El impacto real de los siguientes 10 años de inteligencia artificial según los expertos.

UN MERCADO DE 16 BILLONES DE DÓLARES

Bank of America dice que la inteligencia artificial generativa será la mayor revolución tecnológica desde la electricidad. Según los expertos de Control Z, será mucho más, tanto para mejor como para peor.

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Los analistas del Bank of America afirman que la inteligencia artificial es una revolución comparable a la electricidad. Energía, armas, medicinas o naves espaciales, todas las industrias están ya siendo transformadas por una tecnología, aseguran, que en sólo siete años aportará 15,7 billones de dólares a la economía mundial, más que el producto interior bruto anual de toda la zona euro en 2022. 

Más allá, afirman, no hay límite para su crecimiento. Pero, después de varios meses y una docena de entrevistas a varios de los líderes de la industria y a usuarios expertos de la inteligencia artificial generativa, mi conclusión es que el Bank of America se queda corto.  Lo que ya está aquí y lo que viene es mucho más grande de lo que el Bank of America o cualquier otro pueda imaginar, algo que admiten los propios expertos con los que he hablado. 

Dentro de dos o tres décadas, el cambio industrial y social es totalmente impredecible, pero los próximos diez años pueden proyectarse con precisión. Esta década será un momento decisivo en la historia de la humanidad y esto es justo lo que hemos plasmado en el episodio 5 de Control Z, titulado El Fin de la Realidad:

El fin de la realidad: así serán los próximos 10 años de la inteligencia artificial | Control Z Ep 5

Lo que dicen los expertos

La explosión científica, económica y creativa que está ocurriendo ahora mismo llegará a ser comparable a pasar de la Edad de Piedra directamente al 2023 en sólo 10 años. 

Pero, si no tomamos medidas para cortar de raíz su uso para hacer el mal, la inteligencia artificial generativa hará tambalearse a la sociedad, causando profundos daños irreparables a millones de personas. Como me cuenta Tom Graham por videoconferencia — CEO y co-fundador de Metaphysic, uno de los líderes del sector que ha revolucionado Hollywood con la tecnología deep fake que se hizo viral con el falso Tom Cruise — estamos en un momento en que toda la sociedad — individuos, tecnólogos, consumidores y legisladores — debe tomar medidas urgentes para evitar daños brutales al público y las democracias. Desafortunadamente, afirma, las leyes van muy por detrás de lo que se está desarrollando, y todavía tardarán 10 a 15 años en llegar. Hoy, asegura, ”estamos en un período de peligro”.

Very realistic Tom Cruise Deepfake | AI Tom Cruise

Varios de los vídeos del Tom Cruise falso

Graham se refiere a un horizonte de sucesos en el que la realidad se evaporará. En algún momento del futuro cercano, perderemos nuestra capacidad para distinguir entre los hechos y la ficción creada por las máquinas, sin importar cuántas herramientas forenses podamos idear. Resulta que, después de hablar con algunos de los principales expertos en el campo, ese «futuro cercano» ocurrirá en los próximos 10 años. Según me contó por videoconferencia Emad Mostaque — CEO y fundador de Stability AI, la organización que ha creado Stable Diffusion, el motor de inteligencia artificial generativa más importante del mundo en estos momentos, más allá incluso que Chat GPT — “en los próximos cinco a 10 años podremos crear cualquier cosa que puedas imaginar con una calidad visual perfecta en tiempo real.” Bryan Catanzaro — vicepresidente de inteligencia artificial aplicada de Nvidia, unas de las compañías que ha sentado las bases del campo con su investigación científica y procesadores gráficos — está de acuerdo con la predicción de Mostaque. De hecho, va más allá. “Apuesto a que en 2023 alguien hará una película donde el video, el audio y el guion están hechos con AI pero, probablemente dentro de cinco años eso, llegará al punto en el que realmente sería interesante ver algo construido de esta manera”, me cuenta. 

Así que en 2033 tendremos la capacidad de crear video de alta definición en tiempo real en el que todo, absolutamente todo, desde la imagen hasta el sonido, la música y cada palabra o gruñido que se pronuncie en él, será generado artificialmente. El producto será indistinguible de cualquier clip o película completa que se pueda grabar con cualquier cámara actual. Antes de eso, sin embargo, veremos vídeos e imágenes y escucharemos audios que serán indistinguibles de la realidad a simple vista, requiriendo de un análisis forense para determinarlo. Según me dice Gil Perry — CEO y co-fundador de la compañía de IA israelí D-ID, creadores de Deep Nostalgia — “en uno o dos años, no serás capaz saber qué es verdad y qué es mentira”. 

No ya en películas de Hollywood sino en tiempo real, incluyendo su uso en videoconferencias. Graham afirma que la tecnología de IA generativa podrá cambiar tu cara e incluso tu entorno en herramientas de comunicación como Zoom en tiempo real de forma totalmente creíble en pocos años.

Cada una de estas entrevistas me dejó con una profunda sensación de desolación y ansiedad ante una crisis que parece inminente e inevitable, una sensación de angustia existencial que aún no me he podido quitar de encima. 

Lógicamente, el lado oscuro de toda esta tecnología está en su aplicación criminal, no ya por estados autoritarios como Rusia, China o Irán, o partidos políticos extremos de uno y otro signo, sino en el día a día. Estafadores, chantajistas, violadores, acosadores en colegios… la herramienta será extremadamente poderosa para hacer el mal. Una auténtica bomba atómica al alcance de cualquiera porque, según los expertos, la barrera de entrada será cero. No requerirá de ningún conocimiento o equipo especializado. Cualquiera con un teléfono móvil lo podrá hacer, como me contaba Mostaque.. Siempre he sido un tecno optimista, el tipo que piensa que no hay problema que no se pueda resolver con la pura ingeniosidad humana. El calentamiento global, el cáncer, la crisis energética, lo resolveremos todo. Pero, a medida que me adentraba más en la inteligencia artificial generativa, descubrí que no hay forma de volver a poner este genio dentro la lámpara. 

Que, esta vez, hemos desatado una fuerza que será totalmente incontrolable en apenas unos pocos años si no tomamos algunas medidas radicales ahora. Es un futuro distópico aterrador, que es probable que suceda con otros eventos del mundo real, pero con básicamente el mismo resultado: el fin de la realidad no es bueno para la humanidad. Claramente, la IA generativa es algo que no podemos deshacer. Eso también sería absolutamente estúpido. Su potencial es simplemente demasiado sorprendente para ignorarlo, desde el desarrollo de curas para enfermedades incurables hasta el diseño de naves espaciales mucho mejores que las que diseñan los humanos para llevarnos a nuevos mundos. Y por supuesto, hacer películas y divertirnos con ella.

Limitar el lado oscuro sin limitar la innovación

Pero confiar en que las empresas se autorregulen también sería igual de estúpido. Esto es algo que admiten los expertos que he entrevistado, incluso siendo parte afectada. Mucho menos cuando está involucrado Silicon Valley. La historia nos ha demostrado una y otra vez que no se puede confiar en ellos. La lista de errores y actos ilegales y desprovistos de toda ética es demasiado larga para ignorarla. 

La última vez que confiamos en ellos, nos dieron las redes sociales, y todos sabemos cómo terminó ese espectáculo de mierda. Volver a confiar en ellos sería absolutamente tonto, especialmente después de leer el manifiesto aterradoramente mesiánico y autoabsorbido de OpenAI sobre la inteligencia artificial general. Las redes sociales, dice Graham, se lanzaron al mundo con absolutamente cero consideración por el impacto que tendría en los jóvenes y en la democracia. “No creo que ese sea el modelo que debemos seguir para esta nueva tecnología”. Graham piensa que deberíamos tratar de evitarlo a toda costa.

Harrison Ford ha sido rejuvenecido hasta los 30 años en la nueva película de Indiana Jones.

Necesitamos un debate público urgente sobre la IA generativa y hay tres cosas que podemos hacer para evitar una crisis social de consecuencias inimaginables. Requerirán que las empresas se sienten con instituciones y gobierno, incluso con psicólogos, filósofos y organizaciones de derechos humanos, pero se puede hacer. 

Mostaque piensa que se necesita una discusión abierta sobre el lado positivo y negativo y qué necesita ser regulado, aunque no cree que haga falta mucho más que una extensión de la legislación actual para proteger a las personas. “El debate abierto siempre es el mejor debido a la complejidad de lo que esto podría hacer a la composición social”, afirma. 

Graham, sin embargo, afirma que “los legisladores deben pensar en cómo implementar esas leyes tan rápido como sea humanamente posible para proteger a las personas de un daño potencial”. La primera, y más importante, es la creación de estándares de certificación criptográfica en todo el mundo para autenticar cualquier contenido capturado por cámaras y micrófonos digitales. El objetivo es establecer una línea básica de certeza que, como mínimo, permita a las personas tener la seguridad de que algo es real. Según Perry, la detección de contenido sintético será imposible. «La IA es más fuerte”, afirma. De ahí la necesidad de saber por lo menos lo que sí es real. 

También apunta a que se debe trabajar en incorporar marcas de agua invisible en el contenido generado pero, desafortunadamente, esto puede ser también falsificado por criminales.

ELVIS LIVE ON THE AMERICA’S GOT TALENT FINAL?! | Got Talent Global

La segunda es lanzar programas de comunicación para que el público comprenda el alcance de la inteligencia artificial generativa. Las personas deben aprender para poder defenderse contra nuevas falsificaciones audiovisuales. “El mundo está cambiando y los niños están creciendo en un lugar muy diferente. Es un poco aterrador”, me dice Perry, “la idea es hacer la IA abierta al público y hacer que todos tengan acceso y que se acostumbren a ella, no que sea controlada por algunos gobiernos y gigantes tecnológicos”. 

Graham está de acuerdo con esta labor de concienciación pública. Hace poco su compañía participó con sus avatares de inteligencia artificial en tiempo real en el popular programa de televisión America’s Got Talent (un ejemplo sobre estas líneas). Su misión, afirma, no sólo era promocional sino hacer conocer el poder de esta tecnología al público general: “si eso puede ayudar a una persona a disminuir el impacto psicológico [de una imagen o vídeo falso] es positivo”. 

Finalmente, necesitamos instar a los gobiernos de todo el mundo a colaborar con la comunidad científica en la legislación que proteja los derechos individuales, estableciendo límites penales para tratar de frenar el uso tóxico de esta tecnología. Perry — cuya empresa comenzó desarrollando sistemas para evitar la identificación facial gubernamentales —dice que ellos están presionando a los reguladores para que sean conscientes de la tecnología y la necesidad de establecer directrices, reglas y límites de seguridad”. Solo entonces podremos aprovechar su revolucionario potencial creativo sin poner en peligro a la humanidad misma.

Imagen de portada: ¿Es una imagen generada con inteligencia artificial o real?

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Jesús Díaz. 5 de marzo 2023.

Sociedad/Inteligencia Artificial/Verdadero o falso?/Peligros/ Regulaciones/Pensamiento crítico 

Inteligencia artificial: por qué algunas personas (inteligentes) no la necesitamos.

MALA FAMA

Un ordenador nunca suplirá lo que realmente obtienes de tu esfuerzo intelectual.

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Se han producido estos años avances muy notables en el sector del pegamento. Esto lo digo para asentar cuanto antes que no estoy en contra del progreso. Me gusta eso, tan novedoso, de poder fijar baldas y percheros en las paredes sin tener que agujerear las. El taladro ha muerto, como las pesas romanas y casi todos los burros. Es un invento magnífico, el super pegamento, que da mucha felicidad a los vecinos. 

Luego hay inventos un poco más tristes, como la inteligencia artificial. Cada semana nos toca leer un puñado de noticias increíbles sobre lo que puede hacer un sistema computacional avanzado, aparte de lo que ya sabíamos. 

Un fotógrafo ganó un concurso con una imagen generada por inteligencia artificial (IA), algunos alumnos hacen sus trabajos con ella; hasta determinadas novelas a la venta en Amazon se han escrito a cuatro manos con un robot. La IA de moda se llama, trabalenguas incluido, Chat GPT. “Chat GPT escribe un poema al estilo de Lorca”, titulan por ahí. 

Puedes abrirte una cuenta en OpenAL y probar tú mismo cómo es Chat GPT. De momento, es poca cosa. Así se lo dije: “No vas a conquistar el mundo, la verdad”. “Como modelo de lenguaje, no tengo capacidad para conquistar el mundo”, contestó.

Elon Musk no piensa lo mismo. 

Elon ha visto las mismas películas que nosotros, y sospecha que detrás de los ahora serviles programas informáticos se esconde un Napoleón del algoritmo. Algo traman. Para el dueño de Twitter, la IA es “uno de los mayores riesgos para el futuro de la civilización”. ¿Debemos preocuparnos? No. Elon Musk fundó de hecho OpenAL en 2015, ¿qué sabrá él? La sombra de Hall 9000 o Skynet planea sobre nuestro futuro. Pero el presente es peor. 

La gente mediocre está feliz. La inteligencia artificial es como la tilde del adverbio sólo. También pienso que guarda relación con las chuletas de los estudiantes y los plagios de los licenciados. Supone facilidad. Es un atajo para conseguir lo que normalmente requiere esfuerzo. 

Por el camino, se pierde componente humano, que no es hacer las cosas bien, sino disfrutar de hacer las cosas bien. “La inteligencia artificial no puede pensar desde el momento en que no está capacitada para el páthos”, nos aclara Byung-Chul Han en Vida contemplativa.

Fotografía de una proyección en pantalla de una publicación en redes sociales generada por inteligencia artificial presentada en la sede de Microsoft. (EFE)

Cuando la RAE, en plan cobardica, quitó la tilde a sólo, solo se alegraron los que no sabían ponerla. Los que sabíamos ponerla nos sentimos estafados. 

Nuestro capacidad, tanto para acertar con esa tilde como con otros dilemas de la gramática castellana, era sobreseída, de pronto no valía para nada y la ignorancia recibía recompensa. Cuando el felizmente olvidado ministro de Universidades, señor Castells, dijo que copiar en un examen no estaba tan mal, el efecto degradante fue el mismo. 

Tu inteligencia era el problema, y no la desidia o incompetencia de los demás. 

Cuando la RAE quitó la tilde a ‘sólo’, solo se alegraron los que no sabían ponerla. Los que sabíamos ponerla nos sentimos estafados.

Los inventos, por lo general, facilitan la vida por abajo. Se inventan cosas para no tener que agacharse, ir muy lejos o destrozar el gotelé. 

Para pensar nunca nos había hecho falta ayuda, sino un poco de voluntad. 

Ahora hemos descubierto que lo que estábamos haciendo mal en nuestras vidas era justamente pensar. Que otro genere los emails, los trabajos de fin de curso y los argumentos. Una máquina. Son días de gloria para la mediocridad

La clave de este entusiasmo no es que el robot haga por ti lo que no sabes hacer, sino que te ahorre largas horas de aprendizaje. La IA no ha venido para que sepas escribir una novela, sino para que nunca aprendas a escribirla.

En rigor, no queremos una máquina que sea más lista que nosotros, sino una máquina que sea más lista que los más listos de entre todos nosotros. Al igual el 1% más rico, el 1% más inteligente nos cae mal, nos humilla, nos derrota. Gracias a la IA todos seremos tan inteligentes como el 1% más inteligente, o al menos podremos fingir que lo somos. 

No queremos una máquina que sea más lista que nosotros, sino una máquina que sea más lista que los más listos de entre todos nosotros.

Eso es lo que nos maravilla, la oportunidad de invalidar las mayores inteligencias, de decir, bah, eso lo hago yo apretando un botón, yo también puedo sacar un 10. ¿Quién pierde? Sorprendentemente, tú. 

La gente inteligente que saca un 10 recibe una recompensa mucho más importante que ese 10: el placer de lograrlo. Tú, con un bot o un programa dándotelo todo hecho en 15 segundos, te quedas vacío. Ni siquiera comprenderás lo vacío que te quedas.

  • Ajedrez y Deep Blue

Hay una conspicua relación entre la inteligencia artificial y el ajedrez, que yo he seguido desde el principio. Todo lo jodió una cosa llamada Deep Blue. 

En los años 90, Deep Blue, un ordenador, derrotó al mejor jugador de todos los tiempos, Gary Kasparov. Parecía el fin del ajedrez, pero solo fue el fin de las máquinas que jugaban al ajedrez.

Con los años, los Deep Blue mejoraron tanto que ya no tenía sentido medirlos con el mejor ajedrecista del mundo. No había la menor posibilidad de ganar a un ordenador jugando al ajedrez. Esto permitió que los ajedrecistas humanos siguieran a lo suyo, que era ganarse entre ellos, y nada impidió que Magnus Carlsen se convirtiera en una estrella mundial, de genialidad muy celebrada.

El momento en el que Gary Kasparov perdió contra el Deep Blue de IBM el 1 de mayo de 1997. (EFE)

En realidad, cualquiera puede ganar a Magnus Carlsen utilizando el programa de ajedrez más flojo que exista. Eso a Carlsen le da igual. Carlsen ha dedicado su vida entera al ajedrez, que es más de lo que puede decirse de alguien que le ganara haciendo trampas tecnológicas

Lo que da sentido a su vida no es ganar, sino jugar. A veces, mientras me bato en chess.com con un desconocido, noto que sus movimientos son perfectos y, por lo tanto, imbatibles, y deduzco que juega contra mí copiando los movimientos que un programa de ajedrez, en la ventana de al lado, le indica. Entonces pienso, ¿qué hay de divertido en eso, amigo? 

La gente cree que la inteligencia artificial le va a hacer la vida más fácil, pero nada te hace la vida tan difícil como ser idiota.

La gente cree que la inteligencia artificial le va a hacer la vida más fácil, pero nada te hace la vida tan difícil como ser idiota. Que un bot sea el ventrílocuo de tu inteligencia te convertirá a ti en el muñeco, no al bot. 

Magnus Carlsen tiene no sé cuántos ordenadores pensando jugadas alternativas hasta el infinito, y cuando vuelve de pasear estudia lo que han averiguado esos ordenadores. Pero, a la hora de la verdad, lo bonito de su vida es el privilegio, humano y épico, de poder cometer un error.

Imagen de portada: Unsplash/Emiliano Vittoriosi.

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Alberto Olmos. 1 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Inteligencia Artificial/Ajedrez/Pensamiento crítico.

Literatura anestesiada.

Fernando Savater

«A los niños y adolescentes se les educa de veras enseñándoles a sentir, a gozar y padecer, a burlarse y a admirar, no anestesiándolos para que no levanten la voz».

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Cuando estaba en mi último curso colegial, nos tocó representar el Auto de Pasión de Lucas Fernández, s.XV. ¡Casi nada! No les pido que traten de imaginar hoy en día una situación semejante porque sé que serán incapaces (a mí mismo me parece imposible, lo recuerdo casi como un sueño especialmente raro). 

Como no teníamos telón los cambios de escena se marcaban apagando y encendiendo los focos que iluminaban el escenario. Esto dio lugar al momento mas celebrado de la función: una luz se encendió a destiempo y reveló a Jesucristo, un chico de mi clase de cuerpazo admirable, tapado sólo con un Meyba y coronado de espinas teñidas, cruzando serenamente el proscenio y encaramándose a la cruz en la postura que Dios, en efecto, manda. 

Yo tenía una escena con otro compañero, ambos apóstoles (Pedro y Pablo o pareja semejante), que deploramos en tetrástofos monorrimos (¡no se rían, coño!) los padecimientos de nuestro Salvador, y total para qué. 

Nuestros «parlamentos» (así los llamaba el improvisado director de escena, tan sufrido) eran pomposos y exorbitados, por lo que no los tomábamos tan en serio como hubiéramos debido. Mi colega de apostolado debía empezar su imprecación así: «¡Judíos, sucios, malditos, que a Cristo sacrificasteis, etc.». 

Vamos, una tirada que hoy no se permitiría ni Ada Colau. Como me gusta enredar y le sabía sugestionable, le soplé: «Oye, no te equivoques y vayas a decir ‘judíos, suizos, malditos…’». Ya no logró librarse de los helvéticos en ningún ensayo. Al Judío Errante le unimos el Suizo Errado. Pero mi santo compañero hacía esfuerzos inauditos retorciendo las palabras para evitar el trabalenguas ya inevitable. En el estreno (y afortunadamente única función del Auto) los asistentes juran que dijo «¡jodíos suizos, malditos seais!». No puedo atestiguarlo, en ese momento padecía convulsiones de risa ahogada.

He recordado esta peripecia teatral tan remota al enterarme de la censura póstuma ejercida sobre los cuentos de Roald Dahl

No me extraña, los que editan para un público infantil suelen creer que los niños y adolescentes no son cortos de edad sino de entendederas. 

Cuando hace casi veinte años se tradujo Ética para Amador en USA, la editorial -que tituló el libro solamente Amador– me pidió que añadiese un párrafo explicando que todo lo que allí decía dirigido a un joven de unos quince años también era válido para una chica de esa misma edad. 

Me quedé asombrado, nunca se me hubiera ocurrido semejante prevención. Les contesté que no escribía para varones sino para personas y que suponía que mis eventuales lectoras norteamericanas lo asumirían sin necesidad de decírselo explícitamente. Creo que no les convencí. La doctrina de esos adoctrinadores es que a los menores hay que dárselo todo masticado y ahorrarles sobresaltos.

En su día, el éxito de Walt Disney fue precisamente incluir en sus películas de animación escenas levemente terroríficas con brujas, ogros y lobos feroces, lo que entusiasmaba a los pequeños espectadores: a ver, ¿que niño, niña o niñe no prefiere la bruja a Blancanieves? 

Hoy eso mismo exige que los censores corrijan sus mejores películas.  Y del mismo modo los pequeños agradecen un lenguaje coloreado, que no evite neuróticamente cualquier palabra levemente malsonante u ofensiva. Pero los «educadores» ortodoxos de hoy, esa plaga, previeren evitar cualquier expresión que a ellos les parezca conflictiva (aunque a ningún niño sano le produzca el menor conflicto). No quiero imaginar lo que esa pandilla de mojigatos hará con las divertidas y extravagantes interjecciones injuriosas que profiere a cada paso el capitán Haddock…

Pero no nos engañemos, la pasión woke (que es mucho mas antigua que este término, recordemos como Pío IV ordenó «adecentar» los frescos de Miguel Angel en la Capilla Sixtina) no sólo se ceba en los mas pequeños, cambiando palabras en obras consagradas y suavizando los finales atroces de muchos cuentos clásicos. 

Tampoco los adultos estamos a salvo, no hay más que darse una vuelta por la Universidad de Stanford y ver el vocabulario política y socialmente correcto que ha perpetrado. En varias universidades americanas, los profesores que van a suscitar en clase algún tema que puede provocar cierto debate identitario deben avisarlo con tiempo, para que puedan salir del aula los alumnos que no se consideran capaces de sufrir tanto estrés. 

También se han dispuesto salas de reposo, con pantallas que presenten vídeos de gatitos juguetones y suave música ambiental, para que los estudiantes desequilibrados por alguna cuestión demasiado viva puedan recobrar su letargo anímico habitual. Si hay que tomar estas precauciones para prevenir las polémicas o recuperarse de ellas, que habrá que hacer para resistir el impacto de leer a Nietzsche o a Céline…

Dijo Franz Kafka, con prosa aparentemente plácida pero en realidad febril, que toda obra literaria debe ser como un hacha que rompe el hielo que cubre nuestro mar interior. 

Lo propio del arte literario -de todo arte, en realidad- es sacudir nuestro espíritu, despertar nuestras emociones, rebelar lo inmortal que hay en nosotros contra la muerte necesaria. La serenidad sólo tiene mérito en quien se inclina sobre el vértigo del abismo, no en quién lo ignora. 

A los niños y adolescentes se les educa de veras enseñándoles a sentir, a gozar y padecer, a burlarse y a admirar, no anestesiándolos para que no levanten la voz y parezcan bien domesticados. El desafío de educar no consiste en volver vegetarianos a quienes tienen destino de carnívoros, sino en rescatar la fraternidad humana de la hipocresía biempensante y la brutalidad.

Imagen de portada: El libro ‘Matilda’ de Roald Dahl. | Reuters

FUENTE RESPONSABLE: The Objective. Por Fernando Savater. Escritor. Aficionado a las carreras de caballos y lector de Borges. Fue profesor de Filosofía.

Sociedad y Cultura/Literatura/Niños/Adolescentes/Pensamiento crítico.

Falsificación de las emociones.

Nos encontramos en un contexto cultural en el que la problemática de la salud mental parece resurgir nuevamente del subsuelo en el que estaba abandonada hasta hace relativamente poco tiempo

Prueba de ello la encontramos, por ejemplo, en el éxito de la exposición de Francesc Tosquelles en Barcelona, la proliferación de ensayos o literatura crítica relacionados directa o indirectamente con la temática de la enfermedad mental, el auge, en el campo de la teoría crítica cultural, de autores como Mark Fisher en los que, entre los diferentes ejes que estructuran su obra, el de la salud mental se erige uno de los más relevantes y estructurales… serían unos pocos ejemplos de este fenómeno de la revalorización en el campo de la cultura de las cuestiones relacionadas con la salud mental.

Pues bien, la obra de Belén Gopegui, El murmullo. La autoayuda como novela, un caso de confabulación se enmarca en este contexto y, para hacerlo, se servirá concretamente del género de la autoayuda. 

En particular, su abordaje sigue el hilo de Ariadna de dos preguntas clave, sumamente interesantes y sugerentes: por un lado, ¿es posible tratar las producciones de autoayuda como ficciones narrativas? 

Y, por el otro, ¿se podría construir un texto narrativo, empleando elementos propios del género de autoayuda pero persiguiendo finalidades absolutamente contrarias? 

Dicho de otra manera, Gopegui, en primer término, realizará, en la primera parte de su ensayo, un exhaustivo análisis del género para observar la posibilidad de considerarlo como un género narrativo más y, por consiguiente, tratarlo y trabajarlo desde estos ejes narrativos, y, posteriormente, en la segunda parte de la obra, tratará de construir un relato, o mejor dicho conjunto de relatos, que pretenden subvertir la lógica de la autoayuda, aunque empleen elementos de esta en su desarrollo.

Interesante y audaz tentativa, vistas así las cosas. De lo que se trata es de emplear un enfoque narrativo, tras la disección del género, forjar una (con)fabulación que permita contar las cosas de otra manera, haciendo resonar lo implícito e impensado de la autoayuda. 

Y esto es importante puesto que, mayoritariamente, estas obras falsifican las necesidades reales que tienen los sujetos. La finalidad de este género, según Gopegui, no es sanar al sujeto, aligerarlo de su carga de sufrimiento o malestar, sino hacerlos competitivos en el marco social en el que se insertan

Así pues, a partir de un discurso que apela al sufrimiento y su necesaria superación, o bien a la necesidad de adquirir liderazgo, responsabilidad, mejora continua… lo que se articula realmente es una concepción darwinista de adaptación y competencia, en la que únicamente tienen oportunidades aquellos que dejan atrás lo que les impide adecuarse a las demandas del sistema.

Cabe apuntar, no obstante, que la obra de Gopegui, tal y como ella deja bien claro, se ocupa de las obras del género que abordan el malestar subjetivo de baja intensidad. Ahora bien, no deja de ser, por ello, un género propio de la cultura de masas así como un mecanismo de subjetivación social. 

Y esto es así, por un lado, porque en la autoayuda se elude la organización colectiva. Son textos que se dirigen a un “tú” que no es un nosotros, que individualiza para segregar al sujeto de su contexto social y, por ello mismo, aislarlo de las necesidades estructurales. 

Son obras que apelan y recurren al mérito individual como estrategia única y esencial para afrontar la problemática, méritos, en todo caso, ligados a valores pragmáticos y competitivos y desligados de los sociales. Este mérito individual, a su vez, es el motor y justificación de la narrativa, y en ella no hay ningún tipo de aspiración ética.

Ahora bien, por el otro lado, la literatura de autoayuda no afronta el conflicto, sino que, más bien, lo que busca es eludirlo, dejarlo de lado o bien atrás. 

Por este motivo, en lugar del conflicto, será la categoría de “obstáculo” el elemento principal que otorgará la dimensión dramática al relato. Sin embargo, ¿en qué medida el conflicto, en tanto que es algo irremediable, puede estar presente en las obras de autoayuda? 

Esta cuestión será la que atravesará toda la segunda parte del libro, en la que Gopegui articulará diferentes historias, relatos… y que ella denomina confabulaciones. Estas, en todo caso, deben entenderse desde una perspectiva comunitaria, de puesta en común recurriendo a narraciones compartidas, con el fin de unir y forjar acciones realmente significativas, a la vez que revolucionarias, para generar el cambio (social) anhelado.

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Autora: Belén Gopegui. Título: El murmullo. La autoayuda como novela, un caso de confabulación. Editorial: Debate. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “El Murmullo” de Belén Gopegui.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Oriol Alonso Cano. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 21 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narración/No ficción/Pensamiento crítico.

«VIVIMOS EN UNA DISTOPÍA ACCIDENTAL»

¿Alguna vez tras una búsqueda en Google sobre un producto acto seguido ha aparecido una publicidad de ese mismo producto en redes sociales? O ¿ha comprado  a través de Instagram o de Facebook? Este tipo de consumo por internet, adaptado tan perfectamente a sus gustos y necesidades, es posible gracias a todos los datos que las empresas tecnológicas recopilan de sus usuarios. 

Y también es uno de los aspectos de lo que Shoshana Zuboff ha denominado el «capitalismo de la vigilancia». Zuboff es la autora de tres importantísimos libros, todos adelantados a su época. Su más reciente libro es La era del capitalismo de la vigilancia‘, en el que relata cómo la información de las personas se ha convertido en la base para un nuevo orden económico mundial que amenaza la democracia.


«La institución económica dominante de nuestros tiempos». Es así como describes el «capitalismo de la vigilancia». ¿No es eso una exageración?

Quisiera que sí fuese una exageración. El capitalismo se ha transformado, algo que ocurre más o menos cada siglo. Pero ahora, en este siglo digital, lo que tenemos es una situación extraordinaria en la cual toda la estructura del capitalismo está basada en la comercialización del comportamiento humano. 

Eso nunca antes había sido posible. Yo digo que vivimos en una distopía accidental, pues hemos llegado a un punto al que nadie nunca hubiese escogido llegar y al que nadie quería llegar. Y aun así, aquí estamos. Vivimos en un mundo en el que todo lo que hacemos está monitoreado. Nuestras acciones son transformadas en datos, que son propiedad de las grandes empresas del capitalismo de la vigilancia [como lo son Google, Meta o Amazon]. A partir de esos datos, estas empresas pronostican nuestro comportamiento. Luego venden esos pronósticos. 

Todo el mundo terminará ganando más dinero si logran reducir la incertidumbre en sus negocios sabiendo con mucha certeza cómo vamos a comportarnos. ¿No es genial para las compañías de seguros médicos saber qué enfermedades vamos a contraer? ¿No es excelente para las aseguradoras de automóviles saber cómo conduciremos? Conocer las respuestas a preguntas como si pagaremos nuestro alquiler, o nuestra hipoteca o nuestras tarjetas de crédito son ahora las fuentes de ingresos para estas compañías. Y nuestros datos son vendidos al sector financiero, al de salud, y así poco a poco, se han dispersado por toda la economía.

Pero existen miles de millones de personas que parecen no querer ningún cambio. Escuchan música en Spotify, ven muy contentos el contenido que Netflix les recomienda y le dejan saber a Amazon exactamente lo que les gusta y cómo quieren comprarlo. Esas personas se sorprenderán por tu alarmismo porque están felices viviendo sus vidas, sabiendo que tienen nuevas herramientas que antes no existían y que es muy cómodo todo esto.

Y tienen razón. De hecho, esa es la gran injusticia. Pues nos merecemos estos servicios, nos merecemos los datos y el conocimiento que generan estos servicios. Deberían enriquecernos como individuos, familias, ciudades, naciones y, sobre todo, como una creciente civilización de información global. Pero eso no es lo que está pasando. 

Un documento filtrado de Facebook, empresa que ahora se conoce como Meta, demostró que para 2018 su centro de inteligencia artificial estaba procesando billones de datos al día para producir alrededor de 6 millones de pronósticos de comportamiento. Esa es la magnitud de la que estamos hablando. Y es algo muy difícil de comprender para cualquiera de nosotros.

Puede que te guste Spotify, Netflix, Google e incluso Facebook, pero estos procesos [de extracción de datos y de desarrollo de pronósticos] están diseñados para permanecer escondidos para los usuarios. Y es por eso por lo que hemos tardado tanto en darnos cuenta del problema. 

Es nuestra responsabilidad aprender sobre lo que está pasando y la de nuestros legisladores para así idear e implementar políticas que puedan prohibir estos procesos. La meta no es que dejen de existir estos servicios maravillosos, sino que todos los datos y el conocimiento profundo que generan nos pertenezcan, le pertenezcan a los líderes electos y a las instituciones que debemos crear para regular el ámbito digital. Hay mucho trabajo por hacer. Pero si no lo hacemos, la distopía accidental de hoy se convertirá en la realidad que domine este siglo.

Recientemente has argumentado que podemos tener una sociedad democrática o una sociedad de vigilancia, pero no las dos.

Cuando consideras cómo el capitalismo de la vigilancia se ha desarrollado en los últimos 20 años, es evidente que está destruyendo la democracia y debilitando tanto nuestras instituciones como nuestras habilidades colectivas e individuales. Por ejemplo, pensábamos que teníamos derecho al conocimiento, o lo que yo llamo «derechos epistémicos». William Douglas, quien fue juez de la Corte Suprema de los EE.UU., dijo hace muchos años que, según la Carta de Derechos de la nación, todo ciudadano estadounidense tiene la libertad de elegir qué se puede saber de ellos y qué debe permanecer privado.

Este es un planteamiento muy interesante porque demuestra que el capitalismo de la vigilancia se basa en la usurpación de derechos que siempre hemos considerado esenciales para vivir una vida libre, individual y moderna. Hemos llegado al punto en que necesitamos codificar estos derechos epistémicos. [Es decir, convertirlos en derechos jurídicos que puedan ser defendidos en nuestros tribunales y sistemas legales]. De lo contrario, un pequeño grupo de compañías seguirá teniendo todos los derechos sobre el conocimiento. Nos están arrebatando la idea de que las personas podemos elegir cómo se gobierna, con qué valores e ideales, con qué aspiraciones y derechos y bajo qué leyes. Los futuros que ofrecen el capitalismo de la vigilancia y la democracia no son compatibles. Estos dos órdenes institucionales están en un duelo a muerte. Ambos no pueden coexistir. Nos toca decidir cuál ganará. Y eso es lo que me preocupa tanto.

Has dicho que Facebook ha transformado la esfera pública. ¿A qué te refieres?

Tenemos a una compañía que controla los principales espacios de comunicación social en todo el mundo y la información que circula en ellos. Es decir, controla lo que se supone que sea nuestra esfera pública. Pero en realidad lo que tenemos ahora es un lugar donde la información de calidad está inversamente correlacionada con las ganancias. Mientras más corrupta es la información que circula en sus plataformas, más dinero gana la empresa Meta –antes conocida como Facebook–. En 2018, esta compañía transformó la manera en la que presentaba contenido a sus usuarios. Se comenzaron a basar en pronósticos sobre el tipo de contenido con el que las personas iban a interactuar. 

Los algoritmos empezaron a promover y a diseminar la información más corrupta, descabellada e inflamatoria, porque esa era la que obtendría más interacción. La interacción, por supuesto, impulsa la extracción de más datos, lo cual lleva al desarrollo de más pronósticos sobre nuestro comportamiento, lo cual lleva a mayores ganancias. Es como funciona. Y es por eso que ya no tenemos una esfera pública. 

Hasta que no logremos recuperar nuestros espacios de comunicación, debemos encontrar formas de cambiar estas compañías de manera fundamental o de hacerlas obsoletas. Así podremos reconstruir espacios que verdaderamente nos permitan comunicarnos libremente como una sociedad abierta y con los valores y el sentido común que a todos nos interesa.

Tú argumentas que los algoritmos de las grandes compañías no solo están diseñados para aumentar sus ganancias o moldear nuestro comportamiento individual, sino también para controlar nuestro comportamiento colectivo.

Vemos que estas compañías están siendo capaces de controlar nuestro comportamiento colectivo. Facebook es quizá el ejemplo paradigmático de esta tendencia, pero no es un caso único. Estas empresas pueden determinar, por ejemplo, si las personas de una sociedad se enojan o se polarizan con más frecuencia, si el discurso político se inclina más hacia el odio y hacia lo inflamatorio o si se vuelve más moderado. 

Y también pueden determinar si más personas van a vivir o morir. Hay investigaciones detalladas que demuestran que la manera cómo la información falsa sobre el covid-19 sobrepasó la información legítima en las redes sociales llevó a un mayor número de muertes durante la pandemia. 

Este fenómeno se volvió tan poderoso que el Dr. Robert Califf, quien dirige la Administración de Drogas y Alimentos de los EE. UU., afirmó que la desinformación se había vuelto la principal causa de muerte en el país.  

Así que cuando pienso en un personaje como el dueño de Meta, Mark Zuckerberg, lo imagino en el cielo jugando con un teclado celestial. Si oprime unas teclas particulares, más personas en el mundo se enfadan. Si oprime otras teclas, más personas mueren.

Eres una de las 25 personas que pertenecen a lo que se conoce como «La verdadera junta de supervisión de Facebook». ¿Qué es eso y qué has logrado hacer allí?

En 2019, Facebook anunció que crearía una junta de supervisión. Se trataba de un grupo de personas seleccionadas y remuneradas por la empresa para supervisar las decisiones relacionadas a la moderación del contenido. Los líderes de lo que en ese momento era Facebook aseguraron que escucharían a los miembros de la junta, pero estos simplemente hablaban de cómo mantener y proteger la autorregulación en internet. 

Y la autorregulación es precisamente lo que nos llevó a este gran caos. Por otro lado, los reglamentos de esta operación no obligaban a Facebook a seguir ninguna de esas recomendaciones. Entonces, se trataba de una pieza de teatro gubernamental, que no tenía nada que ver con la transformación real. Es así como, liderados por Carole Cadwalladr, una de las periodistas británicas que destapó el escándalo de Cambridge Analytica, decidimos [crearla]. Somos un grupo de expertos. No tenemos ningún interés personal. 

Pero cada uno de nosotros sabe mucho sobre Facebook y cómo opera y creemos que nuestras críticas tendrán mayor impacto en el esfuerzo por mantener a esta empresa honesta que la junta de supervisión que ellos crearon. Así que monitoreamos las grandes decisiones de Facebook, hablamos con la prensa, publicamos opiniones y a veces organizamos eventos. Intentamos mantener la presión pública.

Una crítica que has recibido es que tus diagnósticos y tus críticas son muy detalladas, pero las soluciones que ofreces son muy genéricas. ¿Cómo reaccionas tú a esa acusación?

Siempre es frustrante. Porque cuando me propuse escribir El capitalismo de la vigilancia, mi meta era describir un fenómeno que nunca antes había sido descrito. Lo estábamos viviendo, nos estábamos ahogando en él, pero no había sido comprendido en detalle. Y no hay muchas personas, incluso entre los académicos, que estén dispuestas a pasar el número de años que yo pasé estudiando cada pedacito de evidencia para poder ofrecer un panorama claro de lo que es el capitalismo de la vigilancia y cómo funciona. Y habiendo hecho eso, terminé escribiendo 525 páginas. 

De hecho, la primera versión del libro tenía más de 1000 páginas. Pero tuve que tomar decisiones [sobre qué incluir y qué dejar fuera]. Sabía que, si ofrecía al público una comprensión detallada del capitalismo de la vigilancia, eso sería más poderoso que cualquier solución que pudiese ofrecer en ese momento. Desde que terminé el libro, he dedicado casi todo mi tiempo a conversar con legisladores y políticos en todo el mundo, a organizar eventos, a dar entrevistas y charlas y a escribir columnas de opinión. 

Acabo de terminar de escribir un ensayo muy amplio con el propósito de ir formalmente hacia la próxima etapa, que es «qué hacer y cómo hacerlo». Eso siempre fue parte de la agenda. Creo que no hay manera de contener un fenómeno si no se puede nombrar, si no se tiene un lenguaje para ello y si no se entiende a profundidad. Así que esa era la primera parte de mi trabajo y este continúa.

Si un genio te concediera el poder de hacer una sola cosa para mejorar esta situación, ¿qué decisión tomarías?

Detener la extracción masiva y silenciosa de datos personales, y decretarla ilícita. Desde cualquier punto de vista –moral, político o económico–, esa extracción es fundamentalmente injusta y malintencionada. En cualquier otro contexto, se le llamaría robo. Así que se cataloga como un robo y se detiene. En el momento que hagamos eso, algo mágico sucederá porque habremos acabado con el depredador. 

Los miles de millones de compañías que quieren entrar en el mundo digital y operar de formas que promueven los valores democráticos, por fin podrán competir en un entorno justo. Así que tenemos una oportunidad para recuperar el siglo digital y eso comienza con el exilio, la eliminación, la erradicación de ese poder que descaradamente asumieron las empresas sin preguntar. Pues es ese poder que les permite convertir nuestras vidas en productos para aumentar sus ganancias y su influencia.

Este contenido fue emitido en formato audiovisual por el programa de televisión *‘Efecto Naím’, una producción de Naím Media y NTN24. Forma parte de un acuerdo de colaboración de este programa con la revista Ethic.

Imagen de portada: Shoshana Zuboff. (Fortune Global Forum)

FUENTE RESPONSABLE: ETHIC. *Por Efecto Naim. 16 de febrero 2023

Sociedad y Cultura/Capitalismo Global/Redes sociales/Control/ Digitalización de datos/Regulación/Derechos/Pensamiento crítico/Internet de las cosas.

Diamela Eltit: «La vida es muy valiosa, pero también muy monótona. Fugarte con la literatura hacia otros espacios me parece interesante»

Tiene un tono de voz sereno, suave, que a veces se apaga tanto que casi llega al susurro. Diamela Eltit (Santiago de Chile, 1949) contempla la lluvia desde el hotel Santa Catalina de Las Palmas de Gran Canaria, donde este año se celebran las Converses Literaries de Formentor.

Las previsiones meteorológicas hablan de un posible huracán de camino a la isla, pero la escritora no parece en absoluto preocupada: la misma serenidad de sus palabras parece habitar su interior y hacerlo imperturbable. Solo la risa, que brota espontáneamente en varios momentos, altera su discurso. 

Diamela Eltit fue consagrada el año anterior —2021— con el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, pero durante mucho tiempo ha sido lo que se conoce como una escritora de culto, de inmensas minorías.

Durante muchos años ha trabajado como profesora de Literatura en diversos centros de su país. Junto al poeta Raúl Zurita, que llegaría a ser su marido hasta la anulación del matrimonio, y otros amigos inquietos como Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells, fundó el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), que renovó el ambiente de la creación en los duros años de la dictadura pinochetista. 

Como escritora, se dio a conocer en 1980 con el volumen de ensayos Una milla de cruces sobre el pavimento y debutó en la novela tres años después con Lumpérica.

A esta siguieron otros títulos como Por la patriaEl cuarto mundo o El padre mío, donde fue abordando diversos aspectos de la realidad desde un decidido compromiso. Instalada en México como agregada cultural de su país entre 1991 y 1994, se alió con la fotógrafa Paz Errázuriz para escribir un libro de carácter documental sobre amor y locura, El infarto del alma.

En España, ha sido la editorial Periférica la que ha apostado por la obra de Eltit, publicando hasta las fechas sus libros Jamás el fuego nuncaFuerzas EspecialesSumar El cuarto mundo

Mientras la lluvia arrecia y el cielo sobre Las Palmas se ennegrece por momentos, Diamela Eltit responde a las preguntas de JOT DOWN con toda amabilidad.

Solo rehúsa abordar una cuestión: su desencuentro con Roberto Bolaño, con quien intercambió en su día fuertes descalificaciones. 

Su literatura nace de un contexto dictatorial. La censura, ¿enseña algo? ¿Acaba uno debiéndole algo a sus censores?

Efectivamente, cuando yo publiqué mi primer libro, en 1983, había diez años ya de dictadura.

Y había una oficina de censura, no era una idea ni un rumor. Tú tenías que llevar tu manuscrito a una oficina que estaba en el Ministerio del Interior, y allí te tenían que autorizar o no la publicación.

Se podían publicar esos libros sin pasar por ese control, pero en tal caso esos libros no podían llegar a librerías.

Yo publiqué con una editorial que se dedicaba a libros de ciencias sociales, mi libro era su primera experiencia en novela, y querían llegar a librerías.

En ese sentido, puedo decir que viví con un censor al lado, pero nunca escribí para el censor. Respecto al lenguaje, la censura opera y le da un valor mayor al discurso. Las palabras ya no son casuales, tienen más densidad. Las hablas comunes tenían que ser repensadas. La censura te ilumina en eso, no hay inocencia. 

En muchas ocasiones le he oído hablar de la escritura como resistencia, incluso en alguno de sus textos se hablaba de escribir para «salvar mi honor». ¿Hasta ahí llegaba la cosa?

[Ríe con ganas] Mira, yo estudié literatura, leí mucho en la infancia y la adolescencia, y encontré siempre un lugar ahí.

Fui siempre por esa línea, nunca tuve dudas de lo que yo era y lo que quería. Pero claro, me tocó una época que no había pensado que iba a vivir, y que no está bien para nadie, nunca, ni en pasado, ni en presente ni en futuro.

Sé que todos los países tienen historias muy trágicas, y Europa para qué decir.

Pero efectivamente, lo que yo viví fue muy deprimente. Yo era una persona joven, tal vez más ingenua. Me di cuenta que en la vida había cortes. Y escribir era un acto de resistencia, siempre lo es.

La letra no llegó al mundo para escribir literatura, sino para certificar posiciones.

Pero escribimos en ese tiempo mucha gente que nunca salió al exilio, nos definíamos como insilio o exilio interior, con nuevos parámetros sociales. Las universidades estaban intervenidas por militares, los diarios habían cesado, había cambiado el espacio público.

En ese contexto, lo social estaba muy dañado, y escribir se volvía, en efecto, ese acto de resistencia.

Cree que eso hace tan diferentes sus libros de la literatura chilena que más se conocía en España, por ejemplo, la de un Donoso, no digamos ya de un Skármeta o una Isabel Allende?

Así es, yo he trabajado una vía entre otras.

Personalmente, tuve una amistad larga con Donoso, él estuvo muchos años fuera y cuando volvió fue muy bonito conocerlo y cultivar esa relación.

Él tenía novelas importantes como El obsceno pájaro de la noche, donde trabajó las clases sociales, cómo están ligadas, cómo es la dependencia entre oprimido y opresor.

Y luego está el primer Skármeta, con sus cuentos muy divertidos, muy irónicos, que hoy día serían políticamente incorrectos en el mejor sentido del término. A Isabel Allende la he visto un par de veces, hemos tenido una relación cordial. 

¿Cree que ese sentido de la literatura como resistencia del que hablábamos corresponde solo a un momento de represión, o lo puede tener todavía hoy, cuando las libertades son más amplias y el honor no está tan comprometido? 

Todo sistema político tiene una parte represiva, no hay ninguno completamente libre.

La dictadura es un momento exacerbado de esa represión, pero no creo que haya ningún sistema enteramente libre, siempre se reprime un poco, especialmente a los jóvenes. Así, la materia literaria está vigente observando todas las libertades posibles. 

El hecho de que usted entre en el mundo de la performance, con el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), ¿marca una desconfianza hacia el libro? ¿La acción en la calle iba a llegar adonde la letra impresa no alcanzaba?

Mi deseo de escritura excede al libro, la escritura para mí nunca va a ser suficiente. Siempre va a haber un momento pleno, y creo que esa sensación era cada vez más fuerte.

Quería llegar a un global en el que me daba cuenta que el libro contiene la letra, la retiene. Efectivamente, hay un espacio entre la letra y el libro que es terrible. Pero tal vez esa idea de acercarse al libro hace que la gente siga escribiendo. Por otro lado, Acciones de Arte permitía ir más allá del papel, pero fue un momento corto, seis años. Después volví a lo que soy. 

Sí, la oí decir que volvió «disciplinadamente». ¿Se sentía como la alumna que se ha escapado del colegio?

[Ríe] Sí, volví porque me di cuenta de que había algo que yo no manejaba bien fuera de ese ámbito.

Sin embargo, no dejó de trabajar con otras herramientas, como la fotografía. ¿Qué encontró en ella para ir más allá?

A mí siempre me ha interesado el trabajo con los demás, la cuestión comunitaria.

Ese sí ha sido un tema que me ha dado vuelo. Hay un libro titulado El infarto del alma, con fotografías de Paz Errázuriz, que estaba haciendo fotografías en un psiquiátrico y había descubierto que dentro de aquel centro había parejas de enamorados.

Mi idea fue escribir en paralelo con las fotos de Paz. Me gustó mucho trabajar en esa relación, fue un encuentro muy interesante.

Diamela Eltit para Jot Down 22

Es curioso que le atraiga el trabajo comunitario y haya escogido la profesión más solitaria quizá, la de escritor. ¿Logró conjurar la soledad a través de colaboraciones como esa?

Sí y no. Estás solo y no estás solo, en el sentido en que el lenguaje lo excede a uno mismo. Uno escribe solo, pero con todo lo que te llega, con las memorias, los distintos espacios, las situaciones.

Te retira de tu vida cotidiana y vuelves enteramente, es interesante porque hay una fuga de la vida. La vida es muy valiosa, pero también muy monótona. Fugarte un poco con la literatura hacia otros espacios me sigue pareciendo algo interesante. 

¿Esa necesidad de fuga fue la que la hizo también acercarse al teatro? 

Yo he hecho guiones para cine, pero en teatro solo ha habido directores que han adaptado mis obras, no he escrito directamente para él. Especialmente, con una gran amiga y compañera de trabajo hicimos un mediometraje bastante raro…

Muchos compañeros escritores comentan que, precisamente porque los procesos del cine son complejos, nunca quedan contentos con el resultado. ¿En su caso no fue así?

Ah sí, hice guiones para dos películas más comerciales que las anteriores que había hecho. En una de ellas, entre lo que yo pensé y escribí y lo que se hizo al final había una diferencia enorme. Me di cuenta de que había una falla mía tal vez, en el sentido de no pensar que eso requería una producción.

Eso no lo había pensado. El cine pasa por sumas de dinero no menores, que acaban transformando el producto final. 

Lo del papel y el bolígrafo es mucho más barato, claro…

Sí, sí [ríe].

¿Cree que su obra está impregnada o atravesada de una intención feminista, o de una intuición feminista…?

No. A mí nunca me interesó mucho hacer una literatura que propusiera posiciones ideológicas, para eso están los discursos teóricos y sociales, que siempre van a ser importantes, interesantes e iluminadores.

Para qué voy hacer una novela feminista, si hay un pensamiento feminista lo suficientemente sólido como para iluminar el campo. En otro registro, hice una literatura muy mental, no tan fundada en las intuiciones femeninas y sus programas. La mía no es una literatura ilustrativa de nada, sería limitante como creatividad.      

En los últimos años hemos asistido a un fenómeno chileno como el de Las Tesis, que han irradiado su forma de expresión por todo el mundo. El año pasado las conocí en Cádiz y no pude preguntarles si habían leído a Diamela Eltit, ¿usted cree que lo hicieron?

[Risas] Mira, Las Tesis creo que leyeron a Rita Segato, la comunista argentina.

Y es divertido porque tomaron el himno de la policía y lo pusieron en evidencia. Era el himno real, y era muy complejo una vez que lo escenificaron.

Me parece muy interesante la performance y la puesta en escena. Tuve una reunión pública con ellas, también con otro grupo que hace acción lumínica, Delight.

Son los dos grupos más importantes e interesantes de esa escena. Yo trabajé mucho cosas parecidas. Por otra parte, estaba muy atenta a cosas del estilo de cómo votamos, cómo se consigue el voto para las mujeres…

Era mi siguiente pregunta. Las cosas conquistadas, ¿no tienen vuelta atrás, o son más frágiles de lo que pensamos?

Hay construcciones, destrucciones, en esto como en todo.    

Pasó también una temporada en México. ¿Puede recordar aquella etapa, qué le hizo salir del país y afincarse allí?

Cuando vino la transición en el año 90, yo había trabajado en cuestiones sociales, escribiendo textos para distintos políticos, ¿no?

Me llamaron y me dijeron que había cinco cargos de agregadurías culturales, y me ofrecieron una por el trabajo de colaboración que yo había hecho, anónimo, sin firma.

Me preguntaron adónde quería ir, nunca lo había pensado, así que decidí que fuera México, donde nunca había estado. Fue un trabajo complicado e interesante, pues no había relaciones entre los países y me tocó redactar muchos convenios. Eso me sacó de la parte más social de mi trabajo, para dedicarme a tareas puramente burocráticas. 

¿Le resultó fácil integrarse en el ambiente literario mexicano? ¿Con quién hizo pandilla?

Sí, todavía tengo buenas amistades allá. Estaban Carlos Mosiváis, que era muy sabio… No, olvidémonos de esa palabra, era muy erudito, tremendamente erudito, trabajaba en las culturas populares… A mi amiga Marta Lamas, a Margo Glatz, en fin, conocí a muchos. A Carlos Fuentes, también, era muy simpático. Tuve la suerte de estar en esos grupos en los que circulaban siempre los mismos. 

¿Pitol andaba por allí, también? ¿A Monterroso?

Sí, a Sergio Pitol lo conocí, pero estaba mucho en el extranjero. Cuando regresaba a México lo encontraba. Y Monterroso era guatemalteco y vivió en México…

¿Por qué sonríe al hablar de Augusto Monterroso, le ha venido algún recuerdo simpático de él?          

Era bajito [ríe].

No sé si sabe que una vez se hizo una foto al lado de Cortázar, que era altísimo, medía casi dos metros, y la hizo publicar en la prensa de Guatemala con el siguiente pie: «El escritor Augusto Monterroso, junto a un hombre de estatura normal».

No la sabía [ríe]. 

Diamela Eltit para Jot Down

¿Podía usted sospechar entonces, cuando llegó a México, que algún día la llamarían para concederle el premio de la FIL de Guadalajara?

Mira, el primer premio FIL se lo concedieron a Nicanor Parra, y yo había sido alumna de Nicanor en la Universidad. Yo me lo gané más de treinta años después o más, nunca pensé en ese premio. Pero sí, vivir en México fue liberador, supuso para mí salir del exilio interior…

¿Cómo era el profesor Parra?

Nicanor, como sabes, era físico cuántico, había estudiado en Inglaterra.

Tenía una familia muy ligada a lo popular, su hermana era Violeta Parra, una de las más importantes compositoras latinoamericanas.

Y bueno, él era muy inteligente, más que como profesor, era un espectáculo verlo a él. Era muy simpático, siempre tuve muy buena relación con él y cuando estudié con él fue muy provechoso.

El físico se recicló como literato. Lo que no me sirvió fue para escribir, no aprendí técnica de él, más bien cómo leía el mundo. Decía cosas como «cuando un hombre se va con la mujer de otro, arde Troya». Esa era su síntesis del mundo [risas].  

No quiero dejar de preguntarle por algo que quizá le resulte engorroso, o embarazoso. Me refiero a su relación con Roberto Bolaño, del que han circulado muchos rumores respecto a usted. Para no dejar las cosas al chisme, le pregunto qué pasó con él.

Él murió joven, desafortunadamente. Por respeto a su muerte, prefiero no hablar de Bolaño. 

De su obra, ¿sí puede hablar? 

Yo prefiero no referirme a Bolaño.

Volvamos a la FIL. A menudo los escritores se obsesionan con los premios, pero, ¿son tan importantes? ¿Cambia realmente algo de su obra cuando lo reciben, más allá de que vengan bien económicamente?

Yo he escrito libros no marginales, pero desde luego he trabajado en otra dirección más ligada a la producción que a la difusión.

Lo otro tiene servidumbres, un representante que te diga que tienes que ir para acá o para allá… Yo me siento muy libre en ese sentido, con las editoriales no tengo una exigencia, y no sigo los premios, dónde se dan, en qué minuto.

Sinceramente, no estoy en eso. Ahora bien, es estimulante recibirlos, pero hay un espacio más complejo, más retorcido, y es pensar inevitablemente que se equivocaron cuando te dieron el premio.

Nada es tan simple, no puedo evitar pensar así, si me lo merecía o se han equivocado. Pasé muchos años sin premios, pero con ellos o sin ellos he tenido que seguir con los mismos desvelos. Los premios que tengo no me sirven para escribir la próxima novela que tengo entre manos.   

Juan Goytisolo decía algo parecido, solo estaba convencido cuando le lanzaban un anatema o una fatua, los premios en cambio le hacían sentir que había un error. ¿Usted ha recibido alguna amenaza que le ayude a saber que va por el buen camino?

No, bueno, yo tuve inicios más difíciles por muchas situaciones, pero tengo una cosa: el lunes me puedes molestar, y el martes se me olvida. 

Una parte de su escritura tiene mucho que ver con lo oral. Fernando Quiñones solía pasear por los mercados y las plazas, y cuando alguien le preguntaba decía que estaba trabajando, «haciendo oído». ¿Usted ha hecho oído, también, ha sacado esa antena?

Me interesa mucho el habla de la gente, que alguien diga «ojalá que no haiga frío» y pensar que es toda la comunidad la que construye ese «haiga».

Luego reviso mucho los textos hasta niveles agotadores, me agobio yo misma al revisar mis textos. Siempre hay una vez más. Luego, cuando termino la novela y la mando al editor, siento pánico de que sea la última lectura y se deslice algún detalle sin corregir, pero después me olvido y sigo con la próxima.  

¿Nunca se relee a sí misma?

Poquito, poquito. No le encuentro mucho sentido. 

Me impresionó una frase suya, «el libro tiene todos los lectores que necesita». Es como impugnar la idea de la injusticia literaria. ¿Hay un orden natural que hace que cada libro tenga su público justo?

Creo que el acto de leer sigue siendo más importante que el cuántos leen. Lo otro es para los responsables de las editoriales, para los economistas. 

¿Y aspira más a lectores de calidad, inteligentes, sagaces, que a un determinado número de ellos?

No, si me leen… Claro que si son inteligentes lo agradezco, pero el lector elige qué lee, es soberano, y es normal que en una oferta múltiple de lecturas tengan más conexión con unas cosas que con otras. Nunca he pensado mucho más allá de eso, me parece bien, no me obsesiona. 

Diamela Eltit para Jot Down

La izquierda, por la que tanta gente luchó e incluso dio su vida, ¿es hoy lo que era? ¿Está a la altura de los tiempos y de su propia historia?    

Mira, venimos de una tremenda derrota hace poquitito, se acaba de perder el proceso para generar una nueva Constitución, y ha sido un golpe para la izquierda chilena, uno de los más graves después del golpe de Estado.

La gente que yo conozco estamos pensando qué pasó, cómo pasó. Es muy pronto para explicarlo íntegramente, pero lo estamos analizando…

Pero más allá de esa coyuntura, no solo en Chile, ¿están las corrientes progresistas dando respuesta a los problemas de hoy, o toca una reformulación, una puesta al día?

La izquierda de hoy no es la de los años 70, pero el problema más bien es que la ultraderecha está ahí, la gente de Vox por ejemplo va a Chile a hablar con la derecha chilena…

No sé cómo estarán las elecciones en Italia [finalmente, venció la candidata ultraderechista Giorgia Meloni, actual presidenta del Consejo de Ministros de la República, N. de R.], Bolsonaro en Brasil…

Digamos que hay un estado de cosas complejo, creo que hay un desgaste del neoliberalismo del que esa ultraderecha es un síntoma.

¿Quiere decir que la izquierda se limita a definirse por contraste con la derecha?

Mira, no sé si sabes lo que pasó en Chile. Primero, elecciones, ganó pero perdió las cámaras. Llevar adelante su programa era muy complejo, pero estaba el proceso constituyente.

Y este no solo no se gana, sino que se pierde por una cifra abismal, impensada, que ni siquiera la derecha lo había calculado en ningún momento. Nadie sabe esos votos qué son, por qué votaron eso, qué hay en ese número…

¿Qué literatura va a generar en Chile estos tiempos tan movidos?

Creo que habría sido interesante que se hubiera ganado la asamblea y se hubiera estrenado una nueva Constitución, porque la antigua había sido redactada en los tiempos de Pinochet.

Estamos en ese tiempo que no ha terminado, y lo que trae este nuevo liberalismo es la fantasía del yo frente a la comunidad: yo tengo que triunfar, yo… Un mundo del like, me gusta, me gusta. Y del selfi, ya no hay otros, es yo y yo. Incluso hicieron maquinarias para sacarte mejor, filtros.

Y la literatura no es ajena a los movimientos sociales, se ha generado una literatura del selfi, yo y mi vida.

Pero también es muy débil, porque el yo es algo muy complejo, no lineal. Es algo por alcanzar siempre, y hay más de un yo siempre.

Ya lo dice Federico García Lorca, «yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa». Esa literatura selfi es bastante agotadora para mí. Veremos si se rompe esa línea, desgraciadamente a lo mejor no se rompe, porque en Chile al menos continúa. 

En la pandemia pareció que había un espejismo de vuelta a la comunidad, para volver a las mismas. ¿En Chile ocurrió igual? 

Nosotros más rotundos con las elecciones, en las que se discutían muchas cuestiones comunitarias.

El agua, por ejemplo, el mar que en nuestro país está en manos de siete familias chilenas y los pescadores artesanales están jodidos totales, el litio es de los chinos, tenemos todos los recursos naturales amenazados…

Hay que ver, hay que ver qué pasa con algo tan necesario como es el nosotros. 

Diamela Eltit para Jot Down

Imagen de portada: Manifestaciones en Santiago de Chile, Chile.

FUENTE RESPONSABLE: JOT DOWN. Por Alejandro Luque. 13 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/América Latina/Chile/Pensamiento crítico/Política/Entrevista.

¿HEMOS CONVERTIDO LA TERAPIA PSICOLÓGICA EN UN PRODUCTO DE CONSUMO?

La sociedad se mueve a caballo entre dos extremos, quienes aseguran que la terapia no sirve para nada y quienes sostienen que la terapia psicológica es necesaria para todos. Aferrarnos a este pensamiento maniqueo es la vía rápida para convertir la salud mental en una moda. Y es que algo está claro: la terapia no va a solucionar instantáneamente nuestros problemas psicológicos.

Si deseas profundizar en esta entrada; por favor cliquea adonde se encuentre escrito en “azul”. Muchas gracias.

Hay momentos en la vida de un psicólogo dignos de un particular Show de Truman. El primero tiene lugar al comienzo de los estudios, cuando en casa dicen esa manida frase de «¡Pues con esta familia siempre vas a tener trabajo!». 

El segundo se sucede tiempo después, y surge cuando uno oye que «todo el mundo necesita terapia». 

El tercero, finalmente, se produce al ejercer, cuando por primera vez alguien acude a ti en busca de desahogo, un consejo y una sesión de sesenta minutos una vez al mes para reconducir su vida, pero sin cambiar absolutamente nada de esta entre medias. 

Llegados a ese punto, hay una pregunta dolorosa: ¿se ha convertido a la terapia psicológica, en ocasiones, en el equivalente de ir a un spa? Es decir, ¿se ha convertido, en algunos casos, en un producto de consumo que alivia la tensión instantáneamente pero sin efectos a largo plazo?

La salud mental lleva en crisis desde tiempos inmemoriales, pero en los últimos años –especialmente a raíz de la pandemia– hemos sido conscientes de las implicaciones de esta problemática. 

Con una tasa ínfima de psicólogos clínicos en la Seguridad Social por habitante, la asistencia psicológica se ha vuelto un privilegio: quienes necesitan terapia y no se la pueden permitir, se ven condenados a la medicalización de su malestar. Esta escasa oferta y alta demanda ha sido el caldo de cultivo ideal para el auge de pseudoterapias y estrategias de marketing que visibilizan la salud mental a la par que la banalizan

Entras en Instagram y los anuncios irrumpen tu sesión vespertina de cotilleo: 

«Elimina la tristeza de tu vida», «No sufras más por amor», «No vuelvas a preocuparte por nada». La premisa es potente –quién no querría vivir eternamente feliz–, pero los medios son cuestionables: quien imparte estos cursillos no tiene ningún conocimiento de psicología, ningún código deontológico que rija su práctica profesional y ninguna consecuencia legal si hay una negligencia psicológica. 

Aun así, accedes, haces clic y pagas cien euros por un taller de dos semanas. 

Desgraciadamente, al acabarlo te das cuenta de que todo sigue exactamente igual, que tus emociones a veces son incontrolables y que afrontar las dificultades del día a día no depende solo de mantener una «actitud positiva». 

Aun así, te aferras a una ayuda que no te está ayudando y te apuntas a cada cursillo, pseudoterapia o charla de autoayuda que aparece en tu camino para tachar una casilla más de la lista del autocuidado.

Con esta concepción errónea de la ayuda psicológica, acudimos a veces al psicólogo pretendiendo que sacuda una varita mágica con la que elimine de golpe cualquier atisbo de tristeza, ansiedad, dependencia emocional, complacencia o duda que habita en nuestro cerebro. 

El problema es que la terapia no elimina emociones, aunque estas sean desagradables; la terapia capacita para gestionarlas de una manera más adaptativa. 

También enseña a afrontar los problemas interpersonales, a priorizar, a poner límites o a buscar actividades reforzantes en el día a día, pero esto no tiene lugar durante la hora de la sesión, sino en los días posteriores en los que activamente –y con mucho esfuerzo– ponemos en marcha las pautas que hemos aprendido en consulta.

¿Necesita todo el mundo terapia para aprender estas habilidades? 

Ni mucho menos. A menudo, la estrategia más eficaz para gestionar el malestar psicológico son los cuidados mutuos proximales y distales. Encontramos el ejemplo perfecto de los cuidados mutuos proximales en la maternidad: si te sientes sola tras el parto porque tu pareja no se implica en la crianza y renuncias a todas las áreas de tu identidad para centrarte en la de madre, es muy normal desarrollar problemas de ansiedad, de depresión o de obsesiones. 

En este caso, contar con el apoyo de la pareja, de la familia o de las amistades, puede provocar una reacción positiva en cadena: tienes más tiempo para ti, exploras otros roles, se distribuyen las responsabilidades visibles e invisibles de la crianza y compartes tus preocupaciones con alguien que te entiende en vez de vivirlas en silencio. 

Los cuidados mutuos colectivos implican un cambio generalizado que incluye medidas sanitarias, laborales, económicas y políticas protectoras de la salud mental de todos los ciudadanos. 

Algunos ejemplos son reducir las listas de espera en las intervenciones quirúrgicas, consultas médicas y citas diagnósticas, regular la burbuja del alquiler, penalizar las condiciones laborales abusivas o crear redes de apoyo vecinales. 

Algunos de estos cambios pueden parecer ajenos a la psicología, pero es inviable contar con una buena salud mental si tienes un problema médico y te dan cita dentro de dos años, si no puedes encontrar un piso en alquiler por menos de 1.000 euros al mes, si te explotan en el trabajo y no hay protección legal real, o si estás completamente solo en tu día a día porque vives lejos de tu familia.

Es posible integrar la asistencia psicológica en estas medidas colectivas como ya se hace en algunos entornos –véase el programa grupal para mujeres embarazadas con problemas emocionales del Hospital Universitario Puerta de Hierro–, pero para lograrlo debemos salir del pensamiento maniqueo que asegura o bien que «la terapia no sirve para nada», o bien que «la terapia es necesaria para todo». 

De lo contrario, acabaremos transformando a la salud mental en una moda intermitente y a la asistencia psicológica en un producto de consumo.

Imagen de portada: Ilustración; gentileza de ETHIC

FUENTE RESPONSABLE: Ethic. Por Marina Pinilla. 8 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Psicología/Psicoanálisis/Pensamiento crítico.

Las compañías que están empujando a los jóvenes al agotamiento extremo.

Sarah* siempre había soñado con trabajar en la industria de la moda. A los 21 años, decidió seguir su sueño, mudarse a Londres y encontrar un trabajo que le apasionara en el cual pudiera desarrollar una carrera.

«Como muchos jóvenes, mi pasión era la moda», dice. «Pero la realidad no fue tan glamurosa».

Después de trabajar menos de un año en el sector minorista de la moda, Sarah consiguió un puesto de asistente de comercio electrónico en la sede central de una lujosa marca internacional.

En ambos trabajos estuvo rodeada de veinteañeros con ideas similares a la suya: triunfar en el mundo de la moda.

«Es como cualquier industria creativa: los jóvenes siempre la ven como un trabajo interesante», señala. «Y las ventajas son estupendas, incluidas las rebajas y los artículos que conseguimos con grandes descuentos».

Sin embargo, Sarah añade que siempre había mucha rotación de gente en la oficina, sobre todo entre el personal de bajo nivel.

«Una pasante de 18 años solo duró una semana tras darse cuenta de que su trabajo consistía básicamente en labores manuales no remuneradas y largas horas cargando y empaquetando la ropa que volvía de los rodajes y sesiones de fotos», recuerda Sarah.

«Y aquellos que aguantaban algunos meses haciendo sus prácticas terminaban abandonando por agotamiento. Había un flujo constante de trabajadores jóvenes e impresionables y nunca se hacía nada al respecto; se convertía en una prueba para ver quién tenía más aguante».

Mucha demanda

Aunque Sarah duró dos años en su puesto, la emoción de trabajar en la moda pronto dio paso a la frustración y el tedio por una gran cantidad de «tareas administrativas que requerían muchas horas y estaban mal pagadas».

Una mujer trabaja ordenando ropa.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES. En muchas ocasiones a los jóvenes les piden hacer trabajos que no figuran en el cargo que ocupa.

Y al sentir que sus jefes no le ofrecían una trayectoria profesional clara ni le transmitían una sensación de progreso, Sarah reconoció que su trabajo acabó por hundirla y lo dejó.

«Tanto los gerentes como los empleados sabían que era un lugar de trabajo competitivo, que siempre había mucha demanda. Si te ibas, te sustituían por otra persona joven que seguramente estaría muy entusiasmada por el simple hecho de estar allí», reflexiona.

Los expertos afirman que hay muchas empresas que contratan específicamente a jóvenes que se acaban de graduar que quieren dedicarse a lo que les apasiona, a menudo en carreras muy competitivas y «glamurosas».

Algo que en algunos casos puede ser positivo para quienes buscan una forma de entrar en un sector en el que creen conseguirán el trabajo de sus sueños.

En otros casos, sin embargo, se corre el riesgo de que los jóvenes recién empleados queden encasillados en funciones poco remuneradas y exigentes, ya que los empresarios saben que las vacantes siempre serán muy codiciadas.

Esta situación suele generar mucha presión y ansiedad en muchos jóvenes que inician una carrera con la esperanza de establecerse en un lugar y valerse por sí mismos, pero que terminan vulnerables al agotamiento o la desilusión desde su primera experiencia laboral.

Derecho de piso

Muchos puestos de trabajo se crean con la expectativa de que los trabajadores más jóvenes crezcan en ellos.

A menudo hay vías claras de promoción y objetivos que alcanzar, con empresas que ofrecen incluso programas de orientación y desarrollo para guiar a los empleados que comienzan en los niveles más bajos a subir en el organigrama.

Aunque el ascenso pueda ser duro, muchas empresas quieren invertir en sus trabajadores para que permanezcan en la organización.

Una joven con cara de preocupación entre un grupo de personas

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES. A los jóvenes les falta experiencia para poder conocer si las condiciones en las que trabajan son las más adecuadas.

Sin embargo, según los expertos, hay otras empresas que adoptan un enfoque diferente: crean infraestructuras en las que contratan a empleados jóvenes que tienen pocas oportunidades, o ninguna, de ascender, y luego les ordenan tareas muy exigentes.

Un escenario en el que los empresarios esperan que sus trabajadores abandonen la organización en algún momento, ya sea porque se encuentran en un callejón sin salida o por un burnout en el puesto, término que se refiere a esa sensación de desmotivación y pérdida de energía progresiva hasta llegar al agotamiento.

Entonces, suelen ser sustituidos por otros trabajadores jóvenes, destinados a correr la misma suerte.

Está claro que a menudo se espera que los jóvenes se esfuercen en los primeros años de su carrera mostrando ambición, persistencia, esfuerzo y resistencia en el lugar de trabajo, o dicho de otra forma, «pagando el derecho de piso».

Atractivo

Según Helen Hughes, profesora asociada de la Escuela de Negocios de la Universidad de Leeds, en Reino Unido, no todos los trabajadores jóvenes que carecen de una trayectoria de crecimiento explícita se encuentran en empresas que intencionalmente rotan su fuerza laboral.

Hughes menciona, por ejemplo, el caso de las relaciones públicas, donde los puestos más bajos, que suelen ser los peor pagados, «encajan en la trayectoria profesional de una persona: la expectativa es que, en las primeras etapas, tienes que aceptar puestos de menor categoría antes de poder progresar».

Un joven en un taller textil

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES. Industrias como la de la moda son muy atractivas para muchos jóvenes que sueñan con crecer en un mundo glamuroso.

Sin embargo, algunas compañías deciden establecer lo que Hughes denomina un «modelo a corto plazo». Y hay muchas razones por las que las empresas optan por fomentar este modelo de rotación de trabajadores jóvenes, en lugar de invertir en ellos.

En primer lugar, están las implicaciones financieras. Los recién graduados empiezan en la parte baja de la escala salarial y no tienen la expectativa de ganar lo mismo que los empleados con más experiencia.

«Las empresas suelen contratar a los recién graduados porque pueden pagarles menos», dice Dominik Raškaj, director de marketing de la web de empleo Posao.hr, con sede en Croacia. «Es efectivamente una fuente de mano de obra barata e infravalorada».

Además, los trabajadores que son principiantes pueden ser más maleables y estar más dispuestos a aceptar ciertas condiciones laborales.

«Cuanto menos experiencia tiene el empleado, más abierto de mente es y, en general, está más dispuesto a aceptar las condiciones del entorno laboral que se encuentra», dice Hughes.

«No están condicionados por la experiencia, lo que tiene ventajas para el empresario: son más fáciles de moldear».

El riesgo

Sin embargo, esto puede dejar a los jóvenes trabajadores que buscan abrirse camino en una carrera susceptibles de que se les ofrezcan empleos equivocados o entornos de trabajo tóxicos.

«Los recién graduados pueden verse expuestos a la explotación si no han adquirido la experiencia necesaria para saber lo que está bien y lo que no», afirma Hughes.

«Pueden tener la sensación de que se trata de un campo realmente competitivo, por lo que se sienten desesperados por aceptar un rol muy desafiante que puede que no tenga las mejores condiciones.

«Puede deformar la visión de alguien», asegura.

En estas situaciones, el riesgo a corto plazo es el burnout, el agotamiento extremo.

Una chica toma nota de la orden mientras se ve a dos hombres de fondo

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES. Llegar a un agotamiento laboral puede hacer que los jóvenes acepten otros trabajos alejados del sector en el que querían desarrollar una carrera.

Los jóvenes pueden verse agobiados por largas jornadas laborales, enormes cargas de trabajo o tareas menores y, debido a su falta de antigüedad, son incapaces de defender sus intereses.

Esto puede dejar a los trabajadores frustrados o, en casos como el de Sarah, sometidos a mucho estrés.

Muchos, sin embargo, sienten que no tienen más remedio que aguantar, sobre todo si intentan abrirse camino en determinados sectores que suelen tener muchas barreras para poder entrar en ellos.

Una realidad que puede ser muy dañina para una persona joven desesperada por establecerse en una carrera competitiva que acepta ser sometida a largas jornadas y malas condiciones de trabajo.

«Algunos deciden quedarse y resistir al máximo porque están empezando», dice Hughes.

«Pero sin experiencias anteriores que sirvan de referencia, el riesgo es que acepten que eso es lo que se requiere para poder estar en ese lugar, que las malas condiciones se normalicen y que esa persona acabe pensando que eso es todo lo que vale».

Esto puede tener repercusiones a largo plazo para estos jóvenes, ya que puede crear falsas expectativas sobre lo que significa estar en el mercado laboral.

«Los trabajadores empiezan a retraerse, a no esforzarse y a mostrar comportamientos de abandono silencioso», afirma Jim Harter, científico jefe de gestión y bienestar en el lugar de trabajo de la empresa estadounidense de análisis Gallup.

«Esto puede deformar la visión de lo que significa una carrera profesional y su relación con el trabajo», comenta Harter.

«Los recién graduados pueden estar tan preocupados por conseguir un trabajo que piensan que cualquiera les vale», añade Hughes.

Pero trabajar muchas horas, mal pagadas y sin una proyección a la vista tiene consecuencias a largo plazo. «Te adaptas a las normas que te rodean -malas normas- justo al principio de tu carrera».

Hay alternativas

La buena noticia es que el actual mercado laboral, favorable a los empleados, puede dar opciones a los jóvenes trabajadores si descubren que están en un puesto en el que sienten que están siendo explotados, sin posibilidades de progresar, o que les está resultando demasiado difícil.

«Ahora también se plantean más preguntas sobre los empleos para personas graduadas», dice Hughes. «Y hay más denuncias de malas prácticas laborales en las redes sociales, lo que significa que hay más presión para que las organizaciones que no cuidan a sus empleados más jóvenes cambien».

Una persona abrumada con la laptop cubriéndole la cabeza

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES. Aunque a veces parece que no hay salida, es importante saber que hay alternativas, así sean diferentes al camino que uno había pensando en un principio.

Sin embargo, incluso en una era de escasez de personal y de comentarios en internet, muchos de estos entornos difíciles perdurarán.

Esto significa que puede que siga recayendo en los hombros de los empleados principiantes la carga de reconocer cuándo se encuentran en una mala posición.

Pero identificar esto puede ser más fácil de decir que de hacer, ya que los empleados con poca experiencia laboral pueden no saber lo que es normal en el puesto que están trabajando o lo que es ir demasiado lejos.

En el caso de Sarah ella reconoció que su trabajo la había llevado al límite y se marchó. Pero en lugar de insistir en el mismo sector por el que había soñado en un principio, tomó otro camino y ahora trabaja para una agencia creativa ajena al mundo de la moda.

Dice que es mucho más feliz en su nuevo puesto, que le ofrece una progresión clara, un trabajo estimulante y tareas diarias variadas.

«Puede que [la moda] me pareciera un lugar impresionante para trabajar», dice, «pero me di cuenta de que es más importante tener un trabajo satisfactorio que un nombre llamativo en el currículum».

*El apellido de Sarah lo mantuvimos en secreto por motivos profesionales.

Imagen de portada: GETTY IMAGES. La primera experiencia laboral suele tener un rol clave en el desarrollo profesional de los jóvenes.

FUENTE RESPONSABLE: Alex Christian; BBC. 14 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Economía/Empleo/Desempleo/Estudios Profesionales/Pensamiento crítico.

1,15 millones de españoles no acuden a trabajar a diario y 267.000 no lo justifican.

Introducción personal: 

Buen día; a veces cuando leo por distintos medios de todo el mundo, no solo este artículo que trata estadísticamente el nivel de absentismo en el país ibérico, termino preguntandome lo que en tantas ocasiones, cenando nuestra comida nacional -un buen lote de carnes rojas -“asado argento”- acompañado como no puede ser de otra manera con varias botellas de borgoña de buen cuerpo; con colegas profesionales del área de Recursos Humanos de distintas franjas etarias, conversábamos sobre sus causas. 

En mi vida laboral; debo decir que la Gestión de Recursos Humanos -salvo contadas excepciones- continua utilizando herramientas de los años ́ 50 del pasado siglo. Por ello, les decía que no me hablaran de RR.HH. cuando llevaban prácticas de sometimiento y opresión, olvidándose de las personas en su todo.

“Palo o zanahoria”; que ustedes sabrán comprender. 

Calidad de trabajo es la consecuencia de pluricausales que hacen de quien tiene un empleo, se identifique -como lo hacian los empleados japones (ya no)- profundamente con su empresa y aunque pareciera un “imposible divino” las consecuencias se extendieron hacia el bienestar mas profundo de sus familias.

***

Recuerdo en una oportunidad; cuando un Ceo de una empresa con una plantilla cercana a las 20.000 personas, solicito una urgente reunión con Directores y Gerentes de Área, para tratar el tema del ausentismo y la rotación de la plantilla. No hace falta decir que en una organización como la señalada cada cual cuida su “culo”, para no sufrir las consecuencias futuras de la desobediencia al sistema.

He cometido tantos errores en mi vida, pero debo admitir que jamas me agradaron las injusticias. Ya cansado de escuchar “los gritos sin razón” del Ceo en cuestión, le pregunte si podía hablar a lo que me respondió. Aquí viene ese dialogo que aún guardo como una “joya” de lo que no debe negarse, para lograr una mejor convivencia más aun en los tiempos turbulentos de empleo, en los que hoy nos encontramos.

Alfredo; disculpéme. Las causas del absentismo y la rotación con el costo que representan; es la consecuencia de las propias prácticas de la empresa.

-Qué!! Quiero que me diga sus razones ahora!!

-Alfredo; si no cambiamos las relaciones interpersonales seguiremos conviviendo con los mismos problemas (Debo decir que la inmensa mayoría no deseaba ni mirarme u otros sonrían sarcásticamente, sabiendo como sería el final cerrado por el Ceo).

– Mire Alfredo; está es una compañía que ha hecho de “la escala de mandos” su baluarte y razón de ser. Pero de la misma manera; su crisis recurrente. 

Aquí; cuando en una sucursal se tiene un problema “grave” el gerente se lo traslada al jefe de sector, este al Responsable del Área y finalmente al último eslabón de la cadena, el trabajador o trabajadora que se convierte en “el culpable útil” para la negación de las obligaciones de los de arriba. 

Por eso Alfredo, si no comenzamos a aprender y aprehender el como revertimos esta situación, nada cambiará.

Mi breve exposición, incomodo a la mayoría y en el caso de Alfredo aún más. Cerro en voz alta, así…

-Miren Ustedes; ha hablado el canciller…(Risas ahogadas de fondo).

Ya alejado de la actividad privada; a veces visito a algunas de las sucursales y percibo que los cambios tecnológicos han reducido sus plantillas. Pero no solo eso; cuando dialogo con algún/a empleada/o; percibo que las cosas siguen igual o peor; cuando me dicen que a los que llegan a los 30 años de servicio los “jubilan” o a aquellos que llegan a los 10 años de antigüedad los llenan de “sanciones” para promover despidos…entre otras gestiones de “Recursos Humanos”.

Debo decir; que no pasó demasiado tiempo de la conversación con Alfredo, que me retire de la Empresa, buscando aires blancos que me ofrecieran una mejor vida laboral y menos estrés…

Gracias por soportar esta introducción tan subjetiva como quien la escribe

***

1,15 millones de españoles no acuden a trabajar a diario y 267.000 no lo justifican.

La tasa de absentismo se situó en el 5,6% en el tercer trimestre de 2022. Del total de empleados que se ausentaron a diario, el 76,8% tenía reconocida una incapacidad temporal y el 23,2% no tenía baja.

Más de 1,15 millones de españoles no acuden a diario a su puesto de trabajo, de los cuales la mayoría, el 76,8% (883.465), se ausentó por una incapacidad temporal, mientras que 267.094 (23,2%) lo hicieron pese a no estar de baja, es decir, ni justificaron su ausencia.

En conjunto, el absentismo laboral –la ausencia del trabajador de su puesto de trabajo cuando estaba prevista su presencia– fue del 5,6% en el tercer trimestre de 2022, una décima menos que en el trimestre anterior, con lo que acumula seis meses de caídas, mientras que el absentismo laboral no justificado se situó en el 1,3%, según los datos publicados ayer en el Informe Trimestral sobre el Absentismo Laboral, elaborado por la empresa de recursos humanos Randstad.

El absentismo laboral supone un problema para las empresas españolas, «con un impacto directo sobre la productividad y los costes empresariales, lastrando asimismo su competitividad», advierte Randstad. Esta situación provocó que en nuestro país se perdieran el 5,6% de las horas pactadas durante el tercer trimestre del año, cuando la jornada semanal acordada era de 35,3 horas, según el INE.

Un año antes, en el tercer trimestre de 2021, la tasa se situaba en el 5,5%, es decir, las empresas han experimentado un incremento de 0,1 puntos porcentuales del absentismo laboral en el último año, con los costes laborales que ello conlleva. En concreto, entre julio y septiembre de 2022, el coste laboral de las empresas se situó en 2.754,75 euros por trabajador.

Esta problemática se extiende a todo el territorio español, pero hay regiones donde la tasa de absentismo hace más mella en las empresas. Las comunidades que superaron la media nacional en el tercer trimestre de 2022 fueron País Vasco, con una tasa del 7,2%; Galicia, del 6,5%; y Canarias, del 6,4%.

En cambio, las regiones con menor tasa de absentismo, un trimestre más, fueron Baleares, que con un 5,1%; La Rioja, un 5%; y la Comunidad de Madrid, un 4,8%.

Por volumen de trabajadores en absentismo total, Cataluña lideró el ranking, con una media de 202.914 trabajadores que no acudieron a su trabajo, seguida de los 183.714 de Andalucía, los 151.992 de la Comunidad de Madrid y los 113.943 trabajadores en absentismo total de la Comunidad Valenciana.

Estas cuatro comunidades aunaron el 56,7% de todos los profesionales que se ausentaron a diario durante el tercer trimestre de 2022. Las cifras más bajas se detectaron en La Rioja, con 7.245 trabajadores en absentismo total; Cantabria, con 15.785; y Navarra, con 17.263 trabajadores.

El sector en el que se registró una mayor tasa de absentismo laboral durante el tercer trimestre de 2022 fue la industria, con un 6%, por encima de la media nacional del 5,6%. Por su parte, los servicios igualaron la cifra del país, con un porcentaje del 5,6%, mientras que en la construcción la tasa se situó en el 4,3%.

Por sectores concretos de actividad, las mayores tasas se dieron en las actividades de juegos de azar y apuestas (9,6%), en las actividades sanitarias (9,3%), en asistencia en establecimientos residenciales (9,2%), actividades de servicios sociales sin alojamiento (8,8%) y servicios a edificios y actividades de jardinería (8,5%).

En cambio, las que han registrado menores tasas de absentismo durante el tercer trimestre de 2022 han sido industria del cuero y del calzado (3,9%), educación, servicios técnicos de arquitectura e ingeniería, ensayos y análisis técnicos (ambos con el 3,7%), venta y reparación de vehículos de motor y motocicletas (3,6%) y actividades jurídicas y de contabilidad (3,4%).

Imagen de portada: Gentileza de Pinterest

FUENTE RESPONSABLE: La Razón. España. Por Tania Nieto. 6 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/España/Empresas/Trabajo/Empleo/Absentismo/Seguridad Social/Pensamiento crítico.

 

María Huertas: “Muchas mujeres internas en el psiquiátrico solo habían transgredido los patrones de género”

La psiquiatra recupera en ‘Nueve nombres’ la biografía de nueve mujeres encerradas en el Manicomio de Jesús (València), que, lejos de estar enfermas, fueron víctimas de la violencia machista de sus maridos, de violaciones, del desprecio de una sociedad que las señaló por ser madres solteras, del poder de la Iglesia católica o de la pobreza. Nueve relatos que reescriben, en realidad, cientos de historias.

Sin vestidos ni calzado propio. Sin hábitos ni útiles de aseo ni de arreglo personal. Sin autonomía para la alimentación. Sin objetos personales. Sin recuerdos. Sin historia. Sin familia. Sin la casa en la que habían nacido, vivido, crecido. Sin capacidad de administrar bienes y sin capacidad de gestión ni decisión. Sin amigas. Sin relaciones. Sin sexualidad. Sin emociones. Sin criterio ni juicio. Sin libertad. Sin palabra. Sin derechos ciudadanos y hasta sin derechos humanos.

Sin. Sin. Sin. Sin nada. “Nada de nada”.

Era marzo de 1974, cuando más de 200 mujeres llegaron en varios autobuses al Hospital Psiquiátrico de Bétera. Provenían del “obsoleto y vetusto” Manicomio de Jesús, desde donde se las trasladó “de un día para otro, sin ser informadas de adónde iban ni por qué, cuándo o cómo”. 

Abandonaron aquel espacio cuya “terrible” realidad ya había sido recogida años atrás en el diario Sábado Gráfico y sobre la que Eduardo Bort denunciaba en Jornada la presencia de “ratas que asustaban a las enfermas”, la existencia de “celdas oscuras y nauseabundas” o “el caso del joven atado a una reja con una cuerda”.

En Bétera, fueron recibidas por un equipo de profesionales, entre las que se encontraba María Huertas, una médica psiquiatra recién licenciada que formaba parte de una “minoría ruidosa” de profesionales dispuesta a despatologizar a aquellas mujeres; liberarlas de las “camisas químicas que las mantenían mudas y quietas, enajenadas”, presas de un “circuito cerrado” en el que se convirtieron en víctimas de los métodos científicos de la psiquiatría de la época; y, ante todo, devolverles los derechos que les habían sido negados. 

Entre ellos, “la validación de su palabra” y “la libertad de decidir, de hacer, de expresar, de ir y venir, de relacionarse. De todo”, tal y como se explica en el libro.

Los esfuerzos de aquellos años en los que María Huertas estuvo trabajando en el Hospital Psiquiátrico de Bétera culminaron durante el confinamiento con la recuperación de Nueve nombres (Temporal, 2021). 

Compuesto por la recomposición de nueve historias y un epílogo, este libro es la prolongación de un ejercicio de justicia que ya había comenzado en 1974: “La sociedad que no había entendido sus problemas y les había respondido con la exclusión y el encierro tenía una deuda impagable con ellas, y nuestra función era saldarla en lo posible”.

Huertas atiende a El Salto en una céntrica cafetería de València. 

Aunque apenas se retrasa unos minutos, se disculpa: “Crees que cuando te jubiles tendrás más tiempo libre, pero no es verdad. Sigo sin llegar a todo”. 

No obstante, reconoce que precisamente el tiempo regalado por la cuarentena y el fin de su etapa laboral fue uno de los motivos por los que decidió rescatar de su memoria estas nueve vidas. “De un día para otro encontré un vacío tremendo y me puse a hacer un repaso; pero, en vez de escribir sobre mi última etapa, no sé muy bien por qué volví a los inicios, a esas mujeres que fueron las primeras personas con las que me encontré y que marcaron el resto de mi vida profesional”, admite.

Entre las razones que la impulsaron a reconstruir aquellas biografías, destaca también su lucha por “visibilizar” a las centenares de mujeres a las que el Manicomio de Jesús convirtió en “personas inexistentes”. 

Denuncia que, como consecuencia de la opacidad a la que fueron relegadas, “el maltrato que sufrieron también se tornó inexistente a ojos de la sociedad”; y asegura que para evitar que en la actualidad “se siga maltratando a las mujeres (y a las personas en general) desde la salud mental” es “importantísimo” continuar con la labor de divulgación e incidencia.

María Huertas asegura que para evitar que en la actualidad “se siga maltratando a las mujeres (y a las personas en general) desde la salud mental” es “importantísimo” continuar con la labor de divulgación e incidencia.

Más de cuatro décadas después, decidió trasladar a las páginas su compromiso con aquellas mujeres a las que incluso se les despojó de su propio nombre. 

Su “objetualización” fue tal que, privadas de cualquier signo identitario, algunas ni siquiera atendían cuando se las llamaba por el nombre que aparecía en su historial. Huertas y sus compañeras tardaron en descubrir que, “durante años, muchas habían sido llamadas por nombres que no les pertenecían”.

Cuando el nuevo equipo psiquiátrico intentó encontrar alguna pista de la biografía de aquellas mujeres se dieron de bruces con unos expedientes desiertos, formados por “dos hojas de escuetas anotaciones”. 

Ni rastro de los 20 o 30 (¡30!) años que muchas permanecieron confinadas en el Manicomio de Jesús, presas de un “régimen carcelario” que imponía una “disciplina férrea” y un “encierro sin expectativas”, “aisladas en una colectividad muda para la comunicación, chillona para las protestas y embotada por tratamientos abusivos”. “Años vacíos” en los que su única opción fue intentar “sobrevivir en la exclusión”.

Dormían hacinadas en habitaciones de 80 camas distribuidas en tres filas, casi pegadas las unas a las otras. Sin armarios ni mesillas. Sin un espacio personal. Comían sin cubiertos en una larga mesa, en una sala que hacía las veces de comedor y espacio en el que coser. Pasaban su ‘tiempo libre’ (si es que se le puede llamar así) en un rincón del patio o rezando, compartiendo “con desconocidas su soledad colectivizada”.

Las lobotomías “se aplicaban habitualmente —más como castigo que por presunto efecto terapéutico— a las personas que se mostraban más rebeldes, y dejaban lesiones irreversibles en el cerebro, en el comportamiento y en sus vidas.

Atrapadas en una “pasividad obligada”, fueron sometidas a una continua violencia psíquica que las atiborraba a base de medicación farmacológica. 

Se sucedieron los tratamientos físicos, eléctricos y quirúrgicos: inyecciones de insulina, trementina o cardiazol; tandas de electroshocks; argollas; lobotomías que “se aplicaban habitualmente —más como castigo que por presunto efecto terapéutico— a las personas que se mostraban más rebeldes, y que dejaban lesiones irreversibles en el cerebro, en el comportamiento y, en definitiva, en la vida de muchas de sus compañeras internadas”. 

Celdas de castigo, o ‘jaulas’, cubiertas de paja y excrementos de internas. “Tratos humillantes y vejatorios, degradación y miseria”.

Algunos de los profesionales con los que se encontraron el nuevo Hospital Psiquiátrico de Bétera se creían, escribe Huertas, “capaces de cambiar la estructura social opresora, el régimen tardofranquista, el paradigma patriarcal y mísero capitalista, la vida cotidiana, las relaciones, el consumo, los horarios, el espacio y el tiempo”.

Comenzaron por cambiar las abusivas prácticas psiquiátricas. Devolvieron a las mujeres internadas su autonomía personal: decoraron a su gusto sus propias habitaciones, se les facilitaron útiles de aseo y pudieron elegir su ropa (interior y exterior). 

Preparaban ellas mismas la comida, entraban y salían del hospital, asistían a reuniones, asambleas, charlas y talleres. Hablaban y hablaban y hablaban. Habían pasado muchos años sin hacerlo. Para Huertas, lo “transformador y movilizador” de aquel proceso fue reconocer la capacidad de las internas: “Nos dedicamos a convivir con ellas, escucharlas, acompañarlas y conocernos unas a otras, en lugar de ‘tratarlas’”.

“A tratarlas como personas, que es lo que eran y son ellas”, proclama la autora. El equipo médico se empeñó, en definitiva, por “convivir” con las internas recién llegadas al Hospital Psiquiátrico de Bétera. “Hablábamos de nuestros problemas y de los suyos, de cómo podían participar. Ellas eran las protagonistas en realidad y nosotras estábamos allí para apoyarlas, ver qué era lo que querían e intentar que cada una de ellas siguiera el camino que escogiera”, explica.

El silencio impuesto a la fuerza a base de “tratamientos biológicos, físicos o químicos” era empleado para conseguir que “en los manicomios, además de ser privadas de su libertad, perdieran la palabra”

Huertas reconoce que no fue sencillo conseguir que expresaran su voluntad, pues “al principio aquellas mujeres no podían ni hablar, estaban en unas condiciones que no tenían palabra”. 

El silencio impuesto a la fuerza a base de “tratamientos biológicos, físicos o químicos” era empleado con la eficacia de la más útil de las herramientas para conseguir que “en los manicomios, además de ser privadas de su libertad, perdieran la palabra”. “Las tenían calladas porque la palabra es subversiva y expresa lo que se siente y desea”, sostiene Huertas.

“Es curioso, porque la palabra es aquello que se nos ha negado a las mujeres a lo largo de toda la historia. Nos han definido desde el mundo masculino y nunca se nos ha escuchado”, reflexiona, y se indigna: “Se nos oye, pero no se nos escucha; y además se nos califica de repetitivas, habladoras, quejosas y, por supuesto, de locas, histéricas, neurasténicas”.

Por rebelarse contra aquel mutismo forzoso e iniciar un proceso de escucha de las internas, María Huertas y sus compañeras fueron objeto de numerosas murmuraciones por parte del resto de personal del hospital, que las acusó de “dar excesiva libertad a ‘las locas’”, por no medicarlas ni someterlas a una estrecha vigilancia, “como era su obligación”. 

Aunque Huertas fue (y sigue siendo) muy crítica con la “ideología y formación más tradicional” de aquellos médicos, no tarda en poner el foco sobre la psiquiatría actual, pues asegura que antaño “no se contaba con el arsenal farmacológico del que se dispone hoy y, por tanto, las multinacionales de medicamentos tenían poco interés en la psiquiatría”.

“En estos momentos, se están realizando contenciones y se están dando electroshocks en todos los hospitales, justificándolo bajo el argumento de que la sofisticación actual ha conseguido eliminar a la brutalidad de los tratamientos de décadas atrás”, alerta Huertas.

“En estos momentos, se están realizando contenciones y se están dando electroshocks en todos los hospitales, justificándolo bajo el argumento de que la sofisticación actual ha conseguido eliminar a la brutalidad de los tratamientos de décadas atrás”, alerta Huertas, que se cabrea al afirmar que “las camisas químicas que impone la farmacoterapia son tremendas”. 

“Se piensa que la medicación es la solución a todo y únicamente se intentan tratar los síntomas, pero no se escucha lo verdaderamente importante: qué es lo que le pasa a esa persona, cuál es su manera de pensar, cuál es su contexto, cuáles son sus proyectos vitales, qué cargas familiares tiene, qué le está pasando con su pareja, sus hijos o sus vecinos”, censura.

Junto al “medicar por medicar” de la psiquiatría actual, alarma de un marcado “sesgo de género tanto en salud mental como en atención primaria, donde se tratan gran cantidad de problemas de salud mental de las mujeres”. 

Los “patrones absolutamente distintos a nivel fisiológico y emocional” de las mujeres son ignorados y, consiguientemente, “se las psicologiza y medicaliza inmediatamente, en lugar de escucharlas o pedirles pruebas diagnósticas, algo que sí que ocurre en el caso de los hombres”.

Huertas sitúa estas prácticas en torno a “una serie de estereotipos sobre las mujeres que perjudican su salud física y mental” y que se remontan, como mínimo, “a principios del siglo pasado, cuando se publicaron libros y libros dedicados a demostrar que los cerebros de las mujeres son similares a los de un niño, un delincuente o un hombre loco, y, en definitiva, inferiores a los de los hombres”: “Siempre se ha atribuido a las mujeres una mente más frágil, únicamente preparada para la costura y las labores que tienen que ver con la crianza de los hijos. 

Y todas sus enfermedades mentales se han atribuido a su supuesta inferioridad; desde la filosofía, la ciencia y la religión se ha considerado que tienen (tenemos) una mente enfermiza porque tienen un aparato reproductivo que, curiosamente, permite que la humanidad subsista”.

Opuestas a estos planteamientos, María Huertas y su equipo hicieron caso omiso del ruido reprobatorio procedente de aquel sector para el que resultaban sumamente incómodas. Cuando los efectos enajenantes de la medicación empezaron a diluirse, descubrieron que muchas de las mujeres internadas no padecían ninguna enfermedad mental. 

Recuperaron la capacidad de razonar y emocionarse; la palabra negada; la oportunidad de (re)iniciar su proyecto vital alejadas de la exclusión. Descubrieron que habían sufrido una injusticia que se había prolongado durante décadas y que, de no haber sido por el cierre del Manicomio de Jesús, las habría “condenado de por vida”

“Casi la mitad de las mujeres volvieron a sus familias. Se montaron dos pisos de compañeras: uno en el 75 y otro en el 81. Algunas fueron a residencias de su pueblo, y otras, muy mayores, a familias de acogida en Bétera con personas que conocían y que las integraron como la abuelita de la casa”, recompone Huertas en Nueve nombres.

No estaban enfermas. En su mayoría, habían sido víctimas de la violencia machista de sus maridos, de violaciones, del desprecio de una sociedad (y un régimen) que las señaló por ser madres solteras, del poder de la Iglesia católica, de la pobreza. 

No estaban enfermas, habían sido “alienadas, presas en una férrea estructura de sinrazón que las calificaba de irrazonables a ellas; maltratadas y sometidas a un régimen de violencia que las acusaba de peligrosas”.

“Ningún hombre podría estar dentro de un manicomio por tener un hijo soltero, salir demasiado de casa, pintarse o ser demasiado sociable”, contrapone Huertas.

En este sentido, la enfermedad —el pecado— de gran parte de las mujeres internas en el Manicomio de Jesús había consistido en la “transgresión de los patrones de género que se les habían impuesto”. 

“Eran víctimas de la familia; de la estructura patriarcal que lo engloba absolutamente todo (la Iglesia, el ejército, el Estado, lo social, lo filosófico) y que se refleja en la familia y el interior de las casas como espacio de convivencia primordial”.

Nueve nombres es la confirmación de que aquellas mujeres consiguieron recuperar sus nombres, esos que “les habían perdido en el manicomio, algunos equivocados, otros sustituidos por el apellido. 

Y pasaron a llamarse como a ellas les gustaba, con los diminutivos que utilizaban su madre o su abuela”. Ana, Amparo, María Jesús, Felipa, Dolores, Aurora, Blanquita, Margarita, María. 

Memoria de nueve historias que son, en realidad, decenas y decenas de mujeres.

Imagen de portada: Archivo. Muchas de las mujeres internas en el psiquiátrico no estaban enfermas, habían transgredido los patrones de género que se les habían impuesto.

FUENTE RESPONSABLE: País Valencia. El Salto.España. Por María Palau. 5 de febrero 2023.

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