Dialéctica filosófica en las obras de Borges.

Todo cuanto escribió Borges estuvo sometido a una lógica filosófica.

Los personajes imaginarios en las obras de Jorge Luis Borges forman un viaducto metafísico y filosófico que se alterna con las controversias de lo psicológico y lo intemporal de la memoria. Lo estático o efímero no existen en sus cuentos y poesías, dada la tridimensionalidad narrativa de los mismos, debido a las obsesiones psíquicas que se adueñan de lo imprevisto, de lo absurdo y de lo cabalístico que generan una obsesión que superpone a la realidad como tal.

También se trata de un amasijo de hipótesis históricas que el autor elabora a partir del imaginario para hacer que sus personajes operen desde la dialéctica del azar, equivalente, a la herencia humana. Por ello la crisis que se genera en sus personajes adquiere la noción del tiempo, que adquiere categoría del paraíso perdido del que nos habla Milton.

Borges sopesa que más allá de estas consideraciones está la mitología, la cual juega en sus personajes un destacado papel. A fin de comprender sus visiones con respecto a la eficacia mágica, fantástica o irreal que ocupan sus personajes en sus obras, como los sucesos sobrenaturales que el subconsciente produce en éstos, Borges, los envuelve en el misticismo  profundo, para que avancen en un destino insospechado, por tratarse de la tragedia existencial que padecen desde que nacen hasta que mueren. Los que se salvan de tales acontecimientos disfrutan de un paraíso atávico que no queda fuera de las controversiales vicisitudes de la vida.

Es por esa razón que en las obras de Borges los personajes están dominados por fuerzas extrañas que solo el azar puede resolver y de esa manera el autor argentino y universal desentraña o, mejor dicho, fragua una metafísica muy particular para llegar al fondo de sus personajes y salvarlos de lo evanescente o de la percepción fugaz o escenográfica que prefigura toda existencia humana.

Borges, tematiza las diversas concepciones de Nietzsche, Kant, Heidegger y Hegel

En sus personajes se aguza un mecanismo complicado con relación a los prototipos de enfoques que articulan en cuanto a la imaginería fantástica y misteriosa, porque las situaciones psicológicas que experimentan se caracterizan al explicar los diferentes estados de ánimo. A esto se agrega, el hilo conductor de la manera con que narran sus experiencias y sucesos y a partir de ese clima o ambiente el lector descubre el sello distintivo de su personalidad. Y, desde el lenguaje filosófico, meticuloso y elegante, Borges eterniza su existencia al inferir la causalidad del drama, rasgos que se instalan en el subconsciente sin que el personaje pueda definirlo o solucionarlo a menos que no sea a través de instintos metafísicos.

Aquí se da la paradoja situacional que se convierte en reflexión, paradigma y finitud, tres elementos fundamentales en su cuentística y en la que Borges se vale de los estados patológicos para penetrar a sus personajes de una dialéctica histórica, filosófica y metafísica que revela al mismo tiempo la crisis atemporal por la que atraviesan algunos de sus personajes en los cuentos de su libro El Aleph.

En Borges, el modo de plasmar sus cuentos tiene varias autopistas cuyo recorrido es de largo kilometraje al desmitificar los confines del alma de sus personajes, obligándoles a formar columnas de reflexiones que van más allá de estructuras y lenguajes estéticos porque en ese contexto, el autor enrosca la imaginación creativa en corpus de contradicciones filosóficas que abra de asumir sus personajes para explicar la raíz histórica del mundo y de la realidad.

En efecto, teniendo en cuenta estas hipótesis filosóficas hay que reconocer en las obras de este singular maestro del lenguaje universal, lo que tiene mucha resonancia desde el punto de vista de bosquejar irrealidades donde lo inverosímil determina en que parámetros psíquicos desenvuelve el personaje o sujeto su vida e inmortalidad. Borges, tematiza las diversas concepciones de Nietzsche, Kant, Heidegger y Hegel, entre otros filósofos que dejaron traducidas en sus teorías y metodologías el drama del alma y constelación del subconsciente, las que están presente en su reflexión creativa de apariencias y temores, pero, también, encuadradas en ficciones suprasensibles.

Uno de los filósofos hoy más de moda, Byung-Chul Han, dice: “En vista de la muerte uno se cerciora de sí mismo, del “yo soy”. La muerte humana, es decir, la muerte que es exclusiva del hombre y que lo distingue, es para Heidegger “mi morir exclusivamente mío”. La muerte, que en realidad sería el final definitivo del yo, acarrea un énfasis del yo. La heroica “libertad para morir”, que “se cree capaz de soportar la angustia” o que “está dispuesta a pasar miedo”, se manifiesta como “libertad de escogerse y emprenderse a sí mismo”. Por así decirlo, el yo crece a base de angustia. La existencia “que está dispuesta a pasar miedo”, hace temblar la “autonomía” o el “tener consistencia por sí mismo”. Poder morir en cuanto que poder ser sí mismo significa que la existencia “se escoge su héroe”. (Han, Byung-Chul, Muertey alteridad, traducción de Alberto Ciria, Herder Editorial S. L., Barcelona, pp. 15-16, 2020)

Estas modalidades también se advierten en la mayoría de sus cuentos, poesías y ensayos  donde, todo está determinado por el tiempo. Por ello esa temporalidad no hace más que situarse entre el subconsciente y lo secular del pensamiento filosófico donde pone de manifiesto el extravío ontológico de algunos de sus personajes. De esa manera explora su existencialismo sin fisuras porque los mismos desbordan lo emocional para situarse en una historicidad que los trasciende de modo absorbente.

Por lo que existen en los géneros que este genio de la palabra elaboraba con la materia más pura del pensamiento, rasgos acentuadamente definidos como objetivo puntual de su complejo sistema escritural que constituye la base de su imaginería psíquica, la cual adjudica a sus personajes funciones de carácter escenográficas irrepetibles por el complejo sistema de símbolos y referencias al estar dentro de la antropología histórica y filosófica que les otorga categorías culturales universales.

Por ello es necesario puntualizar que todo cuanto escribió Borges estuvo sometido a una lógica filosófica. Es por esa razón que sus escritos en cualquier género están estructurados sobre la base del pensamiento filosófico y sometido a un estado de vibraciones metafísicas donde el lenguaje en su contexto consigna un ajuste exacto y una dramatización que conlleva, según sostiene Santiago Kovadloff, al estudiar la obra poética de Cecilia Meireles, “cierto tipo de equilibrio entre cierto concepto de forma y cierto concepto de expresión”. (Kovadloff, Santiago, Cecilia Maireles, Mapa falso y otros poemas, traducción del portugués de Estela dos Santos, Calicanto Editorial, S. R. L., Montevideo, 1979, p. 14).

En Borges, la necesidad de explorar lo laberíntico del Ser desde una perspectiva de elementos específicos de la elucubración de la atemporalidad y desde una particular concepción filosófica cuando aborda la pureza discursiva y la historicidad, contiene su actividad mental. Llamemos a esta consecuencia donde están implícitos los fulgores del tiempo, las visiones, los estados de vivencias psíquicas y la conciencia estética, eclética, por demás, por la que discurre una preceptiva que impregna el enigma de sus personajes de transfiguraciones cósmicas egocéntricas y cosmogónicas.

Imagen de portada: Jorge Luis Borges

FUENTE RESPONSABLE: Acento. Por Cándido Gerón. 3 de marzo 2023

Sociedad y Cultura/Literatura/Filosofía/Reflexiones/Opinión

Sueño

Volví a soñar que entro con Jorge Luis Borges a un laberinto. Borges, aunque usa bastón, está bastante entero. Le sirvo de lazarillo debido a que está más ciego que un topo. Caminamos en silencio por uno de los corredores hasta que Borges dice:

—Un dicho árabe postula que “no hables si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio”.

—A mí me gusta ese otro proverbio, también árabe, que dice: “Los perros ladran, pero la caravana avanza”.

—Los lectores hacen que don Quijote la pronuncie acomodada, pensando quizás en ese otro falso autor árabe llamado Cide Hamete Benengeli. La frase no aparece en el libro.

—Eso pasa con algunos personajes, que el lector real (y de oído) se lo apropian ya que éstos saltan de las páginas del libro a la realidad. Al escritor Arthur Conan Doyle le preguntaba la gente en la calle cómo estaba su amigo Sherlock Holmes. Usted lo dijo mejor en una conferencia: “Cuando nos encontramos con un verdadero personaje en la ficción, sabemos que ese personaje existe más allá del mundo que lo creó. Sabemos que hay cientos de cosas que no conocemos, y que sin embargo existen. De hecho, hay personajes de la ficción que cobran vida en una sola frase. Y tal vez no sepamos demasiadas cosas sobre ellos, pero, esencialmente, lo sabemos todo de ellos. Por ejemplo, ese personaje creado por el gran contemporáneo de Cervantes, Shakespeare: Yorick, el pobre Yorick es creado, diría, en unas pocas líneas. Cobra vida. No volvemos a saber nada de él, y sin embargo sentimos que lo conocemos”.

—Elemental, estimado amigo (Borges esbozó una sonrisa traviesa).

—Siempre me ha fascinado su breve ensayo “Magias parciales del Quijote”. ¿Es verdad que leyó el Quijote en inglés?

—Sí. Pero en mi defensa le digo que leí a Shakespeare en rústicas traducciones al español. Sin embargo Shakespeare es tan poderoso que mejora cualquier chapucera traducción.

—Sabe, me gusta esa dualidad que posee. Hay un Borges exquisito que escribe cuentos memorables y está ese otro Borges pesado que dice cada boutade. Como esa que asevera que “Lorca era sólo un gitano profesional”, o aquella: “Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son el Quijote, La divina comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente”.

—A veces digo cosas sólo por maldad ingeniosa. Cuestión en la que Oscar Wilde fue un maestro supremo.

—¿Es verdad que fue inspector de gallinas?

—Aves de corral. Sí. Usted sabe, la vida de un hombre se compone de pequeñas humillaciones y grandes triunfos, o viceversa.

—¿Sabe?, me gusta más como cuentista y ensayista que como poeta.

—La poesía en mí… es otro malentendido.

—No obstante es demasiado hermoso eso:

Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche.

—Todo poeta tiene sus momentos. La inspiración es el mejor invento de la literatura.

Seguimos caminando un buen trecho en silencio hasta que Borges habló otra vez:

—En la antigüedad los laberintos estaban provistos de pequeñas antorchas.

—No se preocupe, Borges, cargo una linterna, y como dice una canción popular: “Yo soy como las linternas que tienen la luz por dentro”.

—Eso me recuerda un antiguo poema escandinavo: “Un sol se quema / dentro de mí / por eso mis frutos son de luz / en cualquier oscuridad”.

—Recuerdo que usted, Borges, vino con María Kodama a nuestro país e insistió en que le llevaran a “ver” los toros coleados.

—Sí. María Kodama es mi mejor boutade, ¿no? Es que la fascinación por el toro está ligada de alguna manera con el laberinto. Además esos frescos minoicos de jóvenes saltando por encima del toro son una publicidad impresionante de esa fascinación.

—Otro colega suyo, un tal Julio Cortázar, escribió una pequeña obra teatral donde invierte el famoso mito del Minotauro.

—A Cortázar le publiqué su primer cuento, “Casa tomada”. Me gustaba esa relación de los hermanos y ese misterio que iba poco a poco adueñándose de la casa. Un gran cuento. Eso de invertir el mito es bastante cortazariano, ¿no? Juego y lucidez le son muy propios. Es como su sello.

—¿Me permite una indiscreción?

—Francis Bacon escribió: “En las cosas que son delicadas y desagradables es conveniente romper el hielo con algunas cuyas palabras sean de menor contundencia”. ¿Pero no es eso lo que hemos hecho hasta ahora?

—¿Y lo de la condecoración de Pinochet?

—Migas de pan para los enemigos de siempre. Muchos escritores se postraron ante Fidel Castro e incluso hubo un poeta chileno que escribió una Oda a Stalin. La literatura me absolverá.

—¿Y el Nobel?

—Un premio que se ha desmejorado mucho. Se lo otorgaron a un tal Aureliano Buendía. ¿Usted me dirá?

—Hay un pequeño libro suyo titulado Libro de sueños que me gusta mucho.

—Sí, recopilé algunos de esos sueños un tanto memorables. Aunque hay un sueño que me fascina y que no está en el libro. Es un sueño de Walter Benjamin: “Visita a la casa de Goethe. No recuerdo haber visto habitaciones individuales en el sueño. Era una fuga de corredores como una especie de escuela. Dos visitantes ancianas inglesas y el portero forman parte de la comparsa en el sueño. El portero nos pide firmar el libro de visitantes, que se encuentra colocado sobre un atril frente a una ventana. Me acerco, lo hojeo y encuentro mi nombre ya escrito con una caligrafía infantil, en letras grandes y torpes”.

Cuando gano la puerta de salida del laberinto el ciego escritor ya no me acompaña, pero veo cómo un viento arrastra un montón de hojas arrancadas de un libro. Abrí los ojos.

Imagen de portada: Hay un Borges exquisito que escribe cuentos memorables y está ese otro Borges pesado que dice cada boutade.

FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Tierra de letras. 13 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Diálogos/Carlos Yusti –Editor en Arte Literal. Escritor y pintor venezolano (Valencia, 1959). Cofundador del grupo literario Los Animales Krakers y de la revista Zikeh. Dirige en la web la página Arteliteral. Su última exposición conceptual es la revista ensamblada La Tapa del Frasco (2015). Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (1991), Vírgenes necias (1994), De ciertos peces voladores (1997), Dentro de la metáfora: absurdos y paradojas del universo literario (2007), Para evocar el olvido y otros ensayos inoportunos (2007) y Poéticas del ojo (2012).

Los pasos perdidos de Borges en Mar del Plata: cómo fueron sus clases de 1966.

Todos los lunes, el ya célebre escritor venía a la ciudad a dictar Historia de la Literatura Inglesa y Norteamericana a apenas ocho estudiantes, quienes terminaron siendo la primera promoción de graduados de Letras de la Universidad Católica. Los recuerdos de dos alumnas y el estudio de la investigadora marplatense Mariela Blanco para reconstruir al Borges profesor.

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Entraba al aula, colmada de gente, se sentaba, colocaba sobre el escritorio nada más que un reloj enorme de bolsillo, de esos antiguos, y empezaba a hablar durante tres horas, de memoria, sin libros ni fichas. Recitaba poemas en inglés antiguo, los volvía a recitar en inglés moderno y los traducía al español en el momento. 

Cada tanto, levantaba su reloj y se lo apoyaba en el único ojo del que veía algo para calcular el tiempo. Hablaba muy bajito y lento, con una voz algo monótona y un ritmo cortado, como la respiración, pero después continuaba. Nadie se animaba a hacer ruidos, comentarios o preguntas.

Así describen a Jorge Luis Borges sus alumnas de las clases de literatura inglesa y norteamericana dadas por el escritor entre abril y septiembre de 1966 en la Universidad Católica de Mar del Plata, entonces ubicada en el Instituto Santa Cecilia. 

Apenas ocho estudiantes, de los cuales eran siete mujeres y un varón, tuvieron el privilegio de tener a Borges de profesor, todos los lunes durante seis meses. Dos de ellas, Beatriz Inchausti y Marta Villarino, quienes fueron docentes de la carrera de Letras de la UNMdP hasta hace poco tiempo, recuerdan en charla con LA CAPITAL sus experiencias de ese curso que Borges dio ya siendo una figura reconocida a nivel nacional e internacional.

Pocos alumnos, muchos oyentes

“Las clases de Borges eran más bien conferencias. Éramos muy poquitos quienes estábamos cursando la materia, pero el aula se llenaba de alumnos y docentes, especialistas en lengua y literatura inglesa, de Mar del Plata y de la zona, era impresionante. 

Nosotras odiábamos eso porque queríamos tener un contacto más humano, pero no podíamos hacer nada. Hasta una vez aparecieron Silvina Ocampo y Bioy Casares a escucharlo”, cuenta Beatriz Inchausti.

Borges, que tenía entre 66 y 67 años, se alojaba en un hotel por una noche porque al día siguiente debía estar de regreso en Buenos Aires. 

Venía en tren, solo, toda una proeza ya que desde 1955 era ciego, aunque algo de visión en el ojo izquierdo le quedaba, lo que le permitía leer la tapa de un libro o consultar la hora. En Mar del Plata lo esperaba un viejo amigo de la vanguardia llamado Homero Guglielmi, “su lazarillo”, un intelectual que fue profesor en la UBA antes de 1955 y que, seguramente por adscribir al peronismo, tuvo que irse de la academia y recomenzar su vida en Mar del Plata, donde publicaba en el diario LA CAPITAL.

La investigadora marplatense Mariela Blanco realiza un minucioso trabajo para reconstruir las clases de Borges en Mar del Plata.

La investigadora marplatense Mariela Blanco realiza un minucioso trabajo para reconstruir las clases de Borges en Mar del Plata.

Recién este año, gracias a los estudios de la investigadora marplatense Mariela Blanco, podremos acceder a sus clases de la UCA, cuyas transcripciones serán publicadas en el transcurso del 2023 en un libro editado por la Biblioteca Nacional. 

Este trabajo nace en el marco de un proyecto sobre las conferencias de Borges que la doctora en Letras, docente de la UNMdP e investigadora de Conicet viene desarrollando formalmente desde 2015, en conjunto con la Biblioteca Nacional, el Borges Center de la Universidad de Pittsburgh y su grupo de estudios “Escritura e invención” que dirige en el Inhus.

La producción oral de Borges

“Las primeras conversaciones se dieron en 2012 con dos colegas de la Biblioteca Nacional, que son Laura Rosato y Germán Álvarez, que habían hecho la enorme tarea de encontrar, buceando en las estanterías de la biblioteca, y luego recopilar los libros que Borges había leído. 

Y también encontraron, para su sorpresa, que había dejado anotadas 20 conferencias que había dado entre 1949 y 1955. Como para ver la envergadura que fue cobrando el trabajo, que tuvo que volverse grupal e interinstitucional, hoy en día ya estamos en alrededor de 300 conferencias, es decir, partimos de 20 y llegamos a eso, solamente contando las que dio hasta 1955”, explica a LA CAPITAL Mariela Blanco sobre los orígenes de sus estudios acerca de la producción oral de Borges.

Seguramente por problemas de salud vinculados con la ceguera, Borges no pudo terminar las pocas clases que le quedaban en la Católica. 

Recuerda Beatriz Inchausti: “Prácticamente terminó el curso, le quedarían dos o tres clases, pero no tomó los exámenes, no le gustaba. A nosotras nos hubiera encantado rendir con él. Dicen que jamás desaprobó a un alumno, supongo que nadie se presentaría sin haber estudiado”.

Por eso, de literatura norteamericana llegó a hablar solamente de Nathaniel Hawthorne y de Edgar Allan Poe. 

“Este dato -agrega la investigadora- nos permite otra constatación que es que estas clases son la continuación de lo que fueron las conferencias. Porque él en 1949 dio una conferencia sobre Hawthorne, que fue la primera dada en el Colegio Libre de Estudios Superiores, después la publicó en ‘Otras inquisiciones’ y en el ’66 la trasladó a un ámbito universitario más formal. 

Borges a veces convertía las conferencias y las clases en ensayos, por eso nuestro error inicial fue pensar que iba de la escritura a la oralidad, cuando a veces era al revés. Creo que es más interesante ir de la oralidad a la escritura, como en este caso”.

Una de las alumnas de las clases de Borges en la Universidad Católica, Beatriz Inchausti, junta a la investigadora Mariela Blanco.

Una de las alumnas de las clases de Borges, Beatriz Inchausti, junta a la investigadora Mariela Blanco.

Los rastros de sus clases

Cada uno de los ocho estudiantes transcribió las grabaciones de sus clases, sobre las cuales Inchausti comenta: “Nosotros grabábamos con cinta y después cada uno tenía la responsabilidad de escribir a máquina toda la clase que se había dado. 

Era una tarea ardua porque como recitaba mucho en inglés, teníamos que buscar los poemas para no cometer errores”. “Las grabaciones no quedaron y eso tiene que ver con lo que se dice en el libro ‘Borges profesor’ (de Martín Arias y Martín Hadis), que es que si tenías una cinta, la regrababas para otras clases. 

Además, si bien en 1966 Borges era famoso, no era la figura mediática que explotaría en los ’80. Por eso, es interesante pensar qué era ir a escuchar a Borges en el ’45, qué quiere decir escuchar a Borges en el ’66 y qué quiere decir en el ’86”, aclara Mariela Blanco.

En ese grupo de alumnas estaba Graciela Mazzanti, la madre de Mariela Blanco, quien además se desempeñó como correctora de este medio hasta su jubilación. “Para mí, esta investigación tiene una carga emotiva súper fuerte por eso. Crecí escuchando a mi mamá hablando de las clases de Borges, pero como esas cosas que están ahí, como el camello en el Corán, nunca había pensado nada particular para hacer con ese dato, hasta que vino Germán Álvarez una vez y me dijo ‘cómo no buscás las clases de Borges en Mar de Plata’”, comparte, emocionada, la investigadora.

Así empezó la búsqueda de los rastros que quedaron de su curso en Mar del Plata. 

Lo primero que hizo fue ir a la biblioteca de la Universidad Católica, que aunque ya no existe se conserva su archivo. Sin embargo, no tuvo suerte: no quedaron registros y hasta le dijeron que Borges nunca había estado en la Católica. 

A pesar de esta decepción, su segundo paso fue ponerse en contacto con las excompañeras de su mamá, que habían sido profesoras de ella en la UNMdP o a quienes conocía desde muy chica. Una de ellas, Celia Pérez Mathiasen, tenía las transcripciones de las clases conservadas de forma muy meticulosa.

CONFERENCIA JORGE LUIS BORGES EN MAR DEL PLATA AGOSTO DE 1966

Blanco pudo recuperar que Borges tenía “una retórica mucho menos trabada en relación con las primeras conferencias. Acá encontramos una explotación de la oralidad muy linda. Usa muchos coloquialismos, apela a la repetición, que me hace acordar a estos temas que tanto le gustaban de las ‘kenningar’. Tiene una hiperconciencia de la oralidad, porque ya también la ha estudiado en las literaturas anglosajonas que le interesaban”.

Borges profesor

“Como yo también soy docente, lo primero que me pregunté es cómo preparaba sus clases Borges. Y las preparaba como un lector crítico, como un lector-escritor preocupado por sus obsesiones. Es decir, él tiene varios ensayos dedicados a cómo crear realismo, cómo crear verosimilitud y habla de los detalles circunstanciales, por ejemplo, en ‘El arte narrativo y la magia’. Él para sus clases también buscaba en cada texto esos mismos detalles y los exponía. Entonces, se ven esas conexiones entre el Borges lector, el Borges escritor que crea una teoría de la ficción y que también la aplica en su modo de leer y compartir lecturas con los estudiantes. 

Esto marca que no es tan escindible el Borges conferencista del Borges profesor o del Borges que crea ficciones. Él estaba en una búsqueda y era una sola”, dice Mariela Blanco para explicar la red de conexiones entre oralidad, escritura y lectura.

“De hecho, en 1966 dio simultáneamente las clases en Mar del Plata y en la UBA (donde enseñó entre 1956 y 1966) y en ese mismo año publicó ‘Introducción a la literatura inglesa’, que es más semejante a las clases de Mar del Plata que a las de Buenos Aires”, advierte y agrega: “Entonces, cuando uno dice cómo pudo hacer tanto, al pensarlo como un escritor que está trabajando siempre en un mismo proyecto, entiende cómo fue posible. Y eso es lo interesante ahora de poner a dialogar todos los materiales en simultáneo o, mejor, primero juntar las piezas y ahora empezar a armarlo”.

Por otro lado, también Borges dejó escritas las estructuras de algunas de sus clases: “Como sabía que se iba a quedar ciego -resalta Blanco-, lo que él hacía muy detalladamente antes de 1955 era dejar la estructura de las clases que después repetiría y también las fuentes que consultaba. 

Con lo cual ahora se puede reconstruir la biblioteca de Borges, sin especular, desterrando ese mito falso de la crítica de las citas apócrifas, lo que abre un nuevo campo de estudios que obviamente nos excede y que va a llevar años y años”.

“Borges empezó a escribir a los 7 años y ya lo hacía bien, tradujo, escribió cuentos, ya era el Maradona de la escritura. Pero en la oralidad no pasó lo mismo. Pensemos: Borges empieza a dar conferencias a los 46, 47 años. Tenía miedo a hablar en público, hasta cierta tartamudez, por lo que hace psicoanálisis para vencer el miedo. Pero él se puede desarrollar como orador, lo que le permite hacer otras cosas que antes no hacía, como ser conferencista y, después, convertirse en el Borges profesor”, agrega Blanco.

El desafío de hablar en público

El camino que Borges emprende como orador comienza en 1946, cuando renuncia a su cargo en la Biblioteca Municipal Miguel Cané a causa de su oposición a la presidencia de Juan Domingo Perón y, por necesidades económicas, se ve obligado a enfrentar los desafíos de un nuevo trabajo, que es hablar en público.

En sus primeras conferencias, las dadas antes de 1955, el grupo de investigación “Escritura e invención” confirmó que Borges de manera alegórica exponía su oposición al peronismo. 

En este caso, en 1966 también hay un diálogo con el contexto político, aunque de una forma muy diferente, como aclara Blanco: “Pasamos de tener un intelectual polemista con el régimen peronista a ser el intelectual orgánico después de la ‘Revolución Libertadora’, del nombramiento en el ’55 como director de la Biblioteca Nacional. Entonces, en el ’66 ya tenemos a un señor que es una institución, así que obviamente su lugar era muy distinto y tampoco olvidemos la proyección internacional. 

Cambia mucho la dinámica del ’60 en adelante, cuando dará clases en universidades de Estados Unidos, acá y en la UBA. Y empieza a tener premios hasta que renuncia a la Biblioteca Nacional y ese es otro gesto evidentemente político. Yo creo que la política nunca está desvinculada de cada cosa que Borges hace, pero obviamente no la lleva con ese grado de lo contestatario que tenía con el peronismo”.

Además de las clases de Mar del Plata que van a salir en formato libro, el resto de las conferencias estarán disponibles en centroborges.bn.gob.ar (Centro Borges de la Biblioteca Nacional) y en borges.pitt.edu (Universidad de Pittsburgh). Actualmente, ya pueden consultarse en ambos sitios las conferencias relevadas hasta 1955.

También, desde los proyectos de investigación dirigidos por Mariela Blanco, lanzaron el año pasado un casting destinado a oyentes de las charlas de Borges, trabajo que se podrá ver en un documental realizado en conjunto con la Biblioteca Nacional.

Yo escuché hablar a Borges

“Yo me escapaba de otra clase para escucharlo”

Entre los asistentes a las clases de Borges en la Universidad Católica, estaba Marta Villarino, una alumna de otra promoción que prefirió escaparse del curso de literatura italiana para escuchar al autor de “Ficciones”. En entrevista con LA CAPITAL, recuerda qué temas desarrolló, cómo era su voz y cuánto impactó en su experiencia docente.

-¿Cómo fue su experiencia como alumna de Borges?

-Se supo a principios de la cursada que Borges había sido contratado para dictar literatura inglesa. En el horario en que daba clases Borges, yo cursaba literatura italiana, procuraba que no me viera el profesor y me escapaba. El curso estaba atiborrado. Se publicitó en toda Mar del Plata y la zona y además corría de boca en boca porque fue en un momento en que Borges tenía una difusión internacional muy importante, estaba consiguiendo premios, publicaba mucho, llamaba la atención. Fue realmente una experiencia rarísima porque yo no era su alumna, iba como oyente, con muchísima curiosidad para escuchar de qué hablaba. Algunos grababan con el Geloso (antiguo grabador de cinta), ponía el micrófono y aparecían otros que se iban colgando a la red y era una maraña de cables, y el pobre hombre tenía siete u ocho micrófonos delante.

-¿Quién hizo los arreglos para que venga?

-Lo llevó el rector de ese momento que era el doctor García Santillán y que habían sido amigos desde la juventud, iban a ver teatro juntos, a reuniones literarias. García Santillán creo que era mayor, era un maestro, una delicia de persona. La primera vez lo presentó como su amigo poeta y lo dejó. Me dio una impresión muy extraña porque se lo veía muy frágil, con bastón, muy elegante, muy bien peinado como las típicas fotos con el pelo hacia atrás. Nos saludó y dijo: “Yo no los veo pero sé que están ahí”.

-¿Qué recordás de las temáticas de esas clases?

-Era desde el primer libro de la literatura inglesa que es el “Beowulf”, el poema épico, hasta escritores contemporáneos de principios del siglo XX. Siempre contaba un poco la biografía pero sobre todo la obra. Era un maestro enseñando porque realmente a uno le despertaba la curiosidad por saber quién era esa persona, qué había escrito, por qué lo mencionaba Borges. Porque si lo mencionaba era por algo particular, o era una imagen, a veces las palabras, el uso del lenguaje, el ritmo. Y su ritmo era un poco extraño, como vemos en los videos que hay, un poco anhelante y siempre esperando respuesta.

Marta Villarino fue alumna de Borges en Mar del Plata y recuerda aquellas clases magistrales.

Marta Villarino fue alumna de Borges en Mar del Plata y recuerda aquellas clases magistrales.

-¿Le ayudaron las clases de Borges para su profesión?

-Yo no seguí literatura inglesa, me dediqué a literatura española. Dicté clases veinticuatro años en la ENET Nº1. Imaginate ir a un curso de electromecánica, de química o de electrónica a dar dos horas semanales de literatura. ¿Cómo incentivarlos en la lectura? ¿Cómo hacerles disfrutar? Cuando empecé un curso, un alumno empezó con que él quería ser mecánico, que para qué servía la literatura, decía cosas como “seguro nos va a hacer leer a Borges” y yo “sí, claro” y él “que ese viejo…” y yo “momentito, que fue mi profesor”. Ahí empezaba la curiosidad y les contaba la historia.

Un año particularmente complicado, porque daba clases los viernes en la última hora, llevé bolsas con todos los libros de cuentos que había en mi casa. La consigna era que lean, que eligieran lo que quieran. Había desde los cuentos más simples hasta toda la obra de Borges. “¿Quién se anima?” 

Y el chico que menos esperaba, que era el que más le costaba, me dice “profe, deme algo de Borges, pero algo liviano porque ya sabe cómo soy yo que mucho no entiendo”. Le di algo para empezar, estuvo todo el viernes leyendo, llega el miércoles y otra vez las bolsas con los libros. “¿Qué nos va a pedir?”. “Ustedes lean. Lo mismo o elijan otra cosa”. Y el alumno me pide el mismo libro. Y ahí empezó con los compañeros: “Mirá, tenés que leer esto”. Un lector que se apasionó por Borges, entendiéndolo seguramente a medias, pero no me importaba porque después multiplicaba las lecturas.

Eso para mí fue muchísimo, al punto que un año, no me acuerdo si fue ese grupo u otro, me piden que los acompañe a la Feria del Libro. En un momento, aparecen dos chicos corriendo, desbocados y me llevaron corriendo a la salida: venía Borges caminando del brazo de una señora que yo no conocía. Yo lo miraba pasar como un dios, viendo un prócer, un mito. Uno de los chicos me pide que le hable y como yo no quería, me empujaron. 

Quedé en frente de Borges, así que le tuve que hablar: “Profesor, ¿cómo está? Yo asistía a sus clases de literatura en la Universidad de Mar del Plata”. Me dijo: “Los recuerdo con tanto afecto”. Era una persona normal, eso es lo que veían los chicos también, que no era un bronce. También me dijo que ese día firmaba ejemplares y me preguntó por el rector y no me animé a decirle que ya había muerto. Cuando vamos a la Feria, estaba firmando libros Borges solo. Yo había comprado el libro que escribió con Sábato (“Diálogos”). Le pasé el libro y él con la mano aplanó la hoja y dibujó una firma, era un gesto que siempre hacía. Eso para mí fue histórico.

Imagen de portada: Fotomontaje de Diego Romero.

FUENTE RESPONSABLE: La Capital. Mar del Plata. Argentina. Por Dante Galdona y Rocío Ibarlucía. 11 de febrero 2023.

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Historias contadas dos veces.

Borges fue un maestro en el arte de escribir una historia de nuevo.

Lo que en música y arte contemporáneo suele llamarse sampleo o apropiación, en literatura se denomina plagio y puede acabar con la carrera de un autor. 

No me refiero a las citas o la intertextualidad, sino a hacer pasar por propio el trabajo ajeno. Todos sabemos que hay algo llamado tradición y que la originalidad no existe. Solo que hay maneras y maneras de rendirle tributo a un autor admirado. 

Abelardo Castillo apoyaba abiertamente este tipo de homenajes: “Si un cuento ajeno le gusta mucho, escríbalo otra vez usted mismo: existen ejemplos ilustres”. Pero en privado agregaba que la condición era que el resultado fuera al menos tan bueno como el relato que había servido como modelo. 

Él mismo lo hizo, aunque de casualidad, cuando sin haber leído antes “El perseguidor” de Julio Cortázar escribió la versión criolla de aquel relato magistral, titulada “Noche para el negro Griffiths”.

El propio Cortázar, después de un accidente que casi le cuesta la vida en abril de 1953, aprovechó el modelo de planos superpuestos que le proponía uno de los mejores cuentos de Borges (“El Sur”, publicado apenas unos meses antes) para narrar su propia internación, una sucesión infernal de agujas, dolores y pesadillas derivada de una septicemia. 

Ese relato se llamó “La noche boca arriba”, y nadie puede dejar de notar las similitudes que existen entre el personaje de Cortázar, que acabará su aventura sacrificado en un altar, y el Juan Dahlmann de Borges, que empuña con firmeza aquel cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.

Borges fue un maestro en el arte de escribir una historia de nuevo: imaginó versiones propias para los relatos de Las mil y una noches, un autor alternativo para El Quijote y hasta un nuevo final para el Martín Fierro. 

Fue incluso más lejos y en 1970 publicó “Historia de Rosendo Juárez”, que le daba una vuelta de tuerca al primer cuento que había publicado, “Hombre de la esquina rosada”, de 1935. También, hay que decirlo, sabía ocultar sus inspiraciones. 

En 1943 escribió un texto inolvidable, “El milagro secreto”. El punto de partida es exactamente el mismo que el de “El puente sobre el Río del Búho”, un relato de Ambrose Bierce de 1890: dos personajes cuya muerte queda en suspenso. Borges tomó un relato magistral sobre la Guerra de Secesión y lo mejoró, transformándolo en una una reflexión metafísica sobre la creación en medio del horror nazi de la Segunda Guerra Mundial. Solo le faltó citar la fuente.

Ahora que lo pienso tal vez no sería mala idea publicar una antología de relatos contados dos veces. 

La versión original seguida del homenaje. El libro podría cerrar con esta historia de borrachos ilustres. En el otoño boreal de 1973 coincidieron en la Universidad de Iowa, para dar clases de escritura, John Cheever (un maestro del cuento, estragado por la bebida) y Raymond Carver (un joven que tardaría aún tres años en publicar su primer libro, aunque a fines de aquella década se convertiría en una celebridad literaria). 

Se suponía que estaban allí para pasar un semestre de tranquilidad que les permitiera trabajar sin alteraciones. Pero los dos eran alcohólicos y, según recuerda Carver, ni siquiera llegaron a quitarle las fundas a sus máquinas de escribir. 

Apenas amanecía, dos veces por semana, iban en el auto de Carver hasta la tienda a llenar el baúl de botellas para encerrarse a beber en la habitación de Cheever. Carver sentía una enorme admiración por Cheever y al año siguiente escribió “Bolsas”, la historia del vergonzante reencuentro de un hijo con su padre, que puede leerse como una versión superadora de “Reunión”, un cuento de Cheever publicado en 1962. Las influencias no solo producen angustia: asimiladas con honestidad y dedicación funcionan como vectores de nuevas ideas. Es la diferencia que existe entre crear algo a partir de una plataforma dada y saquear.

Imagen de portada: Jorge Luis Borges (Ilustración de Alfredo Sabat)

FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Argentina. Por Maximiliano Tomas.  10 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Versatilidad/Versiones superadoras/ Jorge Luis Borges/Julio Cortázar.

Borges y Bioy Casares detectives.

Tras el debut estelar con el anuncio de cuajada, se pusieron a escribir a duo, como divertimento, relatos policiacos, para lo cual se inventaron un autor y un detective.

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Todo empezó con una cuajada. En concreto, con una cuajada pasteurizada que comercializaba la empresa lechera de la familia de Adolfo Bioy Casares. 

Había que redactar un texto para un folleto publicitario cantando las alabanzas de la higiene que aportaba al producto la pasteurización. Adolfito, como lo llamaban en su casa, era el hijo literato de la acaudalada y oligárquica familia (su padre ocupó, entre otros cargos, el de ministro en el gobierno de la dictadura de 1930). 

Como escritor que era, propuso encargarse él de la redacción del folleto con la ayuda de su amigo Jorge Luis Borges. Amigo y mentor, porque era mucho mayor que él. De la publicidad de la cuajada pasaron a la literatura y su obra a cuatro manos se ha reunido en Alias (Lumen), con prólogo de Alan Pauls, autor de El factor Borges, uno de los más sagaces ensayos sobre esta figura esencial de las letras del siglo XX. 

Se habían conocido en 1931, cuando Borges tenía 32 años y Bioy 18, en una fiesta en casa de la mecenas Victoria Ocampo, financiadora de la revista Sur, todo un hito cultural argentino, que conectó al país con lo más granado de la intelectualidad europea. 

Se cayeron tan bien que se retiraron a un rincón y se pasaron la velada conversando a solas, hasta que la anfitriona, indignada, se les acercó y les espetó en un susurro: «No sean mierdas, vengan y hablen con mis invitados». No le hicieron ni caso, se largaron y siguieron de cháchara literaria en el coche en el que Bioy llevó a su nuevo amigo de vuelta a casa. 

Siguieron viéndose de forma más o menos esporádica, como en aquella ocasión en que Borges visitó Rincón Viejo, la finca de la familia de su colega, trató de demostrar que era todo un gaucho y se pegó un castañazo al caerse del caballo. 

Los encuentros se fueron haciendo más frecuentes a partir de principios de los años cuarenta, cuando Bioy se casó con Silvina Ocampo, la hermana pequeña de Victoria, y se instaló en Buenos Aires y. 

Desde 1947 hasta el final de su vida llevó un diario y en el que deja constancia de las varias visitas semanales de Borges. 

Las anotaciones dedicadas a él están reunidas en el voluminoso libro titulado Borges (la edición íntegra, que publicó en España un servidor cuando dirigía la colección Imago Mundi de Destino, tiene 1664 páginas; después se hizo una versión abreviada). 

Esta obra permite hacer un seguimiento minucioso de la amistad entre los dos escritores. La frase que más veces aparece es «Come en casa Borges». Iba con tanta frecuencia que Silvina llegó a estar celosa y hubo algunas tensiones entre ella y el invitado, por las maldades que este soltaba durante los almuerzos. 

Borges y Bioy no solo diferían en edad, eran contrapuestos en muchas cosas. Bioy pertenecía a la élite social argentina, como Silvina; Borges tenía una procedencia más modesta de clase media (aunque en sus libros le gustaba alardear de antepasados que protagonizaron heroicas gestas militares). 

Bioy y Silvina vivían en una amplia casa señorial; Borges con su madre en un modesto apartamento (que además tenía goteras, como contó Vargas Llosa tras una visita al maestro en su vejez, una indiscreción que este no le perdonó jamás). 

Bioy era un donjuán (con una larga lista de conquistas y una hija extramatrimonial que acabó adoptando Silvina); Borges era un tímido patológico muy apegado a su madre (uno de sus grandes amores, Estela Canto, contó algunas maldades al respecto en Borges a contraluz). 

Sin embargo, por encima de estas diferencias, los unía el amor por el mismo tipo de literatura: ciertos clásicos y géneros como el fantástico y el policiaco. Y así, tras el debut estelar con el anuncio de cuajada, se pusieron a escribir a duo, como divertimento, relatos policiacos, para lo cual se inventaron un autor y un detective.

El primer libro fue Seis problemas para don Isidro Parodi del ficticio escritor H. Bustos Domecq. Llevaba una introducción laudatoria de un supuesto miembro de la Academia Argentina de Letras, el pedante y petulante Gervasio Montenegro, que también aparecía como personaje en uno de los cuentos. Isidro Parodi era un «detective sedentario», es decir que investigaba y deducía, a partir de lo que le contaban sus clientes, sin moverse de su «despacho». Su lugar de trabajo era una celda, porque estaba cumpliendo condena por un asesinato que no había cometido. 

El personaje y el tono de los cuentos rendían homenaje a la literatura policiaca británica de figuras como Conan Doyle y Chesterton. Además, Borges y Bioy aprovechaban para lanzar algunas maldades en clave y para parodiar a alguno de sus coetáneos, como el gran Roberto Arlt, el genio de la literatura arrabalera y la némesis de Borges. Cada uno era el estandarte de uno de los grupos enfrentados de las letras argentinas, que tomaban su nombre de las calles de Buenos Aires donde se ubicaban los cafés en que se reunían: Boedo (el de Arlt) contra Florida (el de Borges). 

Hubo otras dos entregas de Bustos Domecq –Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977)- y entre medio publicaron en 1946 un relato largo titulado Un modelo para la muerte, atribuido a otro escritor ficticio, B. Suárez Lynch, supuesto discípulo de Bustos, al que este le cedía una de sus historias y le prologaba el libro. 

¿Cómo se inventaron los nombres de los falsos autores? Eran un guiño para iniciados: los primeros apellidos de ambos correspondían a los bisabuelos de Borges y los dos últimos a los de Bioy. 

Durante estos años, además de estos deliciosos relatos policiacos, los dos amigos también escribieron juntos un par de guiones de cine –Los orilleros y El paraíso de los creyentes– y el argumento de dos películas de ciencia ficción –Los otros e Invasión– que filmó el cineasta Hugo Santiago. 

La afición de Borges y Bioy por la literatura detectivesca dio más frutos. Recopilaron dos antologías de los mejores cuentos policiales, la primera aparecida en 1943 y la segunda en 1951. 

Y después de que no cuajara su propuesta a la editorial Emecé de una colección para acercar los clásicos al gran público, sí lograron sacar adelante una de literatura policiaca que sería mítica: El Séptimo Círculo. El nombre provenía del séptimo círculo del infierno de Dante, que era el reservado a los violentos. La colección arrancó en 1945 y sobrevivió hasta los años ochenta, aunque ya sin ellos al frente. 

Antes de desvincularse, fueron los responsables de la selección de los primeros 120 títulos. A mediados de los años sesenta, la colección pasó a manos del editor Carlos V. Frías y fue entrando en una progresiva decadencia. 

La etapa gloriosa de Borges y Bioy tenía además el aliciente y sello distintivo de las extraordinarias cubiertas del pintor y diseñador José Bonomi, con sus emblemáticos dibujos de formas geométricas. 

La colección se inauguró con La bestia debe morir de Nicolas Blake (seudónimo del poeta británico Cecil Day-Lewis, padre del actor Daniel Day-Lewis) y publicó sobre todo narradores británicos y algunos americanos más escorados a la novela enigma que a la novela negra: Michael Innes, Dickson Carr, Eden Philipotts, Vera Caspary… 

También aparecieron algunas obras que mezclaban lo policiaco con lo fantástico, como El maestro del juicio final de Leo Perutz. Y unas pocas piezas autóctonas, como la novelita policiaca escrita a cuatro manos por Bioy y Silvina Ocampo Los que aman odian y El estruendo de las rosas del también argentino Manuel Peyrou, gran amigo de Borges. 

La puesta en marcha de El Séptimo Círculo tiene mucha relevancia histórica, porque sus artífices estaban reivindicando la calidad literaria de un género en aquel entonces menospreciado, mucho antes de que se produjera la mayoritaria aceptación de la que hoy goza. 

La selección de títulos que propusieron nos lleva a un aspecto de Borges casi tan importante como su dimensión de escritor fundamental del siglo XX. Me refiero al Borges lector, un prescriptor sabio y sagaz. 

A través de esta colección y después de la que se llamó Biblioteca Personal, reivindicó a autores olvidados o minusvalorados y géneros como el policiaco y el fantástico. Además, nos enseñó a redescubrir, a leer con otros ojos, a grandes literatos no siempre valorados de acuerdo con su excelsa calidad, entre otros Poe, Melville, Stevenson, Chesterton, H. G. Wells, Kipling, William Beckford, Arthur Machen, Wilkie Collins, Marcel Schowb, Dino Buzzati…

Imagen de portada: Esculturas de Borges y Bioy en «La Biela»; Buenos Aires | Wikimedia Commons

FUENTE RESPONSABLE: The Objective. Por Mauricio Bach. 12 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Argentina/Jorge Luis Borges

Borges, el sendero que se bifurca en jardines (y 2)

Viene de «Borges, el sendero que se bifurca en jardines (I)»

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Consigo, por medio de una librera de Mendoza, el ansiado cuaderno Cinco poemas, lo último que publicó Jorge Luis Borges en los días mismos en los que se moría. La historia ha trascendido por un libro emocionante de Héctor Abad Faciolince, cuyo padre fue asesinado el mismo día que en una radio leyó un soneto de Borges que no aparece en su Poesía completa. 

El soneto formaba parte de un cuaderno publicado por unos muchachos en Mendoza; al parecer estuvieron una tarde con Borges y consiguieron copias de esos sonetos últimos, todos espléndidos. Al parecer, los originales se perdieron. 

La historia teje toda una trama que invita a pensar —por la navaja de Ockham— que en realidad son imitaciones, textos apócrifos. De hecho, un poeta colombiano, Alvarado de apellido, bastante buen prosista por las cosas suyas a las que he logrado asomarme, se colgó la medalla de haberlos escrito. 

La cronología es la siguiente:

-En 1986 muere Borges.

-Unos días después, aparece el cuaderno en Mendoza en Ediciones Anónimas, en las que unos jóvenes creyentes en que la poesía no tiene autor iban juntando piezas que le parecían memorables sin pararse a decir quiénes eran los autores: hicieron una excepción con Borges y firmaron esos sonetos últimos.

-Las Obras completas de Borges no admiten en ninguna de sus ediciones los sonetos del cuaderno.

-El padre de Héctor Abad lee uno de los sonetos en la radio, no directamente del cuaderno de Mendoza, sino de un periódico que, al dar noticia del cuaderno de Mendoza, reproduce el último de los sonetos.

-Matan al padre de Héctor Abad, que llevaba en un bolsillo de la chaqueta el soneto que leyó en la radio.

-Héctor Abad, muchos años después, escribe su libro sobre su padre.

-Al reseñarlo, el poeta colombiano Alvarado informa de que el soneto no era de Borges, sino suyo.

-Héctor Abad inicia una búsqueda y da con Jaime Flores, que firmaba la nota inicial del cuaderno de Mendoza y, años después, lo contará todo en el libro Los falsificadores de Borges dando por seguro que los sonetos son de Borges. El libro, a fuerza de ser minucioso, acaba siendo sometido por el fárrago: consigue marear y para cuando lo terminamos no sabemos si ha demostrado que los sonetos son de Borges o no. Ha conseguido que nos dé exactamente igual. 

Porque, a pesar del testimonio de Flores y de la convicción de Abad, aún no se han dado por buenos esos sonetos como obra de Borges, a pesar de que si algo son es precisamente buenos. Quiero decir, que no se ha aceptado la autoría de Borges, aunque parezcan de Borges: en realidad, podría decirse sencillamente que son del taller de Borges, los ha escrito alguien —¿quién?— que conoce perfectamente los recursos de Borges, que imitando a Borges ha alcanzado a componer algunas de las mejores piezas de Borges. 

Ni idea de si fue Alvarado; Flores da pruebas convincentes de que no fue él. Ni idea de quién pudo escribirlos, ya que Flores asegura que él no fue (pero está en su derecho de mentirle al tribunal y ello agrandaría su magnificencia): lo que es seguro es que no parece muy convincente que Borges los entregara a unos desconocidos como generosa colaboración con unos muchachos de Mendoza que pretendían encerrarlos en un cuaderno y no guardara copia alguna. No parece nada convincente que en sus archivos —ya para las fechas de las que estamos hablando, bien custodiados por María Kodama— no hubiese rastro de esos poemas.

Hoy, los cinco imponentes sonetos no han conseguido que se encienda la luz verde de las autoridades borgianas para incluirlos en su corpus poético. 

¿Es necesario que se reconozca la autoría borgiana para estremecerse con versos tan memorables? 

Desde luego que no. El milagro Borges está ahí, precisamente, en el hecho de que alguien, imitando, consiga algunas de sus piezas más intensas y sabias. Que alguno de los mejores poemas de Borges no los escribió Borges es cosa sabida. Y que ese alguien permanezca invisible no deja de ser uno de los mejores cuentos de Borges.

*

No se ha medido convenientemente la influencia de Cansinos en Borges. Es verdad que a Cansinos el primero en reclamarlo como un grande es Borges, aunque esa reclamación no tuvo mayor repercusión; de haberla tenido, no hubiéramos esperado hasta la publicación de la inédita y monumental La novela de un literato para rescatar a Cansinos, que solo empezó a balbucear su resurrección cuando Juan Manuel Bonet publicó la reedición de El movimiento V.P. en 1978 y Abelardo Linares su cuaderno sobre Cansinos.

Borges había declarado su condición de discípulo de Cansinos mucho antes, en los años sesenta, en casi todas las entrevistas que le hacían y le invitaban a recorrer su propia trayectoria y ningún editor se dio por aludido ni se puso a asomarse a aquel autor, al que Borges se refería como su maestro cuando hablaba de España, poniéndolo por delante de todos. 

Todo el mundo dio por hecho que era un ardid del Borges ya célebre y celebrado para destacar de la literatura española a un autor olvidado y no tener que rendir alabanzas a ninguno de los que compusieran el canon. Pero basta asomarse al primer capítulo de El movimiento V.P. o a algunas páginas del mejor libro de Cansinos, su defensa estética de la pena de muerte y de la figura del verdugo, para oír una voz que nos suena «borgiana».

El propio Borges estudió a Kafka y sus precursores; no hay mayor prueba de excelencia para un autor que influir no en discípulos venideros, sino en maestros silenciados: conseguir que aquellos de quienes proceden suenen a ti, de manera que se le dé la vuelta al tiempo y que acontezca el espejismo magnífico de que alguien como sir Thomas Browne nos parezca borgiano, no solo en el capítulo admirable que Borges y Bioy tradujeron de Hydriotaphia, Urn Burial. 

Cansinos era demasiado verborreico, es verdad, pero, en algunos textos, en un capítulo dedicado a la superioridad del relato corto sobre la novela que está en Los temas literarios y su interpretación, por ejemplo, es imposible no sentir que se está leyendo a Borges; aunque, para cuando se publicó ese texto, Borges apenas había empezado a escribir artículos.

A pesar de sus aventuras en el torbellino de las vanguardias —y episodios a los que tampoco hay que darle mucha mecha, como el apedreamiento de la casa del sevillano Luis Montoto junto a otros hooligans ultraístas—, Borges era poco vanguardista. 

Sí, impulsó una revista mural, pero cada vez que, más adelante, se le presenta la oportunidad de juzgar juguetes de vanguardia, no desaprovecha la ocasión. 

Por ejemplo, en la reseña de un curioso artefacto editorial, una novedosa novela negra que, en vez de contar una historia presentándonos el crimen y la investigación, lo que hace es presentarnos dentro de un sobre todas las pruebas que recopila la policía para que el lector se convierta en detective y resuelva él mismo el caso. Borges se ríe de la idea e inventa algunas disparatadas evoluciones de la idea (basta imaginar qué inventarán los editores cuando hagan lo mismo con la novela erótica). 

A Borges, que la literatura escape de la forma libro le parece un chiste de pésimo gusto. Poemas impresos en carteles, como los de Descripción del cielo, de Hidalgo, o en una sábana de cinco metros, como los de Oquendo de Amat, no le arrancan más que una sonrisa aviesa, le sirven para afilar su ironía: «Los poemas son incómodos de leer, y no sé si es por el formato», dirá sobre alguno de ellos. 

Ni siquiera tenía la piedad de recordar que el primer libro de uno de sus autores favoritos, Rudyard Kipling, se adelantó a los riesgos editoriales de la vanguardia, pues sus «Departmental Ditties» salieron en un libro que era un sobre lacrado, el nombre del autor iba en el remite, y los poemas estaban impresos en papel timbrado, como si fuesen documentos administrativos. 

Solo hay que ver el tratamiento que hace de las insensateces de la vanguardia en su glorioso libro en colaboración con Bioy Casares, Crónicas de Bustos Domecq. Ahí se ríe de arquitectos, de pintores, de poetas, representando toda una época por sus números circenses, concediéndole genialidad a un enjambre de payasos, llevando la paradoja del artista a su extremo: nuestra época ha aceptado que importa más la pose del artista, sus ocurrencias irrelevantes, que sus obras, y se ha encontrado con que los artistas más notables no son más que meros productores de boutades. No es de extrañar que sea el libro más divertido de la literatura en español del siglo XX.

Tampoco le gustaba la ostentación a Borges, y tuvo que padecerla cuando el editor italiano Ricci hizo una edición lujosa de El congreso del mundo. Sabemos por el testimonio de alguien que lo visitaba que cuando lo recibió Borges no pudo reprimirse un: «Pero esto no es un libro, esto es una caja de bombones». Los libros de Borges por lo general —sobre todo los de la fase final— son bastante feos. Se salvan desde luego los primeros, tanto Fervor de Buenos Aires como Luna de enfrente como Cuaderno San Martín. 

También, claro, los elegantes tomos publicados por Sur; cuando en los años sesenta publica su primera Antología, Victoria Ocampo decide aprovechar la creciente fama de Borges y le coloca al libro una sobrecubierta con el rostro del autor. La salva de libros de poemas publicados por Emecé en los sesenta y setenta, desde El otro, el mismo a La rosa secreta, pasando por las reediciones de sus primeros tres libros, y de obras tan notables como La moneda de hierro o Historia de la noche, quedan bonitos todos juntos por la variedad de colores, pero es mejor abrirlos sin prestar atención a las ilustraciones que, queriendo enriquecerlos, los empobrecen: son ilustraciones espantosas que te sacan del mundo de Borges para incrustarse en el del mal gusto de la época en que los libros aparecieron. 

Quién sabe: a lo mejor las grandes novelas y los grandes libros de poemas y relatos se escriben solo para que los lectores sientan algún interés por quienes los escribieron y encuentren una justificación radiante para llegar a lo que verdaderamente tasa sus grandezas: sus papeles íntimos, sus diarios, su correspondencia. 

Confieso haber sido incapaz de releer Salambó, de Flaubert, ni siquiera he llegado a terminar Madame Bovary, y me divierten mucho los primeros capítulos de Bouvard y Pécuchet, pero no lo acabo nunca, y sin embargo no me canso de visitar la correspondencia de Flaubert, tanta página admirable que escribió sin pensar jamás en que serían reveladas a gente distinta a la que estaba destinada. 

La montaña mágica es para mí un libro imposible de escalar, pero los diarios de Thomas Mann no me decepcionan nunca, sé que si abro alguno de sus tomos por cualquier página echaré la tarde en él (y será una tarde muy grata). Así, conforme pasa el tiempo, a menudo deja uno sin terminar la lectura de las piezas que dieron fama mundial a Borges, pero no se cansa de indagar o curiosear en sus notas de lectura, en sus declaraciones —Borges terminó siendo más un autor oral que escrito—, todas llenas de pistas, de ideas que no necesitaban desarrollarse para relampaguear en tus adentros.

Imagen de portada: Jorge Luis Borges, 1980. Fotografía: François Lochon / Getty.

FUENTE RESPONSABLE: JOT DOWN. Por Juan Bonilla.

Sociedad y Cultura/Literatura/Adolfo Bioy Casares/Diálogos/Jorge Luis Borges/

Borges, el sendero que se bifurca en jardines (1).

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El Borges de Adolfo Bioy Casares, tan monumental, atrae y repugna por igual: es un espectáculo morboso. Utilizando una palabra que, en este libro de más de mil páginas, hecho con las anotaciones que Bioy hacía en su diario referidas a sus encuentros con Jorge Luis Borges, se adjudica a cualquier libro que les desagrada —todo libro que contenga escenas eróticas entra dentro de tan severa consideración—: es una inmundicia. Hasta en poemas a los que dan su aprobado encuentran momentos que consideran baratos o lastimosos: del retrato de Antonio Machado, por ejemplo, Borges desaprueba por vanidoso lo de «torpe desaliño involuntario»; por blando, «las flechas que me asignó Cupido»; y también el «casi» de «casi desnudo como los hijos de la mar». Pero lo más desagradable sea acaso ver a Borges en la intimidad reduciendo a la nada a autores a los que uno leyó —en aquella época en la que confundió a Borges con la literatura— por expresa alabanza de Borges. No hay apenas autor que se salve…, ni siquiera los que él reivindicó de manera infatigable. 

Yo no sé si Bioy, al hacer esas anotaciones que se compilaron a su muerte, tenía en mente el Eckermann de las Conversaciones con Goethe o el Boswell que levantó un monumento a Samuel Johnson: quizá, quién sabe, estaba convencido de que, por póstumo que saliera, alguien recogería esa siembra espigando en sus diarios todo lo referido a Borges —que iba a cenar a su casa casi cada día durante años— y de algún modo se vengaría de él, de su maestro, sabedor de que, cuando ha pasado el tiempo suficiente, y ante una gran figura, ya se lee mucho más sobre esa gran figura que las producciones que elaborara; hoy se lee mucho más el libro de Eckermann sobre Goethe o el de Boswell sobre Johnson que a Goethe y a Johnson: parece claro que los clásicos no son aquellos autores a los que todas las generaciones leen, sino los autores acerca de cuyas vidas no cesa el interés y producen un imponente número de páginas que suman más lectores que las obras que escribieran. Sería una venganza sonriente, desde luego, con ese punto de mala uva que se permitía Bioy. Un antológico modo de matar al maestro, porque de los muchos retratos que se han hecho de Borges no creo que haya ninguno en el que este salga peor parado que en el tocho descomunal de Bioy.

*

En Textos recobrados —volumen que, como indica el título, compila artículos, conferencias, intervenciones que no se recogieron antes— está la transcripción de una charla sobre Mastronardi en la que Borges está a punto de ceder a las lágrimas cuando comenta algunos versos del poeta recién desaparecido, rememora algunas circunstancias que compartieron, alaba su escrupulosidad en la composición de poemas y parece sincero cuando exalta la intensidad de algunas imágenes encendidas en sus versos. Si comparamos la fecha de la charla con los apuntes de Bioy, no hay pruebas de que estuviera actuando, de que esa tristeza y esa emoción no fueran auténticas, porque para las fechas en que da la conferencia, las anotaciones de Bioy prescinden por completo de Mastronardi. Lo cierto es que cada vez que Mastronardi sale en el libro es para ser minuciosamente censurado. En algún momento, tanto Bioy como Borges acuerdan que solo deberían tenerse en cuenta, para enjuiciar a cualquier escritor, sus momentos felices. Los momentos desdichados no debían ensuciar a los mejores. Y, sin embargo, no hay página en las mil seiscientas del tomo en que no se utilice precisamente ese recurso de medir la valía de un poeta o un escritor por sus desdichas. Bioy y Borges gozan repitiendo desdichas de todo el mundo: uno no puede sino envidiar la capacidad de memoria de ambos para retener las debilidades ajenas. Es evidente que una cosa es la conversación privada, los comentarios de sobremesa, el chismorreo en el que con descendemos a la pulla o el chiste, y muy otra cosa lo que uno escribe para el público y firma, o incluso recita en público. En eso estamos de acuerdo. Pero aun así, cuesta creer que, cuando muere Cansinos, Borges sea capaz de dedicarle dos artículos en la prensa reconociéndolo como maestro y espléndido artífice y recomendando que se le comience a leer por Los temas literarios y su interpretación o El divino fracaso, y luego acudiera a cenar con Bioy y, al comentar la muerte de Cansinos, le dijera que el hombre no produjo una sola página que valiera algo o recordara el chistecito de su madre, para quien El divino fracaso podría haberse titulado sencillamente «El fracaso».

*

La madre de Borges: Leonor Acevedo. He aquí un detalle emocionante. Poco antes de morir, cuando ya hace una década que Borges es universalmente celebrado, una gran editorial le propone que escoja cien libros para hacer una «Biblioteca Personal»: su trabajo consistiría en decir los títulos y escribir un prefacio para cada obra (algunos títulos, como los Evangelios apócrifos, constaban de varios volúmenes). Solo alcanzó a escribir setenta y pico prólogos, circularon luego de su muerte tres o cuatro títulos más sin prólogo suyo, pero perteneciendo a la «Biblioteca Personal»: dado que sin los prólogos de Borges los libros no se vendían, la editorial interrumpió la publicación de la colección y se recogieron en un tomo todos los prólogos que Borges escribió. Al final de ese tomo comparecen como «Libros que fueron preseleccionados por Borges y eliminados de la selección definitiva» una treintena de títulos entre los que están Dante y El islam de Asín Palacios, un estudio de los años treinta que demuestra que muchos círculos dantescos estaban en la tradición árabe, una novela de ciencia ficción como Hacedor de estrellas, una antología de cuentos de Horacio Quiroga —sobre el que tampoco hay frase amable en el Borges de Bioy—, un estudio sobre los presocráticos… Llama la atención ahí un libro: Cuentos para ser leídos antes de medianoche, de un tal S. V. Bennett. Hará mal el curioso en indagar el rastro de ese nombre, porque está mal escrito: es Benét. Stephen Vincent Benét, todoterreno típico de las letras estadounidenses del siglo XX, capaz de escribir novelas históricas, ensayos divulgativos —en español solo se tradujo un libro suyo: Historia sucinta de los Estados Unidos— y relatos de fantasía. ¿Tan buen cuentista era como para que Borges le hiciera sitio en los cien libros de su «Biblioteca Personal» y lo colocara al lado de Chesterton? Lo cierto es que era un gran cuentista, sí, o al menos a mí me lo parece. Sus mejores relatos se recopilan en varias antologías de las que destacan Thirteen O’Clock y Tales Before Midnight, la que Borges destinaba a su «Biblioteca Personal». En el Borges de Bioy hay una mención al escritor estadounidense. Borges vuelve de uno de sus cursos en Austin y pone al día a Bioy de novedades en la valoración de los escritores de allá. Le dice, por ejemplo: O. Henry ha caído en la bolsa de valores y prefieren a Ring Lardner. Bioy le contesta: pues en eso llevan razón. Ahí le dice Borges: S. V. Benét tiene cuentos ingeniosos, ¿te acordás de él? Y la nota se interrumpe sin que Bioy conteste. 

Debía de acordarse, porque la revista Sur publicó un cuento de Benét, un cuento del que lo más destacable es que lo tradujo Leonor Acevedo, y a la hora de componer su «Biblioteca Personal» decidió hacerle sitio a un cuentista del que lo mejor era que su madre había traducido la única pieza narrativa que podía leerse en español.

Borges defiende, en alguna página del tomo de Bioy y ante el escritor Manuel Peyrou, al escritor francés Henri Barbusse. Opina que, como testimonio de la Gran Guerra, El fuego es una novela muy superior a Sin novedad en el frente, de Remarque, y añade que, en cualquier caso, Barbusse es autor de una obra maestra titulada El infierno. Peyrou muestra curiosidad por ese libro que no conoce y Borges lo resume: cualquiera que lea ese resumen pensará inmediatamente en que lo que Borges le está contando a Peyrou es El Aleph. En el libro de Barbusse, el inquilino de un cuarto de pensión puede mirar gracias a un agujerito lo que acontece en el cuarto vecino. Durante la sucesión de capítulos describirá escenas amorosas, peleas sentimentales, horas somnolientas de un solitario, en fin, la vida de los otros compilada en esa cabalgata de jornadas en las que en el cuarto vecino se va cediendo la presencia de muy distintos personajes: el cuarto vecino es el mundo, lo contiene todo en su reducido espacio: tristezas, alegrías, pasiones, llantos de soledad, violencias esporádicas, confesiones intempestivas, bebés que no pueden dormir y no dejan dormir, soldados que hacen noche antes de volver a la guerra. Y como fuera del mundo, el ojo del protagonista, alguien de quien no sabemos nada, solo que tiene la sensación de haber sido condecorado con la posibilidad de asomarse al infierno, esas vidas de los otros que se iluminan durante una sola jornada y luego se apagan para siempre.

Sin duda, años más tarde de leer la novela de Barbusse, Borges supo sintetizarla en un punto mágico que englobaba todo lo que existió, lo que existe y lo que existirá, logrando uno de sus cuentos más celebrados; aunque confieso que no creo que sea de los mejores suyos, pues necesita muchas páginas para alcanzar el instante decisivo, casi diría que El Aleph estaba llamado a ser uno de los micros que componen El hacedor, pero por una vez Borges se permitió el lujo de agrandar una ocurrencia que mejora, y cuánto, la fatiga con la que uno acaba terminando El infierno de Barbusse. Igualmente, a pesar de que dijera que era el peor libro de Unamuno, porque no tenía sentido reescribir El Quijote de manera menos encantadora que como lo escribió Cervantes, ¿no está en esa reseña de Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno el germen evidente de Pierre Menard?

Hoy voy a ser Borges, me dije. Tiene un apunte, defendiendo la María de Jorge Isaacs, en el que escrupulosamente detalla la hora de inicio de lectura de la novela, que leyó seguida durante una tarde-noche, y la hora de terminación. Su veredicto es tajante: no es una obra maestra, pero los que la atacan como ejemplo de cursilería, de sentimentalismo trasnochado, los que le discuten su calidad, acaso no reparan en que ese sentimentalismo es idéntico al de tantas películas de Hollywood que arrancan aplausos de las plateas. O sea, acusar a Isaacs de «romántico» desde el romanticismo evidente que perjudica o engrandece a las principales producciones que se consumen en la hora en que Borges escribe, le parece, con toda razón, una insensatez. Pero es que, además, si por romántico se entiende a Byron o a Heine, si el romanticismo es la exaltación del borde y el abismo lo que cuenta, Isaacs ni siquiera es demasiado romántico.

Expone Borges un ejemplo simple cuando, ante una cacería en la que cualquier romántico hubiera aprovechado para llenar de colores exóticos y grandilocuentes la situación narrada, Isaacs pasa como de puntillas, como quitándole toda importancia a lo narrado. También valora lo que pesa, durante la lectura, el hecho de que el narrador se enfrente a la narración dando por sabido que la protagonista del relato ya está muerta: no va a morir durante la narración, es un flashback que no comete la trampa de que el lector tenga la menor esperanza de que la protagonista sobreviva.

Cuando alcanzo el final de la novela, poco antes de las nueve, como Borges cuando la leyó, reconozco que las pinceladas con que el argentino vindicó la novela del romántico —un best seller al que naturalmente no se le perdonó haber vendido durante décadas tantos miles de ejemplares— han influido en mi lectura, y que he insistido en terminarla solo por ver si el reloj de Borges y el mío coincidían. No me parece, como a él, ninguna obra maestra, pero tampoco me parece un pestiño: es de muy grata lectura, tiene escenas de viva melancolía y medida emoción. Y es otro libro que le debo a Borges.

Imagen de portada: Jorge Luis Borges y Leonor Acevedo Suarez, 1963. Fotografía: Getty.

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Juan Bonilla. 

Sociedad y Cultura/Adolfo Bioy Casares/Jorge Luis Borges/Diálogos/Literatura.

Borges, la reinvención de la literatura, de Julio Premat.

Sitiar a Borges

“La revisión permanente a la que Borges somete sus textos. Insisto en la palabra somete porque esos textos de alguna manera están constantemente violentados por ese lector que es Borges: revisar; esa revisión continua de los textos de Borges es un trabajo que no se ha hecho todavía…”.

Enrique Pezzoni 1

Sobre Borges y su obra todo parece haberse escrito. Sin embargo, en la matriz fundante y dinámica de sus textos, algo del orden de lo inacabado, de lo que solicita relectura y reescritura, impulsa a volver la mirada allí, donde respira la zona más inquietante de la literatura argentina.

Volver, como hace Premat en su Borges, para situarlo o, tal vez, sitiarlo: merodear lo leído para encontrarle nuevo sitio en la perspectiva del siglo XXI, reescribirlo desde otro lugar para aproximarse a su escritura movible, escurridiza. Sitiar a Borges como empresa imposible, pero fascinante, parece ser la invitación crítica. Desandar la propuesta de Pezzoni, sometiendo los textos de Borges a una lectura que desea abordar una obra que escamotea toda afirmación definitiva. Esa es la tarea que asume Premat en un impecable trabajo de aproximación crítica.

Desde la introducción, el despliegue de algunas hipótesis de lectura avanza en ese acercamiento: la radicalidad sobre la originalidad en la que Borges se parapeta para discutir la noción de autor y de texto, la mirada crítica sobre el arte en general, las paradójicas herencias culturales y los linajes familiares como material literario, la interrogación sobre la producción desde las orillas de la cultura occidental. Pero también, y aquí la primera afirmación que se constituye en gesto crítico de la operación de sitiar a Borges, Premat señala a Proust y a Kafka, junto a Borges, como hacedores de las invenciones más brillantes de la literatura del siglo XX: lo que en el francés fue convertir su biografía hacia la muerte en novela y en el checo una inacabada escritura de la subordinación al infinito, en el argentino será la invención del “sur”, de una ciudad y de él mismo como autor de ese universo de libros imaginarios que componen un ilusorio Libro Total. Tres invenciones que disparan la producción literaria del mundo y del siglo hacia nuevos horizontes: lo proustiano, lo kafkiano, lo borgeano.

Invenciones

Inventar un Buenos Aires y un escritor que escriba esa invención es una tarea inusitada. Premat agrega, al arsenal que el joven Borges trae desde Europa —vanguardias poéticas, Valéry, Assens—, dos nombres que su escritura transforma en productivos símbolos de lo que quiere configurar: Carriego (el suburbio como referencia) y Macedonio Fernández (la nadería de la personalidad, el cruce de filosofía, humor y literatura). A eso sumará la filiación desde la saga familiar: los dos linajes, al decir de Piglia, con sus héroes épicos y literarios. el sur, como zona del espacio y el tiempo de la escritura borgeana, obedece las reglas de su creador y dice, a partir de la poesía y el ensayo, una palabra nueva desde la orilla occidental.

Hacia fines de los treinta Borges tiene un accidente que lo lleva a un sanatorio; el hecho da origen al cuento “El sur”, según la propia versión del autor en el prólogo de Ficciones. Premat desconfía. El inicio de la narrativa borgeana, insinúa, podría deberse a otro acontecimiento biográfico: la muerte del padre, ocurrida en esos años. La perspectiva psicoanalítica ayuda a profundizar la hipótesis: la muerte del padre, el accidente como castigo edípico, la liberación que el accidente significa como liberación del magisterio de un padre escritor y la culpa sentida por su muerte.

Así, quien se inventa como escritor de una ciudad en el sur de Occidente se reinventa ahora como cuentista. Pero no escribe lo que la tradición sugería en esos años ni lo que el mandato cultural entendía como una adecuada narración. Escribe “Pierre Menard, autor del Quijote”, buscando lo que el crítico llama “la voz definitiva, el escritor que se encuentra a sí mismo”.2

Pierre Menard plantea, desde el análisis que propone Premat, que reescribir nunca es una reproducción respetuosa, que la escritura de Menard socava las formas habituales del pensamiento y los paradigmas epistemológicos respetados, que trabajar lo fantástico puede no tener relación con lo sobrenatural sino con la descripción de un imposible (por ejemplo: escribir lo que ya está escrito). Acierta Premat cuando recuerda el comentario de Foucault: “Borges plantea la imposibilidad de pensar esto”3 porque ese registro de lo imposible atraviesa la obra del autor de El Aleph. Desde Pierre Menard vislumbramos, como lectores, otro imposible: “Un escritor puede reescribir un clásico, siendo un autor marginal, que incluso lo puede escribir mejor”.4

La idea del texto inconcluso como valor se vigoriza, en verdad, desde Pierre Menard. En la matriz de la nueva concepción, además de la noción del lenguaje como tejido donde se disipa y revierte la figura del autor en su omnipresencia, aparece la apertura textual bajo la forma incompleta, necesariamente abierta cuando no fragmentaria, de lo inconcluso del texto, que reclama ser reescrito. Este deslizamiento del paradigma tradicional de obra/decodificación analítica a texto/diseminación de lo escribible, desencadena en una trama que adquiere otro cuerpo, otro movimiento, otro espesor.

En este sentido subraya Premat que “la técnica del anacronismo deliberado y las atribuciones erróneas” que postula Borges configura una nueva escritura, al anular la identidad estable del autor y dispersar la serie cronológica. Y concluye: “La literatura es un espacio curvo en el que las relaciones más inesperadas y paradójicas son posibles”.5

Una de esas relaciones, “inesperada y paradójica”, es el universo de Tlön:6 la invención (otra vez la invención radical) de un mundo virtual desde el espacio de una enciclopedia apócrifa. Un universo literario. Si Pierre Menard puso en circulación la lectura como reescritura, el cosmos tlöniano postula la noción del libro como eje de innumerables relaciones y como territorio en el que la escritura puede reemplazar a la realidad, como se puede leer en el inquietante final del cuento.

Releyendo lo que “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” insinúa y expone, Premat dice:

La interpretación más evidente del cuento, la que supone que Tlön es una imagen deformada de nuestro propio mundo, en vez de proponer una explicación tranquilizadora, agrava, al contrario, su dimensión inquietante. Nuestro mundo, aunque no lo sepamos, ya es un mundo de delirio totalitario, una ficción de pesadilla.7

Ese escenario paradojal, que desde la perspectiva de Premat es el mecanismo sobre el que gravita toda la escritura borgeana, cobra productividad cuando la narrativa avanza hacia lo biográfico, que nunca es, para Borges, una acumulación lógica sino (nuevamente) una paradoja, un juego de contrarios, como en el caso de Dahlmann, entre el criollismo y el romanticismo alemán.8 Esta cuestión cifra y expande su sentido en “Historia del guerrero y la cautiva”,9 al contraponer y cruzar civilización y barbarie; en “Funes el memorioso”, donde la memoria absoluta es perturbada por el destino, o en “El milagro secreto”,10 que tensiona el tiempo cotidiano con el tiempo creativo. En estos textos y muchos otros Borges reescribe la historia universal, sacude sus perfiles de certeza y referencia, somete toda afirmación sobre el pasado desde una formulación narrativa que la disuelve y altera o invierte sus sentidos, como en “Tema del traidor y del héroe”.11

El ombligo, la traición, lo ineluctable

Las últimas operaciones paradojales de Borges se pueden rastrear, nos recuerda Premat, a partir de El hacedor. La ceguera, como tema del “Poema de los dones” (“Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez / los libros y la noche”)12 y el desdoblamiento, como deconstrucción del concepto de sujeto único, tal como se deja leer en “Borges y yo”13 (“No sé cuál de los dos escribe esta página”).

Contenidas y cobijadas en ese mecanismo permanente de tensionar los opuestos y resemantizar no sólo las nociones del arte y la cultura sino también los datos y las significaciones del pasado histórico y literario, se inscribe lo que Premat subraya hacia el final de su trabajo:

Borges funda una tradición porque, desde la biblioteca, la dinamita y la niega. Borges es ese autor cada vez más subversivo. Si se dijo: Borges traduce la tradición, deberíamos decir, a partir de lecturas como las de Piglia o Pezzoni, Borges traiciona la tradición.14

El subrayado de Premat, en este sentido, es atendible. Volviendo a su perspectiva psicoanalítica, entiende que la referencia de Borges al “ombligo de Adán”, en “La creación y P. H. Gosse” indica lo que Freud llamó “lo ininterpretable del sueño”, que en la producción de Borges será comienzo y expansión de todas sus creaciones y obsesiones. En ese mismo texto, por ejemplo, dispara la posibilidad de entender el mundo como eterno o, como supone Russell, “creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que recuerda un pasado ilusorio”.15

Es la misma perspectiva que elige para cerrar su análisis cuando advierte que Borges se enfrenta a lo ineluctable (la noción de lo real en los escritos de Lacan) en “Nueva refutación del tiempo”, ese texto singular y estremecedor:

No es la fatalidad de lo que se trata, figura mítica que también interviene en sus ficciones, ni tampoco de la tramposa expansión de la determinación mágica del origen; es algo exterior a la ficción, algo indecible, inalcanzable, pero activo —como lo real en la visión del psicoanálisis lacaniano. Por supuesto, la literatura propone, de la mano de Borges, una revisión o apertura del sentido de la historia, una discusión de sus verdades, pero no del suceder en sí.16

Por eso el libro de Premat termina con la cita de “Nueva refutación del tiempo” (“El mundo, desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”), dejándole a la palabra del mismo Borges, creador de universos imaginarios, escritor jamás sitiado, la referencia final de lo ineluctable.

Notas

  1. Annick, Louis (compilador): Enrique Pezzoni, lector de Borges. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
  2. Premat, Julio: Borges, la reinvención de la literatura. Buenos Aires, Paidós, 2022. Pág. 71.
  3. Foucault, Michel: Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1968.
  4. Premat, Julio: op. cit. Pág. 88.
  5. Premat, Julio: op. cit. Pág. 93.
  6. Borges, Jorge Luis: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en Ficciones, 1944.
  7. Premat, Julio: op. cit. Pág. 285.
  8. Borges, Jorge Luis: “El sur”, en Ficciones, 1944.
  9. Borges, Jorge Luis: “Historia del guerrero y la cautiva”, en El Aleph, 1949.
  10. Borges, Jorge Luis: “Funes el memorioso” y “El milagro secreto”, en Ficciones, 1944.
  11. Borges, Jorge Luis: “Tema del traidor y del héroe”, en Ficciones, 1944.
  12. Borges, Jorge Luis: “Poema de los dones”, en El hacedor, 1960.
  13. Borges, Jorge Luis: “Borges y yo”, en El hacedor, 1960.
  14. Premat, Julio: op. cit. Pág. 239.
  15. Borges, Jorge Luis: “La creación y P. H. Gosse”, en Otras inquisiciones, 1952.
  16. Premat, Julio: op. cit. Pág. 292.

Imagen: Cubierta de portada de “Borges La reinvención de la Literatura.

FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Tierra de Letras. Por Sergio G. Colautti*. Escritor argentino (Río Tercero, Córdoba, 1959). Docente de literatura desde 1983. Ha publicado el libro de cuentos Nada que escribir (Tinta Libre, 2021) y los libros de ensayos Apuntes sobre narrativa argentina actual (Río Tercero, 1992), La mirada insomne (Córdoba, 2005), La escritura presente (Río Tercero, 2009), El relato futuro (Madrid, 2015), Saer: la vacilación de lo real (Río Tercero, 2016) y La lectura incesante (Córdoba, 2018). Además, ha sido colaborador de medios como La Voz, Tribuna (Río Tercero), Corredor Mediterráneo (Río Cuarto), Etcétera (Universidad Nacional de Córdoba, UNC), Argus-a (Buenos Aires), Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (España) y Escritores.org (Buenos Aires), entre otros. Desde 2020 es columnista radial de MestizaRock FM (Río Tercero) y participa del Colectivo Cultural y Educativo de Río Tercero.12 de octubre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Nuestros escritores/Jorge Luis Borges.

Mario Vargas Llosa: “Tengo la impresión de que Borges encontró en María Kodama una liberación”.

Assouline publica el volumen Jorge Luis Borges & María Kodama, de Cristina Carrillo. Un libro centrado en el amor entre el escritor y la discípula que Mario Vargas Llosa y Luis Alberto de Cuenca intentan descifrar para Álvaro Cortina Urdampilleta.

Todos los que vieron a Borges en esos últimos años de su vida tuvieron la impresión, a mi juicio justa, de un ser más joven, más alegre y hasta incluso disfrazado. Lo cual revela una liberación, de la señora Kodama no pudo ser el estimulante», observa en exclusiva para Vanity Fair el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. 

Es una de las historias de amor más comentadas de la historia de la literatura: la del genio invidente Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) y la jovencísima discípula María Kodama (Buenos Aires, 1937), pero al mismo tiempo sigue siendo de las más desconocidas. Ahora que se publica Jorge Luis Borges & María Kodama (Assouline), a cargo de Cristina Carrillo, resulta más fácil ponderar el lugar de esta relación amorosa, que se prolongó desde 1953 hasta la muerte de Borges, en los últimos títulos de una carrera literaria inmensa que parecía, en principio, poco propicia para las efusiones sentimentales.

Al hablar de la vida privada de Jorge Luis Borges, los curiosos se suelen acordar de su mucama, Epifanía Úveda, alias “Fanny”. Esta empleada doméstica tenía numerosos comentarios curiosos y divertidos sobre el señorito Borges. En una biografía, Fanny resumía así la relación —que acabaría siendo segundo matrimonio para Borges— entre el escritor y la estudiante argentino-japonesa: “A María Kodama nunca la vio, ya había perdido la vista. Me preguntó: ‘Dígame, Fanny, ¿cómo es María?’. Yo le dije: ‘Fea no es, linda tampoco’. Ella nunca vivió en la casa, entraba si yo le abría la puerta».

PRESENTE ETERNO – Jorge Luis Borges y María Kodama, en Nueva York en 1985. FERDINANDO SCIANNA / MAGNUM PHOTOS / CONTACTO FOTO,FERDINANDO SCIANNA / MAGNUM PHOT

Kodama, fundadora y presidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges es, dependiendo de a qué estudioso de Borges se le pregunte, un personaje misterioso, uno polémico, un fractal desconocido, o a veces todo a la vez. Un accidente del azar que comienza cuando ella tenía 16 años y él cincuenta y tantos, en una librería de la calle Florida de Buenos Aires. 

Para entonces, el autor de Ficciones y El aleph era ya ciego, como lo fue su padre. Y aquel encuentro de 1953 fue poco memorable. En todo caso, ya como director de la Biblioteca Nacional de Argentina, desde 1955, Borges formó un grupo de estudios del anglosajón. Del que formó parte Kodama, convirtiéndose así en discípula del escritor. 

Según testimonio, parece, de la propia Kodama, la relación comenzó en su primer viaje juntos a Islandia. La literatura épica medieval nórdica siempre estuvo revoloteando entre estos dos filólogos. Como se dice en Jorge Luis Borges & María Kodama, en este viaje, en 1971, el gran genio ciego, que acababa de salir de un matrimonio de tres años, al parecer infeliz, con Elsa Astete Millán, dio un primer paso. Algo de esto se refleja en su poema posterior Gunnar Thorgilsson: “Yo quiero recordar aquel beso / con que me besabas en Islandia”.

Años después, en 1979, en su segundo viaje a la isla para recibir la Orden del Halcón, “ellos se casaron solo simbólicamente, sin efectos legales, según el culto ancestral a Odín, oficiado por un sacerdote pagano”, escribe Carrillo en el libro que nos ocupa. Para entonces, ya eran colaboradores: habían elaborado Breve antología anglosajona (también traducirían un libro mitológico de la Edda menor). Se casaron legalmente el 26 de abril de 1986, dos meses antes de la muerte del genio.

“Yo tengo la impresión de que Borges, que se pasó una buena parte de su vida paralizado por su madre [Leonor Acevedo], encontró en María Kodama una liberación, pese a las diferencias de años entre los dos”, considera Vargas Llosa. Desde mediados de los setenta hasta la muerte del escritor en Ginebra, Kodama estuvo a su lado. Aunque su figura es algo controvertida entre borgianos, la opinión del peruano sobre ella no podría ser más favorable.

La pareja en un viaje a Palermo. FERDINANDO SCIANNA / MAGNUM PHOTOS / CONTACTO FOTO, FERDINANDO SCIANNA / MAGNUM PHOT

Con los reyes de España en 1980. EFE/ALBUM

En la ceremonia de entrega del Premio Cervantes en 1980. EFE/ALBUM

El premio Nobel (que nos dedica su tiempo con una gentileza extrema, mientras se recupera de la COVID-19) publicó recientemente Medio siglo con Borges (Alfaguara), con un texto sobre esta precisa liberación del gran Borges.

Se trata del artículo El viaje en globo, una referencia a una famosa foto, incluida en Jorge Luis Borges & María Kodama: la pareja subida a un globo aerostático sobre Napa Valley, California. El libro de Assouline atesora un valioso material gráfico (fotos de Xul Solar, el pintor amigo de Borges y ocasional ilustrador; documentos de la juventud del escritor, de su familia, de Buenos Aires…), pero quizá la gracia de Jorge Luis Borges & María Kodama está en las fotografías del prodigioso invidente que dictaba sus versos a aquella compañera vestidos con kimono, en Japón, o entre dromedarios, junto a las pirámides de Sakkara, paseando en la ribera del Sena, y otra famosa en el milenario laberinto de Creta.

María Kodama en 2007. MARIANA ELIANO/GETTY IMAGES

En ella, el viejo escritor argentino, con el bastón de ciego y la mirada perdida, aparece en el laberinto de Knossos, en la isla de Creta. La imagen data del año 1984. Aunque es natural concebir la obra de Borges como un mundo sofisticadísimo erigido para dar la espalda a la vida y a sus zafiedades, hay que reconocer que, en este caso, fue la vida la que lo acabó dirigiendo a una de sus quimeras más fantásticas: ahí encontramos al gran poeta de los laberintos en la que fue la casa del Minotauro, de nombre Asterión. Borges, solo, en el laberinto, ¿hay una imagen más simbólica de su quehacer literario?

Borges, que era muy enamoradizo, ya había perdido la vista cuando conoció a Kodama. FUNDACIÓN INTERNACIONAL JORGE LUIS BORGES

En el santuario de Izumo, en Japón, en 1984. FUNDACIÓN INTERNACIONAL JORGE LUIS BORGES

En ese mismo año, en el laberinto de Knossos.  FUNDACIÓN INTERNACIONAL JORGE LUIS BORGES

Efectivamente, este autor frecuentó las imágenes de los laberintos, así como las de los espejos y los tigres. Sus célebres narraciones, sus ensayos y sus meditativos poemas están atravesados por una elegante sensación de irrealidad. En sus escritos escasea la descripción psicológica de los personajes, más allá de lo esquemático, y abundan los enigmas, las aporías filosóficas, las tierras exóticas, los espías, los templos arcaicos, la filología inglesa; Borges nos traslada ante gentes inmortales, gentes soñadas por otras gentes y conjetura universos paralelos. 

Acaso, entre todas, es la existencia del infinito la idea más dilecta del autor de El hacedor; así como la refutación del yo y de la libertad. Es algo inusitado, aunque no imposible, encontrar en alguna de las serenas y fatalistas páginas de Borges un signo de exclamación o una consideración política. ¿Qué hay del amor? ¿Es este universo literario un territorio propicio para las efusiones sentimentales entre personajes? En principio, no es el amor un asunto muy borgiano, pero es tiempo de ponderar tal aserción abriendo la lujosa edición de Jorge Luis Borges & María Kodama. Nótese, antes de nada, que en 1984 el escritor no se perdió solo en las ruinas del laberinto cretense del Minotauro: lo acompañaba Kodama, María Kodama.

“María Kodama, a pesar de las críticas recibidas, fue una compañera ideal de Borges”

XOSÉ CARLOS CANEIRO

La imagen de aquel instante de 1984 de Borges en la ruina del vetusto laberinto minoico procede de Atlas, un libro de prosas ilustradas, que narra una serie de los mentados viajes por el universo mundo. 

Leemos en Atlas, de ese mismo año: sobre el dédalo de Creta, observa el genio de Buenos Aires, “cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”. El tiempo, el cosmos, la galaxia son laberintos, y viceversa, no obstante, el poeta se encuentra ahora, en el vientre del laberinto del Minotauro, en 1984, acaso extraviado… pero en compañía.

¿De dónde viene la polémica con Kodama, entonces? 

El biógrafo Xosé Carlos Caneiro nos lo cuenta: “[Kodama estaba] preocupada en todo momento por su salud, por sus apetencias, por su inspiración. María Kodama, a pesar de tantas críticas recibidas, fue una compañera ideal para los últimos años de Borges. Dicen que su compañía le valió la enemistad de muchos de sus íntimos. 

¿Cómo saberlo? Jorge Luis Borges se fue alejando paulatinamente de cuatro de los amigos que […] habían estado siempre a su lado: María Esther Vázquez, Silvina Ocampo, [Adolfo] Bioy Casares o Vlady Kociancich. La biografía de la primera resulta clara en cuanto a los motivos. Solo uno: María Kodama. 

Y sin ningún tipo de prudencia, afirma [Vázquez] taxativa: ‘La verdad, vivía muy solo. Muchos de sus amigos habían muerto y los pocos que le quedaban habían sido desplazados […]’. Sin embargo, Borges no estaba solo, esa es la realidad. Lo acompañaba siempre María Kodama. A quien amaba. Y también Fanny, su inseparable Fanny”, corrige Caneiro. Según observaba Fanny, en este tiempo, Borges vestía mucho mejor.

 

Laberinto de la Massone diseñado por Borges y Franco María Ricci.

Libro de Assouline: Jorge Luis Borges & María Kodama.

¿Tiene esta cierta plenitud sentimental efecto en la obra de Borges? 

Ciertamente, aquel profesor universitario y bibliotecario jubilado desde 1973, huérfano de madre desde 1975, ya estaba más que hecho. Desde hacía décadas Borges era Borges, no puede hablarse de grandes cambios. 

Aunque esta sección de la obra literaria del gran escritor es un retorno a viejos temas, la calidad de sus títulos es más que notable: El libro de arena, Historia de la noche, La memoria de Shakespeare, el mentado Atlas y su último libro, el poemario Los conjurados, de 1985, atesoran piezas maestras, de un estilo acaso menos hermético que el Borges más célebre (el de Ficciones, por ejemplo). Y en esas páginas se encuentra, cada tanto, a Kodama, lazarilla en el laberinto. En el comienzo de Los conjurados, por ejemplo:

“De usted es este libro, María Kodama. ¿Sería preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que está sola y lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las láminas?”.

Luis Alberto de Cuenca, poeta y miembro de la Real Academia de la Historia, nos confía unas consideraciones también preciosas: “Quizá Borges no sea considerado uno de los poetas llamados del amor, pero hay que decir que cuando lo hace, lo aborda de una manera profunda y exquisita. 

Tiene alguno de los poemas más bellos sobre el amor”. Añade este escritor archiborgiano: “Fue muy enamoradizo”.

En efecto, en su obra delicada y preciosa, los biógrafos descubren mujeres entre bambalinas: al inicio, en su poemario modernista, Margarita Guerrero.

En la madurez, Estela Canto. En realidad, por la vida de este genio pasan muchas mujeres, ya sea como enamoradas ideales o como colaboradoras literarias (Delia Ingenieros, Luisa Mercedes Levinson, Betina Edelberg). Nunca como amantes. Entre todas estas, además, habrá que recordar a su primera mujer, Elsa. 

Pues bien, tras este trenzado de melancolías eróticas, llega 1971, cuando Kodama resulta ser el único amor correspondido del maestro… además de guía en viajes innumerables, de Japón a Madrid, de Madrid a California, de California a Islandia, y de título de honoris causa en honoris causa.

Vargas Llosa encuentra que en la obra escrita del último Borges se trasluce una felicidad desconocida en el autor: “La explicación es que María Kodama, la frágil, discreta y misteriosa muchacha argentino-japonesa, su exalumna […] por fin lo ha aceptado y el anciano escribidor goza, por primera vez en la vida, sin duda, de un amor correspondido”. 

Por su parte, De Cuenca señala que la poesía del Borges en su etapa de los setenta y ochenta es tan fabulosa como la de las décadas anteriores. 

“En ficción es otra cosa, pero en poesía Borges para mí está igual de fresco e igual de vivo al inicio, en los años veinte, que al final de su carrera, en los ochenta”, considera. 

Para este buen conocedor de la obra del argentino, la obra de Borges no envejece con el cuerpo de Borges, especialmente en su lírica: “Vive en un presente eterno. Todos hemos empezado por sus cuentos, pero me gusta más como poeta que como narrador”. María Kodama, por cierto, también empezó a leer a Borges por sus cuentos. En el volumen de Assouline se nos relata el primer embrujo del estiloso Borges a través de la prosa, la irrepetible y enigmática prosa, de sus cuentos. Kodama leyó de niña Las ruinas circulares.

Palacio de los normandos en Palermo. FERDINANDO SCIANNA / FOTOWARE FOTOSTATION

Hay numerosas musas en esta poesía, entre la mentada Concepción Guerrero, de su primer poemario (Fervor de Buenos Aires), y, al otro lado de la vida, 60 años después, Kodama, aura romántica de Los conjurados y de Atlas, compañera final del laberinto del cosmos, como lo fue del laberinto de Knossos, en Creta. 

Al inicio de la obra de 1984 leemos estas líneas que dictó Borges: “María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas, siempre distintas y únicas. Estas páginas querrían ser monumentos de esa larga aventura que prosigue”.

 

Imagen de portada: La pareja en 1980.MANDA ORTEGA/FUNDACIÓN INTERNACIONAL JORGE LUIS BORGES

FUENTE RESPONSABLE: Vanity Fair. Por Álvaro Cortina Urdampilleta. 25 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Cristina Carrillo/Jorge Luis Borges/María Kodama.

 

 

 

Daniel Balderston, tras los manuscritos y textos privados de Borges.

En «El método Borges» (Editorial Ampersand) y «Lo marginal es lo más bello. Borges en sus manuscritos» (Eudeba), sus dos últimos libros, el investigador estadounidense llevó adelante un trabajo de crítica genética con los originales del gran autor argentino.

Si deseas profundizar en esta entrada; cliquea donde se encuentra escrito en “azul”.

Una vez más, el crítico, docente e investigador norteamericano Daniel Balderston estuvo en Buenos Aires para hablar del tema que lo atrapó hace más de cuatro décadas: la escritura de Borges.  

Como director del Borges Center y la revista Variaciones Borges de la Universidad de Pittsburgh, llevó adelante un trabajo de crítica genética con los manuscritos de este célebre autor que nunca aprendió a escribir a máquina.

El resultado es lo que considera el trabajo más importante de su carrera. Se trata del análisis de los principales manuscritos borgeanos reunidos en El método Borges, que publicó en nuestro país la editorial Ampersand, y su continuación, Lo marginal es lo más bello. Borges en sus manuscritos, recién publicado por Eudeba. Este último incluye cuadernos nuevos y es el producto del trabajo de un grupo de investigadores de varias partes del mundo que él coordinó.

-Según contás en El método Borges, sus manuscritos están bastante desperdigados. ¿Cómo es posible que al día de hoy el “archivo Borges” sea una tarea pendiente?

-Porque en vida de Borges los manuscritos se dispersaron, él no estaba demasiado interesado en conservar sus archivos, se deshacía de cosas. Pero también se nota en sus notas donde cuenta que regalaba sus manuscritos, muchas veces, a la gente a la que iban dedicados los textos. No me voy a meter en cuestiones de política patrimonial, pero sí podría decir que ha habido cosas que han llegado a venderse en las últimas décadas, cuando ya era una celebridad. Y el problema ahí es el valor. El manuscrito de un texto muy menor, desconocido, “Cuentos del Turkestán”, se vendió recientemente en París en una subasta por 10.000 euros. Entonces, cuando sus textos mayores pueden venderse por cientos de miles de dólares, hacer una recolección de las cosas que vayan apareciendo en el mercado es una tarea que sobrepasa las posibilidades individuales o colectivas.

-¿Qué pasó con los manuscritos de El tamaño de mi esperanza y de Inquisiciones, los libros de los que se arrepintió y que no incluyó en sus Obras completas?

-Sobreviven distintas versiones de parte de estos libros. El manuscrito de “La nadería de la personalidad” está en la biblioteca de mi universidad y otros textos de esta época están en manos de coleccionistas particulares. En el libro analizo dos manuscritos muy interesantes de principios de los años ‘20, “Judería” y “Trincheras” que él guardó y fue corrigiendo e incluso, poniéndoles fechas adicionales a esos poemas, cuando le cambia el nombre “Judería” por “Judengasse” en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, con plena conciencia de lo que estaba pasando. Es decir, en algunos casos él mismo guardaba y retocaba sus textos y esos materiales son absolutamente fascinantes.

-Fue un descubrimiento para mí enterarme de la existencia de Pierre Menard y que además fuera el autor de un libro de grafología. Me pareció que era algo en lo que había que detenerse.

-Existió y era un médico que había publicado artículos en revistas surrealistas sobre temas muy diversos, que quería aplicar el método grafológico al psicoanálisis y estuvo en contacto con Freud en Viena. Todo un personaje.

-A partir de los manuscritos en los que trabajaste, escritos en imprenta y con esa letra minúscula, en cuadernos escolares, ¿qué dice su caligrafía de su literatura?

-Lo primero que se puede ver en esos manuscritos es algo que planteó el crítico argentino Norman Di Giovanni. Él dijo que lo que se ve en esa letra de imprenta es la falta de escolaridad en el sistema educativo argentino ya que pasó su infancia y adolescencia en Ginebra, donde nunca se recibió de bachiller. Y en el sistema escolar es muy importante la letra cursiva. Creo que Borges se fue encerrando en su propio proceso de escritura, que esa letra microscópica solo servía para él mismo. Esos primeros borradores son, obviamente, para él. Los segundos borradores, pasados en limpio, están en una letra más grande, legible y con menos alternativas, es decir, que las segundas o terceras versiones se escribieron ya para llevar a la redacción de un diario o una revista. Los primeros borradores con múltiples opciones son característicos de sus borradores iniciales.

-Esta elección deliberada por la manuscritura, ¿tiene que ver con su modo de pensar, de elaborar sus textos de modo espacial, sin plan, sin esquemas?

-Él dice que la literatura consiste en borradores, que no hay texto definitivo. Entonces, las características que vamos viendo en sus cuadernos son consistentes con esa idea. La descripción de los cuadernos de Pierre Menard, con su “letra de insecto, papel cuadriculado y peculiares símbolos geométricos”, nos habla de sus propios textos, caóticos y enmarañados.

-El análisis de su forma de composición nos muestra que la obra de Borges es una obra abierta, en proceso, ya desde los inicios. ¿Borges se adelantó 30 años a las formulaciones de Barthes, del posestructuralismo?

-Yo diría que solo escribió un libro como tal, que es Evaristo Carriego. Todo lo demás son misceláneas, fragmentos que se retoman, reaparecen más tarde. Aún los libros iniciales son menos homogéneos de lo que declaran ser. Y sí, se adelantó incluso a la intertextualidad, que es un concepto que Kristeva saca de Bajtín, que lo estaba planteando en la Unión Soviética pero, obviamente, no había ningún contacto entre ellos. Es un teórico de vanguardia y un escritor muy radical, por cierto. No es un escritor que se aferre a las expectativas genéricas. Pensemos en lo que hace con el cuento policial. El escribe mucho sobre las leyes del género. En “Los laberintos policiales y Chesterton” dice: las seis reglas del policial son éstas y después las viola todas, como en “El jardín de senderos que se bifurcan”, “Emma Zunz”, “La muerte y la brújula”, “La forma de la espada” y antes en “Hombre de la esquina rosada”. El único cuento policial clásico es “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, donde los detectives amateurs, después del crimen, lo reconstruyen proponiendo dos hipótesis.

-Siguiendo con su anacronismo: ¿Borges fue el primer crítico de Kafka?

-Bueno, llegó a ver los textos de Kafka publicados en revistas alemanas en los años 16, 17 y 18. Su relación con el universo Kafka ya se nota en sus textos de los 20, cuando Kafka vivía pero todavía no era Kafka.

-Otro de los lugares donde escribía eran los libros de su biblioteca. ¿La biblioteca personal, más que soporte bibliográfico era una extensión de su obra?

-Hay excesivas bibliotecas en Borges, hay libros que le prestan, otros que regala, hay anotaciones de él en libros de sus amigos. Y sí, esas notas escritas en los libros tienen mucho que ver con las fichas bibliográficas de los cuadernos que venimos estudiando en los últimos dos años con un equipo de Mar del Plata y varios investigadores de todas partes del mundo, pero no tenemos acceso a la totalidad de los cuadernos ni de los libros anotados.

-Pensando en su disputa con el nacionalismo y su postulación de la literatura como libre juego de la imaginación, ¿Borges tuvo continuadores?

-Nacionalismo cultural hay mucho en la obra de él hasta cierto punto. Sin duda, cuando habla de eso en “El escritor argentino y la tradición” en 1951, lo que hay es una autocrítica de sus posiciones de décadas anteriores. Él es muy consciente de haber contribuido a ciertas ideas alrededor de lo nacional, con el culto a lo criollo y se muestra arrepentido de ciertas posiciones. Cuando habla ahí de “La muerte y la brújula” como un mejor acercamiento a la ciudad de Buenos Aires de los años ‘20, queda muy claro que estaba haciendo una autocrítica personal, pero también podemos decir, una crítica que tenía que ver con la coyuntura del peronismo. 

En “El fin”, el cuento donde hace mucha investigación sobre el Martín Fierro y la pulpería, uno de los textos consultados es una novela de Enrique Amorim, de donde saca la palabra “catre”, una referencia muy específica de la concepción por parte de los pulperos con mujeres de la zona, de hijos bastardos. Pero también está contando un diálogo entre Fierro y Moreno en relación a un diálogo de las sagas islandesas que había citado extensamente en Antiguas literaturas germánicas, escrito con Delia Ingenieros en 1951. O sea que está escribiendo un final posible para la vida Martín Fierro desde las técnicas narrativas de la saga islandesa.

-¿De quién fue el error en la cita sobre la ausencia de camellos en el Corán, de Gibbon o de Borges?

-Gibbon, en Decadencia y caída del Imperio Romano, en el tomo quinto, dice que Mahoma prefería la leche de vaca a la leche de camella pero no dice que no hay camellos en el Corán y Borges, brillantemente, inventa eso. 

Es un error, porque muchos, después, han encontrado camellos en el Corán pero, ese salto imaginativo es una referencia muy específica que él saca de contexto para su propio uso. Es una idea brillante, aunque no sea exacta, la ausencia del color local para crear un texto que tiene que ver con las circunstancias de su producción.

-¿Existe algún escritor en el mundo con una obra importante, con ese nivel de erudición?

-Fernando Pessoa, aunque un poco a la inversa. Porque Borges publica sus textos al poco tiempo de haberlos escrito, en cambio Pessoa no publica la mayor parte de su obra en vida.

Borges en su laberinto escrito a mano

La historia de los manuscritos de Borges parece salida de un cuento borgeano. En ellos abundan descripciones de manuscritos que son una descripción de los suyos propios, en un juego de espejos que no hace más que replicar, en su forma, la idea de infinito. Algo que se puede comprobar en el manuscrito de “El jardín de senderos que se bifurcan” al que le faltan dos páginas, como ocurre con el escrito por Yu Tsun, el protagonista del cuento.

Y este trabajo permite ver el origen de las citas y alusiones de gran parte de la obra de Borges, echando por tierra la teoría que sostenía que lo suyo era pura erudición inventada y exhibiendo el uso estratégico que hacía de las citas.

Pero también permite ver el proceso compositivo de Borges: un armado de red de citas de su propia obra, de lecturas, de fuentes (los rastros que deja en sus trabajos) y de variantes que le dan cohesión a una obra hecha de fragmentos. Borges publicó más de 2.700 textos que no eran otra cosa que fragmentos provisorios de un todo, ya que la reescritura incesante, para él, era el texto ideal.

Una escritura sin esquemas, en progreso, que se iba armando a medida que se sumaban las variantes para crear, como la define Balderston, una escritura de la incertidumbre.

Imagen de portada: Daniel Balderston. Foto: Diego Diaz

FUENTE RESPONSABLE: Tiempo Argentino. Por María Eugenia Villalonga. 28 de agosto 2022.

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