Este año se cumplirá la primera centuria desde la edición del libro que inauguró la carrera literaria de Borges. Y decimos “la primera centuria” porque habrá innumerables. Tal suerte corren los clásicos.
Se trata de “Fervor de Buenos Aires”. Con este poemario comenzaba la trayectoria de quien fue, sin dudas, nuestro mejor escritor. El más culto, más perfecto y más universal.
Si bien brilló especialmente en el género de la narrativa -tanto en cuento como en producciones ensayísticas- su poesía, menos popular, es incluso más reveladora. Porque quita el velo sobre una especie de aleph de toda su obra.
El punto de densidad mayor, que reúne todo el potencial de su pensamiento, tradición y estética. Si esto es atribuible a la actividad poética, en general, los poemas de este primer libro constituyen el núcleo mismo de la escritura, como si se tratara de una muestra de protones y neutrones única e irrepetible, destinada a anticipar la totalidad de los frutos de una vida. La célula de la que habría de surgir todo lo venidero.
Es que allí, en esos poemas más antiguos no sólo están las simientes de lo posterior. Se enuncian, aunque “in nuce”, en germen, todas las ideas, los temas, el imaginario, los tópicos obsesivos, los leit motives, las palabras favoritas, los silencios preferidos, las dudas y las incertezas. El mismo Borges lo advierte en su propio prólogo de 1969:
“… he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente ¿qué significa esencialmente?- el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos de Schopehauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, ‘Fervor de Buenos Aires’ prefigura todo lo que haría después.”
Distancia
Hagamos historia: En 1923 vio la luz el conjunto de poemas que el autor tituló “Fervor de Buenos Aires”. Corrían para él esos tiempos de recuperación del paisaje porteño después de larga ausencia de su ciudad natal. Es que durante años estuvo radicado en distintas ciudades europeas.
“Al cabo de los años del destierro volví a la casa de mi infancia y todavía me es ajeno su ámbito.”
Sin embargo la re-apropiación fue para su proceso interior un simple cavar en la propia raigambre.
“… sentí Buenos Aires. Esta ciudad que yo creí mi pasado es mi porvenir, mi presente; los años que he vivido en Europa son ilusorios, yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.”
Algunos críticos suelen sostener que la literatura, como otras artes, es un arma compensatoria. Especialmente hace presente aquello que permanece ausente. Un amor perdido, una vida fugada, el oro de una Edad perdida, la perfección de un sitio del que uno fue expulsado..
Aquí, según reza “Arrabales”, la voz poética confiesa haber creído que Buenos Aires era su pasado, la ciudad perdida.
En algún momento Borges debió sentirlo así, pero pronto se produce la recuperación que implica comprender que esa ciudad no es un sitio simplemente, sino una perspectiva desde donde se viven las cosas, desde donde se las piensa y siente. Porque Buenos Aires es, para el poeta del ’23 “mi porvenir, mi presente”. No obstante, sólo en la medida en que la distancia genera una sensación de pérdida, aunque sea efímera, es que ocurre la recuperación. Por aquello de que no es posible sopesar una cultura mientras se está inserto en ella. Es precisa cierta distancia para valorarla, y un referente cultural diverso con que compararla.
Raigambre
Lo cierto es que el texto recorre, como si de una caminata se tratara, los barrios bajos, los arrabales, los suburbios crecientemente inhóspitos a medida que todo se vuelve llanura. Y es allí donde cree encontrar el autor lo esencialmente identitario, el adn argentino, lo que esencialmente somos.
“Hacia el Oeste, el Norte y el Sur se han desplegado -y son también la patria- las calles; ojalá en los versos que trazo estén esas banderas.”
La indagación es personal, pero también describe la relación del poeta individuo con la sociedad de raigambre, el profundo ethos que incluye lo que se es pero también registra la entidad que han aportado todos los antepasados.
Ciegamente reclama duración el alma arbitraria cuando la tiene asegurada en vidas ajenas, cuando tú mismo eres el espejo y la réplica de quienes no alcanzaron tu tiempo y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.
Pensamiento
Por extensión, la ciudad es imagen de una visión y un sentir. Cuando en el prólogo se menciona a Schopenhauer, se introduce otro de los planteos que ya presagia un tema recurrente en la obra general de Borges. Consiste en observar la ciudad tomando como punto de partida el idealismo del filósofo que concibe toda realidad como un producto surgido de la conciencia subjetiva de un hombre. Claro, en este caso, será de una comunidad.
Nosotros tenemos para nuestras Pampas a la diuca a quien el gran Edgar Morisoli agradecía el prodigio de la aurora. “La diuca no canta porque esté por amanecer. Canta para que amanezca.”
Para Borges pervive la duda: ¿es la conciencia del hombre la verdadera creadora? ¿Es ella quien da existencia real tanto a la ciudad, como al alba?
Evoquemos aquí la Creación, su Creación de Buenos Aires:
“Curioso de la sombra y acobardado por la amenaza del alba reviví la tremenda conjetura de Schopenhauer y de Berkeley que declara que el mundo es una actividad de la mente, un sueño de las almas, sin base ni propósito ni volumen. Y ya que las ideas no son eternas como el mármol sino inmortales como un bosque o un río, la doctrina anterior asumió otra forma en el alba y la superstición de esa hora cuando la luz como una enredadera va a implicar las paredes de la sombra, doblegó mi razón y trazó el capricho siguiente: si están ajenas de sustancia las cosas y si esta numerosa Buenos Aires no es más que un sueño que erigen en compartida magia las almas, hay un instante en que peligra desaforadamente su ser y es el instante estremecido del alba, cuando son pocos los que sueñan el mundo y sólo algunos trasnochadores conservan, cenicienta y apenas bosquejada, la imagen de las calles que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida corre peligro de quebranto hora en que le sería fácil a Dios matar del todo Su obra! Pero de nuevo el mundo se ha salvado…”
Imagen de portada: Jorge Luis Borges (Archivo)
FUENTE RESPONSABLE: El Liberal. Por Gisela Colombo. Actualizado el 6 de marzo 2023.
Sociedad y Cultura/Literatura/Argentina/Nuestros escritores
La poesía es una conciencia que arde. Ahora nos llega un libro de un santiagueño radicado en Buenos Aires. También éxodo de los poetas. Desde el primer poema publicado por El Liberal en la década del ochenta , vieron la luz varios libros de poesía, ensayos y notas periodísticas.
Desde su Quimilí natal, Ponti irrumpe en la gran capital, en un camino de éxitos constantes. Su vida social entre cantores, músicos y poetas, lo lleva a entrar en el gran cancionero y pronto sus letras son interpretadas por Mercedes Sosa y muchos cantantes conocidos.
Actualmente tiene un programa en Radio Nacional de Buenos Aires, actúa como asesor literario en SADAIC. Prácticamente remplaza a Vitillo Avalos en la radio y el Tano Petrocelli en la Sociedad de Autores y Compositores. Grandes del folclore, fallecidos por entonces.
Hoy ha vuelto a Santiago con su nuevo poemario: LUZ DE AZAFRÁN. Según propias declaraciones, vuelve a la poesía, después de diecisiete años y lo hace con la solvencia de quien conoce el oficio y maneja la palabra poética en un mundo de estilos, movimientos literarios y cambiantes teorías.
Al libro lo preceden dos prólogos enjundiosos. El primero firmado por PEDRO PATZER que afirma: “LUZ DE AZAFRÁN, es una buena noticia para los sentidos humanos que han sido tomados como rehenes de la virtualidad. La poesía de BEBE nos invita a volver a palpar el mundo, a sentir que en nuestros cuerpos están latentes siglos de deseo y divinidad”. (BEBE PONTI” es el conocido pseudónimo artístico de nuestro escritor).
El otro prólogo que lleva la firma de MARINA CAVALLETTI: “Por si fuera poco la tensión entre lo metafísico y lo palpable, entre el saber y el no saber. Y esa antinomia alcanza a las amadas, a la poesía a la dimensión del sueño y la vigilia”.
El poemario está compuesto por 66 poemas breves, poemas de amor y como dice el poeta: “Los últimos nacieron ahora como un soliloquio interior, tal vez como un diálogo con la belleza, con el deseo, con la esencia, con lo no dicho”.
Si poeta. Toda poesía es un diálogo, con el todo o la nada, con lo que existe y con lo que no existe. Por eso dialogaba con su poesía y descubro el valioso lenguaje propio a la indagación y al asombro. Vale la afirmación de la búsqueda, aun en esa virtualidad que nos atrapa como “Realidad virtual” que no es otra cosa que el revés de la realidad. Los poetas no viven de sueños. Viven de las tres realidades: el universo, el idioma y su propio espíritu y de allí nace también una nueva realidad absoluta: la poesía. Extraña paradoja. Diotima, la maestra de Sócrates, le señala la mesa donde hacían las anotaciones y le dice: “Aquí no hay nada, pero puede haber algo” Que puede ser eso. Responde el filósofo. “Puede haber música y poesía. Comprendes Sócrates: QUE LO QUE NO ES: ES”.
ADOLFO MARINO, no estrega su libro real. En “Carta del autor” dice esa palabra que el la entiende: “Revelación”. Siempre estaremos cerca, pareciera que ocurrirá después de la última palabra. La gran poesía siempre está cerca.
“Su carta a la siesta” es admirable: “Viene el sol todos los días/ abre su bolsillo y sale la siesta con sus dos alas de oro/ cual bailarina subiendo por el cordel del hechizo./ Un instante más y la tierra se deshace/ aquí en Santiago.” En verdad, arden los remolinos y los atraviesa el vértigo de su furiosa danza de miedo y lujuria. En otra de lo que usted llama: “Carta al bar” termina: “Como una mancha de café, sobre la mesa, el recuerdo tiene la ferocidad/ de una naturaleza muerta”.
Y en uno de sus 33 poemas de amor: “MUCHACHA EN BICICLETA” “ Una muchacha en bicicleta/ pedalea en mi mente/ hasta perderse en la nostalgia, cierra mis párpados/ y se vuelve ámbar. A lo mejor se ha llevado el poema/ y yo sigo escribiendo en el aire/ como un equilibrista/ que salta al precipicio de una ilusión.”
El lenguaje creacionista, como le hubiera gustado a Huidobro, la sugerencia sutil. En el hondón de posibles interpretaciones, como si jugara con las palabras luminosas, en un salón en penumbras, donde se refleja un baile de esperanzas y brumas en busca de la revelación.
PRESENTACIÓN DE LUZ DE AZAFRÁN
El pasado viernes 3 a las 20 en una librería de la Avenida Belgrano Sud, se realizó la presentación del poemario LUZ DE AZAFRÁN del conocido poeta ADOLFO MARINO PONTI.
En un acto con una nutrida cantidad de concurrentes, la Prof. MELCY OCAMPO, actual Directora de la Biblioteca Provincial, fue quien realizó la presentación del libro. La Prof. Ocampo destacó los valores literarios de la obra, por la singularidad del lenguaje poético y lo meritorio de nuestro comprovinciano. A su turno el autor, nuestro BEBE PONTI , su conocido nombre artístico, leyó sus poemas entre el aplauso del público. Una noche saludable para la cultura santiagueña y una fiesta como hace mucho que no se realiza.
Imagen: Ilustración de “Luz de azafrán”
FUENTE RESPONSABLE: El Liberal. 5 de marzo 2023.
Sociedad y Cultura/Literatura/Poemario/Nuestros escritores
A 80 años de su nacimiento, se publica la primera biografía del autor de «Cuarteles de invierno» y «Triste, solitario y final», además piedra fundamental de Página/12.
Escrita por el periodista Ángel Berlanga, se sustenta en una recorrida por su obra literaria, sus escritos en la prensa, decenas de reportajes, las polémicas que encarnó, su correspondencia y charlas con quienes lo conocieron.
El 6 de enero pasado hubiera cumplido 80 años y se cumplieron 40, en febrero, desde la publicación en la Argentina de Cuarteles de invierno, la novela suya que más le gustaba.
Apenas después de eso, el 27 de marzo de 1983, tras siete años en el exilio, Osvaldo Soriano volvía a Buenos Aires. Todavía estaban los militares, aunque ya en retirada tras el desastre de Malvinas, el descalabro económico y la astronómica deuda con el FMI, las siniestras secuelas del terrorismo de Estado.
“El aterrizaje me parece interminable –escribe-. En todo el vuelo no he podido pegar un momento los ojos. Esa vigilia de diecisiete horas es una prolongación del extrañamiento. ‘El exilio es una especie de largo insomnio’, ha escrito Víctor Hugo. Y también: ‘Se puede arrancar un árbol de sus raíces, pero no se puede arrancar el día del cielo. Mañana es el amanecer » ‘.
Llega con Catherine Brucher, su compañera; en Ezeiza los recibe su amigo, el dramaturgo Tito Cossa. Por entonces Héctor Olivera ya trabaja en la adaptación al cine de No habrá más penas ni olvido, la segunda novela de Soriano, que será un invitado central en la Feria del Libro de ese año.
Es que estos dos libros encabezan los rankings de los más leídos de los principales diarios. Una situación que seguirá durante varios meses. Para marzo Bruguera ya saca una segunda edición de Cuarteles, en abril sacará otras dos, en mayo una más. Trascartón, en el transcurso de 1983 se reimprimiría su novela inicial, Triste, solitario y final, y publicaría su primer volumen de escritos periodísticos, Artistas, locos y criminales, con crónicas, notas y semblanzas aparecidas una década atrás en el diario La Opinión.
Es el comienzo de un fenómeno, como lo llamó alguna vez Guillermo Saccomanno: desde entonces, cada uno de sus libros encabezaría las listas de los más leídos.
Así fue hasta el final, cuando murió, en 1997. Incluso años después, cuando Juan Forn impulsó la reedición de la obra completa de Soriano, se dio otro fenómeno que pasó casi desapercibido en la prensa: entre mediados de 2003 y 2016 la editorial Seix Barral registró la venta de 412.200 ejemplares, unos 30.500 al año.
Creo que a esto ya lo anoté alguna vez: hay algo profundo, de raíz, entre Soriano y sus lectores, como para empezar a traducir cifras, ediciones, rankings, en los arcos que siguen vibrando entre lo que escribió y lo que produjo en quienes lo disfrutábamos en los diarios y en los libros.
“Si no hay emoción no pasa nada”, le dijo hace poquito el Indio Solari a Marcelo Figueras, y al toque pensé que claro, que eso está en la esencia de los escritos de Soriano. A propósito de la biografía que empieza a circular por estos días, un par de historias para calibrar un toque el cariño de sus lectores.
La rosarina Adriana Briff, licenciada en Comunicación que vive en California, me cuenta de la correspondencia que intercambió con él en sus últimos años, de cómo sigue latiendo en su recuerdo. El Negro Salasa, legendario productor y personaje de la radio, me dijo hace unos días: “Mirá que por mi trabajo estuve cerca de muchísimas figuras, pero en mi vida sólo pedí dos autógrafos: uno a León Gieco y el otro a Soriano, que me firmó Cuentos de los años felices”.
Con Catherine en Bariloche, 1985
En varios carriles anduvo en contramano: no terminó el secundario, sus novelas enfocaban y dialogaban con la política y la coyuntura cuando esto estaba muy contraindicado, mantuvo el humor y cierta desfachatez, reivindicó el fútbol como asunto cultural de muy variadas formas, trenzó una ristra de acusaciones contra las editoriales, encarnó unas cuantas polémicas, batalló contra los autoritarismos, desenmascaró las estrategias del neoliberalismo.
En una tradición en la que podría ubicarse a Roberto Arlt y Tomás Eloy Martínez, Soriano fue un extraordinario escritor-periodista, y están a la vista o pueden rastrearse los vasos comunicantes y las disrupciones entre una impronta y otra. “Creo que no hubo nadie que hiciera tan bien esto de juntar lo periodístico con lo literario”, me dijo Carlos Ulanovsky.
La recorrida de Soriano por la prensa escrita es fenomenal: desde los diarios tandilenses a la mitificada aventura de desembarcar en Primera Plana en 1969; desde la consolidación en la redacción de Panorama a convertirse en periodista estrella de La Opinión y del suplemento cultural que dirigía Juan Gelman; luego, la gesta de Sin censura desde el exilio y las notas que va enviando desde allí a la revista Humor.
A Andrés Cascioli, su director, le armó en 1984 el proyecto y el equipo de un semanario notable, El periodista, pero en una cena al poco de la salida se recontra putearon y Soriano renunció a la dirección. Tres años después fue protagonista central en la fundación de Página/12, un diario clave desde sus comienzos para el periodismo, los derechos humanos y la democracia: aquí escribió durante una década, hasta aquel 29 de enero fatal.
“Contar de sus pasiones era como plantar una bandera”, me dijo Antonio Dal Masetto, y son muy conocidas las que lo fueron caracterizando como personaje: los gatos, San Lorenzo, la noche, el box, Gardel, las computadoras desde que las tuvo a mano, los escritores que admiraba: Arlt, Borges, Bioy, Cortázar, Onetti, Simenon, Graham Greene, Hammett, Chandler.
El Soriano entusiasta convivía, al menos, con el escéptico: desde su juventud lo decepcionaron todos los gobiernos, a excepción quizás de los días de Cámpora, y de los comienzos de Mitterrand en Francia. El entusiasta y el escéptico suelen encarnarse en la dupla de protagonistas de sus novelas: la de Cuarteles de invierno está compuesta por el gigantón boxeador veterano Tony Rocha, que se tiene fe ante un joven e invicto teniente del ejército, y el cantor de tangos Andrés Galván, que dará un recital para “la gente selecta” de Colonia Vela, imaginaria localidad bonaerense en la que situó un par de ficciones.
Plena dictadura; Galván, el narrador del libro, decodifica los signos del régimen y el papel del abogado Exequiel Ávila Gallo, el anfitrión que los contrata para una fiesta local. La pata civil del gobierno militar. “Cuarteles es la novela de la que menos me hablan –decía Soriano en 1989, en el Buenos Aires Herald–.
Creo que se debe a que es un enjuiciamiento implícito a toda la sociedad argentina de aquellos tiempos, cuando cerraban los ojos al genocidio. En el final, cuando Galván lleva a Rocha en la camilla hacia la estación, todas las ventanas están cerradas, no hay un solo gesto de solidaridad. El único es el loco del pueblo, que termina colgado de un árbol. Solo las Madres de Plaza de Mayo rompieron el cerco de silencio en torno al terrorismo de Estado. Pero mi novela no era un panfleto denunciando lo que pasaba sino que contaba un incidente menor ocurrido en un pueblito de provincia; quizás por eso es un buen libro”.
En la presentación de Historia de vida de Hebe de Bonafini, 1985
La foto de la portada de Soriano – Una historia, es de la época en que empieza a escribir Cuarteles: Bruselas, otoño de 1977, la casa de la calle Palmerston, frente al lago en el que ejercería el oficio de contador de patos. Einaudi fue la primera editorial en publicarlo: Quarteri d’inverno, apareció en febrero de 1981 en Italia. Enseguida Czytelnik puso a circular la edición en polaco. Bruguera lo publicó en España en marzo de 1982, y recién al año siguiente llegaba a los lectores argentinos.
Yo lo encontré en una librería de usados cuando tenía 22, en 1988, después de la colimba y mientras cursaba, con entusiasmo en declive, materias de tercer año de Arquitectura en la UBA. La novela me deslumbró y, de a poco, fui poniendo en diálogo el ideario del libro con las contratapas que este Soriano publicaba en Página. Conseguí otros libros suyos. Para 1991 empecé a estudiar periodismo, a ver si podía dedicarme a escribir.
Acá al lado, dentro de aquel viejo ejemplar de Cuarteles editado por Bruguera, los colores de San Lorenzo en la tapa, quedó como señalador un billete de un austral.
Es asombroso el camino que puede trazar un libro.
En Barcelona, a comienzos de los 80, retratado por su amigo Carlos Bosch. Archivo Carlos Bosch. Fototeca ARGRA.
Un fragmento de la biografɨa Soriano – Una historia: El camino hacia Cuarteles de invierno, por Ángel Berlanga
Es en estas semanas de 1977 cuando Soriano intenta una novela con Gardel como protagonista. Era otra de sus supersticiones: ha dicho que da suerte, que conjura la mufa, que puede hacer algunos milagros, que su presencia reconforta. “Nunca he ocultado mi cariño por Gardel y mi adhesión a la leyenda”. En las cartas contaba si conseguía un disco, si lo perdía, si observaba intacta su vigencia en París, si era desconocido en Estrasburgo. Adoraba su talante y su generosidad, que se hubiera hecho de abajo “sin traicionar a nadie”, que se convirtiera en un ídolo mundial. Le contaba a Osvaldo Bayer: “El primer capítulo es de lo mejor que escribí; después no sé, porque no releí y sale algo que no esperaba, especie de monólogo sin diálogos ni acción, pero bastante fuerte. Lo peor es que no tiene continuidad, como si fueran cuentos separados sobre el mismo tema”. Un mes después le cuenta a Cossa que “Araca, París” está congelada: “La releí una vez y me pareció a medias entre una rabiosa y tierna historia y una cagada en varios tiempos”. Entre ambas cartas hay otra, fechada el 3 de abril, que alude al intento: “Estoy escribiendo otra novela, que pretende reflejar el exilio con humor y con rabia a través de aquel gran cantor de tangos que fue Carlos Gardel, a quien hago marchar por las calles de París en la miseria más absoluta, acompañado de un penoso guitarrista también exiliado”.
El destinatario era el periodista y escritor Giovanni Arpino, autor de veinticinco libros, amigo de Ítalo Calvino, que en 1974 había elogiado Triste, solitario y final en La Stampa: “Es una historia perfecta, con cada elemento necesario para un thriller: resacas y astucia, desencanto y ferocidad. Si alguna vez he envidiado un libro, es este (naturalmente, después de Cuore di cane, de Bulgakov)”. Zarandea la edición económica de Vallecchi, se queja de no haber leído una línea en la prensa sobre la novela, y cierra así: “Soriano, periodista deportivo y escritor carente de huellas hereditarias, tal vez no sea capaz de repetir. Pero sin duda, en la vena heroica, elegíaca o de denuncia sudamericana, representa el lado ariostesco [fantástico, maravilloso]: indispensable pimienta de la vida”.
Con Juan Rulfo y Osvaldo Bayer en Frankfurt, septiembre de 1976
Soriano le señala que supo recientemente del artículo, le agradece, le explica de su condición de exiliado por razones políticas, de su vida en Bélgica “sin demasiadas perspectivas”. También le dice que No habrá más penas ni olvido fue prohibida en la Argentina y que, a pedido de la editorial Bompiani, la envió a su sede en Milano: “Aunque no se dignaron siquiera a contestarme”. A vuelta de correo Arpino le pasa su teléfono y dirección en Torino y lo invita a enviar un cuento a Il Quaderno del Sale, una revista satírica que le pagará bien. Esta carta abre varios caminos; Soriano le confía que el contrato con Vallecchi está por vencerse y pregunta: “¿Usted cree que el libro tiene posibilidades aún como para interesar a otra editorial italiana?”. Arpino tiene un gesto magnífico: le habla de la novela al director de la Einaudi, Guido Davico Bonino, le recomienda su lectura y publicación, y le indica a Soriano que le escriba. Con algunos contratiempos, la cosa se encaminará. “Es mi padre espiritual y literario en Italia”, lo definirá al poco tiempo. En el crescendo del intercambio, Arpino le cuenta que trabaja en una novela “ambientada en el mundo del fútbol”: se trata de Azzurro tenebra, que protagoniza un reportero llamado Arp en su cobertura del seleccionado italiano en Alemania ’74. Es una conexión estimulante, porque el fútbol será tema en futuras ficciones de Soriano. Hacia fin de año se encontrarían en Lieja, para ver un partido entre Bélgica e Italia.
Encaró nomás, Soriano, un cuento para Il Quaderno del Sale. “Imaginé a un boxeador en decadencia y a un cantor de tangos que se encontraban en una estación de trenes y cuando llegué a las ocho páginas que me había pedido Arpino me di cuenta de que la historia era demasiado argentina y no hacía más que comenzar. Nunca iba a poder ganarme esos cien dólares que tanto necesitaba”. Así que le explica a Arpino: “El problema es que no tengo cuentos escritos; es un género al que siempre le tuve miedo y si una vez terminé uno el resultado fue penoso. No obstante, cualquier cosa que escriba se la haría llegar”.
En Barcelona, a comienzos de los 80, retratado por Carlos Bosch – Archivo Carlos Bosch. Fototeca ARGRA.
Araca, París seguía empantanada y ya no la retomaría. Pero se entusiasmó con la historia de los dos tipos que llegan una noche a la estación de Colonia Vela, el pueblo de No habrá más penas, aunque unos años después, ya en dictadura. La voz que narra en primera persona es la de Galván, el cantor de tangos; de Gardel en París a Galván en Vela. El boxeador ronda los dos metros y los cien kilos, está en la última etapa de su carrera y se llama Rocha. Por esos días Soriano se había emocionado con Rocky, la primera de la saga de Sylvester Stallone. También tiene presente a Ricardo González, Gonzalito, un peso pluma al que vio pelear en 1961 en General Roca, cuando ya era un veterano con 110 combates en sus espaldas, algunos de ellos en el Luna Park y en el Olympic de Los Ángeles. Le escribe a Cossa: “Cuando era joven, hace como 15 años, iba desde Cipolletti a ver pelear a Gonzalito, que era un mago del estilo y hasta me firmó un autógrafo. Roca era una ciudad pavimentada y eso tenía para nosotros un cierto aire de desafío”. Está con el origen de Cuarteles de invierno, su novela favorita entre las que publicó.
En julio cargó su Lettera y se instaló unos días con Bayer en Essen: cada jornada escribía varias páginas y se las mostraba. Por la mañana el anfitrión trabajaba y él dormía, por las noches se invertían los roles. Sobreviene una temporada fructífera, de la que va dando cuenta entre septiembre del ’77 y enero del ’78 en sucesivas cartas a Marta Degracia y Tito Cossa.
“Ahora son las cuatro de la matina y termino de bajarme cuatro páginas de la novelita (ayer otras cinco y en total tengo 74, las cuento porque para un fiaca cada página es como la conquista del Polo). Bueno, resulta que lo que me está saliendo me gusta”.
«Mi boxeador está encamado con la hija del promotor y tiene una mano rota pero va a pelear igual contra el crédito local que pega como caballo. Creo que va a perder por nocaut, pero me gustaría poder describir la pelea como si fuera una película de suspenso, aunque no sé si me da la tela. Creo que no te va a disgustar, ni a vos Marta, porque pase lo que pase yo escribir aburrido no sé, porque ni bien algo se pone pesado el primero que se apoliya soy yo. Eso sí: alguien dirá que estoy cada vez más influenciado por Chandler y el policial. Es cierto”.
Con su hijo Manuel en París, 1991
«Uso el viejo truco de Hemingway: abandonar cada día en medio de una escena que uno sabe bien cómo sigue para que al retomar el motor esté caliente y sea fácil sentarse a la máquina”.
«Llegué a la página 100 de la novela y me faltarán unas 20 o 30 con final dramático”.
«Primera carta que escribo en el ’78; acabo de meter un par de sinfonías de Beethoven en el estéreo de Catherine y aquí me tenés. No es que me haya vuelto terriblemente culto, pero hay un álbum del sordo Beethoven que me parece una maravilla como fondo para escribir. Acabo de terminar el original de la novela. Ayer, no anteayer. Y como siempre, uno empieza la relectura, las primeras correcciones y se agarra una depresión para quedar de catrera. Otra vez las dudas, oscilar entre ‘es una cagada’, ‘es mala pero la gilada no se va a avivar’, ‘es buena pero los giles me van a dar con todo’, ‘es genial pero el único que se aviva soy yo’”.
«Busco un título desesperadamente y no hay nada que hacer. Estoy pensando en La última pelea, pero me parece banal y descriptivo; Rochita hace acordar demasiado a Rocky, el boxeador del film; Serenata de otoño, demasiado romanticón; Tango de otoño no me dice mucho, Estos días, entre nosotros me gusta más pero no sé qué carajo quiere decir aparte de eso mismo; y por fin Cuarteles de invierno, que haría referencia a lo obvio y además a la decadencia y final de Rocha, el boxeador. Decime qué te parecen y si se te ocurre algo (el hijo de puta de Cortázar usó ya Último round, que me venía perfecto). No la leyó nadie todavía, así que no puedo comunicarte opiniones. Cuando haya un original limpio, en dos o tres semanas, trataré de hacértelo llegar del modo que sea más conveniente para que me des tu opinión. Eso sí: creo que los diálogos son muy justos, muy explícitos y si algo estoy haciendo que alguien recuerde alguna vez serán los diálogos. En cambio las descripciones son en general bastante banales. Tengo más oreja que vista, qué le vamos a hacer”.
En la entrega del Premio Cervantes a Bioy, abril de 1991
A mediados de los 90 Soriano advertía que sus personajes eran arrastrados por la historia del país. Y no hay necesidad de remontarnos al origen, miremos los años 70. Fulano daba un paso, después lo arrastraban unos cinco pasos más, y después ya estabas en medio del mar y había que nadar.
El boxeador y el cantor de tangos son dos soledades que se encuentran, que vienen a una fiesta chiquita en un pueblo de provincia. Su plan es irse al día siguiente a Buenos Aires: no tienen en cuenta que hay una dictadura, son personajes grises, comunes, de los que podrían haber dicho que no sabían lo que pasaba. El problema es que una vez que están en el pueblo toman conciencia de que la fiesta la dan los milicos. Como uno de ellos, el tanguero, tiene algún rasgo de dignidad, dice que no al pedido de un milico de que le firme un autógrafo. El otro ni lo piensa, pero ese “no firmo” los arrastra a los dos a un infierno del que salen empujando una camilla por el medio de la calle para tomar el tren e irse hechos mierda. Obviamente, el que no firmó hizo bien, creo yo. Me acuerdo que ese dato era de la realidad. El personaje trata de evitar firmar de manera elegante, y el milico le contesta: “Rivero me firmó”.
Eso es porque, cuando estaba escribiendo el libro había visto que Edmundo Rivero, a quien adoraba, había acompañado a Videla en un viaje: es decir, firmaba. De alguna manera, mi personaje estaba diciendo: “Yo ni siquiera soy Rivero, pero no firmo”. Ricardo Piglia evaluaba que Cuarteles es, tal vez, la mejor novela que se escribió en el exilio sobre la dictadura. “Porque no es un libro con una denuncia directa, ni cuyo contenido explícito está ligado a las atrocidades y a los horrores que conocemos. Es una metáfora concentrada en el enfrentamiento de ese boxeador que se ve obligado a luchar, en una pelea decisiva, con el hombre que había elegido el ejército. Hay mucha gente que narra bien la historia, pero son muy pocos los capaces de construir en una historia sencilla un sentido suplementario. A mi juicio, ése es el gran mérito de la obra de Soriano”.
*Extracto de “Exilio”, capítulo 9 de Soriano, una historia, ed. Sudamericana.
Imagen de portada: En la casa de la calle Palmerston, Bruselas, 1977.
FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Por Ángel Berlanga. 5 de marzo 2023.
Sociedad y Cultura/Literatura/En memoria/Nuestros escritores
La escritora vuelve al personaje que protagonizó Tuya para enfrentarla a un nuevo abismo: una mujer, atravesada por el odio, busca ejecutar una venganza. En la novela aparece un coro, que funciona como caja de resonancia de los debates del presente.
Vida nueva, nombre nuevo. Después de quince años de haber estado presa por matar a la amante de su exmarido, Inés Experey –antes de apellido Pereyra- queda en libertad. Ahora lleva el cabello blanco, en el mundo entero se liberaron las canas, y tiene con la Manca, la única amiga que hizo dentro de la cárcel, una empresa doble: ella se encarga de fumigar, “control inofensivo de plagas”; su amiga y socia es una detective privada. El mundo ha cambiado y ella percibe que “muchas batallas se libran en la palabra que cada una elige” y que mucha gente no busca el exterminio a diestra y siniestra de insectos sino que le solucionen la contradicción: “matame la cucaracha, pero salvemos al mundo”. Una de las clientas de Inés le propone algo que puede desplazarla al borde de la ilegalidad. En El tiempo de las moscas (Alfaguara), Claudia Piñeiro retoma al personaje que protagonizó Tuya para enfrentarla a un nuevo abismo en que una mujer, atravesada por el odio, busca ejecutar una venganza.
Piñeiro intercala la historia de Inés y la Manca, una especie de Thelma y Louise del conurbano, con un coro de mujeres donde se debaten temas como los avances del feminismo, el lenguaje inclusivo y el aborto, entre otras cuestiones. La narradora, dramaturga y guionista de TV, autora de las novelas Las viudas de los jueves, Elena sabe, Las grietas de Jara, Betibú, Un comunista en calzoncillos, Una suerte pequeña, Las maldiciones y Catedrales recuerda en la entrevista con Página/12 cómo surgió su última novela. El escritor Guillermo Martínez dio unos cursos en Estados Unidos y llevó tres novelas latinoamericanas para compartir con sus alumnos. Entre esas novelas estaba Tuya. Cuando volvió del viaje, él le dijo: “tenés que hacer una continuación de Tuya”. ¿Pero cómo, si la protagonista termina en la cárcel porque mató a la amante del marido? “Guillermo me dice como Patricia Highsmith en El talento de Mr. Ripley que mató, pero uno quiere seguir viendo qué pasó y cómo zafa de todas esas circunstancias. En la pandemia, cuando estábamos encerrados, me empezó a dar vueltas la idea y empecé a hacer los cálculos de cuánto tiempo había pasado para que ella saliera de la cárcel porque no me atrevía hacer una novela con ella en la cárcel, que es un mundo que no conozco”, aclara la escritora que ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Premio Pepe Carvalho del Festival Barcelona Negra, el Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón y fue finalista del International Booker Prize en 2022.
Mirada incluyente
-El coro en la novela es como una caja de resonancia de los debates del presente. ¿Cómo surgió?
-Tuya es una novela que básicamente transcurre en la cabeza de Inés. Cuando pensé en traer a Inés al presente, uno de los problemas que tenía para contar esta historia era que no podía transcurrir solamente en la cabeza de Inés. La cabeza de Inés, que en aquel momento causaba gracia porque era muy machista, hoy sería patética más que graciosa. Entonces tenía que modificarse algo y recibir influjos del afuera. Inés se adaptó y no puede decir todo lo que piensa. Dice algunas cosas, otras las pone entre paréntesis, otras las calla. Yo quería que hubiera voces de mujeres pensando distinto. El coro de mi novela surge como el coro de la tragedia griega, que es la comunidad que viene a hablar sobre lo que está sucediendo en escena.
-¿Qué debate propone la novela, desde el coro, respecto del movimiento de mujeres y los feminismos?
-La cuestión más álgida hoy tiene que ver con el movimiento trans dentro del feminismo, que para mí por supuesto está dentro del feminismo, pero que en otros países como España la mitad del feminismo está a favor y la mitad en contra con discursos bastante violentos, desde mi punto de vista. Me parece que en Latinoamérica tenemos una mirada mucho más incluyente, sabemos que las peleas son comunes y que tenemos que salir todas juntas porque somos discriminadas. Casi no se escuchan voces tratando de excluir a una parte del movimiento feminista. Me parecía que era un poco cobarde no meterse con ese tema en la novela. En el 8M de España este año hubo dos marchas: una del feminismo trans-incluyente y otra del trans-excluyente. No puede ser que nos estemos peleando cuando todavía no hemos resuelto cosas muy importantes.
-El vínculo de Inés con la hija pareciera que no se modifica en la novela; con la maternidad ella hizo lo que pudo. En cambio con la nieta quizá pueda construir un vínculo diferente, ¿no?
-Ella, claramente, nunca se sintió madre. Como el vínculo con su hija está roto, Inés se permite decir lo que sea. Me gusta que en la curva dramática de los personajes se puedan dar modificaciones, como esta que señalas, pero que esas modificaciones no sean poco naturales para el personaje. Inés puede hacer una pequeña modificación, pero no puede no ser Inés. Si yo hubiera hecho que al final ella dijera que es lindo ser madre, no hubiera sido Inés; era un final no era pertinente para el personaje. Si me dijeras qué me imagino de un vínculo de Inés con su hija, a posteriori de la novela, quizá puedan conversar, pero nunca va a ser un vínculo madre e hija. La maternidad está muerta en esa relación.
Murmullo de género
-Otra cuestión que aparece en un momento de la novela es la transición de género en un adolescente. ¿Por qué te interesa indagar en este tema?
-Me resulta difícil contestar porque nunca pienso en el tema sino en el personaje. Primero apareció la señora Bonar, que hace todo el planteo que desencadena la novela, una madre absolutamente rígida. En uno de los coros de la novela una mujer se pregunta: “¿Quién te dio derecho a pensar cómo tiene que ser tu hijo?”. Hay en la maternidad una cosa de pensar cómo deberían ser tus hijos y muchas veces te imaginás que van a ser a tu imagen y semejanza y después cada hijo es lo que va a ser. En el tema de la transición hay padres que saben acompañar y padres que no. Imagino que no debe ser nada fácil. Nadie se embarca en una cosa tan dolorosa desde muchos aspectos si el dolor que te produce permanecer con un sexo asignado, que no es el que sentís que sos, no te lleva a modificarlo. Siempre me gusta llevar a los personajes al abismo y la transición de género debe descolocar a muchos padres que tienen que tomar decisiones muy difíciles con respecto a qué hacer con sus hijos. La novela no está planteada tanto desde el que transiciona sino de lo que pasa a los otros alrededor del que transiciona. Entonces al ponerlos en el abismo de la transición aparece la pregunta “qué hago si”… En todas mis novelas hay adolescentes que están muy en el límite de lo aceptado socialmente y que son los más libres. En Las viudas de los jueves, los jóvenes que eran outsiders dentro del barrio cerrado eran los que veían con más claridad; en Las grietas de Jara la hija ve con más claridad lo que le pasa al padre y a la madre; en muchas de mis novelas los adolescentes aparecen vistos como raros y sin embargo son los que ven mejor lo que está pasando. En esta novela la nieta de Inés es la que mejor ve.
-¿Compartís la fascinación de Inés con las moscas?
-Ahora sí, antes no. En otras sociedades las moscas no son algo malo. ¿Por qué la mariposa sí y la mosca no? Porque tenés en la cabeza que las moscas van a la basura. En la novela, las moscas funcionan como las mujeres que están haciendo ese sonido, ese murmullo que molesta: “basta, no me hablan más de estos temas; ya te dimos la Ley del Aborto, no sigas hinchando con este murmullo de género”. Hay siempre una cosa despectiva con respecto a los planteamientos de las mujeres, que son oídos como una queja que ya no hace falta, como si ya nos hubieran dado todo lo que requeríamos; entonces para qué se siguen quejando.
-Hay mucho más para seguir luchando, ¿no?
-Si, en muchos sentidos. La Ley de Cuidado es algo que hasta que no la tengamos no va a haber igualdad entre los hombres y las mujeres, como dice la novela con respecto al trabajo y las mujeres. El problema de las mujeres en los trabajos es la maternidad, porque como está la sospecha de que van a ser madres y van a tener que retirarse a atender a sus hijos porque nacieron o porque se enfermaron siempre se las ve a las mujeres como trabajadoras con una falla. Entonces tienen más problemas para llegar a determinados puestos. En todo lo que tiene que ver con la Ley de Cuidado y con el trabajo seguimos siendo muy discriminadas.
-Todavía hay diferencias entre el salario de una trabajadora y un trabajador
-Dicen que no digamos eso porque ya no es más así, pero me acuerdo que cuando trabajaba en empresas y discutía con el dueño sobre los sueldos de los empleados me decía: “este es varón, tiene que mantener a su familia”, cuando está lleno de hogares monoparentales y además el salario no remunera una situación, remunera un trabajo. Si lo hace una mujer o lo hace un hombre debería ser lo mismo. Pero te dicen que cuando hay que calificar califican mejor los varones. Por ejemplo, en el Consejo de la Magistratura suman puntos para determinar quién tiene que ser. Como a la mujer no la dejaste publicar en revistas técnicas o profesionales, no accede a puestos antes, entonces no tiene el mismo puntaje porque a las mujeres no las dejaban entrar a esos lugares donde les dan puntajes. De a poco se va modificando, pero todavía falta mucho más. Entonces es cuando te dicen: “basta, estamos cansados de escucharlas”. Nosotras, en siglos y siglos de ser ciudadanas de segunda, ¿te parece que no estamos cansadas?
El avance de la ultraderecha
-¿Qué es lo que más molesta de las voces de las mujeres en la escena pública?
-Yo creo que corre del centro a los hombres que estaban acostumbrados a ser el centro. Muchos te dicen genial, las apoyamos, pero ahora hablemos del avance de la ultraderecha en el mundo. Ajá, muy bien, ¿hace cuántos años las mujeres venimos denunciando el avance de la ultraderecha, que nos agredía en las redes y hacía videos con nosotras para evitar la Ley del Aborto, con fotos mías y de Actrices Argentinas? La ultraderecha ha sido desde hace años un lugar desde donde fuimos maltratadas. Y lo hemos denunciado, pero nadie nos escuchaba. Cuánto tiempo hace que desde el movimiento de mujeres venimos advirtiendo sobre la gravedad de los discursos de odio. Nos dicen: “son cuatro trolls”. Nadie nos tomaba en cuenta hasta que pasó el atentado a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, donde se dieron cuenta de que los discursos de odio pasan al acto muchas veces. Es muy impactante que la ultraderecha ahora se queja no solo del lenguaje inclusivo, de todo lo que tiene que ver con los derechos de las distintas minorías, también agregaron los temas ecológicos de la agenda feminista. También está mal que hablemos de los incendios de Rosario o de la economía extractivista. Nosotras vemos que ahí hay un grave problema no solo para las mujeres sino para el mundo. En la última convención de Vox en España llevaron este tema: los discursos ecologistas de los movimientos feministas. ¿La agenda ecologista está mal también? Es increíble, ¿no?
-En los concursos y premios literarios como el Nobel (que lo obtuvo la escritora francesa Annie Ernaux), la diferencia entre varones que lo ganaron respecto de las mujeres es abrumadora: 17 escritoras en 121 años de historia.
-Y va a pasar mucho tiempo hasta que pueda haber igualdad. Por supuesto salieron voces a decir que no correspondía porque era una “literatura del yo”, porque hablaba de los temas de las mujeres, porque tiene un libro sobre su aborto, otro sobre su iniciación sexual, otro es de la relación de su padre con su madre. Como lo dije un montón de veces, a los hombres no les enseñaron como a nosotras a armar el masculino a partir del otro género. Nosotras leemos la Carta al padre de Kafka, La invención de la soledad de Paul Auster y tantos libros sobre padres e hijos y no decimos que es una literatura menor porque está hablando de una relación entre padre e hijos. En cambio la literatura que escribe alguien sobre la relación madre e hija parece literatura menor. (Gilles) Deleuze en su ensayo “Kafka. Por una literatura menor” habla del valor que tienen las literaturas escritas desde los márgenes, desde ser una mujer o ser una persona que pertenece geográficamente a una parte del mundo relegada. Deleuze dice que hay que cavar en la tierra como si fueras un perro para que te escuchen. Cuando era chica, en mi casa no había plata que sobrara para comprar libros. Había una biblioteca, se le daba valor a los libros, pero era un estante pequeño. Entonces yo esperaba con mucha ansia cuando en el colegio me daban un libro porque ese libro me lo iban a comprar porque lo tenía que leer. Un año me dieron Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez, y me dije: un libro de un marinero que se pierde en alta mar, ¿qué me puede interesar? Empecé a leer la historia y a los dos páginas yo era ese marinero; hay un entrenamiento en todas nosotras de armar ese universal. Pero al hombre, lamentablemente, no solamente no le enseñaron a armar ese universal con las mujeres, sino que le hicieron sentir que si leía la historia de una mujer que se hace un aborto eso menoscaba su masculinidad.
-Hay un lindo debate que se desprende de la novela. Inés, por haber matado a Charo, ¿fue una femicida?
-Si es un crimen de odio por ser mujer, bien sabemos que hay mujeres que odian a las mujeres y hay mujeres tremendamente machistas. Inés no considera que haya sido un crimen de odio, dice que es un dolor, ella tiene sus explicaciones. La novela abre preguntas y me interesaba que el personaje malo de esta novela también sea una mujer, ¿qué pasa si la que mata es una mujer? ¿es femicidio o no es femicidio? Es un tema para pensar.
Imagen de portada: «En Latinoamérica tenemos una mirada mucho más incluyente», dice Claudia Piñeiro. . Imagen: Bernardino Avila
FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Por Silvina Friera. 14 de noviembre 2022.
Sociedad y Cultura/Literatura/Mujeres/Nuestros escritores.
El autor argentino acaba de publicar su primera novela, pero construye desde hace tres décadas una obra variada y meticulosa, compuesta por poesía, cuentos infantiles, relatos y nouvelles. Textos en los cuales el amor, la locura y –sobre todo– la muerte ocupan un lugar central.
Hace algunos meses Diego Muzzio publicó El ojo de Goliat,su primera novela, editada en Buenos Aires por Entropía. Se trata de una obra que aborda temas como la locura, las formas de tratarla, la guerra, sus efectos, la muerte. La trama se desarrolla un siglo atrás, entre un neuropsiquiátrico en Edimburgo y un faro perdido en altamar, cerca de Tierra del Fuego, en el extremo sur de América.
El ojo de Goliat ha sido reseñada, elogiada, recomendada, y –dado que la novela es la forma narrativa dominante de nuestro tiempo– es posible que muchos lectores hayan escuchado hablar por primera vez de su autor a partir de esta publicación. Sin embargo, Muzzio (quien nació en Buenos Aires en 1969) no es ningún novato en esto de publicar libros. Casi lo contrario: ya ha superado la veintena. La mayoría son de poesía y literatura infantil; después llegaron los relatos breves y las nouvelles. Como si su obra fuera la historia de un desplazamiento desde las formas breves a las más extensas. La realidad, por supuesto, no es tan esquemática como a veces parece.
El perfil bajo que Muzzio cultiva, sumado al hecho de que viva en Francia desde hace casi dos décadas mientras sus libros se publican en la Argentina y por ahora han circulado bastante poco fuera de este país, también propicia que sea un autor, todavía, bastante secreto. Por eso –y por la calidad de su obra, sobre todo– conviene que hablemos un poco de él.
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En el principio fue la poesía. Muzzio siente que “en la adolescencia y la juventud uno está más en carne viva para escribir poesía: es el momento ideal”. Una convicción que su obra ratifica: su primer poemario, El hueso del ojo, lo publicó en 1991, cuando tenía veintidós años. Luego llegaron varios más: Sheol Sheol (1997), Gabatha (2000), Hieronymus Bosch (2005), Tratado sobre la ejecución de los animales (2007), El sistema defensivo de los muertos (2011) y Los lugares donde dormimos (2020). El autor revela que sigue escribiendo poesía, pero “con menos frecuencia”.
“El estado de ‘escritura poética’ es muy particular: un estado de atención diferente, la mirada tiene otra intensidad, no tiene nada que ver con la narrativa”, me dice Muzzio por Zoom, desde su casa en Le Mans, una ciudad a 200 kilómetros de París. ¿Por qué? ¿Qué pasa con la narrativa? “Es más un esfuerzo consciente de sentarse y escribir y corregir y desechar y volver a escribir… No es que la poesía no tenga ese trabajo de corrección. Pero el estado anímico, para mí, es otro”.
Cuenta una anécdota que habla de su proceso de creación poética pero también de su forma de relacionarse con el mundo: “Acá en Francia yo empecé trabajando como preceptor en escuelas. Mucho de mi trabajo consistía en caminar durante los recreos, mirar bien que no pasara nada. Y en ese dar vueltas por un patio o por un jardín, para no perder totalmente el tiempo [se ríe], pensaba en algún poema que hubiera empezado, o en algún tema que me venía a la cabeza. Así nacieron varios poemas, en ese caminar con la mirada puesta en otra cosa”.
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En esos años, aunque no la publicara, Muzzio ya escribía narrativa. En 2001 obtuvo la primera mención en el concurso de cuentos del Fondo Nacional de las Artes (FNA). Pero antes de que pudiera publicar esos relatos, sucedió algo que terminó siendo trascendental: una amiga, periodista del diario Página/12, le pidió un cuento infantil para un suplemento veraniego. “Pero yo no escribo para chicos”, respondió él. Su amiga insistió: “Probá y vemos”. Y Muzzio probó. Y le gustó tanto que después escribió otros cuentos, y esos cuentos dieron lugar a un libro: La asombrosa sombra del pez limón, de 2005.
Y luego publicó unos cuantos más en ese género: Un tren hacia Ya casi es Navidad (2008), Galería universal de malhechores (2010), El faro del capitán Blum (2011), La guerra de los chefs (2011), Lobo Buenaventura y los tres chanchitos (2014), Úrsula, domadora de ogros (2015), Elefantes telefónicos (2015), El hombre que compró un planeta (2017) y El año del corredor solitario (2017), que en realidad es una novela juvenil. Una buena cosecha de títulos, sobre todo para tratarse de un mundillo al que el autor llegó de un modo que él mismo describe como “azarosa y sorprendente, de casualidad”.
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En 2007 por fin llegó el momento de publicar aquellos cuentos que habían recibido la mención del FNA. El libro se tituló Mockba y fue editado por Entropía, en el comienzo de una relación que continúa. Los relatos de Mockba hablan esencialmente de la muerte: sus personajes son enterradores, profanadores de tumbas, empleados del cementerio, arquitectos que diseñan necrópolis monumentales…
La muerte es también el tema central de las tres nouvelles que componen el volumen Las esferas invisibles, publicado en 2015: historias ambientadas durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires a comienzos de la década de 1870. Cuando le pregunto por esa fascinación u obsesión, Muzzio me relata su “experiencia muy temprana con la muerte”, que le cambió la vida para siempre.
“Mi viejo murió cuando yo tenía diez años. Dos meses antes de morir, hizo algo muy extraño. Él no era un gran lector, en mi casa no había biblioteca, a lo sumo alguna enciclopedia, nada más. Pero un día me dijo: ‘A partir de hoy vas a leer un capítulo de este libro por día’”. El libro era Robin Hood. “Cuando yo venga del trabajo –añadió el padre– me vas a contar qué dice el capítulo que leíste’”.
“Para mí fue horrible, un castigo”, recuerda ahora Muzzio. “A mí me encantaba jugar al fútbol, potrerear afuera de casa, no entendía por qué tenía que leer un capítulo de un libro por día”. Pero obedeció. “Leí el primer capítulo a regañadientes. El segundo capítulo me enganchó un poco más. Y al tercer capítulo ya no paré: me enganché totalmente con la lectura”.
Por supuesto, nadie sabía que el hombre moriría de un aneurisma un par de meses después. “Creo que de alguna manera –dice Muzzio– mi viejo me estaba dejando el arma para que después yo pudiera sobrevivir a esa ausencia, porque a partir de ahí yo no paré de leer. Era mi manera de escapar de esa realidad tan dura”. Todos los escritores tienen su mito de origen, una historia o un momento particular que marca el comienzo de su relación con la literatura, con los libros. En pocos casos, sin embargo, ese episodio es tan exacto y emotivo como en este.
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El motivo por el cual Muzzio se fue a vivir a Francia no es demasiado original: el amor de una mujer. Los primeros siete años los compartieron en París; luego se mudaron a un pueblo en el departamento de Sarthe, hasta que, hace cinco años, se instalaron en Le Mans, la capital de ese distrito. ¿Lo perjudica de alguna manera vivir lejos de su país natal, en un lugar donde se habla un idioma distinto? Lo que Muzzio más lamenta es no poder leer o no estar tan al tanto de todo lo que se publica en Argentina.
Sin embargo, no siente que esa distancia lo afecte tanto en lo relacionado con el lenguaje: “Al principio me sorprendía mucho, cuando volvía a la Argentina, encontrar ciertos cambios en el habla cotidiana de la gente, ciertos giros que no sabía bien de dónde venían. Pero ahora por WhatsApp uno está comunicado todo el tiempo con los amigos y esa brecha disminuye un poco”.
De todas formas, destaca la sensación que toda persona que vive lejos de su patria experimenta cada vez que regresa: “Es algo muy loco, porque efectivamente uno se siente en casa. Es como el título de la novela de Paul Bowles: El cielo protector. Uno llega y enseguida es como que nunca se fue. Se siente enseguida eso”.
La escritura también lo ayuda, desde luego, a sentirse cerca de su país. En 2019 publicó su segundo libro de relatos, una hermosa colección titulada Doscientos canguros. Las siete historias que lo componen transcurren en la Argentina. En El ojo de Goliat, la novela publicada este año, el país aparece como una reminiscencia lejana… pero aparece.
En todo caso, el problema de vivir lejos del lugar donde se publican sus libros estriba en la dificultad para acompañarlos y promocionarlos. Pero los libros de Muzzio hacen su propio camino: circulan mucho gracias a las recomendaciones, el boca a boca, las redes sociales, lo cual demuestra que, cuando los textos son buenos, siempre encuentran a sus lectores. Pueden tardar un poco menos o un poco más, pero terminan dando con las personas a quienes están destinados.
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¿En qué trabaja ahora Diego Muzzio? En otras tres nouvelles, “tres biografías de personajes un poco siniestros”. El primero es Rimbaud, el segundo Julio Verne, el tercero un escritor argentino que por ahora no tiene del todo definido. El problema al que se enfrenta el autor tampoco es demasiado original: la falta de tiempo. Ahora ya no trabaja como preceptor sino como profesor de español; como en Argentina no terminó la carrera de Letras, en este curso, a sus 53 años, está volviendo a ser alumno universitario, con el fin de obtener el diploma que le permita acceder a mejores condiciones laborales.
“Igual siempre intento escribir –cuenta–. Me levanto un poco más temprano, un par de horas antes de ir a trabajar, esa es la hora ideal para mí: me despierto a las cinco de la mañana y escribo hasta las siete”. Todo sea por poder avanzar, aunque sea poco a poco, palabra a palabra, página a página. Nosotros, los lectores, agradecidos.
Imagen de portada: Diego Muzzio (Foto:
FUENTE RESPONSABLE: Letras Libres. Por Cristian Vázquez. 9 de noviembre 2022.
Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Nuestros escritores.
Como si fuera un Julio Verne contemporáneo, el autor explica las teorías hoy en boga en los medios científicos acerca de la infinitud temporal del universo.
El prolífico escritor Eduardo Kovalivker lanza su nuevo libro de cuentos Alienígenas y Dioses por Editorial Hojas del Sur.
En la primera parte de este libro (El Informe), escrito hace ya 13 años, el autor, cual si fuera un Julio Verne contemporáneo, nos explica las teorías hoy en boga en los medios científicos acerca de la infinitud temporal del universo. Es decir, en palabras simples, que el universo estuvo siempre, que nunca tuvo principio ni tendrá fin. Y que por consecuencias, el tiempo tampoco existe porque no existe un principio desde el cual comenzar a contar.
En la segunda parte de Alienígenas y dioses (El Pacto) escrita en los primeros días de la pandemia del Covid, hace ya dos años, Manuel de León, en su exposición final ante los dioses y alienígenas predice que tanto las epidemias como las catástrofes climáticas continuarán debido a que el insaciable y brutal egoísmo de la mayoría de los seres humanos lograron destruir el equilibrio natural del planeta.
Perfil de Eduardo Kovalivker
Kovalivker es escritor e ingeniero químico recibido en la Universidad de la Plata. Vivió en Israel y en Francia antes de regresar a Argentina en 1973. En paralelo a su trabajo comenzó a escribir cuentos y poesías que se vieron plasmadas en la publicación de su primera obra poética “Las Horas que Quedaron” en 1984 y una edición corregida y aumentada en el año 2000.
Editó numerosos libros de poesía, muchas de ellas auspiciadas por la Universidad Hebrea en Jerusalem y traducida al hebreo, cuentos y novelas. Muchas de ellas en Italia, Cuba, Bélgica y México.
Entre las novelas históricas editó “Los luchadores judíos” junto a Yosi Goldstein, “Los granaderos de San Martin” y “Los luchadores indígenas”, ambos junto a Felipe Pigna. Sus textos fueron traducidos al italiano, inglés y hebreo.
Imagen: Cubierta de portada de “ Alienígenas y Dioses”
FUENTE RESPONSABLE: Ámbito. Lifestyle. 5 de noviembre 2022.
Entre las credenciales de Adriana Petrigliano, hay una que ella destaca: «susurradora de poesía». En tre los varios talleres que coordina, despliega su instrumento susurrador (tubo de cartón) para compartir la experiencia del verso. La autodefinición no es gratis, junta un par de gestos que construyen lo poético: la intimidad de una percepción que es siempre un diálogo entre una voz y un cuerpo que experimenta la emoción, y la palabra como instrumento sonoro.
Adriana nació en Buenos Aires, vive desde hace 50 años en La Rioja y en 2021 fue declarada Ciudadana Ilustre. La Rioja/12, charló con la poeta y gestora cultural sobre su intensa labor como coordinadora de talleres literarios y el presente de la poesía en la provincia.
¿Cómo es enseñar a escribir algo que escapa de toda definición, como la poesía?
Quizá la primera definición sea justamente corrernos de las definiciones: en los talleres (por lo menos en los míos) no se enseña nada y a la poesía, no la entiendo como género literario. Las búsquedas, en el caso de quienes escribimos, estarán obviamente en la lectura, en la práctica del oficio, en explorar, etc. Pero la verdadera búsqueda está en la observación, entonces, allí creo que aparece la verdadera poesía, en la manera que miramos, en la manera que observamos, en poner todos los sentidos, pero absolutamente todos, en percibir la real poética de la que estamos rodeados. Todo lo demás que querramos hacer, serán solo posturas.
¿Cuál crees que es la relación del presente con lo poético?
Es un punto muy débil esto del “presente”. Por un lado está lo que decía antes, en ese percibir el mundo, y cuando uno dice “mundo” en poesía, ¿qué estamos diciendo? El presente es un abismo, porque está hecho de todo nuestro pasado, y contiene absolutamente nuestro futuro. Entonces, ¿cuál es el verdadero mundo que hace nuestro presente?, ¿y cómo escapamos de ese otro presente que nos habita y nos golpea y que insiste en sacarle toda poesía a la realidad? Cuando se escribe poesía, es muy difícil no mostrar los nuditos de la trama. Esto lo marco mucho a mis alumnos, si lo que yo trabajo en un poema no es aquello que realmente me atraviesa, y solo busco una postura, allí no habrá nunca poesía. Entonces la relación del presente con lo poético, no será genuina.
¿Cómo pones en prácticas en tus talleres estas relaciones?
Muchas veces llegan alumnos al taller y lo primero que piden es una especie de “plan” o esquema. Un programa, una guía, quieren saber qué van a aprender. En mis talleres no hay ni guía ni plan ni esquema. La escritura no encuentra siempre a la misma persona sentada frente a la compu o el cuaderno. La escritura, la verdadera, esa que no podemos evitar y nos asalta, encuentra a la persona que somos en ese momento único, minúsculo, breve quizá. En mis talleres nunca seremos las mismas personas, y de hecho, yo que los coordino, no soy nunca la misma persona. Para poder responder a la pregunta, quizá debería decir que justamente en los espacios de un taller, donde se explora y se escarba, donde se rompe y se une, donde se dice y se silencia, logramos relacionar lo poético con lo que conforma nuestros presentes tan efímeros.
¿Qué tipos de demandas encuentras cuando alguien llega a tu taller?
La primera demanda y quizá la más valiosa, sea la de que alguien los escuche, que en un taller de escritura significa que alguien “los lea”. Después de establecerse ese lazo importante de confianza (dar tus textos a alguien), la demanda más frecuente es la de buscar o afianzar la propia voz. Necesitan sentir que es por ese lugar por donde deben seguir. Esto, me han demostrado estos 20 años de coordinar talleres, marca la gran diferencia entre quienes vienen a un taller porque “necesitan” hacer algo con unas horas libres, y entre quienes definitivamente hacen de la escritura su modo de vida.
¿Cómo ves la relación entre tradición y actualidad en la poesía riojana?
A veces siento que hay una barrera infranqueable entre lo tradicional y las formas actuales, si se puede decir así, de la poesía riojana. Lo folklórico a veces parece no querer dar lugar a otras miradas y viceversa. Yo siempre me planteo, por ejemplo, por qué razón deben seguir apareciendo escenas, o símbolos o costumbres que no dan cuenta de nuestra realidad. Por qué motivo no podemos reflejar así y como son hoy nuestras vivencias. Porque he sentido que si se quieren romper algunas reglas, estas rupturas son muchas veces interpretadas como una falta de respeto a lo tradicional, a las voces establecidas, al “buen decir” de una poesía que si siguiera de esa forma, no encontraría más lectores. Mis alumnos suelen reírse con una expresión que repito hasta el cansancio: “los lectores de Rubén Darío ya no están vivos…”, pero sí debo conmover (como lo hizo en su tiempo R. Darío) a los lectores a los que quiero invitar al convite poético. En La Rioja de hoy ya no quedan (al menos en la ciudad) acequias, ya no se hacen retretas en las plazas, nadie regala serenatas por poner apenas algunos ejemplos. Pero sí sucede la poesía en todas las esquinas y plazas y veredas, porque la poesía seguirá sucediendo, entonces, la debemos buscar en lo que nos rodea, allí donde los lectores se sientan involucrados. Donde se reconozcan. Y mostrarla.
De la palabra al hecho
Poemas que ella no quiso escribir
Ella se raspa las rodillas/
se sienta derechita/se afeita las axilas/
se guarda las palabras que nombran lo que no hay que nombrar/
ella cuenta los días/
los que tienen que ser de rojo y sangre/
cruza la plaza con el dolor debajo de las muelas(porque eso del corazón es un
invento)/
ella espera cobrar la litis y entonces lo recuerda/
sabe que puede sola pero sería lindo con él/
ella se ensucia las manos/
con las que ofrece pan con manteca y leche tibia/
ella cruza patios y puentes y sube a trenes que solo la alejan de la memoria/
ella sabe que todo lo que late le pertenece por herencia y hechura/
ella tiembla la mayoría de las veces de miedo/
pero también por el deseo oscuro/
ese que le dijeron era sucio/
y tiembla por la esperanza/
o por la estupidez de esa luna que cuelga el cielo cada noche/
ella se cose la piel que le arrancaron/
o la tira a un costado para ser otra/
ella, que cuando era chica no sabía/
pero que ahora sabe/
ella/
que también guarda la memoria de un abuelo de mierda inmensa/
que la besaba en la boca…
Ella
Que se nace y se muere/
Pero que ahora sabe…
Como…
como una duda
de esas oblicuas que caen desde lugares inciertos
como un silencio espeso que humedece las formas
como una sombra que apenas se distingue en el sol de la siesta
como si fuera un nudo y una soga
y como si fueran todas las palabras dichas y escuchadas que te abruman
como si se pudiera alejar de mí
como si se acercara
como reírse
como llorar
como esperar, como escaparse
como un plato de sopa fría
y como un cigarrillo que se apaga para siempre
como todas las palabras calladas
como los sueños de la infancia
como los abismos
y las terrazas
y las cajas cerradas
como la pausa del invierno
como los vidrios empañados
como mentiras y adioses
como esperar y como irse
como cortar el pan y repartirlo
como entrar a los cuartos de la memoria esquiva.
como si fuera posible alzar los puentes.
como si todo eso.
todo junto.
hoy.
en mi garganta..
Imagen de portada: Adriana Petrigliano.
FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Por Idangel Betancourt. 6 de noviembre 2022.
“La revisión permanente a la que Borges somete sus textos. Insisto en la palabra somete porque esos textos de alguna manera están constantemente violentados por ese lector que es Borges: revisar; esa revisión continua de los textos de Borges es un trabajo que no se ha hecho todavía…”.
Enrique Pezzoni 1
Sobre Borges y su obra todo parece haberse escrito. Sin embargo, en la matriz fundante y dinámica de sus textos, algo del orden de lo inacabado, de lo que solicita relectura y reescritura, impulsa a volver la mirada allí, donde respira la zona más inquietante de la literatura argentina.
Volver, como hace Premat en su Borges, para situarlo o, tal vez, sitiarlo: merodear lo leído para encontrarle nuevo sitio en la perspectiva del siglo XXI, reescribirlo desde otro lugar para aproximarse a su escritura movible, escurridiza. Sitiar a Borges como empresa imposible, pero fascinante, parece ser la invitación crítica. Desandar la propuesta de Pezzoni, sometiendo los textos de Borges a una lectura que desea abordar una obra que escamotea toda afirmación definitiva. Esa es la tarea que asume Premat en un impecable trabajo de aproximación crítica.
Desde la introducción, el despliegue de algunas hipótesis de lectura avanza en ese acercamiento: la radicalidad sobre la originalidad en la que Borges se parapeta para discutir la noción de autor y de texto, la mirada crítica sobre el arte en general, las paradójicas herencias culturales y los linajes familiares como material literario, la interrogación sobre la producción desde las orillas de la cultura occidental. Pero también, y aquí la primera afirmación que se constituye en gesto crítico de la operación de sitiar a Borges, Premat señala a Proust y a Kafka, junto a Borges, como hacedores de las invenciones más brillantes de la literatura del siglo XX: lo que en el francés fue convertir su biografía hacia la muerte en novela y en el checo una inacabada escritura de la subordinación al infinito, en el argentino será la invención del “sur”, de una ciudad y de él mismo como autor de ese universo de libros imaginarios que componen un ilusorio Libro Total. Tres invenciones que disparan la producción literaria del mundo y del siglo hacia nuevos horizontes: lo proustiano, lo kafkiano, lo borgeano.
Invenciones
Inventar un Buenos Aires y un escritor que escriba esa invención es una tarea inusitada. Premat agrega, al arsenal que el joven Borges trae desde Europa —vanguardias poéticas, Valéry, Assens—, dos nombres que su escritura transforma en productivos símbolos de lo que quiere configurar: Carriego (el suburbio como referencia) y Macedonio Fernández (la nadería de la personalidad, el cruce de filosofía, humor y literatura). A eso sumará la filiación desde la saga familiar: los dos linajes, al decir de Piglia, con sus héroes épicos y literarios. el sur, como zona del espacio y el tiempo de la escritura borgeana, obedece las reglas de su creador y dice, a partir de la poesía y el ensayo, una palabra nueva desde la orilla occidental.
Hacia fines de los treinta Borges tiene un accidente que lo lleva a un sanatorio; el hecho da origen al cuento “El sur”, según la propia versión del autor en el prólogo de Ficciones. Premat desconfía. El inicio de la narrativa borgeana, insinúa, podría deberse a otro acontecimiento biográfico: la muerte del padre, ocurrida en esos años. La perspectiva psicoanalítica ayuda a profundizar la hipótesis: la muerte del padre, el accidente como castigo edípico, la liberación que el accidente significa como liberación del magisterio de un padre escritor y la culpa sentida por su muerte.
Así, quien se inventa como escritor de una ciudad en el sur de Occidente se reinventa ahora como cuentista. Pero no escribe lo que la tradición sugería en esos años ni lo que el mandato cultural entendía como una adecuada narración. Escribe “Pierre Menard, autor del Quijote”, buscando lo que el crítico llama “la voz definitiva, el escritor que se encuentra a sí mismo”.2
Pierre Menard plantea, desde el análisis que propone Premat, que reescribir nunca es una reproducción respetuosa, que la escritura de Menard socava las formas habituales del pensamiento y los paradigmas epistemológicos respetados, que trabajar lo fantástico puede no tener relación con lo sobrenatural sino con la descripción de un imposible (por ejemplo: escribir lo que ya está escrito). Acierta Premat cuando recuerda el comentario de Foucault: “Borges plantea la imposibilidad de pensar esto”3 porque ese registro de lo imposible atraviesa la obra del autor de El Aleph. Desde Pierre Menard vislumbramos, como lectores, otro imposible: “Un escritor puede reescribir un clásico, siendo un autor marginal, que incluso lo puede escribir mejor”.4
La idea del texto inconcluso como valor se vigoriza, en verdad, desde Pierre Menard. En la matriz de la nueva concepción, además de la noción del lenguaje como tejido donde se disipa y revierte la figura del autor en su omnipresencia, aparece la apertura textual bajo la forma incompleta, necesariamente abierta cuando no fragmentaria, de lo inconcluso del texto, que reclama ser reescrito. Este deslizamiento del paradigma tradicional de obra/decodificación analítica a texto/diseminación de lo escribible, desencadena en una trama que adquiere otro cuerpo, otro movimiento, otro espesor.
En este sentido subraya Premat que “la técnica del anacronismo deliberado y las atribuciones erróneas” que postula Borges configura una nueva escritura, al anular la identidad estable del autor y dispersar la serie cronológica. Y concluye: “La literatura es un espacio curvo en el que las relaciones más inesperadas y paradójicas son posibles”.5
Una de esas relaciones, “inesperada y paradójica”, es el universo de Tlön:6 la invención (otra vez la invención radical) de un mundo virtual desde el espacio de una enciclopedia apócrifa. Un universo literario. Si Pierre Menard puso en circulación la lectura como reescritura, el cosmos tlöniano postula la noción del libro como eje de innumerables relaciones y como territorio en el que la escritura puede reemplazar a la realidad, como se puede leer en el inquietante final del cuento.
Releyendo lo que “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” insinúa y expone, Premat dice:
La interpretación más evidente del cuento, la que supone que Tlön es una imagen deformada de nuestro propio mundo, en vez de proponer una explicación tranquilizadora, agrava, al contrario, su dimensión inquietante. Nuestro mundo, aunque no lo sepamos, ya es un mundo de delirio totalitario, una ficción de pesadilla.7
Ese escenario paradojal, que desde la perspectiva de Premat es el mecanismo sobre el que gravita toda la escritura borgeana, cobra productividad cuando la narrativa avanza hacia lo biográfico, que nunca es, para Borges, una acumulación lógica sino (nuevamente) una paradoja, un juego de contrarios, como en el caso de Dahlmann, entre el criollismo y el romanticismo alemán.8 Esta cuestión cifra y expande su sentido en “Historia del guerrero y la cautiva”,9 al contraponer y cruzar civilización y barbarie; en “Funes el memorioso”, donde la memoria absoluta es perturbada por el destino, o en “El milagro secreto”,10 que tensiona el tiempo cotidiano con el tiempo creativo. En estos textos y muchos otros Borges reescribe la historia universal, sacude sus perfiles de certeza y referencia, somete toda afirmación sobre el pasado desde una formulación narrativa que la disuelve y altera o invierte sus sentidos, como en “Tema del traidor y del héroe”.11
El ombligo, la traición, lo ineluctable
Las últimas operaciones paradojales de Borges se pueden rastrear, nos recuerda Premat, a partir de El hacedor. La ceguera, como tema del “Poema de los dones” (“Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez / los libros y la noche”)12 y el desdoblamiento, como deconstrucción del concepto de sujeto único, tal como se deja leer en “Borges y yo”13 (“No sé cuál de los dos escribe esta página”).
Contenidas y cobijadas en ese mecanismo permanente de tensionar los opuestos y resemantizar no sólo las nociones del arte y la cultura sino también los datos y las significaciones del pasado histórico y literario, se inscribe lo que Premat subraya hacia el final de su trabajo:
Borges funda una tradición porque, desde la biblioteca, la dinamita y la niega. Borges es ese autor cada vez más subversivo. Si se dijo: Borges traduce la tradición, deberíamos decir, a partir de lecturas como las de Piglia o Pezzoni, Borges traiciona la tradición.14
El subrayado de Premat, en este sentido, es atendible. Volviendo a su perspectiva psicoanalítica, entiende que la referencia de Borges al “ombligo de Adán”, en “La creación y P. H. Gosse” indica lo que Freud llamó “lo ininterpretable del sueño”, que en la producción de Borges será comienzo y expansión de todas sus creaciones y obsesiones. En ese mismo texto, por ejemplo, dispara la posibilidad de entender el mundo como eterno o, como supone Russell, “creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que recuerda un pasado ilusorio”.15
Es la misma perspectiva que elige para cerrar su análisis cuando advierte que Borges se enfrenta a lo ineluctable (la noción de lo real en los escritos de Lacan) en “Nueva refutación del tiempo”, ese texto singular y estremecedor:
No es la fatalidad de lo que se trata, figura mítica que también interviene en sus ficciones, ni tampoco de la tramposa expansión de la determinación mágica del origen; es algo exterior a la ficción, algo indecible, inalcanzable, pero activo —como lo real en la visión del psicoanálisis lacaniano. Por supuesto, la literatura propone, de la mano de Borges, una revisión o apertura del sentido de la historia, una discusión de sus verdades, pero no del suceder en sí.16
Por eso el libro de Premat termina con la cita de “Nueva refutación del tiempo” (“El mundo, desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”), dejándole a la palabra del mismo Borges, creador de universos imaginarios, escritor jamás sitiado, la referencia final de lo ineluctable.
Notas
Annick, Louis (compilador): Enrique Pezzoni, lector de Borges. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
Premat, Julio: Borges, la reinvención de la literatura. Buenos Aires, Paidós, 2022. Pág. 71.
Foucault, Michel: Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1968.
Premat, Julio: op. cit. Pág. 88.
Premat, Julio: op. cit. Pág. 93.
Borges, Jorge Luis: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en Ficciones, 1944.
Premat, Julio: op. cit. Pág. 285.
Borges, Jorge Luis: “El sur”, en Ficciones, 1944.
Borges, Jorge Luis: “Historia del guerrero y la cautiva”, en El Aleph, 1949.
Borges, Jorge Luis: “Funes el memorioso” y “El milagro secreto”, en Ficciones, 1944.
Borges, Jorge Luis: “Tema del traidor y del héroe”, en Ficciones, 1944.
Borges, Jorge Luis: “Poema de los dones”, en El hacedor, 1960.
Borges, Jorge Luis: “Borges y yo”, en El hacedor, 1960.
Premat, Julio: op. cit. Pág. 239.
Borges, Jorge Luis: “La creación y P. H. Gosse”, en Otras inquisiciones, 1952.
Premat, Julio: op. cit. Pág. 292.
Imagen: Cubierta de portada de “Borges La reinvención de la Literatura.
FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Tierra de Letras. Por Sergio G. Colautti*. Escritor argentino (Río Tercero, Córdoba, 1959). Docente de literatura desde 1983. Ha publicado el libro de cuentos Nada que escribir(Tinta Libre, 2021) y los libros de ensayos Apuntes sobre narrativa argentina actual (Río Tercero, 1992), La mirada insomne (Córdoba, 2005), La escritura presente (Río Tercero, 2009), El relato futuro (Madrid, 2015), Saer: la vacilación de lo real (Río Tercero, 2016) y La lectura incesante (Córdoba, 2018). Además, ha sido colaborador de medios comoLa Voz, Tribuna(Río Tercero), Corredor Mediterráneo(Río Cuarto),Etcétera (Universidad Nacional de Córdoba, UNC), Argus-a(Buenos Aires),Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes(España) yEscritores.org(Buenos Aires), entre otros. Desde 2020 es columnista radial deMestizaRock FM(Río Tercero) y participa delColectivo Cultural y Educativo de Río Tercero.12 de octubre 2022.
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Diego Fleischer, novelista y guionista santafesino radicado en Buenos Aires, volvió a su ciudad natal para presentar su primer libro de poesía. Dividido en tres partes, que dialogan entre sí, recorre 30 años de vida que van desde la adolescencia y el despertar sexual, hasta los aprendizajes de la madurez.
Aunque escribe poesía desde hace décadas, el santafesino Diego Fleischer recién publicó su primer poemario, “Esplendor”, con más de 40 años de edad. No sólo porque se focalizó en su labor como escritor de novelas, obras de teatro y guiones para cine y televisión. Sino porque recién en esta etapa de su vida adulta encontró la coyuntura que le permitió enfrentar, sin evasivas, ese material que construyó a lo largo del tiempo. Una tarea ardua, si se considera que las poesías de Fleischer están construidas, para usar una metáfora lo más categórica posible, con jirones de vida.
“Esplendor” es una historia con resonancias atemporales sobre los vínculos y el autodescubrimiento. Foto: Jorge Anichini.
“Esplendor” es una historia con resonancias atemporales sobre los vínculos y el autodescubrimiento. El retrato de una vida contemporánea que se hace universal a partir de su hondura y su apelación constante a experiencias que son comunes a todos los seres humanos. Cualquier lector se puede sentir hermanado con Diego si decide asumir el trabajo (no exento de incomodidades, como siempre ocurre con la buena literatura) de adentrarse en sus textos.
La propia estructura del libro es una primera interpelación al lector, ya que no hay una lógica de linealidad. Todo gira en el sentido contrario a las agujas del reloj: empieza en 2021 y llega, en tres ciclos, hasta 1989. De hecho, las primeras páginas del libro se estructuran sobre el Tercer Ciclo, titulado “La corrección del alma”, que abarca desde el 2021 hasta el 2001. El Segundo Ciclo va del año 2000 a 1999 y el Primer Ciclo, de 1998 a 1989. En cada uno de ellos, Diego intenta a través de las palabras dejar un registro, por momentos más fresco, en otros más denso, de vivencias y sensaciones.
La propia estructura del libro es una primera interpelación al lector, ya que no hay una lógica de linealidad. Foto: Jorge Anichini
La presentación santafesina de “Esplendor”, se produjo en el Teatro de la Abadía, en el norte de la ciudad. En ese espacio, el autor no estuvo solo: un grupo de actores, actrices y músicos (Silvina Gómez, Lucía Cueto, Adriana Rodríguez, Laura Aguzín, Iván Rojas, Octavio Bassó, Miguel Pascual, Gabriela Peirano y Victor Malvicino) dirigidos por el anfitrión, Walter Alemandi, le pusieron voz y cuerpo a sus poesías. En medio de lo cual el propio autor brindó ante el público presente detalles del proceso creativo a través del cual se gestó el libro. Y como, junto a “Esplendor”, nació también la editorial Gombos, cuyo nombre rinde homenaje al abuelo de Diego que luchó durante la 1ª Guerra Mundial para el imperio austrohúngaro y escribía poesía en la trinchera.
Palabras liberadoras
En los textos elaborados por Diego hay amor: “Es indispensable el amor para que la fruta humana fermente y se haga vino, para que uno brinde a otro lo que el dinero no protege”. Hay soledad: “Todos, en miles de noches, cada noche, aunque hagan pista y representaciones, aprenden que están solos y que la única salida es comprender su soledad y todas las miles otras”. Y miedos: “Es entonces la verdad de nuestra especie: humanos desabrigados de pasión, insolentes hedonistas detestables de tantos Dragones en un solo, y recién nacido, corazón. Te quiero lejos, lejos, tan lejos que no me pidas. Quizás en otra vida podremos amarnos. Esta noche te llamo Terror”.
Los artistas que se sumaron a la puesta en escena. Foto: Jorge Anichini
Hay ausencia: “Esta mañana no vuelan recuerdos, sólo se escucha la baba eterna de la especie humana en solitaria esfera. Y en mí, la dicción de la ausencia”. Memoria: “Para perforar tu persistente recuerdo derramo minutos al amanecer, arqueo la diferencia de los mares corporales en la tibia leche de las olas del tiempo y soy la corriente de tu espumosa sal, abandonado por el cuero del viento”. Desesperación: “¡Encontrarme un fondo para no ahogarme en el foso! No soñar, no, dejar volar el sueño a otro sueño. Escribir y amar cada verso”.
La presentación fue en el Teatro de la Abadía. Foto: Jorge Anichini
Pero la búsqueda en esos terrenos sinuosos también tiene algo emancipador, de plantarle cara a la angustia existencial. En “Esplendor”, subyace la idea de que la palabra es sanadora. Cómo escribió alguna vez la poeta Alejandra Pizarnik: “Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”.
Imagen de portada: Actores y actrices le dieron voz y cuerpo a los textos de Diego, en una cálida puesta en escena. Foto: Gentileza Jorge Anichini
FUENTE RESPONSABLE: El Litoral. Argentina. Por Juan Ignacio Novak. 26 de septiembre 2022.
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Cuando a finales de los años 60 descubrí Extracción de la Piedra de Locura dedicado por Alejandra Pizarnik con su número telefónico y la breve frase: «Para vos, desde un jardín maléfico» en letra de jeroglífico garabateado por un niño rebelde, la llamé desde un teléfono público.
Atendió aquella voz misteriosa y crispada con esa especie de falta de aliento como si fueran coros de una blusera medieval.
Cuando dedujo que lo estaba haciendo sin intermediario alguno, sólo o nada menos que por la evidente fascinación ante su estremecedora poesía, pareció alegrarse con una sonrisa ronca y de inmediato concertamos nuestra cita.
Soy un alma nocturna, comentó, antes de cortar abruptamente, como después comprobé, era su costumbre.
Ya he contado infinidad de veces lo imprevistamente hilarante de aquel primer encuentro en que luego de saludarnos le comenté que me recordaba a mi Rolling Stone favorito Brian Jones y ella, de inmediato, retrucó que yo me asemejaba a una prostituta alemana.
El juego había comenzado. Alejandra, muy lejos de la imagen trágica que habitualmente se le adjudica, en realidad era todo lo contrario. Como un niño andrógino perdido en el bosque, jugaba sin cesar en medio de esa vida que había catalogado como «un transcurrir de fiesta delirante».
Podíamos pasar dos o tres noches sin dormir, ella arremetiendo con diversos textos que a la vez escribía finalmente refugiada por completo en el lenguaje. Además de corregir obsesivamente títulos finales como El Infierno Musical, Los poseídos entre Lilas, la saga neobarroca y delirante de Hilda La Polígrafa editada después con el título La Bucanera de Pernambuco.
Los originales del palimpsesto sobre un libro terrible y al mismo tiempo fascinante de Valentine Penrose editado con el mismo título La Condesa Sangrienta, además de sus diarios, correo interminable. Escribía como si respirara.
Alejandra es toda su poesía y dentro de ella vibra cada día mas viva, latiendo en dimensiones donde el olvido resultaría imposible e incluso la propia muerte como noción de tal, también ha muerto.
Cincuenta años serían apenas el prólogo a su devenir tan presente que le concede el rango de poeta inmortal, renaciendo como un fénix, desde el cual nos continuará fascinando; esta vez sin otro punto final que no sean los ojos de quienes, en éxtasis, volvemos a releerla: “No importa si cuando llama el amor yo estoy muerta. Vendré. Siempre vendré si alguna vez llama el amor”.
Imagen de portada: Alejandra Pizarnik
FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Por Fernando Noy. 25 de septiembre 2022.
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