La ‘Arabella’ de Richard Strauss maravilla en el Teatro Real.

ÓPERA

La extraordinaria versión musical (David Afkham) y teatral (Christof Loy) de la ópera se añade a un reparto muy cualificado.

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El milagro dramatúrgico de Christof Loy consiste en renunciar a la escena. Desnudarla del todo. Y exponer a los protagonistas sin referencias, como si estuvieran alojados —abandonados— en un espacio abstracto y desasosegante. Sucede en el tercer acto de Arabella. Y en el desenlace de una trama cuya dinámica teatral y musical transforma la comedia amable de Strauss en un oscuro drama psicológico. Christof Loy enfatiza entonces el impresionante trabajo de actores, esmera el retrato de los personajes —por dentro, por fuera— y predispone la tensión que incorpora un espectáculo de tres horas y media. 

Poco importa la duración porque la ópera fluye y transcurre fuera de las convenciones espacio-temporales, aunque el montaje de Arabella alude al refinamiento de la estética de entreguerras en la Viena de la decadencia. Y a la peripecia de una familia aristocrática venida a menos que necesita el braguetazo providencial de un rudo terrateniente para redimirse de la ruina. 

Conviene recordar que Arabella se estrenó el mismo año de la llegada de Hitler a la cancillería (1933). Y que no pudo dirigirla el maestro Fritz Busch en Dresde porque ya lo había proscrito el régimen nazi. Es el contexto en que Strauss alumbra una ópera de fin de época. Le había escrito el libreto su literato de referencia, Hugo von Hofmannsthal, aunque el coloso germano había fallecido cuatro años antes, cumpliendo con los requisitos atmosféricos del compadre Strauss: “Una obra fina, alegre y sentimental”.

‘Arabella’. (Teatro Real/Javier del Real)

Nunca se había interpretado Arabella en el Teatro Real. Y no podían escogerse mejores soluciones ni mejores recursos humanos para corregir el veto. Empezando porque la dramaturgia audaz de Loy funciona como la extrapolación escénica de la partitura. Alcanzamos a ver la música misma. Se produce un milagro sinestésico, una comunión de los sentidos. Y una atmósfera de sugestión que explica toda la dimensión de la maravilla.

“Fina, alegre y sentimental”. Así es en apariencia la versión de Loy, pero la lectura entre líneas de Arabella deriva la trama a las angustias de los personajes y a la identificación del público. La identidad. La hipocresía. La colisión cultural. La decadencia. Las pulsiones y los celos. Y la capacidad redentora del amor…, hasta el extremo de que el aria final de Arabella parece una enmienda al Liebestod de Wagner en Tristán e Isolda.

Es posible el amor aquí y ahora. Por eso, el final hermoso que plantea Loy evoca el happy end de una película en blanco y negro. Los amantes se pierden en la escena final fundiéndose en la oscuridad.

Delicada y compleja

El acontecimiento de Arabella en el Teatro Real no se explica sin la trama sonora de David Afkham. Y sin la sensibilidad con que el maestro germano explora todas las posibilidades de la partitura, consciente de que Arabella es una ópera delicada y compleja, tanto en los pormenores rítmicos y armónicos como en la exuberancia que propaga la melodía.

‘Arabella’. (Teatro Real/Javier del Real)

Tiene sentido evocar el antecedente de El caballero de la rosa en las analogías narrativas y en la atmósfera cromática, aunque la estructura de Arabella, desprovista de números, de arias convencionales, se identifica más en la corriente interior y en el esmero de los pasajes camerísticos. Dirigía con las manos Afkham, como si la experiencia le permitiera deslizar la música entre los dedos. Y como si la dimensión artística del pathos no pudiera concebirse sin las facultades de la artesanía o de la alquimia. 

El estado de gracia de la orquesta del Teatro Real en este viaje de la luz a la oscuridad benefició la implicación de los cantantes.

Y no es cuestión de jerarquizarlos en una ópera tan coral y exigente, pero los méritos de la protagonista, Sara Jakubiak, ejercieron un poderoso magnetismo. 

La homogeneidad de la voz es tan elocuente como la riqueza de su timbre y como el carisma escénico con que desenvuelve el personaje de Arabella. Y no es que su ciudad natal, Bay City (Michigan), sea la cuna del repertorio straussiano ni wagneriano, pero los antecedentes genealógicos —Polonia y Alemania— garantizan el pedigrí —la inercia cultural— que la convierten en la musa del estreno y en la referencia de las funciones sucesivas. Hay entradas disponibles, puede que demasiadas de aquí al 23 de febrero. 

Quizá porque Arabella es una obra extraña en el inventario de los melómanos y porque nunca había accedido al canon del Teatro Real. Ha ingresado en las mejores condiciones posibles. 

La armonía de la escena y el foso es tan elocuente como la cualificación del reparto. Imponentes las voces graves (Josef Wagner, Dean Power). Impresionante el ejercicio de travestismo de Sarah Defrise. Y emocionante el reencuentro con una artista, Anne Sofie von Otter, cuya personalidad y color todavía evocan sus mejores veladas de gloria.

Imagen de portada: ‘Arabella’. (Tatro Real/Javier del Real)

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. España.Por Rubén Amón. 26 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Música clásica/Ópera/Teatro Real/Madrid/España.

Una noche en el Café Pombo.

Madrid era entonces una ciudad pequeña, provinciana, taciturna. 

Quizá lo siga siendo hoy, aunque nos dejemos engañar por el brillo de los semáforos, la modernidad y el cosmopolitismo. Desde la nebulosa de lo no vivido, la ciudad se me aparece sembrada de tranvías. Tranvías como venas que recorren las calles con las catenarias dibujando cuadrículas en el cielo. Los faroles de gas, las llaves de los serenos sonando en la madrugada, los vendedores ambulantes, los primeros coches a motor, los autobuses de dos pisos… 

Pasa el carro del lechero tirado por un caballo, que pisa con sus cascos el suelo recién mojado por el chorro de las mangueras. Caminan por las aceras de la Gran Vía los trasnochadores, hombres y mujeres de una elegancia sutil, parisina, difícil de igualar en otros tiempos. Las artistas de variedades coquetean en las barras de los bares con los viejos calaveras, que se dejan lustrar el charol por los limpiabotas. También está la miseria amontonada junto al río, los mendigos revoloteando en la puerta de una iglesia, la ropa tendida al viento en las corralas. 

Hablamos de los años 20, o quizá un margen un poco más amplio, del 12 al 36, la fecha en que Ramón Gómez de la Serna inauguró la tertulia del Café Pombo, como un parque temático de la felicidad, y el año en que todo cambió y nada volvió a ser lo mismo por culpa de la guerra. He dicho pequeña, provinciana y taciturna como podría haber dicho cualquier otra cosa. Así es la ignorancia nostálgica de lo que no hay memoria en uno. Lo de provinciana, me parece, es un hecho, pues Madrid siempre ha tenido alma de pueblo, y la sigue teniendo a poco que se rasque en la superficie, pese a su declarada ⎯y demostrada⎯ apertura al mundo. Lo de taciturna, en cambio, es simple artificio de la nostalgia: uno siempre se quiere más feliz de lo que fue y menos desdichado de lo que será (o viceversa, por hacer un poco de literatura). Y lo del tamaño es relativo, como todo lo que es comparable. Depende de con qué.

Pero Madrid años 20 es para mí, sobre todo, una ciudad de cafés. Cafés con tertulia literaria, anisetes, toses roncas y almendras ciesas. El lugar donde la literatura se recogía al anochecer para huir de la miseria y el frío. 

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Refugios para almas pobres y tristes, o así se las imagina uno, con esa severa melancolía de quien nunca termina de alcanzar sus sueños ni cree poder lograrlos enteramente. Se me aparecen los escritores de entonces como señores grises, cariacontecidos, algo fúnebres, de ojos espantados, con la humedad y el frío metidos en los huesos (el frío como parte inseparable de su ser), con pinta de funcionarios pero sin oficina, traje estrecho y corbata deshilachada, maltratados por la vida: unos, solitarios que malviven en pensiones heladas y tristes; otros, fracasados que fundan hogares de familias numerosas a las que no pueden dar de comer. 

El café era el amparo, el auxilio, ante tanta desdicha. Allí, por unas horas, el ser doliente se sumergía en volutas de humo y alcohol y discusiones y risas y se olvidaba de todo, envuelto en una fraternidad polémica que tanto abriga. 

Los nombres ya eran de por sí bastante evocadores: La Flor y Nata, el Colonial, el Gato Negro, el Suizo, el Lyon, la Granja del Henar, el Fornos, el Café de Oriente, el Comercial, la Cervecería Inglesa, el Correo, el Castilla, el Levante, el León de Oro… Cada cual buscaba su refugio idóneo, según sus gustos, amistades y tendencias; también algunos se iban moviendo de café en café, de tertulia en tertulia, como bohemios insaciables, buscando cualquier excusa por no volver a casa, si la tenían. La variedad era la norma: estaban los «alfareros» ultraístas de Rafael Barradas, los cenáculos poéticos de Rubén Darío y Villaespesa, las tertulias de Jacinto Benavente o Emilio Carrere o los Machado, los contubernios políticos de conservadores y progresistas, las reuniones de los actores, el círculo científico de Ramón y Cajal, etc. La gran figura bohemia de la época, Valle-Inclán (con permiso de Alejandro Sawa), iba trasladando su silueta barbuda y su personaje colérico por distintos cafés de la ciudad. En el ámbito puramente literario, solo la tertulia de Cansinos-Asséns parecía capaz de hacer sombra, aunque sin demasiado éxito, a la Sagrada Cripta de Pombo fundada por Gómez de la Serna en 1912. 

Pombo era un antiguo café botillería, famoso por su leche merengada y su sorbete de arroz, situado en el número 4 de la calle Carretas. Era un lugar oscuro, sombrío, de techos bajos, compañías lúgubres y ambiente gélido, pero llegó Ramón con su desbordante alegría dispuesto a iluminar todos los rincones. 

El sótano fue el lugar escogido para la eucaristía vanguardista, que se celebraba todos los sábados por la noche. Por allí pasaron ilustres visitantes esporádicos, que subieron el nivel literario y artístico de una tropa por lo general poco dotada, formada por Rafael Calleja, Tomás Borrás, Bagaría, Manuel Abril, Salvador Bartolozzi, Bernabéu, Emiliano Ramírez-Ángel, los hermanos Bergamín, Gustavo Maeztu, Rafael Romero-Calvet, Diego Rivera… 

De los miembros fundadores, quizás solo José Gutiérrez-Solana, que inmortalizó la tertulia en un famoso cuadro que desde 1920 presidiría las reuniones, y Rafael Cansinos-Asséns, que después protagonizaría el cisma, estaban a la altura del sumo sacerdote. 

Enseguida Pombo se convirtió en un centro de peregrinaje y encuentro para los aspirantes a escritores que venían a probar suerte en los periódicos o estaban de paso por la capital. Llegaban con su traje planchado en la maleta, junto a una pila de libros, una muda limpia y las ilusiones intactas. Pronto los trajes y las ilusiones se verían desgastados por el uso, raídos en las costuras. Un fracasado más que añadir a la lista, interminable.

Decía Ramón que había escogido el Café Pombo para su tertulia no tanto por su atmósfera antigua y venerable, sino más bien por su discreción: «No hay nada disonante en él, y es tan hermético, tan insondable, tan impermeable»1. Había visitado el lugar por primera vez muchos años antes, estando aún sumergido en el líquido amniótico, pues a su madre le habían recomendado los helados de arroz que allí hacían para aliviar las náuseas de las embarazadas. 

Cripta profana y civil, la presencia de la tertulia hizo que el Café Pombo fuera adquiriendo el aspecto cordial y confortable de una casa particular, a lo que también ayudaba el mobiliario. Las metáforas de los visitantes se multiplicaban: para algunos aquello parecía un barco; para otros, era como tren; los había que preferían usar la imagen del landó; por último, estaban los convencidos de que aquello era un malecón frente al mar. 

Entraba uno en el Café Pombo y se encontraba como en un cuarto de estar, con sus visillos de encaje, sus estrechos divanes de terciopelo, sus estantes repletos de vajilla, sus lámparas de gas (única calefacción en el invierno), dos relojes grandes, las sillas con asiento de rejilla y unos espejos de módico tamaño. 

Ni siquiera faltaba el cálido gato ronroneante que todo hogar que se precie necesita. Merodeaban también por allí la polilla misteriosa y la mosca cojonera, que seguían los trayectos del camarero Pepe con su bandeja. Al fondo, rodeada por las grandes jarras en las que se servía la sopa de almendras por Navidad, destacaba una talla de la Virgen del Carmen; junto al mostrador, las llaves de la luz eléctrica y una fotografía; en frente, dos escaleras: una que llevaba arriba, al piso del dueño, y otra que conducía al sótano. 

En una de las esquinas se besaba la pareja apasionada de turno, acurrucada en un diván. Si te asomabas a la habitación de los trastos, podías ver un montón de baúles rotos, las mesas que se habían quedado cojas, la sillería desvencijada, los muelles salidos de las butacas desechadas… Los patios interiores se abrían a las galerías de los pisos. 

De día la fachada tenía un color parduzco y tostado; de noche, se presentaba negra y tupida. Por la mañana, mientras los empleados se afanaban en fregar los suelos, entraban a desayunar los maestros de obras y los cobradores de letras. Preceptivo era el vermut al mediodía. En el menú destacaban la sopa de ajo, los riñones y el solomillo con patatas regado con tinto de Valdepeñas. 

Por la tarde se allegaban los abuelos y sus nietos, las señoras con sus joyas, los contratistas y «los curas de dedos nicotinados por el tabaco, curas que toman suciamente su café, todo lo llenan de cenizas y miran aburridos o salaces a las misteriosas viudas». Los únicos personajes de renombre que aparecían a diario eran el periodista Mariano de Cavia y el novelista Palacio Valdés, que pedía de forma invariable un helado. A cualquier hora del día podían entrar los repartidores de periódicos, las vendedoras de palillos, las loteras con sus décimos, las floristas…

Por fin, los sábados por la noche llegaba la hora de la tertulia. El primero en aparecer era Ramón, que sacaba su cachimba de cerezo recién comprada y se ponía a fumar, mientras veía pasar los tranvías a través de la ventana; si llovía, lo que veía era una procesión de paraguas. Iban llegando los contertulios, que se sentaban en torno a la larguísima mesa de mármol, amontonando a un lado los abrigos y los sombreros. 

Hablaban durante horas, tomaban café o cerveza o chocolate y pedían muchos vasos de agua. Ramón tenía predilección por la horchata, que corría dulzona por sus venas mientras él se iba desangrando por la tinta roja con que escribía. A la una de la madrugada empezaba el declive en la conversación, los estragos del cansancio: «el café se llena de veleidad, comienza a entornar los ojos, a desvanecerse de sueño», los espejos bostezaban y algunos tertulianos se iban para alcanzar el penúltimo tranvía. 

Era a las dos menos cuarto cuando sonaba el timbre que avisaba del cierre. Entonces los camareros se ponían a barrer los suelos, corrían los muebles y subían las sillas invertidas a las mesas, metiendo prisa a los literatos, que salían escopetados hacia la puerta. «Salimos, y ya en la calle, miramos por los visillos el interior del café, con un último anhelo, como si nos quedásemos dentro, como yéndonos a ver sentados y secretos», «pensamos silenciosos en el café que se queda encerrado, lleno aún de nosotros, recordando y comentando lo que tenemos dicho».

Para mí Ramón Gómez de la Serna, más que un escritor, es la personificación misma de la literatura. No es solo el gran genio de las metáforas luminosas, el acreditado inventor de las greguerías. Es mucho más. Es el gran visionario que ha sabido percibir y sentir las cosas de una manera única, insólita, extraordinaria. 

Y esta mirada nueva sobre el mundo, espléndida y fértil, ha ensanchado la realidad hasta límites increíbles. Es verdad que fue él mismo, con su prosa excesiva, sin medida, inagotable en su capacidad de deslumbramiento, con su discurso imparable, enloquecido, que hace de su obra un inmenso cajón de sastre, lleno de cachivaches inservibles, el primero en echar piedras contra su propio tejado, pues a veces leerlo se convierte en una carrera de obstáculos: hay que ir quitando los cascotes para llegar a las joyas, que no son pocas. Pese a que sigue habitando los aledaños oscuros de la historia literaria, muy lejos de la estima popular, Ramón ha sido seguramente la mayor influencia de los escritores en lengua castellana del siglo XX. La nómina de grandes literatos —no solo españoles e iberoamericanos— que han sido deudores de su estilo es harto larga, aunque gran parte de ellos lo hayan mantenido en silencio. Si hubiese sido francés, su nombre figuraría en todos los libros de literatura. Lo tendríamos hasta en la sopa.

No me atrae la mitificación de los escritores ni me interesan las contingencias de la sociedad literaria, pero me hubiese gustado haber pasado una noche por la Sagrada Cripta de Pombo y haberme sumido en esa gozosa pecera de humo y café y espejos y alcohol y discusiones y risas y greguerías y haber escuchado el discurso verborreico de Ramón y haberme acercado al final de la velada a su mesa y, superando las trabas de la vanidad y la vergüenza, haberle susurrado al oído algunas sencillas palabras de reconocimiento: «Gracias, maestro, por su mirada prodigiosa. Ha agrandado el mundo como pocos. Algunos lo sabemos. Le seguiremos leyendo». Sería, en cierto modo, como intentar hacer un poco de justicia ante el silencio culpable de tantos ingratos célebres, que se cobraron la moneda y no quisieron restituir ni un céntimo a su legítimo dueño.

Notas

(1) Todas las citas tomadas de Ramón Gómez de la Serna, Pombo y La Sagrada Cripta de Pombo, Madrid, Editorial Trieste, 1987.

Imagen de portada:La tertulia del Café Pombo, de José Gutiérrez Solana. Imagen: Museo Reina Sofía.

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Ernesto Baltar.

Sociedad y Cultura/España/Madrid/Historia/Tertulias en el Pombo.

La fotógrafa Emilia Brandão Carneiro captura la intimidad y el romanticismo onírico del río Sena.

Como flashes se suceden esas capturas mentales y diapositivas sentimentales que difuminadas por la suavidad de sus trazos que, desdibujadas en los límites de sus formas, nos evocan a la ensoñación que supone un romanticismo intimista que no se tiñe de rosa, sino de grises.

Si pensamos en lo romántico en todas sus acepciones, formas y manifestaciones, a muchos y muchas se nos vendrá a la cabeza como escenario común algunos de los rincones más famosos de París, la capital del amor.

Todas las imágenes pertenecen a la serie Sentimental Journey de Emilia Brandão Carneiro.

En Sentimental Journey, una serie de la fotógrafa brasileña Emilia Brandão Carneiro (1982), la artista hace gala de su delicada sensibilidad y celebra lo romántico trabajando en pos de la evolución y la transformación del mundo del arte para imprimir una esencia femenina libre de complejos, prejuicios e ideas preestablecidas.

Fotografías en blanco y negro en las que se retrata a cisnes en el Sena. Aunque podría sonar un poco cliché, lo que convierte el trabajo de la brasileña en fascinante es que las capturas muestran algo distinto a lo que esperaríamos.

Por ejemplo, un cisne que se retuerce, con un aspecto feo, algo turbado, desafiando la imagen convencional que asociamos a estas graciosas aves. También notamos, por supuesto, la “firma Brandão” en la habitual ternura y generosidad de su mirada (que puede haber sido lo que llamó la atención de los comisarios de PhotoVogue, que premiaron cuatro de las imágenes de la serie).

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El arte de Emilia Brandão Carneiro puede describirse como “desvergonzadamente romántico”.

En el trabajo de Emilia podemos ver la luz del sol filtrada poéticamente por las siluetas de los árboles, vemos rostros borrosos en un estado de ánimo pensativo, vemos flores, vemos nubes, vemos desnudos, etc.

Algunas imágenes son tan hermosas y mágicas que nos hacen sonrojar porque a veces olvidamos lo radical que es ser romántico en los tiempos que vivimos. El arte de Brandão existe para desafiar ideas preconcebidas. Es profundamente comprometido y humano. Es, de hecho, bastante inteligente.

En esta exposición, la brasileña que adoptó Madrid como su casa nos transmite la sensación de familiaridad. En un mundo obsesionado por la novedad, Brandão nos presenta imágenes que encuentran su valor en la representación de lo que ya conocemos.

La Galería F & decO de Madrid, el primero espacio expositivo centrado en la investigación del arte en femenino, abrió el 16 de junio las puertas a Sentimental Journey, una exposición individual de la aclamada y soñadora fotógrafa.

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Emilia Brandão Carneiro: Instagram

Galería F&deO: Instagram

Imagen de portada: Todas las imágenes pertenecen a la serie Sentimental Journey de Emilia Brandão Carneiro.

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. Por Luiki Alonso. 18 de julio 2022.

Sociedad y Cultura/Francia/Paris/Romanticismo/Blanco y negro/ Madrid/Exposición 

El Museo del Prado nos invita a oler la maravillosa pintura de Jan Brueghel en una de las exposiciones del año.

‘La esencia de un cuadro, una exposición olfativa’ es una innovadora muestra en la que disfrutar de una obra de arte de otra manera. Ahora, en el Museo del Prado podemos oler el arte.

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El Museo del Prado nos sorprende con una exposición pionera en la institución y protagonizada por El Olfato, una pintura de Jan Brueghel el Viejo en colaboración con su amigo Rubens. Revivir momentos, transportarnos a lugares o recordar a una persona. 

Todo es posible a través del olfato, el más evocador de nuestros sentidos. Y ahora, gracias a él y a través de 10 perfumes, podemos acercarnos, por primera vez y de una manera totalmente diferente al arte.

Detalle de la obra El Olfato para la fragancia “Alegoría”.

Detalle de la obra El Olfato para la fragancia “Alegoría”.  © Museo Nacional del Prado 

Esta obra de Brueghel, que forma parte de la serie Los cinco sentidos, expuesta también en la sala, representa con minucioso detalle, el jardín que Isabel Clara Eugenia y su marido tenían en Bruselas a principios del siglo XVII. 

Más de 80 especies de plantas y flores, como si de un exhaustivo manual de botánica se tratase, aparecen representados en el cuadro. En este paisaje imaginario, una mujer desnuda, alegoría del olfato, huele el ramillete que le ofrece un querubín. 

La escena se completa con animales relacionados con el olfato, como el perro sabueso o la civeta, y diferentes objetos del mundo del perfume: frascos, matraces, alambiques para destilar las esencias o guantes perfumados.

‘El ofato Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo 1617  1618.

‘El olfato’, Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo, 1617 – 1618.© Museo Nacional del Prado

Un universo repleto de aromas que no solo es posible ver sino también oler gracias a la colaboración entre el Prado, La Academia del Perfume y el grupo Puig. 

Alejandro Vergara, Jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo Nacional del Prado ha trabajado mano a mano con Gregorio Sola, Perfumista senior de Puig y Académico de Número en la Academia del Perfume para acercarnos a la pintura como nunca antes lo habíamos hecho: a través de los olores que la componen.

Detalle de la obra El Olfato para la fragancia “Flor de naranjo”.

Detalle de la obra El Olfato para la fragancia “Flor de naranjo”.  © Museo Nacional del Prado 

Para ello, ha sido necesaria una minuciosa investigación con ayuda del CSIC que ha permitido identificar las especies vegetales representadas en la obra

A partir de aquí, con elementos presentes en el cuadro, el maestro perfumista ha creado 10 fragancias diferentes con la que viajar olfativamente al siglo XVII. Alegoría, inspirado en el ramillete de flores de la figura femenina. 

Guantes, para el que se ha recuperado una fórmula de 1696 que consigue reproducir el olor de un guante perfumado de ámbar. Civeta, un animal del que se obtiene una sustancia que sirve como fijador y que aquí se ha recreado de manera sintética.

Detalle de la obra El Olfato para la fragancia “Flor de naranjo”.

Detalle de la obra El Olfato para la fragancia “Guantes de ámbar “.  © Museo Nacional del Prado 

Higuera, un aroma que nos transporta a su refrescante sombra en un día de verano. 

Flor de naranjo, de donde se extrae la esencia de neroli. Jazmín, un olor delicado e intenso. Rosa, la más usada para hacer perfumes de la que se necesitan trescientas mil flores, recogidas a mano al amanecer, para obtener un kilo de su esencia. Lirio, la materia prima más cara de la perfumería (cuesta el doble que el oro). Narciso, original, fuerte y embriagador. Y, por último, Nardo, capaz de realzar las notas florales de un perfume. 

Detalle de la obra El Olfato para la fragancia “Higuera”.

Detalle de la obra El Olfato para la fragancia “Higuera”.  © Museo Nacional del Prado 

Millones de matices olfativos que podemos disfrutar gracias a la exclusiva tecnología Air Perfum, desarrollada por Puig y con la que se pueden oler hasta 100 fragancias distintas sin saturar el olfato y respetando la identidad y matices de cada perfume. 

Imagen de los difusores disponibles en la sala de la exposición olfativa “La esencia de un cuadro”.

Imagen de los difusores disponibles en la sala de la exposición olfativa “La esencia de un cuadro”. © Museo Nacional del Prado.

La esencia de un cuadro. Una exposición olfativa nos permite, hasta el 3 de julio, sumergirnos en la pintura y los olores del siglo XVII. Toda una experiencia sensorial en la que olfato y vista se unen y complementan, potenciando una vivencia que, seguro, permanecerá durante mucho tiempo en nuestra memoria.

Imagen de portada: ‘El olfato’, Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo, 1617 – 1618.© Museo Nacional del Prado

FUENTE RESPONSABLE: AD Arte- Por Alexandra Muñoz. Abril 2022.

Sociedad y Cultura/Arte/Exposiciones/Madrid/Museos

 

Cultura Inquieta y Leica se unen por el amor a la fotografía.

Tomarle el pulso a la vida y crear un vínculo entre aquello que sentimos y lo que observamos es lo que experimentamos con la fotografía y el motivo por el que nos abrazamos a Leica, la icónica factoría alemana de fotografía y de sueños. 

Cultura Inquieta y Leica se unen por un amor común, el de observar el mundo y atraparlo a través del ojo, la mente y el corazón.

Observar la realidad a través del universo Leica es lo que hicieron maestros como Cartier-Bresson, Robert Capa, Alberto Korda o Sebastião Salgado. 

La legendaria marca, que abrió su primera tienda en España en 2019, rápidamente se ha convertido en una referencia de experiencias y conocimiento de fotografía.

Leica Store Madrid late con fuerza en pleno Barrio de Salamanca, en el corazón de la capital, en un espacio de tres plantas donde podemos disfrutar de exposiciones de maestros internacionales de fotografía en Leica Gallery o de eventos, charlas, clases magistrales y exposiciones en el espacio de Leica Akademie.

En los 350 metros cuadrados de Leica Store disfrutamos de actividades relacionadas con la fotografía: talks, talleres, paseos fotográficos y exposiciones. Un espacio para el aprendizaje, la belleza y la participación.

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Leica Gallery.

Por eso, desde Cultura Inquieta cada mes nos haremos eco de todo lo que vaya a suceder en este estimulante hub creado para hacernos soñar con, por y a través de la fotografía. Una ventana infinita y abierta a la inspiración.

Esta es la agenda para el mes de abril:

Nota importante: todas las charlas son gratuitas, solo hay que solicitar asistencia y hasta completar aforo.

Miércoles, 6 de abril

LEICA TALK CON RICKY DÁVILA 

Un tratado sobre fotografía. (Aforo completo)

Si sois de los que creéis que la fotografía está trufada de fascinantes microhistorias, os recomendamos acercaros al mundo de Ricky Dávila, «fotógrafo de sustancia y escritor de corazón».

Ricky Dávila ha destacado en el ámbito de la fotografía por su mirada poética en blanco y negro. Formado en el ICP de Nueva York y heredero de una tradición documental de autor, se ha embarcado en los últimos años en una escritura fructífera de poesía y ensayo.

 

Fotografía de Ricky Dávila.

 

Nacido en Bilbao en 1964, fotógrafo en sustancia y escritor de corazón, Ricky Dávila Wood lleva 25 años disparando su cámara por el mundo. Tras dos décadas residiendo en Madrid, su fotografía, abonada en los primeros años al reportaje y los viajes, ha evolucionado con el tiempo hacia una mirada más melancólica y brumosa. 

El autor vive en la actualidad en Bilbao, donde dirige el Centro de Fotografía Contemporánea, escribe algún ‘poemilla’ ocasional e ingenia proyectos artísticos como Los Cuadernos de Remo Vilado, el vademécum visual de su alter ego. 

Bajo el título de Tractatus Logico-photographicus, la editorial Galaxia Gutenberg comenzó hace un año la publicación de sus escritos sobre fotografía.

Figura de Ricky Dávila.

Estará en Leica Store para presentarnos Tractatus, su último libro, mezcla de ensayo y autobiografía, y nos hablará de fotografía, de viajes, de las Leica que le han acompañado y de la vida como fotógrafo errante.

Miércoles, 20 de abril

LEICA TALK CON AUGUSTO LIGER

Historia, coleccionismo y mercado de segunda mano en Leica.

Para los amantes de los tesoros escondidos en las grietas del tiempo y espacio, para los coleccionistas de recuerdos, os recomendamos esta charla con Liger. 

Augusto Liger, uno de los mayores expertos en el universo Leica, nos visita para hablarnos de historia y coleccionismo. Pero sobre todo, de algo poco conocido y mucho más accesible de lo que comúnmente se piensa: el mercado de segunda mano.

 

Fotografía de Augusto Liger.

Miembro y colaborador de la International Leica Society (LHSA US) y de la Leica Society (UK), colaborador de la revista Viewfinder, Liger nos hablará de los distintos modelos de cámaras existentes en el mercado semi-nuevo y la forma de comenzar a coleccionar piezas de Leica con todo tipo de presupuestos.

Tendremos oportunidad de descubrir métodos orientados a diferenciar las piezas auténticas de las falsificaciones y de observar los detalles que hacen más valiosos algunos modelos en particular.

Sábado, 23 y domingo, 24 de abril

TALLER LEICA CON GIANFRANCO TRIPODO 

Retrato editorial

Sábado, de 10 a 18 h. y domingo, de 10 a 14 h.

Si lo que os fascina es mirar de cerca al ser humano, no podéis perderos este taller en el que Tripodo nos enseñará a acercarnos a nuestras estrellas, conocidas o anónimas, para observar cómo es su esencia. 

 

Rosalía, por Gianfranco Tripodo.

¿En qué consiste un buen retrato? Sin duda es una de las disciplinas más complejas y fascinantes dentro de la fotografía. Gianfranco Tripodo, uno de los retratistas más aclamados de nuestro país, aporta una mirada personal a sus encargos editoriales y comerciales.

En este taller, Tripodo revelará sus secretos a la hora de retratar celebridades y explicará cómo crear de forma sencilla un set de iluminación y una metodología para aportar carácter y una relación de intimidad con el retratado.

 

Ingrid García-Jonsson por Gianfranco Tripodo.

 Exposiciones:

Navia

Al otro lado de la puerta

Del 29 de abril al 18 de junio, 2022

 

Fotografía de José Manuel Navia.

Asomarnos al universo de Navia es sentir que volvemos a ese mundo del que procedemos todos, pero que muchos hemos olvidado voluntaria o involuntariamente.

Navia nos invita a un viaje a través de sus fotografías sobre lugares comunes que cuentan historias de amor por la tierra. 

José Manuel Navia (Madrid, 1957) es un fotógrafo español, considerado uno de los contemporáneos más importantes de este país. Licenciado en Filosofía en 1980, su trabajo como reportero está en la base de su narrativa fotográfica que, siempre en color y en el ámbito de lo documental, convive en estrecha relación con la palabra.

 

Fotografía de José Manuel Navia.

En mayo hay más actividades previstas. En la web de Leica Akademie Madrid se podrá ir viendo más información y apuntarse próximamente en la web o en Leica Store Madrid:

7 y 8 de mayo – Taller con Fernando Marcos. Iniciación a la fotografía.

11 de mayo – Leica Talk con Sofía Moro. El retrato como un juego de espejos (asistencia gratuita)

18 de mayo – Leica Talk con Dos más en la mesa. Estética y poética en la fotografía de bodas (asistencia gratuita)

21 de mayo – Taller con Sofía Moro. El retrato como un juego de espejos.

Os recomendamos visitar mensualmente Leica Store Madrid, un espacio hecho para disfrutar de la fotografía y para sentir la emoción del arte de detener el tiempo con las manos, la cabeza y el corazón.

Leica Store Madrid

Imagen de portada: Gentileza de Cultura Inquieta

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. Por Silvia García. Abril 2022

Sociedad y Cultura/Arte fotográfico/Leica/Leica academy/Cultura Inquieta/Madrid/España.

 

Las fotografías premiadas del concurso sobre Madrid ‘Un lugar para encontrarnos’.

Pongamos que hablamos de Madrid, la ciudad que tomamos como punto de partida para hacer un viaje infinito hacia su cielo, ese que adquiere tonalidades azuladas o rosadas según tiña de atardeceres o amaneceres calles llenas de historia y de historias.

¿Cuántas historias habrán presenciado algunos de los itinerarios más populares de España? ¿Cuántas de esas historias han relatado encuentros y reencuentros? Porque… ¿acaso hay algo mejor que volver a ver a los tuyos?

«Madrid son los encuentros que tienen lugar en sus calles, sus bares, sus noches infinitas y sus casualidades… Madrid nos mata y nos vive. Madrid es no tener nada y tenerlo todo. Madrid es un lugar para encontrarnos, sin importar de dónde vengamos».

Madrid es Madrid cuando nos encontramos: una carta de amor de Mahou a la capital.

Si deseas saber mas de este tema, cliquea donde se encuentre escrito en “negrita”. Muchas gracias. 

Madrid es Madrid cuando nos encontramos | Mahou

En la historia de nuestra capital, Mahou ha estado presente desde que nació hace 130 años en la calle Amaniel, convirtiéndose desde entonces en la cerveza indispensable con la que brindar en todos esos encuentros especiales.

Por eso Mahou, en colaboración con Cultura Inquieta, os invitó a que, a través de vuestra mirada, nos contárais por qué Madrid es tan especial con el concurso de fotografía #UnLugarParaEncontrarnos.

Las fotografías debían plasmar los encuentros sociales y únicos que tienen lugar en la ciudad de Madrid, siempre siendo la ciudad reconocible. Las capturas debían enmarcarse dentro del street photography, es decir, deben ser en exteriores. Los protagonistas han de ser siempre las personas y la ciudad, todo con un carácter amable y optimista, quedando fuera las actitudes negativas y/o polémicas.

La recepción del concurso ha sido magnífica con más de 1.000 fotografías recibidas que encajaban a la perfección con las directrices que os marcamos pero, sobre todo, con la emoción que os pedíamos.

Fotograma de Madrid es Madrid cuando nos encontramos, la campaña de Mahou.

De entre todas las imágenes, el jurado de Cultura Inquieta ha seleccionado un total de cinco fotografías que compartirán el espacio de la Sala Equis (C. del Duque de Alba, 4, Madrid), del 9 al 12 de diciembre de 2021, en un evento abierto al público durante estos cuatro días.

Vuestra creatividad acompañará a la de Look & Bite , Daniel Ochoa de Olza y Fernando Vázquez Moragodos, lentes que nos regalan estampas de Madrid donde se refleja el espíritu acogedor que caracteriza a la ciudad.

Sin más y agradeciendo enormemente vuestra participación, vuestros talentos, vuestras miradas y vuestros encuentros, os dejamos con el ganador y los y las finalistas. ¡Salud!

Miguel Akokan: ganador de un año de cerveza Mahou gratis.

mahou concurso fotografia 1

Elena López Plaza: ganadora de una caja de tercios de Mahou Cinco Estrellas.

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Ainhoa Martín: ganadora de una caja de tercios de Mahou Cinco Estrellas.

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 Emilia Picazo: ganadora de una caja de tercios de Mahou Cinco Estrellas.

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 Gloria Aguado: ganadora de una caja de tercios de Mahou Cinco Estrellas.

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Por Luiki Alonso

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Imagen de portada: Gentileza de Pinterest

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. Noviembre 2021

Madrid/Mahou/Concurso/Fotografía callejera/Sociedad y Cultura