ESTOS DOS POEMAS DE BORGES EXPRESAN CON MAESTRÍA LA CONDICIÓN FUGITIVA Y CAMBIANTE DE LA VIDA.
Una de las cualidades de la vida más difíciles de entender para los seres humanos es su condición impermanente o, dicho de otro modo, que en la vida todo está cambiando todo el tiempo, que el cambio es la única constante.
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Necesidad como tiene el entendimiento humano de la repetición, la estructura, el patrón y demás formas del pensamiento orientadas a eliminar la singularidad en favor de lo general, la impermanencia de la vida es una de las grandes pérdidas para la experiencia vital. Ya Nietzsche, en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y en algunos otros pasajes de su obra, se lamentó furibundamente de que el ser humano, en su afán de conceptualizar la realidad (para entenderla mejor), precisamente terminó por extirpar toda la vitalidad de la vida en sí, sustituyendo toda la exuberancia, diversidad y aun intensidad de ésta, por un caparazón hueco hecho de términos y palabras. Dice Nietzsche en ese texto:
Pero pensemos sobre todo en la formación de los conceptos. Toda palabra se convierte de manera inmediata en concepto en tanto que justamente no ha de servir para la experiencia singular y completamente individualizada a la que debe su origen, por ejemplo, como recuerdo, sino que debe ser apropiada al mismo tiempo para innumerables experiencias, por así decirlo, más o menos similares, esto es, jamás idénticas estrictamente hablando; así pues, ha de ser apropiada para casos claramente diferentes. Todo concepto se forma igualando lo no-igual.
(Cabe anotar al margen, sólo como observación, que este extrañamiento es también tema de uno de los mejores cuentos de Borges: “Funes el memorioso”.)
Con todo, aun cuando la propia inercia del pensamiento parece llevarnos a esa “momificación” de la realidad, según Nietzsche, lo cierto es que se trata de una tendencia que es necesario remontar. La propia vida nos lleva a ello. Como bien señala una de las enseñanzas budistas fundamentales, vivir aferrados a la permanencia en un mundo impermanente es una causa garantizada de sufrimiento y, al contrario, tomar conciencia de dicha impermanencia es el primer paso de una toma de conciencia general y de efectos trascendentes para nuestra experiencia de vida.
Los poemas de Jorge Luis Borges que presentamos a continuación tienen ese motivo central, expresado a través de una imagen sumamente afín y elocuente: las nubes, uno de los símbolos por antonomasia de lo fugitivo y lo cambiante de la vida, capaces de transformarse en casi cualquier cosa, hacer volar nuestra imaginación… y desaparecer al instante siguiente.
NUBES (I)
No habrá una sola cosa que no sea
una nube. Lo son las catedrales
de vasta piedra y bíblicos cristales
que el tiempo allanará. Lo es la Odisea,
que cambia como el mar. Algo hay distinto
cada vez que la abrimos. El reflejo
de tu cara ya es otro en el espejo
y el día es un dudoso laberinto.
Somos los que se van. La numerosa
nube que se deshace en el poniente
es nuestra imagen. Incesantemente
la rosa se convierte en otra rosa.
Eres nube, eres mar, eres olvido.
Eres también aquello que has perdido.
NUBES (II)
Por el aire andan plácidas montañas
o cordilleras trágicas de sombra
que oscurecen el día. Se las nombra
nubes. Las formas suelen ser extrañas.
Shakespeare observó una. Parecía
un dragón. Esa nube de una tarde
en su palabra resplandece y arde
y la seguimos viendo todavía.
¿Qué son las nubes? ¿Una arquitectura
del azar? Quizá Dios las necesita
para la ejecución de Su infinita
obra y son hilos de la trama oscura.
Quizá la nube sea no menos vana
que el hombre que la mira en la mañana.
Ambos poemas se publicaron originalmente en el libro Los conjurados, publicado por Alianza Editorial en 1985.
Imagen de portada: John Constable, ‘Wivenhoe Park, Essex’ (1816; detalle)
FUENTE RESPONSABLE: PijamaSurf. Por Juan Pablo Carrillo Hernández. 24 de agosto 2022.
Sociedad y Cultura/Filosofía/Literatura/En memoria/Jorge Luis Borges
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En 1977Jorge Luis Borgesrealizó un ciclo de conferencias en el teatro bonaerense Coliseo y dedicó su último discurso a la ceguera, en la que habló sobre su «modesta ceguera personal»: total de un ojo y parcial del otro.
En su charla, el escritor planteó que vivía en un mundo de colores y no en esa «ceguera perfecta en que piensa la gente», ya que, según dijo, comenzó a perder la vista cuando empezó a ver. Así, refiere a que «ese lento crepúsculo» inició cuando nació y se extendió durante más de medio siglo «sin momentos dramáticos».
Cabe resaltar que heredó la enfermedad de su familia paterna, ya que su bisabuelo, su abuela y su padre también la tuvieron.
A sus 78 años, reveló que todavía podía descifrar algunos colores, entre los que señaló el verde, el azul y el amarillo, color que «nunca le fue infiel», según expresó, y recordó su devoción de niño por quedarse en el zoológico ante la jaula de tigres y leopardos admirando «el oro» de aquellos animales.
Comentó que la gente se equivoca cuando imagina al ciego «encerrado en un mundo negro», y agregó que extrañaba el color negro y el rojo. Así, reveló que el mundo del ciego es un mundo de neblina verdosa o azulada y «vagamente luminosa» y remarcó que dicho mundo «no es la noche que la gente supone».
El escritor señala un quiebre en 1955 «para los propósitos de la conferencia» y lo marca como el año en que supo que ya había perdido su vista «de lector y de escritor». Particularmente es el año en que la «Revolución Libertadora», tras el golpe a Juan Domingo Perón,lo nombró director de la Biblioteca Nacional.
Lo primero que hizo en su cargo fue averiguar que había 900 mil volúmenes. «Poco a poco fui comprendiendo la extraña ironía de los hechos. Yo siempre me había imaginado el paraíso bajo la especie de una biblioteca. Era el centro de 900 mil volúmenes y comprobé que apenas podía descifrar las carátulas y los lomos», sostuvo. Así, Borges se dio cuenta realmente que la lectura de los libros le estaba prohibida.
«Cuando comprobé que ahí estaban los libros y que tenía que preguntar a mis amigos el nombre de ellos, recordé una frase que decía que cuando algo concluye, debemos pensar que algo comienza«, reflexionó, y a partir de allí, decidió dedicarse de lleno al estudio de la lengua y literatura anglosajona y reemplazó el mundo de las apariencias por el mundo de lo audible.
«Escribí muchos poemas basados en esos temas y sobre todo gocé de esas literaturas. No permití que la ceguera me acobardara«, aseguró. Además, siguió escribiendo y publicando libros durante sus años de oscuridad y hasta el fin de su vida.
En esa línea, explicó que la ceguera no fue para él una desdicha total y que no se la debe ver «de un modo patético», sino como un modo de vida.
Además, añadió que «ser ciego tiene sus ventajas» y reconoció que le debe a su afección el estudio, el conocimiento y el goce de diversas cosas, entre las que destacó su libro «Elogio de la sombra», en el que escribió un poema (con el mismo nombre) que alude a su ceguera.
En la conferencia, Borges refiere que la poesía no debe ser visual, sino auditiva, y evoca aHomero,el autor de «La Ilíada» y «La Odisea», quien también era ciego y también nombró a otros célebres escritores universales que tuvieron el mismo destino de no ver y que ello no les impidió seguir su curso en el mundo de las letras.
«¿Quién puede conocerse más que un ciego?», preguntó sin dar lugar a respuestas. «Para la tarea del artista, la ceguera no es del todo una desdicha: puede ser un instrumento», aseguró.
Señaló que «un escritor, o todo hombre», debe pensar que todo lo que le ocurre es un instrumento y que todas las cosas le han sido dadas para un fin, y en el caso del artista, según Borges, le ha sido dado «como arcilla, como material para su arte y tiene que aprovecharlo».
«Esas cosas nos fueron dadas para que las transmutes, para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas o que aspiren a serlo. Si el ciego piensa así, está salvado. La ceguera es un don«, consideró.
Para dar fin a su conferencia, dijo: «He querido mostrar que la ceguera no es una total desventura, sino que debe ser un instrumento más entre los muchos, tan extraños, que el destino o el azar nos deparan».
Dos poemas de Borges que aluden a su ceguera
«El oro de los tigres»: Da cuenta de esa «relación amistosa» entre el amor y la fidelidad que le brindó el color amarillo en el curso de su vida y la devoción que tenía hacia los tigres.
«Poema de los dones»: Lo escribió en el año 1955, cuando, al ser nombrado director de la Biblioteca Nacional, se dio cuenta de la ironía que era el centro de 900 mil libros y no podía leerlos.
Se celebra por los 123 años del nacimiento el escritor más célebre de Argentina. Daniel Mecca, periodista y escritor, otorga algunas claves para conocerlo mejor.
Este martes se celebra el Día del Lector por los 123 años del nacimiento de Jorge Luis Borges, el escritor más célebre de Argentina. No es casualidad, ya que el autor se vanagloriaba de ser un lector antes que un escritor.
Según Daniel Mecca, periodista, escritor y coordinador del festival #BorgesPalooza, el primer paso para acercarse al emblemático escritor es «sacarse el miedo de leer a Borges».
«Las alusiones ‘eruditas’ de Borges no direccionan una sola lectura. No es que si uno no entiende las citas eruditas, se queda afuera. Son parte de ese movimiento de fragmentación y de irritación que genera Borges al leerlo», dice en una de sus clases sobre el escritor.
Para Mecca, la obra del autor se puede dividir en dos ramas: la de los cuchilleros y la de la biblioteca.
“Él expone en sus textos la civilización y la barbarie y es en esa apertura donde Jorge Luis se convierte en Borges”
La parte de la biblioteca incluye obras como «El Aleph», «La biblioteca de Babel», «El libro de Arena» y «Funes el memorioso», entre otros.
Aquí desarrolla algunas de sus ideas más abstractas, de la física cuántica a paradojas filosóficas griegas, y la forma en la que la ficción altera la realidad, con un vasto conocimiento de la cultura universal.
Por otro lado, según Mecca, la parte de «los cuchilleros» abarca títulos como «Hombre de la esquina rosa», «Biografía de Tadeo Isidoro de la Cruz», «El fin» o «La intrusa» , ligados a la tradición nacional, al compadrito porteño.
Según Daniel Mecca, periodista, escritor y coordinador del festival #BorgesPalooza, el primer paso para acercarse al emblemático escritor es «sacarse el miedo de leer a Borges».
«Borges explora los movimientos identitarios de la independencia, la época en la que se debatía lo que sería el destino identitario de la patria. Él entendía que la literatura es un factor clave para decir quiénes somos», cuenta el periodista.
«En esa discusión, él mismo supo decir ‘qué distinto hubiera sido el país si el libro canónico de la patria era el Facundo y no el Martín Fierro’, pero no desde una mirada europeizante. Él expone en sus textos la civilización y la barbarie y es en esa apertura donde Jorge Luis se convierte en Borges», explica.
Daniel Mecca es periodista, escritor, docente y poeta, organizador del #BorgesPalooza. Administra el newsletter “Poesía por WhatsApp” y “Poesía sin corona”, una comunidad virtual de poetas. También los podcast: “El resto es literatura” y “Poesía por WhatsaApp (lectura de poemas)”. Actualmente da seminarios sobre Borges.
Imagen de portada: Jorge Luis Borges
FUENTE RESPONSABLE: Entre Líneas. Por Daniel Mecca. 24 de agosto 2022.
Sociedad y Cultura/Literatura/Genios virtuosos/Jorge Luis Borges
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El autor de «El Aleph» dejó un puñado de frases que reflejan su elocuencia y su genio y que lectores de todas las latitudes vienen memorizando hace años.
Este martes se celebró el Día del Lector por los 123 años del nacimiento de Jorge Luis Borges, el escritor más célebre de Argentina. No es casualidad, ya que el autor se vanagloriaba de ser un lector antes que un escritor.
El autor de «El Aleph» dejó un puñado de frases que reflejan su elocuencia y su genio y que lectores de todas las latitudes vienen memorizando hace años.
Sobre la vida: «Es una interesante aventura en la que estamos comprometidos. Moriremos emprendiendo esa aventura, con feliz o adversa fortuna».
Sobre el amor y la amistad: «La amistad no necesita frecuencia, el amor sí. La amistad puede prescindir de frecuencia, en cambio el amor no, el amor está lleno de ansiedades, de dudas, un día de ausencia puede ser terrible. Yo tengo amigos íntimos a quienes veo tres o cuatro veces al año. La amistad puede prescindir de la confidencia, el amor no, si no hay una confidencia, uno ya lo siente como una traición».
Sobre la lectura: «Si un libro les aburre, déjenlo, no lo lean porque es famoso, ni porque es moderno, ni porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo, no lo lean, ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad. Lean buscando la felicidad personal, es el único modo de leer».
Sobre sus sentimientos: «Soy desagradablemente sentimental. Soy un hombre muy sensible. Cuando escribo, trato de tener cierto pudor, y como escribo por medio de símbolos y nunca me confieso directamente, la gente supone que esa álgebra corresponde a una frialdad, pero no es así. Es lo contrario, esa álgebra es una forma del pudor y de la emoción».
Sobre «Cien años de soledad»: «Yo pienso que García Márquez es un gran escritor. Cien Años de Soledad es una gran novela, aunque creo que con cincuenta años hubiera sido suficiente».
Sobre el peronismo: «No me he ocupado de política y no entiendo de ella, pero entiendo de ética. Aquel era un gobierno deshonesto y desear aquello era desear la deshonestidad. Además, era un gobierno muy cruel y muy arbitrario. Sobre todo deshonesto».
Sobre el odio: «El tratar de olvidar puede ser una forma de odio. El que odia está destruyéndose, de modo que el odio realmente se vuelve contra uno mismo. Por eso conviene no odiar».
Imagen de portada: Jorge Luis Borges
FUENTE RESPONSABLE: Entre Líneas. 24 de agosto de 2022.
Sociedad y Cultura/En memoria/ Jorge Luis Borges/Día del Lector/123 Aniversario de su Natalicio/
Un típico chalet de la década 40 fue comprado por la madre de Borges, Leonor Acevedo, para vivir con su hija Norah. Allí pasaba los veranos el autor de «El Aleph», y será reinagurada el próximo 28 de agosto.
Única vivienda que habitó el autor de “Ficciones” recuperada para ser exhibida al público, la Casa Borges ubicada en la localidad bonaerense de Adrogué será reinaugurada el próximo 28 de agosto en un nuevo ciclo que permitirá sumergirse en un Borges retratado como un «vecino de Adrogué», conocer el lugar que inspiró varios de sus cuentos, recorrer su habitación, contemplar llamativos murales y hasta una intervención artística realizada con enciclopedias, esos tomos condensadores de conocimiento que el escritor solía definir como «selva de selvas».
Se trata de un típico chalet de la década del 40, ubicado en Diagonal Brown 301 de Adrogué, en el municipio de Almirante Brown, que fue comprado por la madre de Borges, Leonor Acevedo, para vivir con su hija Norah. Allí pasaba los veranos el autor de «El Aleph», quien amaba esa localidad que había disfrutado en su infancia y en la que comenzaron a definirse elementos característicos de su obra, como su obsesión por los laberintos y los espejos.
«En cualquier parte del mundo que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptus, estoy en Adrogué (…) Adrogué era eso: un largo laberinto tranquilo, de quintas, un laberinto de vastas noches quietas (…) Así es mi recuerdo de Adrogué: las quintas, los coches en la plaza, las largas verjas, lo fácil que era perderse», relataría Borges en la conferencia titulada «Adrogué en mis libros», que brindó el 19 de marzo de 1977 en la localidad de Burzaco y que fue publicada en el suplemento cultural del diario Tribuna de Adrogué el 7 de abril de ese año.
Era rotundo al afirmar también que «muchos argumentos, muchas escenas, muchos poemas que he imaginado, nacieron en Adrogué o se sitúan en ella».
/ Foto Camila Godoy
Quien recorra la Casa Borges podrá conocer más sobre este vínculo que el escritor tenía con esta localidad del sur bonaerense, donde de niño había aprendido a andar en bicicleta y ya adulto supo construir amistades que lo recordaban por su particular sentido del humor y sus respuestas rápidas e irónicas.
«La Casa Borges es la única casa en el mundo que habiendo sido habitada por el escritor abrió sus puertas a la comunidad», explica a Télam Sandra Agis, directora de Patrimonio Cultural del municipio de Almirante Brown.
Cuenta que el chalet «es una casa muy austera, muy de la época, está ubicado enfrente de la plaza principal, donde está el Palacio Municipal, la Iglesia, la escuela. La habitación que da frente a esa plaza fue fuente de inspiración en Borges cuando habla de las anclas, ya que desde esa ventana se ve la estatua en honor a Almirante Brown».
Durante la infancia del escritor, la familia alquilaba en los veranos la quinta «La Rosalinda», en Adrogué. Más adelante se alojaron en un establecimiento que ya no está en pie, el Hotel La Delicia, que Borges gustaba de nombrar en plural -«Las Delicias»-, donde había un salón de espejos que llamó la atención del escritor.
«Las estatuas de tan mal gusto y tan cursis que ya resultaban lindas. Recuerdo la terraza y un gran salón de espejos. Los espejos son otro tema que vuelve continuamente a mi obra. Sin duda me miré en aquellos espejos infinitos», recordó el escritor en otro tramo de aquella charla.
Sobre la casa
En 1944 Leonor Acevedo compró el chalet de Adrogué para vivir con su hija Norah y en él se alojaba Borges cuando las visitaba. «Posteriormente la casa fue vendida a un marino, que lo dejaba ingresar y lo llevaba a su cuarto cuando el escritor volvía a Adrogué», apunta Agis.
En el 2011 el municipio compró la propiedad con la finalidad de convertirla en Museo y visibilizar desde allí el vínculo real y afectivo que Borges tuvo con Adrogué. Lo inauguró en el 2014 y tras una puesta en valor será reinaugurado el próximo 28 de agosto, en el marco del festejo por el natalicio del escritor.
«Quien visite la Casa Borges verá un recorrido visual, una línea de tiempo con fotos del escritor, algunas de Sara Facio, de Julie Méndez Ezcurra; entrás y vas leyendo en las paredes esas fotografías que relacionan a Borges con Almirante Brown», detalla Agis, en alusión a fotos que lo retratan frente a la municipalidad de Almirante Brown, en el chalet, o paseando con amigos, entre otras.
En la sala principal de la casa, el visitante se encontrará con una foto gigante de Borges junto a la única estatua que quedó del hotel La Delicia, de Diana la Cazadora, hoy emplazada en el Paseo La Delicia y ubicado en el centro de Adrogué.
/ Foto Camila Godoy
«La gente queda impactada. Luego hay una habitación, una sala audiovisual, donde uno puede sentarse y ver el video institucional de la casa y hay una biblioteca con libros donados por la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, la Biblioteca Nacional Mariano Moreno y por María Kodama», asegura Agis y destaca que en la biblioteca de la casa «hay una computadora que conecta con el Borges Center de la Universidad de Pittsburgh».
«Afuera el visitante verá una estatua de Borges y los 4 murales pintados por artistas plásticos y una estatua del escritor, que están en el frente y el patio, que serán restaurados el domingo 28 de agosto», precisa.
Especialmente impactante es uno de esos murales donde se ve a Borges caminando, de espaldas y con su bastón, por un sendero rodeado de árboles junto a un tigre de Bengala. Imposible no recordar los versos de «El oro de los tigres».
Agis precisa que el próximo 28 de agosto, organizado por el Instituto de Estudios Históricos y Patrimonio Cultural del municipio, cuyo presidente es Emilio Klubus, será inaugurada una galería construida en un sector de la propiedad con el objetivo, de potenciar «la visibilización del lugar, ya que se ve de muchos ángulos.
También la idea de que haya muestras artísticas trae otro público que de esta forma lo amplía. Una galería que invita a acercarse, como un llamador que se verá desde la plaza».
/ Foto Camila Godoy
«Muchas veces notamos que algunos se sienten inhibidos de ingresar a la Casa Borges, pensando que van a tener que pasar un cuestionario sobre Borges y no es así», dice.
El sábado 27 de agosto, previo a la reinauguración de la Casa Borges, se abrirá la muestra Diccionar, que se extenderá hasta octubre próximo y podrá ser recorrida de lunes a viernes de 8 a 14. «Es una muestra que traje del Centro Cultural San Martín, 12 artistas, entre ellos Carlos Kravetz, Néstor Goyanes, Florencia Salas, Diego Cossettini, que en pandemia intervinieron 12 enciclopedias», se entusiasma. Y acota: «qué mejor que poner enciclopedias en la casa de Borges».
En aquella conferencia de marzo de 1977, el escritor explica su amor por las enciclopedias y afirma que «si tuviera que elegir un libro para una isla desierta haría trampa y me llevaría la Enciclopedia Británica: ahí hay lectura para siempre (…) pensé que la lectura de una enciclopedia es la más grata que puede haber. No hablo de las de ahora, que son libros de consulta sino de las del siglo XIX, que eran obras de lectura, selva de selvas».
Esa fascinación por las enciclopedias fue plasmada en el cuento «Tlon, Uqbar, Orbis tertius».
«Pensé si una enciclopedia es grata, mucho más lo será una que en lugar de revelarnos la historia o la geografía reales nos enseñara la historia, la geografía, y la filosofía, la metafísica y las religiones y herejías de un país imaginario», se explaya Borges en esa conferencia, donde también dice que ese cuento lo escribió en Adrogué.
/ Foto Camila Godoy
También reconoce influencias de esa localidad en su cuento «La muerte y la brújula», que describe una serie de crímenes en puntos cardinales, el último de los cuales, lo sitúa en Adrogué.
«Cuando llegué al sur pensé en Adrogué. Triste Le Roy es el lugar donde se desarrolló la última escena del cuento. Era el hotel Las Delicias de Adrogué. ́La muerte y la brújula ́se sitúa pues en Adrogué», relata Borges sobre ese cuento donde no faltan los eucaliptus y la referencias a la estatua de Diana, las escalinatas y la terraza de ese hotel adroguense.
El mismo domingo 28, el Instituto de la Cultura de la provincia de Buenos Aires colocará un placa, también escrita en sistema Braille, que recordará la remodelación.
Con narradoras que recorrerán el patio, música, danzas gauchescas y tangos la Casa Borges, volverá a abrir sus puertas para revivir al escritor en los años que habitó en Adrogué y hacer presente lo que él sentía sobre esta ciudad.
«De algún modo siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Los lugares se llevan, los lugares están en uno. Sigo entre los eucaliptus y en el laberinto», afirmaba Borges en aquella conferencia.
Imagen de portada: Borges; «muchos argumentos, muchas escenas, muchos poemas que he imaginado, nacieron en Adrogué o se sitúan en ella» / Foto Camila Godoy
FUENTE RESPONSABLE: Télam. Por DIANA LÓPEZ GIJSBERTS. 20 de agosto 2022.
Sociedad y Cultura/Argentina/Literatura/Museos/Jorge Luis Borges
puede no dejar sola línea pero sí una imagen total del hombre que lo hizo,
puede legar a las antologías unos cuantos poemas.
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Borges, prólogo a su Poesía completa
El hombre que firmó El hacedor, hacia 1960, ya era Borges, el escritor-adjetivo, fuente y receptáculo de innumerables páginas, constructor de imágenes de artificio, bardo ciego y lector infinitesimal. En otras palabras, que no quieren ser despectivas, Borges, en 1960, ya era un mito, y como Marco Aurelio, durante los últimos 26 años de su vida, el escritor fortificó y defendió las fronteras lejanas de su imperio; repelió, sin éxito, a los bárbaros y, voluntariamente, tras haber publicado una obra irrepetible en cuanto imitable, murió en penumbras y lejos de su mítica Ciudad Imperial. Pero el joven que trazó con puño y letra los versos de Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929) no era un emperador-filósofo, sino Georgie, un muchacho argentino que había descubierto empíricamente Europa y su literatura, y que en 1921 regresó transformado en un poeta imaginista (es decir ultraísta) lírico y —pese a las constantes quejas ulteriores del anciano consagrado— íntimo.
Cuando era adolescente yo transcribía los dictámenes rigurosos de Borges, el adjetivo, y los defendía como el único dogma literario; ahora me siento menos afectado por lo categórico y no soy digno de llamarme borgiano; le he fallado: he escrito novelas y publicado poemas líricos, que nada tienen que ver con espadas normandas, y no soy devoto de Schopenhauer. Algo nos une, con todo, y es la contemplación arquitectónica del tiempo.
De Fervor de Buenos Aires (publicado en 1923, mientras un barco se llevaba al poeta de vuelta a Europa) se ha dicho —incluso por el autor mismo— que prefigura toda la obra posterior de Borges, pero yo, como lector nomás, albergo dudas: aunque en Fervor no hay traspiés de poeta primerizo y las frases consabidas podrían aplicarse (respeto a sus mayores, el paso del tiempo, alusiones literarias, un poco de épica local gauchesca) yo leo nostalgia, preocupaciones de hombre joven, leitmotiv románticos —cementerios, sepulcros, jardines, la noche, el tiempo, la muerte— y ensoñaciones con una Buenos Aires que apenas redescubre y que, aun siendo argentino, todavía no siente suya: «Solo después reflexioné / que aquella calle de la tarde era ajena / que toda casa es un candelabro / donde las vidas de los hombres arden / como velas aisladas / que todo inmediato paso nuestro / camina sobre Gólgotas».
Es otro Borges quien escribe esas líneas, un poeta que comienza a entender la soledad de la escritura y de las piedras argentinas.
Ser latinoamericano, por más que los argentinos frunzan el ceño, exige resistencia y resignación. Lejos de Ginebra, en aquel entonces una continuación de la Francia chic, Borges se desdobla: él, niño, corre a través de un zaguán en su casa de Palermo mientras simultáneamente Borges, con el Salève al fondo, sueña que es un niño que corre en un barrio de Palermo. No sabemos la cronología de este poema, pero si lo leyéramos al pasar en cualquier antología quizá podríamos descifrar la voz enterrada del autor consagrado, pero solamente después de unas cuantas lecturas.
La vuelta
Al cabo de los años del destierro
volví a la casa de mi infancia
y todavía me es ajeno su ámbito.
mis manos han tocado los árboles
como quien acaricia a alguien que duerme
y he repetido antiguos caminos
como si recobrara un verso olvidado
y vi al desparramarse la tarde
la frágil luna nueva
que se arrimó al amparo sombrío
de la palmera de hojas altas,
como a su nido el pájaro.
¡Qué caterva de cielos
abarcará entre sus paredes el patio,
cuánto heroico poniente
militará en la hondura de la calle
y cuánta quebradiza luna nueva
infundirá al jardín su ternura,
antes que vuelva a reconocerme la casa
y de nuevo sea un hábito!
Quizá el rasgo más enigmático de Fervor de Buenos Aires sea sus guiños al amor, un tema que Borges parecía repudiar cotidianamente. Solo algunas veces se permitió confesiones sentimentales y su primer poemario parece ser el lugar más propicio para el amor. Como nada sabemos de su recipiente, conjeturamos que Borges estaba enamorado de la mujer, como idea, o de Ginebra, como fijación última.
Despedida
Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.
No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo…
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.
Dije que albergaba dudas sobre la prefiguración borgiana, y lo sostengo. Y con todo, el poema que cierra Fervor de Buenos Aires lo firma Borges, el adjetivo.
Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922
Silenciosas batallas del ocaso
en arrabales últimos,
siempre antiguas derrotas de una guerra del cielo,
albas ruinosas que nos llegan
desde el fondo desierto del espacio
como desde el fondo del tiempo,
negros jardines de la lluvia, una esfinge de un libro
que yo tenía miedo de abrir
y cuya imagen vuelve en los sueños
la corrupción y el eco que seremos,
la luna sobre el mármol,
árboles que se elevan y perduran
como divinidades tranquilas,
la mutua noche y la esperada tarde,
Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
la espada valerosa de un rey
en el silencioso lecho de un río,
los sajones, lo árabes y los godos
que, sin saberlo, me engendraron,
¿soy yo esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?
Imagen de portada: Borges (jovencito) Fotografía principal tomada de La columna vertebral
Fue un confeso amante de las películas de Von Sternberg, escribió críticas en Sur y fue guionista de varias películas, entre ellas Invasión, que hizo junto con Adolfo Bioy Casares.
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“He sentido el enfermizo placer del horror, como lo siente todo el mundo, y me doy cuenta de que es una debilidad mía. Pero, en el caso de Psicosis me interesa la ingeniosa y a la vez patética idea de alguien que cree ser la persona que él ha matado. Es otra variación sobre el tema del doble, que es tan atractivo. En ese film un muchacho mata a su madre. Luego guarda el cadáver y cree a veces ser su propia madre y llega a desdoblarse y a mantener diálogos con ella y, al final, la madre traiciona al hijo, lo acusa de haber cometido los crímenes que ella ha cometido. Pero la madre no sabe que ella es el hijo”, le comentó Jorge Luis Borges a su buena amiga, la también escritora María Esther Vázquez, quien rescató la anécdota en Borges, sus días y su tiempo.
Borges nació cuatro años después del mismísimo cinematógrafo, si tomamos como fecha de inicio del séptimo arte, a la primera proyección de los hermanos Lumiere, en París, el 28 de diciembre de 1895.
En una nota publicada en el diario El País de España, el 29 de agosto de 1983, el escritor narró anécdotas de los primeros tiempos del cine, de cómo su abuela llegó un día a casa y dijo que había visto en una pantalla a unos caballos metiéndose en el río y mojándose el pelaje. En ese mismo artículo se ríe al comentar que un amigo no podía seguir el argumento de las películas “porque me decía que cómo puede uno ver a un hombre sentado y después verle sólo la cabeza y luego una mano que toma un revólver. Ese hombre no entendía lo que ahora cualquier chico pequeño sabe: qué es el lenguaje cinematográfico”.
«Me aterroricé con Psicosis. La vi tres o cuatro veces y sabía cuál era el momento justo en el que debía cerrar los ojos para no ver a la madre», contó el escritor. (archivo)
El autor de El Aleph fue un apasionado por el cine, en este arte encontró una manera de narrar.
“En 1935, en el prólogo a la Historia universal de la infamia, Borges reconocía que sus primeros ejercicios de ficción derivaban del cine, del director estadounidense de origen austriaco, Josef von Sternberg –destaca Edgardo Cozarinsky en ya su mítico libro Borges y el cine–; en 1940, en la Antología de la literatura fantástica, uno de los siete renglones informativos sobre su persona anunciaba: ‘escribe en vano argumentos para el cinematógrafo’. La relación de Borges y el cine ha sido tan laberíntica como la de sus personajes con el tiempo”.
Disfrutaba de su lugar como espectador, lo siguió siendo a pesar de su ceguera. Entre 1931 y 1944 publicó en Sur, la revista fundada por Victoria Ocampo sobre diferentes films, muchas de estas reseñas, son ya hitos, como la dedicada a El ciudadano y King Kong. Firmó argumentos, pensó ideas para películas, a veces a cuatro manos con Adolfo Bioy Casares.
En una entrevista firmada porRonald Christ en The Paris Review,el escritor argentino resaltó su fascinación por el cine y el carácter épico que este arte representa: “Durante este siglo… la tradición épica ha sido salvada para el mundo por Hollywood, por improbable que parezca.
Cuando fui a París, sentí que deseaba escandalizar a la gente, y cuando me preguntaron –sabían que me interesaba el cine, o que me había interesado, porque apenas si veo ahora– y me preguntaron ‘¿Qué clase de películas le gustan?’, yo dije ingenuamente: ‘Las que más disfruto son los westerns’”.
«Se trata de un film fantástico y de un tipo de fantasía que puede calificarse de nueva. No se trata de una ficción científica a la manera de Wells o de Bradbury», dijo Borges de Invasión (archivo)
Su amor por aquél género tenía una clara razón de ser y bien se lo comentó a Maruja Torres en la nota mencionada del diario El País: “Lo que a mí me gusta más son los westerns, que salvaron la épica en un tiempo como el nuestro en que ha desaparecido. Aunque las películas del Oeste no tenían nada que ver con la realidad, porque yo hablé con gente vieja, en Texas, y me decían que en un salón nunca entraban todos vestidos de cowboy a la vez. Uno llegaba con un sombrero, el otro con una pistola, el otro con unas botas…
Pasa como con los gauchos, que en el folklore siempre lo han llevado todo puesto, pero en la vida uno tenía un poncho, el otro un facón, el otro chiri bombachas…”
En los meses de julio y agosto de 1979, Jorge Luis Borges –que cumplía 80 años– fue entrevistado por Antonio Carrizo para el programa La vida y el canto. Se transmitió en diez emisiones por Radio Rivadavia. En aquellas charlas que se publicaron con el título Borges, el memorioso, el autor de Las ruinas circulares recordó: “Bueno, cuando yo frecuentaba el cinematógrafo cuando mis ojos podían ver, a mí me gustaban mucho dos tipos de películas: los westerns y las películas de gánsteres. Sobre todo, los de Josef von Sternberg. Yo pensaba: Qué raro, los escritores han olvidado que uno de sus deberes es la épica y aquí está Hollywood que comercialmente, ha mantenido la épica. En una época en que está olvidada por los escritores; o casi olvidada.
Y Hollywood ha salvado ese género. Ese género que la humanidad necesita, además. Usted ve que las películas de cowboys son populares en todo el mundo. ¿Por qué? Bueno, porque está lo épico en ellas. Está el coraje, está el jinete, está la llanura también. Todo eso las acerca. y sobre todo a nosotros, sobre todo a los argentinos”.
«El cine era para Borges algo paralelo a la vida»
El melodrama no le era ajeno. “Derramaba lágrimas con los westerns y las películas de gangsters. Sollozó al final de Ángeles con caras sucias, cuando James Cagney acepta comportarse como un cobarde a la hora de ser conducido a la silla eléctrica, para que los chicos que lo idolatran dejen de admirarlo -describe Alberto Manguel en su libro Con Borges donde narra parte de lo que vivió cerca del escritor-. Frente a la vastedad de la pampa (cuya visión afecta a los argentinos –decía–, tanto como la del mar afecta a los ingleses), una lágrima rodaba por su mejilla y él murmuraba: ‘¡Carajo, la patria!’”
El realizador Von Sternberg, fue su preferido, una fuente de inspiración. “Hay un cuento, Hombre de la Esquina Rosada, que escribí voluntariamente como una serie de imágenes –le dijo al crítico de arte francés George Charbonnier, conversación que se reproduce en El Escritor y su obra. En ese tiempo admiraba mucho a un director que ahora se ha olvidado, Josef von Sternberg. No sé si lo ha conocido, quizás era de una época anterior a la suya; hizo muy buenas películas de gángsters con George Bancroft, William Powell… Hizo películas que se llamaron Underworld (La ley del hampa, 1927) The Docks of New York (Los muelles de Nueva York, 1928), The Drag Net (La batida, 1928). Eran muy buenas, sorprendentes, y quise escribir mi historia a su manera. Antes que nada, visual. En el momento que Sternberg alcanzó la cima del cine llegó el cine sonoro. Hubo que volver a empezar, se hicieron óperas para ser oídas y se lo olvidó. Enseguida Sternberg hizo películas bastante mediocres con Marlene Dietrich. Estas son más conocidas que las otras, las principales que eran fuertes, lacónicas”.
«En el momento que von Sternberg alcanzó la cima del cine llegó el cine sonoro. Hubo que volver a empezar, se hicieron óperas para ser oídas y se lo olvidó. Enseguida Sternberg hizo películas bastante mediocres con Marlene Dietrich. Estas son más conocidas que las otras», comentó Borges. El ángel azul (1930), un clásico de von Sternberg lanzó la carrera de Dietrich.
La admiración por von Sternberg lo llevó a Borges a lamentar la actuación del mismísimo Carlos Gardel en el entreacto de una función: “Recuerdo que habíamos visto un film de Joseph von Sternberg, con [Carlos] Mastronardi. Ese film era La batida o La ley del hampa. Teníamos una impresión épica. Habíamos visto el film, habíamos sido espectadores de esa valentía… los balazos, todo eso… ese mundo de los malevos norteamericanos. Después iba a cantar Gardel y nosotros pensamos: ‘la zamba, qué triste. Después de ver esto estar oyendo, –dijimos, sin ninguna reverencia–, a ese maricón’. Y nos fuimos y no lo vimos”, le confesó a Antonio Carrizo.
En el invierno de 1931, en el número 3 de Sur, Jorge Luis Borges escribe con el título Films la opinión de los estrenos recientes. “El mejor, a considerable distancia de los otros: El asesino Karamasoff (…) Yo desconozco la espaciosa novela de la que fue excavado este film: culpa feliz que me ha permitido gozarlo, sin la continua tentación de superponer el espectáculo actual sobre la recordada lectura, a ver si coincidían. Así, con inmaculada prescindencia de sus profanaciones nefandas y de sus meritorias fidelidades –ambas importantes–, el presente film es poderosísimo”.
Underworld (La ley del hampa) es una de las películas favoritas de Borges. Este film mudo de 1927, dirigido por Josef von Sternberg es considerado el predecesor del género de gánsteres. (archivo)
En ese mismo texto hace referencia a Luces de la ciudad, de Charles Chaplin: “ha conocido el aplauso incondicional de todos nuestros críticos; verdad es que su impresa aclamación es más bien una prueba de nuestros reprochable servicios telegráficos y postales, que un acto personal, presuntuoso. ¿Quién iba a atreverse a ignorar que Charles Chaplin es uno de los dioses más seguros de la mitología de nuestro tiempo, un colega de las inmóviles pesadillas de Chirico, de las fervientes ametralladoras de Scarface Al, del universo finito, aunque limitado de las espaldas cenitales de Greta Garbo, de los tapiados ojos de Gandhi? ¿Quién a desconocer que su novísima comédie larmoyante era de antemano asombrosa?
En realidad, en la que creo realidad, este visitadísimo film del espléndido inventor y protagonista de La quimera del oro, no pasa de una lánguida antología de pequeños percances, impuestos a una historia sentimental (…). Salvo la ciega luminosa, que tiene lo extraordinario de la hermosura y salvo el mismo Charly, siempre tan disfrazado y tan tenue, todos sus personajes son temerariamente normales”.
Un film abrumador, así tituló la reseña dedicada a El ciudadano, publicada en agosto de 1941, en la revista Sur número 83. “Citizen Kane (cuyo nombre en la República Argentina es El Ciudadano) tiene por lo menos dos argumentos. El primero, de una imbecilidad casi banal, quiere sobornar el aplauso de los muy distraídos. Es formulable así: un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres; a semejanza de un coleccionista anterior (cuyas observaciones es tradicional atribuir al Espíritu Santo) descubre que esas misceláneas y plétoras son vanidad de vanidades y todo vanidad; en el instante de la muerte, anhela un solo objeto del universo ¡un trineo debidamente pobre con el que en su niñez ha jugado! El segundo es muy superior. Une al recuerdo de Kohelet el de otro nihilista: Franz Kafka.
En Sur publicó la crítica a Luces de la ciudad, film de Chaplin: «Este visitadísimo film del espléndido inventor y protagonista de La quimera del oro, no pasa de una lánguida antología de pequeños percances, impuestos a una historia sentimental». (archivo)
El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso filme The Power and the Glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadora e infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo. Las formas de la multiplicidad, de la inconexión, abundan en el film (…) Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como ‘perduran’ ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra.”
Welles se refirió a la crítica de Borges en uno de los encuentros con Henry Jaglom que quedó inmortalizado en Mis almuerzos con Orson Welles. “Siempre supe que al propio Borges no le había gustado. Dijo que era pedante, que es una cosa muy extraña de decir al respecto, y que se trataba de un laberinto. Y lo peor de un laberinto es que no hay manera de salir. Y esta es una película de laberinto sin salida. Borges es medio ciego. Nunca olvides eso. Pero sabes, yo podría entender que él y Sartre simplemente odiaban a Kane. En sus mentes, ellos veían –y atacaban– algo más. El problema son ellos, no mi obra”.
«Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como ‘perduran’ ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever», escribió de El Ciudadano, la película de Orson Welles. Archive Photos
Lo que no le comentaron a Welles es que Borges volvió a ver el film y esto le dijo al académico estadounidense Richard Burgin y puede leerse en Conversations with Jorge Luis Borges (1969): “La vi apenas estrenada y no me gustó. Me pareció una imitación de Josef von Sternberg. Me pareció que von Sternberg lo hacía mejor. Entonces volví a verla y pensé, bueno, Orson Welles ha inventado el cine moderno”.
Otra de las reseñas inolvidables es la que hizo de King Kong (1933), versión dirigida por Merian C. Cooper y Ernst B. Schoedsack. “Un mono de catorce metros de altura (algunos entusiastas dicen que quince), es evidentemente encantador, pero tal vez no basta. No es un mono jugoso; es un reseco y polvoroso artificio de movimientos esquinados y torpes. Su única virtud –la estatura– parece no haber impresionado mucho al fotógrafo, que se obstina en no retratarlo de abajo sino de arriba –enfoque a todas luces desacertado, que invalida y anula su elevación. Falta añadir que es jorobado y de piernas chuecas: rasgos que lo achican también. Para que nada tenga de extraordinario, lo hacen luchar con monstruos muchos más raros que él, y le destinan alojamiento en falsas cavernas de catedralicio grande, donde se pierde su afanosa estatura. Un amor carnal o romántico por Miss Fay Wray perfecciona la ruina de ese gorila monumental y también la del film”.
La cinematografía de Alfred Hitchcock llamaba su atención y no siempre con buenos resultados. Sobre Sabotaje, escribió en 1937: “Destreza fotográfica, torpeza cinematográfica: tales son los juicios tranquilos que me inspiran el último film de Hitchcock…”. El año anterior, elogió al cineasta británico al comentar Los 39 escalones: “…de una novela de aventuras del todo lánguida, Hitchcock ha sacado un buen film. Ha inventado episodios. Ha puesto felicidades y travesuras donde el original sólo contenía heroísmo. Ha intercalado un buen erotic relief nada sentimental. Ha intercalado un personaje agradabilísimo, Mr. Memory…”
«No es un mono jugoso; es un reseco y polvoroso artificio de movimientos esquinados y torpes», escribió de King Kong. (archivo)
En cuanto a las producciones argentinas, Borges dejó bien en claro que estaba lejos de “Idolatrar un adefesio porque es autóctono, dormir por la patria, agradecer el tedio cuando es de elaboración nacional, me parece un absurdo”. En abril de 1937 con ironía comentó el film Los muchachos de antes no usaban gomina, de Manuel Romero: “Es indudablemente uno de los mejores filmes argentinos que he visto: vale decir, uno de los peores del mundo. El diálogo es del todo increíble. Los personajes –doctores, patoteros, compadrones de 1906– hablan y viven en función de su diferencia con el año 1937. No existen fuera del color local y del color temporal. Hay una pelea a trompadas y otra a cuchillo. Los actores no saben cantar, ni boxear, lo cual desluce un poco esos espectáculos (…) El héroe, que debería ser emblemático de la antigua virtud –y de la antigua incredulidad– es un porteño ya italianizado, harto sensible a los bochornosos estímulos del patriotismo apócrifo y del tango sentimental”.
Sus historias también fueron llevadas al cine. En una entrevista que le concedió a Raquel Ángel y que se incluye en el libro El otro Borges (Equis Ediciones), el escritor argentino señaló: “Podría decirse que el cine me ha aportado el mundo visual. Sin embargo, no se ha hecho ningún buen film con mis cuentos salvo Hombre de la esquina rosada, de René Mugica, que es superior al texto mío, después, Torre Nilsson realizó otro titulado cacofónicamente Días de Odio”.
«Es indudablemente uno de los mejores filmes argentinos que he visto: vale decir, uno de los peores del mundo», sentenció. (archivo)
– ¿Ese era Emma Zunz, no? Quiso saber la periodista
– Sí, Emma Zunz. O, más bien lo que quedó de Emma Zunz. Él me pidió disculpas, después. Yo le dije: ´Realmente, Torre Nilsson, no sé cómo ha podido hacer este film´.
– ¿Usted allí colaboró en el guion?
– No, de ningún modo. ¡Cómo voy a colaborar en semejante disparate! Me dijeron que, por razones comerciales, convenía poner que yo había intervenido. Pero no tuve nada que ver. Inventaron escenas del todo inverosímiles como las de Emma Zunz viviendo una historia de amor y paseando con su amante por el Parque Lezama… debe ser por esa idea del cine argentino de que si no hay una historia sentimental el film será un fracaso. El cine argentino es tan cursi ¿no? Nada de eso está en el cuento. Yo creo que Torre Nilsson era muy chambón….
La adaptación de La intrusa, llevada a la pantalla por Carlos Hugo Christensen (1979) enojó a Borges quien no ahorró en comentarios negativos ante las preguntas de María Esther Vázquez: “Es ridícula. Hay una actriz que se ha resignado a que la fotografíen desnuda, y hay dos señores también desnudos que avanzan de cada lado y entonces inventan la forma más incómoda del acto sexual: que sea simultáneo. Al decir yo en el cuento que ellos la compartieron no quiero decir al mismo tiempo”.
«Podría decirse que el cine me ha aportado el mundo visual. Sin embargo, no se ha hecho ningún buen film con mis cuentos salvo Hombre de la esquina rosada, de René Mugica, que es superior al texto mío», reconoció. (archivo)
– ¿Hasta dónde es perniciosa la censura?
– En el caso de una película mía que estrenaron me parece laudable la censura. Christensen ha tomado un cuento mío, y lo ha enriquecido introduciéndole la sodomía y el incesto.
– Este es un caso muy especial, ninguna persona sensata puede apoyar la censura.
– Ah, no, no, no. Yo digo que éste, por excepción, es el único acierto en la historia universal.
“Creo que mi amistad con Borges procede de una primera conversación, ocurrida en 1931 o 32, en el trayecto entre San Isidro y Buenos Aires. Borges era entonces uno de nuestros jóvenes escritores de mayor renombre y yo un muchacho con un libro publicado en secreto”, recordó Adolfo Bioy Casares. Juntos compartieron la escritura de cuentos, relatos, prólogos y realizaron cuatro guiones cinematográficos: Invasión (1969), Les autres (1974), ambas dirigidas por Hugo Santiago; Los orilleros (1975), realizada por Ricardo Luna, y El paraíso de los creyentes, este último no se llevó a la pantalla, pero fue publicado a mediados de la década de 1950.
Se acercaba el casamiento de Borges y debían entregar el guion de Invasión a Hugo Santiago. En la selección de los fragmentos de los diarios íntimos de Bioy donde habla de Borges, curada por Daniel Martino, el autor de La invención de Morel pensaba constantemente en la idea de renunciar: “No pecamos de soberbia, pero realmente es un poco estúpido denigrar en estas invenciones el precioso tiempo. Por si acaso, no hemos aceptado el adelanto de trescientos mil pesos que una noche pedimos para iniciar el trabajo. No queremos que nada nos ate”
Se acercaba el casamiento de Borges y debían entregar el guion de Invasión a Hugo Santiago. Bioy llegó a pensar en renunciar. A4045 Javier Moreno – dpa
En la primera edición de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, celebrada en mayo de 1969, se estrenó Invasión. La sinopsis escrita por Borges decía así: “La leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes. Lucharán hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita”.
La película fue un fracaso comercial, con el tiempo se convirtió en una obra clave del cine argentino. En Siete conversaciones con Borges, de Fernando Sorrentino, el autor de Ficciones definió a Invasión de esta manera: “Se trata de un film fantástico y de un tipo de fantasía que puede calificarse de nueva. No se trata de una ficción científica a la manera de Wells o de Bradbury. Tampoco hay elementos sobrenaturales. Se trata de una situación fantástica: una ciudad que está sitiada por invasores poderosos y defendida, no se sabe por qué, por un grupo de civiles… Yo he querido que el film sea finalmente épico; es decir, lo que los hombres hacen es épico, pero ellos no son héroes. Y creo que en esto consiste la épica; porque, si los personajes de la épica son personas dotadas de fuerzas excepcionales o de virtudes mágicas, entonces lo que hacen no tiene mayor valor. En cambio, aquí tenemos a un grupo de hombres, no todos jóvenes, bastante banales algunos, hay alguno que es padre de familia, y esta gente está a la altura de esa misión que han elegido”. En plena dictadura militar, Invasión fue prohibida y ocho rollos del negativo original desaparecieron en 1978. En 2004, se dio con una copia de 35 milímetros y pudo ser restaurada.
El universo creado por Jorge Luis Borges es una fuente inagotable para realizadores de todas las épocas. Estas son algunas películas que hacen referencia a la obra o a la propia figura del escritor argentino.
En Alphaville (1965), Jean-Luc Godard muestra a una sociedad futura de características totalitarias, donde es obligatorio sacrificar la libertad y los sentimientos para conseguir la felicidad y el bien común. El film es considerado como uno de los primeros ejemplos del sub-género ciberpunk. Anna Karina, Eddie Constantine y Akim Tamiroff son los protagonistas de esta historia que tiene como antagonista una máquina que cita parte del ensayo Nueva refutación del tiempo: “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me devora, pero yo soy el tigre. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Alpha 60″. En el original es poema finaliza de esta manera: “El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”.
En 1970 se estrenó La estrategia de la araña, de Bernardo Bertolucci. La película está basada en el cuento El tema del traidor y del héroe. “Para Bertolucci –explica Edgardo Cozarinsky– el film se asemeja a una terapia psicoanalítica. Del cuento original, explica ‘no atrajo mi atención el reflejarse cíclico de las cosas, que es muy borgiano’. El tema del film, en realidad, es una especie de viaje al reino de los muertos”.
Con citas a los cuentos Tlön, Uqbar, Orbis Tertius y El sur, Donald Cammell y Nicolas Roeg dirigieron Performance (1970). Protagonizada por James Fox y Mick Jagger, la película está repleta de referencias explícitas: laberintos, espejos, libros, lecturas. Una de esas referencias y que bien vale la destacar es cuando le disparan a Mick Jagger en la cara y el proyectil choca contra un retrato de Borges que termina partiéndose en pedazos.
En el ya clásico El nombre de la rosa (1980), de Jean-Jacques Annaud, basada en la novela homónima de Umberto Eco, el film hace referencias varias al autor de La biblioteca de Babel, sino que además lo emula a través del personaje de Jorge de Burgos, un viejo y ciego monje de la abadía, guardián de la biblioteca. “Al igual que los pintores del Renacimiento, que colocaban su retrato o el de sus amigos, yo puse el nombre de Borges, como una manera de rendirle homenaje”, admitió Eco en una entrevista.
Umberto Eco homenajea a Borges en El nombre de la rosa. (archivo)
Edgardo Cozarinsky en el film Guerreros y cautivas (1990), hace referencia a La cautiva en esta historia que está ambientada en 1890, durante la última etapa de la Conquista del Desierto en la Patagonia. En El sur (1992), el director Carlos Saura se inspiró en el cuento Sur para mostrar a un bibliotecario que sueña con dejar Buenos Aires e ir al sur de Argentina, donde pasó su niñez.
Aficionado a la literatura borgeana, Christopher Nolan confesó en reiteradas ocasiones su fascinación por el escritor argentino. Sus películas suelen recurrir a temas como el infinito, la eternidad, el doble, la totalidad, lo onírico y dimensión filosófica. En una entrevista en The New York Times, el periodista Dave Itzoff, le pregunta a Nolan a quién leí mientras preparaba El origen (Inception, 2010): “¿A Freud? ¿A Philip K. Dick?” A lo que Nolan respondió: “Borges. Me gustaría pensar que esta es una película que él seguramente disfrutaría [risas]. Me gusta pensar eso. Eso suena como una referencia pomposa de alguna manera, pero La verdad es que él tomó algunos conceptos filosóficos increíblemente extraños y los transformó en cuentos muy digeribles. Como el hombre que enfrenta al pelotón de fusilamiento y quiere más tiempo para terminar la historia que está urdiendo en su cabeza, algo que se le concede mientras las balas viajan desde el arma hacia él. Matrix es un gran ejemplo en este sentido. Es un fenómeno extraordinario y palpable, que llevó a todo tipo de gente a preguntarse: “¿Qué pasa si esto no es real? Aquí hay conceptos filosóficos muy complejos y, en otro sentido, también explicaciones muy simples.
«Me gustaría pensar que esta es una película que él seguramente disfrutaría [risas]», dijo Christopher Nolan, el director de El origen, film que protagoniza Leonardo Di Caprio. Archivo
Ya en Memento, su segunda película, Nolan aseguraba en una entrevista a Movieline: “Soy un gran fan de Borges. Memento es un primo extraño de Funes el memorioso -sobre un hombre que recuerda todo, que no puede olvidar nada. es un poco una inversión de eso. Lo que buscaba era una especie de precisión de una historia de Borges. Yo creo que su escritura se presta naturalmente a una interpretación cinematográfica porque es todo sobre eficiencia y precisión, el esqueleto de una idea”.
En Interestelar (2014), Nolan explora la idea acerca de la existencia de universos distintos al nuestro, en los que todas las realidades ocurren a la vez. Como Borges, lo pone en palabras del sabio Albert: “El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esta trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos”.
En Interestelar Nolan explora la idea acerca de la existencia de universos distintos al nuestro, en los que todas las realidades ocurren a la vez. Matthew McConaughey recibe indicaciones del director. Archivo
“Me pide que lo acompañe al cine, a ver un musical: West Side Story -recuerda Manguel en su libro- Lo ha visto muchísimas veces y nunca parece aburrirse de él. En camino, canturrea María y señala que el nombre de la amada deja de ser un mero nombre para convertirse en una fórmula divina: Beatrice, Julieta, Lesbia, Laura. ‘Al final, todo estará contaminado por ese nombre’, dice. ‘Por supuesto, quizá no produciría el mismo efecto si el nombre de la chica fuese Gumersinda, ¿no? O Bustefrieda. O Berta-la-de-los-pies-grandes’, bromea y ríe por lo bajo.”
¿Todavía va al cine?, le preguntó Dick Cavett, reconocido periodista de la televisión estadounidense, el 5 de mayo de 1980 (la entrevista se reproduce en el libro Borges: El misterio esencial. Conversaciones en universidades de los Estados Unidos, de Willis Barnstone con traducción y notas de Martín Hadis.
Natalie Wood en West Side Story, el musical que Borges vio muchísimas veces y nunca pareció aburrirse de él. Archivo.
– Sí, pero solo puedo oír las voces.
– Me sorprendió enterarme de su interés por el cine
– Recuerdo muy buenas películas que parecen haber sido olvidadas (…) Vi repetidamente una y otra vez el excelente film El ciudadano.
– Es una de esas películas que todos ven una y otra vez
– Y me aterroricé con Psicosis. La vi tres o cuatro veces y sabía cuál era el momento justo en el que debía cerrar los ojos para no ver a la madre.
Imagen de portada: El escritor con Hugo Santiago, el director de fotografía Ricardo Aronovich y Lautaro Murúa, durante el rodaje de Invasión (archivo)
FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Por Fabiana Scherer. 22 de julio 2022.
Sociedad y Cultura/Argentina/Literatura/Libros/Cinematografía/Jorge Luis Borges.
Aníbal Jarkowski nació en Lanús, en el conurbano bonaerense, en el año 1960. Licenciado en Letras y experto en literatura argentina, es escritor, crítico literario y docente.
Durante varios años trabajó con Beatriz Sarlo en la cátedra de Literatura Argentina contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y enseña literatura en la escuela secundaria desde mediados de los años 80.
Autor de ensayos publicados en las más prestigiosas revistas en lengua española y de cursos sobre diversos autores y obras argentinos, es autor de las novelas Rojo amor, Tres y El trabajo, esta última particularmente bien recibida en su momento por la crítica y estudiada por su tratamiento de temas como el desempleo, la crisis económica, el deseo de los hombres y el cuerpo de las mujeres como moneda de cambio para conseguir un puesto.
La editorial Bajo la luna acaba de publicar Si, la nueva novela de Jarkowski, basada en hechos reales cuyo centro es la vida de Jorge Luis Borges, su especial relación con la periodista, escritora y traductora argentina Estela Canto (él, enamorado y ella, no) y su trabajo en la Biblioteca Miguel Cané de Boedo, que terminó con su renuncia, en 1946, cuando le anunciaron que habían decidido designarlo inspector del mercado de aves y huevos de Buenos Aires.
Estela Canto escribió en su libro Borges a contraluz sobre el vínculo que la unió a Borges (“La actitud de Borges me conmovía. Me gustaba lo que yo era para él, lo que él veía en mí. Sexualmente me era indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo, eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no sentía.”) Borges le dedicó varias cartas y ni más ni menos que “El Aleph”, tal vez su cuento más famoso. No solo se lo dedicó, le regaló el manuscrito, que fue vendido por ella muchos años después a Sotheby’s, que lo subastó. La puja fue ganada por la Biblioteca Nacional de Madrid, en cuyos fondos descansa ahora el manuscrito.
En “Sí, una novela exquisita, Jarkowski reconstruye con sutileza, ironía y gran destreza narrativa este período de la vida del mayor escritor argentino.
En la sección Libros que sí, Hinde recomendó “La villa”, de César Aira (Emecé), “Huaco retrato”, de Gabriela Wiener (PRH) y “Sol mayor. La vida de Martha Argerich”, de Adriana Riva y Josefina Schargorodsky (Diente de león) y en Bienvenidos, habló de “Mi hermano, James Joyce”, de Stanislaus Joyce (Adriana Hidalgo), “Montauk” de Max Frisch (Pinka) y “Café contado”, de Carlos Cantini.
En Mesita de luz, Paula Puebla, autora de la novela Una vida en presente (2018) y del libro de ensayos Maldita tú eres (2019) y acaba de publicar por Tusquets la novela «El cuerpo es quien recuerda» nos cuenta que libros está leyendo y En Voz alta, Camila Fabbri, escritora, directora de teatro y actriz que acaba de publicar el volumen de cuentos «Estamos a salvo» leyó un fragmento del cuento «Nocaut» del libro «El cielo de los animales» de David James Poissant.
Imagen de portada: Anibal Jarkowski.
FUENTE RESPONSABLE: Radio Nacional. Argentina. 11 de julio 2022.
Sociedad y Cultura/Argentina/Literatura/Jorge Luis Borges/Anibal Jarkowski.
En los años 80, el autor de esta nota mantuvo habituales encuentros con Adolfo Bioy Casares, a los que solía sumarse su esposa, Silvina Ocampo. Lo que comenzó con una entrevista para una revista de cine se fue convirtiendo en charlas de café en La Biela y hasta veladas televisivas con el programa del genial humorista inglés.
Lo conocí a mediados de 1983, mientras esperábamos ser atendidos en un almacén de Recoleta. Ese encuentro se vio favorecido debido a que yo, por alguna maniobra del azar, llevaba un gastado ejemplar de “La invención de Morel”, que él observó de soslayo con un deleite casi infantil.
No recuerdo las primeras palabras que cruzamos, pero sí que no tardé en pedirle un entrevista para una publicación de cine que editaba un amigo mío; el ímpetu de mis 25 años parecía divertirlo. Adolfo Bioy Casares aceptó. Y fijamos una cita para la tarde siguiente.
Éramos vecinos; yo vivía a una cuadra, en un pequeño departamento que se divisaba desde el ventanal del mítico cuarto piso del edificio de la calle Posadas 1650, descripto en tantas crónicas.
Bioy, tras recibirme, se dejó caer en desvencijado sillón; de a ratos, inclinaba la mirada hacia los cristales para contemplar la plaza San Martín de Tours, en cuya loma correteaban algunos perros de raza. Prendí el grabador mientras una criada servía dos tazas de té.
El dueño de casa era preciso en sus respuestas y, a la vez, expansivo; pasaba del cine a sus escritores favoritos, daba saltos en el tiempo y remataba sus dichos con una risita que le iluminaba el rostro. Parecía redactar todo lo que salía de sus labios.
Como excusándose, admitió que al ver “Oblomov”, el filme de Nikita Mijalkov, se durmió en la butaca; en cambio, había disfrutado con “Pretty Baby”, de Louis Malle. Confesó que de joven solía enamorarse de las actrices que veía en la pantalla; especialmente, de la ya olvidada Louise. Brooks. Y no ocultó el pánico que le causaban los guionistas que pretendían adaptar sus obras.
Tampoco fue benévolo con los críticos literarios; entonces denostó con notable énfasis a una tal Ana María Barrenechea, calificándola como “menos inteligente que simpática, y eso que tenía un carácter no muy agradable”.
Al concluir la entrevista, Bioy consultó de soslayo un reloj de bolsillo y, sorprendentemente, dijo:
–Con Silvina vamos a ver por televisión “El Show de Benny Hill”. Lo invito a que nos acompañe.
En rigor a la verdad, esa entrevista jamás fue publicada. Pero a partir de entonces, todos los jueves por la noche acudía a lo de Bioy para ver a Benny Hill. Hasta noviembre, cuando la tira inglesa fue remplazada por un ciclo con Graciela Dufau, que ni siquiera nuestra incipiente amistad justificaba.
Pincha el siguiente link; para ver el vídeo. Muchas gracias.
El 4 de abril de 1984 yo desayunaba en la confitería La Rambla, situada en la esquina de Posadas y Ayacucho, cuando advertí que Bioy pasaba por la puerta; él también me vio y, entonces, entró.
En aquellos días se desarrollaba la Feria del Libro en un predio aledaño al Italpark, por lo que no fue extraño que de pronto apareciera Manuel Mujica Láinez, quien se sentó con nosotros. Y también se sumó el actor José María Vilches, célebre por su obra teatral “El Bululú”.
Dos días después, la tapa del el diario “Crónica” informó acerca de la muerte de “Manucho” por un paro cardíaco en su estancia de Alta Gracia; más abajo, otro título daba cuenta de la muerte de Vilches, ocurrida a su vez en un accidente rutero camino a Mar del Plata. Quedé estupefacto, y decidí aliviar esa impresión tomando un whisky en el mismo lugar donde había estado con esos dos hombres por primera y última vez.
La casualidad hizo que a mitad de camino me cruzara con Bioy, quien también estaba conmocionado. Sus únicas palabras, antes de seguir cada uno su camino, fueron:
–Vio que desafortunada nuestra mesa del otro día.
Desde entonces evitábamos La Rambla como lugar de encuentro y, de tanto en tanto, yo lo llamaba y él me invitaba a su casa o nos citábamos alguna mañana en La Biela, que él frecuentaba antes del almuerzo en Lola. Una vez allí se le acercó un hombre con un saludo exageradamente ceremonioso, que Bioy retribuyó con sorprendida cortesía; era Jorge Asís, quien por entonces ya había comenzado a emigrar del café La Paz a los bares de Recoleta.
Luego, en tono confidencial, Bioy comentó:
–Un librero amigo me dijo que el material de este muchacho se vende sólo para regalo.
En el atardecer del 14 de junio de 1986, los noticieros comenzaron a informar sobre la muerte de Jorge Luis Borges, ocurrida en la lejana Ginebra.
Poco después llegó “Cachi” a mi casa. Se trataba de un psicólogo algo extravagante, que desde hacía años corregía un ensayo suyo sobre las Eddas. Se lo veía exaltado. Yo, como al pasar, le mencioné con cierta pesadumbre lo de Borges. Y ese era justamente el motivo de su exaltación.
–Me lo acabo de cruzar a Bioy y le comenté el asunto –alcanzó a decir, atragantándose con las palabras –. Por la cara que puso, me di cuenta de que el pobre no sabía nada. Fui yo el que le dio la noticia.
En sus “Diarios íntimos”, compilados por Daniel Martino y publicados en 2001, Bioy se refiere a semejante episodio con las siguientes palabras: “Un individuo joven, con cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre las Eddas que me mandaron hace unos meses, me saludó y me dijo, como disculpándose: ‘Hoy es un día muy especial’. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: ‘¿Por qué?’. ‘Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra’. Seguí mi camino, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges”.
La pareja de escritores en la biblioteca de su piso en Recoleta. Bioy murió en 1999, a sus 84 años. Silvina, con la que compartió más de medio siglo, falleció en 1993.
Con el tiempo, nuestros encuentros se hicieron más espaciados. Bioy ya no invitaba a casi nadie a su hogar, tal vez por pudor de exhibir el deterioro de Silvina Ocampo, quien ya sufría un avanzado mal de Alzheimer. Bioy mismo lucía más viejo y encorvado.
Una noche, a fines de 1990, me invitó a comer a Lola. Allí, una señora lo confundió con el escritor Marco Denevi, y eso distrajo su alicaído ánimo.
Ella, pese al calor, comía sin haberse sacado su tapado de visón, y Bioy me confió al oído:
–Esta mujer hace de la peletería una milicia.
Después, por pura formalidad, le pregunté cómo estaba Silvina.
Su respuesta fue demoledora:
–A veces está bien. Pero otras veces cree que está en un barco. Es muy desagradable…
Entonces, hizo una pausa, antes de continuar:
–¿Leyó usted alguna vez aquel poema de Walt Wittman, que dice: “El movimiento que articula un dedo logra superar a la mejor máquina inventada por el hombre”? Bueno, la miro a Silvina, recuerdo ese poema idiota y pienso que sólo a Dios se le puede ocurrir una máquina con hueso, sangre, carne y grasa”
Aquella fue la última vez que lo vi.
Ahora, que ya no está entre nosotros, pienso que haberlo conocido fue un extraño y maravilloso beneficio.
Imagen de portada: Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y… Benny Hill. (Ilustración de Osvaldo Révora)
FUENTE RESPONSABLE: Télam Digital. Por RICARDO RAGENDORFER. 8 de julio de 2022.
Sociedad y Cultura/Argentina/Adolfo Bioy Casares/Silvina Ocampo/ Jorge Luis Borges
En el comienzo de la historia del hotel Jousten hay una princesa y un terreno baldío; en el último capítulo, la puesta en valor de un espléndido edificio en la esquina de 25 de Mayo y Corrientes, pleno bajo porteño.
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Anclado sobre la barranca, justo ahí donde cae suave la pendiente en dirección al río, el Jousten emerge renovado entre las arquitecturas de gran porte que hacen al paisaje de la zona, felizmente viva tras el largo silencio que impuso la pandemia. Nada es para siempre, aunque la vigencia del hotel desmienta ese mantra. Hace casi un siglo que está intacto, y ahí.
La espléndida fachada del Hotel sigue intacta.Hotel Jousten
“Aprovechamos la época de crisis de salud pública, donde nos vimos obligados a cerrar, para remodelar el hotel: en las áreas públicas como el bar, el restaurante, el lobby, y, además, se realizó una nueva decoración en las habitaciones. De esta manera, ya se encuentra operativo, ofreciendo el servicio de calidad de siempre en espacios totalmente renovados”, asegura Diego Chourrout, director general y a cargo de la gestión del NH Collection Jousten, cadena a la que pertenece desde 1998. La propuesta elaborada por el estudio TBC, Interior Design + Architecture, con sede en Madrid, buscó rescatar los aspectos originales de la propiedad combinándolos con materiales y piezas contemporáneas adecuadas a las exigencias del viajero post covid, que ya no es exclusivamente corporativo. Los pasillos que enhebran las antiguas habitaciones -distribuidas en nueve pisos, más una torre central en el remate – ahora son íntimos y coloridos gracias a detalles como las alfombras con estampas vegetales de Christian Lacroix y unas confortables poltronas en las áreas de descanso.
En las habitaciones predominan muebles de perfecta factura y en los sectores comunes se privilegiaron los tonos dorados, espejos y asientos de diseño que invitan a disfrutar un café o un trago after office sin necesidad de estar hospedado, una decisión que seguramente hubieran aplaudido sus primeros proyectistas.
Tonos cálidos, espejos y muebles confortables en el nuevo lobby. Hotel Jousten
Una historia con acento francés
Hacia 1925María Lidia Lloveras Doufur, princesa de Faucigny Lucinge,soñaba con reproducir en Buenos Aires su château francés. La “Colorada Lloveras” (como se la conocía en su juventud, por su cabellera rojiza) había heredado de sus padres unas cuantas propiedades y terrenos desparramados sobre la avenida Corrientes (entonces más angosta) entre el Obelisco y Leandro Alem; pero no queda claro si en esa esquina estaba originalmente su residencia y si ésta fue demolida luego para levantar el emprendimiento.
Lo cierto es que encargó los planos al cuñado de su hermana, el arquitecto e ingeniero Raúl Pérez Irigoyen y a su socio Luciano Chersanaz. La obra comenzó al año siguiente y finalizó en 1928 con la inauguración del entonces presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alvear.
Vistas espectaculares al rio y Puerto Madero. Hotel Jousten
Las crónicas de la época recuerdan la elegancia de su interior: mayólicas de España, columnas talladas en yeso; pisos y escaleras de mármol traído de una cantera de las afueras de Carrara, Italia, pasamanos de hierro forjado hecho por dos herreros de renombre internacional. El mobiliario y la decoración eran de la antigua casa Nordiska, nada menos.
La fachada es notoria desde cualquier ángulo, y en especial vista dentro del conjunto vecino: su aire neoplateresco, una versión del barroco español, destaca entre la silueta lacia del Comega y el lenguaje clásico de la Bolsa de Comercio, obra de Alejandro Christophersen.
Un gran arco de acceso, custodiado por dos soldados de armadura realizados en bajorrelieve, invitaban a subir las escaleras hacia la planta baja del Jousten. Al principio de los tiempos, a la derecha se ubicaba el salón para señoras y, del lado izquierdo, el de lectura, mientras un pasillo hacia el fondo conducía al subsuelo donde funcionaba el famoso restaurante El Faisán que, por estar sobre una marcada pendiente, asomaba hacia el este.
En el primer piso se disponían la sala de desayuno junto a la cocina y el salón de fiestas hacia 25 de Mayo. Dicen que en la esquina hubo un local comercial con ingreso propio, y que en la azotea del piso 9 hubo un bar y restaurante con terraza al aire libre, espacio que más tarde sería destinado a las suites.
Nuevo mobiliario en las habitaciones. Hotel Jousten
Una princesa venida a menos
Amiga del escritor Jorge Luis Borges, y musa de varios de sus relatos, María Lidia no tuvo precisamente un final de cuentos. Había sido inmensamente rica pero su marido el príncipe había dilapidado su fortuna, dejándola sin un peso.
En Borges a contraluz, la escritora Estela Canto revisa algunos pasajes más tristes de la vida de esta princesa porteña, que para entonces ya había perdido el hotel. “Como ya dije, Borges tomó la costumbre de quedarse a comer afuera, después de sus conferencias, con algunas de sus amigas más asiduas. Las favoritas éramos la princesa de Faucigny-Lucinge, Ema Risso Platero, Delfina Mitre, a quien él llamaba ‘la mística práctica’, y yo.
Borges tenía una especial debilidad por la princesa y creo que, al nombrarla, sacó del olvido a una persona que, a su manera, fue importante para él. María Lidia Lloveras, princesa de Faucigny-Lucinge, era una mujer más bien baja, algo entrada en carnes, de más de cincuenta años, con el pelo teñido de un tono rojizo. En su juventud la llamaban ‘la Colorada Lloveras’. Buena parte de las manzanas de la calle Corrientes, en el tramo comprendido entre Leandro Alem y el Obelisco, le había pertenecido.
Con esto, su pelo rojo y su trato amable, no tuvo dificultades en conquistar uno de los primeros títulos nobiliarios de Francia. Su marido, Bertrand de Faucigny-Lucinge, recuperó al casarse su estatus principesco y se dedicó a dilapidar las rentas de la princesa.
Pero en la Argentina sucedió algo peor. Como apoderado y administrador de su fortuna, había nombrado a un político conservador de renombre.
Este caballero no demoró en hacer que pasaran a su cuenta personal las cuantiosas propiedades de la princesa ausente. El príncipe, viendo que las rentas disminuían, abandonó a su mujer, o tal vez ella, alarmada, lo abandonó.
De todos modos, tuvo que volver sola a la Argentina y, tras perder algunos pleitos, vivía ahora de una modesta pensión y de la ayuda que le prestaban sus amigas” recuerda el texto. “Era una mujer espontánea, cordial, que soportaba con estoicismo la pérdida de su fortuna, algo penoso en todas partes, catastrófico en la Argentina. La princesa era despreciada por haber perdido esa fortuna. La sociedad prefería olvidarla. Borges compensaba esto de alguna manera. Él siempre la llamó ‘princesa’ y nunca se tomó la libertad de tutearla, como era costumbre entonces en ciertos medios”.
Una barra nueva en la city. Hotel Jousten
Segundas oportunidades
Ni un cazafortunas, ni una dictadura, ni una pandemia pudieron con el edificio. Las topadoras podrían haberlo volteado en 1980, cuando cerró sus puertas porque el gobierno de facto no atraía a los turistas.
La propiedad entró en una larga y triste decadencia, hasta que en 1998 la cadena española se hizo cargo del negocio. Su renacer fue una suerte de lección en medio de la voracidad de los desarrollistas por cada metro cuadrado de la ciudad.
Hacia el 2000, una respetuosa restauración le devolvió el brillo, al punto de alcanzar la distinción de la Sociedad Central de Arquitectos y ser declarado Testimonio Vivo de la Memoria Ciudadana por haber mantenido su carácter y aspecto originales, mérito de los estudios de arquitecturaUrgell-Fazio-Penedo-Urgell, Fernández-Otero y Caparra-Entelman y Asociados; y de la constructora RT Construcciones. La fachada sigue intacta, solo perdió las rejas artísticas del acceso y el local en la ochava, reemplazando la puerta por una ventana que hoy permite agradables visuales desde el nuevo bar. Una segunda oportunidad que Buenos Aires y los vecinos agradecen…
Imagen de portada: La espléndida fachada del Hotel sigue intacta. Hotel Jousten.
FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Argentina. Por Marina Gambier. 28 de junio 2022.
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