Violencia de género. Argentina.

La historia de las profesionales del mar: Abusos sexuales, discriminación y violencia. Argentina.Mujeres sufriendo aberrantes situaciones ante la ceguera de la Justicia.

Las que no pueden trabajar por ser mujeres.

Son trabajadoras de las aguas de diversas profesiones y desarrollan sus actividades a bordo: buzos, oficiales maquinistas, marineras, cocineras, enfermeras, capitanas, oficiales de cubierta. 

Todas poseen libreta de embarque y una excelente formación en distintas escuelas: Prefectura, Salvamento y Buceo, Escuela Nacional Fluvial Tómelas de Buenos Aires, Escuela de Pesca en Mar del Plata y la Escuela Náutica. 

Sin embargo, la mayoría de ellas están desempleadas, son discriminadas por ser mujeres y las que lograron navegar en alta mar enfrentan violencias, acosos y abusos sexuales de parte de sus compañeros varones cis. Un espacio dominado por la lógica machista y los pactos de silencio entre caballeros que sólo pueden enfrentarse en red y necesitan ser intervenidos por políticas de equidad.

El mercado empresarial no toma mujeres. Los sindicatos que deberían defendernos no lo hacen, sino todo lo contrario, si nos buscamos un laburito por fuera hablan con la empresa para que no nos contraten”. 

Tenemos un nivel de violencia zarpado desde lo empresarial y sindical.

 Conozco muchas compañeras que los propios dirigentes gremiales les han propuesto sexo o plata para conseguirle un embarque”, dice Lucía de Pascuale. 

Es buza profesional, la única en toda Latinoamérica que posee la mayor categoría de buceo, puede llegar a sumergirse hasta 300 metros de profundidad respirando mezcla artificial. Con mucho esfuerzo y después de 17 años de estudio, alcanzó esta calificación, sin embargo, hace más de un año que está desempleada. En todo el país hay 40 varones con su misma categoría y cobran mil dólares por día cada vez que realizan una labor.

Lucía intentó implementar diversas herramientas para conseguir un empleo, reunió a las 10 buzas que hay en todo el país para que la Asociación de Buzos Profesionales impulse la contratación de mujeres en las empresas, al menos un cupo, cuando en cada obra se emplean entre 10 y 30 personas “El gremio desestimó los artículos de género que presenté. 

Me atacó en el grupo de agremiados y también en una carta pública que envió a las empresas. A partir de ese momento no me llamaron más de ninguna empresa, me dejaron en la calle sin un mango”, cuenta.

Luego de ese episodio, Lucía se puso en contacto con trabajadoras del sector marítimo, fluvial y lacustre que se encontraban intentando acceder a un empleo. En cada una de las historias que escuchó se repetía el mismo patrón: todas hablaban de los abusos sexuales y acosos que sufrieron por parte de sus compañeros y la discriminación de las autoridades de los gremios. 

A esas situaciones le seguían la falta de acceso a la Justicia: “Ninguna de nosotras puede pagar un abogado estando desempleada. Hay una denuncia de una marinera que fue violada a bordo, nunca tuvo contención ni de Prefectura ni de su gremio, la violencia que vivimos es muy grande”.

Lucía nació en Jujuy, cuando cumplió 17 años se mudó a Buenos Aires, a los 18 ya era buza y se mudó al sur en busca de un empleo que no consiguió en la Ciudad. Durante 10 años trabajó en la pesca artesanal de mariscos que se realiza bajo la modalidad de buceo. Vivía en un campamento y dormía en una casilla rodante, era la única salida laboral que tenía, precarizada y sin ningún derecho laboral. 

“Sin ART, sin un seguro de vida, buceando con descompresión, algo que está prohibido por Prefectura porque no hay una cámara hiperbárica para respirar.

 Tuve accidentes de descompresión, donde me tuvieron que meter desmayada bajo el agua con el regulador en la boca para reavivar, a varios compañeros les pasó y algunos perdieron la vida”, detalla.

Lucía de Pascuale, buceadora a más de 300 metros de profundidad y una de las responsables de la organización de las trabajadoras de mares y ríos.

La Asociación de Mujeres de la Actividad Marítima, Fluvial y Lacustre es un grupo que reúne a más de 60 de trabajadoras del mar de todo el país, Lucía es una de las impulsoras. 

Se organizó para elevar los reclamos de las trabajadoras y denunciar las múltiples formas de violencia que sufren. Muchas de ellas son jefas de hogar que hoy no pueden acceder a un trabajo formal por ser mujeres, a pesar de contar con una formación profesional.

Hace un año presentaron una nota al Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad exponiendo su situación, recién el 11 de agosto pasado recibieron una respuesta y se comprometieron a trabajar en sus demandas. Antes tocaron sin éxito las puertas del Ministerio de Trabajo, de la Defensoría del Pueblo y del INADI.

Años atrás, Lucía embarcó contratada por una empresa noruega, una de las pocas que realiza tareas de saturación donde los buzos se sumergen a 300 metros de profundidad. Sin embargo, a pesar de estar capacitada para el puesto tampoco le permitieron realizar esa tarea.

“Fui ninguneada por compañeros y supervisores, me decían en la cara ‘a vos no te vamos a mandar a hacer esto porque sos mujer’. Estuve 10 años en la pesca, levanté más toneladas de mariscos que cualquiera de los buzos que estaban en ese barco, manejé lanchas, llegué a bucear ocho horas por día”, cuenta Lucía. Nada de eso parecía ser suficiente, al desprecio hacia su formación le siguió el acoso: “Todos te insinúan que quieren tener sexo y cuando expuse esta situación con el capitán me dijo ‘si yo hablo va a ser peor, no subimos más mujeres’”.

Ese es el modus operandi en alta mar: la amenaza de castigo como disciplinamiento para quienes se animan a denunciar y el pacto de silencio entre caballeros que los convierte en cómplices de las violencias.

Sindicalismo patriarcal

Gisela González es oficial de máquinas fluviales, en 2012, a sus 24 años, egresó de la Escuela Nacional Fluvial. Conoce cada uno de los sistemas a través de los cuales funciona un buque. Proveniente de una familia de muy bajos recursos, significó un gran sacrificio poder completar su formación. 

De lunes a viernes viajaba a las cinco de la mañana de Longchamps a Constitución para llegar a las 7 a la escuela con las monedas justas

A veces le sobraban unos pesos para comer, otras no y los sábados viajaba a la Bahía de Núñez, en Ciudad de Buenos Aires, para completar las prácticas de natación y remo.

Gisela González, a pesar de las violencias sufridas sigue insistiendo en su formación y en las ganas de embarcarse.

La formación de Gisela no fue totalmente gratuita, debía pagar una cuota de $300 pesos, su mamá enfermera de profesión la ayudaba con lo que podía. Cuando estuvo lista para embarcar entró al mundo del gremio: “Nos dijeron que teníamos que afiliarnos, ponernos en una lista laboral y el gremio se encargaría de darnos los embarques. Después de esperar muchos meses conseguí un embarque en un buque pesquero”, cuenta.

Luego de ese primer viaje no volvió a conseguir otro trabajo y tuvo que abandonar el mar “como les pasa a muchas compañeras, desisten de su profesión y eligen otra carrera u otro trabajo, para mí fue muy difícil porque extrañaba todo lo que había estudiado, lloraba cuando sentía el olor del mar. Soñaba con el mar.”

Gisela juntó fuerzas y volvió en 2019, renovó los cursos para navegar que se vencen cada cinco años, se anotó nuevamente en lista, y tuvo una reunión con el secretario general y el adjunto del Sindicato de Conductores Navales y le prometieron un empleo. Esperó varios meses y como seguía sin trabajo viajó a Mar del Plata en busca de un barco.

Ilusionada con la promesa de un empleo, Gisela rompió la alcancía de su hijo y juntó la poca plata que tenía en el bolsillo para comprarse un pasaje. “Cuando llegué el secretario de la seccional me dijo ‘tenés que ponerte en lista’, le expliqué que viajé porque me habían prometido un trabajo y que estaba pasando una necesidad económica pero no le importó. Estuve durmiendo 40 días en el puerto, comiendo de lo que me daban los marineros.”

En medio de esos días de angustia lejos de su familia y durmiendo a la intemperie, conoció a un grupo de marineros con los que empezó a patear los muelles para hacer changas, 12 horas por día con currículum en mano para conseguir un puesto. Una semana después logró embarcarse en un empleo temporal como primera oficial. Mientras tanto la seccional del Mar del Plata, que la había dejado en la calle, la hostigaba por buscar trabajo con lxs marineros. Gisela denunció esta situación ante el secretario general de Buenos Aires, y la situación empeoró.

Una mañana el secretario de la seccional de Mar del Plata la interceptó en la calle y comenzó a gritarle, Gisela tuvo pánico y cuando terminó su contrato temporario abandonó la costa, regresó a su casa y denunció el hostigamiento ante el INADI. Su situación económica empeoraba y su compañero tampoco contaba con un empleo formal. “Pedí mi libertad laboral y me la negaron. Cuando me llamaban de una empresa para embarcar al día siguiente me decían ‘el gremio nos dijo que no’. Todo esto me desencadenó estrés y anemia aguda y ni siquiera tenía obra social.”

El día que llegó al INADI Gisela denunció además otra situación que vivió en 2014 cuando tenía 25 años: “Era muy joven y nueva en el ámbito laboral, en ese momento no supe qué hacer ni a donde denunciar. Me subí a un barco y el primer oficial de cubierta se metió en mi camarote e intentó violarme.

En mi mameluco siempre llevaba una navaja porque en la escuela me enseñaron que teníamos que tener una herramienta cortante por si nos enredamos los pies o necesitamos cortar algo de urgencia, nunca imaginé que la iba a usar para una situación así. Mientras el oficial me bajaba el cierre del mameluco saqué la navaja y le dije ‘si me tocas un pelo te abro la garganta hasta los huevos’. El tipo se puso blanco y se fue. Yo no podía respirar de los nervios”.

Al día siguiente Gisela relató la situación ante el jefe de máquina de la embarcación, cuando llegó a oídos del capitán él le dijo riendo “qué hacemos jefa”. Cuando se bajó del barco Gisela denunció el abuso ante el secretario general del gremio, la respuesta que recibió fue: “Gracias a Dios no pasó a mayores”. Gisela tenía miedo, estuvo un año sin poder navegar luego de ese episodio.

“Los gremios y las empresas no están capacitados en perspectiva de género para contener a las mujeres en estas situaciones. Se de otras compañeras que han vivido situaciones de abuso peores que la mía, amenazas, maltratos, no es solo violencia laboral, sino sexual, psicológica, no se respetan nuestros derechos y las convencen para que no denuncien, compran su silencio a cambio de un trabajo”, asegura Gisel.

Hoy a sus 33 años continúa profesionalizando en el Astillero Río Santiago, cursando dos tecnicaturas: de control y automatización y otra de construcciones navales, en busca de un empleo efectivo.

El costo de ser mujer 

Marina Saboulard atiende el llamado mientras respira el frío seco de Puerto Pirámides, un pueblo de menos de 500 habitantes ubicado en la Península de Valdez. Llegó haciendo dedo. Vive en Buenos Aires y viajó para visitar a sus compañeras de la agrupación, buzas cocineras y encargadas de cámaras que hacen turismo en los buques de Ushuaia.

Marina es fotógrafa y marinera, comenzó un proyecto personal donde registra a sus compañeras en alta mar. Nunca logró embarcarse como fotógrafa, cuenta que son puestos que solo les dan a los hombres. “A las mujeres las mandan a la cocina o a limpiar camarotes que es la categoría básica”.

Marina Saubolarb, fotógrafa de altamar, con carnet de la Organización Marítima Internacional, desocupada.

Para llegar a ocupar puestos superiores les exigen acumular determinadas horas de navegación, algo muy difícil de conseguir cuando acceder a una embarcación es una odisea y dependen del gremio. 

Diez años después de recibirse Marina solo logró embarcar tres veces, mientras sus compañeros varones con los que cursó la carrera están todos empleados.

Ante la falta de acceso a un puesto, Marina se vio forzada a buscar embarque en bandera extranjera, lo que requiere mayor formación: “Tuve que estudiar un montón de idiomas y tener una segunda carrera. Los cursos que hacemos son avalados por la Organización Marítima Internacional (OMI).” Para embarcarse en aguas extranjeras, además necesita una libreta internacional que cuesta 500 dólares, vence cada cinco años y ya pasó los primeros tres años y medio sin embarcarse.

Al igual que todas sus compañeras, cuando se recibió debió entrar al circuito del gremio para conseguir un embarque. “Muchas empresas solo te emplean a través del gremio y todo muy entre comillas porque siempre toman hijos de, sobrinos de, nietos de. Es muy difícil hacerte un camino de otra manera. Y también lo que existe mucho en la jerga es que los compañeros te tienen que elegir. Es un ambiente muy machista, hay compañeras que me cuentan que tuvieron que encerrarse en un camarote para que no abusen de ellas”, relata.

La primera capitana

La señal de wifi en plena embarcación a 200 millas en mar argentino, cerca de aguas internacionales, dificulta la comunicación con la capitana Nancy Jaramillo. El clima no acompaña y el frío penetra los huesos. Nancy se toma un rato de sus horas de descanso para contar su historia, hace guardias de 12 horas y es la primera mujer capitana de pesca de Argentina.

De familia de bajos recursos, Nancy nació en Trelew y creció en una villa de Puerto Madryn, sin techo, lo único que tenían era un auto, donde vivieron durante un tiempo. Nancy reivindica su clase y recuerda los días en los que el único plato de comida que tenía era el que conseguía en el comedor del barrio. Su primer trabajo lo tuvo a los nueve años, vendía agujas e hilos en la calle. Después limpió casas, fue niñera, vendió carbón, dio clases particulares, trabajaba todo el día, pero la plata nunca le alcanzaba.

A los 17 tuvo su primer y único hijo, madre soltera, desesperada por conseguir un sustento económico se enteró de un curso para camarera de barco que brindaba Prefectura. Así comenzó su carrera para llegar al mar. Sin descanso trabajaba de mañana y estudiaba de tarde. Consiguió su libreta de embarque y en 1996, a sus 19 años comenzó su primera travesía a bordo como camarera en un ambiente muy hostil.

Sufrí todo tipo de abusos e insultos, una noche mientras dormía un oficial entró a mi camarote, me tapó la boca, se me subió encima y me manoseó. Fue una situación espantosa, no tenía forma de defenderme. Al otro día me llamó el capitán para decirme ‘cómo una puta como yo podía ensuciar el buen nombre de un padre de familia’. El tipo se adelantó pensando que lo podía denunciar y le dijo al capitán que yo lo había provocado. Agaché la cabeza y no pude decir nada, se me caían las lágrimas, nadie iba a creer lo que había pasado realmente.”

Nancy juntó fuerzas y continuó formándose para ascender a marinera, no le fue fácil, dos años después llegaron también las primeras manifestaciones de discriminación, sus superiores le decían que no aceptaban mujeres, pero se plantó, insistió y logró rendir el examen para convertirse en marinera.

“Encima una negra cabeza”

Nancy comenzó a acumular horas de embarque y en 2003 se presentó en la Escuela de la Armada para acceder a la patente de patrón costero. Para navegar como oficial en grandes embarcaciones se exigen dos patentes, a Nancy querían otorgarle solo una que sirve para pequeñas lanchas, a pesar de que acumulaba muchos años de experiencia, mientras que a sus compañeros varones que tenían unos pocos meses navegando, ya les habían otorgado ambas patentes. 

Recién en 2007, cinco años después, cuando cambió el director de la escuela, fue aceptada.

Nancy Jaramillo logró llegar a capitana después de incontables esfuerzos y violencias.

Cuando creía que todo se había solucionado pusieron en duda sus 10 años de navegación, abrieron una investigación y le exigieron que consiga en menos de dos meses documentos de las autoridades marítimas de Prefectura que probaran sus años en el mar. 

La acusaban de haber alterado su libreta, sin pruebas ni fundamentos, algo que jamás le sucedería a un varón. En menos de dos meses Nancy reunió toda la documentación y se graduó como oficial de pesca. Continuó embarcada. Sin embargo, aun con título en mano, le daban los trabajos más básicos mientras sus compañeros accedían a los cargos de oficiales.

Continuó su carrera, alcanzó el título de oficial y en 2011 volvió a la escuela para convertirse en capitana. “En 2017 cuando estaba por recibirme de capitán mi profesor Martínez me contó que el director de la escuela, un militar muy machista, le dijo ‘no quiero como capitana a una mina y encima una negra cabeza”, recuerda Nancy textuales palabras.

Ella estaba sobre capacitada para su puesto, antes de llegar a ser capitana ya conocía todos los oficios que se desarrollan en una embarcación: fue bodeguera, bajaba a estibar en una embarcación con 34 grados bajo cero y hasta fue marinera de cubierta, un puesto que tiene los trabajos más pesados. “Cuando mi profesor Martínez, se enteró que no me querían dejar entrar dijo que iba a realizar una denuncia pública por discriminación, gracias a él pude ingresar”, cuenta.

Nancy recuerda que el día que salió en su primer viaje como capitana de una embarcación la mitad de la tripulación se bajó porque decían que iba a hundir el barco. “Todavía siguen pensando que porque somos minas no nos da el cerebro o no estamos capacitadas. Salí a mi primera marea, me fue muy bien y pesqué un montón”, cuenta.

No solo pusieron en duda su carrera, sino que además tuvo que soportar incontables situaciones de violencia y abuso sexual. “Cuando trabaja como cocinera un oficial venía a manosearme. Cuando todos estaban afuera trabajando, me tapaba la boca y la nariz. Un día no aguanté más, le dije al capitán y su respuesta fue ‘¿no lo estarás provocando?’. No se puede hacer nada, si digo algo te van a echar a vos’.

“Un compañero me dijo ‘a ver cuando te pones calzas y nos mostras el culo’, yo le respondí ‘que muestre el culo tu mujer’, me pegó una piña y me dejó los dos ojos negros. Otro me dejaba todo el trabajo a mí, un día le dije que haga sus tareas como correspondía y me tiró una caja encima, me caí de dos metros y me quebré las muñecas, cuando le conté al capitán le terminaron dando la razón a él. Me dijeron que estaba bien que me hubiera pegado porque yo no le podía dar órdenes.”

Nancy reconoce que esas situaciones la marcaron y la llevaron a vivir con miedo y angustia. “Hasta que dije basta y empecé a contactar a compañeras porque nosotras hoy como mujeres trabajadoras del mar no tenemos nada ni nadie que nos ampare. Por estar en un barco para los hombres ya estamos provocando.” La primera vez que un compañero le pegó había tres hombres más, ninguno la defendió

“Me fui sola a mi camarote a lavarme la cara porque la tenía llena de sangre. Sufrí mucho desprecio, me daba vergüenza decir que era capitán de pesca porque para la sociedad marítima una mujer es una vergüenza. Una vez un hombre me dijo que yo era la puta que abandonó a su hijo para ir a chupar pijas a los barcos. Es muy doloroso, llegó un momento que era tanta la agresión que no entendía porque me atacaban tanto. No conseguía trabajo en ningún lado, nadie me quería embarcar porque era mina.”

Hoy nota algunos cambios: “Este último año con tanta movida del movimiento feminista están empezando a contratar mujeres de a poco y hay un proyecto de la senadora Nancy González que establece embarcar un 30 por ciento de mujeres en los barcos pesqueros. Están empezando a aceptarnos porque no les queda otra. Son muchas las mujeres con libreta que quieren subir a un barco, estoy segura que cada vez van a ser más y serán grandes, marineras, camareras, oficiales, pero si no nos abren las puertas nunca vamos a poder ganar nuestro espacio. Queremos igualdad de oportunidades.”

Imagen de portada: Marina Saboularb y Lucía de Pascuale, dos trabajadoras de alta mar desocupadas sólo por ser mujeres.. Gentileza de Constanza Niscovolos

FUENTE RESPONSABLE: Página 12 – Por Estefania Santoro

Violencia de género/Xenofobía/Mujer/Sociedad/Argentina

 

Mi adorable y prejuicioso País. II

No obstante; la decadencia política y social argentina según historiadores y expertos en la materia, comienza desde la aparición de la segunda Revolución Industrial, con la colaboración de una oligarquía terrateniente y dueña de la tierras -obviamente masacrando o esclavizando a los pueblos originarios- a través de la abominable “Conquista del Desierto” al mando del general Julio A. Roca (1) -quien merecería un capítulo fuera del presente, por su personalidad altamente afectada, por patologías neurológicas e intereses foráneos y de la elite porteña(2)- , cuyas raíces tienen su origen generalmente en las antiguas familias patricias , las que solo en algunos casos realizaron su reconversión hacia la industria, en los albores de la década del 30 del Siglo XX.


En la historia de los últimos ciento sesenta años; la Argentina pasó desde su nacimiento como nación, a su apogeo, confundiéndose con los países más avanzados de la tierra, para entrar luego en declinación hacia su perigeo.


Siguiendo con la metáfora, ¿estará la Argentina cerca del perigeo para encarar un nuevo ciclo de apogeo? ¿O no habrá perigeo y sólo resta el descarrilamiento de la órbita y su desaparición del mundo de las naciones significativas? 


Enigma inextricable, no sólo para entrever su futuro, sino para descifrar su pasado. La decadencia no es una contingencia; la crisis sí lo es.


Contingencia y estado coexisten en dos planos distintos de la conciencia. El primer plano es lo sensorial inmediato; el segundo lo intelectivo o categórico. El estado normal de las sociedades modernas, a partir de la revolución industrial, ha sido el crecimiento, que en su plenitud se conoce como desarrollo.


Este fenómeno ha sido objeto de todo tipo de teorías económicas, sociológicas y políticas.


Pero la decadencia es un estado anormal, excepcional, razón por la que no ha recibido la misma atención académica o tratamiento teórico que el estado normal.


La decadencia suele no percibirse por los connacionales sino como crisis, por lo que resulta muy difícil encarar su solución cuando se lo hace con los métodos de éste. Se intenta analizar la dinámica de este proceso de decadencia que ya lleva casi 80 años. Una verdadera patología sin un diagnóstico compartido y como tal, de pronóstico incierto.


En un sistema democrático electivo, se hace indispensable que la sociedad perciba sus problemas reales para que el cuerpo social pueda realizar el aprendizaje que implica todo proceso de evolución.


Pueden identificarse las causas de la decadencia, que desde ya son múltiples. Pero una vez instalada, es decir cuando adquiere condición de estado, las causas difícilmente pueden ser identificadas desde dentro mismo de la sociedad decadente.

Es lo que Durkheim  llama “egocentrismo” que, en las ciencias sociales, se considera como una de las mayores dificultades para la investigación.


Once constataciones


En la Argentina se constata, sin necesidad de referirnos a estudios concretos, no porque no los haya, sino porque surge de la simple observación:


1. Decrecimiento económico relativo en el período de los últimos 80 años en el entorno regional o de conjuntos más amplios de países comparables.


2. Desmejoramiento, en el largo plazo, de indicadores sociales tales como educación, salud, vivienda, considerados como indicadores de tendencia pesada, es decir de lenta reversión, además del deterioro de los equipamientos que prestan esos servicios.


3. Crecimiento de villas de emergencia y tendencia de incremento de la pobreza en el largo plazo, contrariando la tendencia que se registra en el conjunto de América Latina.


4. Inexistencia de planes de largo plazo en infraestructura física y de políticas de Estado que les den continuidad.


5. Desmejoramiento progresivo de la oferta de servicios públicos en sectores base de la economía por deterioro de todas las infraestructuras económicas básicas: ferrocarriles, carreteras, equipamiento eléctrico en centrales, redes de distribución y transmisión, agotamiento de reservas hidrocarburíferas y pérdida del autoabastecimiento de petróleo y gas.


6. Permanente recambio en los cuadros administrativos y técnicos de la administración pública, disolviendo y degradando la capacidad de una necesaria burocracia estatal estable e idónea, que acumula conocimiento a través del aprendizaje.


7. Avasallamiento institucional cada vez que un nuevo turno de gobierno asume la administración, como si se tratara de un nuevo fundador de la Nación Argentina, denostando todo lo realizado por el turno anterior y destruyendo toda continuidad. La institucionalidad también es un capital que se va construyendo y mejorando con experiencia acumulada en un proceso de aprendizaje de las instituciones.


8. Fuga de capitales a lo largo del período de 70 años en forma permanente, impulsada por crisis terminales aproximadamente cada diez años con mega-devaluaciones que significaron pérdidas patrimoniales gigantescas del trabajo acumulado de los argentinos.


9. Fuga de cerebros de los centros de investigación públicos y privados y de las empresas.


10. Stock de ahorro en el exterior de ciudadanos o empresas nacionales superior a la deuda externa y algunos años en el orden de magnitud de nuestro PBI. Ha sido la actitud de una sociedad que debió defenderse de su enemigo más peligroso: el Estado Nacional, como lo había advertido Alberdi(1) hace 160 años.


11. Dilución y progresiva desaparición de grandes empresas nacionales privadas representativas de una cultura empresarial nacional.


Los tres primeros aspectos son representativos de un deterioro relativo del estándar de vida de la población, los siguientes de una claudicación de las obligaciones del Estado y las últimas,de la pérdida del factor más dinámico del crecimiento: el interés de los ahorristas, inversores privados y empresarios en su propio país.


Este último es el síntoma más claro de la decadencia de esta nación. No escapa a ningún observador sagaz que de la sola enumeración de estos factores surge la idea de un marcado retroceso, el riesgo de no retorno y que un cambio consistente en una simple corrección de variables económicas, sin un dramático cambio del contexto institucional, normativo y axiológico para restituir el andamiaje de la confianza en la nación, no es suficiente para revertir esta tendencia.


En pos de la brevedad, dejaré para otra entrega el análisis de los periodos en donde la Argentina, con injerencia externa y sus socios apátridas internos, fue llevada a ingresar en un tobogán declinante en el que nadie, se esforzó lo suficiente por hacer pie
, incluyendo a nuestra sociedad a la que solo le interesa sus propios intereses individuales, invisibilizando el colectivo del que forman parte.


Me propongo redondear en la próxima entrega; que será además la última, los puntos de coincidencia en el marco pandémico-económico actual, con aquello que he relatado anteriormente y que se produce desde hace un larguísimo tiempo.

Voy a cerrar el presente, con algo sumamente significativo que refuerza el sentido de Nación.


En la mayoría de los argentinos, persiste la creencia o visibilidad ciega, de creerse superiores a cualquier hermano latinoamericano, anteponiendo como justificación que nuestra Nación es el resultado de un crisol de razas, en que la mayoria de los inmigrantes llegaron a nuestro país desde Europa y por ello, es que el sentido de Patria en la mayoría de nuestra sociedad, es como si su significado fuera algo etéreo y no verderamente su pertenencia.

Algo totalmente contrario; a la mayoría de las sociedades iberoamericanas, en donde el sentimiento nacionalista esta profundamente arraigado; aun en aquellos en donde la población no puede ejercer libremente sus derechos humanos.

Continuará…

1)Roca Alejo Julio Argentino – (político, militar y estadista argentino que sirvió como presidente de la Nación Argentina desde 1880 hasta el 1886 y desde el 1898 hasta el año 1904).


2) porteña: originario/a o radicado en la Ciudad de Buenos Aires.


3) Alberdi, Juan Bautista – (abogado, jurista, economista, político, diplomático, pacifista, escritor y músico argentino, autor intelectual de la Constitución argentina de 1853).​​​ 


FUENTE: Quien escribe; con los valiosos aportes de la obra  “LA DECADENCIA ARGENTINA” de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas

Mi adorable y prejuicioso país. I

Los que se detienen y gastan su precioso tiempo; en leer “lo bueno, lo malo y lo feo” que suelo escribir, conocen que soy un escritor autodidacta de clase “variopinto”, que cada día lee a quienes lo siguen, realizando los comentarios en donde le parece pertinentes hacerlos y da “me gusta”, no para recibir otro a cambio, sino porque realmente me ha agradado la prosa, el cuento o relato, microrelato, toma fotográfica y todo aquello, que día a día cada uno de ustedes sube a la plataforma y me agrada, porque además de maravillarme con letras que solo puede escribir un profesional que concurrio a talleres literarios o bien se graduo en la Universidad, también me sucede lo mismo con aquellos que como yo, intentamos hacerlo de la mejor manera posible. No obstante, existe para mi algo mucho más importante, me permite de manera indirecta conocer el alma de quien lo hace, aunque no tenga la maravillosa oportunidad de algún día conocerlo/a.

Cuando me defino como un escritor autodidacta “ variopinto”, se que lo soy porque de la misma manera que escribo un poema o una cita, cuento corto o microrrelato, también publicó editoriales sobre lo que sucede en el mundo y en mi país. en diferentes disciplinas.

Hoy me he levantado demasiado tarde; para mi gusto y nunca he tenido tantas ganas de escribir desde que “este  hartazgo” que tengo, sobre los poderes emanados de nuestra Carta Magna que como personajes de vodevil, omiten aquellos que si están donde están es por los Derechos establecidos en nuestra Ley Fundamental.

Se que en la sociedad argentina, más aún en el porteño (1) -un individuo que padece de una xenofobia excrable-, con todo aquel que no sea descendiente de aquellos primeros inmigrantes europeos, que en masa que llegaron a nuestras tierras, en el Siglo XVIII desde 1881 hasta la primera guerra mundial como las contemporáneas desde el fin de la segunda guerra mundial hasta nuestros días.

El avieso germen racista, discrimina a los inmigrantes de ciertos países limítrofes, como a paraguayos, bolivianos y peruanos, fundamentalmente. A quienes peyorativamente; se les ha dado el pseudónimo de “paragua”, “bolita” o “peruca”.

Extrañamente no sucede lo mismo con los uruguayos, porque salvo con el fútbol nos consideramos primos hermanos. Si alguien lee profundamente la historia, rápidamente se dará cuenta que argentinos y uruguayos, deberíamos estar dentro de un mismo Estado, pero la historia marca que hace casi dos siglos, a las potencias no les resultaba agradable que ambas margenes del Río de la Plata, tuvieran el mismo dueño.


Habitan el suelo argentino; aproximadamente tres millones de paraguayos, dos a tres millones de bolivianos y unos quinientos mil peruanos. Hay argentinos; que en nuestros días protestan airadamente sobre estos inmigrantes limítrofes, porque además de ocupar empleos en una economía sin crecimiento desde hace décadas, fundamentalmente desde los años setenta, utilizan en forma gratuita los sistemas de salud y educación, además de recibir planes sociales de ayuda alimentaria o de otra índole. Se los acusa de delincuentes, narcotraficantes o contrabandistas.


En lo personal; debo expresar que en cuanto a los tópicos de delincuencia, se encuentran en cualquier país del mundo -salvo algunas excepciones que no suman al gran número-, incluyendo las grandes potencias.

En repetidas ocasiones, he intercambiado opiniones con aquellos que sienten un “racismo  extremo”  y conciliadora mente les digo, que la única manera de cambiar la política inmigratoria en la República Argentina, sería realizando una nueva reforma de la Constitución Nacional, y fundamentalmente su Preámbulo que dice:



Ahora bien, hagamos de cuenta que se modifica el preámbulo de nuestra C.N. y los artículos concomitantes a la constitución política y derechos de los ciudadanos.

Bien, supongamos que modificamos el Preámbulo y a todos los hombres y mujeres libres del mundo, no nacidos en la República Argentina, se dictan Leyes que permitirían deportarlos o expulsarlos hacia sus países de origen.


Ahora bien; propongo que nos demos un “baño de realidad”.

La economía informal en la Argentina es de aproximadamente un 42%, de la PEA. Entonces nos encontrariamos que las personas de nacionalidad paraguaya, han regresado a su país de origen -tomemos en cuenta que esto posee un contenido de ficción, que no puede medirse, dado el hecho de los nacimientos ocurridos en suelo  argentino-.

Con datos de la Cámara Argentina de la Construcción; de cada diez inmigrantes paraguayos, seis trabajan en la construcción.

Conclusión: ¿una industria que es motorizadora de otras, donde obtendrá sus recursos humanos?.

Por otra parte; de cada diez mujeres de igual nacionalidad, trabajan como empleadas domésticas. ¿ Quiénes las reemplazan?. ¿Mujeres argentinas? 


No se podría de manera alguna; en ninguno de los casos reemplazar por hombres y mujeres nacidos en la Argentina, porque simplemente no demandan esos trabajos.

Y así el viejo contrato entre los movimientos sociales y los políticos promoviendo la «viveza «criolla» habiendo tantos viviendo con subsidios del Estado, que pagamos todos nosotros -los contribuyentes-.


Vayamos ahora a la comunidad boliviana. Hace treinta años; llegaron desde Corea inmigrantes de dicho país con capitales, que destinaron en su gran mayoría, a desarrollar una industria textil vigorosa y a bajo costo, -compitiendo así con la comunidad judía-, eso sí con un alto grado de explotación laboral en talleres clandestinos, en los que ocupaban y ocupan residentes ilegales -en su mayoría, bolivianos/as- que vivían en cobertizos dentro de los propios talleres, sin derechos ni protección laboral alguna.


Pasado unos años, los inmigrantes bolivianos al conocer todo el circuito de fabricación y comercialización, comenzaron a independizarse y con un pequeño capital, copiaron el modelo coreano y se lanzaron al mercado marginal de indumentaria. Otros en cambio, alquilaron locales para comercializar frutas y verduras, cultivadas por sus propios compatriotas en la zona sur de la provincia de Buenos Aires.


Hoy; en la ciudad de Buenos Aires de diez verdulerías, ocho son atendidas por la comunidad boliviana. Conclusión: -Por ejemplo tomemos en mi caso; no tendría la verdulería de cercanía en donde comprar mis deliciosas y necesarias manzanas-.


En este caso de comercio puramente informal, el argentino hace rato dejó de hacer pie. Y sucede lo mismo que con la construcción. ¿Quién comercializará estos productos? 

Me podrán decir, que en este caso uno podría concurrir a una sucursal de una cadena de supermercados o retail, pero los precios son marcadamente mayores que en las verdulerías barriales, y en un país como el nuestro, en el que la inflación no se detiene y algunos funcionarios sin cerebro la pretenden justificar, diciendo que es “un tema de expectativas”, logrando solo estresar aun más a una población, en donde los pobres son más pobres y la clase media hace malabares, para mantenerse en ese devaluado “estrato social”.

(1) Argentina/o residente en la Ciudad de Buenos Aires.


Continuará