Louisa May Alcott, la escritora de la novela inmortal ‘Mujercitas’ que nunca quiso escribir.

El carácter y los ideales sociales de la escritora de Concord, que murió el 6 de marzo de 1888, nada tenían que ver con la temática de su obra más conocida, de cuya primera versión se suprimieron capítulos enteros

Louisa May Alcott es una hija de Concord, Massachussets, el pueblo bostoniano hogar de Emerson, Thoreau, Hawthorne y el movimiento trascendentalista. Concord es un lugar recoleto al detalle donde conservan con cuidado los lugares y los hogares donde vivieron y pasaron su vida sus ilustres escritores coincidentes en el tiempo, casi en el colmo de la contemporaneidad.

La casa de Ralph Waldo Emerson, filósofo y poeta, autor de Nature y líder del trascendentalismo concordiano, aparece al llegar al lado izquierdo de la carretera casi recién construida, blanca, impoluta y enorme, con sus barandillas y su jardín abierto, el mismo en el que trabajaba Thoreau, por deseo propio, como empleado y amigo. El padre de Louisa, Amos Bronson Alcott, desarrolló un sistema de enseñanza distinto, basado en la conversación, por lo que siempre fue tachado de extravagante.

Casa de Ralph Waldo Emerson en Concord

La extravagancia en todo su amplio significado compuesto siempre fue una característica del grupo de los trascendentalistas, que creían en la intuición y en la naturaleza como leyes universales. Críticos de su sociedad, eran raros para la masa (unos más que otros, sobre todo Thoreau), pero figuras respetadas y admiradas por ella misma.

Louisa May Alcott nunca fue masa. Sufragista, abolicionista, escritora desde la infancia (durante años bajo el pseudónimo masculino A.M. Barnard), luchadora original por la igualdad de hombres y mujeres, se dedicó a escribir en la edad adulta para sacar de la pobreza a su familia tras el fracaso de la utopía que pretendía sacar adelante su padre. Demasiado para una familia en el ideal que llevó hasta sus últimas consecuencias el soltero y solitario Thoreau, poeta, narrador, pensador, activista de los bosques y de la libertad del individuo.

Louisa jugaba de pequeña con la hija de Emerson, Ellen, mientras veía como se llevaban a un tranquilo Thoreau a la cárcel por no pagar impuestos. Era la resistencia pacífica que tanto inspiró a Gandhi. Principios familiares basados en la libertad y en la intelectualidad. La casa de Hawthorne sigue en Concord como la dejó el autor de La Letra Escarlata dos siglos después, el vidrio borroso de sus ventanas a través de las cuales se aprecian mecedoras y suelos de madera crujientes.

The Old Manse, casa de Emerson que alquiló Hawthorne en Concord

Si Thoreau construyó con sus propias manos una cabaña en medio del bosque para demostrarse a sí mismo que podía ser autosuficiente en mitad de la naturaleza a orillas de la laguna de Walden (Walden fue el título de su gran obra), Louisa fue capaz de todo para sobrevivir más allá de los propios ideales atávicos. 

Louisa fue la Jo de su novela inmortal, solo que Jo estaba matizada. Los editores la obligaron a casarla, algo a lo que siempre se negó la autora, fiel a sus principios, para no depender de ningún hombre.

No porque los aborreciera, ni mucho menos, sino por su compromiso radical con la libertad. Cuando le ofrecieron escribir un libro sobre «chicas jóvenes», dijo que no le interesaba, hasta que le dijeron la cantidad del anticipo. Palabras mayores en la pobreza del trascendentalismo que se convirtió en un éxito de ventas después de los recortes enteros de capítulos inapropiados para el carácter que pretendían darle los editores a la obra.

Casa de Louis May Alcott, Orchard House, en Concord, donde escribió ‘Mujercitas’

Dicen que escribió Mujercitas en dos meses a razón de diez horas diarias de trabajo. La historia de su propia familia que se convirtió en el clásico universal que nunca quiso escribir y que quedó perfectamente podada para la posteridad, reluciente y presentable como la casa de Emerson y la de Hawthorne y su propia casa, Orchard House, incólumes como las lápidas timburtonianas del cementerio de Sleepy Hollow donde reposan todos juntos.

Imagen de portada: Louisa May Alcott

FUENTE RESPONSABLE: El Debate. Por Mario de las Heras. 6 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Mujeres pioneras/En memoria.

«Peregrino transparente», la nueva novela de Juan Cárdenas

El autor colombiano se pregunta sobre los orígenes de su país a través de la historia de un grupo de especialistas que, en el siglo XIX, recorre zonas rurales y selváticas para describirlas. Un inglés, el pintor Henry Price, se fascina con un artista popular, el misterioso Pandiguando, y comienza la intriga. 

Una pregunta recorre toda la literatura latinoamericana. Es una pregunta molesta, repetitiva, pero inevitable. Una pregunta que hace a la literatura, que la regionaliza, también: ¿qué es Latinoamérica? Esa inquietud va tomando diversas formas nacionales en obras importantes, marcando el pulso de una indagación acerca de la naturaleza de lo latinoamericano que va de Facundo de Sarmiento hasta Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa, pero que llega también a Los detectives salvajes de Roberto Bolaño: qué podría llegar a ser Argentina, cuándo se jodió el Perú, qué significa ser latinoamericano después de la represión y las desapariciones en el sur del continente, son todas variantes acerca del enigma de nuestro paisaje. Peregrino transparente, la última novela de Juan Cárdenas (Popayán, Colombia, 1978) se suma a la serie a partir del vector colombiano, territorio que dialoga con sus representaciones más características, esto es, entre Pablo Escobar y Gabriel García Márquez, entre la cocaína y Macondo. Peregrino transparente es una novela sobre las representaciones de una porción de Latinoamérica en sus orígenes, y en la pregunta que se vuelve molesta, repetitiva, pero inevitable: ¿qué sería Colombia?

Dividida en tres partes, la primera se sitúa en 1850, cuando a raíz de las gestiones del presidente de Nueva Granada (nombre hasta 1863 de parte del actual territorio conocido hoy como Colombia) se crea la Comisión Corográfica. O sea, un grupo de especialistas, que iban desde escritores hasta pintores y botánicos, cuya misión sería la de recorrer diversas zonas rurales y selváticas en pos de armar descripciones precisas que puedan servir como un elemento de conocimiento del país y también como un ardid publicitario para atraer inversores. Dirigida por el ingeniero italiano Agustín Codazzi, la Comisión Corográfica llevó adelante una tarea racional atravesada también por la mística y la aventura. Cruce que queda perfectamente expresado en el libro de Manuel Ancízar La peregrinación de Alpha (1850-1851), un trabajo de crónicas basadas en la primera expedición corográfica que retrata la geografía “humana” del centro y norte de Nueva Granada, clásico, como bien señala Cárdenas, poco visitado de la literatura colombiana decimonónica. Es a partir de estos datos reales, del libro de Ancízar y de un ejercicio imaginativo sin más, que el narrador comienza a contar las diferentes peripecias de la comisión en el recorrido de las entrañas neogranadinas, del encuentro con sus relieves y el intento por retratar (a través de descripciones o cuadros rápidamente hechos con acuarelas) las complejidades de la incipiente nación. El centro de toda esta primera parte es Henry Price, pintor inglés que formó parte de una de las expediciones y que aparece aquí perfectamente retratado (nunca mejor usado el término) entre lo europeo y lo americano, entre el catolicismo que no entiende y la fascinación por sus prácticas y, por sobre todo, su iconografía. Y es que Price, como el resto de sus compañeros, termina obsesionándose por las pinturas de un tal Pandiguando, un indio, que aparecen en las paredes de los lugares que visitan, representaciones de figuras salvíficas como la de Santa Lucía que son veneradas por los locales y que a Price le resultan mal ejecutadas. Al menos, al principio, porque el inglés comienza a preguntarse qué es lo que tiene esa pintura tan tosca y cotidiana que lleva a que las personas generen una suerte de culto a su alrededor. En Price se deposita la intriga principal de toda la novela: qué es representar algo y cómo aquello que queda por fuera de la representación es lo que alberga más peso y más misterio. Price, pintor europeo, pone en jaque todo el proyecto topográfico por esta persecución del artista “popular” y casi anónimo, el misterioso Pandiguando: se puede dibujar a esta gente, se pueden dibujar los paisajes, pero algo siempre va a quedar afuera, y eso que queda afuera quizás sea lo realmente importante.

Un cuadro de Henry Price

Luego de la segunda parte, “El jardín de los presentes”, spineatteano título a pesar suyo, que funciona a la manera de una deriva poética que aumenta el clima pesadillesco con el que cierra la aventura de Price en el primer tramo, la tercera parte retoma los viajes al interior de Nueva Granada en 1855, en una búsqueda a la manera de un western entre un “joven abogado” y el mismísimo Pandiguando, liberado de una cárcel panameña para que se sume a la Comisión Corográfica en otra de sus expediciones por su habilidad pictórica. Claro, en el primer momento de distracción, Pandiguando se fuga, y vuelve otra vez el intento por encontrar a este hombre en otra lógica persecutoria que sólo va encontrándose con las huellas del ahora llamado Tigre Negro, tal su subrenombre criminal.

Pandiguando o el Tigre Negro representa ese lugar que la Colombia en formación quiere dejar atrás: además de ser racialmente indio, por lo tanto, inferior para el consenso de la Nueva Granda —que quiere sumarse al concierto de las naciones con fuertes incentivos en el desarrollo del comercio y la explotación de recursos—, es también un artesano, alguien que pinta sin método y que es pura expresión del temple latinoamericano. Hay algo que Pandiguando puede hacer naturalmente que queda siempre sometido al silencio o a la fuga, que ni Price ni el joven abogado pueden entender.

Cárdenas logra una novela que tiene una anécdota interesante, aunque termina desbarrancándose esa construcción cuando intercala momentos ensayísticos en donde el narrador se reconoce en el presente y ve desde una mirada contemporánea los hechos del siglo XIX. Por eso es fácil encontrar el germen del liberalismo colombiano, de la lógica de explotación humana y de los recursos autóctonos en pos de llegar a tiempo al progreso: Cárdenas ve desde hoy el origen de su presente (hasta con complicados anacronismos), algo que le suma un plus ensayístico a lo que se quiere contar y que atenta contra el trabajo en su totalidad. Ese narrador-ensayista, que reflexiona a medida que la historia avanza, se permite leer en la existencia de la Comisión Corográfica el comienzo de un mundo que derivará en la Colombia del capitalismo salvaje y el tráfico de drogas, en la Colombia de maravillas de García Márquez. ¿Era necesario ese momento de opinión, sea del tipo que sea, en la historia que se cuenta? Así como el desvío de la segunda parte, muy probablemente, esos momentos fechen ostensiblemente el trabajo y terminen jugando en contra de un texto que se pregunta por el funcionamiento de la representación de Nueva Granada como pequeño ejemplo del lugar imposible de la representación de nuestro mundo por parte una máquina europea, que es la literatura o la hechura de un cuadro: por su lengua, por sus términos y por su lógica mimética. Peregrino transparente es una novela que entra en sintonía con textos de peso en la tradición local, pero que termina perdiéndose en los devaneos de un escritor que quiere decir claramente dónde está la pregunta que se hace. Cuando, a veces, la literatura se pregunta desde ese fondo de silencio que está por no estar, como lo que maravilla a los neogranadinos de los cuadros de Pandiguando. La literatura representa mejor si no dice lo que hace, y solo hace.

Imagen: Cubierta de portada de “Peregrino transparente”

FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Argentina. Por Fernando Bogado. 5 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Colombia/Juan Cárdenas.

Reinterpretando Nada, de Carmen Laforet.

La primera novela que leí de Carmen Laforet, mujer, madre, escritora y referente, fallecida hoy, 28 de febrero pero de 2004, fue Nada. 

La obra con la que ganó el premio Nadal en 1944 con sólo veintitrés años. 

Veintitrés años que, vistos con distancia, verdaderamente no son nada. Pero más allá del juego de palabras, lo cierto es que a esa edad la vida se plantea como una flor que se está abriendo, o que ya abierta bebe del rocío de la mañana como si le fuera la vida en ello, como elixir que le prometiera una juventud terrenal y eterna. Hay prisas, ansias y hambre de experiencia, de libertad que anida en el espíritu del inconformista. 

Un poco como lo fue Carmen Laforet, tan parecida, en ocasiones, a Andrea, la protagonista de la novela que nos descubre la belleza que puede esconder una ciudad —en este caso, Barcelona— decrépita y azotada por la guerra. 

Tampoco las gentes ni los familiares de Andrea ni demás personajes que la acompañan durante poco más de un año se quedan atrás. Más bien parece que quisieran estar a la altura de la ciudad. Ser una prolongación de ella, de ese —como escribe Laforet— dualismo de fuerzas, que habita en nosotros y en lo que nos rodea, constantemente enfrentadas a una lucha enconada de la que no se sabe todavía cuál de las dos saldrá viva de la pelea. 

Muchos críticos, y no tan críticos, han afirmado que el éxito de Nada reside en la descripción de una España de posguerra que ha perdido toda pureza, resplandor e inocencia; habitada por hombres y mujeres cínicos, desgraciados, cobardes, mezquinos, algo zalameros y, sobre todo, histéricos y hambrientos a los que sólo les mueve el interés, el beneficio propio a costa de los demás. 

Ese tipo de personas que defienden que el fin justifica los medios cuando no hay pan que llevarse a la boca en una casa sombría, fría, sórdida y violenta, llena de trastos, con paredes desconchadas y descoloridas, acordes al aspecto de sus inquilinos, y retratos que parecen atestiguar que antes de la guerra el futuro que se les presentaba cumpliría, con creces, las expectativas, esperanzas y anhelos que habían depositado en él casi sin querer, casi sin prever que de la noche a la mañana todo cambiaría y nada volvería a ser como lo fue ayer. 

Y, de hecho, nunca más lo sería. Y a pesar de ello, de ese ambiente cerrado y hostil que descubre y nos descubre Andrea, también hay espacios donde prevalece el orden y el concierto; la contemplación y el silencio gracias a esos mismos personajes, humanos ambiguos que quieren y no saben lo que quieren; que, como decía aquella canción, traen enredada en el alma, una vida y una tristeza. Piedra y camino es su destino, ellos, peregrinos, y, como dice Román en un momento dado, basta que te agarren los sentidos para que ya no puedas escaparte. 

Sujetos hechizantes como tantos que vemos día y noche vagabundeando libremente por las calles empedradas o asfaltadas con aspecto de hombres y mujeres normales que van por la vida como si nada les perturbase ni trastocase; que prosiguen su rumbo abstraídos, sumergidos en un ensimismamientos que no deja de intrigarnos, que nos atrae y, por eso, queremos acercarnos y presentarnos. Romper su burbuja si es necesario para entrar y formar también parte. 

Personas difíciles de tratar porque aunque se revistan de lo que no son, por mucho que intenten cambiar o parecerse a los demás, les es imposible desprenderse de su genuina personalidad. Y éste es el tipo de contienda interna que sufren, y con la que viven, Andrea, Román, Ena e incluso la madre de ésta. 

Gentes peculiares sin cura ni remedio, con visión “baci yelma” como nos hizo apreciar Landero en su particular huerto en un arrebato de espíritu quijotesco, capaces de ver el yelmo en la bacía  y la bacía en el yelmo. Y así veo y siento yo esta ópera prima de Carmen Laforet. Así debiera también verse la vida, manteniendo el equilibrio entre la realidad y la fantasía, lo trascendente y lo mundano, lo verdadero y lo imaginario. ¿Cuántos de nosotros adoptamos esa visión, o actitud, ante lo que se nos presenta?

Además del realismo post-bélico y la sensibilidad que se distingue en la novela con sobrada evidencia, si se presta la debida atención y apreciación, notará el lector que estas páginas emiten un rumor tibio de atardecer y primavera. Suenan a habanera catalana, a balada francesa de Brel, al fado que canta María la portuguesa en las tabernas donde bebe vinho amargo por un amor desgraciado. 

Y, por si fuera poco, toda la historia, de principio a fin, huele a mediterráneo, a noches de hoguera, coñac y olas de mar, pero también a tormenta y humedad que cala hasta hacerte tiritar, y saber, que lo único que puede entonarte de nuevo es contemplar el rostro del hombre que sólo duerme y descansa como debe cuando estás a su lado, y al mirarle y acariciarle lo ves sereno, tranquilo, perfecto. 

Ese rostro serio, tímido y un poco distante de quien calla por miedo a romper la magia, de quien sigue tocando para hipnotizarte y mantenerte así, durante horas, en trance, porque tú eres el auditorio que necesitaba. Esto representa para mí Nada, más allá del reconocimiento, del premio y las alabanzas que recibiera por parte de los críticos, de los expertos, de los intelectuales, de poetas y escritores de la talla de Juan Ramón Jiménez o Valle-Inclán, porque en esta novela el vencedor y vencido no es el hombre sentado al piano de Billy Joel, sino ella, la mujer sentada al piano que toca y canta como pocas al no poder reprimir aquello que le desborda y le abrasa, consciente de que —como firma su autora—, aunque todo siga, se haga gris, se arruine viviendo y pensemos que no nos queda nada… en realidad, aún nos queda y tenemos mucho por lo que seguir adelante y vivir.

Por más novelas como Nada.

Por más voces como Laforet.

Imagen de portada: Carmen Laforet

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Beatriz Eduarte. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 28 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novelas/En memoria

‘Alma in vitro’: los dilemas de la fecundación artificial en una trepidante novela de ficción especulativa, y suspense político y policial.

El malagueño Daniel Cotta firma una novela de ideas, interesante, entretenida y original. Ciencia ficción, trama policial, maquinaciones políticas y trasfondo religioso para plantear los dilemas de la fecundación artificial.

La novela de género tiene mucho de novela de tesis. En concreto, la ciencia ficción tiene mucho de novela de tesis proyectada hacia el futuro. La defensa de una posición en alguno de los debates políticos, sociales o económicos que trufan el hoy –en definitiva, debates con un fondo ético y hasta religioso evidente– es objetivo preferente del escritor de ficción especulativa, solo que esos debates y la posición a defender se presentan según la imaginación del autor barrunta que esos debates y esas posiciones se nos presentarán en el mañana. Sin embargo, la pista para proyectar la evolución que experimentará la humanidad en el futuro siempre está en el presente.

El debate que ha inspirado la especulación de la novela Alma in vitro del profesor y escritor malagueño Daniel Cotta –galardonado poeta, por más señas y entre otros, Premio Adonáis 2021– tiene que ver con la ingeniería genética y la fecundación artificial. 

Y las preguntas que plantea en el lector su argumento no pueden ser más pertinentes: de aumentar el ritmo y la normalización social de la gestación artificial de embriones, ¿dónde y en qué condiciones se almacenarán?; ¿quién se hará responsable de ellos una vez fallezcan los padres?: ¿qué será de todos aquellos embriones no reclamados y almacenados en tubos durante décadas, incluso siglos?; ¿serán considerados personas o, dado el sobrante en número y la aplicación de una lógica similar a la aplicada a los fetos en el seno materno en nuestros días se podrán eliminar a placer y manipular para fines varios?

Todas estas cuestiones irán planteándose en el marco de una sociedad futura interplanetaria –la Unión Solar– y la investigación policial liderada por nuestro protagonista, Orestes Salvatierra –cuyo nombre presenta suficientes reminiscencias mitológicas y relaciones metaliterarias con la trama como para no repasarlas aquí y caer en el spoiler–. Un caso que comienza con las pesquisas de rutina para aclarar supuestas irregularidades en la expedición de medicamentos –una investigación de derroteros insospechados a lo Richard Morgan– y termina al borde de una guerra a escala cósmica –en un desarrollo típico de la pareja de escritores James S. A. Corey–.

Entremedias, el tráfico de las ciudades siderales, el frenético ritmo de los viales subterráneos, y el caos de aeronaves y drones. Todo ello cabe esperarlo de una novela de ciencia ficción. Esta, sin embargo, no apuesta todo al ingenio tecnológico, con apenas uno o dos cachivaches interesantes. 

El más memorable, el «marsupio», útero artificial de alta inteligencia para criar a los bebés a partir de las doce semanas, conectados vía app con la madre –muy similar a los prototipos de Ecto Life que han circulado recientemente por redes sociales–, y que se prefiere, y en algunos casos resulta obligatoria, al embarazo natural –una preferencia futura nada sorprendente a estas alturas dada nuestra cada vez más escasa catadura moral–.

Son más bien las ideas que se ponen en juego, las maquinaciones políticas de alto nivel y los giros inesperados que introducen, y una narración tremendamente dialógica y en una primera persona que recuerda el frenesí aventurero y «trans crepuscular» de Emilio Bueso –aunque con el tono lírico del poeta que es Cotta– los puntos fuertes de esta novela. 

El «reajuste gestacional», o la figura de la «madre virgen» son ideas que dan pie a un desarrollo narrativo que cabe calificar de original. También el componente religioso de la «Ligazón», una extraña fe interestelar que irá ganando protagonismo y sentido conforme avance la historia.

Imagen de portada:«Alma in vitro» de Daniel CottaHomo Legens

FUENTE RESPONSABLE: El Debate. España. Por Fernando Bonete. 18 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Ficción/Daniel Cotta/Controversial.

Anne Berest: «Uno no se puede convertir al judaísmo, es una pertenencia heredada al nacer».

La escritora francesa analiza el éxito de su última novela, ‘La postal’, una investigación sobre sus familiares que fueron deportados a Auschwitz.

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A veces basta que prenda una cerilla para que despierte en el cerebro una ardiente imaginación. Anne Berest (París, 1979) volvió a España hace unos días, esta vez para presenciar Las Noches de la Lectura, una semana de encuentros literarios y cinematográficos organizados por el Instituto Francés de Madrid, para hablarnos y leernos, emotivos pasajes, de su última novela La postal (Lumen). Obra editada a finales de agosto, va ya, en España, por la cuarta edición. En Francia obtuvo el Premio Renaudot de los Estudiantes, Premio Goncourt versión americana, Grand Premio de las lectoras de la Revista Elle.

Pregunta. ¿Se imaginaba usted un éxito semejante?

Respuesta. ¡Para nada! Fue absolutamente inesperado. Recuerdo que mi madre (otra vez mi madre —dice riéndose—, está en todas partes ya que también es el personaje principal del libro) me dijo antes de que saliera La postal: «Sabes, hija mía, la gente está harta de escuchar todas estas historias… sobre la guerra… sobre el destino de los judíos… así que si tu libro no se vende, no te entristezcas, no es que sea malo, es que la gente quiere que le hablen de otras cosas…».

»El éxito es algo misterioso. No se sabe nunca cómo ocurre, por qué, de repente, un libro encuentra a sus lectores. Es el enigma de la creación. En Francia fuimos muy prudentes al principio. La novela era muy larga y el tema del Holocausto, más que difícil. Sacamos una primera edición de 10.000 ejemplares, pensando que estaríamos más que dichosos si los vendiésemos todos. Hoy en día, en este preciso momento en el que le hablo, llevamos vendidos 300.000 ejemplares en Francia. ¡En ningún momento pudimos sospechar tal acogida!

La postal parte de dos precisos momentos en la vida de la autora. El primero, en enero de 2003. Una mañana de invierno, Anne y su madre Léila recibieron en el buzón del jardín de su casa familiar una postal anónima, en la que se habían escrito los nombres de Ephraïm, Emma, Noémie y Jacques, nombres de sus abuelos maternos y sus tíos, deportados y asesinados en Auschwitz, en 1942. La postal creó cierta conmoción en la familia, pero se guardó bien cerrada en un cajón hasta que, quince años más tarde, un niño en el colegio llamó a su hija de seis años judía. En ese instante, Anne Berest conectó los dos momentos. Si su hija no había apenas oído hablar del judaísmo, si ella no sabía nada de aquellos antepasados que en 2003 llamaron a su puerta… sintió que debía escribir sobre esa historia.

«Siempre hay algo de universal en cada destino particular»

P. ¿Tuvo usted la impresión de que la postal le venía dirigida a usted personalmente?

R. Vaya… nunca lo había pensado de esa manera. Pero sí, tiene razón. Cuando recibimos esa postal, nos asustamos. El segundo punto de partida fue exactamente el qué recuerda. Mi hija se le contó a mi madre en casa y mi madre me lo dijo a mí. En el patio de recreo alguien le había dicho: «No nos gustan los judíos en la escuela». Una frase que inmediatamente me dio ganas de ir en busca del autor de la postal. Al final de mi investigación, cuatro años más tarde, entendí, como usted dice, que esa postal me había sido dirigida a mí.

P. En su anterior novela, Gabriëlle (2017), escrita junto a su hermana Claire, también recreaba la vida de uno de sus antepasados, su bisabuela Gabriëlle Buffet Picabia, escritora, crítico de arte y casada con el pintor surrealista español Francis Picabia.

R. Efectivamente, mi familia es una fuente indudable de inspiración para mis libros, e incluso diría que gracias a ella encontré mi país como escritora. El país en el que habito para escribir. Me gusta interrogar el pasado para entender cómo sigue viviendo en el presente, cómo vive en nosotros mismos. Busco esta vibración en mi trabajo. Y, en general, encuentro el pasado más misterioso que el futuro… Unos días antes del lanzamiento del libro, mi madre, que es muy divertida, me dijo: «Hija mía, ¿cómo quieres que la gente se interese por nuestra familia?». Le respondí que nuestra historia podía interesar a otras personas, porque siempre hay algo de universal en cada destino particular.

P. Estos últimos tiempos hemos visto novelas, ensayos, como el de Ivon Jablonka, Historia de los abuelos que nunca tuve (Anagrama, 2022), o el de Daniel Mendelsohn, Los hundidos (Planeta, 2019) que relatan el destino de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En La postal, usted da un paso más, mezcla tiempos y documentos, a la vez que interroga su pasado, trata de explicar su presente. ¿Cuándo y por qué surgió ese deseo de investigar sobre sus orígenes familiares?

R. Creo que, sea cual sea nuestra historia personal, todos necesitamos dibujar nuestro árbol genealógico en algún momento de nuestra vida. Ya sea cuando eres padre por primera vez, ya sea cuando te enfrentas a un problema personal, o cuando te jubilas… algo en ti despierta y te preguntas: ¿quiénes fueron mis antepasados? En mi opinión, esa sed de conocimiento no es exclusiva a los descendientes de los supervivientes. En cambio, lo que sí nos caracteriza es que, en nuestras familias, las huellas han desaparecido. El pasado se borró. Se aniquiló. El trabajo de investigación es por lo tanto complicado, difícil. Pide que investiguemos situaciones que son, muchas veces, novelescas. Y luego viene la necesidad de transmisión.

P. Ha comentado que las huellas borradas son difíciles de descubrir. Los supervivientes, Myriam en su familia, hermana e hija de los cuatro fallecidos en 1942, tampoco pueden hablar por el profundo dolor. ¿Cómo consiguió llevar a cabo una investigación tan minuciosa rodeada de tanto silencio?

R. En efecto, mi madre creció con una madre que nunca quiso hablar con ella sobre los años de la guerra. Mi abuela Myriam nunca nombró a Rusia, ni habló de su familia. No creo que volviera a pronunciar los nombres de su hermano y su hermana después de que murieran. Fue terrible para mi madre Lélia. Un verdadero trauma. Ella no sabía de dónde venía. Sobre todo, porque su padre se había suicidado cuando tenía cuatro años. Así que había agujeros por todas partes en el rompecabezas de sus orígenes.

»Un día decidió investigar su árbol genealógico para transmitírselo a sus hijas. Es gracias a su investigación que pude escribir La postal y, por eso, siempre agradezco a mi madre en las entrevistas y cuando recibo premios: el éxito del libro también le pertenece a ella. Luego, por supuesto, tuve que investigar mucho por mi cuenta para completar la de mi madre y escribir el libro. Fue un trabajo arduo. He leído más de cien libros, sin contar los documentales que he visto. Trabajé incansablemente durante cuatro años.

»Pero, para volver a su pregunta sobre el silencio, es común a toda una generación. En Francia, después de la guerra, nadie quería hablar de lo que había pasado. En todas las familias francesas se instaló ese silencio y, claro, todas las generaciones posteriores han sufrido por ello. Quiero decir: no solo las familias judías. Todas las familias francesas han experimentado este fenómeno.

«Encuentro el pasado más misterioso que el futuro»

P. Por eso divide usted su novela en dos partes. Dedica la primera a narrar la vida de sus ancestros y cómo, naciendo en Rusia, acabaron en Francia, después de largas estancias en Polonia y Palestina. En la segunda parte se centra casi exclusivamente en la actualidad y en su investigación. ¿Esa perfecta construcción de la novela fue accidental?

R. En absoluto. De hecho, es el libro más difícil que he escrito. Me costó mucho tiempo darme cuenta de cómo hacer que las historias del pasado (el libro comienza en 1919 en Rusia, con el nacimiento de mi abuela y termina en 2019, cuando encuentro la solución al acertijo) coincidieran con las historias del presente. 

Igual que la división del libro en capítulos. ¡Y, luego, hay que decir que borré 250 páginas del libro! Es mucho. Me llevó tiempo y trabajo saber cómo equilibrar cada parte. Para mí, en realidad, la novela contiene tres libros: una saga familiar, que cuenta el destino de la familia Rabinovitch a lo largo de varias generaciones; una investigación, como en las novelas policiacas; y una novela iniciática muy personal en la que relato mi íntima relación con el judaísmo.

P. Cuando arranca su investigación, el lector ya conoce a los personajes, esa familia que va y viene buscando su lugar en el mundo y dónde echar raíces. Sin embargo, diría que, entre esas dos partes, el lector descubre un hilo conductor que trata de elucidar qué significa ser judío, sobre todo, cuando, como en su caso, no depende de la religión.

R. ¿Qué significa ser judío en la vida laica? Es la pregunta que me hago y que trato de responder. 

Sabe, hay algo muy particular en el judaísmo que hace que uno «nace» judío, por la madre. Uno no puede convertirse al judaísmo, es una pertenencia a un pueblo que heredas al nacer. 

Como en las novelas de iniciación, mi personaje descubrirá la cultura judía a través de importantes ritos: por ejemplo, está esa cena de Pesaj, que aparece varias veces en la novela y que puntúa la narración a lo largo de cien años. 

Mi personaje no experimenta un retorno a lo religioso -no soy ni creyente ni practicante- sino un retorno a lo cultural. También trabajo sobre sueños, traumas, angustias, neurosis, pesadillas, que son específicos de descendientes de supervivientes.

»Si le parece bien, le voy a contestar a la pregunta con una broma judía: «¿Qué es ser judío? Es pasarse la vida preguntándose: ¿qué es ser judío?». 

Me encanta esta definición, a través del cuestionamiento. Siendo la noción de «pregunta» uno de los fundamentos del pensamiento judío para el cual es más importante saber hacer las preguntas correctas que saberlas responder.

Imagen de portada: Anne Berest (cedida por la editorial Lumen)

FUENTE RESPONSABLE: El Español. El Cultural. Por Jacinta Cremades. 11 de febrero 2023

Sociedad y Cultura/Judaísmo/Holocausto/Literatura/Novela/Entrevista.

Proust y la libertad de leer.

En 1905 Marcel Proust publica un texto fundamental en su obra titulado Sobre la lectura

El escritor se encontraba en un momento crucial, pues había experimentado la frustración de abandonar su novela Jean Santeuil y acababa de enfrentarse a la dura misión de traducir a John Ruskin, cuyo pensamiento estético tanto admiraba. Sobre la lectura se pensó inicialmente como una prólogo a la traducción que Proust hizo de La rosa y los lirios

Este ya se había dado cuenta de que disentía con su maestro en aspectos esenciales acerca del valor que se debía otorgar al trato con los libros y acabó formulando una idea propia, original, suya únicamente. 

Sobre la lectura dejó muy pronto de ser considerado un mero prólogo y fue publicado más tarde como un texto único, independiente, señal de la importancia que Proust le concedía. 

Asistimos aquí a algo comparable con el nacimiento de una galaxia, el anuncio de un estallido creador como nunca visto. En efecto, se anticipan ya, con claridad, los elementos contemplativos y toda la introspección característica de Por el camino de Swann, la primera novela de la serie que conformará En busca del tiempo perdido.

Al contrario que la conocida opinión de Ruskin, Proust no cree que las lecturas sean diálogos entre el lector y un respetado autor, a no ser que se quiera convertir a los libros en ídolos materiales a los que venerar desde un culto vacío y enfermizo, de superstición libresca. Dialogar con un texto es imposible. 

El hecho en sí de la lectura es un acto solitario y celebrado en el más estricto silencio. Es el propio lector quien debe despertar a la vida espiritual por sus propios medios. Ciertamente cualquiera puede verse estimulado, y hasta exaltado, por una lectura, pero la lectura por sí misma no es a lo que aspira el espíritu en busca de la verdad.

Es muy bello ver cómo despunta el genio creador de un autor cuando por encima de la cotidianidad sobresale algún pasaje que nos asombra y nos paraliza, que nos obliga a contemplarlo. 

Pero pensar que la lectura de un libro pueda llevarnos a la verdad que otro ha preparado, sería para Proust como retirar un tarro de miel elaborada por manos ajenas y recogida en montañas lejanas de las estanterías de una tienda, es decir, nos robaríamos a nosotros mismos la dicha de haber aprendido a recolectarla de los panales. 

De esta forma rebajamos el acto de la lectura a una especie de bibliomanía patológica que nos impediría pensar por nosotros mismos compilando opiniones ajenas. ¡Extraña verdad, tan semejante al engaño, aquella a la que se accede simplemente mediante el acto de comprar y leer un libro!

Un verdadero acto espiritual no puede más que proceder de las inagotables reservas del ser, de nuestro mismo interior, de las profundidades del recuerdo, de las impresiones ante el arte, ante la naturaleza, de las sensaciones involuntarias e inmediatas que experimentamos en nuestro trato diario con la gente y que se prolongan en una cadena de años que se extienden desde la niñez, desde nuestros primeros momentos de consciencia. 

La confianza en la lectura, en la doctrina recibida, la confianza ciega en que la verdad sea accesible con el cumplimiento de unas simples instrucciones, constituye una renuncia a la propia libertad y las capacidades genuinas y propias del alma humana.

Nuestra sabiduría empieza donde termina el autor que estamos leyendo y aquello que llamamos “conclusiones” en un libro, deberíamos calificarlo de “incitaciones”, porque para Proust el propósito de una obra artística hecha para un alma libre no es ofrecer ni seguridades ni respuestas, sino que que debe estimular, debe incitar. 

La alta vida espiritual no se recibe de nadie, debemos forjarla nosotros. Proust es contundente y enérgico: la verdad no cabe en un cuaderno.

Imagen de portada: Marcelo Proust

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por José Antonio Molina Gómez. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 9 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/El placer de la lectura/ Significado Espiritual/Marcel Proust

Nosotros tendríamos que estar agradecidos por ser vascos.

Fernando Aramburu ha dejado de escribir obras maestras y ha vuelto a escribir novelas nuevas. Después de Patria, de aquella apoteosis editorial, Tusquets Editores presentó Los vencejos como “la nueva obra maestra de Fernando Aramburu”, reclamo que a cualquiera que conserve un resquicio de pudor sólo podía ponerle los pelos de punta. 

Escribir obras maestras es empezar por el final, saltándose de hecho la lectura de toda esa gente que, a lo largo de no poco tiempo, concluye que un libro es realmente perdurable y cimero y, por tanto, a lo mejor una obra maestra.

Los vencejos no será, porque no lo era, una obra maestra dentro de diez años, y es de mucha utilidad retener firmas de todas esas reseñas que cosechó la obra para anotar, con letra clara, qué críticos no saben nada de literatura o, lo que es peor, de probidad intelectual. Casi ninguno, amigos.

Ahora llega Hijos de la fábula, y la editorial nos dice con humildad incoherente (¿es peor ya mismo Hijos de la fábula que Los vencejos, obra maestra?) que se trata sin más de “la nueva y esperada novela de Fernando Aramburu”. Como era previsible, la nueva novela del autor es mucho mejor que la anterior obra maestra del autor.

Hijos de la fábula vuelve a ETA, lo que tiene en principio algún peligro. Aramburu dijo en entrevistas que no se iba a pasar la vida escribiendo sobre ETA, aunque eso le sugiriera el gran dinero ganado con Patria. Ahora, con otra novela sobre ETA, alguno podría pensar que la probatura vencejil no salió como se esperaba, y el escritor ha decidido acogerse a sagrado, o sea, al territorio reconocible e indiviso.

No es así, como comprobará enseguida el lector si pasa de la página 30 o 40 de la novela. De hecho, Aramburu haría bien en decir lo que yo diría: que en rigor esta no es una novela sobre ETA, sino una ficción con ETA al margen, en sordina, como punto de partida de una fábula de mayor aliento. Si Aramburu me pasara sus manuscritos (debería), le habría dicho yo otra cosa más: ¿y si quitamos ETA?

Porque si quitamos ETA la novela gana, se expande y subraya su generalización orwelliana. Tenemos, sin más, a dos hombres que se inscriben en una organización criminal justo cuando ésta declara un alto el fuego y, en fin, deja de matar y de hacer el tonto. 

Este argumento es fantástico, recuerda a la historia real de esos soldados japoneses perdidos en la selva que seguían en la II Guerra Mundial llegado 1957. 

La felicidad fabuladora de Aramburu continúa cuando, lejos de añadir ideas nuevas a su idea liminar, la estira e intensifica, al punto de tocar los techos de una narrativa, diríamos, beckettiana (Esperando a Godot, lógicamente). Es mucho más interesante ver a dos hombres esperar a ETA que hacerse etarras. 

Sus dudas sobre si serán adiestrados, y cuándo, y cuándo entrarán en acción, y qué se sentirá en acción (matando por Euskadi) son la novela en sí, y con eso basta y no hacen falta más jeribeques.

Su espera, la de estos dos muchachotes, se pena en una granja en el sur de Francia, y quizá por ahí empecé a ver a Orwell por todos lados, y a pensar que, si en vez de decir ETA decimos “la organización”, la novela ganaría fondo en su inconcreción, del mismo modo que Rebelión en la granja parecía ser al mismo tiempo una crítica tanto al estalinismo como al fascismo, siendo que se inspiraba sobre todo en el primero.

Hijos de la fábula progresa, al fin, con una nueva idea muy adecuada, pues retroalimenta la idea seminal: ¿y si fundamos nosotros mismos ETA de nuevo? 

Así, todo el libro es una gran elucubración sobre ser terrorista, ser idiota, tener ideales y pensar que esos ideales son tan sensatos que se puede ir por ahí matando a la gente. Vale lo mismo para ETA que para ser de Podemos.

El tono de la escritura es humorístico, de gran sátira de estos hombres encapuchados que nos daban miedo desde todos los telediarios. Los aspirantes son ridículos, ingenuos, patéticos. Sus acciones tentativas, infantiles. Su periplo en general, picaresco. 

Después de sonar a relato real (los japoneses), y de merodear lo beckettiano, la fábula que podría haber sido más orwelliana si Aramburu me pasara sus manuscritos acaba en un largo periodo narrativo con raíces en el único género literario español existente: la picaresca. 

Así, los muchachos pasan hambre, cambian de dueño, sufren todo tipo de penalidades yendo de un lado a otro sin dinero y con frío, y viven grandes aventuras en el puro subsistir, en el simple dormir y en el más simple reunir algunas monedas para mañana. La picaresca es hambre, y que llueve.

Si una novela te dispara las referencias, bastante buena es.

Con todo, y sin que sea una objeción, el libro me ha parecido en muchos tramos muy inspirado en los de Santiago Lorenzo. Es la frase corta, como vende y señala de hecho la propia editorial (“escrita con frases cuya brevedad son un auténtico virtuosismo”), una de las apuestas estéticas de la obra, y esa frase corta abreva en léxico antiguo y popular, y gira hacia el humor y la patochada, sonando, como digo, bastante a Los asquerosos. 

Por ejemplo: “Tan mal, tan mal no se estaba en la granja. Lo peor, el aburrimiento y que te aplatanas”. O esas formas falsamente coloquiales (y, por ello, creativas y de mérito) de hablar del alcohol: “Y ya el olor proclamaba su mucho vino interior”. Y un poco de conceptismo quevedesco: “Bromeaban, discutidores. Discutían, bromistas”.

Citar ETA, al cabo, sirve al menos para que Aramburu se ría de sí mismo al hablar de “escritores y periodistas con muy malas entrañas. Venden montones de libros. 

Les colman de premios”, y para burlarse también del mito musculado vasco: “Qué manera de remar. En medio del cauce, esa furia, esa potencia de las paladas, esos brazos vascos”. Esto último me ha hecho mucha gracia. Luego se dice: “Nosotros tendríamos que estar agradecidos por ser vascos”.

Hijos de la fábula es una novela excelente, menor como tantas obras maestras, que no todo va a ser el Gran Tema y 700 páginas. A veces es mejor un temita simpático y hacer las cosas bien.

Imagen: Cubierta de portada de “Hijos de la Fábula”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Alberto Olmos. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 13 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Fernando Aramburu

La cordobesa Rosario Villajos gana el Biblioteca Breve 2023 con una novela sobre el consentimiento.

DOTADO CON 30.000 EUROS

En ‘La educación física’ (Seix Barral) explora el cuerpo femenino y sus violencias a través de la historia de una adolescente de los años noventa.

La escritora cordobesa Rosario Villajos (1978) ha sido la ganadora del premio Biblioteca Breve 2023 con la novela La educación física (Seix Barral) en la que ahonda en el cuerpo femenino y sus violencias a través de la historia de una adolescente. El premio está dotado con 30.000 euros. 

El jurado ha destacado que es «una voz narrativa que explora su identidad a través del cuerpo y recoge el sentir de una generación y lo convierte en una experiencia única y universal». 

La novela se publica (no es casual) el 8 de marzo. Isaac Rosa, ganador del año pasado, ha señalado que es una novela «que va madurando a medida que la vamos leyendo». 

Madura Catalina, la protagonista de 16 años, pero también la propia historia. «Va ganando en calidad», ha refrendado. «Y luego, la forma en la que irrumpe. Está ambientada en los noventa, pero nos está hablando de hoy y de temas como el consentimiento, que a todos nos sonará», ha añadido.

«Está ambientada en los noventa, pero nos está hablando de hoy y de temas como el consentimiento, que a todos nos sonará»

La librera Pilar Eusemio, miembro del jurado, también ha recordado el tema de los silencios y de la culpa en relación al cuerpo y el deseo femenino. 

Y ha querido recordar cómo en los años noventa había cuestiones relacionadas con estos temas que hoy ya no pasarían el filtro (pero de los cuales tampoco había muchas personas con las que hablarlos).

La editora Elena Ramírez se ha mostrado más precisa con respecto a la historia: «Es una novela de suspense: narra las cuatro horas en las que una chica hace autostop y no sabemos si va a salir sana y salva y va a llegar a casa». Y ha comparado a la protagonista con la Andrea, de Nada, de Carmen Laforet.

Portada de 'La educación física'

Portada de ‘La educación física’

Y con su acento andaluz, que reivindica, Villajos ha salido al atril para hablar de su libro. 

Emocionada, ha manifestado que «la escritura es mi casa, mi paz, sosiego, mi forma de reír y llorar cuando no me sale. La novela podría haberse titulado rencor por haber tardado tanto para escribir con honestidad, pero primero hay que darse cuenta de por qué no lo ha sido». 

Ha abundado que para ella, «la escritura es una forma de gritar, encontrarme, reconocerme. No soy Catalina, pero toda historia parte de un sentimiento autobiográfico, así que he salido más ligera de este libro». 

La ganadora ha querido insistir en que es una novela dedicada a todas esas mujeres «que tendrían mi edad si no las hubieran hecho desvanecerse. Esta es la historia de una chica que se niega a desaparecer». 

Sobre la temática del consentimiento, la autora ha querido señalar que lo que pretendía era «explicar de dónde venimos y por eso lo he situado en los noventa. Si me dicen que es oportunista, pues yo he escrito lo que quería escribir. Que me lo digan». Y ha hecho referencia al debate que hay con leyes como la ley del sí es sí. «Lo que hemos avanzado hasta ahora es que se premian libros como este. Nada más. 

Acerca del título, más que la referencia a La educación sentimental de Flaubert ha señalado que falta educación con respecto al cuerpo y el deseo de las mujeres: «Yo sigo viendo muchos grafitis fálicos, pero muy pocos de vulvas». 

Es una novela sobre «esas mujeres que tendrían mi edad si no las hubieran hecho desvanecerse» 

Villajos, desconocida para el gran público, tiene, sin embargo, una pequeña obra muy aclamada ya por la crítica. 

Su última novela, La muela (Aristas Martínez), la historia de una emigrante española en Londres -como lo fue ella misma- fue descrita como perturbadora y llena de un humor negrísimo e ingenioso (Nadal Suau); al igual que Ramona, sobre la infancia y paso a la adolescencia de la generación que ronda los 40-45 años y que tiene una de las mejores definiciones de un orgasmo poderoso: «Era como si Dios le suplicara a Camarón que te cantara La leyenda del tiempo sobre el clítoris”. Villajos, además, es una conocida ilustradora (de sus propias portadas) en el mundo de la ilustración por los dibujos que hace con los pelos en la ducha.

Imagen de portada: La escritora Rosario Villajos (José Martín)

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Paula Corroto. Barcelona; España. 6 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Mujeres/Premio Biblioteca Breve 2023/España.

Magda Tagtachian editó Artsaj, su nueva novela de “geopolítica romántica”

La autora dijo que escribe “historias de amor con lo que está en los diarios”. En la tercera entrega de la trilogía centrada en Alma Parsehyan, la protagonista aborda la invasión de la república que da nombre a la trama por tropas de Azerbaiyán en 2020. «Es un viaje emocional, espiritual, con mucha documentación», afirmó

Artsaj es una república independiente y autónoma con población históricamente armenia, ubicada en el Cáucaso Sur, en el límite entre Armenia y Azerbaiyán. El territorio fue invadido por esta segunda nación en 2020.

Artsaj es el título de la nueva novela de Magda Tagtachian publicada por Plaza & Janés. En la trama, la autora reúne a Alma Parsehyan y a su prima Nané en una nueva búsqueda del amor iniciada en 2020 con Alma Armenia, primera novela de la trilogía, y continuada por Rojava.

Si en las dos primeras los escenarios son Armenia y el enclave de mujeres milicianas en el norte de Siria, respectivamente, en Artsaj los es el territorio fronterizo entre Armenia y Azerbaiyán. En ese marco del conflicto bélico, Tagtachian despliega la historia de amor de sus protagonistas, la de fraternidad de dos primas y la lucha de los personajes por sanar sus heridas y reconciliarse con su pasado.

La también periodista –trabajó en la Editorial Atlántida y el diario Clarín–, define a sus novelas como “geopolítica romántica”. 

“Es un viaje emocional, espiritual, con mucha documentación. Tienen mucha investigación. Hay una historia de amo. y una historia geopolítica con datos y con actualidad”, dijo Tagtachian, quien recientemente adoptó la ciudadanía armenia, a Télam.

“Es una historia romántica pero con actualidad. Para mí es geopolítica romántica, que no sé si existe porque yo estoy haciendo ficción e historias de amor con lo que está en los diarios. Esta novela tiene los hechos que ocurrieron en 2020, entonces trabajé mucho sobre la actualidad”, añadió.

Y abundó: “Yo no voy al pasado, a la historia para contar un romance, como hacen otras colegas. Yo cuento una guerra que sucedió en 2020, donde también la pandemia está presente, donde el contexto está presente. E. 9 de noviembre de 2020 se firmó el acuerdo tripartito entr. Rusia, Azerbaiyán y Armenia, y yo me senté a escribir”.

La periodista y escritora Magda Tagtachian (Instagram)

La autora –nieta de sobrevivientes del genocidio armenio– explicó que siguió a través de amigos y colegas el conflicto en Artsaj y que eso la empujó a escribir.

“No podía bajar el horror al papel. Era un bollo de nervios y angustia. No encontraba el hilo para la trama ni para los personajes”, dijo en la entrevista publicada por la agencia de noticias este noviembre.

Al ser consultada sobre la continuidad del personaje de Alma –ya en una trilogía–, Tagtachian indicó que “primero supe qué quería contar Artsaj. Primero fue el tema periodístico y después pensé cómo retomar los temas abiertos. Yo uso a mis personajes para contar la actualidad, la primera plana del diario. Sabía que le debía un futuro, una vida a Alma, y conversando con una amiga se me ocurrió que la iba a llevar a Turquía”.

“Yo dialogo con Alma. Ella fue tomando fuerza desde mi primera novela y fue creciendo adentro mío. No me animaba a decir que era mi alter ego, pero es así. Alma creció y también Magda creció. Entonces, sí es sanador aunque no sé si se pueden sanar las heridas de una guerra, de un genocidio que Turquía no reconoce y que sigue perpetrando al día de hoy”, cerró la autora.

Artsaj se publicó el último octubre a través del sello Plaza & Janés

Imagen de portada: “Artsaj” (Plaza & Janés) es una travesía hacia una tierra en lucha para sanar las heridas y encontrar el amor.

FUENTE RESPONSABLE: Rosario 3. 14 de noviembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Entrevista.

 

 

 

El pasajero / Stella Maris, de Cormac McCarthy

Dieciséis años después de La carretera, uno pensaría que tras el apocalipsis todo había terminado, pero no. Cormac McCarthy ha decidido sorprendernos a sus 89 años con una nueva obra, consistente en una novela y una suerte de anexo que llegan publicadas juntas a las librerías para gozo de sus lectores habituales.

El pasajero, la obra principal, nos relata la vida de Bobby y Alicia Western. Bobby, el protagonista principal, es uno de esos hijos de la bomba atómica que, tras estudiar física como su padre, decide que si “no se puede explicar lo inexplicable”, es mejor buscar su lugar en otra parte, y termina trabajando como buzo de salvamento implicado en la exploración de un avión sumergido en el que falta uno de los pasajeros. 

Esto aquí relatado suena, en la prosa de McCarthy, mucho más contundente, menos apresurado, más certero. Como también lo hacen las cartas de Alicia que Bobby lee. Mientras, el lector sigue pensando en el avión del que nada parece saberse, en el pasajero desaparecido, en quien parece perseguir a Bobby ahora, y se pregunta si va a comenzar en algún momento una trama vertiginosa olvidando que McCarthy nunca se ha dejado llevar por las modas.

Bobby es el encargado en este caso de poner freno a el espejismo del lector mediante charlas de bar, ese fenómeno cada vez mas extendido en la literatura contemporánea por el que los personajes de las novelas charlan sobre sus intereses deslizando a buen seguro mas de una reflexión compartidas con su creador. 

Un fenómeno que tiene su contrapunto en Stella Maris, al tratarse en este caso de las conversaciones de Alice con un psiquiatra, novelando un estilo que ya habíamos visto sus lectores en The Sunset Limited y que en esta ocasión muestra cómo Alice va cayendo en el abismo que la lleva a un final que el autor ya nos ha anticipado. Y frente a la física y la racionalidad sin respuestas de Bobby tenemos a Alice y sus visitas, su concepción. 

Dos polos opuestos, o tal vez un complemento, salvo que se habla de locura dejando que el lector decida su versión del mundo como ya hiciera en la citada obra de teatro. Llegados a este punto, el lector comparte el tabú de los protagonistas y no une sus versiones. Es imposible. Estamos atrapados, igual que los pasajeros de la escena del avión que abre el libro, ese en el que recordamos que faltaba un pasajero, la escena que hablaba de oscuridad e incertidumbre. Como si hubiera sido una magistral puesta en escena.

El pasajero y Stella Maris son dos novelas que se complementan de esa forma en que lo hacen los hermanos, nada obvia, nada sutil, pero necesaria. Y es que McCarthy presentó el problema en la primera parte, el lector ya fue consciente de la inestabilidad mental de Alice, y nos deja en la segunda su resolución. Parece que algunas cosas sí las sabe concluir, pero, claro, lo hace a su manera. Otras nos las deja a los lectores, nos presenta las versiones y no se pronuncia, es cosa nuestra.

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Autor: Cormac McCarthy. Traductor: Luis Murillo Fort. Título: El pasajero / Stella Maris. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “El Pasajero-Stella Maris”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por SILVIA@MIENTRASLEOS. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 11 de noviembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa/Novela.