Lord Byron, el poeta del romanticismo que quiso liberar Grecia.

Idealista y excéntrico, Lord Byron escapó de la puritana sociedad inglesa para llevar una vida de aventuras por toda Europa e implicarse en la revolución griega contra el Imperio otomano.

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Poeta, gran aristócrata, político idealista, Lord Byron escandalizó a las clases conservadoras de su país, la Inglaterra de principios del siglo XIX, con su vida disipada, su defensa de los marginados y de la libertad de los pueblos, su antipatriotismo y sus escritos ácidos y críticos. En los periódicos se le acusaba de subvertir la sociedad con una obra que mezclaba el horror, la burla y la calumnia. Pero muchos otros cayeron embrujados por su personalidad desbordante y su espíritu aventurero, que le dieron una celebridad universal. Por encima de todo, su trágica muerte en 1824, cuando apenas tenía 36 años, vencido por la fiebre en los pantanos de un remoto pueblo griego, lo convirtió en un mártir de la libertad y lo consagró como el héroe romántico por excelencia.

La infancia de Byron no fue fácil. Creció en la pobreza, después de que su padre, apodado Jack el Loco, dilapidara su fortuna y abandonara a su esposa en una pequeña habitación sobre una tienda en Londres, donde aparecía de vez en cuando para pedirle dinero y reñir con ella. Byron tenía tres años cuando su padre murió. Además, nació con el pie contraído, lo que le dejó una cojera de por vida que provocó constantes burlas de sus compañeros y una relación de amor-odio con su madre, a quien culpaba de su malformación por llevar el corsé muy ajustado durante el embarazo.

EL LORD MÁS EXTRAVAGANTE

Su suerte cambió en 1798, cuando tenía 10 años. Su tío abuelo paterno falleció sin descendencia, dejándole como herencia el título de lord y la casa familiar, la pintoresca abadía de Newstead.

Entre 1809 y 1811 recorrió Portugal, España, Malta, Cerdeña, Turquía, Albania, Grecia, Constantinopla…

A la muerte de su tío, el joven Byron heredó esta propiedad, que estaba cargada de deudas y en muy mal estado.Foto: ALFREDO GONZALEZ / FOTOTECA 9X12

A partir de entonces, el joven recibió una educación acorde a su condición social y se convirtió en un adolescente rebelde y excéntrico. Una de sus aficiones era rodearse de animales exóticos, hasta el punto de que en Newstead sus amigos se entretenían molestando a sus «mascotas», un lobo y un oso, y practicando el tiro al blanco en el salón. 

La afición por los animales le acompañaría toda su vida. Más adelante, en una de sus residencias en Italia, un amigo suyo contabilizaría «10 caballos, 8 perros enormes, 3 monos, 5 gatos, un águila, un cuervo y un halcón que deambulan por donde les place (excepto los caballos), 5 pavos reales, 2 gallinas de Guinea y una grulla de Egipto«.

A los 20 años publicó sus primeros poemas, que le valieron cierto éxito entre las damas de la aristocracia y duras críticas en la prensa; justo entonces salió por primera vez de Inglaterra. Entre 1809 y 1811 recorrió Portugal, España, Malta, Cerdeña, Turquía, Albania, Grecia, Constantinopla… hasta que las deudas lo obligaron a regresar a su país. 

La muerte de su madre y la de dos amigos muy próximos lo sumió en una depresión, pero se recuperó al encontrar una nueva vocación: la política.

Miembro de la Cámara de los Lores gracias a su título, en 1812 acudió al Parlamento para defender los intereses de los más desfavorecidos. En un discurso resonante, denunció la aplicación de la pena de muerte contra las personas que destruían telares por miedo a perder su trabajo. Afirmó que los obreros merecían compasión y pan para sus hijos, y preguntó a los asistentes si una vida humana valía menos que un telar.

EL SALTO A LA FAMA

Poco después publicó su primer gran poema, ‘Las peregrinaciones de Childe Harold’, una larga narración de sus viajes que causaría sensación: «El efecto fue eléctrico, su fama creció en una noche como el palacio de un rey fabuloso», escribió un amigo. 

Al mismo tiempo, Lord Byron también rompió moldes con sus múltiples y escandalosos romances con mujeres de todas las clases sociales. El más tormentoso fue el que vivió con Lady Caroline Lamb, quien tras la ruptura se dedicó a difundir rumores maliciosos, como el que se refería a las «sospechosas» relaciones que Lord Byron mantuvo con su hermanastra Augusta Leigh.

Lady Caroline Lamb (1785-1828)

Retrato de Lady Caroline Lamb (1785-1828) por el pintor Sir Thomas Lawrence. Lady Caroline fue una aristócrata y novelista angloirllandesa, sin embargo fue y es mucho más conocida por la relación amorosa mantenida con el poeta.

Su matrimonio con Annabella Milbanke no le hizo sentar la cabeza. Tras unos meses de convivencia, Anabella lo dejó, acusándolo de maltrato y conducta indecente, algo que asustó incluso a sus amigos. La pacata sociedad londinense no tardó en volverle la espalda. Lady Melbourne, su otrora gran amiga, le escribió que no podía volver a recibirlo y los periódicos lo compararon con Nerón y Calígula.

Byron captó el mensaje y se preparó para el exilio. De nuevo se embarcó en viajes, en fugaces aventuras sentimentales y en la composición de poemas que eran vistos como escandalosos, por lo menos en Inglaterra, donde su Don Juan fue calificado de obra obscena e impía.

También hizo amistades sinceras, por ejemplo con el poeta Percy Shelley y su esposa Mary, la autora de Frankenstein. Pero una extraña fatalidad parecía perseguirlo: su hija Allegra, nacida de su relación con Claire, hermanastra de Mary Shelley, murió de catarro a los cinco años y Percy Shelley falleció al hundirse su barco durante una tormenta.

Entre tanto, la causa de la libertad seguía tentándolo. En Italia se involucró con el movimiento de los carbonarios, que preparaban una revolución contra el dominio del Papado y de Austria. Pero el país que finalmente absorbería todas sus energías sería Grecia, donde en 1821 había estallado una insurrección nacionalista para poner fin al dominio turco, que se prolongaba desde hacía siglos.

Nada más conocer la revuelta griega, Byron informó al Comité de Londres para la Independencia de Grecia de que aportaría su nombre y su dinero y se uniría a la lucha. 

Compró medicamentos y pólvora, contrató un mercante y en 1823 partió con su fiel criado Fletcher a la isla de Cefalonia. La situación allí era caótica; mientras los turcos dominaban el mar y la costa, los griegos se refugiaban en las montañas y padecían las disputas internas de sus principales caudillos.

MUERTE EN GRECIA

Byron permaneció cinco meses en Cefalonia con uno de estos cabecillas, el príncipe Mavrokordatos, quien, gracias al apoyo financiero del inglés, pudo equipar una flotilla y capturar un barco turco de 12 cañones.

Poco después, el mismo Mavrokordatos le pidió que se reuniera con él para salvar el punto más amenazado de Grecia, Missolonghi. Su misión era alimentar e instruir a 500 soldados para formar una unidad de artillería y capturar Lepanto; Byron no dudó en emplear en ello buena parte de su fortuna. 

Soñaba con protagonizar una gran gesta histórica y convertirse en héroe de la liberación de Grecia. Todo empezaría con una ofensiva sobre Lepanto, prevista para el 14 de febrero de 1824.

El sitio de Missolonghi

Lord Byron murió en Missolonghi. Historia Ilustrada de la guerra de Independencia griega. 1824.Foto: BRIDGEMAN / INDEX

Pero entonces se manifestaron las rencillas entre los líderes griegos. Kolokotronis, rival de Mavrokordatos, envió un grupo de gentes procedentes de la ciudad de Suli para que se infiltraran en el ejército y disuadieran a los hombres de luchar. 

Así, cuando estaban a punto de partir, los soldados se negaron a moverse hasta que no les aumentaran la paga. Enfurecido y abatido, Byron se retiró. Más tarde, otro caudillo, Georgios Karaiskakis, decidió paralizar el ejército de Byron ocupando un fuerte cerca de Missolonghi, apoyado por la flota turca.

Byron en su lecho de muerte, lienzo al óleo realizado por el pintor Joseph-Denis Odevaere en 1826. En la actualidad la obra se encuentra expuesta en Groeninge Museum de Brujas, Bélgica. Ante la noticia de la muerte de Lord Byron el dramaturgo alemán Johann Wolfgang von Goethe escribiría: «Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos».Foto: Joseph Dionysius Odevaere

En cualquier caso, todos sus sueños de gloria se desvanecieron cuando unos días más tarde cayó enfermo. Primero fue un ataque epiléptico, luego vértigo y espasmos en el pecho, más tarde fuertes fiebres. Byron deliraba y los médicos no se ponían de acuerdo sobre la naturaleza de su enfermedad. Lo sangraron, le vendaron la cabeza y le pusieron sanguijuelas en las sienes, pero la fiebre no remitía. 

Finalmente murió el 19 de abril. Las iglesias de Grecia guardaron luto durante 21 días y los habitantes de Missolonghi pidieron su corazón. 

Su cuerpo, embalsamado, fue enviado a Inglaterra, donde se le enterró discretamente. Sus memorias fueron arrojadas al fuego, hoja por hoja: el poeta maldito, aun después de muerto, seguía causando horror entre sus contemporáneos.

Imagen de portada: El poeta vestido con una indumentaria típica albanesa. Retrato por Thomas Phillips. 1835. National Portrait Gallery, Londres.Foto: Fototeca 9×12

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Javier Flores. Director Digital. 23 de enero 2023.

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Lord Byron lee ‘Fantasmagoriana’

Otro quince de junio, el de 1816, hace doscientos seis años, faltando todavía ciento treinta y seis para que el gran Ray Bradbury publique, en el número de la revista Collier’s puesto a la venta el 28 de junio de 1952, uno de sus cuentos más aclamados: «El sonido del trueno»

Algo más de una década después, exactamente el primero de marzo de 1963, el matemático y meteorólogo Edward Norton Lorenz da a la estampa, en el Journal of Atmospheric Sciences fechado en dicho día, un artículo titulado «Flujo determinista no periódico». 

Pieza elevada donde las haya, versa en ella sobre la Teoría del Caos, yendo a describir la que será una de sus interpretaciones más conocidas: el efecto mariposa. Ya en 1972, en sus ponencias, para evitar la frivolidad que podía desprenderse de su teoría, solía presentarla a modo de pregunta: “¿Puede el aleteo de una mariposa en Brasil hacer surgir un tornado en Texas?”.

Antes de que Leonard Smith llamase la atención sobre ello en Caos: Una introducción (2011), debieron de ser pocos los amantes de la ciencia ficción, siempre más afectos a la ficción que a la ciencia, que advirtieron que el gran Bradbury ya había aludido a que cualquier pequeña variación, por mínima que sea, en las condiciones iniciales de un determinado sistema dinámico caótico, puede provocar una amplificación impredecible. 

Aunque ese caos surgido de una nimiedad puede provocar la catástrofe a corto o medio plazo, Bradbury separa la causa del efecto más de cien millones de años, los que se fueron entre el Cretácico Superior y 2005. Imaginó el maestro que en este último año ya eran posibles los viajes al pasado.

Sus viajeros temporales se remontan a los días de los tyrannosaurus rex para cazar un ejemplar. Desoyendo las advertencias de la agencia que los lleva a tan remoto pretérito, uno de los cazadores se aparta del camino trazado para no contaminar el Cretácico, pisa una mariposa y provoca con ello una paradoja temporal: al volver a 2005, el país de los viajeros en el tiempo está en manos del fascismo.

El caos de la primavera de 1816 no fue para tanto. Aquel habría de ser el año sin verano, debido a las graves anomalías climatológicas que causaron una disminución de la temperatura del planeta entre 0,4 y 0,7 grados centígrados. Sí señor, sostienen los científicos que la caída de la actividad solar y el invierno volcánico —la erupción del Mayón (Filipinas) en 1814, la del monte Tambora (Indonesia) 1815— se unió todo ello al final de la Pequeña Edad del Hielo, un enfriamiento paulatino que venía produciéndose desde el año 1350. También cabría hablar de la posición del Sol, en el mínimo Dalton hasta 1830.

Total, que estamos ante una inclemencia del tiempo desconocida hasta entonces. En la primavera de 1816 el mundo asiste a lo que el historiador John D. Post habrá de calificar como “la última gran crisis de supervivencia del mundo occidental”. Así las cosas, las catástrofes acaecidas en Oriente, por las imprevisibles estrategias del caos, hacen que a orillas del lago Leman, en los Alpes, el lago de Ginebra, no cese la lluvia.

Allí se ha dado cita una pequeña colonia inglesa. Lord Byron es el más prominente de los británicos, y se ha instalado en Villa Diodati. Se trata de una residencia conocida por sus vecinos como la casa Cologny. El Diodati del que tomó el nombre con el que habría de pasar a la historia fue un teólogo, Giovanni Diodati, que la mandó construir en una fecha imprecisa. 

Según algunas fuentes, en 1639, su primer propietario alojó en ella al mismísimo John Milton, aunque los estudiosos de Frankenstein o el moderno Prometeo, que la gran Mary Shelley habrá de publicar en 1818, desmentirán este punto argumentando que la mansión fue edificada en 1710. 

Luego, difícilmente hubiera podido albergar entonces al autor de El paraíso perdido (1671), habida cuenta de que fue en 1674 cuando Milton ascendió a la gloria de Dios.

Lo rigurosamente cierto es que Byron ha abandonado su país en abril del año sin verano y ya nunca habrá de volver. Le acompañan su lacayo y su médico particular, John Polidori, a quien no trata mucho mejor que al criado.

El viaje en su espléndido carruaje los ha llevado por Bélgica. Al pasar por Waterloo, se ha visto al poeta muy impresionado con la muerte. En efecto, la Parca aún gravita en el campo donde, apenas un año antes, se ha librado la batalla que habrá de ser la última derrota del imperio francés, el final del duelo que ha mantenido Napoleón con toda Europa.

Los Shelley, a buen seguro a instancias de Claire Clairmont —una hermanastra de la gran Mary, perdidamente enamorada de Byron—, arribaron al lago el tres de mayo, el quince de ese mismo mes según otros autores. Todos coinciden en que lo hicieron por la orilla de Sécheron, otro pintoresco pueblecito de la ribera, según habrá de leerse en el capítulo séptimo de Frankenstein, a media milla de Ginebra. 

Tras hospedarse en el Hotel de Inglaterra durante algo más de un mes, se han trasladado a Cologny, en la orilla opuesta del lago Leman, donde arrendaron una residencia conocida como Montalègre. Sólo dista ocho minutos a pie de Villa Diodati.

Milord y Percy Bysshe Shelley aún no se conocían. Siendo el caso que Claire, pese a que sólo contaba quince años, ya estaba embarazada de Byron, necesariamente tuvo que ser ella la que presentó a los dos poetas. 

Así las cosas, cumple reconocer lo importante que fue la aportación de miss Clairmont al mito de Villa Diodati. Aunque no ha llegado hasta nuestros días el diario que la hermanastra sin consanguinidad de Mary Shelley llevó aquel verano, sí lo han hecho algunos de los billetes y misivas que dirigió a Byron, una vez que éste y Polidori comenzaron su periplo por el continente. “Sé que ahora viajas con un médico. ¿Te cuida bien? ¿Siente afecto por ti?”, le pregunta en una de esas notas, consciente del cariz de los afectos que el doctor siente por milord.

Instalada ya la extraña pareja en Diodati, Claire se ha informado sobre Polidori. Con todo, quizás obnubilada por los celos, confunde al médico con su padre —autor de un diccionario— cuando apunta en una de sus encendidas misivas: “Me gustaría que mandaras a Polidori a escribir otro diccionario o con la dama de la que está enamorado. Ojalá fuera ésta su almohada y se marchara a dormir, porque no puedo ir a verte por la noche y que me vea: es tan extremadamente receloso”.

Y la lluvia no cesa. El tiempo sigue estando especialmente inclemente esta primavera. Ahora bien, se diría que esa lluvia y ese frío, aunque infrecuentes en junio en los Alpes, acompañan mejor que un sol radiante a la lectura a la que ha decidido dedicarse Byron. 

Se trata de una selección de cuentos de aparecidos, espectros, almas en pena y fantasmas reunidos bajo el título de Fantasmagoriana. Es una traducción francesa de un almanaque alemán, Das Gespenst Buch (El libro de los muertos), publicado en 1812. 

En efecto, tanta muerte, tantos íncubos y súcubos, que tendrán a milord en vela durante toda la noche, serán la causa de que, unas horas después, ya el dieciséis de junio, Byron proponga a sus amigos ese duelo de ingenio que inaugurará una nueva era en la literatura fantástica y verá nacer a dos de los pilares donde se alzarán algunos de los mejores cuentos de miedo. 

En cierto modo, también puede entenderse como un efecto mariposa: el invierno volcánico provoca dos nuevos paradigmas en la literatura fantástica: Frankenstein, el moderno Prometeo imaginado por la gran Mary Shelley, y el vampiro de Polidori. Así se escribe la Historia.

Imagen de portada: Gentileza de Zenda

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Javier Memba. Editor: Arturo Pérez Reverte- Junio 2022

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