Gato Barbieri y la música del Tercer Mundo.

Desde el centro hacia los márgenes. Desde New York a la periferia. Leandro “Gato” Barbieri, el saxofonista argentino que unió dos mundos para crear uno nuevo: el free jazz y el brillo del bronce sobre ritmos indoamericanos. La sombra de Gato vuelve a escena con la publicación de una biografía firmada por Sergio Pujol. “Vincular el sintagma `Tercer Mundo´ al jazz, desde una perspectiva latinoamericana, fue un enorme aporte”, dice el autor en esta entrevista.

Voy a hinchar por la paz/ Por la alegría, por el amor/ Por las chicas bonitas/ Yo voy a hinchar, voy/ Por el verano, por el cielo azul/ Por el otoño, por la dignidad/ Por el verde lindo de ese mar/ Por las cosas útiles que se pueden comprar con diez cruzeiros/ Por Santo Tomás de Aquino/ Por mi hermano/ Por el Gato Barbieri/ Por mi amigo que sufre del corazón. 

Arriba, omitidos algunos versos, la canción con la que Jorge Ben construye su antología de apoyos inapelables. En la sucesión de sustantivos despega la figura de un músico que, de estar vivo, completaría 90 años el próximo 28 de noviembre. Leandro “Gato” Barbieri, el arquitecto de la música del Tercer Mundo

Gato solía recordar su amistad con Jorge Ben: Barbieri y Ben, sin embargo, no grabaron juntos. «Quedábamos para grabar, pero llegaba tarde, o a veces ni siquiera venía. Así era Jorge Ben. Pero era un genio, eh». Gato estaba súper conectado con la onda brasileña: en una época compartió piso neoyorquino con Naná Vasconcelos y Glauber Rocha

“Improvisábamos con Naná durante horas, mientras Glauber preparaba feijoada en la cocina. Y fue él, Glauber, quien me dijo que yo también era de una cultura pobre y marginada y que el jazz podía ser el vehículo para expresarlo. Que ser negro o tercermundista era la misma cosa; era estar al costado del mundo”, le dijo Barbieri a Diego Fischerman.

Su exigido corazón (“tuve problemas con el alcohol y las drogas”) y una brava ceguera no le impidieron tocar hasta sus últimos días en el Blue Note de Nueva York, mítico reducto del jazz.

Con Vasconcelos tuvo una fructífera relación. Era el choque de dos personalidades con tendencia a lo experimental; darle play a Amazonas, disco lanzado en 1973, para escuchar el trance y desconcierto que Naná propicia con sólo dos conceptos, sonido y experimento. Vasconcelos es el encargado del berimbau y las congas en Fénix, el disco que arbitrariamente (aunque no tan arbitrariamente) hemos elegido recomendar aquí. Junto al disco difundimos en esta oportunidad una novedad editorial.

La sombra del Gato vuelve a pestañear por tejados nocturnos: Sergio Pujol, escritor y ensayista, autor de -entre otros- Jazz al sur. Historia de la música negra en la Argentina (Emecé), publicó recientemente Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo (Planeta). Se trata del rescate de una figura esquiva a símiles

El 19 de noviembre de 2015 fue distinguido con un Grammy a la Excelencia Musical. Fue el segundo Grammy de su vida; el primero lo recibió por la música de Último tango en París, trabajo que significó el salto -gatuno- de su carrera profesional.

¿Son esos “sonidos del Tercer Mundo» una elaboración consciente o acaso se trata de una obra en la que las huellas de la biografía se cuelan con evidencia? ¿Hay un estilo Barbieri o, por el contrario, su música es el resultado de una búsqueda constante de identidad? Inquietudes de este tipo trasladamos a Pujol. 

-Hay algo notable: yéndose muy joven de la Argentina termina grabando fuera “El arriero”, “Luna tucumana”, “Mi Buenos Aires Querido”, por nombrar a la ligera. Himnos de una autoría casi anónima cifrados en los términos de free jazz, la experimentación y el contraste evidente entre el saxo y el resto. Habiendo investigado su vida, ¿a qué podría atribuírsele esa especie de “nostalgia de repertorio”? 

Pujol- Por un lado, Gato vivió no sin conflicto el desarraigo. Sin el impulso de Michelle (su primera compañera) es probable que no se hubiera ido jamás de la Argentina. Seguramente, interpretar esos y otros temas de raíz argentina y latinoamericana fue un modo de “volver”, o de no terminar de irse del todo. Del mismo modo que amaba Newell´s –decía que el club era para él más importante que la Argentina-, el tango y el folclore jamás le fueron indiferentes; no los había practicado, su iniciación musical fue el jazz, pero estaban impresos, por así decir, en su memoria emotiva.

Por otro lado, la elección de ese material respondió a un fin político: hacer que las tradiciones “tercermundistas” ingresaran en el universo del jazz, del mismo modo que el pianista Dollar Brand partía en sus improvisaciones de temas folclóricos sudafricanos. ¿Qué otra cosa sino un enorme homenaje a la memoria del Che Guevara es el disco Bolivia? En todo caso, esa “nostalgia de repertorio” que señalas se manifestó más tarde, y de un modo paradójico, cuando volvió a tocar standards de jazz con Néstor Astarita y Carlos Franzetti en su último disco de estudio, poco antes de su muerte. Así volvió a la Buenos Aires de fines de los 50.

Para él era más “porteño” un tema de Miles Davis o de Coltrane que un tango, con la excepción de Piazzolla, lógicamente.

«Mi música es de todos los países. Por eso vienen a verme desde Rusia, desde Italia, desde Buenos Aires. Cuando toco yo el boliche siempre está lleno, ¿Entendiste?», le dijo Gato a La Nación.

Desde el centro mismo de la industria del jazz y el capitalismo, New York, ciudad en la que se instaló para siempre, Gato trabajó en la yuxtaposición de materiales: sobre ritmos de raíz, donde lo sudamericano se destaca, sobrevuela la sombra de su impronta y la crispación y apaciguamiento que su saxo intercala. 

La música del «Tercer Mundo» inició con un disco llamado precisamente The Third World, publicado por el sello Flying Dutchman. Para Pujol, las publicaciones de Flying Dutchman son lo mejor de Barbieri.

¿Qué significa Tercer Mundo? ¿Qué jerarquías diseña un hombre que se formó en la noche porteña de los años 50, saltó joven hacia Europa para finalmente instalarse en NY y hacer desde allí la música de los márgenes?

Son demasiadas -y entreveradas- preguntas. Sobre esa sinuosa bio trabajó Pujol, quien recuerda aquel día de la primavera de 1996 en que llamó desde Buenos Aires a NY y escuchó del otro lado, en un español neutro, digno de doblaje: “¿Aló…?”.

-Jazz al sur. Historia de la música negra en la Argentina bucea en los orígenes locales y las figuras de una escena de lo más diversa, músicos que no siempre compartían concepciones. Como conocedor de ese espectro, ¿cuál es para usted el distintivo de Barbieri? 

Pujol- En primer lugar hay que decir que ningún músico de jazz argentino del siglo XX, con la sola excepción de Lalo Schifrin, se integró tan rápidamente a la escena del jazz internacional. Oscar Alemán fue un genio de la guitarra en la París de los años 30, pero nunca llegó a ser conocido en los Estados Unidos, y desde que regresó a Buenos Aires en 1940 su nombre sólo circuló entre expertos en el gypsy swing y la guitarra. Gato descolló junto a Don Cherry, impulsó la escena del jazz italiano de los años 60, participó en la Liberation Music Orchestra de Carla Bley y Charlie Haden –gran momento del free y el jazz moderno– y desde 1969 creó un estilo absolutamente personal. Haber logrado vincular el sintagma “Tercer Mundo” al jazz, desde una perspectiva latinoamericana, fue un enorme aporte. Hasta ese momento, nadie lo había hecho. Al menos de un modo tan contundente y personal. Gato impuso un sentido de “latinidad” jazzística diferente al del llamado latin jazz. 

“Mostró que se puede ser un jazzman “latino” más allá de la influencia afrocubana y caribeña”

Pincha el siguiente link para ver el vídeo. Muchas gracias.

Gato Barbieri – Tupac Amaru

Gato Barbieri – Tupac Amaru

Haciendo un repaso de las propuestas estéticas de Barbieri puede pensarse que 1974-1976 es una etapa de transición, el fin progresivo de su música de “Tercer Mundo” y el inicio de un tiempo vinculado al pop, al “easy listening».

El trabajo junto a Bernardo Bertolucci y el éxito de Último tango en París le abrió puertas, reventó candados. De la mano de su compañera Michelle, argentina con ciudadanía italiana, cercana a Pier Paolo Pasolini y vinculada con la creme intelectual de los sesenta, Gato consigue imprimir su apellido en los créditos principales de un film que sigue generando «cosas». 

Bertolucci entendió algo: la historia que quería contar necesitaba de la fibra y los vaivenes de la música, un leitmotiv que autorregula su intensidad y sugerencia a lo largo de la película. Algo similar comprendió Pino Solanas con Sur, donde la figura de Goyeneche y la música de Piazzolla justifican la cinta. 

¿Fue el Último tango el fin del Tercer Mundo?

En la edición de agosto de 2019, la Rolling Stone incluyó el disco El Pampero entre los diez álbumes de jazz más notables de la década de 1970.

-¿Cree que hubo un quiebre con el éxito comercial que significó Último tango en París, que lo posicionó en un lugar, podríamos decir, de confort? 

Pujol- La ruptura se produce recién en 1976, cuando firma con A&M y graba Caliente!, un disco de super producción en el que se observa un cambio en los arreglos y el repertorio. Obviamente el éxito internacional de Último tango en Paris lo vuelve muy conocido en todo el mundo, y eso le abre puertas, empezando por las del sello Impulse!, con el que graba la saga de “chapters” latinoamericanos. Pero no veo un quiebre entre lo que venía haciendo desde The Third World (1969) hasta Viva Emiliano Zapata (1974). La diferencia entre la etapa con Flying Dutchman (en mi opinión, la mejor de toda su carrera) y la que inicia en Buenos Aires en 1973 está en el hecho de que para la segunda decide convocar a músicos argentinos, varios del campo del folclore, como Domingo Cura, Antonio Pantoja y Raúl Mercado. Él decía poder trabajar mejor la cuestión rítmica con músicos argentinos. El giro pop se dará en la segunda mitad de los años 70. Efectivamente, su música se “ablandará”, alejándose de la escuela del free. Pero aun así, la fuerza y la brillantez de su sonido no llegarán a encajar del todo en la categoría “smooth”. Por otra parte, en los “vivos” siempre tocará algunos temas de la época de “Chapter One” y demás. Por ejemplo, “La China Leoncia…” o “El arriero”.

Después de Último tango… se sumó al catálogo de Impulse!, el sello donde Coltrane publicó sus mejores discos. Allí editó Chapter One: Latino América (1973), Chapter Two: Hasta siempre (1974), Chapter Three: Viva Emiliano Zapata (1974) y Chapter Four: En vivo en Nueva York (1975).

¿Qué puede encontrar el aficionado al jazz en «Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo»?

Pujol- Para el aficionado, el libro trae una narración bastante completa de las rutas musicales transitadas por Gato; algunas de ellas, sospecho, no estaban bien estudiadas hasta ahora. Es probable que más de uno cambie o modifique un poco la idea que tenía de la música de Gato. Pero me gustaría que el libro también llegara a un lector de intereses culturales amplios, no necesariamente aficionado al jazz. Al fin y al cabo, a lo largo de más de la mitad de su vida Gato tocó para esa clase de oyente.

Barbieri alcanzó lo que todo músico anhela: un sonido propio, personal: el sobrevuelo panorámico de su melodía sobre ritmos tan diversos como la zamba, el samba, la chacarera, el tango y todo lo que derivó de África en América. En ese vuelo panorámico, que intercala los espasmos de excitación y fiebre con tramos de distensión, está condensado el sonido que lo hace distinto a todos.

Disco completo en YouTube, aquí

*Sergio Pujol fue reconocido en 2007 por la Fundación Konex con el diploma al mérito por su labor en la investigación y el periodismo musical. Es autor de “Oscar Alemán: la guitarra embrujada” (Planeta, 2015).

Imagen de portada: El folk sudamericano y la música popular conjugada con la fiebre y la experimentación del free jazz. “Era una guerrilla musical y tenía que sonar así”, dijo Barbieri sobre sus sonidos tercermundistas.

FUENTE RESPONSABLE: Cba24.com.ar Por Franco Gatica. 11 de noviembre 2022.

Sociedad y Cultura/Música/Jazz/Homenaje/ El “Gato Barbieri”/ Entrevista.

 

Keith Jarrett y Pasolini: la vida está desafinada.

Parte II

El Köln Concert‘ se transformó en un ícono al poco tiempo de editarse.

Además de ser vanguardia en su propuesta musical, consiguió convertir a Keith Jarrett en un fenómeno de masas (masas pequeñas, pero masas al fin y al cabo), acercando al jazz a toda una generación europea y generando un espacio musical propio y diferenciado en el viejo continente. Gracias a su éxito de ventas, le dio la posibilidad a la discográfica ECM de seguir generando nuevas propuestas. Su slogan sigue siendo desde entonces:  «El sonido más hermoso después del silencio».

Si deseas profundizar esta entrada; cliquea donde se encuentra escrito con color “azul”.

El pianista Ernesto Jodos asegura: «La música parece estar signada por dos variables: armonías muy simples (todo lo que ese piano podía hacer) y algo de maratónico en el largo de las improvisaciones (una especie de «lucha» contra esos dolores). Yo, sin saberlo, solía dormir la siesta escuchándolo, a los quince años, en el sofá de la casa de mis viejos. 

No lo volví a escuchar hasta que vi por primera vez la escena en la que Nanni Moretti usa una sección del concierto para musicalizar su paseo en Vespa por el sitio donde fue asesinado Pasolini.

Recién ahí, me di cuenta del poder emotivo que tiene esa música. Nunca es tarde…»7.

Parte IIB

Caro diario es la película más conocida del conocido director italiano Nanni Moretti. De hecho, fue esa película de 1993 la que le dio fama internacional y le situó en el mapa del prestigioso cine de autor. Es una película dividida en tres capítulos y hacia el final del primer capítulo, de repente, en uno de los momentos más celebrados del film, Nanni Moretti dice: «No sé por qué, pero nunca he ido al lugar donde asesinaron a Pasolini». 

Los siguientes cuatro minutos y cincuenta y cuatro segundos de la película transcurren sin diálogo alguno, tan solo vemos a Nani Moretti en su vespa conduciendo hacia la playa de Ostia. Le acompaña durante todo el viaje el Köln Concert.

Pasolini, cineasta, poeta, intelectual y una de las personas más incómodas de la vida pública italiana, murió asesinado en 1975, apenas once meses más tarde del recital de Jarrett en Colonia. 

A Pasolini le gustaban los chicos jóvenes y le gustaban los chaperos. Tras su asesinato se detuvo a un joven que declaró que Pasolini había intentado violarlo y que lo había matado en defensa propia y huido en su coche. Fue sentenciado a nueve años y medio. Nadie, ni remotamente, se cree esto. 

Pese a que ni el testimonio ni las pruebas casaban y había indicios claros de que los asesinos eran al menos tres, el caso se cerró. Una bronca entre maricas, viene a decir la sentencia, una disputa de índole sexual, exactamente. En 2005 el único encausado cambió su declaración y admitió que fueron tres y que él no participó. Después, volvería a cambiarla para admitir que era una emboscada preparada. 

Más de setecientos intelectuales italianos exigieron la reapertura del caso. Se abrió y tras años de investigaciones se cerró definitivamente en 2015 sin ningún nuevo acusado ni dato añadido. Esto fue lo último que dijo Pasolini en su última entrevista en vísperas de su muerte: «Tú no sabes quién está pensando en matarte ahora. Pon ese titular, si quieres: Todos estamos en peligro». 

Hoy se sigue marcando como un homicidio casual, pero casi todo el mundo da por bueno el complot entre los servicios secretos, la iglesia y los políticos —si es que hubiera alguna diferencia entre ellos—. 

Según la autopsia a Pier Paolo le habían dado una paliza brutal, con hematomas y roturas por todo el cuerpo, tenía los testículos reventados y una hemorragia cerebral. Después le pasaron por encima con su propio coche aplastándole los órganos internos. Maria Teresa Lollobrigida, la mujer que encontró el cadáver, dijo que en un principio le había parecido ver simplemente un montón de basura 8.

En el informe de la autopsia se lee:  «Corazón; estallado».

El nuestro también, Pier Paolo. Sangre y ceniza se mezclan con la arena, el piano sigue sonando, Moretti detiene su moto junto a la vieja verja. Vemos en el lugar del asesinato una escultura en homenaje a Pasolini, las hierbas crecen alrededor, está rota y hay trozos de cemento dispersos por el suelo. 

En todas partes, lo sabemos bien, hay una memoria oficial y una memoria popular. Nanni Moretti decide solo mostrar, ni un solo diálogo, ni una sola palabra, salvo el Köln Concert. El día que Pier Paolo murió, Pasolini se convirtió en inmortal. El piano de Keith Jarrett se para.

Parte IIC

En 2005, el Festival de Jazz de Donostia hacía entrega del premio Donostiako Jazzaldia a Jarrett. No era una edición cualquiera, era la número cuarenta y tamaña cifra necesitaba de una estrella a la altura del aniversario. En apenas minutos las entradas para la entrega del premio en el auditorio del Kursaal y el posterior concierto con su legendario trío estaban agotadas. 

Estoy sentado con Elena en paraíso, que es la forma elegante de llamar al gallinero. Elena toca el piano, yo no. Aparecen Gary Peacock y Jack DeJohnette; tras ellos, Keith Jarrett. Curiosamente, en mi mitología personal de hazañas sonoras no se encuentra este concierto. Hay otros que en su momento me dejaron mayor marca, pero con el tiempo su huella ha ido creciendo. Ahora, hoy, su importancia es innegable. Nunca volveré a ver a Keith Jarrett en un escenario.

Hace veintiún meses, un 14 de octubre, se publicaba una entrevista en el New York Times donde rompía su silencio de varios años. 

Había sufrido un derrame cerebral a finales de febrero de 2018, y otro en mayo. Así lo cuenta a The New York Times: «Quedé paralizado. Mi lado izquierdo aún lo está parcialmente. Ahora puedo intentar caminar con un bastón, pero tardé mucho en llegar a este punto, más de un año». Esta situación choca frontalmente con su capacidad para tocar. A medida que iba recuperando parte de la movilidad hizo pequeños acercamientos al piano, sin éxito: «Intentaba imaginar que era Bach con una sola mano, pero era como juguetear». Y añade en la entrevista: «Solo puedo tocar con mi mano derecha, y ni eso me convence».

El deterioro no es solo físico: cuando recientemente intentó tocar algunas viejas melodías de bebop en el estudio de su casa descubrió que había olvidado muchas por las secuelas de los derrames. «Cuando escucho piano tocado con dos manos es muy frustrante, de una forma física. Incluso escuchando a Schubert, o algo interpretado con suavidad, porque sé que no podría hacer eso. Y no es esperable que vaya a recuperarme de ello. Lo más a lo que aspiro con mi mano izquierda es a recuperar la capacidad de sostener una taza con ella».

Se trata de la pérdida para la música de uno de los más grandes del siglo XX, uno de los pocos que uno podía señalar como el más importante improvisador vivo del mundo 9.

Esta vez. pese a sí mismo, Keith abandona el escenario con dignidad. Imposible no acordarse de ese momento bajo la lluvia; recuerda, Vera, «esto solo lo hago por ti». Aquella desangelada noche en Colonia, solo lo hizo por ti, pero los cuatro millones de personas que hemos conseguido esa grabación a lo largo de cuatro décadas, te damos las gracias.

Quizá, incluso, también Keith Jarrett.

Vera Brandes, gracias.


Notas

(1) Ian Carr. Keith Jarrett: The man and his music. (Da Capo Press)

(2) Yahvé M. de la Cavada. «El piano de Keith Jarrett se queda en silencio». (El País)

(3) Juan Carlos Garay. «Keith Jarrett: un improvisador descomunal se despide con ‘Budapest Concert’». (Semana)

(4) Paul Gambacinni. For one night only – Series 6- Keith jarrett: The Cologne concert. (BBC Radio)

(5) Paul Gambacinni. For one night only – Series 6- Keith jarrett: The Cologne concert. (BBC Radio)

(6) Ian Carr. Keith Jarrett: The man and his music. (Da Capo Press)

(7) Eduardo Slusarczuk. «A 45 años de su grabación, The Köln Concert, de Keith Jarrett: la pesadilla que se convirtió en éxito» (Clarín)

(8) Se cumplen 43 años del asesinato de Pier Paolo Pasolini. (RTVE)

(9) Yahvé M. de la Cavada. «El piano de Keith Jarrett se queda en silencio». (El País)

Imagen de portada: Keith Jarrett en 1972. Foto: Cordon.

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Iván Batty.

Sociedad y Culturas/Música/Jazz/Keith Jarret/Piano/Nanni Moretti/Cine/Pier Paolo Pasolini/Vera Brandes. 

 

Keith Jarrett y Pasolini: la vida está desafinada.

Parte I

Es una historia bien conocida. Keith Jarrett y un piano desafinado, Keith Jarrett y la gran Ópera de Colonia, Keith Jarrett y el disco de piano más vendido de todos los tiempos. 

Un 24 de enero de 1975, lluvioso, uno de los pianistas más famosos del siglo XX —todavía no lo es, pero lo será a partir de esa noche— llega a Colonia, una de las ciudades más importantes de lo que fue Alemania Occidental.

Si deseas profundizar esta entrada; cliquea donde se encuentra escrito con color “azul”.

Tiene veintinueve años y había empezado a recibir clases de piano antes de los tres y para los siete daba recitales interpretando a Mozart, Bach y, también, sus propias composiciones. Ya ha pasado por diferentes formaciones de jazz y tocado con Charles Lloyd y Miles Davis

Con veinticinco años había recibido la llamada de Manfred Eicher, un tipo con una discográfica llamada ECM que estaba más interesado en la calidad de las grabaciones que en hacer dinero. Jarrett comparte esta postura y elige este pequeño y casi recién nacido sello alemán. En 1973, se embarcan en una gira de dieciocho conciertos con solo él al piano, improvisando. Esta titánica y nunca vista tarea se repetirá en 1975. Esta vez serán veinticuatro conciertos.

«Estos recitales en solitario eran eventos importantísimos en cuanto a la música del siglo XX… no tienen precedente, no solo en la historia del jazz sino en toda la historia del piano. No eran interpretaciones de composiciones aprendidas de memoria, tampoco eran variaciones sobre temas ya compuestos. Eran intentos de muy larga duración (a veces hasta de una hora) de improvisación total, la creación de todo desde cero: ritmo, temas, estructuras, secuencias armónicas y texturas»1. 

Debido a lo extenuante de la gira, Jarrett pide tocar en días alternos para poder descansar, pero les llaman desde Colonia y les dicen que tienen reservada para él la Ópera de Colonia. Es una gran oportunidad, en una gran sala, unos mil cuatrocientos asientos. Pide un gran piano, un Bösendorfer 290 Imperial. Los responsables de la sala dicen que lo pueden conseguir. 

Deciden ir. Keith Jarrett, que lleva toda la gira con intensos dolores de espalda que apenas le dejan dormir, se mete en un Renault 4 y conducen seiscientos kilómetros desde Zúrich. Está destrozado, llegan a Colonia recibidos por un tiempo inhóspito y una joven sonriente. La joven se llama Vera Brandes y tiene diecisiete años. Empezó a organizar conciertos de jazz y giras a los quince años. Es, con diferencia, la productora musical más joven de Europa. Manfred está cansado y Keith está todavía más cansado. Deciden ir a ver el piano y la sala, después se irán a echar una siesta. 

Al llegar al escenario se encuentran con que el piano es mucho más pequeño, no es el piano que habían pedido. Sorprendidos, lo prueban. Está totalmente desafinado, además, las notas agudas apenas son pasables y las graves no tienen ninguna fuerza. En una sala tan grande, el público no será capaz de oír esas notas, los pedales tampoco funcionan correctamente. Manfred y Keith se miran. Silencio. Manfred se acerca a Vera y le dice «o se cambia el piano o no hay concierto». 

Vera entra en pánico, se han vendido todas las entradas. Los encargados de la ópera han intentado encontrar el piano correcto pero al no ser capaces de dar con uno, han sacado un piano que había en el almacén y se han ido a casa. Un piano que solo se usaba para ensayos de ópera y nunca para recitales.

Vera empieza a llamar a todas las tiendas de música, fabricantes y conocidos. Por fin encuentra el piano correcto, el que debería estar en el escenario, pero ya es demasiado tarde. Los transportistas también se han ido a casa. Mientras, ha llegado un afinador para intentar conseguir sacar algún sonido decoroso de ese viejo instrumento que ocupa ahora el escenario. Keith decide marcharse al hotel, el concierto se suspende. 

Vera consigue convencer a su amigos para ir hasta donde se encuentra el piano correcto y empujarlo entre todos por las calles de Colonia hasta la ópera. Hay tiempo, el concierto está programado para las once y media de la noche, después de terminada una representación. Nunca se ha hecho un concierto de jazz en esa histórica sala y ese es el único horario que les van a permitir. Los amigos se ponen en camino, pero el técnico afinador le explica que si empujan un gran piano de cola por la calle, bajo la lluvia, arruinarán ese piano para siempre. No le quedan más opciones. Vera corre hacia la calle, llega hasta al Renault 4, se para junto a la ventanilla del pianista y le implora que toque. Keith Jarret la mira. Está empapada y desesperada.

Parte II A

Aquí, me temo, tenemos que hacer un inciso.

Probablemente, ustedes sabrán lo peculiares y estrambóticos que son los genios artísticos. En concreto, los músicos. Más en concreto, los pianistas. Y dentro de los peculiares y estrambóticos, también abundan los pedantes, engreídos e insufribles. La lista es larga. 

A saber, entre otros, Arturo Benedetti Michelangeli, que casi suspendió más conciertos de los que dio porque la temperatura y la humedad de la sala no eran las correctas, que se marchó del escenario en un concierto en el Vaticano y no volvió hasta que no se retiraran dos macetas donde había supuestamente una mosca que solo él oía. Nunca daba bises. 

El ínclito Glen Gould denunciando a la fabricante de pianos Steinway por trescientos mil dólares de la época porque su artesano jefe, en una visita guiada por la fábrica, le había dado una palmada en la espalda y decía que desde entonces tenía problemas de coordinación. Sergei Rachmaninov, que cada vez que interpretaba las Variaciones para un tema de Corelli, decidía dejar de tocar cuando las toses del público llegaban a un número específico de molestia. Se dice que su interpretación récord fue en Nueva York, donde consiguió llegar a tocar dieciocho variaciones de las veinte. En fin, hay un top histórico y en ese top está Keith Jarrett. Y está muy arriba en esa lista.

Es verdad que su forma de tocar implica dejarse llevar, una inmersión total. Lo que surge de sus dedos es una comunión entre la inspiración de Jarrett y su relación con el espacio y la audiencia. Así lo atestigua una discografía tan abultada que en cualquier otro músico sería difícil de sostener: una veintena de discos publicados solo en formato de él con su piano, algunos de varias horas de duración, la mayoría de ellos basados en la improvisación pura, con poca o ninguna preparación previa, y prácticamente todos ellos de una calidad excelsa 2.  «Tengo que asumir un estado de conciencia a la vez que un éxtasis, es decir, un estado de sensibilidad llevada al extremo», dijo en 1997; es el lado oscuro del genio, aquella faceta que no nos gusta aceptar de nuestros ídolos, su música improvisada es también el producto de una vulnerabilidad acentuada 3.

Y, por eso, lo lleva mal todo.

Cualquier cosa que pase en el teatro implica que se va a levantar y va a abandonar el escenario para no volver. Casi se ha convertido en una marca del personaje. Su momento álgido llegó en 2007, en el conocido Festival de Jazz de Umbría en Perugia. Concierto a cielo abierto para más de tres mil personas. 

Antes de comenzar, Keith ve a algunas personas que desde el fondo parece que quizá quieran sacar alguna foto. Se dirige al micro. Aquí comienzan un par de minutos de abuso verbal: «No hablo italiano, pero conseguid a alguien que hable inglés que os diga que apaguéis esas jodidas cámaras ya. Eso también va para cualquiera de mi banda, si veis a alguien con una cámara, tenéis todo el derecho a arrancársela. Que alguien les diga a esos gilipollas que apaguen esas cámaras y eso quiere decir tú, y tú y tú… El privilegio es vuestro de poder escucharnos. Me reservo el derecho de marcharnos del escenario, de dejar de tocar y largarme de esta maldita ciudad». 

Todo esto, antes siquiera de empezar a tocar. El público aguantó el repertorio de manera incómoda, su enfado y desagrado eran evidentes. Al final de un corto segundo set, dijo que alguien había vuelto a sacar una cámara y se negó a volver al escenario. El festival declaró después que «Keith Jarrett, como artista es sublime, como persona deja mucho que desear. 

Hemos decidido que su música nunca más sea escuchada en este Festival». 

Lo cancelaron. Pero la memoria es corta y el talento eterno. Es 2013, han pasado seis años y Jarrett es invitado de nuevo a Perugia. Borrón y cuenta nueva, tiene la oportunidad de ser conciliador, hacer un gran concierto y elevar más su figura. 

El director del festival pide una clamorosa ovación de los cuatro mil aficionados allí presentes. El clásico trío, con Gary Peacock al contrabajo y Jack DeJohnette a la batería, aparece en escena. De repente, Keith dice «nos vemos luego» y se marchan. Aparentemente, había visto algo sospechoso. Tras unos tensos momentos, vuelven al escenario. Se colocan y de repente todas las luces del concierto se apagan. Incluidas las del público. 

Tan solo se enciende un tímido foco que ilumina las cuerdas del contrabajo, no se ve nada. Decide dar el concierto así. Al final del segundo set, con algunas tenues luces ya dadas, Keith, antes de marcharse, coge una toalla y le hace un irreverente pase de capote al público, también les enseña el dedo. Por supuesto, no hubo bises. Con este músico tiene que lidiar esa joven. Fin del inciso.

Buena suerte, Vera Brandes.

Sigue lloviendo. Vera sigue empapada y desesperada. Jarrett, con la ventanilla medio bajada, mira a la calada adolescente desde el coche. Después de unos segundos de silencio, dice «Nunca lo olvides, solo lo hago por ti».

Manfred y Keith marchan al hotel. Keith Jarrett ha tomado una decisión y a partir de aquí las cosas solo van a empeorar. En el hotel intenta echar una siesta, pero sus dolores de espalda lo impiden. Llegan a un restaurante italiano cercano al auditorio. En el lugar hace un calor terrible, Keith empieza a sudar. Hay algún problema con los pedidos y su comida sale la última, apenas quince minutos antes de la hora del concierto. 

Está muy caliente y aceitosa, aun así engulle todo lo que puede y sale apresurado hacia la Casa de la Ópera. Camina con una faja puesta y le cuesta llegar. Allí encuentra un banco junto al escenario, no ha dormido en veinticuatro horas y comienza a cabecear. Está en un estado lamentable; cansado, frustrado, dolorido e incómodo. «Cuando finalmente me llaman al escenario es un alivio… ¡Voy a salir ahora con ese piano y a la mierda con todo lo demás!» 4.

Jarrett se acomoda frente a un piano roto y frente a mil cuatrocientas treinta y dos personas. Silencio. Cuando suenan las primeras cuatro notas se oyen algunas risas en el patio de butacas, había tocado las notas del aviso sonoro de la sala. Las que se utilizan para avisar del comienzo o del intermedio del espectáculo. Vuelve el silencio, pero esta vez lleno de fascinación. 

Vera, entre bambalinas, no se lo puede creer, desde el momento que tocó la primera nota todo el mundo sabía que aquello iba a ser mágico. Estaba pasando algo extraordinario. Y pasó durante una hora. Vera, incapaz de contenerse, pasó por platea y por los palcos; en todos los sitios la misma reacción, un silencio maravillado. La belleza de esa larguísima improvisación ha dejado a los mil cuatrocientos treinta y dos asistentes atónitos 5. 

De camino a su siguiente concierto, el ingeniero de sonido y Jarrett escuchan la grabación del concierto, parece que Jarrett no se había dado cuenta de la magnitud de lo sucedido. En ese mismo coche, al escucharlo de nuevo, deciden lanzarlo como álbum. Es 1975, en las tiendas aparece The Köln Concert. Inmediatamente asombra a crítica y público, convirtiéndose en un referente y entrando directamente en el canon de las obras maestras del jazz. 

Probablemente, su estado casi comatoso y todas las batallas anteriores al concierto hicieran que el escenario fuera un refugio de todo ese estrés y toda esa lucha, una huida, y que de allí surgiera esa belleza hipnótica 6. 

O quizá fuera el piano.

Quizá un piano que no estaba preparado para la magnitud de esa sala y al que tenía que aporrear para que lo escucharan desde los palcos. Un piano sin pedales y donde solo funcionaban bien los registros medios. Un piano que le obligó a acercarse a ese concierto de otra manera, favorecer el ritmo por encima de la sonoridad. En definitiva, después de años improvisando y llegando a cotas inimaginables de inspiración, Keith Jarrett, esa noche tuvo que improvisar sobre como solía improvisar. Esa fue la diferencia entre un gran concierto y el concierto de su vida. 

Imagen de portada: Keith Jarrett en 1972. Foto: Cordon.

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Iván Batty.

Sociedad y Culturas/Música/Jazz/Keith Jarret/Piano/Nanni Moretti/Cine/Pier Paolo Pasolini/Vera Brandes.