El origen de la letra A es un animal que empieza por B (y otras historias del alfabeto).

HISTORIA

Alessandro Magrini repasa en un ensayo la fascinante crónica que se esconde detrás de cada una de las letras que componen el abecedario.

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Cuando Zeus, disfrazado de toro blanco, raptó a Europa, Cadmo recibió de su padre la orden de encontrarla y de no volver al reino si no era acompañado de su hermana. Cadmo abandonó entonces Tiro, en Fenicia, y partió en busca de Europa. Tras vivir numerosas aventuras, el propio Zeus le concedió la mano de la diosa Harmonía, hija de Ares y de Afrodita

El día de la boda, todos los invitados obsequiaron a la novia con fabulosos regalos. Atenea, por ejemplo, le entregó un vestido, tejido por las tres Gracias, que podía hacer invisible a quien lo llevara, y Hefesto, un magnífico collar de oro que, sin embargo, estaba maldito. 

Llegó el turno de Cadmo de ofrecer a Harmonía su presente nupcial. Abrió una pequeña bolsa de cuero que llevaba colgada en su cinturón y extrajo de ella unas pequeñas y quebradizas piezas, cada una con una forma distinta. 

Alguno de los invitados llegó a comentar, no sin razón, que aquellos caracteres parecían patas de mosca… “Cadmo llevó a toda Grecia un regalo hecho con voz y pensamiento: fabricó un instrumento en el que resonaban los sonidos mismos de la lengua y, uniendo elementos vinculantes y elementos desvinculantes en una secuencia de armonía connatural, trazó el signo inciso de un silencio que callado no estaba”, dejó escrito en el siglo V Nono de Panopoli, en su poema épico las Dionisíacas.

La boda de Cadmo y Harmonía.

Cadmo le había regalado a Harmonía el alfabeto.

Orígenes egipcios

Cada día, millones y millones de personas en todo el mundo utilizamos para comunicarnos un pequeño y valioso conjunto de signos: las letras del alfabeto latino. Pero ¿de dónde proceden exactamente esas peculiares grafías que componen las letras y que nos permiten escribir palabras, frases, ideas, pensamientos y emociones?

Esa es justo la pregunta a la que el erudito italiano Alessandro Magrini, licenciado en filosofía clásica y egiptología en la Universidad romana de La Sapienza, trata de dar respuesta en su ensayo El regalo de Cadmo. La increíble historia de las letras del alfabeto , publicado en Italia por la editorial Ponte alle Grazie. 

Un interesante libro en el que recorre el largo camino de todas y cada una de las letras del alfabeto desde que fueron concebidas hasta lograr la forma y el uso que tienen en la actualidad. La mitología griega no andaba en realidad descaminada. 

Cadmo era de origen fenicio y, efectivamente, fueron los fenicios los que llevaron el alfabeto a Grecia. Los griegos lo adaptaron a su lengua y luego los romanos lo trasladaron al latín, exportándolo a todos los territorios bajo su dominio. Con pequeños cambios, es el alfabeto latino el que hoy se usa en buena parte del mundo. Herodoto ya escribía en el siglo V a.C.: “Los fenicios que con Cadmo se establecieron en esta región, entre tantos otros conocimientos, introdujeron en Grecia el alfabeto, desconocido hasta entonces para los griegos”.

'Il dono di Cadmo', de Alessandro Magrini.

‘Il dono di Cadmo’, de Alessandro Magrini.

Sin embargo, el alfabeto fenicio se basaba a su vez en los jeroglíficos egipcios. Un descubrimiento que se debe sobre todo a Jean-Françoise Champollion, el historiador y egiptólogo francés que consiguió descifrar la escritura jeroglífica gracias fundamentalmente al estudio de la famosa piedra de Rosetta

Champollion se percató de que cada jeroglífico podía tener tres funciones: podía representar una palabra, podía señalar el contexto en que debía situarse la palabra precedente o podía representar el sonido de una palabra indicando solo sus consonantes. Dicho de otro modo: Champollion descubrió que el sistema de escritura jeroglífica ya incluía en su interior el esbozo de un alfabeto. Algo que el historiador Tácito señalaba en sus Anales : “Los egipcios, antes que las demás naciones, se atribuyen a sí mismos la invención de las letras. De allí los fenicios, a causa de que eran señores de la mar, las trajeron a Grecia, atribuyéndose la gloria de inventores de los trabajos ajenos”. 

Los fenicios eligieron ciertas figuras para componer su alfabeto, pero dando a esos signos un valor y una función distinta a la de los egipcios.

Efectivamente, los fenicios tomaron prestado de Egipto el método alfabético. 

Según el arqueólogo Charles Lenormant, de toda la masa de jeroglíficos egipcios, los fenicios eligieron ciertas figuras para componer su alfabeto, pero dando a esos signos un valor y una función distinta a la que le habían atribuido los egipcios. Se trataba sobre todo de que los nombres de las letras fueran fáciles de recordar. 

Los egipcios, por ejemplo, representaban al buey con una cabeza de toro con sus dos cuernos. Los fenicios tomaron ese símbolo y, como en semítico buey se pronunciaba alp (aún sigue diciéndose alef en hebreo y alif en árabe), decidieron que ese signo simbolizaría el sonido de la primera letra de esa palabra, es decir, la A.

Los bienes más preciados

La cabeza del buey estaba representada en los jeroglíficos egipcios como un óvalo del que salían dos cuernos. Con el paso del tiempo, esa imagen se fue simplificando y fue también rotando, hasta acabar dándole los griegos la forma actual y bautizándola como alfa. 

Por cierto: los nombres que los griegos dieron a las letras (alfa, beta, gamma…) no tenían significado alguno, eran simples nombres que comenzaban con el sonido representado por la letra. ¿Pero por qué es la A la primera letra del alfabeto? Amonio, un filósofo de la Antigua Grecia nacido en Egipto, sostenía que era porque el buey estaba considerado el bien más importante para la supervivencia por parte de los fenicios, quienes antes de convertirse en un pueblo de navegantes fueron nómadas y vivían de la trashumancia

La B es la segunda letra del alfabeto latino y significaba ‘casa’, el segundo bien más preciado.

La B es la segunda letra del alfabeto latino, letra que, como todas las demás, los romanos tomaron del alfabeto griego. Y los griegos, del fenicio. 

En fenicio, bet (que luego los griegos transformaron en beta) significaba casa, el segundo bien más preciado después de un buey. El jeroglífico egipcio que simbolizaba la casa era un rectángulo con una abertura en la parte de abajo, como el plano de una habitación con su puerta. Con los fenicios sufrió diversos cambios hasta convertirse en una especie de P invertida y, con los griegos, adquirió distintas formas según la zona. 

La forma empleada en Atenas fue la que se impuso y la que ha llegado hasta hoy. La letra C no está claro de qué jeroglífico egipcio podría proceder. El historiador y erudito bíblico austriaco Robert Eisler lanzó la hipótesis de que pudiera venir de un jeroglífico que representaba un bastón arrojadizo, una especie de bumerán que se empleaba tanto para cazar como arma de guerra. Sobre la D (llamada delta por los griegos) parece que no hay dudas. Delt o dalt, en fenicio, significaba puerta, y la letra en cuestión se representaba con la forma de un triángulo. 

Pero todo indica que la D fenicia es el resultado de la estilización de un determinativo egipcio, de un signo empleado para indicar que la palabra precedente tenía que ver con apertura o acción de abrir.

La piedra de Rosetta, en el Museo Británico de Londres. (EFE).

Y qué decir de la E. Parece que el origen de esa letra está en un jeroglífico que representaba a un hombre con los brazos en alto, un hombre que exulta y que dice «h». De hecho, en las lenguas semíticas eh era una exclamación que significaba entusiasmo. 

La versión fenicia de ese símbolo se habría quedado solo con la cabeza y los brazos y habría girado ese símbolo, que luego con los griegos se convertiría en Épsilon. Pero eso fue ya en la época bizantina. Antes, para distinguir la pronunciación entre E y AI —ambos en griego sonaban muy parecidos— se distinguía entre la E psilón (es decir, la E sencilla) y la E diphthong (la E diptongo). Pero el antiguo nombre de la letra en griego era E, sin más. 

“El sonido correspondiente a la E en griego quería decir si, y servía para formular hipótesis o hacer preguntas; lo que en definitiva hacía funcionar la cabeza giraba en torno a esa E”, señala Magrini en su libro

«El sonido correspondiente a la E en griego quería decir ‘si’ y servía para formular hipótesis o hacer preguntas» 

De hecho, en el santuario de Apolo en Delfos había una enorme letra E de madera. Plutarco, que en sus últimos años fue sacerdote allí, escribió en su tratado Sobre la ‘E’ de Delfos: “Nuestro querido Apolo en cuanto a las dificultades de la vida parece remediarlas y darles una solución pronunciando oráculos a los consultantes. 

Pero las referidas al mundo del pensamiento, él mismo las suscita y las propone al filósofo por naturaleza, al infundirle en su espíritu un deseo que le arrastra hacia la verdad, como es evidente en otros muchos ejemplos y también en el caso de la consagración de la E”. Alessandro Magrini repasa en su libro la fascinante crónica que se esconde detrás de cada una de las letras que componen el alfabeto. 

Porque las letras nos sirven para contar historias, pero también ellas custodian su propia historia. Cuentan que la boda entre Cadmo y Harmonía fue el momento de máxima aproximación entre los dioses y los seres humanos y que, a partir de entonces, nada volvió a ser igual. 

“Con el alfabeto, los griegos aprenderían a vivir los dioses en el silencio de la mente, ya no en la presencia plena y normal, como todavía le había correspondido a él [Cadmo], el día de sus nupcias”, señalaba Roberto Calasso en su maravilloso libro Las bodas de Cadmo y Harmonia , en el que repasaba numerosos mitos griegos. “Ya nadie conseguiría borrar aquellas pequeñas letras, aquellas patas de mosca que Cadmo el fenicio había esparcido por la tierra griega, donde los vientos le habían empujado en busca de Europa, raptada por un toro surgido del mar”.

Imagen de portada: Detalle de ‘Il dono di Cadmo’ sobre los orígenes de nuestro alfabeto.

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Irene Hernández Velasco. 1 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Mitología/Historia/Origen/Alfabeto.

Un gusano acorazado de hace 518 millones de años revela la ascendencia de tres grandes grupos de animales.

Un equipo internacional de científicos de las universidades de Bristol y Oxford, y del Museo de Historia Natural, ha descubierto que un gusano fósil bien conservado de hace 518 millones de años se asemeja al ancestro de tres grandes grupos de animales vivos.

El gusano fósil, llamado Wufengella y desenterrado en China, medía media pulgada de largo y era una criatura rechoncha cubierta por un denso conjunto de placas que se superponían regularmente en su espalda, y que pertenecía a un grupo extinto de organismos gelatinosos llamados tommotiidos.

Alrededor de la armadura asimétrica había un cuerpo carnoso con una serie de lóbulos aplanados que sobresalían de los lados. Entre los lóbulos y la coraza salían del cuerpo haces de cerdas. Los numerosos lóbulos, los haces de cerdas y el conjunto de conchas en el dorso son pruebas de que el gusano estaba originalmente seriado o segmentado, como una lombriz de tierra.

Los resultados se publican en la revista Current Biology. El coautor del estudio, el Dr. Jakob Vinther, de la Escuela de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Bristol, dijo: Parece la improbable descendencia entre un gusano de cerdas y un molusco chiton. Curiosamente, no pertenece a ninguno de esos grupos.

El reino animal consta de más de 30 grandes planes básicos de organización clasificados como filos. Cada filo alberga un conjunto de características que los diferencian unos de otros. Sólo unos pocos rasgos son compartidos por más de un grupo, lo que demuestra el rápido ritmo de evolución en el que se originaron estos grandes grupos de animales, la llamada Explosión Cámbrica, hace unos 550 millones de años.

Un esquema de cómo los tommotidos nos hablan de la evolución de los planes corporales en el árbol de la vida | foto Luke Parry

Los braquiópodos son un filo que se asemeja superficialmente a los bivalvos (como las almejas) por tener un par de conchas y vivir adheridos al fondo marino, a las rocas o a los arrecifes. Sin embargo, al observar su interior, los braquiópodos se revelan muy diferentes en muchos aspectos. De hecho, los braquiópodos filtran el agua mediante un par de tentáculos plegados en un órgano con forma de herradura.

Este órgano se llama lofóforo y los braquiópodos comparten el lofóforo con otros dos grandes grupos llamados foronídeos («gusanos de herradura») y briozoos («animales de musgo»). Los estudios moleculares -que reconstruyen los árboles evolutivos a partir de las secuencias de aminoácidos- coinciden con las pruebas anatómicas de que los braquiópodos, los briozoos y los foronídeos son los parientes vivos más cercanos entre sí, un grupo denominado Lofoforados por su órgano filtrador.

El coautor, el doctor Luke Parry, de la Universidad de Oxford, añadió: Wufengella pertenece a un grupo de fósiles del Cámbrico que es crucial para entender cómo evolucionaron los lofoforados. Se llaman tommótiidos, y gracias a estos fósiles hemos podido entender cómo los braquiópodos evolucionaron hasta tener dos conchas a partir de ancestros con muchas placas similares a las de las conchas dispuestas en un cono o tubo.

Conocemos desde hace mucho tiempo este grupo de tommotidos llamado camenellanos. Los paleontólogos han pensado que esas conchas estaban unidas a un organismo ágil -que se arrastraba- en lugar de estar fijas en un lugar y alimentarse con un lofóforo.

El equipo, formado por paleontólogos de la Universidad de Bristol, la Universidad de Yunnan, el Museo de Historia Natural de Chengjiang, la Universidad de Oxford, el Museo de Historia Natural de Londres y el Muséum national d’Histoire Naturelle de París, demuestra que Wufengella es un tommótido camenélico completo, lo que significa que revela cómo era el tan buscado ancestro gusano de los lofoforados.

El fósil Wufengella y un dibujo con los principales componentes del organismo | Imagen: Jakob Vinther y Luke Parry

El Dr. Parry añadió: Cuando me quedó claro por primera vez qué era este fósil que estaba viendo al microscopio, no podía creer lo que veían mis ojos. Se trata de un fósil sobre el que hemos especulado a menudo y con el que esperábamos poner los ojos algún día.

Aunque el fósil cumple la predicción paleontológica de que el linaje ancestral de los lofoforados era un gusano ágil y acorazado, la aparición de su anatomía blanda pone de manifiesto algunas hipótesis sobre el parentesco de los lofoforados con los gusanos segmentados.

El Dr. Vinther dijo: Los biólogos llevaban mucho tiempo observando cómo los braquiópodos tienen múltiples cavidades corporales emparejadas, estructuras renales únicas y haces de cerdas en su espalda cuando son larvas. Estas similitudes les llevaron a darse cuenta de lo mucho que se parecen los braquiópodos a los gusanos anélidos.

Ahora podemos ver que esas similitudes son el reflejo de una ascendencia compartida. El ancestro común de los lofóforados y los anélidos tenía una anatomía muy parecida a la de los anélidos.

En algún momento, el ancestro tommotideo de los lofóforos se volvió sésil y evolucionó hacia la alimentación en suspensión (captura de partículas suspendidas en el agua). Entonces, un cuerpo largo y agusanado con numerosas unidades corporales repetidas se volvió menos útil y se redujo.

El coautor Greg Edgecombe, del Museo de Historia Natural, dijo: Este descubrimiento pone de manifiesto lo importantes que pueden ser los fósiles para reconstruir la evolución. Obtenemos una imagen incompleta si sólo miramos a los animales vivos, con los relativamente pocos caracteres anatómicos que comparten los distintos filos. Con fósiles como el de Wufengella, podemos rastrear cada linaje hasta sus raíces, dándonos cuenta de cómo antaño tenían un aspecto totalmente distinto y modos de vida muy diferentes, a veces únicos y otras veces compartidos con parientes más lejanos.

Fuentes: University of Bristol | Jin Guo, Luke A. Parry, Jakob Vinther, Gregory D. Edgecombe, Fan Wei, Jun Zhao, Yang Zhao, Olivier Bethoux, Xiangtong Lei, Ailin Chen, Xianguang Hou, Taimin Chen,2 and Peiyun Cong

Imagen de portada: Una reconstrucción de cómo habría sido Wufengella en vida. Ilustración realizada por Roberts Nicholls, paleocreations.com

FUENTE RESPONSABLE: La Brújula Verde. Magazine Cultural Independiente. Por Guillermo Carvajal. 28 de septiembre 2022.

Ciencia/Arqueología/Antropología/Fósiles/Orígenes/Animales

LUCA, el antepasado común universal de todos los seres vivos.

Para la gran mayoría de lectores, LUCA no es más que un nombre propio, identificable con Modric (el futbolista del Real Madrid), con el protagonista de una canción de Suzanne Vega o con el título de una película de Disney.

Pero cuando lo escribimos con mayúsculas nos estamos refiriendo a algo que entra dentro del campo científico, ya que son las siglas de last universal common ancestor o último antepasado común universal; es decir, el ancestro común más reciente a todos los seres vivos conocidos, tanto actuales como extintos, con una antigüedad que ronda los cuatro mil millones de años.

Aunque LUCA es un término que ideó, en un artículo publicado en 1999, el microbiólogo francés Patrick Forterre, en realidad no es la única forma de referirse a él, ya que también existen variantes como LUA (last universal ancestor, último antepasado universal) o LCA (last common ancestor, último antepasado común). Pero el sentido es el mismo en todas: una forma de vida de la que descienden todas las demás que conocemos y de la que no se ha encontrado evidencia fósil específica, aunque sus características pueden deducirse de las que tienen actualmente los genomas. Conviene aclarar, eso sí, que LUCA no sería el primer organismo con vida de la Tierra; ni siquiera el único de su época.

La idea de un ancestro común empezó a forjarse en el siglo XVIII, con los diagramas ramificados que hacían los naturalistas, denominados claves, de los que el primer ejemplo destacado -ya en 1801- fue el Arbre botanique de Augustin Augier, un sacerdote católico que trataba con ello de ilustrar sobre el orden perfecto de la naturaleza creada por Dios. Fue Jean-Baptiste Lamarck el que, ocho años más tarde, dio un paso adelante al incorporar una propuesta evolutiva paralela en la tableau que hizo para su obra Philosophie zoologique. Después llegaron otros como Robert Chambers, Edward Hitchcok, Heinrich Georg Bronn…

Hubo que esperar a 1859 para que Charles Darwin publicase El origen de las especies, en cuyo texto usaba la metáfora del árbol de la vida para sostener dos veces la hipótesis de que todas las formas de vida descendían de otra primordial. Aceptado por el mundo académico, no sin alguna controversia (recordemos el famoso debate de Oxford), el evolucionismo se confirmó como teoría formal en los años sesenta del siglo siguiente, cuando, en un paso de gigante que dio la ciencia, logró descifrarse el código genético, resultando que es universal. Antes, en 1924, el biólogo y bioquímico soviético Alexander Oparin había revolucionado los conceptos sobre el origen de la vida en la Tierra, explicándola como un desarrollo constante de la evolución química de moléculas de carbono en un caldo primitivo, estimulado por el calor.

La abiogénesis empezó en algún momento de la etapa cronológica que va desde los 4.410 millones de años (condiciones para la condensación del vapor de agua) a los 3.770 millones de años (primeros indicios de vida), siendo en ese segundo segmento cuando se calculaba que surgió LUCA hasta hace poco. Eso ha ido cambiando a la luz de los avances científicos. Si en el año 2000 se calculaba la edad de LUCA entre 3.500 y 3.800 millones de años (unos cientos de millones de años antes de los fósiles más antiguos), luego se recalculó entre 3.480 y los 4.280 millones, con lo que sería coetáneo del LHB (Late Heavy Bombardment, Bombardeo Intenso Tardío; un período de impacto frecuente de meteoritos en los planetas del Sistema Solar, Tierra incluida).

Ahora bien, en 2018, un estudio de la Universidad de Bristol sobre fósiles de microorganismos canadienses aplicando relojes moleculares de última generación (técnicas de datación de la divergencia de especies a partir del número de diferencias entre dos secuencias de ADN), ha adelantado esa cronología al eón Hádico (la división geológica más antigua de las que se compone el Precámbrico), situándola en torno a 4.350 millones de años. Eso significa unos pocos cientos de millones de años después de la formación de la Luna (que nació del impacto entre la Tierra y un protoplaneta bautizado como Tea, volviéndose inhabitable).

A mediados del eón Hádico habrían hecho aparición los primeras células procariotas, aquellas cuyo material genético está disperso en una parte irregular del citoplasma llamada nucleoide (frente a las eucariotas, que lo tienen en el núcleo, de ahí que el geólogo Stephen Drury definiera en broma a las procariotas como «bolsas de sustancias químicas»). LUCA sería, por tanto, una procariota, un tipo de organismos que se dividen en dos grandes tipos: arqueas, que son las más primitivas por carecer de núcleo y se subdividen en metanógenos (anaerobias, se alimentan de metano), halófilas (viven en ambientes muy salinos) e hipertermófilas (viven en medios de temperaturas extremas y posiblemente se tratase de las primeras células simples); y bacterias, algo más evolucionadas.

Al principio se incluyó a LUCA entre las arqueas basándose en los cladogramas (diagramas de distancias genéticas) de células vivas que indicaban que el dominio Archea (por utilizar la terminología de su descubridor) se separó muy pronto de los demás seres gracias a a su capacidad para resistir condiciones extremas. Posteriormente se descubrieron arqueas que vivían en ambientes menos hostiles y el análisis de fósiles revela que una simbiosis entre éstas y bacterias dio como resultado el gran paso evolutivo hacia la vida compleja: las mencionadas eucariotas, que gracias a su mayor tamaño (hasta diez mil veces más que las procariotas) tienen un núcleo con envoltura de ADN (ácido desoxirribonucleico) que favorecería el surgimiento de organismos pluricelulares y la diversidad de especies que los caracteriza.

El análisis de fósiles revela que una simbiosis posterior entre arqueas y bacterias dio como resultado el gran paso evolutivo hacia la vida compleja: las mencionadas eucariotas. Sin embargo, LUCA era unicelular y su bobina de ADN flotaba en el citoplasma. 

El fallecido microbiólogo estadounidense Carl Woese, el hombre que descubrió las arqueas en 1977, lo definió como una «entidad más simple y rudimentaria que los ancestros individuales que generaron los tres [dominios] y sus descendientes».

Según Woese, la herencia genética de todos los organismos modernos deriva de la transferencia horizontal de genes entre una antigua comunidad de organismos, ese ancestro común de existencia reforzada en 2010 por un análisis de secuencias moleculares. También introdujo el término progenote para aludir a una comunidad de organismos pre-celulares, anteriores pues a los procariontes, cuyos individuos estarían formados por un grupo esférico de lípidos y que constituiría el germen de nuestra herencia genética. 

El genoma de los progenotes, que pertenecían al mundo del ARN, era bastante diferente al de los organismos actuales, que es más preciso y menos variable, lo que induce a matizar a Woese porque las estimaciones indican que un ascendiente único -aunque flexible para un intercambio genético entre especies- resulta más probable.

 

Diferencias entre una célula eucariota y una procariota/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

LUCA, por tanto, probablemente formó parte de las procariotas extremófilas y, de hecho, se cree que evolucionó en ambientes que todavía existen; es el caso, por ejemplo, de las fumarolas hidrotermales subacuáticas que brotan, por ejemplo, en las dorsales oceánicas por la interacción entre el agua y el magma que brota debajo, en las que las temperaturas pueden superar los 100º y donde se cree que pudo originarse la vida en la Tierra. Pero, frente a arqueas y bacterias, que a medida que evolucionaron fueron reduciendo y simplificando su genoma, LUCA siguió el camino contrario: se hizo más complejo que algunas procariotas modernas.

Eso, decíamos antes, no significa que LUCA estuviera solo. Fue uno entre muchos, aunque el único cuyos descendientes consiguieron sobrevivir más allá de la Era Paleoarcaica junto con las eucariotas y bacterias (las cuales generaron su propia descendencia evolutiva); los otros fueron extinguiéndose a lo largo del reseñado eón Hádico y las dos primeras etapas del Arcaico (el Eoarcaico y el Paleoarcaico). 

No obstante, la cosa no sería tan sencilla puesto que el árbol de la vida actual es el resultado de la TGH (transferencia genética horizontal), también conocida como TGL (transferencia genética lateral); o sea, aquella transmitida entre organismos unicelulares y/o pluricelulares, en lugar de transmitirse verticalmente a la descendencia.

En 2016, un equipo de biólogos dirigido por Madeline C. Weiss analizó 6,1 millones de genes que codifican proteínas y 286.514 grupos de proteínas de genomas procarióticos secuenciados de varios árboles filogenéticos, identificando 355 grupos de proteínas que probablemente eran comunes a LUCA. 

Reconstruir a éste no es tarea fácil, ya que sólo se pueden describir sus mecanismos bioquímicos basándose en los organismos vivos actuales, fruto de muchas transferencias genéticas horizontales y mutaciones. La conclusión fue que se trataba de un pequeño ser unicelular anaerobio, autótrofo (capaz de generar compuestos orgánicos complejos) y termófilo (adaptación a altas temperaturas ambientes), que a nuestros ojos de hoy muy bien podría pasar desapercibido entre un grupo de bacterias modernas.

Tenía un código genético, probablemente ADN, que le permitió sobrevivir al mundo del ARN. Ese código se expresó en proteínas, formadas a partir de aminoácidos libres gracias a la traducción de un ARN mensajero a través de ribosomas y ARN de transferencia. Contaba también con citoplasma, basado en agua y compartimentado por una membrana de bicapa lipídica, en el que flotaba libremente el ADN. 

LUCA se multiplicaba duplicando todo su contenido seguido de división celular y utilizaba quimiosmosis para producir energía electroquímica. Todo ello -y muchas más cosas que sería prolijo especificar aquí- lo dotaban de capacidad para vivir en esas chimeneas hidrotermales submarinas o en otros entornos geoquímicamente hostiles.

El cómo evolucionó para originar los diversos árboles filogenéticos es todavía más incierto y para explicarlo hay unas cuantas hipótesis. La primera, propuesta por el citado Oparin y el biólogo evolutivo británico John Burdon Sanderson Haldane, apoyada luego por un experimento de Stanley Miller Harold Urey, estuvo en boga hasta la segunda mitad del siglo XX y partía de la idea que vimos de que LUCA era hipertermófilo, por lo que se habría gestado en un caldo primigenio catalizado por tormentas eléctricas, calor volcánico y rayos solares. 

Sin embargo, los componentes de la atmósfera del inicio del Precámbrico impedían sintetizar los aminoácidos necesarios, por lo cual, en 1988, el bioquímico Günter Wächtershäuser introdujo algunas matizaciones reorientando el origen a las chimeneas hidrotermales, que presentaban condiciones más concentradas.

Así que LUCA sería muy parecido a una arquea, que son las suelen habitar en esos singulares sitios, pero están tan adaptadas a ellos que LUCA evolucionaría hacia las bacterias. 

Lo que nos lleva a la segunda hipótesis, la del microbiólogo indio Radhey Gupta, que identifica a LUCA con una bacteria grampositiva, monodérmica, de la que evolucionaron las bacterias gramnegativas didérmicas y las arqueas (las eucariotas serían posteriores a LUCA). Los últimos descubrimientos confirman que los procariontes primitivos -caso de las arqueas- poseen una sola membrana celular.

Una tercera hipótesis, la de Carl Woess, la vimos antes: LUCA formaba parte de los progenotes, de los que vienen los tres grandes dominios actuales, Archaea, Bacteria y Eucarya, fruto de una transferencia genética entre las células primarias de ARN y tres virus ADN. 

Los opositores a Woess niegan que un organismo de ARN se pueda considerar un ancestro o, al menos, lo consideran indemostrable, concluyendo que los progenotes son anteriores a LUCA y por tanto sin vinculación directa con la vida actual. Además se le discute su diseño del Árbol de la Vida por considerarlo descompensado: el reino bacteriano consta sólo de unos cuantos miles de especies mientras que el arqueano no llega a las doscientas (quizá algunos pocos miles por descubrir) y, frente a ellos, el eucariota suma varios millones.

Así llegamos a la hipótesis formulada por el biólogo evolutivo británico Thomas Cavallier-Smith, quien agrupaba a todos los procariontes dentro del reino de las bacterias y, dentro de éstas, LUCA tenía todas las características básicas de una bacteria gramnegativa (doble membrana celular lipídica, pared celular de peptidoglucano, ausencia de flagelo, división celular, etc.), siendo posteriores las grampositivas, cuyo metabolismo probablemente era fotosintético y anaerobio, habiendo generado el grupo de las neomura, del que a su vez derivan las arqueas y eucariotas (posteriormente, en 2020, Cavallier-Smith se auto corrigió considerando que el ancestro de las neomura fue una plancton bacteria y que las grampositivas no constituyen un grupo taxonómico propio). La crítica: ningún árbol filogenético molecular parece respaldarlo.

En suma, si queremos buscar a nuestro pariente más lejano hay que remontarse en el tiempo más de cuatro mil millones de años. Casi casi al poco de aparecer todo esto, teniendo en cuenta que la edad de la Tierra está calculada en aproximadamente 4.550 millones de años (la del universo, en 13.770 millones de años).

Cronología de la vida en la Tierra/Imagen: Wikipedia

Árbol de la Vida realizado por Charles Darwin en 1837 señalando un único ancestro común/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons.

División del Precámbrico según la Comisión Internacional de Estratigrafía/Imagen: Wikipedia.

Una fuente hidrotermal en la dorsal Atlántica/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons


Fuentes

Juan Antonio Aguilera, El origen de la vida | VVAA, Biología | VVAA, Una maravilla llamada vida. Cómo son, cómo funcionan y de dónde vienen los seres vivos | Marc Maillet, Biología celular | Werner Müller-Esterl, Bioquímica. Fundamentos para medicina y ciencias de la vida | Marcelo Dos Santos, Con ustedes… ¡LUCA! (en Axxón) | Bill Bryson, Una breve historia de casi todo | Nick Lane, John F. Allen y William Martin, How did LUCA make a living? Chemiosmosis in the origin of life | Wikipedia

Imagen de portada: Los primeros procariontes termófilos descubiertos fueron arqueas y bacterias en aguas termales de Yellowstone | foto Jon Sullivan en Wikimedia Commons

FUENTE RESPONSABLE: La Brújula Verde. Magazine Cultural Independiente. Por Jorge Álvarez. 14 de septiembre 2022.

Ciencia/Naturaleza/Origen/Evolución

 

 

 

 

 

Fronteras del futuro: Los sueños lúcidos

Javier Sevillano explica en ‘La rosa de los vientos’ el concepto de los sueños lúcidos, un término acuñado en 1898 por el psiquiatra Frederik Van Eeden, que empleó el vocablo lúcido en el sentido de claridad mental. Y es que este psiquiatra holandés aspiraba a analizar aquellos sueños en los que el individuo es consciente de lo que está soñando.

«El sueño lúcido es un estado del sueño en el que uno experimenta tener una cierta percepción de lo que está soñando«, explicaba Sevillano.

Los sueños lúcidos

En términos generales, es posible afirmar que los sueños constituyen -entre otras cosas- una tentativa resolutiva de los asuntos pendientes en nuestra vida. Esta tentativa se produce de forma inconsciente debido a que lo común es no recordar nuestros sueños. Cuando despertamos se produce un cambio abrupto en la bioquímica cerebral desencadenando una amnesia fisiológica que hace que olvidemos aquello que hemos soñado al poco tiempo de despertar. Por eso, si no apuntamos el contenido de los sueños inmediatamente al levantarnos, estos suelen desvanecerse.

No sucede lo mismo con los soñadores lúcidos, aquellas personas que han adquirido tal control sobre sus sueños que, además de recordar su contenido, son capaces de controlarlos. De este modo, consiguen experimentar cualquier sensación o situación: desde volar, hasta respirar bajo el agua o visitar los lugares más exóticos del universo y de su imaginación.

Más allá de lo atractivo de controlar los sueños, se ha demostrado que el sueño lúcido puede tener efectos positivos sobre quien los disfruta. Así, algunos artistas han asegurado que este tipo de sueños estimulan su creatividad tal y como fue demostrado en un estudio de la Universidad de Lincoln, en Reino Unido. Tal vez por esto no sea de extrañar que ya se citen las claves para disfrutar de este tipo de sueños.

Fronteras del futuro: La generación muda

Javier Sevillano plantea en ‘La rosa de los vientos’ el problema de ansiedad al que se enfrentan los millennials, los centennials y la generación Z a la hora de realizar una llamada de teléfono.

«Cuatro de cada cinco jóvenes reconoce tener ansiedad antes de realizar una llamada de teléfono«, exponía Sevillano.

Fronteras del futuro: Implante contra la depresión

Javier Sevillano expone en ‘La rosa de los vientos’ el sorprendente caso de una mujer que ha logrado superar su depresión severa gracias a un novedoso implante cerebral desarrollado por un grupo de científicos.

Los investigadores de la Universidad de California San Francisco han desarrollado un implante cerebral con el que han logrado tratar exitosamente la depresión aguda de una paciente que no respondía a otros tratamientos. Así lo relatan en un artículo de la revista ‘Nature Medicine’ donde exponen el caso de Sarah, una mujer de treinta y ocho años que durante años ha padecido continuas depresiones severas.

Un tratamiento experimental

Sarah lo había probado todo. Tomó hasta veinte medicamentos distintos, pasó meses ingresada en tratamiento psiquiátrico, intentó la estimulación magnética transcraneal, pero nada terminaba de funcionar. Así pues, desesperada accedió a someterse a este novedoso tratamiento.

El tratamiento consta de dos fases. En la primera de ellas, Sarah debía someterse a una exploración intensiva que duró diez días durante los cuales los investigadores trataron de identificar el patrón específico de la actividad cerebral que provoca esta depresión aguda.

«Han investigado en el cerebro de esta mujer mediante unos electrodos que han medido su actividad neuronal informando a los investigadores sobre cómo se sentía emocionalmente», explicaba Sevillano.

Transcurridos los diez días, lograron definir con precisión el biomarcador específico que generaba esta depresión y consecuentemente, procedieron con la segunda fase del experimento: debían colocar el implante en el cerebro.

En el caso de Sarah situaron el dispositivo de estimulación en su hemisferio cerebral derecho y lo vincularon a electrodos ubicados en dos regiones: en el estriado ventral, relacionado con la emoción, la motivación y la recompensa; y en la amígdala donde puede predecirse el agravamiento de los síntomas. De este modo, si el electrodo de la amígdala detecta sintomatología depresiva, envía una señal al electrodo del estriado ventral donde, según explicaba Sevillano, durante seis segundos se genera una descarga eléctrica de un miliamperio.

«Esto provoca un cambio de la actividad neuronal y neutraliza los síntomas relacionados con los estados depresivos», concluía.

No obstante, Javier Sevillano subrayaba el hecho de que esta tecnología atiende a parámetros personalizados debido a que las depresiones se generan en circuitos cerebrales diferentes en función de cada persona. En cualquier caso, esta medicina individualizada resulta sumamente esperanzadora considerando el factor de que «la depresión es una de las enfermedades mentales que más vidas se lleva», tal y como lamentaba el investigador.

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