Louisa May Alcott, la escritora de la novela inmortal ‘Mujercitas’ que nunca quiso escribir.

El carácter y los ideales sociales de la escritora de Concord, que murió el 6 de marzo de 1888, nada tenían que ver con la temática de su obra más conocida, de cuya primera versión se suprimieron capítulos enteros

Louisa May Alcott es una hija de Concord, Massachussets, el pueblo bostoniano hogar de Emerson, Thoreau, Hawthorne y el movimiento trascendentalista. Concord es un lugar recoleto al detalle donde conservan con cuidado los lugares y los hogares donde vivieron y pasaron su vida sus ilustres escritores coincidentes en el tiempo, casi en el colmo de la contemporaneidad.

La casa de Ralph Waldo Emerson, filósofo y poeta, autor de Nature y líder del trascendentalismo concordiano, aparece al llegar al lado izquierdo de la carretera casi recién construida, blanca, impoluta y enorme, con sus barandillas y su jardín abierto, el mismo en el que trabajaba Thoreau, por deseo propio, como empleado y amigo. El padre de Louisa, Amos Bronson Alcott, desarrolló un sistema de enseñanza distinto, basado en la conversación, por lo que siempre fue tachado de extravagante.

Casa de Ralph Waldo Emerson en Concord

La extravagancia en todo su amplio significado compuesto siempre fue una característica del grupo de los trascendentalistas, que creían en la intuición y en la naturaleza como leyes universales. Críticos de su sociedad, eran raros para la masa (unos más que otros, sobre todo Thoreau), pero figuras respetadas y admiradas por ella misma.

Louisa May Alcott nunca fue masa. Sufragista, abolicionista, escritora desde la infancia (durante años bajo el pseudónimo masculino A.M. Barnard), luchadora original por la igualdad de hombres y mujeres, se dedicó a escribir en la edad adulta para sacar de la pobreza a su familia tras el fracaso de la utopía que pretendía sacar adelante su padre. Demasiado para una familia en el ideal que llevó hasta sus últimas consecuencias el soltero y solitario Thoreau, poeta, narrador, pensador, activista de los bosques y de la libertad del individuo.

Louisa jugaba de pequeña con la hija de Emerson, Ellen, mientras veía como se llevaban a un tranquilo Thoreau a la cárcel por no pagar impuestos. Era la resistencia pacífica que tanto inspiró a Gandhi. Principios familiares basados en la libertad y en la intelectualidad. La casa de Hawthorne sigue en Concord como la dejó el autor de La Letra Escarlata dos siglos después, el vidrio borroso de sus ventanas a través de las cuales se aprecian mecedoras y suelos de madera crujientes.

The Old Manse, casa de Emerson que alquiló Hawthorne en Concord

Si Thoreau construyó con sus propias manos una cabaña en medio del bosque para demostrarse a sí mismo que podía ser autosuficiente en mitad de la naturaleza a orillas de la laguna de Walden (Walden fue el título de su gran obra), Louisa fue capaz de todo para sobrevivir más allá de los propios ideales atávicos. 

Louisa fue la Jo de su novela inmortal, solo que Jo estaba matizada. Los editores la obligaron a casarla, algo a lo que siempre se negó la autora, fiel a sus principios, para no depender de ningún hombre.

No porque los aborreciera, ni mucho menos, sino por su compromiso radical con la libertad. Cuando le ofrecieron escribir un libro sobre «chicas jóvenes», dijo que no le interesaba, hasta que le dijeron la cantidad del anticipo. Palabras mayores en la pobreza del trascendentalismo que se convirtió en un éxito de ventas después de los recortes enteros de capítulos inapropiados para el carácter que pretendían darle los editores a la obra.

Casa de Louis May Alcott, Orchard House, en Concord, donde escribió ‘Mujercitas’

Dicen que escribió Mujercitas en dos meses a razón de diez horas diarias de trabajo. La historia de su propia familia que se convirtió en el clásico universal que nunca quiso escribir y que quedó perfectamente podada para la posteridad, reluciente y presentable como la casa de Emerson y la de Hawthorne y su propia casa, Orchard House, incólumes como las lápidas timburtonianas del cementerio de Sleepy Hollow donde reposan todos juntos.

Imagen de portada: Louisa May Alcott

FUENTE RESPONSABLE: El Debate. Por Mario de las Heras. 6 de marzo 2023.

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Lidia Poët, la primera abogada de Italia.

Después de que la apartaran de los tribunales por ser mujer, Lidia Poët luchó durante toda su vida para ejercer la abogacía y conseguir que las mujeres pudieran ocupar cargos públicos, convirtiéndose en una precursora del feminismo y abriendo camino para las abogadas y funcionarias públicas que vendrían después.

Lidia Poët nació en Traversella, una aldea de la provincia de Turín cercana a los Alpes italianos, el 26 de agosto de 1855. La joven creció en el seno de una familia acomodada que le puso todas las facilidades para estudiar primero en el Colegio de las Señoritas de Bonneville, en Suiza, y después en la escuela de secundaria Giovanni Battista Beccaria, en Mondovi.

Al completar su formación, Lidia Poët obtuvo el título de Maestra de Escuela Secundaria y el certificado de Maestra de inglés, alemán y francés. Sin embargo, sus aspiraciones de convertirse en abogada, al igual que su hermano Giovanni Enrico, la impulsaron a continuar los estudios y a matricularse en la Facultad de Derecho de la Universidad de Turín.

ACEPTADA PARA EJERCER LA ABOGACÍA 

Tras cursar la carrera y presentar una tesis sobre la condición de la mujer en la sociedad y el derecho al voto femenino, Poët se graduó el 17 de junio de 1881. Durante los dos años siguientes, continuó su aprendizaje en la oficina del abogado y senador Cesare Bertea, asistiendo a sesiones en los tribunales y a la práctica forense. Después de aprobar los exámenes prácticos y teóricos de calificación en la profesión legal, Lidia Poët solicitó entrar en la Orden de Abogados y Fiscales de Turín.

El ingreso de Poët no estuvo exento de polémica ya que, hasta entonces, los únicos miembros de la orden habían sido hombres y no todos estaban de acuerdo en que una mujer pasara a formar parte del grupo. 

Los abogados Federico Spantigati y Desiderato Chiaves se opusieron férreamente al ingreso de Poët. De hecho, uno de ellos llegó a renunciar a su puesto en la orden después de que la solicitud fuera aceptada, a modo de protesta.

Afortunadamente, Saverio Francesco Vegezzi, el presidente ,y Carlo Giordana, Tommaso Villa, Franco Bruno, Ernesto Pasquali, otros cuatro concejales, apostaron por que la joven se uniera a ellos, argumentando que “según las leyes civiles italianas, las mujeres son ciudadanas como los hombres”. Así, el 9 de agosto de 1883, Lidia Poët se inscribió en el Colegio de Abogados, convirtiéndose en la primera abogada de Italia. 

Lidia Poet

Recorte del periódico Corriere della Sera del 4 diciembre 1883.

INHABILITADA POR SER MUJER

Al percatarse de que una mujer había sido aceptada en la lista, la oficina del Fiscal General recurrió ante el Tribunal de Apelación de Turín, argumentando que las mujeres no podían ejercer la abogacía porque la profesión era un “cargo público”. 

En aquel momento, la admisión de mujeres en los cargos públicos debía estar especificada en la ley y como, en este caso, la ley guardaba silencio, los detractores de Poët aprovecharon para interpretar ese vacío como una negativa. 

La inhabilitación de Lidia Poët suscitó un intenso debate público.

El 11 de noviembre de 1883, apenas tres meses después de haber sido admitida como abogada, el Tribunal de Apelación determinó que la inscripción de Lidia Poët era ilegal y la inhabilitó. La abogada apeló ante el Tribunal de Casación de Turín, pero este confirmó la decisión del tribunal inferior, dejando a Poët fuera de los tribunales. 

La inhabilitación de Lidia Poët suscitó un intenso debate público. 

La mayoría de los periódicos italianos, unos 25 aproximadamente, se posicionaron a favor de la abogada y defendieron que las mujeres pudieran ocupar cargos públicos. Otros tres se mostraron en contra y sostuvieron que los hombres que apoyaban a las mujeres eran únicamente «célibes solteros». 

Placa conmemorativa de Lidia Poët en Turín. CC

UNA VIDA DE LUCHA FEMINISTA 

Negándose a renunciar a su profesión, Lidia Poët se unió al despacho de su hermano y siguió colaborando como abogada, aunque no pudiera asistir a los tribunales ni ejercer plenamente su cargo. La letrada se implicó profundamente en la defensa de los derechos de los menores, de las mujeres y de los marginados, además de defender firmemente el sufragio femenino

Como feminista pionera, Poët se unió al Consejo Nacional de Mujeres Italianas (CNDI) desde su fundación en 1903, implicándose en la lucha por la igualdad y dirigiendo el trabajo de la sección jurídica en los primeros congresos de 1908 y 1914. También participó en varios Congresos Penitenciarios Internacionales, dedicados a los derechos de los reclusos y los menores. 

El 17 de julio de 1919, al final de la Primera Guerra Mundial, la promulgación de la Ley número 1.176 permitió a las mujeres acceder a los cargos públicos (excepto en el poder judicial, en los cargos militares y en la política).

Así, treinta y seis años después de haber sido inhabilitada, Lidia Poët fue admitida de nuevo en la Orden de Abogados y Fiscales de Turín y, a los 65 años, se convirtió oficialmente en la primera mujer abogada de Italia, abriendo el camino para todas las abogadas y fiscales que vendrían después. 

Imagen de portada: Lidia Poët

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Atiana Palomar S. Periodista Especializada en Cultura.19 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Italia/Historia/Biografías/Mujeres pioneras/ Historia del feminismo.

Artemisia, la mujer que combatió en la Batalla de Salamina.

La reina de Caria, Artemisia I, fue la única mujer que participó en las batallas navales de cabo Artemisión y de Salamina en el año 480 a.C. 

Su gran valentía y determinación le valieron una gran reputación como estratega, de tal modo que fue la única mujer comandante de una flota en el ejército del Gran Rey persa Jerjes I. Llegado el momento, y a pesar de que Artemisia le ofreció el mejor consejo para derrotar a los griegos, el monarca no la escuchó y envío a toda su flota a una derrota segura.

Artemisia I de Caria está considerada la primera mujer que fue almirante de una flota de la historia, además de hacer gala en situaciones difíciles de un gran sentido común. Y es que tal vez si el rey persa Jerjes I, en el año 480 a.C., le hubiera hecho caso la historia hubiera seguido otros derroteros.

En un mundo eminentemente masculino, Artemisia llegó a comandar una flota de cinco barcos que se enfrentarían a los griegos en el cabo Artemisión y en Salamina. Pero Jerjes I decidió hacer caso omiso del sabio consejo que le dio su comandante antes de la batalla y, en consecuencia, los griegos hundieron sin compasión la flota persa.

ORIGEN DESCONOCIDO

Algunos historiadores, como el macedonio Polieno o el romano Justino, ya hacían referencia a aquella mujer legendaria por su astucia y por su valentía, de la que, sin embargo, se sabe muy poco. 

Se cree que Artemisia nació en la ciudad de Halicarnaso en una fecha incierta del siglo V a.C. A pesar de sus orígenes helenos, la costa de Caria, en Asia Menor, fue anexionada al Imperio Aqueménida por el general Harpago, al servicio del soberano persa Ciro II, tras sofocar una rebelión dirigida por el rey lidio Creso en el año 545 a.C. 

Tras la conquista, las ciudades estado de Asia Menor disfrutaron de cierta autonomía, pero no dudaron en levantarse en armas contra Darío I, que acabó por convertir Halicarnaso en una satrapía del Imperio, gobernada por el padre de Artemisia, Lígdamis I.

La mayoría de historiadores opina que Artemisia nació en la ciudad de Halicarnaso en una fecha incierta del siglo V a.C.

Mapa que muestra el mundo griego durante las Guerras Médicas.Mapa: Juan Jose Moral (CC BY-SA 2.5 )

A día de hoy, el origen del nombre de Artemisia sigue sin estar muy claro. Hay investigadores que creen que hay que buscar su procedencia en la región de Frigia, en Asia Menor, y otros consideran que sus raíces proceden del persa, en cuyo caso la raíz arta, art o arte podría significar «grande» o «sagrado», en clara relación a la diosa griega de la caza, Artemisa. De hecho, muchos expertos se inclinan a aceptar una etimología cuyo significado sea «pura» o «doncella», como lo era la divinidad helena, una de las más antiguas y veneradas del panteón.

UNA HÁBIL ESTRATEGA

En sus Estratagemas, el macedonio Polieno dice que Artemisia heredó la personalidad de su madre, que era cretense, y que desde muy pronto se sintió atraída por la estrategia militar. 

Dio claras muestras de su habilidad en este terreno, según sigue narrando Polieno, cuando urdió un original plan para tomar la ciudad de Latmos: 

Artemisia encabezó una procesión religiosa y marchó a Latmos con la excusa de llevar a cabo allí un sacrificio ritual. Los habitantes, deseosos de contemplar el espectáculo, salieron en masa de la ciudad, y, mientras disfrutaban de la actuación, los hombres de Artemisia tomaron Latmos.

Pero más allá de esa anécdota, el episodio por el cual la estratega ha pasado a la historia fue por su participación en la Segunda Guerra Médica, cuando Jerjes I quiso invadir Grecia como castigo por la derrota que los griegos habían infligido a los persas en la batalla de Maratón en el año 490 a.C.

Jerjes I quiso invadir Grecia como castigo por la derrota persa en la batalla de Maratón en el año 490 a.C.

Relieve que representa al rey persa Jerjes I en el Museo Nacional de Irán, Teherán.

Relieve que representa al rey persa Jerjes I en el Museo Nacional de Irán, Teherán.Foto: Darafsh (CC BY 3.0)

Ante la inminente invasión, las polis griegas se unieron para hacer frente al colosal ejército persa, que trasladó la contienda a mar abierto. No era una sorpresa. De hecho, era lo que había previsto el general ateniense Temístocles, quien había impulsado la construcción de una enorme flota de más de 200 trirremes. 

El primer choque entre ambas escuadras tuvo lugar en el cabo Artemisión, donde Aquemenes, hijo de Darío I y hermano de Jerjes, había perdido un tercio de sus barcos a causa de una terrible tempestad. Aun así, la flota persa triplicaba en número a la de los griegos.

EL VALOR DE ARTEMISIA

Y aquí entraría en acción Artemisia. Su protagonismo aumentó justo en el momento en que los griegos parecían estar perdiendo la batalla. La retaguardia griega había conseguido retrasar el avance de los persas en el desfiladero de las Termópilas, pero, a pesar de ello, los griegos se vieron obligados a replegarse hacia el istmo de Corinto y la isla Salamina. El ejército del Gran Rey persa logró tomar y destruir Atenas, pero Jerjes dudaba entre librar un combate naval contra los griegos en Salamina o, por el contrario, concentrar sus esfuerzos en tierra firme, con su infantería apoyada por su inmensa flota.

El protagonismo de Artemisia aumentó justo en el momento en que los griegos parecían estar perdiendo la batalla.

La batalla de Salamina según una ilustración del siglo XIX realizada por Walter Crane. Foto: PD

Jerjes consultó a sus comandantes qué decisión tomar. Todos estuvieron de acuerdo: había que aprovechar que la flota griega se había retirado a Salamina para atacar y hundirla. 

Todos menos Artemisia. 

Aún a sabiendas de que su opinión contraria podía costarle la vida, la comandante se armó de valor y desaconsejó a Jerjes entrar en aquella bahía tan estrecha con la flota. También le instó a resguardar sus naves. Artemisia era consciente de que los marinos griegos eran superiores a los persas, como «lo son los hombres a las mujeres». Una apreciación que puede resultar curiosa en boca de una mujer que demostraba en aquellos decisivos momentos una sensatez mayor que la de sus pares masculinos. 

EL FIN DE UNA LEYENDA

A pesar de tener a sus compañeros en contra, Artemisia insistió en su idea de no entablar combate en Salamina mientras todas las miradas estaban puestas en Jerjes, temiendo su reacción. 

El Gran Rey no montó en cólera, pero tampoco hizo caso de la sugerencia de Artemisia, sino que prefirió tener en cuenta la opinión mayoritaria que abogaba por atacar a los griegos sin saber que aquello les conduciría al desastre. Y es que, tal como había profetizado Temístocles, la enorme cantidad de barcos persas que se adentraron en esa bahía de reducidas dimensiones hizo que se estorbasen continuamente los unos a los otros, lo que provocó que su superioridad numérica quedara reducida a la nada.

La Batalla de Salamina. Cuadro pintado por el artista Wilhelm von Kaulbach en 1868 en el que puede verse a Artemisia en el centro, disparando con su arco.Foto: PD

En medio de la cruenta batalla en aguas de Salamina, Artemisia, a cuya cabeza los griegos habían puesto precio, se encontró aislada del resto de la flota. 

Advirtiendo cómo se acercaba hasta su nave un barco enemigo para embestirla, la comandante prefirió adelantarse y atacar a uno de sus aliados para hacer creer a lo griegos que realidad era uno de los suyos. 

Cayendo en el engaño, los helenos dejaron de acosarla y Artemisia pudo escapar. Finalmente, tras la debacle de Salamina poco más se sabe de Artemisia. De hecho, su rastro se pierde en Caria, su patria, adonde al parecer regresó.

Siglos más tarde, el patriarca de Constantinopla, Focio el Grande, plasmó una historia sobre el final de Artemisia en su obra Myrobiblion

Según se cuenta en ella, la reina de Caria se enamoró de un hermoso joven llamado Dárdano, pero, al no ser correspondida, la despechada Artemisia se arrancó los ojos. 

Posteriormente, y siguiendo los dictados de un oráculo, la reina saltó desde lo alto de una roca en la isla de Léucade perdiendo de este modo la vida en el acto.

Imagen de portada: Efigie de Artemisia en una medalla del libro iconográfico Promptuarii Iconum Insigniorum realizado en 1553 por Guillaume Rouille´. Foto: PD

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por José M. Sadurni. 2 de diciembre 2022.

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Lyudmila Pavlichenko, la francotiradora soviética que mató más de 300 nazis´.

LADY MUERTE

Con tan solo 25 años, la francotiradora soviética abatió a 309 soldados nazis bajo el objetivo de su precisa mirilla durante la Segunda Guerra Mundial ganándose el apodo de «Lady Muerte» y convirtiéndose en heroína de la URSS.

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Nacida el 12 de julio de 1916, Lyudmila ( o Liudmila) Pavlichenko fue una de las primeras generaciones que vivió la URSS prácticamente desde su nacimiento. Su infancia transcurrió en una pequeña localidad ucraniana, donde asistió a la escuela y empezó a mostrar una gran competitividad en actividades físicas, en particular cuando se enfrentaba a los chicos de su edad. Desde pequeña quiso demostrar que las chicas podían hacerlo igual o mejor que ellos.

En 1930, la familia decidió trasladarse a Kiev, la actual capital de Ucrania. Con 14 años, Liudmila empezó a trabajar en la Arsenal Factory, una fábrica histórica de producción y reparación de armamento del Ejército Rojo. 

La propia empresa ofrecía opciones de ocio a sus trabajadores y, tras dejar el curso de aviación, Pavlichenko optó por formarse en un club tiro, su primer contacto con las armas. De él salió con la insignia de Tirador de Voroshílov, un certificado de los conocimientos y la preparación adquiridos que incluían formación en otras habilidades del ámbito militar.

ESTALLA LA II GUERRA MUNDIAL

Al mismo tiempo que trabajaba, Liudmila Pavlichenko terminó la secundaria y se matriculó en la Universidad de Kiev para cursar la carrera de historia con la intención de convertirse en maestra. 

Justo había aceptado un trabajo en la Biblioteca de Odesa que le permitiría terminar su tesis cuando, en junio de 1941, Hitler lanzó las primeras ofensivas de la Operación Barbarroja, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La Alemania nazi pretendía seguir su imparable avance por el territorio soviético.

Inmediatamente, se presentó como voluntaria para ingresar en el Ejército Rojo, y parece ser que el hecho de ser mujer le puso los primeros obstáculos. 

Sin embargo, la insistencia de Pavlichenko hizo que el oficial de reclutamiento comprobara sus credenciales, tras lo cual fue admitida y destinada a la 25ª División de Fusileros del Ejército Rojo como francotiradora. No fue la única. Alrededor de 2.000 mujeres desempeñaron el mismo rol en las tropas soviéticas, aunque solo 500 de ellas sobrevivieron a la guerra, y solo Liudmila alcanzó el récord por el que sería recordada.

Liudmila Pavlishenko fotografiada en 1942 ataviada con el uniforme y sosteniendo el fusil en una trinchera. Foto: CC

Uno de los puntos calientes de la ofensiva alemana fue el tramo sur de la frontera rusa señalado por el río Prut, actualmente línea fronteriza de Rumanía. Allí fue enviada su unidad que, tras resistir los primeros envites, se vio obligada a retirarse hasta Odesa, donde Liudmila participó en su primera batalla

Fue herida a los diez días de combate y evacuada al hospital donde se recuperó para volver a reincorporarse. Al regresar al frente, había sido ascendida a cabo y al término del asedio de la ciudad, aunque la deshecha soviética era una realidad, Pavlichenko había causado 187 bajas al enemigo: su nombre empezaba a convertirse en una leyenda.

Durante el verano de 1941, la fuerza con la que los alemanes empujaban la frontera soviética hacia el este parecía imparable. En el frente sur, la retirada de Odesa no se detuvo hasta llegar a la península de Crimea, y en octubre de 1941 las tropas rusas se atrincheraron en Sebastopol dispuestas a resistir el asedio nazi. 

La estratégica ciudad situada en mitad del Mar Negro se convirtió en el escenario de una lucha que se alargaría ocho meses. Sebastopol también cayó, pero Liudmila Pavlichenko terminó esta batalla convertida definitivamente en un mito. Fue ascendida de nuevo y puesta al cargo de un pelotón de francotiradores que ella misma debía escoger y preparar.

LADY MUERTE

Mientras el número de enemigos abatidos por ella aumentaba, sus misiones se volvían más arriesgadas. A veces debía contraatacar el fuego enemigo de un francotirador, y se vio inmersa en duelos directos. 

En una ocasión, pasó tres días enfrentada a un francotirador alemán al que finalmente también abatió.

Fue herida por fuego de mortero en junio de 1942 en Sebastopol y trasladada al hospital para recuperarse. 

A esas alturas, Lyudmila era ampliamente conocida también en las filas nazis, por lo que se convirtió en un objetivo militar y empezó a ser apodada como Lady Death (Lady Muerte) por la prensa extranjera. No era para menos, ya que después de menos de dos años en activo dejaba tras ella 309 enemigos abatidos, entre ellos 36 francotiradores. Era oficialmente una heroína.

A lo largo de su trayectoria en el Ejército Rojo, a Pavlishenko le fueron otorgadas numerosas condecoraciones. Una de las más importantes fue la Estrella Dorada que la acreditaba como Héroe de la Unión Soviética y que luce en esta imagen.  Foto: CC

Las autoridades soviéticas se dieron cuenta de la importancia de su figura. Por un lado, no podían permitirse que fuera abatida para no dañar la moral de las tropas, y por el otro se habían dado cuenta del potencial que tenía su trayectoria, de modo que fue retirada de la primera línea de guerra para desempeñar otra misión muy importante para la Unión Soviética: la propaganda.

HEROÍNA Y EMBAJADORA SOVIÉTICA

Condecorada con la Orden de Lenin, Liudmila Pavlishenko se unió a una delegación rusa que viajó por Estados Unidos y Canadá. 

El objetivo era presionar a ambos gobiernos y conseguir su apoyo para que atacaran a las fuerzas alemanas, abriendo así un segundo frente en Europa. La Unión Soviética necesitaba aliviar la carga de combatir a solas a Hitler. 

Y de este modo, ella y sus dos acompañantes –el secretario de la Juventud Comunista y el francotirador Vladimir Pchelintsev– se convirtieron en los primeros ciudadanos soviéticos en ser recibidos por el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en la Casa Blanca.

En EE.UU., trabó amistad con la primera dama, Eleanor Roosevelt, quien la convenció para llevar a cabo una gira por el país durante el verano de 1942 para dar a conocer sus experiencias como mujer en la guerra. 

Aunque no fue una empresa fácil –Pavlishenko apenas hablaba inglés–, fue capaz de ponerse delante de audiencias multitudinarias y dar discursos que a menudo acababan vitoreados por el público

La prensa norteamericana se hizo eco de su trayectoria. Sin embargo, poco acostumbrados a ver una mujer en uniforme y con una gran experiencia en combate, durante las ruedas de prensa los periodistas hacían preguntas y comentarios sobre su vestuario, el maquillaje y otras cuestiones sin relación alguna con sus proezas bélicas.

Junto al secretario de la Juventud Comunista (Komsomol) de Moscú, Nikolai Krasavchenko, y el francotirador Vladimir Pchelintsev, Liudmila dio una gira que la llevó a Estados Unidos y Canadá en 1942 en busca de apoyos para la apertura de un segundo frente en Europa, algo a lo que los norteamericanos eran reticentes. Foto: CC

Respondió con aplomo a los comentarios fuera de lugar e hizo el trabajo que le había sido encomendado. Su gira causó una fuerte impresión en la opinión pública americana, pero no fue suficiente para convencer a las administraciones de la necesidad de implicarse más en el conflicto. Todavía habrían de pasar dos años hasta el despliegue de la Operación Overlord, el Desembarco de Normandía, en junio de 1944.

En su visita a la Casa Blanca, conoció a Eleanor Roosevelt, la mujer del presidente de los Estados Unidos, con quien trabó una buena amistad. En 1957, en plena Guerra Fría, la ex primera dama estadounidense visitó a Pavlichenko en Moscú. Rodeadas de una seguridad a la altura de la tensa década de 1950, tuvieron unos instantes de intimidad para ponerse al día. Nunca volvieron a reencontrarse. Foto: CC

LA POSGUERRA DE LYUDMILA

De vuelta a su país, fue condecorada de nuevo como Heroína de la Unión Soviética, una de las mayores distinciones militares y, a pesar de que nunca regresó al frente, siguió vinculada al Ejército dando formación a cientos futuros francotiradores hasta el final de la guerra. A partir de 1945, terminó su carrera universitaria y desempeñó diversos trabajos vinculados a la Armada y al Ejército.

Como muchos otros veteranos de guerra, Liudmila sufrió las consecuencias de haber participado en un cruel acontecimiento como la Segunda Guerra Mundial

Hacia el final de su vida sufrió un trastorno de estrés postraumático y depresión, y falleció el 10 de octubre de 1974 a causa de un derrame cerebral a los 58 años.

Imagen de portada: Foto: CC

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Guiomar Huguet Pané. 2 de febrero 2022.

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Simone Weil, la filósofa pacifista que luchó en la guerra civil española.

ACTIVISTA Y MÍSTICA FRANCESA

Idealista obsesionada con la justicia social, Weil participó en el conflicto español contra Franco y formó parte de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Su obra filosófica, entre la mística, el activismo y la política, está considerada una de las más profundas e importantes del siglo XX.

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A los cinco años, Simone Weil renunció a tomar azúcar para solidarizarse con los soldados franceses que luchaban en la Primera Guerra Mundial. A los diecinueve, tuvo una acalorada discusión con Simone de Beauvoir sobre la hambruna en China, que marcó el fin de la relación entre las filósofas. 

A los veintisiete, viajó en tren a Barcelona y se unió a la Columna Durruti para luchar en la Guerra Civil española contra el levantamiento militar encabezado por Franco. “La guerra no me gusta, pero lo que más me indigna de ella es la actitud de los que se cruzan de brazos”, escribió en una carta al escritor Georges Bernanos. 

Nacida el 3 de febrero de 1909 en el seno de una familia judía, intelectual y laica, Weil creció entre la tradición francesa, la griega y la cristiana. 

Su padre, Bernard Weil, fue un reputado médico, y su hermano, André Weil, uno de los matemáticos más destacados del siglo XX. El ambiente intelectual que se respiraba en el hogar de los Weil hizo que la conciencia social de la joven Simone despertara a una edad muy temprana, iniciando así su inquietud filosófica y su búsqueda de la justicia y la verdad. 

ESTUDIANTE JUNTO A SIMONE DE BEAUVOIR 

A los dieciséis años ingresó en el prestigioso Lycée Henri IV, donde fue alumna del filósofo y periodista Alain (seudónimo de Émile-Auguste Chartier), que la formó en la interpretación de los clásicos y la introdujo en el pensamiento filosófico. Dos años después entró en la Escuela Normal Superior de París con la mejor nota y el mejor expediente, seguida de la feminista Simone de Beauvoir

Estudió filosofía, literatura clásica y ciencia. Compartió clase con de Beauvoir, pero la relación entre ambas no fue ni muy cercana, ni muy duradera. En un texto autobiográfico, la autora de El segundo sexo escribió: “Una gran hambruna había sacudido China y me dijeron que ella (Simone Weil) prorrumpió en sollozos cuando recibió aquella noticia; esas lágrimas me obligaron a respetarla aún más que por sus dotes para la filosofía. La envidiaba porque tenía un corazón capaz de latir por todo el mundo”.

En un encuentro, las filósofas debatieron sobre aquella terrible hambruna. “No sé cómo entablamos la conversación”, contaría de Beauvoir, “me explicó en un tono cortante que una sola cosa contaba hoy en toda la Tierra: una revolución que diera de comer a todo el mundo. 

De manera no menos perentoria le objeté que el problema no es hacer felices a los hombres, sino encontrar un sentido a su existencia. Ella me miró fijamente y dijo: cómo se nota que usted nunca ha pasado hambre. Este fue el final de nuestras relaciones”.

Retrato de Simone Weil en su juventud. Foto: Stefano Bianchetti / Bridgeman Images

PROFESORA COMPROMETIDA CON LAS CAUSAS SOCIALES

Tras graduarse de la Escuela Normal Superior a los veintidós años, Simone Weil empezó a trabajar como profesora de filosofía en varios liceos para mujeres. En los centros, Weil tuvo problemas con sus superiores, que criticaban sus acciones políticas y su metodología como docente.

La joven maestra Weil hacía piquetes, se negaba a comer más de la cantidad otorgada a las familias sin recursos a las que ayudaba el Gobierno y escribía en periódicos de izquierda. Durante aquella época, tuvo la ocasión de viajar a Alemania y vislumbrar con sus propios ojos la preocupante situación en la que se encontraba el país. 

En uno de sus artículos, Weil criticó el ascenso del partido nazi y vaticinó consecuencias inevitables cuando llegaran al poder.

Ante la negativa a ceñirse al sistema de enseñanza que se le pedía, Weil fue transferida de un liceo a otro varias veces. Inmutable ante aquel rechazo, la activista siguió desarrollando su compromiso político: cooperó en la formación de obreros dando charlas y clases sindicales, continuó escribiendo en revistas políticas y ayudó a los refugiados que huían de Hitler y Stalin. 

En una ocasión, Weil escondió a León Trotski (que viajaba junto a su esposa, su hijo mayor y dos guardaespaldas) en el piso familiar de sus padres en la calle Auguste Comte de París. 

Durante aquellos días, el político y la filósofa debatieron sobre los medios necesarios para instigar la revolución y sobre el valor de las vidas humanas en la dictadura del proletariado.

DE PARÍS A LA FÁBRICA RENAULT

A los veinticinco años, Weil dio por finalizada su carrera como docente: quería ponerse en el lugar de los trabajadores de clase obrera, “los que sufren”, para comprender los efectos psicológicos que acarreaba el trabajo industrial. 

La joven dejó su vida acomodada en París y se fue a trabajar primero a la fábrica eléctrica Alstom cortando piezas y después a la fábrica Renault en las cadenas de montaje. 

“Allí recibí para siempre la marca de la esclavitud, como la marca a hierro candente que los romanos ponían en la frente de sus esclavos más despreciados. Después, me he considerado siempre una esclava”, escribió Weil. La filósofa criticó el efecto “espiritualmente adormecedor” que las máquinas provocaban en sus compañeros y sintió una primera unión con Dios, confirmando la creencia de que “la religión consuela a los afligidos y a los miserables”. 

Al cabo de un tiempo, Weil fue despedida de la fábrica por su torpeza y su debilidad física. De aquella impactante experiencia de servidumbre industrial, la filósofa concluyó en una carta a su amiga Albertine Thénon: “Al ponerse ante la máquina, uno tiene que matar su alma ocho horas diarias, el pensamiento, los sentimientos, todo. Y estés irritado, triste o disgustado… tienes que tragártelas, debes reprimir en lo más profundo de ti mismo la irritación, la tristeza o el disgusto”. 

Simone Weil en la fábrica Renault, 1935. Foto: Stefano Bianchetti / Bridgeman Images

SIMONE WEIL, MILICIANA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA 

Tras dejar la fábrica, Simone Weil regresó a París, pero no por mucho tiempo. 

Al enterarse del inicio de la Guerra Civil española, la joven viajó a Barcelona para participar en un conflicto que la interpelaba por sus ideales, al igual que hicieron otros jóvenes intelectuales europeos de la época, como el escritor George Orwell o la fotógrafa Gerda Taro.

Pacifista radical, impulsada por su pasión y su deseo de justicia, Weil llegó a España como periodista voluntaria y pronto se unió a la Columna Durruti, con quienes luchó en el frente de Aragón

“En la CNT, en la FAI, se daba una mezcla sorprendente en la que se admitía a cualquiera y, en consecuencia, había inmoralidad, cinismo, fanatismo, crueldad, pero también amor, espíritu fraternal y, sobre todo, reivindicación del honor, algo muy hermoso entre los hombres humillados; me parecía que quienes se les unían animados por un ideal superaban a aquellos a los que los movía la inclinación a la violencia y el desorden”, escribió.

Sin embargo, al igual que le sucedió a George Orwell, pronto su concepción idealizada de la batalla se disipó. Fusil en mano, unida al bando que creía correcto, Simone Weil descubrió la crueldad de la guerra, que se instala en los cuerpos y las mentes de todos los participantes. 

Horrorizada tras ver cómo sus compañeros fusilaban a hombres del bando contrario, escribió: “Nunca he visto a nadie expresar ni siquiera en la intimidad repulsa, asco o simplemente desaprobación ente la sangre inútilmente derramada”. 

Después de sufrir un accidente en el frente de Aragón, la filósofa regresó a Francia. Tenía pensado volver a España poco después, pero finalmente cambió de idea. Tal y como le explicó a Georges Bernanos en una carta: “He dejado de sentir al necesidad interior de participar en una guerra que ya no era, como me pareció al principio, una guerra de campesinos hambrientos contra terratenientes y un clero cómplice de los terratenientes, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia”.

De sus cuarenta y cinco días en el conflicto se conservan treinta y cuatro páginas de los apuntes que escribió en su Diario de España, un cuaderno Moleskine en el que registró sus impresiones sobre la guerra y frases en español, además de algunas fotografías y cartas. 

“Partimos como voluntarios, con ideas de sacrificio, y nos metemos en una guerra que parece de mercenarios, en la que sobre crueldad y falta la consideración debida al enemigo”, concluyó. 

DESPERTAR MÍSTICO Y SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Después de vivir la guerra en España, Simone Weil se reafirmó en su pacifismo radical. Escribió sobre el terrible efecto que la guerra producía en el alma de las personas y abandonó el activismo para seguir el camino de la búsqueda de la verdad

Viajó a Italia, donde quedó maravillada tras contemplar la belleza espiritual de la comuna de Asís y tuvo una de sus primeras experiencias místicas. 

Pese a sentir una profunda conexión con Dios, Simone Weil se resistió a formar parte de la Iglesia cristiana porque la veía como una colectividad en la que el individuo quedaba supeditado a la masa, al igual que sucedía en los regímenes totalitarios de Europa. 

La filósofa se había criado en una familia de origen judío, pero rechazaba explícitamente el judaísmo y, al igual que con el cristianismo, la identidad comunitaria judía.

De todos modos, pese a no haber recibido nunca una formación judía, tanto su familia como ella se vieron obligados a abandonar París en 1940 por el temor a ser clasificados como “no-arios”. 

Instalada en Marsella, Simone Weil reflexionó sobre el proyecto de reconciliación necesario entre la modernidad y la tradición cristiana y retomó las labores físicas, trabajando como obrera agrícola. Al año siguiente, huyó a Estados Unidos con sus padres y su hermano, pero regresó a Londres poco después, impulsada por la necesidad de incorporarse a la Resistencia francesa.

Obsesionada con prestar sus servicios a su patria, que había sido ocupada por el régimen nazi, Simone Weil pidió que la enviaran en una misión. 

Sin embargo, solo fue aceptada para trabajar como redactora en los servicios de Francia Libre, escribiendo informes y revisando textos. En 1943 abandonó la organización.

Sello francés de la filósofa Simone Weil.Foto: Cordonpress

FINAL DE LA VIDA Y LEGADO FILOSÓFICO DE SIMONE WEIL

Durante la última etapa de su vida, la filósofa profundizó en la espiritualidad cristiana (desde un acercamiento heterodoxo) y se interesó por la no violencia de Gandhi. 

En 1943 fue diagnosticada de tuberculosis e ingresó en un sanatorio de Ashford. Pese a estar enferma, Simone Weil renunció a comer cualquier cosa que superara las raciones de la Francia ocupada e insistió en dormir en el suelo, buscando maneras de solidarizarse con su país.

El 24 de agosto de 1943, a los treinta y cuatro años, la pensadora falleció de un paro cardíaco mientras dormía. Todas sus obras fueron editadas y publicadas por sus amigos de manera póstuma, un total de veinte volúmenes que cautivaron los filósofos e intelectuales por su ética de la autenticidad, su brillante lucidez y su desnudez espiritual. 

Sus obras más importantes son La gravedad y la gracia, una colección de reflexiones y aforismos espirituales; Echar raíces, ensayo en el que explora las obligaciones del individuo y el estado; Opresión y libertad, un texto político y filosófico sobre la guerra, el trabajo en las fábricas y otros temas; y Esperando a Dios, su autobiografía espiritual. 

Su filosofía, de una sensibilidad extraordinaria, y su profundo análisis del mundo y de la condición humana siguen cautivando y resonando hoy en lectores de todo el mundo. No en vano, su íntimo amigo y editor póstumo Albert Camús, definió a Simone Weil como “El único gran espíritu de nuestro tiempo”

Imagen de portada: Foto: PVDE / Bridgeman Images

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Aitana Palomar S. 3 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/España/Francia/Historia/Filosofía/Mujeres pioneras/ Segunda Guerra Mundial/ Biografías.

Concepción Arenal, una feminista en el siglo XIX.

Efemérides de la Historia.

El 31 de enero de 1820 nació Concepción Arenal, escritora, periodista, experta en derecho y pionera del feminismo en España. 

Para llevar a cabo su sueño de estudiar en la universidad tuvo que disfrazarse de hombre. Cuando se descubrió su identidad tuvo que hacer un examen, que aprobó y le permitió continuar con su carrera.

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¿Quién fue Concepción Arenal?

Heredera de las ideas liberales y del sentido de la justicia de su padre, desde muy joven fue una ferviente defensora de los derechos de las mujeres. Con su ejemplo permitió romper con tabúes y luchar contra los convencionalismos que impedían acceder a las mujeres a la educación y la cultura. 

Su ideario político estuvo cercano a Karl Krause y Francisco Giner de los Ríos. Sus primeras obras las escribió para denunciar la vida carcelaria. De entre todas las frases famosas de Concepción Arenal destacó: «Abrid escuelas y se cerrarán cárceles». 

Como seguidora de las ideas de Pedro Dorado Montero, ella defendía aplicar la educación al sistema penal para conseguir reformar al delincuente en lugar de limitarse a castigarlo. Arenal comprobó cómo era la vida en las cárceles españolas cuando trabajó como visitadora de prisiones de mujeres.

Aunque se convirtió en una figura pública destacada por sus acciones y sus obras, su vida privada siempre quedó en un segundo plano por decisión propia. 

Arenal llegó a negarse a suministrar una nota biográfica a sus editores para acompañar sus libros. Además de por los derechos de las mujeres y los presos, Concepción Arenal también luchó por los marginados de la sociedad y los mendigos —siempre desde posiciones cercanas a un catolicismo social—, y propuso una política de beneficencia estatal muy adelantada para su tiempo. 

Destacó por su extensa obra de no ficción, pero también publicó piezas literarias y colaboró en numerosos periódicos. 

Su obra más conocida fue La mujer del porvenir, un valioso documento en el que Arenal rebatió las teorías que se apoyaban en razones biológicas para defender la inferioridad de la mujer.

Imagen de portada: Concepción Arenal

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Paca Pérez. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 31 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Historia/España/Feminismo/Mujeres pioneras/En memoria/Efemérides de la Historia.

Pionera; la estrella que denuncio los abusos sexuales en la edad de oro de Hollywood.

Leyendas

Avanzó en silla de ruedas muy decidida a recoger el Oscar honorífico, el único que le otorgaron. En el escenario la esperaban Clint Eastwood y Liam Neeson. 

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Cuando le entregaron la estatuilla dijo: «Espero que sea de plata o de oro, no algo sacado de la cocina». Y luego se enfadó porque se estaba alargando con el discurso de agradecimiento y la interrumpieron. Maureen O’Hara tenía entonces 94 años y conservaba su enorme personalidad, su genio; lucía también su llamativa cabellera rojiza y aquellos ojos verdes que hipnotizaron a Charles Laughton y que le abrieron las puertas como leyenda del cine.

Maureen tenía 17 años, y trabajaba en el Abbey Theatre de Dublín como actriz desde los 14, cuando Laughton la vio en una audición. Esa mirada verde llena de firmeza lo fascinó y la fichó para La posada de Jamaica: menudo debut en el cine, nada menos que bajo la batuta de Alfred Hitchcock.

Laughton fue uno de los hombres decisivos en la vida de Maureen. Curiosamente, sobresalen de entre ellos tres Charles y dos Johns. Charles Laughton fue su padrino en el cine y fue él quien le cambió el nombre.

«Por no permitir que el productor o el director me tocasen, han contado que no soy una mujer, sino una estatua. No hago de puta»

Maureen se apellidaba FitzSimons; a Laughton le pareció difícil de pronunciar y muy largo para figurar en las marquesinas de los cines. A partir de entonces Maureen fue O’Hara. Pero lo que no dejó de ser jamás es irlandesa. «Siempre he sido una muchacha irlandesa y dura», decía.

Tozuda y peleona

No dejó de serlo incluso cuando le concedieron la nacionalidad estadounidense en 1946. Quiso tener ambas nacionalidades. Las autoridades le presentaron un papel en el que no figuraba como irlandesa sino como ‘súbdita británica’. Se negó a firmarlo. Peleó y peleó hasta que consiguió ser reconocida como irlandesa –fue una de las primeras que lo logró–, sin supeditación británica ninguna.

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Apadrinada. Charles Laughton fue su padrino en el cine.FOTO. GETTY IMAGES

Maureen nació en Ranelagh, en un suburbio de Dublín, en 1920. Hace ya más de cien años. Era la segunda de los seis hijos de Charles FitzSimons (su primer Charles), hombre de negocios y copropietario de un equipo de fútbol, y de Marguerita, cantante de ópera. Maureen era atlética y chicote. Trepaba a los árboles y daba patadas al balón, y a la vez era guapísima, tenía un don para la actuación y una voz preciosa, de soprano.

Su porte atlético le permitió rodar escenas impensables para otras actrices del Hollywood de los años 40 y 50. Maureen manejó la espada, dio saltos y puñetazos en pantalla. No quiso que otra rodara las cabriolas por ella.

A Estados Unidos llegó de la mano de Laughton a hacer Esmeralda, la zíngara, considerada una de las mejores adaptaciones de Nuestra señora de París, de Victor Hugo, con Laughton soberbio como Quasimodo.

Debut. Su primer papel fue en  ‘La Posada de Jamaica’, en 1939, dirigida por Hitchcock. Aquí en 1940.FOTO: GETTY IMAGES

Tuvo buena estrella Maureen. Empezó por arriba, con papeles en grandes películas y con galanes de primera. Confesó ella que los primeros besos de su vida los dio actuando. Tuvo la suerte de estrenarse con tipos como Tyrone Power o Errol Flynn. Y la enorme fortuna de participar en filmes míticos como Qué verde era mi valle, Oscar a la mejor película de 1941, un año muy reñido: ganó a Ciudadano Kane y El Halcón Maltés.

Qué verde era mi valle fue su primera película con sus dos Johns: John Ford y John Wayne. El director fue fundamental en su carrera, la fichó para peliculones como Río grande o El hombre tranquilo, protagonizadas junto con John Wayne, su mejor partenaire.

Matrimonio de cine. Maureen y John Wayne se entendían tan bien en pantalla que el púbico creía que estaban casados.FOTO: GETTY IMAGES

Lo conoció un día en el que The Duke (así llamaban a Wayne) llevaba una buena cogorza. Iba dando tumbos, ella lo cogió del brazo y lo acompañó a casa. Nació entre ellos una camaradería preciosa que se traslucía en la pantalla. Rodaron muchas veces como matrimonio y el público estaba convencido de que lo eran.

Para Wayne ella era un miembro de honor en su panda de amigotes. Le gustaba Maureen porque era fuerte. «Prefiero vérmelas con un matón de dos metros antes que con ese huracán devastador llamado Maureen O’Hara», dijo de ella.

Visita de trabajo. En Málaga filmó la película del mismo título, en 1954. Maureen causó sensación en la ciudad andaluza.FOTO: GETTY IMAGES.

Juntos protagonizaron también Escrito bajo el sol, El gran Jack y El gran McLintock. A ella le gustaba de Wayne que era un hombre duro y de gran corazón. Maureen luchó y consiguió para él la medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos. Argumentó: «No es solo un buen actor, John Wayne es los Estados Unidos de América». Alabó su profesionalidad y su honestidad. «Es un hombre de verdad», proclamó. «Nunca hubo nada oscuro entre ellos y nunca se mezclaron sentimentalmente», cuenta Juan Tejero, biógrafo de John Wayne.

Tres bodas. Solo tuvo una hija, en 1944, con su segundo marido, Will Price.FOTO: CORDON

Maureen se casó tres veces. Con su segundo marido, Will Price, tuvo a su única hija, Bronwyn, en 1944. Pero con el que fue realmente feliz fue con el tercero, el piloto y héroe de la aviación en la Segunda Guerra Mundial, Charles Blair (su tercer Charles). Con él vivió los diez mejores años. Se instalaron en una isla del Caribe desde la que Blair dirigía sus aerolíneas, Antilles Airboats. 

Viajaban y Maureen también escribía una columna en la revista The Virgin Islander titulada Maureen O’Hara dice. Sus felices años caribeños terminaron con la trágica muerte de Blair, en 1978, en un accidente de aviación. Solo nueve meses después falleció su gran amigo John Wayne.

Ella se repuso con determinación. Tomó las riendas de las aerolíneas y se convirtió en la primera mujer en ser CEO y presidente de una compañía de aviación. Siempre tuvo arrestos. «Por eso la eligió John Ford, porque le gustaban las mujeres bravas», dice Juan Tejero.

Y un funeral. Con Charles Blair, su tercer marido. Al enviudar presidió sus aerolíneas.FOTO: GETTY IMAGES

Fue muy brava, desde luego, cuando denunció en 1945, en una entrevista en The Mirror, el acoso y los favores sexuales que en Hollywood se exigían para lograr papeles. O’Hara se adelantó 70 años al #MeToo. 

Con un par, proclamó: «Por no haber permitido que el productor o el director me besasen o me toqueteasen, han contado que yo no soy una mujer, sino una fría estatua de mármol». También confesó que se negó a pasar por la cama de los gerifaltes de Hollywood y que eso la perjudicó. «Yo no iba a hacer el papel de puta -añadió-. Esa no era yo».

Una auténtica reina

No tenía pelos en la lengua. De John Ford dijo: «Era un hombre amargamente decepcionado (.) De vez en cuando su ira se derramaba y caía sobre quien estuviera más cerca de él». De Sam Peckinpah dijo que era un mal director con buena suerte. Pero no todo fueron pullas. Tuvo buenas amigas, como Ginger Rogers, Anne Baxter o Lucille Ball.

Tenía mucho genio. «Fue una auténtica reina, una mujer con mando en plaza, como los papeles que interpretó», dice el escritor y cinéfilo Luis Alberto de Cuenca. Falleció a los 95 años. Dicen que durante muchos años se dormía escuchando la banda sonora de El hombre tranquilo, interpretada en sus tiempos dorados, cuando la apodaban ‘Reina del Technicolor’.

Días de retiro. Tras unos años fuera de la pantalla, regresaría al cine y la televisión, a finales de los 90.FOTO: GETTY IMAGES

Ella insistía en que su carrera se la debía a su carácter, no a su físico. «Mi cualidad más convincente es mi fuerza interior», dijo. Pero era también un bellezón que fue elegida una de las cinco mujeres más guapas del mundo. «Es una de las pelirrojas más atractivas de Hollywood junto con Rita Hayworth y Susan Hayward. Y tenía, además, mucha personalidad. Como actriz, sin embargo, no fue una Bette Davis, no sostenía una película ella sola», dice Juan Tejero.

Imagen de portada: Maureen O’Hara

FUENTE RESPONSABLE: La Voz de Galicia. XL Semanal. Por Fátima Uribarri. España. 1 de julio 2022.

Sociedad y Cultura/Cinematografía/Mujeres pioneras/Abusos sexuales.

Alexandra David-Néel, la primera mujer occidental en el Tíbet.

 

La historia está llena de viajeras famosas. Pero tal vez una de las más intrépidas sea Alexandra David-Néel. Su gran logro fue convertirse en la primera mujer occidental que accedió a la ciudad de Lhasa, la capital del Tíbet, un lugar que a principios del siglo XX estaba prohibido a los extranjeros.

Viajera indomable, Alexandra David-Neel falleció el 8 de septiembre de 1969 a la edad de cien años. Fue la primera occidental que entró en la ciudad prohibida de Lhasa, la capital del Tíbet, cuando ésta era aún inaccesible a los extranjeros. Alexandra David-Néel fue nombrada lama y durante su apasionante existencia escribió más de treinta libros acerca de religiones orientales, filosofía y, por supuesto, sobre sus viajes.

FEMINISTA Y VIAJERA

Louise Eugénie Alexandrine Marie David nació en la población francesa de Saint-Mandé el 24 de octubre de 1868. Era la heredera de una gran fortuna y parecía que estaba destinada a seguir los pasos de la mayoría de jóvenes europeas de buena familia de las últimas décadas del siglo XIX: casarse, tener hijos y quizás escribir o pintar, nada por lo que pudiera ser recordada en el futuro. Pero Alexandra tenía otras intenciones. Su infancia se vio influida por las diferentes mentalidades de sus padres: él, un masón que dirigía una publicación republicana; ella, una católica conservadora belga. Alexandra, que era hija única, recibió de su madre una firme formación religiosa; en cambio, su padre le proporcionó una educación revolucionaria, tanto que incluso en 1871 la llevó a ver el fusilamiento de los últimos reos de La Comuna de París para que nunca olvidara lo que era la vida real.

Alexandra, que era hija única, recibió de su madre una firme formación religiosa; en cambio, su padre le proporcionó una educación revolucionaria, tanto que incluso en 1871 la llevó a ver el fusilamiento de los últimos reos de La Comuna.

A los 15 años, Alexandra intentó embarcarse sola rumbo a Gran Bretaña, pero su familia, horrorizada, se lo impidió; y es que a finales del siglo XIX las mujeres «decentes», y ya no digamos las jóvenes, debían viajar acompañadas. Pero Alexandra acabó saliéndose con la suya. La joven viajó por la India y Túnez antes de cumplir los 25 años, y visitó España montada en bicicleta. Por aquel entonces estuvo muy de moda la Sociedad Teosófica dirigida por la famosa Madame Blavatsky, dedicada al espiritismo, al ocultismo oriental y al estudio de las religiones comparadas, de la cual Alexandra se hizo miembro. Fue seguidora del geógrafo y anarquista francés Elisée Reclus, el cual amplió las ideas anarquistas que ya le había inculcando su padre, a las que añadió además un ideario feminista. Alexandra le dedicó su primer libro, un ensayo titulado Pour la vie (Elogio a la vida,) que escribió en 1898. Al año siguiente, Alexandra escribió un tratado sobre el anarquismo, y el propio Reclus fue el autor del prólogo. Ante el rechazo de los editores (y aunque la obra sería traducida a cinco idiomas), el libro fue publicado por un amigo.

Foto: Cordon Press

LAMA, YOGUI Y «LÁMPARA DE SABIDURÍA»

Convencida de que nunca sería respetada como escritora, conferenciante o incluso como cantante si continuaba soltera, el 4 de agosto de 1904 Alexandra se casó en Túnez con Philippe Néel, ingeniero jefe de los ferrocarriles tunecinos. Aunque su vida conyugal fue a veces tempestuosa, siempre estuvo impregnada de un respeto mutuo. A pesar de vivir en el norte de África, un lugar que le fascinaba, y de hacer continuos viajes en barco y ferrocarril, Alexandra se dio cuenta de que la vida de casada no era para ella. Nunca se consideró una mujer «felizmente casada». A pesar de que tenía libertad para viajar en solitario, para escribir libros y para impartir conferencias, Alexandra se sentía angustiada, padecía continuas jaquecas y crisis nerviosas.

Finalmente, el matrimonio se rompió el 9 de agosto de 1911, cuando Alexandra decidió emprender su segundo viaje a la India. Este hecho, unido a que ella no deseaba tener hijos, acabaría precipitando la ruptura. Durante su periplo, Alexandra visitó Egipto, Ceilán, India, Sikkim, Nepal y Tíbet. A pesar de que ella dijo que estaría de vuelta en 18 meses, la realidad es que Alexandra estuvo fuera ¡14 años! En todo aquel tiempo, y aunque su matrimonio se había terminado, la pareja mantuvo una fluida correspondencia hasta la muerte de él en 1941. Por desgracia, la mayoría de estas cartas se perdieron durante la Guerra Civil China. Durante la travesía hacia Egipto, Alexandra escribiría a Philippe: «He emprendido el camino adecuado, ya no tengo tiempo para la neurastenia».

Durante todos los años que Alexandra estuvo de viaje, la pareja mantuvo una fluida correspondencia hasta la muerte de él en 1941. Por desgracia, la mayoría de las cartas se perdieron durante la Guerra Civil China.

Cerca de Madrás, en el sur de la India, Alexandra se enteró de que el decimotercer Dalai Lama había tenido que huir del país, por aquel entonces sublevado contra China, y que residía en el Himalaya. A partir de aquel momento se marcó como objetivo encontrarse con él, algo que conseguiría en 1912. Alexandra continuó viaje hasta Nepal, donde llegó en 1912. Una vez allí, el marajá le regaló unos elefantes para que pudiera recorrer cómodamente el país. De esa forma llegó hasta Sikkim, un pequeño reino en los Himalayas, donde conoció a un joven tibetano llamado Aphur Yongden. Primero lo contrató como criado, luego fue su discípulo y, tras finalizar su aventura por el Tíbet, se convirtió en su hijo adoptivo. Ambos comenzaron a viajar por las cumbres con la intención de llegar hasta la ciudad soñada, Lhasa, por aquel entonces bajo el mandato de funcionarios británicos, un lugar cerrado e inaccesible a los extranjeros. Alexandra y Yongden se dirigieron a Japón, Corea, Pekín y regresaron al Tíbet. De nuevo en el país, Alexandra vivió dos años y medio en el monasterio budista de Kumbum, donde fue nombrada lama. «Viví en una caverna a 4.000 metros de altitud, medité, conocí la verdadera naturaleza de los elementos y me hice yogui. Cómo había cambiado mi vida, ahora mi casa era de piedra, no poseía nada y vivía de la caridad de los otros monjes». Allí recibiría el nombre de Lámpara de Sabiduría.

EL «PASEO» HASTA LHASA

Pero la prohibida Lhasa seguía siendo el objetivo final de Alexandra. La exploradora intentaba llegar una y otra vez, pero siempre acababa siendo arrestada y devuelta a la India. Al final, para poder acceder a la ciudad, Alexandra trazó un plan. Ella y Yongden se hicieron con una pequeña pistola, unas monedas de plata y algo de comida. Se disfrazaron de mendigos y empezaron a peregrinar. «Les dijimos a todos que íbamos en busca de hierbas medicinales. Yongden se hizo pasar por hijo mío. Me teñí la piel con ceniza de cacao, usé pelo de yak que teñí con tinta china negra, como si fuera la viuda de un lama brujo. Decidimos viajar de noche y descansar de día. Viajar como fantasmas, invisibles a los ojos de los demás. Alguna vez tuvimos que hervir agua y echar un trozo de cuero de nuestras botas para alimentarnos», relata la exploradora en Viaje a Lhasa. Cuando por fin llegaron a las puertas de la ciudad, una tormenta de arena les ayudó a pasar inadvertidos. A pesar de la dureza del viaje (estaban esqueléticos, demacrados y vestidos con harapos), al final lo habían conseguido. Tras cuatro meses y dos mil kilómetros a pie por el Himalaya, Alexandra logró su objetivo. Era el año 1924, y Alexandra David-Néel se había convertido en la primera mujer occidental en entrar en la capital del Tíbet.

David-Néel (centro) en Lhasa, en 1924.

Me teñí la piel con ceniza de cacao, usé pelo de yak que teñí con tinta china negra, como si fuera la viuda de un lama brujo. Decidimos viajar de noche y descansar de día, narra la exploradora en Viaje a Lhasa.

El «paseo» al que se había referido Alexandra en una carta dirigida a Philippe Néel, fue en realidad una auténtica odisea. Alexandra volvió a Europa convertida en una heroína. Fue portada del Times que la definió como «la mujer sobre el techo del mundo». También recibió numerosas condecoraciones y premios: la Medalla de honor de la Sociedad Geográfica de París y la Legión de Honor. Establecida de nuevo en Francia, Alexandra compró un terreno en Digne-les-Bains, una pequeña localidad al pie de los Alpes franceses, donde construyó su casa, a la que bautizó como Samten Dzong (fortaleza de meditación). Este lugar sería desde entonces su refugio. Allí escribió más de treinta libros sobre sus aventuras, dio charlas, recibió a personalidades y siguió leyendo textos budistas. Hoy, la casa puede visitarse y se ha construido un museo junto a ella. A los 67 años de edad, Alexandra se sacó el carné de conducir y viajó en el Transiberiano hasta China, país que recorrió durante diez años. Al cumplir los 100 renovó el pasaporte. «Por si acaso», aseguró. Esta viajera incansable murió a punto de cumplir los 101 años en Samten Dzong, y sus cenizas fueron esparcidas junto a las de su querido Yongden, fallecido 14 años antes, en el río Ganges.

Imagen de portada: Alexandra David-Neel

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por J.M. Sadurni. Colaborador.

Sociedad y Cultura/Biografías/Mujeres Pioneras

Sylvia Plath, la poeta que ganó el primer Pulitzer póstumo.

Pese a su temprana muerte y la pérdida de parte de su trabajo, la obra de Sylvia Plath es considerada una de las piezas más extraordinarias de poesía del siglo XX. Su aproximación al dolor, a la enfermedad mental y al sufrimiento la convirtieron en una de las máximas exponentes del género confesional, plasmado de manera brillante en sus versos descarnados.

Sylvia Plath nació en Boston, Massachusetts, el 27 de octubre de 1932. Sus padres, Otto Emil Plath y Aurelia Schober, eran ambos de ascendencia alemana. Él daba clases de alemán y biología en la universidad, y ella de inglés y alemán. Juntos tuvieron a Sylvia, la mayor, y a Warren, que nació en 1935.

Desde muy pequeña, Sylvia destacó por ser sumamente perfeccionista y aplicada. Escribía, pintaba, tocaba el piano y sacaba matrículas de honor. A los ocho años publicó su primer poema y, a partir de entonces, no dejó de desarrollar su genio creativo.

En 1940, Otto Emil Plath falleció a causa de una diabetes que nunca quiso tratarse. Su muerte destrozó por completo a la joven Sylvia, que con nueve años sufrió su primera depresión

Durante el duelo, Sylvia tuvo que lidiar con el dolor que le producía sentirse traicionada por su padre al morir, pese a que había tenido una relación bastante problemática con él (ya que era un hombre muy autoritario), y los desencuentros con su madre, a quien siempre echó en cara que no llorara en público la pérdida de su marido.

En la adolescencia, Sylvia empezó a escribir un diario personal que mantuvo durante toda la vida, al igual que otras reconocidas autoras como Virginia Woolf o Anaïs Nin. 

En el diario, Plath comenzó a cuestionarse su rol como mujer en una sociedad que esperaba de ella que se convirtiera en una madre sumisa (como la suya), cosa que contrastaba con su intención de ser una feminista radical. “Mi gran tragedia es haber nacido mujer”, escribió.

ESTUDIOS Y MATRIMONIO

Después de terminar el colegio, Sylvia fue a estudiar al Smith College. En el primer año de universidad, la escritora intentó quitarse la vida por primera vez. 

Entonces la ingresaron en el Hospital McLean, una institución psiquiátrica, donde fue tratada con electrochoques. Tras este episodio, Sylvia se recuperó y terminó el curso con honores, dejando aquel oscuro episodio atrás y confiando en que no se volvería a repetir. Sin embargo, Sylvia Plath fue diagnosticada con depresión clínica y padeció esa patología durante muchos años.

Gracias a sus notas sobresalientes, Plath obtuvo una beca Fulbright que le permitió ir a estudiar a la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido.

Fue entonces cuando conoció al poeta inglés Ted Hughes, con quien contrajo matrimonio en junio de 1956. Durante todo este tiempo, Sylvia continuó escribiendo y publicó algunos relatos y poemas en el periódico universitario.

Poco después de casarse, Sylvia y Ted se trasladaron a Estados Unidos, donde residieron entre 1957 y 1959. 

Plath empezó a dar clases en el Smith College, la misma institución donde ella había estudiado, y siguió con su labor creativa. Al poco tiempo, descubrió a su marido coqueteando con una estudiante en el campus, cosa que la quebró por completo.

En Boston, Sylvia asistió a los seminario de Robert Lowell, donde coincidió con la poeta Anne Sexton, con quien se la compara muchas veces. Al poco tiempo, Sylvia se quedó embarazada y la pareja decidió regresar a Inglaterra.

VIDA TORMENTOSA Y CREACIÓN LITERARIA

Sylvia Plath y Ted Hughes residieron primero en Londres y luego fueron a vivir a North Tawton, un pequeño pueblo de Devon. 

En 1960, Sylvia tuvo a su primera hija, Frieda, y publicó su primer poemario titulado El Coloso. Poco después, sufrió un aborto que la sumió de nuevo en la oscuridad. 

Un año más tarde, Sylvia recitó en la BBC su famoso poema Tres mujeres, en el que narra la maternidad a través de tres voces desde una perspectiva feminista y antibelicista

En este poema también habló del dolor causado por su aborto. A partir de su experiencia en la BBC, Sylvia empezó a concebir sus poemas para ser leídos en voz alta. Ese mismo año nació su segundo hijo, Nicholas.

Sylvia Plath y Ted Hughes.

Sylvia Plath y Ted Hughes. Foto: CC

El año 1963 también fue importante para Plath porque publicó su primera y única novela, La campana de cristal. En este relato semiautobiográfico, Sylvia explora la inestabilidad emocional que lleva a un episodio depresivo a su personaje principal, la periodista Esther Greenwood. La primera edición la publicó bajo el pseudónimo “Victoria Lucas”, pero en 1967 la novela ya apareció firmada con su verdadero nombre.

A partir de entonces, el matrimonio entre los dos poetas, que ya se había empezado a deteriorar en Estados Unidos, fue de mal en peor. 

Tras descubrir varias infidelidades por parte de Ted (que mantenía una relación con la poeta Assia Wevill) y sufrir sus malos tratos, Sylvia decidió divorciarse. Así, regresó a Londres con sus dos hijos, donde alquiló un piso en el que había vivido W.B. Yeats, algo que Sylvia consideró un buen presagio.

Aquel invierno fue demasiado duro para la escritora que sola, con dos niños, alejada de su ciudad natal, enferma y con problemas económicos, se sumió de nuevo en el lugar más oscuro de su mente. 

La mañana del 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath dejó preparado el desayuno para sus dos hijos, que estaban en la casa, y se quitó la vida metiendo la cabeza dentro del horno y abriendo la llave de gas. Así, Plath puso fin a los episodios depresivos y el trastorno bipolar (que se cree que padecía) que tanto la habían atormentado. Tristemente, la autora no contó con los recursos necesarios para curar su salud mental y seguir en vida.

Sylvia Plath fue enterrada en el cementerio de Hepton Stall, en West Yorkshire.

PUBLICACIONES PÓSTUMAS Y RECONOCIMIENTOS

Tras fallecer su primera esposa, Ted Hughes adquirió los derechos de explotación de la obra de Plath y se convirtió en el editor de su legado literario. 

Hughes supervisó y editó sus manuscritos y, en 1965, publicó el poemario Ariel, en el que están recopilados los poemas que escribió la autora durante los meses anteriores a su muerte.

Ariel es considerada la obra maestra de Sylvia Plath, por sus profundas reflexiones sobre el corazón roto y la creatividad y la radical honestidad con la que describe su dolor. En Ariel están los famosos poemas Daddy y Lady Lazarus, en el que Plath habla sobre el suicidio y hace un homenaje a la supervivencia. 

Este conjunto de poemas marcó un punto de inflexión en la carrera de la poeta que, al escribirlos, se convirtió en una de las máximas exponentes del género confesional.

En los años siguientes, Hughes publicó Cruzando el agua (1971) y Árboles invernales (1972), además de una colección de cuentos, fragmentos de sus diarios y ensayos titulada La caja de los deseos (1977).

Muchos críticos han acusado a Ted Hughes de haber utilizado y censurado la obra de Sylvia Plath en su beneficio. 

De hecho, lo primero que hizo el poeta al adquirir los manuscritos de Plath fue destruir el último volumen de sus diarios, en los que la autora narraba el tormentoso matrimonio que compartieron. 

Antes de morir, Hughes publicó Cartas de cumpleaños, donde compiló todos los poemas que le había escrito a Sylvia.

Sylvia Plath murió a la temprana edad de 30 años.Foto: Cordonpress

A partir de las décadas de 1980 y 1990, se empezó a estudiar la obra de Plath desde una perspectiva crítica feminista y de género

En 1982 la escritora fue reconocida con el Pulitzer de poesía por su obra recogida en Poemas completos, siendo la primera autora en recibir este premio de manera póstuma. Poco después, en 1998, se publicó la edición casi completa de sus Diarios.

Pese a su temprana muerte y la pérdida de parte de su trabajo, la obra de Sylvia Plath está considerada como una de las piezas más extraordinarias de poesía del siglo XX. 

Por eso sus poemas se siguen leyendo, recitando e interpretando hoy en día, haciendo eco de la voz de una autora que plasmó de la manera más honesta y visceral lo que es el dolor.

Imagen de portada: Cordon Press.

FUENTE RESPONSABLE: Historia. National Geographic. 19 de abril 2022.

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Audre Lorde, la poeta crítica con el feminismo blanco.

MUJERES PIONERAS

Para la escritora afroamericana, las emociones eran un recurso político al que acceder a través de la palabra. Autodefinida como poeta, negra, lesbiana, madre y guerrera, pasó a la historia por su crítica constructiva del feminismo blanco. Repasamos algunos de sus textos sobre activismo, vulnerabilidad y autocuidado.

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Para Audre Lorde (Harlem, Nueva York, 1934- Saint Croix, 1992), la palabra era un bálsamo contra el miedo. Pero también una herramienta poderosa con la que reafirmar la existencia en este mundo. Cuando la poeta americana se presentaba a sí misma cual “negra, lesbiana, madre, guerrera y poeta”, mostraba sus diferencias como una puerta abierta hacia la libertad.

Su crítica al feminismo blanco fue crucial en el avance de un activismo más diverso. Según su pensamiento, únicamente contemplando y aprendiendo de las experiencias de todas las mujeres, y no solo de aquellas más visibles -blancas heterosexuales-, podría el feminismo deconstruir lo que ella identificaba con “la jerarquía de la opresión”. De hecho, su famoso ensayo, Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo (1979), supuso un valioso instrumento para evidenciar el privilegio blanco que prevalecía en la época.

En la actualidad, movimientos como Black Lives Matter o Say Her Name encuentran todavía en sus palabras una fuente de energía para luchar contra las desigualdades raciales imperantes en muchos lugares del mundo. Desmantelar los mecanismos opresores del heteropatriarcado entrañaba para Lorde un propósito creativo: el reconocimiento, más allá de la tolerancia, de nuestras diferencias como motor de cambio.

TU SILENCIO NO TE PROTEGERÁ

Cuando Audre Lorde supo que tenía un tumor con elevadas probabilidades de ser maligno, tomó conciencia profunda de su propia mortalidad y se vio obligada a revisar su vida a través de una nueva lucidez, llegando a la conclusión de que para lograr sus objetivos debía conseguir “la transformación del silencio en lenguaje y acción”, palabras que dan título a uno de sus ensayos más conocidos. “Iba a morir, si no antes o después, tanto si había hablado como si no. Mis silencios no me habían protegido. Tu silencio no te protegerá”, explicaba ella misma. 

Aquel tumor era benigno -aunque finalmente murió a los 58 años tras 14 de lucha contra el cáncer-, pero el tiempo que vivió puso en palabras sus propios sentimientos, lo que inspiraría a miles de personas en todo el mundo.

Convertir el silencio en lenguaje puede entrañar peligro pues, como decía la propia Lorde, la visibilidad conlleva mayores dosis de vulnerabilidad. “Empecé a reconocer una fuente de poder dentro de mí misma que proviene del conocimiento de que, aunque lo más deseable es no tener miedo, aprender a poner el miedo en perspectiva me dio una gran fuerza”, apuntaba.

Sin embargo, Lorde analizó los beneficios del miedo y de plasmar sobre el papel los sentimientos. Poner en palabras nuestras emociones es un acto de autorrevelación que nos conecta con el manantial de nuestra fuerza interior, explicaba en sus textos. Cada intento de traducir las verdades que buscaba, además, le habían puesto en contacto con otras mujeres de distintas razas, edades o tendencias sexuales con las que compartía lo que ella definía como “una guerra contra las tiranías del silencio”.

LO ERÓTICO COMO PODER

Uno de los elementos clave del pensamiento de esta feminista histórica es el erotismo. Para la poeta, este se encuentra instalado en una dimensión femenina y espiritual, pero también sepultado bajo la opresión del sistema que silencia cualquier energía que los oprimidos puedan irradiar en favor del cambio. Desde su punto de vista la existencia de lo erótico en las mujeres ha sido tachada de sospechosa y despreciable llegando a hacer creer a las mujeres que solo suprimiéndolo conseguirán sobrevivir según las normas de la sociedad.

Tal es la importancia que otorga la poeta a lo erótico que en su ensayo Usos de lo erótico: lo erótico como poder (1978), Lorde señalaba como falsa la dicotomía entre lo espiritual y lo político. Y es precisamente el erotismo el que tiende puentes entre una idea y otra a través de la sensualidad y el amor en todas sus definiciones. “Para mí, lo erótico es como una semilla que llevo dentro. Cuando se derrama fuera de la cápsula que lo mantiene comprimido, fluye y colorea mi vida con una energía que intensifica, sensibiliza y fortalece toda mi experiencia”, explicaba.

Desde su punto de vista, alcanzar el poder de lo erótico supone entrar en contacto con una energía creativa que nos lleva a autoafirmarnos a partir de gestos que desencadenen cambios genuinos y reales. O lo que es lo mismo, es una manera de vivir más allá de las cadenas clasistas, machistas, racistas y anti eróticas.

LA POESÍA NO ES UN LUJO

Esa energía creativa con la que entramos en contacto a través del eros, se canaliza, según Lorde, mediante el cultivo de la poesía. Desde su manera de pensar, la poesía, entendida como el uso de la imaginación en un sentido más amplio, ayuda a poner en palabras ideas veladas que no tienen nombre ni forma, pero que laten en la conciencia. “Todas y cada una de nosotras, las mujeres, poseemos en nuestro interior un lugar oscuro donde nuestro auténtico espíritu oculto crece y se alza, hermoso y sólido como un puntal contra nuestra pesadilla de debilidad e impotencia”, afirmaba.

Ella lo define y lo defiende como una “reveladora destilación de la experiencia” que no debería ser un lujo para las mujeres, pues supone una necesidad vital. Primero se ponen en palabras, apuntaba la poeta, después se convierten en ideas y finalmente se manifiestan en acciones duraderas.

Insistía de nuevo con su ensayo La poesía no es un lujo (1978) en la necesidad de compartir con otras mujeres las viejas y las nuevas ideas, así como infundir confianza las unas en las otras. Y apostaba por la creencia en la madre negra universal que susurra en sueños: “siento, luego puedo ser libre”.

En definitiva, Audre Lorde fue una luchadora por la igualdad y la libertad, términos que continúan mostrándose incompletos en muchas partes del mundo.

Imagen de portada: Gentileza Cordon Press

FUENTE RESPONSABLE: National Geographic. Por Marisa Fatás. Febrero 2021.

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