa, este cuento que, a diferencia de los míos, sí puede no ser mortal», decía, y al releerla ahora pienso que tal vez yo en la mía le había explicado que el volumen de relatos Cuando fui mortal fue el primer libro suyo que cayó en mis manos. 

Añadía: «Gracias por tu libro, que leeré cuando acabe mi novela eterna. Y saludos.» No creo que llegara a hacer lo primero —y menos mal—, pero por suerte sí hizo lo segundo para que la literatura española encontrara en Tu rostro mañana una de sus obras mayores. Recordaba el otro día esta historia con mi amigo Lorenzo Rodríguez Garrido y él me contaba que se sentía reconocido al leer en las redes hasta qué punto se había extendido una costumbre que él y yo creíamos propia de unos pocos chalados y que ha resultado ser patrimonio de más gente. 

Me refiero al hábito de alzar la vista cada vez que se pasea por la Plaza de la Villa para echar un ojo a las ventanas del tercer piso del inmueble que hace esquina con la calle Mayor, por ver si en una de ésas daba la casualidad de que se asomaba Marías a tomar el aire, o al menos se lo divisaba paseando por la casa, al otro lado de los cristales. Lorenzo me cuenta que una vez incluso llegó a aventurarse en el portal, burlando la vigilancia del portero, para fisgar en los buzones. Yo no conseguí distinguirlo nunca, pero en los atardeceres tempranos sí llegué a ver las luces encendidas y, al fondo, la estantería altísima que casi tocaba el techo y que me imaginaba llena de volúmenes envidiables. 

La última vez que practiqué el rito fue el pasado mes de julio, cuando pasé por allí con mi querido Javier Serena, otro miembro sagaz del club de lectores de Marías, y bromeamos con la posibilidad de llamar al telefonillo, o de entrar por las bravas y tocar en su misma puerta, a ver qué pasaba. 

Me acuerdo de los dos, de Lorenzo y de Javier, cuando me entero de que Marías se ha ido de viaje al revés del tiempo, de que ya no ganará el Nobel que todos dimos por hecho que obtendría, de que ya no podremos discrepar de sus columnas ni embelesarnos con nuevas prosas, y hay un frío raro que recorre la columna vertebral y se atrinchera en un recoveco del ánimo al que no sé poner nombre. Era tan bueno que cualquier adjetivo que se le pueda colgar suena manido. Alguien comenta en broma que esa ventana de Marías que muchos espiábamos desde la Plaza de la Villa era una especie de lucecita del Pardo para sus lectores, y da pena constatar que no se encenderá más, o no del mismo modo, y que poco a poco iremos perdiendo ese vicio de elevar la mirada para intuir lo que pudiera haber tras sus cristales porque ya no habrá allí nada que nos interese especialmente. 

En eso consiste vivir, en cierto modo: en ver cómo las cosas que a uno le atañían dejan poco a poco de estar y cómo queda tan sólo su sombra, y cómo ésta resulta ser el preludio del adiós.

Ruido

Como siempre que caigo por Madrid en estos últimos tiempos, me sorprendo en más de un momento acongojado por el ruido. Lo que en mi juventud identificaba con el fragor de la gran urbe y las promesas de felicidad que anidaban en unas calles en las que podía pasar de todo a cualquier hora se ha convertido, ahora que sobrepaso los cuarenta, en un molesto telón de fondo que dificulta la conversación y directamente imposibilita los paseos demorados. 

Mientras caminamos desde Sevilla a Recoletos, comento con Ana que no recuerdo, en los últimos veinte años, una sola vez en la que no se estuviera ejecutando ninguna obra en las manzanas que separan la Puerta del Sol de la Plaza de Colón. Con todo, no sé si por la edad, el ruido parecía más soportable entonces que ahora, cuando ya se ha extendido a todos los rincones y resulta casi imposible dar con una esquina a la que no llegue el runrún de los motores, el rugido estridente de máquinas diversas, el eco de voces que gritan más que hablan y el rastro de una agitación sobreactuada que parece contaminarlo todo. 

Hay, no obstante, otro ruido aún peor porque no llega a los oídos, pero termina por interferir en el diálogo que cualquier ciudad mantiene con quienes la habitan o están en ella de paso y que tiene que ver con el crecimiento indiscriminado del turismo. Me ocurre desde hace tiempo en Barcelona —donde siempre tengo la impresión de que el centro urbano se ha convertido en una gran franquicia diseñada para el único disfrute de los huéspedes extranjeros—, me ocurrió hace unos años en Toledo —donde vi cómo el casco antiguo languidecía en cuanto marcaban los relojes la hora a la que salían de vuelta los autobuses que habían traído desde Madrid a unos cuantos grupos de viajeros, cientos o miles— y me ocurre ahora en esta ciudad que se había mantenido razonablemente a salvo pero ha terminado por caer, ella también, en el error de asimilarse a cualquier otra capital del mundo. 

Es la gran paradoja de nuestro tiempo: todos viajamos con el supuesto afán de conocer otras realidades, pero todos buscamos o pretendemos encontrar en nuestros destinos lo mismo que dejamos en nuestros lugares de origen. No pontifico ni me excluyo de la tendencia. Hace unos meses, en Montreal, una complicación aeroportuaria me dejó sin equipaje y recurrí a una conocida cadena española de ropa para hacerme con unas provisiones mínimas, pero lo que en mi caso fue algo puntual parece generalizarse, a tenor de las marcas que se repiten con insistencia a lo largo y ancho del mundo. 

Aquí y allá se ven los mismos establecimientos comerciales, las mismas marcas de comida rápida, —y si no son exactamente los mismos, sí están cortados por el mismo patrón— las mismas propuestas para llenar las horas de ocio, como si la globalización conllevara una renuncia a la identidad, una homogeneización de lo diverso a mayor gloria de las grandes corporaciones y en detrimento de las particularidades locales. 

Como si en silencio y sin resistencia hubiéramos renunciado a nuestras señas para asumir una personalidad impostada e impuesta, que más que enriquecer nos empobrece y convierte la diversidad en un recuerdo lejano que termina por resquebrajar, en ese afán por demolerlo todo, el estruendo constante de las máquinas excavadoras.

Una amable desconocida

Es famosa, por recurrente y exacta, la mención que en Un tranvía llamado Deseo hacía Tennessee Williams a la amabilidad de los desconocidos. Cualquiera puede corroborar que, en determinados momentos de su vida, se cruzó con una persona de la que no sabía hasta entonces y de la que poco o nada supo después y cuya presencia, sin embargo, sirvió para infundir ánimo o consuelo, o abrigo y esperanza, en una circunstancia concreta. 

A finales de marzo de 2020 o ya en abril, cuando el confinamiento hacía estragos en mi ánimo y no sabía cómo sustraerme de algunas complicaciones laborales que se derivaban de la situación diabólica en que nos había sumido la pandemia, me encontré en YouTube con unos vídeos en los que Pancho Varona impartía unas clases básicas de guitarra y me dio por seguirlas. 

No tardé en tropezarme con el engorro de las cejillas —cualquiera que haya tenido un contacto mínimo con el instrumento sabe de lo que hablo— y algún impulso me llevó a compartir mi frustración en las redes y a recibir la respuesta alentadora de Alicia Lázaro, que me conminó a perseverar y me dio por privado alguna recomendación para que me resultase más llevadero el trance. No puedo asegurar que sus palabras me sirvieran en el aspecto técnico, aunque comencé a dominar el asunto poco después de que me llegaran sus mensajes, pero sí supusieron un empuje para sortear aquel bache, otro más de los muchos que en aquellos días me encontraba en el camino. 

Tampoco fue ella siempre una estricta desconocida, porque un año después llegamos a vernos y a cruzar unas pocas palabras, no las suficientes como para que ella me pudiera considerar más que un mero accidente en el transcurso de sus días. 

En cualquier caso, intercambiamos frases durante un tiempo y alguna que otra vez se interesó por el devenir que tomaban mis veleidades guitarristas sin que le fuera nada en ello, y eso me hizo sentir hacia ella un afecto que ha perdurado, por más que llevara tiempo sin recibir noticias suyas, y que desemboca en una tristeza inesperada ahora que me llega la noticia de su muerte, injusta por temprana, y con ella la certeza de que ya no volveré a recibir los mensajes joviales y animosos que me enviaba de cuando en cuando; de que queda abolida, aunque no olvidada, la amabilidad de esa desconocida parcial que me hizo sonreír cuando alrededor casi todo era negrura.

Imagen: Y sombra y adiós

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Miguel Barrero. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 20 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Javier Marías.

 

85 tuits sobre literatura (135): Javier Marías

Como homenaje a Javier Marías, tuiteos de @perezreverte sobre él.

—Todo el domingo dándole a la tecla, así que dejo a mis personajes en lo suyo y me voy un rato al bar de Lola. Hojeo los periódicos por primera vez en tres días. Se hace raro. Hace dos horas estaba en Sorrento en 1966. Ayer, en Niza en 1937. Veo que la Real Academia Española incluye en la red algunos adelantos de la nueva edición del diccionario. Avances en curso, no definitivos. Por cierto, «canalillo» salió de la comisión de Mingote, Gregorio Salvador, Javier Marías y el arriba firmante. Sesión de trabajo memorable. Esos avances es lo que hay en curso, que no será definitivo hasta la edición de 2014. O sea, revisable hasta entonces. Y después, en la red. Admirable, la red. Además de expertos en economía y en política, también está llena de filólogos. Todos tienen alguna pega que poner al asunto. Si aparece un término, porque aparece. Si no, porque no aparece. A ratos tiene cierto morbo, lo confieso, leer a alguna gente que escribe con faltas de ortografía hablando de «chapuzas» de la RAE. Ahora bien, estoy de acuerdo en que introducir «culamen» es una gilipollez. Nadie es perfecto. Siguen algunos sin enterarse de que la RAE no legisla. Sólo levanta acta de lo que se habla en la calle. Con los medios de que dispone. Hay tontos del ciruelo que piensan que los diccionarios, las gramáticas y las ortografías se hacen entre cuatro amiguetes tomando unas copas. Ignoran lo difícil, diplomáticamente delicado y complejo que es poner de acuerdo a 22 academias españolas y americanas. Conseguir que 450 millones de personas manejen una lengua con herramientas comunes. A diferencia del inglés (USA-UK) o el portugués-Brasil.

Si deseas profundizar en esta entrada; por favor cliquea adonde está escrito en “azul”. Muchas gracias.

—blasmartinez: ¿También fue memorable la sesión en la que se acordó la posibilidad de escribir indistintamente «sólo» y «solo»?

—Le recuerdo, o comunico, que esa sesión fue casi violenta. Escritores contra filólogos. Vargas Llosa, Marías, Pombo, Luis Mateo y el arriba firmante nos negamos a aprobar la eliminación de la tilde. Pero se impuso la mayoría. Veintidós academias tienen más filólogos que escritores. Perdimos. Aun así, los disidentes nos hemos negado a acatar la norma. Nuestras editoriales han sido advertidas de que no se nos aplique. Yo escribiré sólo, aquél, aquélla, éste y ésta con tilde, hasta que palme.

—dejadmeesta: ¿No cree que deberíamos hacer caso al señor Marías y dejar ya las redes sociales? ¿O ya se ha convertido en un fiel adicto? Un abrazo.

—Marías hablaba de los cantamañanas que desnudan su alma en la red, o lo pretenden. No es mi caso.

—SabrinaVlc: ¡Yupiiiii! ¡Ya tengo en casa ‘El pequeño hoplita’! Es fantástico. Sólo falta por recibir el de Vargas Llosa.

—Pues dese prisa con Vargas Llosa, porque en un par de meses salen los ‘Mi primer’ de Javier Marías y Eduardo Mendoza.

—lete_lempicka: No puedo resistir las ganas de preguntarle: ¿piensa «camear» a Javier Marías en alguno de sus Alatristes? Sería… curioso.

—Curioso que lo diga. Cameo a Javier Marías en las poesías del final del próximo. Le atribuyo unos versos míos.

—Hans__Castorp: Tengo 19 años y apenas leo nada de mi siglo (XXI, por desgracia). A usted y a Marías tan sólo. ¿De quién es la culpa?

—Tiene treinta siglos de libros sin los que es imposible comprender el XXI. Lea ésos. Nosotros sólo somos un minúsculo apéndice.

—_Dedalus: En conversación literaria, me dicen que hay dos clases de personas: o eres de Pérez-Reverte o eres de Javier Marías.

—Pues hay una tercera clase. Quien nos lee a los dos.

—sevedemo: ¿Es grave que a uno le resulte imposible (por aburrida) la lectura de Javier Marías?

—No es grave. A otros les resulta imposible la mía. Cada lector es un mundo privado y respetable.

—David_SN: Maestro, hace un par de años, por estas fechas, surcaba el Mediterráneo en un velero leyéndolo a usted y a Javier Marías. Nostalgia.

—Espero que se repita eso. Un abrazo, amigo mío.

—KikeKarnacea: ¿Qué tiene Javier Marías que a los británicos les chifla? Las librerías londinenses están repletas de sus obras. No he leído nada suyo. ¿Me recomienda alguna obra de este autor? Sé que es su amigo.

—En mi opinión, ‘Corazón tan blanco’ es el más adecuado para conocer a Javier. Suerte con él y un saludo.

—garciavalera: ¿Los norteamericanos están locos o son genios? Le han comprado los derechos para el cine a Javier Marías de ‘Tu rostro mañana’.

—Siempre se lo digo a Marías, en mi pésimo inglés de indio de John Ford: «Take the money and run». Colegui.

—Canano88: ¿Opinión sobre la posibilidad de que el próximo Nobel español sea tu amigo y fantástico escritor Javier Marías?

—Un día, Javier Marías será premio Nobel. No me cabe duda. Y nos emborracharemos en Oslo, o en Chamberí.

—Galt77: Señores de la RAE: si suprimen el acento diacrítico en «sólo», ¿por qué mantienen «como» y «cómo»?

—Tuvimos bronca seria. Y al final los de la Ortografía se pasaron por el forro a Vargas Llosa, Marías, Luis Mateo y a mí. Vieja contienda en la RAE entre escritores (prácticos) y filólogos (teóricos). Yo acentúo «sólo» igual que acentúo «cómo». No todos en la RAE tragamos con eso. Así que algunos académicos optamos por la insumisión. Exigiendo a nuestros editores que no nos apliquen esas normas.

—ricardodelpozo: Arturo, sé que no le va el tema, pero agradeceríamos un capotazo a los cojonazos nacionales de Manolo Preciado frente al GH Mou. ¿Se une?

—Me temo que de fútbol y Mourinhos no tengo ni zorra (término machista) idea. Pruebe con Javier Marías. Un abrazo.

—anceryp: A usted no le interesa el fútbol, ¿no? Gran diferencia con su amigo Marías.

—El fútbol no me interesa, a diferencia de JM. Pero respeto a quien le gusta. No a quien lo usa como estupefaciente, claro.

—jpsolera: ¿Le puedo preguntar si le gustó la parodia de ‘Muchachada Nui’? ¿O es de los que prefieren no verlas? Es algo que me da mucha curiosidad. Gracias.

—¿Quiénes son «los que prefieren no verlas»? Me reí mucho, sobre todo con la segunda, de Marías y yo. Ese kalashnikov. Disfruté como un gorrino en un charco. Lo tengo grabado y lo veo de vez en cuando. Pero la primera tiene menos gracia, porque algo es inexacto: nunca maltraté a ningún lector.

—Bohonal: ¿Algún comentario sobre Wikileaks, o sobran?

—Remito al artículo [‘Ocultar y averiguar’] de mi compadre Javier Marías, hoy en el colorín de ‘El País’. Lo suscribo de cabo a rabo.

—AngulusRidet: Javier Marías hablará mañana por la noche en una entrevista a la televisión italiana. ¿Y tú cuándo? Saludos de Roma.

—Yo estuve hace un par de meses. Dejémosle algo a los colegas.

—chio130679: ¿Piensa leer ‘Los enamoramientos’, de su colega Javier Marías? Yo estoy deseando leerlo.

—Estoy en ello. Puro Marías, de nuevo.

—lete_lempicka: Javier Marías confesó en un artículo que desayunaba esencial de pera. A usted se lo disculpo, le pegan, ¿pero a él?

—Soy muy amigo de Javier Marías. Pero si confirmo que desayuna esencial de pera, hemos terminado. Lo juro por mis muertos.

—VIEJOCAPITAN: Nos tiene abandonados @perezreverte. Ya no nos quiere. Siempre nos quedará Javier Marías. Y Cervantes sin tuit.

—Ni Chuck Norris hace surf ni Javier Marías tiene twit.

—malapunta: Por cierto, su amigo Marías está últimamente estupendo. ¿Lee usted sus artículos? Se está poniendo revertiano (en fino).

—El de hoy estaba especialmente bien. Sí.

—malapunta: Su amigo Marías sigue en la línea Reverte. ¿Le ha convertido usted?

—¿A Javier Marías? Claro. Proporcionándole alcohol y mujeres.

—HelenaMartinezR: ¿Este año no comentamos las modas veraniegas?

—Javier Marías y yo nos dimos por vencidos, hace años. Imposible poner puertas al campo, o sentido común a las chanclas.

—JavierBeniCaban: ¿Qué opina del rechazo del premio de Javier Marías? Me alegro que esté de vuelta. Un domingo sin el bar de Lola no es lo mismo.

—Estoy de acuerdo con Javier. Y si un día improbable me dan a mí el premio nacional de narrativa, recuérdemelo si lo acepto. Pero le aseguro que no necesitará recordármelo.

—malapunta: Ese Max… Ese baile sin música [en ‘El tango de la Guardia Vieja’]… En fin, ¡pobre Marías!

—Encajó la derrota con elegancia. Pagó la cena.

—Que no se me olvide. El otro día vi ‘Mátalos suavemente’, con Brad Pitt. Y me gustó mucho. Se la regalé a Javier Marías, a ver si también a él.

—Rogorn: Cuando Marías le traiga otro DVD, que sea ‘The Hour’, de la BBC, sobre noticias en TV, los años 50 y McNulty de prota.

—Me lo apunto ya. Se lo diré al amigo Marías. Gracias.

—claudio_snchez: ‘La fiesta del Chivo’, de Mario Vargas Llosa, mejor novela española del siglo XXI, según encuesta de ‘ABC’. ¿Qué le parece?

—Que es muy posible que sea así, en efecto. Aunque la de Javier Marías ‘Tu rostro mañana’ puede andarle cerca.

—Srta_Culombio: Corríjame si me equivoco al decir en voz alta que ya no lleva tilde «ese» aunque sea pronombre. Un placer leerle cada domingo.

—Mis «ése» y «aquél» llevan tilde. Voté en contra de eliminarla, y me declaré insumiso, como Javier Marías y Vargas Llosa.

—CelestinoMigue: ¿Y qué me dice del acento en «sólo»? Ustedes no paran de aconsejar que se deje de utilizar cuando es adverbio también.

—Ese «ustedes» es inexacto. Me opuse a eso en la RAE y me sigo oponiendo por escrito. Javier Marías, también académico, y yo, nos declaramos insumisos a esa eliminación absurda. Esa tilde es una herramienta necesaria para un escritor, aunque le parezca innecesaria a algún lingüista.

—G_delrio: ¿Es correcto entonces seguir diciendo «sólo»?

—Correctísimo. Hágame responsable. A mí, a Javier Marías, a Vargas Llosa, a Luis Mateo Díez y a José María Merino. Por ejemplo.

—saixa2: ¿Puedo saber a qué se dedica usted en la RAE? Quiero decir, ¿qué hacen allí cuando se reúnen? Usted, el señor Marías y otros.

—Hacemos diccionarios, gramáticas, ortografías y cosas así. En compañía de otros.

—leandropem: De Borges, borgiano. De Cervantes, cervantino. De @perezreverte, revertiano. ¿Y de Javier Marías?

—Mariesco. La definición es suya.

—Javier Marías, artículo de hoy [‘Diccionario penal’] (de lectura especialmente recomendada para cretinos).

—Carlos09Alfonso: Una pregunta, @perezreverte. ¿Algún libro histórico que trate la II República sin fondo partidista, que cuente exactamente cómo fue, sin adornos ni exageración de los defectos? Muchas gracias.

—’Cómo pudo suceder’, de Julián Marías (el padre del novelista Javier). Un librito breve y eficaz, muy aconsejable.

—cyruzslays: ¿Qué libro recomendaría para empezar a iniciarse en la filosofía?

—Los dos volúmenes de ‘Historia de la filosofía griega’ de Luciano de Crescenzo no están mal. Aunque lo mejor sería empezar por el excelente manual ‘Historia de la filosofía’, de Julián Marías. Creo que es el más adecuado.

—picdetroi: Don Arturo, lea ‘España inteligible’, de Julián Marías. Le dará una perspectiva más amable de lo que fuimos y somos.

—Hombre, no me tome el pelo, querido amigo. Ese libro cayó hace treinta años. Y la sombra del buen don Julián Marías, entre otras muy queridas, planea todo el tiempo sobre mi novela ‘Hombres buenos’.

—luisminotario: Gran reflexión de don Julián Marías: ‘La guerra civil: ¿cómo pudo ocurrir?’. Profundo, inspirador y visionario. Unos cuantos errores de antaño son tristemente aplicables a la coyuntura actual. De lectura obligatoria. Gracias, don Arturo.

—(Retwitteado por Arturo Pérez-Reverte)

Así hundo la reputación de Javier Marías.

—JoeBlackDeck: ¿Los sables también se los lleva usted a don Javier Marías a la RAE?

—A Javier, sólo armas de fuego antiguas y cuchillos de comando. Por ahora.

—j_c_laviana: Qué buena pinta. @perezreverte, Marías y otros crean @zendalibros. Enhorabuena @leandropem, director.

—(Retwitteado por Arturo Pérez-Reverte)

—»A Cervantes lo consideraban un viejo idiota» (charla con Javier Marías y @antoniolucas75 en #Zenda).

—A petición del respetable, lo de Vargas Llosa y Marías.

—Albia96: ¿Qué piensa, don @perezreverte, sobre el artículo que hoy escribe Javier Marías titulado ‘Perrolatría’?

—Pienso todo lo contrario. Yo soy perro ladra. Pero cada cual es libre de pensar lo que quiera.

—Soy poco futbolero, pero la idea es buena y la tienda, simpática. Le he regalado a Javier Marías la de Yashin (CCCP).

—zendalibros: Javier Marías, monarca del tiempo. @mjsolanofranco conversa con @jmariasblog sobre Reino de Redonda, con @JeosmPhoto.

—(Retwitteado por Arturo Pérez-Reverte)

—RAEinforma: Entrevista a los escritores y académicos Javier Marías, Mario Vargas Llosa y @perezreverte en @XLSemanal.

—(Retwitteado por Arturo Pérez-Reverte)

El artículo de hoy de Javier Marías hay que leerlo. Es casi obligatorio. O sin casi.

—Seijo Dani: A Javier Marías o @perezreverte no les gustaba Gloria Fuertes, una crítica al igual que cualquier otra, simplemente.

—¿Usted me ha leído alguna vez algo contra Gloria Fuertes?… Retuitear no es opinar. Hay ideas interesantes que uno puede compartir, o no. Dicho eso, Gloria Fuertes aparte (que no era Lorca ni sor Juana), estoy de acuerdo con la tesis central del artículo. Que es lo que importa.

—»No puedes meterte en todas las guerras, porque hay enemigos que manchan demasiado, incluso aunque sea para combatirlos.» (Javier Marías)

—Danifrei2: ¿Se le ocurriría recomendar un traductor de Joseph Conrad?

—Javier Marías, en ‘El espejo del mar’.

Esta reseña de @mjsolanofranco en @zendalibros a ‘Berta Isla’ de Javier Marías es una obra maestra.

—Tornasolysombra: A lo mejor desbarro, pero veo que muchos títulos de sus columnas (y las de Javier Marías) son octosílabos. ¿Es premeditado?

—No. En absoluto. Pero es una interesante apreciación.

—Hay que ser valiente para escribir esto. Y Javier Marías lo es.

—Fidelalcor: Tengo un dilema. ¿Coloco a @perezreverte y #JavierMarías en el mismo estante? No dejan a nadie indiferente, me encanta cómo escriben, son buenos amigos y… ¿qué pensáis? ¿Qué hago, @perezreverte?

—Obre según lo que le dicte su conciencia. Un abrazo.

Javier Marías sigue siendo valiente. En tiempos en que lo fácil es agachar las orejas y no buscarse problemas, me gusta tener amigos que lo son.

—XaviTarda: ¿Qué le parece que unas feministas de CCOO hayan propuesto prohibir sus libros y los de Marías por machistas en los colegios?

—Imagínese. No duermo por las noches y me equivoco de teclas al escribir la siguiente novela.

—elisaveras: Si dependiera sólo de su voto, ¿a quién le diera el próximo premio Nobel de Literatura?

—A Javier Marías.

—Estebandelashg: Don @perezreverte, ¿qué libro de Javier Marías me recomienda? Aparte de ‘Berta Isla’.

—’Corazón tan blanco’ me gustó mucho. Pero cada lector es un mundo.

—OteoP: Señor Pérez-Reverte, ¿comparte usted con Marías la admiración por Juan Benet? Gracias de antemano por su respuesta.

—No.

—mjsolanofranco: En una de las librerías más hermosas de Londres me encuentro con Marías y Reverte. No se puede pedir más. @Dauntbooks #londonshortstories.

—(Retwitteado por Arturo Pérez-Reverte)

—EstelaPLugones: Según su opinión, señor @perezreverte, y a propósito de su comentario sobre la ubicación de las comas, ¿está bien que un autor rompa la norma y las coloque siguiendo su propio ritmo? Y cuando evalúa un texto literario, ¿importa más esa norma o el sentido? Gracias. Una admiradora.

—En mi opinión, y en la de otros escritores, puede romperse (o más bien alterarse) alguna norma ortográfica (signos de puntuación, por ejemplo) si el resultado es eficaz. Si se rompe por ignorancia o esnobismo, y el resultado es incorrección o confusión, siempre es mejor la norma.

—TEACHERANGEL1: En este caso, ¿qué opinión le merece Saramago? ¿Conoce algún caso en dónde el resultado haya sido tan brillante? Gracias.

—En sus novelas, que no en sus artículos, también a veces Javier Marías altera con brillantez la puntuación convencional.

Javier Marías: cigarrillos y conversación.

—JAB_ZGZ: ¿Tú también opinas que el «iros», cuando le sigue un exabrupto, tiene una sonoridad mejor y más efectiva para la ocasión que el «idos» (al margen de la sobrevenida aceptación de esa excepción, que ya consta admitida, en ese concreto imperativo)?

—Lo creo tanto que la inclusión como de uso normal en la RAE la propusimos Javier Marías, José María Merino, Luis Mateo Díez y yo.

—cpablomarquez: Hola, don @perezreverte. ¿Me recomienda alguna edición sobre el capitán Alonso Contreras? ¿Y para cuándo podremos disfrutar de una nueva aventura de Alatriste? Muchas gracias.

—La de Reino de Redonda (la editorial de Javier Marías) lleva un prólogo mío.

—ClementeGar_96: Desde tu perspectiva curtida y avezada como escritor, ¿recomiendas escribir sobre la marcha con únicamente una ligera idea estructural de la novela, u opinas que hay que tenerlo todo planificado al dedillo? Eres un referente para mí. Consideraré mucho tu respuesta.

—Ya he respondido a eso otras veces. Cada escritor tiene su sistema. La estructura previa ordena y disciplina. Yo planifico minuciosamente la estructura. Dejando un margen a la novedad, por supuesto. Ninguna estructura debe ser rígida ni cerrada. No puedo recomendar nada, pues cada escritor tiene su sistema. Javier Marías empieza sin plan, a ver qué pasa. En mi caso (excepto en relatos y cosas cortas, donde no soy tan riguroso), trabajo con estructuras previas muy desarrolladas antes de empezar la escritura.

—mariajomolina__: Señor @perezreverte, acaba usted de tildar una palabra que, según la norma, no debe llevar tilde («solo»). ¿Por qué lo hace? Gracias.

—Por lo mismo que pongo un punto y una coma en 17.939,50 € o pongo tilde en la palabra «guión». Para que quien me lee lo haga con la máxima claridad posible.

—antonillo82: Y expreso una duda que me acaba de surgir: no acatar esa orden, esto es, seguir escribiendo la parte entera de un número separado con puntos, ¿es cometer una falta de ortografía? Muchas gracias.

—Una falta contra la última ortografía de la RAE, sí. Pero la mayor parte de los académicos escritores (Marías, Vargas Llosa, Merino, Puértolas, yo mismo) también las cometemos casi a diario. Nosotros no somos fríos técnicos de la lengua, sino que trabajamos cada día con ella.

—Hablo por teléfono con Javier Marías y me dice: «Mi fiesta diaria es salir a comprar el periódico, y cada día disfruto de ese momento. Sigo escribiendo una novela que será larga. Y el cine de la Segunda Guerra Mundial me es útil para relativizar un poco lo que está ocurriendo».

—canillasdepollo: Con todo el respeto, me pasa lo mismo con Marsé y Marías. Por cierto, usted que tiene el honor de su amistad (mi envidia por ello de por vida), ¿sabe cuándo publicará novela el señor Marías? Ya sabe que no se deja ver por aquí, y no encuentro forma de calmar mi impaciencia.

—Javier está escribiendo como un poseso estos días. Cuando todo acabe vamos a darnos empujones los escritores en las librerías, publicando al mismo tiempo.

—NiBlancoNiNegr6: Al lado de la taza blanca con Sherlock hay una especie de hierro punzante. ¿Qué es eso?

—Un abrecartas artesanal hecho en las trincheras de Ypres en 1916, regalo de Javier Marías.

—Esta mañana, hablando con Javier Marías, me dijo que no conocía esta peli [‘La salamandra de oro’], que transcurre en Túnez. Le he dicho que no es gran cosa; pero que ver a Trevor Howard y a Anouk Aimée cuando empezaba y sólo era Anouk ya vale la pena.

—Hoy, un texto antológico de Javier Marías en @zendalibros.

—Gmz_Jsx: Llevo tiempo queriendo hacerle llegar a su colega y amigo Javier Marías una máquina de escribir Olympia Carrera Deluxe que tengo completamente nueva (aún con la cinta original y la pegatina de la tienda (Moncholí, en Valencia), pero no sé cómo hacerle llegar mi misiva. ¿Alguna idea?

—Correo electrónico a la RAE es un buen medio.

—Fue Javier Marías quien me descubrió este poema, que apreciarán especialmente los marinos de la vieja escuela. Espero que les guste la traducción.

—EMM47168070: Marías es un notable escritor y magnífico traductor, pero quizá ésta no sea una traducción del todo feliz. La protagonista del poema es de género femenino, y eso no se aprecia en la traducción. En inglés se percibe una metáfora en un determinado sentido y en español no.

—Javier no tiene la culpa de nada. La traducción es mía. Los barcos tienen género masculino en español.

—Es curioso lo del premio Nobel de literatura. A menudo se lo dan a alguien a quien (casi) nadie conoce y a quien (casi) de inmediato se olvida. Y mientras, Javier Marías, que debería tenerlo hace rato, sigue ahí, a lo suyo. Tranquilo y fumando.

—efepegim: Si no le molesta la observación, le diré que para un zurdo, como su Elena Arbués y yo mismo, escribir con una estilográfica es una garantía de desastre: mano manchada y ficha emborronada. Aunque hay unos más mañosos que otros.

—En el 43 no había bolígrafos, y los zurdos tenían que arreglárselas. Elena se las arreglaba, como he visto hacer a amigos míos, incluido Javier Marías. Era de las mañosas. Un afectuoso saludo.

—Chuck lleva un tablón de orujo que no se aclara. Vamos a tener que irnos. Esta noche tengo una peli con la que me relamo. Me la llevó Javier Marías el jueves a la RAE: ‘El enigma de las arenas’. La novela es obra maestra indiscutible, para amantes del mar. O casi. ‘The riddle of the sands’. Al autor lo fusilaron luego, por ser del IRA. Así que ve cobrándole a Chuck, Lola. Hoy paga él. Unos últimos tuiteos y nos abrimos.

—Joe_Arco: Arturo, le dije un día que la tilde en los pronombres demostrativos se había suprimido, pero veo que la sigue usando. ¿Es así?

—Seguiré usando la tilde en los pronombres demostrativos porque desaconsejarla como hizo la RAE es una imbecilidad. Imbecilidad que varios académicos novelistas (Marías, Vargas Llosa, Luis Mateo, Pombo, yo mismo) no estamos dispuestos a asumir.

—Fitipaldissssss: Bueno, me retiro ya. Ahora toca leer ‘Mala índole’. Espero verle pronto. Un abrazo.

—Si me deja por Marías, me parece bien. Otro.

—JM_Perona: Don @perezreverte, si me hace el favor, dígale a Javier Marías cuando lo vea que ahora es su turno en mi biblioteca (después de haber completado, casi, la suya) y que no hay mejor manera de hacerlo que con un libro firmado de su pluma, por fetichismo. Yo lo pago, sin duda. Un saludo… Me he arrepentido al instante de este mensaje. Espero que @perezreverte no se enfade por pedirle esto como si fuésemos amigos de toda la vida (ojalá). Lo siento si me he excedido en mi tweet. Por un momento me he sentido como Lucas Corso a punto de entrar a una librería de viejo.

—No me enfado, por supuesto. Faltaría más. Pero Javier hace un par de semanas que no va por la RAE, y no sé si ira antes del verano. Lo de firmarle el libro, por tanto, está difícil. Tal vez pueda hacerlo en la feria del libro de Madrid. Un saludo.

—Que Javier Marías haya muerto sin el premio Nobel le quita mucha categoría al premio Nobel.

—Ahora sí me voy. La tortilla, ya saben. Y una película que el jueves pasado me regaló Javier Marías (‘Los malditos’). Fue un placer. Clic.

(Miles de tuiteos más como estos, sobre libros, autores, recomendaciones literarias, el oficio de escritor y las propias obras de Pérez-Reverte, están recogidos en el libro electrónico La cueva del cíclope, que puede adquirirse aquí. Esta serie está ilustrada a menudo con fotos de las bibliotecas de los lectores junto al logo de Zenda. Si alguien quiere colaborar con la suya, y van a hacer falta muchas, puede enviarlas por Twitter a la cuenta @Rogorn o a este hilo del foro Zendalibros, donde también se puede comentar)

Todas las entregas de ’50 tuiteos sobre literatura’

Imagen de portada: Javier Marías-Arturo Pérez-Reverte. Por Jeosman

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Rogorn Moradan. Editor: Arturo Pérez-Reverte.22 de septiembre 2022.

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Los 5 mejores libros de Javier Marías para descubrir por qué era un grande de la literatura española.

El escritor Javier Marías, candidato al Nobel y uno de los principales representantes de la literatura española contemporánea, falleció ayer por complicaciones de una neumonía. Recordamos cinco de sus grandes obras para adentrarnos en su universo literario.

Era uno de los grandes escritores de nuestro tiempo, un gran amante de William Shakespeare y un autor capaz de elevar la pluma por encima de todos sus contemporáneos. Con la muerte, ayer, de Javier Marías, la literatura española perdió a uno de sus grandes representantes, Premio de la Crítica en dos ocasiones pero que se ha marchado sin recibir ninguno de los dos grandes galardones de nuestras letras, el Cervantes o el Princesa de Asturias.

Eterno candidato al Nobel de Literatura y miembro de la Real Academia de la Lengua, Javier Marías falleció en la tarde del 11 de septiembre de 2022 por complicaciones en la neumonía por la que permanecía ingresado desde hace casi un mes. Era hijo del filósofo Julián Marías, y pasó gran parte de su infancia en Estados Unidos, exiliado junto con su familia para alejarse de la dictadura franquista.

Fue alumno del Colegio Estudio, nutrido en el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, y se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid. En 1970 escribió ‘Los dominios del lobo’, la primera de las 16 novelas que publicó hasta 2021 y de las que hemos elegido las cinco mejores para que te adentres, si aún no lo has hecho, en la prosa de este enorme autor.

‘Tu rostro mañana’ es la primera novela de la trilogía ‘Tu rostro mañana’, que gran parte de la crítica literaria extranjera considera como la mejor obra de Javier Marías y que fue publicada entre 2002 y 2009. El protagonista es Jacques, que regresa a Inglaterra para huir del fracaso de su matrimonio, y allí descubrirá que posee un don: es capaz de ver lo que la gente hará en el futuro y analizar sus rostros.

Con este ‘poder’, será contratado por un grupo sin nombre que en la Segunda Guerra Mundial creó el M16, el Servicio Secreto británico. Deberá escuchar, fijarse y decidir si quienes tiene delante serán víctimas o verdugos, si serán capaces de morir o de matar. Un libro sorprendente, increíble y brillante en el que cada situación es una excusa para reflexionar sobre lo que somos.

2) ‘Mañana en la batalla piensa en mí’ (1994)

Esta es una de esas novelas en las que, cuando te quedan solo 30 páginas, te invade una extraña tristeza porque se está terminando el gozo que te provoca leerla. ‘Mañana en la batalla piensa en mí’ es una de las novelas en las que el sello magistral de Javier Marías deja mayor impronta. La muerte, la locura, la obsesión… son algunos de los temas de este libro protagonizado por Víctor, un guionista y escritor de relativo éxito, que tiene una cita con Marta Téllez, casada y madre de dos hijos. Pero su esposo está en Londres.

Con ganas de verse, la velada transcurre con tensión sexual y ganas, hasta que ocurre lo inesperado: Marta comienza a sentirse mal y acaba falleciendo en la cama de matrimonio, con Víctor a su lado y sus hijos durmiendo en la habitación del lado.

3) ‘Tomás Nevison’ (2021)

A modo de ‘spin-off’ o segunda parte de su anterior novela, Javier Marías escribió ‘Tomás Nevison’ para adentrarse en la historia de uno de los personajes de ‘Berta Isla’. Nevinson es el marido de Isla, y regresa en 1997 a los Servicios Secretos para cumplir una arriesgada misión: viajar hasta una ciudad del norte e identificar a una persona, medio española y medio norirlandesa, que participó en atentados del IRA y de ETA en los años 80.

A lo largo de la novela, fabulosamente bien escrita y con todos los ingredientes para ser adictiva, el autor nos invita a una profunda reflexión sobre el bien y el mal; cuáles son los límites entra ambos y quién hace la definición de lo que está mal hecho. Marías juega también con la idea de que, aunque pensamos que ya nos ha pasado de todo en esta vida, siempre puede suceder algo más… Es su última novela publicada.

4) ‘Tiempos ridículos’ (2013)

Se trata de la mejor colección de artículos publicados por Javier Marías en ‘El País Semanal’ entre febrero de 2011 y febrero de 2013 y, francamente, no se hubiera podido escoger mejor título a sus reflexiones (un título que también podría servir para los tiempos que corren). En este tomo, se recopilan 96 columnas en las que, en pequeñas píldoras, queda claro cuál era su talento, su capacidad escritora y su habilidad para introducir el sentido del humor; aunque como estos artículos hablan de la época de la crisis económica, quizá ese humor quede más desdibujado. Entre los artículos preocupantes y tremendos, aparecen las ‘treguas’, remansos de paz en la lectura sobre los héroes de los tebeos de su época, la nueva Ortografía de la RAE o incluso cómo un determinado entrenador rebajó al máximo su pasión como madridista.

5) ‘Corazón tan blanco’ (2006)

Es uno de los títulos más relevantes de la obra de Javier Marías: ‘Corazón tan blanco’, una obra en la que se habla sobre cuándo hablar y cuándo callar; la importancia del secreto; el sentido del matrimonio e incluso cómo el asesinato puede salpicar todo esto. Juan Ranz es el protagonista de ‘Corazón tan blanco’, traductor e intérprete de profesión, pero ahora es un recién casado de luna de miel en La Habana. Asomado al balcón, es confundido por una desconocida que espera en la calle, y sin querer escucha una conversación de hotel.

Imagen: Cubiertas de libros de Javier Marías

FUENTE RESPONSABLE: Elle. Por Begoña Alonso. 12 de septiembre 2022.

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