Hoy , como todos los 6 de marzo, se celebra en todo el mundo el día del escultor. La elección de la fecha conmemora el nacimiento de Miguel Ángel en el año 1475. Dos días después, el 8, por resolución de la ONU (en 1977) es el día internacional de la mujer.
Sin embargo en 1998, nuestro Congreso Nacional sintetizó ambos recordatorios instituyendo el 17 de noviembre como “Día nacional del escultor y las artes plásticas”. En esa fecha del año 1866 nace en Trancas, Tucumán, Dolores Candelaria Mora Vera de Hernández, una mujer extraordinaria que pasó a la historia como Lola Mora.
LA FUENTE EN SU PRIMITIVA UBICACIÓN.
Su obra más famosa, la Fuente de las Nereidas, popularmente llamada Fuente de Lola Mora, se inauguró en El Paseo de Julio de Buenos Aires en 1903. Le había sido encargada por la Intendencia de la ciudad tres años antes, cuando la escultora visitó Buenos Aires. Para esa época vivía en Roma donde estudió becada por la Cámara de Diputados y luego instaló su taller y adquirió renombre.
VENUS, LAS NEREIDAS Y LOS TRITONES.
Allí talló en mármol de Carrara la que sería la primera fuente pública de la ciudad. Representa el nacimiento de Venus, que emerge de una concha marina sostenida por dos Nereidas (mujeres-peces). El conjunto escultórico se completa con cuatro tritones que intentan sujetar a cuatro potros desbocados.
La obra destaca por su armonía. En un estilo renacentista, con clara influencia italiana (desde el propio Miguel Ángel a Canova) su belleza es extraordinaria, más aún para una ciudad todavía próxima a la Gran Aldea del siglo XIX. La nobleza del material, la fineza del tallado, el canturreo del agua combinados con sensualidad logran deslumbrar a quien la contemple. Sin embargo, las controversias en torno a la obra iniciaron antas de su inauguración. Se cuestionó el costo y la legitimidad de la compra.
EN BUENOS AIRES.
La Mora vino a Buenos Aires para instalarla, con dos ayudantes, pero no se le habilitaban los fondos para afrontar los gastos (estaba impaga). La obra civil se demoraba y los mármoles dormían bajo un tinglado en las inmediaciones de Plaza de Mayo.
Finalmente, tras un año se inauguró pero las críticas lejos de cesar, arreciaron.
Una buena parte de la pacata sociedad porteña se escandalizó con los desnudos. Originalmente se planeó ubicarla en el centro de la Plaza de Mayo. Voces cuestionaron la proximidad a la Catedral y a la Casa de Gobierno y quedó entonces desplazada a la actual avenida Leandro Alem.
Lola Mora dejó escrito: ““Cada uno ve en una obra de arte lo que de antemano está en su espíritu; el ángel o el demonio están siempre combatiendo en la mirada del hombre. Yo no he cruzado el océano con el objeto de ofender el pudor de mi pueblo (…) Lamento profundamente lo que está ocurriendo pero no advierto en estas expresiones de repudio –llamémoslo de alguna manera- la voz pura y noble de este pueblo. Y esa es la que me interesaría oír; de él espero el postrer fallo.”
Entre bambalinas, puede descubrirse la causa del encono. Lola Mora invadió un escenario, hasta entonces, exclusivamente masculino. Lo hizo con osadía y asumiendo un feminismo avant la letre. Y amparada por algunos miembros de una élite intelectual que gobernaba mirando para adelante, proyectando el progreso.
TRABAJANDO EN ROMA
Nunca terminó de cobrar la fuente.
Volvió a Roma y siguió trabajando. Numerosas son las esculturas de su autoría que envió a la Argentina y hoy se encuentran en todo nuestro territorio. Un par de años después de concluida la Fuente tuvo un nuevo encargo oficial: dos mármoles para la escalinata del Congreso que estaba en construcción. Los inicia en Roma y termina en Buenos Aires cuando viene a instalarlos.
Fueron inaugurados en 1907 pero en 1921 se los retira y a pedido de la provincia de Jujuy se los destina a la Casa de Gobierno provincial.
Hace unos años el Congreso de la Nación decidió reinstalarlos. Ante la oposición de Jujuy a desprenderse de las esculturas, se hicieron dos pares de réplicas.
Una para el Congreso y la segunda para la gobernación, preservándose los originales que a lo largo de los años sufrieron distintos ataques de vandalismo.
Representan, el cercano a la calle Yrigoyen, la libertad y el progreso, (con dos leones) y el otro a la paz, la justicia y el trabajo. Por su parte, Las Nereidas languidecieron durante más de una década en un injusto semi abandono.
LA FUENTE DE LOLA MORA EN LA COSTANERA SUR
En 1918, sus detractores lograron su mudanza. La propia Lola, que desde hacía tres años estaba en Buenos Aires, resignada, colaboró en la reubicación. Fue a parar a la Costanera Sur, frente al Rio de la Plata, en una época que se intentó habilitar un balneario. Pasó el tiempo, la zona se degradó… se frustró la Cuidad Deportiva de Boca, algo más al norte se formó la reserva ecológica, se generalizó el vandalismo.
Hoy encerrada en un corralito de vidrio que intenta protegerla la Fuente de Lola Mora sigue deslumbrando y prodigando alegría a quienes la contemplan.
Imagen de portada: Lola Mora
FUENTE RESPONSABLE: Mdz Arte y Cultura. Por Carlos María Pinasco. 5 de marzo 2023.
Sociedad y Cultura/Efemérides/Dia del Escultor/Mujeres influyentes/Lola Mora.
“Un libro quemado” y “Todas las crónicas”, dos libros de publicación reciente, muestran una faceta distinta de autoras consagradas. Qué significó para cada una la posibilidad de poner un pie fuera de la literatura para relacionarse de otro modo con sus lectores.
Acaban de publicarse dos libros periodísticos: la reedición de Un libro quemado, de Alfonsina Storni y Todas las crónicas, de Clarice Lispector.
Dos autoras con una importante obra literaria que encontraron en el periodismo una fuente de ingresos y el lugar donde desplegar, en el caso de Alfonsina, sus preocupaciones por la condición de exclusión de las mujeres en las primeras décadas del siglo pasado y en el de Clarice, la continuación de su proyecto literario por otros medios.
Dos mujeres con diferente condición de clase, lo que se percibe en el modo en el que abordan algunas cuestiones políticas. Mientras que en los textos de Alfonsina, las urgencias políticas toman la forma de la denuncia, en los de Clarice, tienen la eficacia literaria de un manifiesto.
Todas las crónicas de Clarice Lispector
Todas las crónicas es el resultado de una tarea nada sencilla, la de organizar el conjunto de las columnas que Clarice Lispector escribió para diarios y revistas de Brasil a lo largo de tres décadas. Los textos, de una variación temática y estilística que la palabra “crónica” no da cuenta, pertenecen a una autora que se desentendía del concepto de género y concebía cualquier espacio de escritura como el terreno donde desplegar una obra en proceso, cuyos fragmentos reutilizaba para sus ficciones. “Siempre me ha interesado lo que no sirve” alega cuando justifica la elección de los temas.
La mayoría de las crónicas pertenecen al periódico Jornal do Brasil, donde colaboró durante más tiempo, entre 1967 y 1973, y el resto de los textos, a O jornal (entre 1946 y 1947), las revistas Senhor (de 1961 a 1962) y Joia (de 1968 a 1969), el diario Ultima hora (de 1977) y otros, sin fecha, reunidos en Para no olvidar. Esta edición agrega a las crónicas ya publicadas por la editorial Adriana Hidalgo, 64 textos inéditos entre los cuales están los únicos dos poemas que escribió.
El rescate de estos textos permite una comprensión abarcadora del universo clariceano, sus opiniones sobre otros escritores y en algunos casos, sobre la situación política brasilera. En él, pequeños relatos sobre cuestiones domésticas conviven con afiladas críticas de arte y con frases que tienen la intensidad de un haiku o de un texto presocrático. Lo que vemos, sencillamente, es la máquina Lispector funcionando: despojada de hechos y maravillada frente a un mundo visto por primera vez, en un mismo movimiento, une la percepción con el pensamiento y la intuición.
Es que los hechos, la peripecia, no son el objeto de su escritura, sino su naturaleza, porque de lo que se trata es de captar su misterio y no de explicarlos. El hechizo, la magia, el trance es el modo de abordar y poseer la cosa misma, pensar dentro de ella, vivir más allá de sí, desarticulando los límites de lo humano como síntesis de su proyecto estético y ético. “Ciertas páginas, vacías de acontecimientos, me dan la sensación de estar tocando en la cosa misma, y eso es de la mayor sinceridad. Es como si esculpiera.” Una imagen con la que Tarkovski definió al cine, que en el caso de su escritura, reclama de la lectura una mirada única que capte el instante.
Sobre algunos textos fragmentarios que, como una oración laica o pequeños tratados de ontología, parecen escritos en estado de trance, reconoce: “No se puede llamar crónica lo que escribo. Pero sé que hoy es un grito”. Y como una iniciada, convoca a sus lectores a transportarse junto con ella al interior del objeto de su escritura sin intentar comprenderlo. “Estoy en pleno corazón del misterio. A veces mi alma se retuerce por completo.”
Cuando reflexiona sobre el arte o muestra la cocina de algunos de sus cuentos, exhibe su maestría en el arte de expresar ese borde en el que lo íntimo y lo público se tocan, una zona porosa y contradictoria como “un secreto que todos sabemos”. De ahí quizás provenga la profusión de oxímoron (“mi alma florecía como un áspero cactus”) con los que intenta captar el devenir, el proceso de todo lo que vive.
Algunos de estos textos, escandidos, podrían transformarse en poemas, ya que su prosa reclama un pacto de lectura poético. De hecho, los músicos Cássia Eller y Cazuza recogieron frases suyas para componer la canción “Que o Deus Venha”: “Soy inquieta y áspera y desesperanzada./ Aunque amor dentro de mí yo tenga./ Sólo que no sé usar amor./ A veces me araña como si fueran agujas. / Corro peligro como toda persona que vive. / Y lo único que me espera es exactamente lo inesperado.”
En sus críticas de arte exhibe una gran erudición y un conocimiento muy cercano del arte de sus contemporáneos, lo que demuestra una posición activa de su parte en el campo cultural brasilero. Fotógrafos, pintores, escultores, músicos populares, poetas son entrevistados por ella, en un diálogo entre pares. Y frente a la remanida pregunta sobre el sexo de la literatura, se desmarca de una “literatura femenina” y sostiene que los escritores no tienen sexo o, en todo caso, tienen ambos.
Su evocación de Londres la rescata de su memoria para hacer una crónica que sintetiza, en una página, todo el espíritu londinense de comienzos de los 70 y percibe la belleza en la fealdad de su paisaje urbano como uno de sus rasgos distintivos.
Pero glosar a Clarice es traicionarla, por lo que el mejor homenaje que se puede hacer desde la crítica es citarla.
Un libro quemado, de Alfonsina Storni
Los comentarios que Teresa de Jesús escribió al Cantar de los Cantares y que fueron quemados por orden de su confesor es lo que le dio nombre a Un libro quemado, la recopilación de las columnas que Alfonsina Storni escribió entre 1919 y 1921 en la revista La Nota y el diario La Nación, donde fustigó, desde las mismas secciones dedicadas a la mujer, los discursos sociales (publicitarios, médicos, legales) que sostenían las diferencias jerárquicas entre los géneros, y que son de una actualidad pavorosa.
El incipiente movimiento feminista y sufragista -que ya había formulado contundentes demandas civiles y políticas- tiene un lugar destacado en sus intervenciones, así como las huelgas de trabajadoras y la lucha por la modificación del Código Civil en cuanto a las restricciones de la libertad impuestas para las mujeres.
“Basta de víctimas. Piedad queremos” reclama Alfonsina, cuya maternidad siendo soltera la llevó a sufrir todo tipo de discriminaciones, sobre todo, por parte de muchas mujeres. Pero, lejos de considerarse una víctima pasiva, cuestiona la posición de aquellas que abandonan su independencia y su desarrollo personal y entienden que la única salida es el matrimonio, las mismas que, sostiene, se oponen furiosamente a la ley de divorcio.
No fue fácil el lugar que le tocó a Alfonsina, podemos imaginar hoy, cuando las reivindicaciones más básicas (como no ser asesinadas por el hecho de ser mujer) todavía son cuestionadas por un gran porcentaje de gente, y la herramienta de la que se valió fue la ironía, esa figura retórica con un mensaje implícito opuesto al pronunciado que puede resultar un arma letal. Como cuando desarma los supuestos de las “incapacidades relativas de la mujer”, reconociendo “el parloteo con que nos aturden las gentiles cabecitas huecas” femeninas obligadas, por la misma sociedad que las condena al ámbito doméstico, a desactivar cualquier intento de desarrollo intelectual o profesional. O el seudónimo que elige para firmar sus columnas del diario La Nación, Tao Lao, que evoca la sabiduría de un filósofo oriental, y por supuesto, hombre.
De la misma manera, deplora el uso de los “encantos” femeninos para sacar ventajas personales que, sostiene, debilitan la lucha de las mujeres por la conquista de sus derechos y descubre en el ardid femenino la contracara de la autoridad masculina. Imagina diferentes tipos de mujeres, “las crepusculares”, “la irreprochable”, “la impersonal”, “la emigrada”, “la madre” y expone la artificialidad de la repetición de gestos y actos en función de los mandatos sociales, adelantándose varias décadas a las formulaciones de Judith Butler en cuanto al género como construcción social y a los planteos de John Berger en relación a la doble mirada de las mujeres sobre sí mismas, habitadas por un supervisor masculino.
Lee con mucho detalle a las poetas latinoamericanas contemporáneas suyas, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Delfina Bunge de Gálvez, entre otras, y describe una pequeña sociología de la lectura diferenciada por clases y géneros.
Alfonsina entendió perfectamente lo que significa el patriarcado y mientras construye el estereotipo de las diferentes mujeres trabajadoras exhibiendo una ironía digna de Niní Marshall (“-Señorita, de una vez por todas: “ocasión” con s de casamiento!”), hace el elogio de la mujer trabajadora y celebra en las numerosas profesoras que dirigían pequeños conservatorios de música, a incontables artistas anónimas.
Su diatriba contra el amor romántico (que hoy vuelve, disfrazado de novedad) no le impide describir con bastante sarcasmo la figura de la “solterona” (“con un par de lentes montados sobre la nariz, una dulce bolsita de bilis a mano y dedos ágiles para pellizcar sobrinos”) mientras reclama a “los venerables padres y maestros de la Real Academia” borrar del diccionario la misógina palabrita.
Podemos imaginar a Alfonsina naciendo en Londres y formando parte del grupo de Bloomsbury, pero en vida real le tocó un lugar mucho más hostil al que se enfrentó, con mucha valentía e inteligencia, enarbolando la pluma y la palabra.
Entrar al periodismo
Ambas escritoras ingresaron al periodismo, pero desde lugares bien diferentes. Mientras Clarice es la sofisticada esposa de un diplomático (y las referencias a las empleadas domésticas son numerosas), Alfonsina ingresa tempranamente al mercado laboral, primero como “fabriquera”, “empleada de escritorio”, maestra y más tarde, periodista. Algo de esta posición de clase se deja ver en el modo en que abordaron cuestiones ligadas a la perspectiva de género.
En Clarice, ésta aparece imbricada en el hecho literario y su proverbial sutileza le permite registrar la trampa que encierran algunos diminutivos como “paseíto” en el que detecta el miedo ancestral de las mujeres frente a una invitación masculina. O cuando imagina un día en la vida de una dama noble del siglo XVI y en un jarrón pintado por ella, una “obra anónima del siglo XVI” de cualquier museo.
Mientras que Alfonsina, embanderada en el feminismo, llama al género masculino el “sexo rey” y desarma, con argumentos científicos, la supuesta debilidad del sexo femenino. “Ya veis, dulces mujeres, cómo hasta en la ciencia hay política”, señala con lucidez y reconoce en las poquísimas mujeres dedicadas a la medicina (Julieta Lanteri, Cecilia Grierson) el foco de un movimiento emancipatorio y a las responsables de abordar, con mucha valentía, cuestiones extremas como la trata y la prostitución.
Imagen de portada: Alfonsina Storni
FUENTE RESPONSABLE: Tiempo Argentino. Por María Eugenia Villalonga. 3 de octubre 2022.
Sociedad y Cultura/Periodismo/Libro Quemado/Alfonsina Storni/Clarice Lispector/Mujeres influyentes.
Además del caso del gran director inglés, varias novelas de Du Maurier despertaron interés para ser adaptadas al cine, la televisión e incluso a obras musicales. Entre ellas El pirata y la dama (Frenchman’s Creek-1944), un agradable film de aventuras románticas que dirigió con su habitual refinamiento Mitchell Leisen y protagonizaron Joan Fontaine, Arturo de Córdova, Nigel Bruce, Basil Rathbone y Cecil Kellaway.
Tres años más tarde, en 1947, fue el turno de Hungry Hill (Frutos de odio), de Brian Desmond Hurst, cuyo tema es el conflicto entre dos familias irlandesas en un contexto minero, con la participación de Margaret Lockwood, Michael Denison, Jean Simmons, Michael Golden y Eileen Herlie.
También en 1947 se filmó The years between (Los años perdidos), de Compton Bennett, con Michael Redgrave, Valerie Hobson, Flora Robson y Felix Aylmer como principales intérpretes de este melodrama basado en la obra teatral del mismo nombre de Daphne de Maurier, sobre una viuda de guerra dedicada a la política que, en vísperas de su nuevo matrimonio, verá como su primer marido vuelve a aparecer.
En 1952 se estrenó Mi prima Raquel (My cousin Rachel) de Henry Koster, basada en las sospechas de asesinato que un hombre tiene tras la muerte de su primo, creyendo que su fallecimiento fue provocado por su propia esposa. La pareja protagonista de esta obra de teatro de Du Maurier fue la de Richard Burton y Olivia de Havilland.
El libro es un envolvente relato en el que pone de relieve su maestría como narradora, su gran talento para la creación de atmósferas de intriga e inquietud. el acabado perfil sicológico de sus personajes, tanto centrales como secundarios, su ambigüedad moral y la excelente descripción de los escenarios naturales, siempre en torno a una misteriosa mansión donde se debaten unos seres impulsados por sus pasiones.
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Mi prima… tiene evidentes semejanzas con Rebeca, pero no por ello deja de ser una novela que no ha perdido nada de su interés con el paso del tiempo y que continúa atrapando al lector desde el comienzo.
Posteriormente, en 1973, fue presentada Amenaza en la sombra (Don’t look now) de Nicolas Roeg, en la que Laura y John Baxter intentan recuperarse de la pérdida de su hija viajando a Venecia, pero en la ciudad italiana comienzan a ocurrir sucesos inquietantes. Una gran película de suspenso protagonizada por Julie Christie y Donald Sutherland.
En los años siguientes se realizaron varias adaptaciones más, especialmente repitiendo algunos de los títulos aquí citados, como La posada de Jamaica, Rebecca y El pirata y la dama.
El final
La autora inglesa a menudo fue catalogada como una «novelista romántica», término que deploraba dado que sus novelas rara vez tienen un final feliz, y a menudo muestran connotaciones siniestras y sombras de lo paranormal. En este sentido, ella tiene más en común con las «novelas de sensaciones» de Wilkie Collins (autor inglés con títulos como La piedra lunar) y otros, que ella admiraba. Entre los obituarios luego de su fallecimiento, alguien escribió: «Era la amante de la irresolución calculada. No quería dejar las mentes de sus lectores en reposo. Pretendía que sus acertijos persistieran, que las novelas siguieran acechándolos más allá de sus finales».
Una dama muy británica a la hora de escribir…
Daphne du Maurier murió el 19 de abril de 1989 a los 81 años en su casa en Cornualles, región que había sido escenario de muchos de sus libros. Fue incinerada y sus cenizas se esparcieron por los acantilados de Fowey.
Imagen de portada: Daphne du Maurier
FUENTE RESPONSABLE: Diario 10 Digital. Por Norberto Landeyro. 31 de agosto 2022. Fuentes: lecturalia.com; biografiasyvidas.com; furor.tv; relatosenconstruccion.com
Sociedad y Cultura/Literatura/Cinematografía/Mujeres influyentes/Homenaje/ Daphne du Maurier/Alfred Hitchcock
“Antes o después, a todos nos llega en esta vida un demonio propio que nos persigue y atormenta y al final de cuentas hemos de luchar contra él”.
Esta excelente escritora inglesa fue considerada, en forma bastante equivocada, dentro del género romántico. Misterio, casas encantadas, violencia, asesinatos, villanos siniestros, pasión, celos, incendios espectaculares, paisajes tenebrosos y el espectro de una mujer loca en el desván, fueron algunas de sus herramientas para fascinar al público y vender más de 30 millones de ejemplares. Si por algo debería ser celebrada, más allá de su innegable calidad, es por el dominio de lo «inacabado»: sus historias tienen finales abiertos a la interpretación del lector quien debe cerrar, si lo desea, la trama. Tenía una enorme habilidad para disfrazarse de narrador masculino o femenino según le conviniera. El gran director Alfred Hitchcock, “cazador” de talentos literarios que le sirvieran para los guiones de sus películas, no pasó por alto tres de los relatos de Daphne du Maurier, que se convirtieron bajo la genial interpretación del cineasta británico en éxitos de taquilla y plataforma de lanzamiento –aunque no lo necesitara- para la autora.
El inicio
Daphne du Maurier nació en Londres, Inglaterra, el 13 de mayo de 1907. Era la segunda de las tres hijas del prominente actor y manager Sir Gerald du Maurier y la actriz Muriel Beaumont. Su abuelo paterno fue el autor y caricaturista de la revista satírica Punch, or the London Charivari (Puñetazo, o el Tumulto Londinense, cerrada en 1992 luego de 150 años en el mercado), George du Maurier, quien creó el personaje de Svengali en Trilby, la gran novela victoriana de culto, el primer “best seller” del mundo.
De izq. a der.: Gerald con Jeanne y Daphne du Maurier, y en el auto con sus 3 hijas
Su madre era sobrina materna del periodista, autor y conferenciante Comyns Beaumont. Su hermana mayor, Angela, también se convirtió en escritora, y la menor, Jeanne, fue pintora. Además, era prima de los niños Llewelyn Davies, que sirvieron como inspiración a J.M. Barrie para los personajes de la obra Peter Pan or The Boy Who Would not Grow Up (Peter Pan o el niño que no quería crecer).
Daphne se formó en un ambiente culto y recibió de sus padres una muy buena educación. De pequeña, conoció a muchos destacados actores de teatro, gracias a la celebridad de Gerald. En este entorno de aristocrática bohemia la joven Daphne concibió, cuando tenía 21 años, historias perturbadoras, como El muñeco, un cuento gótico de suspenso protagonizado por una chica obsesionada sexualmente con un muñeco mecánico. «Una historia muy avanzada para su época», en palabras de Christian Browning, hijo de la escritora.
Su familia era adinerada, pero ella siempre quiso vivir de la escritura, aunque las conexiones de los parientes la ayudaron a establecer su carrera literaria, y publicó algunos de sus primeros trabajos en The Bystander (El Espectador), publicada por su tío William Comyns Beaumont, una revista sensacionalista semanal británica que presentaba reseñas, dibujos temáticos, comics y cuentos, notablemente exitosa durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Con poco más de veinte años, escribió su primera novela, The Loving Spirit (El Espíritu Amoroso), que se publicó en 1931 y cuyo título está tomado de un poema de Emily Brontë. Fue después del descubrimiento casual en Pont Creek de la goleta naufragada “Jane Slade”, llamada así por Janet Coombe, que a su vez la llevó directamente a investigar la historia de la familia Slade hasta 1929. En el libro cuenta la saga de la familia Coombe durante cuatro generaciones: Janet, Joseph, Christopher y Jennifer.
El matrimonio Browning-Du Maurier con sus tres hijos
Al año siguiente, el 19 de julio se casó con el teniente general Frederick Arthur Motague Browning, que llegó a ser un héroe en la Segunda Guerra Mundial y recibió tratamiento de Sir. Ella misma obtuvo la distinción de Dame. Tuvieron tres hijos, Tessa, Flavia y Christian, y residieron en el castillo de Menaville, una mansión situada en la costa de Cornualles, que le sirvió como escenario de algunas de sus obras. La mayor parte de su vida la vivió en el suroeste de Inglaterra; muchas de sus mejores obras tratan sobre este lugar. En sus últimos años se mudó a su casa en Fowey, junto al océano.
Las obras y el cine
En 1938 se publicó la novela Rebecca, una de las obras más exitosas de Daphne. Fue un éxito enorme: lleva vendidos más de 30 millones de copias, suma de a 4 mil mensuales –un goteo infinito- y ha sido adaptada para el escenario y la pantalla en varias oportunidades. En los Estados Unidos ganó el Premio Nacional del Libro del año de su publicación, votada por los miembros de la American Booksellers Association (Asociación Americana de Libreros). En el Reino Unido apareció en el 14° puesto de la lista «La novela más querida de la Nación», en una encuesta de la BBC (British Broadcasting Company) de 2003.
Du Maurier había comenzado a escribirla en 1937, en Alejandría (Egipto), para combatir el aburrimiento que la invadía por el hecho de ser la esposa de un oficial del ejército británico. A Manderley, la mansión donde transcurre la historia, la había descubierto en 1928 durante un paseo por un bosque lúgubre en Cornualles (Inglaterra). La casa se llamaba Menabilly, era majestuosa y misteriosa. Estaba abandonada. Fue un amor a primera vista para la escritora.
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El personaje de la siniestra señora Danvers surgió de los recuerdos de su infancia, de la severa gobernanta de la mansión de unos amigos de sus padres. Y el de Rebeca está inspirado en la joven Jan Ricardo, un fantasma del pasado amoroso de su marido. Los celos de Daphne du Maurier no desaparecieron ni siquiera al saber que aquella ex novia se había suicidado.
En esta novela de la autora inglesa se basa la película Rebeca, protagonizada por el extraordinario actor Laurence Olivier en el papel de Maxim de Winter, Judith Anderson como la amargada señora Danvers y la bella Joan Fontaine en el rol de la nueva señora de Winters. La dirigió Alfred Hitchcock, ganó dos premios Oscar (a la mejor película y a la mejor fotografía) y en España inspiró una prenda de vestir: la rebeca, el equivalente al cardigan, muy utilizada por Fontaine en el filme.
Otro aporte de la novela es que ha dado nombre al síndrome que lleva su nombre: celos obsesivos hacia un o una ex de la pareja. «Rebeca es una novela sobre los celos», repitió muchas veces la escritora, disgustada y harta de escuchar que su obra era una novela romántica. Es algo más: la primera gran novela gótica del siglo XX, según los críticos especializados. Contiene misterio, una casa encantada, violencia, un asesinato, un villano siniestro, pasión, un incendio espectacular, un paisaje tenebroso y el espectro de la mujer loca en el desván. Perfecta…
Du Maurier y Hitchcock discutiendo la adaptación de “Rebeca”
A la escritora le gustó la película que el maestro del suspenso hizo a partir de su novela, la primera que el director británico filmó en los Estados Unidos. Joan Fontaine lo pasó mal durante el rodaje: Laurence Olivier fue muy desagradable con ella y, además, Hitchcock le hizo creer que nadie la soportaba. Era falso: el taimado director pretendía que la actriz se impregnara así de la vulnerabilidad de su personaje. Este tipo de trucos era muy utilizado por el célebre cineasta con sus artistas elegidos.
Todo lo contrario fue la adaptación que el mismo director hizo de La posada de Jamaica: hubo muchos cambios para satisfacer el enorme ego del ya para entonces famoso actor inglés Charles Laughton, que había protagonizado anteriormente El jorobado de Notre-Dame. A Du Maurier no le satisfizo nada el resultado obtenido y se lo hizo saber al gran Alfred. La acción se desarrolla entre los últimos años del siglo XVIII e inicios del XIX, época en la que una banda de contrabandistas se dedica a atraer a las embarcaciones que navegan cerca de la escarpada costa de Cornualles, en el sudoeste de Inglaterra, con la intención de hacerlas naufragar y conseguir el correspondiente botín.
Un joven oficial de la marina sospecha quién puede estar detrás de esos misteriosos hechos, y pronto su vida correrá peligro. Una joven, sobrina del auténtico responsable de todo, intentará salvarle la vida.
La tercera y última película de Hitchcock sobre un texto de Daphne du Maurier fue la recordada Los pájaros (The birds), protagonizada por Tippi Hedren, Rod Taylor, Jessica Tandy, Suzanne Pleshette y Veronica Cartwright. La historia se desarrolla en una zona rural en el suroeste de Inglaterra, un paraje en el que Du Maurier vivió durante buena parte de su vida y en el que situó bastantes de sus historias. Su casa en Fowey, junto al océano, era un espacio de paz y a la autora le gustaba observar las aves desde allí. Es de suponer que en una de esas observaciones surgió el germen de este relato temible, ya que enfrenta al hombre a lo desconocido y, sobre todo, devuelve a la naturaleza el poder místico del que se imbuyen muchos textos mitológicos.
A principios de diciembre llega por fin el cambio que augura un invierno inusitadamente frío, de «hielo negro». Un hombre, parcialmente discapacitado pero que sigue trabajando tres días a la semana en una granja vecina -granja que seguramente guardaría cierto parecido con el hogar de Du Maurier, de clase media alta-, observa que las aves marinas se agrupan en bandadas poco habituales por su cantidad, además de que su comportamiento es inusual. Al poco tiempo, se produce un primer ataque y a partir de ese momento el objetivo del hombre será proteger a su familia.
Los pájaros es un relato largo que contrasta con brillantez el campo abierto, dominio de los pájaros, con el espacio claustrofóbico en el que se encierra la familia protagonista, aislándolos progresivamente del mundo. Los breves contactos con otros seres humanos acaban reducidos a la nada, las emisiones radiofónicas desde Londres se ven interrumpidas, e incluso su espacio personal, su hogar, se verá reducido a una cocina tapiada. Las aves parecen ganar la batalla en un texto en el que Du Maurier no ofrece respuesta alguna, solo hechos, y deja en manos de las pesadillas de la humanidad la explicación de lo que sucede.
Alfred Hitchcock con los pájaros de Daphne du Maurier
Es, en cierta forma, un texto en el que la naturaleza busca recuperar un equilibrio que ha sido roto, supuestamente, por la mano del hombre. El relato resiste el paso del tiempo, tal vez porque la historia está condensada en tan solo un puñado de elementos que, con una gran efectividad, reviven los temores más primarios del ser humano. No resulta difícil situar el paraje con una visita rápida a una aplicación web de mapas o imaginar esa casa blindada, con las ventanas tapiadas, aislada de otras edificaciones cercanas.
La autora acierta al reducir su historia a lo mínimo, al simplificar cada elemento y negar la información al lector. Nada provoca más histeria y temor que lo desconocido.
Imagen de portada: Daphne du Maurier
FUENTE RESPONSABLE: Diario 10 Digital. Por Norberto Landeyro. 31 de agosto 2022. Fuentes: lecturalia.com; biografiasyvidas.com; furor.tv; relatosenconstruccion.com
Sociedad y Cultura/Literatura/Cinematografía/Mujeres influyentes/ Homenaje/Daphne du Maurier/Alfred Hitchcock
Annie Dutoit Argerich brilla en la obra actualmente en cartel interpretando a la genial pianista alemana, además esposa de Schumann y posiblemente amante de Brahms; su notable obra y pensamiento, mayormente desconocidos fuera del circuito más melómano, merecen ser descubiertos por el gran público.
Quien pase por delante del Teatro San Martín podrá ver en el frente un gran poster que, inapelable, anuncia y pregunta ¿Quién es Clara Wieck?
Seguramente son escasísimos quienes podrían ofrecer alguna respuesta. Para los amantes de la música clásica, Clara Wieck era la esposa de Robert Schumann, además, pianista, compositora y, posiblemente, la amante de Johannes Brahms.
Para el resto, claramente la amplísima mayoría de la población, una absoluta desconocida, para colmo, con un apellido de memorización dificultosa. Como incentivo para mover a unos y a otros a ver este novedad teatral absoluta parece conveniente revelar en algo quién fue Clara Wieck. Y esto va tanto para los amantes consuetudinarios de Schumann y de Brahms como para quienes, por las razones que fueren, consideran al mundo de la música clásica como ancho y ajeno.
Los grandes compositores del pasado fueron llevados al cine. Mozart se mereció un Amadeus ̧ que, de excelente drama teatral, pasó a película super taquillera.
A Beethoven le dispensaron (o le propinaron) Amada inmortal, un mediocre melodrama que no le hacía ninguna justicia. Y en estos pagos, lejísimo de la Alemania que la vio nacer en 1819, Betty Gambartes y Diego Vila consideraron que esta mujer, la más notable pianista y compositora del siglo XIX -un tiempo en el cual a las mujeres les aguardaban otros matriarcales menesteres- bien se merecía una puesta en escena para mostrar su vida, sus pensamientos, sus dudas, sus luchas y su música.
Annie Dutoit Argerich, protagonista de ¿Quién es Clara Wieck? , de Betty Gambartes y Diego Vila. Carlos Furman – Gentileza
Por favor cliquea donde se encuentra escrito en “negrita”; como en los link´s de esta entrada.
Pero, sin inexactitudes o de alteraciones que violentan la historia, el libreto se asienta sobre una documentación rigurosa, con fechas, datos, escritos y, por supuesto, partituras de Schumann, de Brahms y de la misma Clara. La voz de Clara, con una dicción impecable y todas las inflexiones imaginables, es la de Annie Dutoit Argerich quien, además, apela al alemán para darle verosimilitud a las imposiciones y las diatribas de su padre.
Pero, lejos de un monodrama muy bien actuado, de principio a fin, el texto está atravesado por música. De las manos del veterano y talentoso pianista Eduardo Delgado y de la voz del excelente bajo que es Hernán Iturralde afloran bellos y muy bien interpretados fragmentos, obras completas y canciones que no son meras músicas incidentales sino que son sustanciales y esenciales en la creación de un clima intenso y sostenido. Hablando de su marido, Schumann, y de su “alma gemela”, Brahms, Clara apenas si trae a colación sus propias obras. Sólo suenan un puñadito de ellas. Y para conocerla mejor, YouTube provee posibilidades para conocerlas y degustarlas.
Sus composiciones imprescindibles
Cuando tenía dieciséis años y ya era una virtuosa del teclado consagrada, Clara escribió el primero de sus dos conciertos para piano y orquesta. En los albores del romanticismo, esta obra denota una íntima afinidad con este nuevo movimiento. Aquí lo toca Mijal Tal acompañada por The Israel Camerata Jerusalem, dirigida por Keren Kagarlitsky.
Las reivindicaciones de género -uno de los tópicos centrales en el drama de Gambartes y Vila- hacen que, por lo general, las obras de Clara Wieck sean interpretadas, mayormente, por mujeres. O, en sentido contrario, las intérpretes modernas acuden presurosas y voluntariosas a su encuentro. Aquí, brillante y sensible, Isata Kanneh-Mason trae a la vida al muy romántico Scherzo para piano Nº2, una pieza de virtuosismo que, por supuesto, la misma Clara la interpretaba a lo largo de extensas giras por toda Europa.
Clara también dejó algunas obras en el campo de la música de cámara. Sin lugar a dudas, la más relevante de ellas es el Trío en sol menor, op.17. Ya instalado como una obra de repertorio, el trío es extenso, tan equilibrado como pasional y profundamente lírico. El célebre Atos Trio lo interpretó poco más de dos años atrás en el Konzerthaus de Berlín. Bello de principio a fin, tal vez convenga posicionarse en el minuto 16.35 para deleitarse con toda la poesía del tercer movimiento.
En el campo de las canciones, Clara también dejó su huella. El tenor alemán Julien Pregardien canta “Lorelei”, un lied escrito en 1846 sobre un texto de Heine que relata la triste historia de un barquero que naufraga por mirar a una doncella sentada en lo alto de una roca y por escuchar, embelesado, su cantar.
Clara Wieck, o Clara Schumann, como todavía se la sigue llamando, fue una música completa. La más grande pianista de su siglo y una compositora destacada. Pero para entender o avistar su intimidad, con la música no alcanza. Todo esto debe ser tomado como un complemento para admirar ¿Quién es Clara Wieck?, una obra imprescindible, muy bien llevada adelante por Betty Gambartes, Annie Dutoit, Eduardo Delgado y Hernán Iturralde o Víctor Torres y que, en estos tiempos de correctísimas reivindicaciones de género, es de rigurosa actualidad.
Imagen de portada: Clara Wieck por Elvire Leyser, 1836. History & Arts Images (HAI) – Hulton Archive
FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Cultura. Por Pablo Kohan. Abril 2022
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Carme Riera firma la primera biografía sobre la mítica y más importante agente literaria española con materiales inéditos.
Limitar la figura de Carmen Balcells únicamente a ser la agente literaria de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa sería injusto.
Ella, gracias a su agencia literaria en Barcelona, puso las bases del reconocimiento de los derechos de los autores en una época en la que aquello no era nada fácil y donde más de un escritor era engañado.
Esa es una de las principales reivindicaciones de «Carmen Balcells, traficante de palabras», el libro que acaba de publicar Debate y que firma Carme Riera.
La escritora y académica, buena amiga de Balcells, ha podido acceder a los archivos personales de la agente literaria, lo que le ha permitido construir un retrato completo e íntimo que intenta ir mucho más allá del mito. Una labor de cinco años de trabajo que también se ha beneficiado de poder entrevistar a varios de los que trataron a Balcells, desde Mario Vargas Llosa a Eduardo Mendoza pasando por Mercedes Barcha o Nélida Piñón.
Riera, en declaraciones a este diario, reconoce que tuvo en cuenta las palabras de Juan García Hortelano, quien afirmaba que «todos escribimos para Carmen. Para que Carmen nos quiera».
Por tanto, ¿escribió el libro para que se quiera más a Balcells? «Desde luego que sí. Lo escribí queriéndola, pero no quería hacer una hagiografía. Para mí era importante el hecho de que defendiera a los autores por encima de todo».
Uno de los principales nombres de la escudería Balcells, el Premio Nobel Vargas Llosa, afirmaba que «a Carmen la llamaron traidora, pesetera, innoble saboteadora del gay saber, literaturicida y muchas cosas más.
Ella derramaba lágrimas pero no daba su brazo a torcer. Siguió defendiendo a los autores por más conspiraciones que le pudieran montar». Entonces, ¿qué era más importante para Balcells, su agencia o sus autores? Carmen Riera lo tiene muy claro: «Para ella todo iba unido. Sin autores no había agencia. Al final de su vida pensó en vender.
Batalló para que Andrew Wylie, el llamado Chacal, se quedara con todos los autores de la agencia, no con unos pocos. Su batalla era por todos sus autores, no solamente los más importantes. He visto dar cenas y almuerzos a escritores con rentabilidad cero. Habían logrado un pequeño premio y para ella eso fue un acontecimiento. Era una inversión no rentable, pero los ayudaba con becas, mandando dinero…»
Una «madre posesiva»
La preocupación por sus autores podía ser en ocasiones asfixiante para algunos de ellos. Eso es algo que, por ejemplo, padeció Luis Goytisolo, quien decía que Balcells, «más que una agente, era una madre posesiva».
A este respecto, Riera confirma que «sí, podía ser una madre posesiva. Se metía demasiado en las vidas de sus pupilos. Carmen te decía muchas veces lo que tenías que hacer, te iba abriendo caminos, pero también te preguntaba datos personales, con gran curiosidad, por ejemplo, si eras de buena familia».
Pero también podía ser dura, muy dura en las negociaciones. En esta obra hay ejemplos de sus métodos, siempre en beneficio de los derechos del autor.
En ocasiones planea la leyenda negra, como cuando se dice que Bruguera acabó en quiebra ante el enorme anticipo que pagó por «Crónica de una muerte anunciada», o cuando un editor estadounidense dicen que se suicidó por no incluir a García Márquez en su catálogo. «Ella desmintió todas esas leyendas.
Lo que sí es cierto es que el personaje Balcells podía ser duro negociando con los editores, pero la persona era muy vulnerable», matizó la biógrafa.
Lo cierto es que la vida de Carmen Balcells va paralela a la de Gabriel García Márquez. Fueron inseparables desde la publicación de «Cien años de soledad». «Estoy convencida de que ella veía en él el espejo en el que reflejarse. Creía ser la otra cara de la moneda de García Márquez», comenta Riera, quien, en este sentido, establece un paralelismo entre Balcells y Picasso: «Es algo que pasa con los genios y esa capacidad de absorber de los demás.
A Picasso le pasó con Braque y a Carmen le sucedió con sus autores. No es que ella se convirtiera en Márquez. Una vez le preguntaron si le gustaría ser él y contestó que con ser su agente ya estaba satisfecha. Ella es la que dio el empujón para que pudiese ganar el Premio Nobel». El otro gran autor de la agencia sigue siendo hoy Mario Vargas Llosa. ¿Cómo llevaba Balcells la enemistad entre el peruano y el colombiano? «Le dolía, pero era discreta porque los quería muchísimo».
La deuda de Barcelona con la agente literaria
Carme Riera reconoce que no entiende que Carmen Balcells no posea ni una placa o una calle en la ciudad en la que trabajó. «Barcelona tiene una deuda inmensa.
Ella es la que pone la ciudad en la órbita literaria del mundo. ¿Por qué vienen Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o José Donoso a Barcelona? Por ella, por la agencia que catapulta a Barcelona al mundo. Los catalanes somos muy poco agradecidos», asegura Riera.
Todo eso pasó mientras Barcelona perdía la capitalidad literaria que tuvo durante años: «Ha desperdiciado esa vocación hispánica porque nos miramos el ombligo», añade.
Imagen de portada: De izquierda a derecha, García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay junto a Carmen Balcells en una fotografía de 1974
FUENTE RESPONSABLE: La Razón. Barcelona. España. Por Víctor Fernández
Sociedad y Cultura/Literatura/Mujeres influyentes/España.
La francesa Brigitte Benkemoun compró una agenda en eBay que incluía los teléfonos de Breton y Lacan entre otros y que resultó ser de la pintora.
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A veces es una suerte tener maridos despistados, o eso debió de pensar Brigitte Benkemoun cuando en 2016 su marido perdió su agenda recargable de Hermès, hecha con un cuero rojo que ya no se fabricaba. Una búsqueda en eBay, ‘marroquinería vintage’, 70 euros enviados a una anticuaria del suroeste de Francia y en junio volvía a tener un modelo más o menos parecido. Aunque Benkemoun no estaba convencida, el material era idéntico, pero tenía una pátina distinta, era más liso, más suave, le daba vueltas… Y hurgando, encontró en uno de los bolsillos interiores un pequeño repertorio de nombres, que alguien había olvidado ahí: En la B, Breton, Brassaï, en la C, Cocteau, en la L, Lacan… El calendario de la última página permitía datar su fecha: 1951. ¿Pero a quién pertenecía la agenda? Su búsqueda obsesiva, llevada a cabo con la tenacidad de un detective privado, se convirtió en un libro:‘En busca de Dora Maar‘,que el 3 de febrero publica en España la editorial Taurus, y que retrata la vida de esta pintora, fotógrafa y poeta francesa, musa y amante de Pablo Picasso.De repente, aquel repertorio grisáceo de 6×9 centímetros se había convertido en una puerta al París de la vanguardia artística de principios del siglo XX. Hace unos días, nos encontramos con ella en su casa de la capital francesa y pudimos ver esta fascinante agenda, que es un pedacito de historia intelectual.
Brigitte Benkemoun, en su casa de París.
PREGUNTA. ¿Cómo llegó a adivinar la identidad de su propietario?
RESPUESTA. Me llevó dos meses descubrir a quién pertenecía. Mi marido compró la agenda en junio de 2016 y yo le mandé un ‘e-mail’ a la vendedora de eBay, pero no sabía nada de su origen. Pasó el verano, no le di más importancia, y en septiembre empecé a hacerme preguntas. En la A aparecía el nombre de un tal Achille, de Ménerbes, un pueblo del sudeste de Francia, cerca de Aviñón. Pero la letra era muy pequeña, así que mirando con una lupa descubrí que no había escrito “Achille” sino “Architecte” [arquitecto]). Tenía que ser alguien que tuviera una casa en esa zona. En el repertorio aparecían el teléfono de un peletero, de un salón de belleza… Empecé a pensar que se trataba de una mujer. Pero también había nombres de pintores, poetas, galeristas… Debía de ser una artista. Y mirando en la Wikipedia veo que solo una mujer artista vivió en Ménerbes: Dora Maar.
P. Ménerbes, Aviñón… Es una zona que usted conoce bien porque creció allí, ¡también es coincidencia!
R. Tengo la impresión de que la agenda me eligió para que contara esta historia. Y, como dice el escritor Emmanuel Carrère, hay que escribir los libros que solo uno mismo es capaz de escribir. ¡Solo yo podía hacerlo!
P. En su libro, ‘En busca de Dora Maar’, cada capítulo es un nombre, un personaje de la agenda de la artista, ¿por qué no escribió una biografía al uso?
R. No leo muchas biografías, soy periodista, lo que sé hacer es investigar y llevar al lector conmigo en la búsqueda. Y quería que la agenda fuera un personaje más. Por eso decidí que la historia no tuviera un orden cronológico, que siguiera el orden alfabético de los protagonistas, porque me llevaban de uno a otro y me permitía darle el contexto histórico en que vivieron.
El libro ‘En busca de Dora Maar’.
P. Su libro nos sumerge en el París de los años treinta. Dora Maar ya empezaba a ser famosa por sus fotografías, muy influidas por los surrealistas, ¿cómo era ella en aquella época?
R. Yo creo que era una mujer muy ambiciosa, con una imagen de sí misma muy fuerte. Era inteligente, apasionada, culta, comprometida en política. Además, era guapa y seductora, sabía manejar a los hombres. Y quería llegar a lo más alto, codearse con las personas más brillantes. Era muy moderna para su tiempo, tenía un ojo fotográfico…»Podría haber sido una Diane Arbus. Pero conoce a Picasso y se encuentra con alguien más fuerte que ella, que la domina y la manipula a su antojo»
P. Durante los siete años que estuvo con Picasso (1936-1943), Dora Maar se convirtió, como dice en su libro, en “la amante oficial del artista más importante del siglo”, en su musa, ¿cómo definiría su relación?
R. Cuando hablé de ella con John Richardson, el gran biógrafo de Picasso, me dijo: “No olvide que era masoquista”. Hay esa anécdota sobre cómo se conocen, en el café des Deux Magots, en Saint-Germain-des-Prés, donde ella lo ve, saca una navaja y empieza a clavársela entre los dedos. La relación con Picasso era sadomasoquista, y es algo fundamental para entender a Dora Maar. A veces, y más cuando eres una mujer, es difícil entender que alguien como ella, que lo tiene todo a su favor, se deje someter de esa forma. Pero hay gente así, que disfruta siendo humillada.
P. Junto a él, pasó a ser ‘La mujer que llora’, que Picasso retrató en uno de sus cuadros.
R. Al principio de su relación, Picasso estaba maravillado por su inteligencia, su fuerza, su conversación. Orgulloso de tenerla como pareja. Pero rápidamente se cansa de ella porque la considera una mujer trágica, kafkiana… Le molestaban sus ideas, su forma de opinar de todo, sus celos… Picasso era alguien que martirizaba a cualquiera que se mostrase frágil a su lado, ya fueran hombres o mujeres. Lo único que cuenta para él es la pintura, las personas no le interesan.
La agenda recuperada de Dora Maar con todos sus contactos.
P. Picasso la abandona, ella cae en depresión y se vuelca en la religión. Al final de su vida (murió en París en 1997), la describe como una mujer huraña, gris, que había cortado toda relación con el mundo exterior.
R. Estaba obsesionada por alejarme de la imagen de ‘vieja loca’ en que se convirtió al final de su vida. No soy indulgente con ella, es cierto que envejeció mal, pero mi punto de vista sobre ella cambia a lo largo del libro. Siento una mayor ternura, está claro que en su interior había sido siempre una mujer frágil, pero pocas mujeres podrían haber soportado lo que vivió ella. Era una mujer torturada por la pena de un amor terrible. Picasso fue cruel con otras mujeres[dos de sus amantes se suicidaron después de su muerte (en 1973)] pero lo que le hizo a Dora Maar no es comparable con lo que sufrieron las otras.
Para mí, que he crecido cerca de Arlés, donde se celebran corridas de toros, Picasso fue un torero que buscaba doblegar a un toro, Dora Maar. Le clavaron estoques, banderillas… Pero, al final, fue el toro el que sobrevivió al torero, fue indultada. «Picasso era alguien que martirizaba a cualquiera que se mostrase frágil a su lado, ya fueran hombres o mujeres»
P. En el libro recoge esta frase del pintor francés André Marchand: “Picasso era Lucifer… Conocí a Lucifer”.
R. Picasso era un macho dominante, un andaluz del siglo XIX. Un hombre peligroso del que era mejor mantenerse alejado. No quiero defenderlo, pero hay que juzgarlo desde ese punto de vista, sin anacronismos.
P. ‘En busca de Dora Maar’ salió publicado en Francia en 2019, curiosamente el mismo año que el Museo Pompidou de París organizó la mayor exposición retrospectiva de su obra. ¿Cómo explica este repentino interés por ella?
R. Ha crecido el interés por las mujeres artistas, sobre todo aquellas que fueron olvidadaso aplastadas por figuras masculinas dominantes. Además, a nuestro tiempo le gusta descubrir a las mujeres que se quedaron en la sombra. Dora Maar se benefició de todo esto y la exposición del Pompidou fue una buena revancha de su vida.
Se la intentó reducir a Picasso, y más tarde a su fotografía. Pero yo quiero que hablemos de ella como una artista con nombre propio del siglo XX. Mi obsesión con este libro era que Maar existiera, antes y después de Picasso. Y lo vemos: después de dejarlo, no paró de pintar durante 50 años, sin éxito, pero sin que le importaran las críticas o la mirada de los demás.
«Acabó siendo una mujer muy religiosa, homófoba y antisemita: tenía el ‘Mein Kampf’ en la estantería de su casa en París»
P. Cuenta en el libro que la gente le pregunta a menudo si se lleva bien con ella, ¿le cae bien Dora Maar?
R. No en todas las épocas de su vida. A veces me da miedo porque acabó siendo una mujer muy religiosa, homófoba y antisemita: tenía el ‘Mein Kampf’en la estantería de su casa en París. Pero he aprendido a conocerla, a tenerle cariño, porque la vida es mucho más compleja de lo que parece, las personas no son monstruos y no hay nada más difícil que los matices.
P. Y si pudiera comunicarse con ella, ¿cómo cree que le va ahora?
R. Yo creo que le va bien. A James Lord (un amigo suyo que también lo fue de Picasso) le decía algo así como que sabía que un día reconocerían su trabajo. ¡Hay que ser muy osada para tener esa mentalidad!
Imagen de portada: Gentileza de El Confidencial
FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Entrevista. Por Guillermo Rivas. Enero 2022
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