Contra las hosquedades del mundo.

El andén fantasma

El tren que me ha traído hasta aquí partió a las tres y veinte de la tarde de un andén que no existe. Hasta ese momento había conseguido cumplir punto por punto las indicaciones que Edoardo me trasladó semanas atrás en su correo. 

Me bajé del avión, recogí la maleta, salí del aeropuerto. A mano izquierda, tal y como me había avanzado, encontré la parada del tranvía. Había mucha gente en la cola de las máquinas dispensadoras de billetes. Un hombrecillo menudo, con bigote blanco y aspecto de haber aprendido todos los trucos necesarios para sortear las dificultades de la vida, se puso a vender pasajes por su cuenta a quienes disponíamos de dinero en metálico. 

Me había gastado casi todas las monedas durante la espera en la T4 de Barajas, y las pocas que conservaba en un bolsillo de la mochila no bastaban para completar el precio. Le tendí un billete de veinte euros y me pidió que me subiera, tomara asiento y esperase, confiado en que los pagos de otros pasajeros le permitieran darme el cambio. No le dio tiempo a despachar más de dos o tres, porque enseguida un pitido intermitente anunció la inminencia del viaje. Me preparé para recoger mis cosas y bajarme, pero extendió hacia mí su mano abierta para indicarme que no me moviese: se hacía cargo de las circunstancias y me permitiría hacer el trayecto gratis. 

Ni él hablaba inglés ni yo acertaba a entender del todo su italiano, así que le dirigí una mirada que pretendía trasladar mi gratitud y él me devolvió otra en la que impostaba algo parecido a la camaradería. 

Tardamos unos quince minutos en llegar a la estación de Santa Maria Novella, cuyo aspecto desmiente categóricamente las solemnidades de su nombre. La terminal más bien parece un tendejón, aunque los carteles de los negocios que jalonan su vestíbulo intenten imprimirle el aire señorial de aquellos tiempos en que los viajes en ferrocarril alimentaban las fantasías de los autores románticos. 

Las pantallas informativas anunciaban que mi tren saldría de la vía diecisiete, pero al buscar la puerta correspondiente descubrí que la estación sólo cuenta con dieciséis andenes. 

Desconcertado, me dirigí a una mujer que ocupaba un asiento dentro de una pequeña cabina y a la que supuse encargada de dar respuesta a las solicitudes o las quejas airadas de los viajeros. La breve conversación tuvo un carácter tan surrealista que no me resisto a transcribirla en su literalidad más absoluta: «Perdone», la abordé, «en la pantalla pone que mi tren saldrá del andén número diecisiete, pero el último andén de la estación lleva el número dieciséis». Ella me observó con una sonrisa condescendiente: «Es que esta estación sólo tiene dieciséis andenes; a ver, ¿cuál es su tren?». «El 18771 con destino a Arezzo». Señalé hacia el panel, que quedaba justo frente a la cabina. 

Ella entrecerró los ojos para distinguir las letras y los números que brillaban en la pantalla y, acto seguido, su expresión adoptó un rictus de incredulidad. «Aquí nunca ha existido un andén diecisiete», dijo. Luego, como si quisiera esforzarse para disimular que se encontraba tan desconcertada como yo, añadió: «Mejor pregunte a otra persona». 

Pensé que aquello podía ser la coartada perfecta para emprender una fabulación borgiana o, cuando menos, un inicio aseado para un cuento de Cortázar, pero la realidad terminó siendo tan prosaica como acostumbra: el inexistente andén diecisiete era una prolongación del dieciséis. 

El crecimiento de la red ferroviaria había motivado la construcción de nuevas vías en una época en que la expansión urbanística de la ciudad hacía imposible cualquier intento de ampliar la estación, por lo que los nuevos andenes se levantaron al final de los que ya existían. Me contaron todo esto los agentes que custodiaban el acceso a la decimosexta puerta del gran vestíbulo, y tras mostrarles mi billete —esta vez había logrado adquirirlo a tiempo— recorrí en toda su longitud el andén correspondiente para dar a su término con aquel otro que figuraba en las pantallas y cuya numeración ni siquiera debía de ser fija, porque se exhibía tan sólo en otro panel luminoso y parpadeante cuyas trazas rudimentarias daban cuenta de su provisionalidad, y en el que aguardaba ya el tren que habría de llevarme a Sant’Ellero.

Un hombre a tientas camina

La imaginación prefigura la realidad antes de que la realidad se manifieste y, en consecuencia, tiende a generar unas expectativas que a la larga veremos inevitablemente defraudadas. 

Cuando me envió su primer correo electrónico —en el que dejaba muy claras las normas y de manera sutil, pero efectiva, daba a entender que bajo ningún concepto se admitirían excepciones—, me imaginé a Edoardo como un hombre de edad avanzada y personalidad adusta, con el ceño fruncido y las cejas pobladas, quizá también el cuello ligeramente encorvado. Anticipé una voz áspera, un tono seco y unos andares torpes o bruscos, y me había preparado para la eventualidad de una tensión que de alguna manera tendríamos que sortear durante el trayecto que nos correspondería hacer juntos. 

Pero cuando llego a la estación de Sant’Ellero y me lo encuentro esperando en el andén, Edoardo resulta ser un chico joven, que apenas ha cumplido la treintena, y cuya sonrisa de bienvenida es el preludio de una amabilidad exquisita. Me pregunta qué tal he hecho el viaje y se ofrece a hacerse cargo de mi equipaje para introducirlo en el maletero del coche. Se disculpa por el aspecto del vehículo —«el invierno ha sido duro y este coche no está pensado para el campo»— y me cuenta que tiene un hermano en Barcelona, que va por allí con cierta frecuencia, que le hace gracia que en España conozcamos a Eros Ramazotti. 

Dedicamos unos minutos a recordar lo bueno que fue Franco Battiato y, mientras arrancamos y comenzamos a rodar por unas carreteras estrechas que van sorteando las laderas toscanas, me explica que lleva diez meses trabajando en la casa, donde viene a ejercer las funciones de asistente. Ha cursado un grado en estudios europeos y pensaba perseverar en ese empeño hasta que la pandemia trastocó su plan vital: resolvió aislarse en una casa que su familia tiene por los alrededores y buscar en la naturaleza el alivio a los excesos de la civilización. 

No me dice de qué modo consiguió el trabajo que ahora le ocupa ni le pregunto cuánto tiempo piensa mantenerlo, si se plantea abandonar una vez que concluya el año o su propósito es permanecer allí de forma más o menos indefinida. 

El coche abandona la carretera y enfila un camino estrecho y pedregoso que se precipita en descensos repentinos y remonta poco después pendientes inverosímiles. A nuestro alrededor sólo hay bosque, una inmensa arboleda que apenas filtra los rayos del sol y cuyos troncos y ramajes se anudan hasta confundirse en un solo entramado laberíntico que parece el forjado de una reja encaminada a proteger los secretos de un paisaje orgulloso de su inexpugnabilidad. 

Creo entrever en algún momento, entre las líneas difusas que dibujan los contornos de los árboles altísimos y esqueléticos, la figura difuminada de un hombre  que camina con pasos titubeantes —«un hombre a tientas camina», acude a mi memoria el verso de Machado—, como si se hubiera perdido o anduviese buscando algo que se le ha caído del bolsillo. 

Pienso en decírselo a Edoardo, pero él está comentando algo sobre el clima y no quiero interrumpirlo, y cuando al fin podría hacer referencia al asunto éste ha quedado lo suficientemente lejos como para que cualquier formulación resulte inútil. Me dice que no estaré solo a mi llegada, que hay un poeta y dos traductores que están pasando unos días en la casa. 

Me pregunto si corresponderá a alguno de ellos esa silueta humana que he discernido desde la ventanilla, deambulando por el bosque. Recuerdo también el mensaje que me escribió Borja Ortiz de Gondra después de que hace unos días yo le enviara otro para comunicarle que me encontraba a punto de emprender el viaje: «Cuéntame, por favor, cómo está Beatrice».

El paisaje y los perros

Estoy instalado en una torre que se erigió en la Edad Media y cuyas ventanas se abren a la perspectiva idílica de un valle frondoso tras el que asoma, allá al fondo, el perfil suave de unos montes. En el cielo soleado viaja el presagio de la primavera. 

Me he despertado con el sol y he permanecido en la cama unos minutos, atento únicamente al canto de unos pájaros que saludan con alborozo al nuevo día. Cuando salgo al exterior, un ladrido celebratorio desvela la presencia de Pushkin y Clocló, dos de las mascotas del lugar. Están a las puertas de la casa, al otro lado del jardín, porque nunca se acercan a la torre, no sé si por pereza o porque están educados para que mantengan una distancia prudencial con los invitados. 

Clocló es una perrita de aguas, juguetona y cariñosa, con la que he hecho buenas migas desde mi llegada. En cuanto me ve, adopta la postura que considera más adecuada para recibir mimos y se deja acariciar con una docilidad entusiasta. Nació con un problema en la espina dorsal y camina con la cadera hundida, arrastrando las patitas traseras, pero la deformación no le impide correr y brincar con esa alegría infantil de la que hacen gala las criaturas de su especie. 

Pushkin suele mantenerse en un segundo plano. Cuesta acariciarlo porque rehúye a los extraños. Puede que lo maltrataran de cachorro y que arrastre desde entonces una comprensible desconfianza hacia mis congéneres. 

«Es todo un caballero», me dijo Beatrice anoche, cuando nos sentamos a charlar antes de la cena y él se repantigó en uno de los sillones de la sala de estar, indiferente a nuestras elucubraciones. Tanto él como Clocló proceden de un refugio para animales que hay por los alrededores. 

Beatrice, que lo visita con cierta frecuencia, los adoptó cuando supo que, a causa de la invalidez de la una y del carácter huraño del otro, nadie se decidía a acogerlos. También está Rosina, una carlino que es la reina del lugar y que prefiere moverse, lenta y discreta, por el interior. Ha habido otros perros antes. Dicen que sus cenizas están esparcidas por el jardín, y sus nombres se inscriben en placas que aquí y allá recuerdan que una vez existieron y fueron felices en estos mismos predios por los que pasean ahora Clocló, Pushkin y Rosina. La primera se recuesta complacida mientras le rasco la tripita y la espalda, y su mirada de gratitud es el antídoto contra las hosquedades del mundo.

Imagen: “Hosquedades del mundo”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Miguel Barrero. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 7 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Diario de viaje/Pensamiento/Reflexiones

«Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista», por Byung Chul Han.

El ombliguismo crónico al que nos hemos visto conducidos y conducidas es causa directa de un sistema capitalista que entiende el éxito como un conjunto de metas que se alcanzan desde la individualidad y desde una desorbitada idea de productividad.

«La depresión es una enfermedad narcisista. Conduce a ella una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo está agotado y fatigado de sí mismo. Carece de mundo y está abandonado por el otro». Byung Chul Han.  

En tiempos recientes, se ha proclamado con frecuencia el final del amor. Se piensa que hoy el amor perece por la ilimitada libertad de elección, por las numerosas opciones y la coacción de lo óptimo y que, en un mundo de posibilidades ilimitadas, no es posible el amor.

También se denuncia el enfriamiento de la pasión. Eva Illouz, en su obra ¿Por qué duele el amor?, atribuye este enfriamiento a la racionalización del amor y a la ampliación de la tecnología de la elección. Pero estas teorías sociológicas desconocen que hoy está en marcha algo que ataca al amor más que la libertad sin fin o las posibilidades ilimitadas.

No solo el exceso de oferta de otros conduce a la crisis del amor, sino también la erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la vida y va unida a un excesivo narcisismo de la propia mismidad. En realidad, el hecho de que el otro desaparezca es un proceso dramático, pero se trata de un proceso que progresa sin que, por desgracia, muchos lo adviertan. 

El Eros se dirige al otro en sentido enfático, que no puede alcanzarse bajo el régimen del yo. Por eso, en el infierno de lo igual, al que la sociedad actual se asemeja cada vez más, no hay ninguna experiencia erótica. Esta presupone la asimetría y exterioridad del otro.

No es casual que Sócrates, como amado, se llame atopos. El otro, que yo deseo y que me fascina, carece de lugar. La cultura actual del constante igualar no permite ninguna negatividad del atopos. Comparamos de manera continua todo con todo, y así lo nivelamos para hacerlo igual, puesto que hemos perdido precisamente la atopía del otro.

La negatividad del otro atópico se sustrae al consumo. Así, la sociedad del consumo aspira a eliminar la alteridad atópica a favor de diferencias consumibles, heterotópicas. La diferencia es una positividad, en contraposición a la alteridad. Hoy la negatividad desaparece por todas partes. Todo es aplanado para convertirse en objeto de consumo. 

Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista. La libido se invierte sobre todo en la propia subjetividad. El narcisismo no es ningún amor propio. El sujeto del amor propio emprende una delimitación negativa frente al otro, a favor de sí mismo.

Fotograma de Melancholia.

En cambio, el sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo. 

La depresión es una enfermedad narcisista. Conduce a ella una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo está agotado y fatigado de sí mismo. Carece de mundo y está abandonado por el otro. Eros y depresión son opuestos entre sí.

El Eros arranca al sujeto de sí mismo y lo conduce fuera, hacia el otro. En cambio, la depresión hace que se derrumbe en sí mismo. El actual sujeto narcisista del rendimiento está abocado, sobre todo, al éxito.

Los éxitos llevan consigo una confirmación del uno por el otro. Ahora bien, el otro, despojado de su alteridad, queda degradado a la condición de espejo del uno, al que confirma en su ego. Esta lógica del reconocimiento atrapa en su ego, aún más profundamente, al sujeto narcisista del rendimiento. Con ello se desarrolla una depresión del éxito.

El sujeto depresivo del rendimiento se hunde y ahoga en sí mismo. En cambio, el Eros hace posible una experiencia del otro en su alteridad, que saca al uno de su infierno narcisista. El Eros pone en marcha un voluntario desconocimiento de sí mismo, un voluntario vaciamiento de sí mismo. Una especial debilidad se apodera del sujeto del amor, acompañada, a la vez, por un sentimiento de fortaleza que de todos modos no es la realización propia del uno, sino el don del otro.

En el infierno de lo igual, la llegada del otro atópico puede asumir una forma apocalíptica. Formulado de otro modo: hoy solo un apocalipsis puede liberarnos, es más, redimirnos, del infierno de lo igual hacia el otro.

Del mismo modo, la película Melancholia de Lars von Trier, comienza con el anuncio de un suceso apocalíptico, desastroso. Desastre significa, literalmente, no astro (lat. des-astrum). En el cielo nocturno, Justine descubre, en presencia de su hermana, una estrella resplandeciente de color rojo que más tarde se revela como un no astro.

Fotograma de Melancholia.

Melancholia es un desastrum con el que inicia su curso todo el infortunio. Pero allí hay algo negativo de lo que parte un efecto salvador, purificador. En este sentido, Melancholia es un nombre paradójico, en la medida en que produce una cura para la depresión como una forma especial de la melancolía. Se manifiesta como el otro atópico que saca a Justine del pozo narcisista. Así, florece realmente ante el planeta que trae la muerte. 

El Eros vence la depresión. La relación tensa entre amor y depresión domina desde el principio el discurso de la película. El preludio de Tristán e Isolda, que flanquea musicalmente la cinta, conjura la fuerza del amor. La depresión se presenta como la imposibilidad del amor. O bien el amor imposible conduce a la depresión.

Por primera vez, el planeta Melancholia concita en Justine la aspiración erótica. En la escena junto a la roca del río se ve el cuerpo desnudo de una amante envuelto en voluptuosidad. Llena de esperanza, Justine se tumba bajo la luz azul del planeta portador de muerte. En esta escena parece como si Justine anhelara el choque mortal con el atópico cuerpo celeste.

Ella espera la catástrofe que se aproxima como una unión dichosa con el amado. Nos vemos forzados a pensar en la muerte de amor de Isolda. Ante la muerte que se acerca, también Isolda se entrega con sumo placer al «todo que sopla en la respiración del mundo». No es ninguna casualidad que justo en esa única escena erótica de la película resuene de nuevo el preludio de Tristán e Isolda.

Tristán e Isolda de John William.

Este conjura mágicamente la cercanía entre Eros y muerte, apocalipsis y redención. De manera paradójica, la muerte que se aproxima da vida a Justine. La abre para el otro. Justine, liberada de su prisión narcisista, se aboca al cuidado de Claire y su hijo. La magia real de la película es la prodigiosa transformación mediante la cual Justine deja de ser una depresiva y se convierte en una amante.

La atopía del otro se muestra como la utopía del Eros. Lars von Trier intercala con clara intención conocidos cuadros clásicos para dirigir discursivamente la película y dotarla de una semántica especial. Así aparece, en la intro surrealista, el cuadro de Pieter Brueghel Los cazadores en la nieve, que sume al espectador en una profunda melancolía invernal. En el fondo del cuadro, el paisaje linda con el agua, lo mismo que la finca de Claire, insertada delante del cuadro de Brueghel.

Justine, después de una disputa con Claire, cae de nuevo en la desesperación, y su mirada se desplaza con desamparo a través de los cuadros abstractos de Malevic. Luego, en un ataque, arranca del estante los libros abiertos y los reemplaza ostensiblemente por cuadros que refieren, todos ellos, a pasiones abismales del hombre.

En este momento preciso suena de nuevo el preludio de Tristán e Isolda. Por tanto, de nuevo se trata de amor, deseo y muerte. Justine primero centra su mirada en Los cazadores en la nieve de Brueghel. Luego se dirige presurosa a Millais con su Ofelia y enseguida a David con la cabeza de Goliat, de Caravaggio, a El país de Jauja de Brueghel y, finalmente, a un dibujo de Carl Fredrik Hill en el que se representa a un ciervo que ronca en soledad. 

Ofelia de Millais.

La bella Ofelia, flotando en el agua, con su boca medio abierta y la mirada perdida en el espacio, semejante a la de un santo o un amante, sugiere de nuevo la cercanía entre Eros y muerte. Cantando igual a las sirenas, leemos en Shakespeare, muere Ofelia, la amada de Hamlet, rodeada de flores caídas.

Ella tiene una bella muerte, una muerte de amor. En la Ofelia de Millais puede reconocerse una flor que no se menciona en Shakespeare, una amapola, que alude a Eros, al sueño y la embriaguez. También David con la cabeza de Goliat, de Caravaggio, es un cuadro de deseo y de muerte. En cambio, El país de Jauja, de Brueghel, muestra una sobresaturada sociedad de la positividad, un infierno de lo igual.

Los hombres yacen con apatía aquí y allá con sus cuerpos repletos, agotados por la saciedad. Incluso el cactus no tiene ninguna espina. Es de pan. Aquí todo es positivo siempre que pueda comerse y disfrutarse.

Esta sociedad sobresaturada se parece a la mórbida sociedad de la boda de Melancholia. Es interesante que Justine coloque El país de Jauja inmediatamente junto a una ilustración de William Blake que representa a un esclavo colgado vivo por una costilla. El poder invisible de la positividad contrasta aquí con la violencia brutal de la negatividad, que explota y expolia.

Justine abandona la biblioteca justo después de haber extendido en el estante el dibujo Un ciervo que ronca, de Carl Fredrik Hill. El dibujo expresa de nuevo el deseo erótico o la añoranza de un amor, que Justine nota en su interior. También aquí se representa su depresión como la imposibilidad del amor.

El país de Jauja de Brueghel.

Sin duda, Lars von Trier sabía que Carl Fredrik Hill padeció toda su vida psicosis y depresión severa. Esta sucesión de cuadros presenta de manera intuitiva todo el discurso de la película. El Eros, el deseo erótico, vence la depresión. Conduce del infierno de lo igual a la atopía; es más, a la utopía de lo completamente otro.

El cielo apocalíptico de Melancholia se parece a aquel cielo vacío que para Blanchot representa la escena originaria de su niñez. Ese cielo le revela la atopía de lo completamente otro, cuando de pronto interrumpe lo igual:

“Yo era un niño de siete u ocho años de edad, me encontraba en una casa aislada, cerca de la ventana cerrada, miraba hacia fuera, y de pronto, ¡nada podía ser más súbito!, fue como si el cielo se abriera, como si se abriera infinitamente a lo infinito, para invitarme a través de este arrollador momento de apertura a reconocer lo infinito, pero lo infinito infinitamente vacío.

El resultado era extraño. El súbito y absoluto vacío del cielo, no visible, no oscuro —vacío de Dios: esto era explícito, y en ello superaba con mucho la mera referencia a lo divino—, sorprendió al niño con tal encanto y tal alegría, que por un momento se llenó de lágrimas, y —añado preocupado por la verdad— yo creo que fueron sus últimas lágrimas”.

El niño se ve arrebatado por la infinitud del cielo vacío. Es arrancado de sí mismo y des interiorizado hacia un afuera atópico, es des-limitado y des-vaciado. Este acontecimento desastroso, esta irrupción del afuera, de lo totalmente otro, se realiza como un des-propiar (expropiar), como supresión y vaciamiento de lo propio; a saber, como muerte: «Vacío del cielo, muerte diferida: desastre». 

Pero este desastre llena al niño de una alegría devastadora, es más, de una dicha de la ausencia. En eso consiste la dialéctica del desastre, que también estructura la película Melancholia. El infortunio desastroso se trueca de manera inesperada en salvación.

Los cazadores en la nieve de Brueghel.

Imagen de portada: Byung Chul Han

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. 3 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Filosofía/Redes sociales/Pensamiento/Reflexiones

Juicio a la ironía.

Personas de ideas claras que las expresen claramente sin miedo al qué dirán son rara avis en tiempos de suspicacias y recelos mutuos, intransigencia, algarabía digital y confusión. Por eso el lenguaje diáfano de Juan Soto Ivars es un soplo de aire fresco que barre prejuicios y estimula las neuronas. 

Paisano de Paco Rabal, nació en Águilas (Murcia) hace 38 años que ha sabido aprovechar, Soto Ivars es un espécimen difícil de clasificar. ¿Escritor, periodista, analista, mosca cojonera en vuelo de dron, el niño que ve al Rey desnudo? «No me gustan las etiquetas», afirma. «Como dice Arturo Pérez-Reverte, no tengo una ideología concreta, tengo biblioteca, aunque la mía es más reducida que la suya».

Lo que nadie pone en duda es que posee una mente ágil, analítica y versátil en contacto directo con la realidad a través de libros, columnas de opinión en distintos medios e intervenciones que son una gozada para los recolectores de titulares. 

Por ejemplo, los que se  cosechan en su charla con Ricardo Moya en El sentido de la birra. «Soy un talibán de la libertad de expresión». «Los cómicos son los filósofos de hoy día». «Respeto mucho a la gente a la que le caigo mal». «El aburrimiento es la madre de la creatividad». «Solo puedes escuchar al otro con la mente abierta si tienes la seguridad de que no puede destruirte».

Como acérrimo defensor de la libertad de expresión no se corta un pelo en proclamar públicamente que su escritor preferido es el noruego Knut Hamsun, un nazi recalcitrante negacionista del Holocausto del que acaba de publicar una biografía condensada, El autor y las quimeras (Zut) en la que, a partir de anécdotas de la vida de Hamsun reflexiona sobre la distancia pertinente que debe separar al autor de su obra. También cuenta sin remilgos que uno de sus abuelos es falangista políticamente a la derecha de Vox y que sus orejas le causaron algún problema de niño por lo que adoptó el estilo capilar que le caracteriza.

Casado y padre primerizo, confiesa que sus tiempos de Peter Pan y juerga continua, pasaron a la historia. ¿Cómo soporta la pestilencia de las redes sociales alguien que se ha dedicado a explorarlas? «Ya no lo hago. Tengo contratada a una persona para que se ocupe de ellas y me mantengo al margen. 

Sobre su poder adictivo puedo decir que las redes fueron diseñadas por los mismos ingenieros de la conducta humana que crearon las máquinas tragaperras de Las Vegas».

Los linchamientos perpetrados en ellas y las políticas identitarias que dividen a la sociedad en tribus enfrentadas son los temas de sus dos anteriores libros —Arden las redes y La casa del ahorcado— en los que se alza como paladín de la libertad de expresión en contra de nuevas forma de censura, llámese cancelación, cultura woke o maniobras de descrédito, acoso y derribo que enturbian el ambiente. «Antes los censores eran los malos de la película y ahora tienen glamour».

En su último título, Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía, editado por Debate como los dos anteriores, se pone en modo Zola para redimir a Anónimo García,  fundador del movimiento ultra-racionalista y creador de la revista Homo Velamine, vituperado por la sociedad y condenado por la justicia a 18 meses de prisión y quince mil euros de indemnización por lo que se llamó el Tour de La Manada, un recorrido virtual por los escenarios de Pamplona donde ocurrieron los hechos, con el que la revista pretendía criticar la mercantilización del dolor por parte de los medios de comunicación pero que se entendió equivocadamente como una propuesta real.

«Anónimo es una onda extraviada fuera de frecuencia. Un personaje surreal que parece del siglo pasado, gran admirador de Buñuel y los surrealistas y una combinación equilibrada y armónica de ingenuidad y picardía. Alguien condenado injustamente al ostracismo porque unos callaron cobardemente y otros lo dejaron solo. Este libro lo ha sacado del pozo y está pendiente de la resolución del Tribunal Constitucional. Ahora sabe que si su historia se cuenta sin tergiversaciones, la gente lo entiende y no lo tacha de monstruo oportunista».

A partir de la infausta peripecia de Anónimo, Soto Ivars pone otra vez sobre la mesa los temas que le preocupan, la nueva inquisición surgida en una sociedad teóricamente democrática y libre.

En el sempiterno dilema entre la libertad y el miedo, hoy se impone el miedo. Un temor difuso que estigmatiza a los que dicen verdades como puños que ofenden o incomodan.

Su último libro, una no-ficción novelada, toma prestado el título de un relato de Milan Kundera que narra las peripecias kafkianas de un profesor de arte al que se le complica la vida a causa de un hecho insignificante. 

Una cascada de malentendidos  que conduce al protagonista a la picota. Así, cada capítulo arranca con un fragmento de la obra de Kundera con la que se establece un paralelismo. Como este que inicia el dedicado al juicio a Anónimo:

»—Explicaré delante de todos cómo han ocurrido las cosas: si las personas son personas, tendrán que reírse.

»—Como le parezca. Pero verá usted que, o las personas no son personas, o usted no sabía cómo eran las personas. No se van a reír.

La denuncia del Instituto Navarro de Igualdad y de la Víctima de La Manada llevó a Anónimo García al banquillo, le hizo perder  su trabajo en Greenpeace donde, precisamente, se encargaba de temas relacionados con la libertad de expresión, y fue abandonado por sus colegas y colaboradores. En la actualidad el Tribunal Constitucional ha admitido su recurso y de su decisión depende su futuro, además de marcar los límites de la ironía en este país, porque más allá de contar una tragedia personal Soto Ivars pone en solfa la incapacidad de los humanos para percatarse de la verdad en esta caverna inundada de luces y sombras.

Convencido de que contando la auténtica historia la gente entendería su inocencia, Soto Ivars, que siguió de cerca el calvario de García, decidió escribir este libro y lo hizo en tiempo récord tras dos largas entrevistas con el afectado. No es un alegato exculpatorio ni un panegírico del protagonista, sino una clara exposición y análisis de los hechos con orden cronológico. «El propósito es desenredar la madeja irónica, separar la mentira de la verdad y ofrecer un contexto adecuado para crear el mapa de interpretación de algo que me parece una injusticia».

En la primera parte describe las acciones del movimiento ultra-racionalista que Anónimo lideraba. Vestidos de hipsters se presentaron en manifestaciones de apoyo a Rajoy y a una concentración de Podemos disfrazados de curas y monjas entre otras acciones, siempre en clave de sátira. El 8-M pusieron una bandera de España de quince metros en la que se leía: «Viva España feminista». La provocación a derecha e izquierda era su lema. «Se sabía cuándo empezaban sus actos pero no cuándo y cómo acababan. Con ellos pretendían poner a la sociedad ante sus absurdos y contradicciones con un componente surrealista y satírico. Eran osados y también algo naifs como niños que explotan un petardo en el zurullo de un perro».

En la segunda parte, «Juicio a la ironía» el autor entra de lleno en el conflicto desde que la bola de nieve empezó a rodar, en diciembre de 2018, el Tour de la Manada estaba en marcha y las consecuencias no se hicieron esperar. Un año más tarde se celebraba el juicio. 

Soto Ivars da cuenta minuciosa del alud que sepultó a sus gestores y analiza sus causas. «El Tour de la Manada necesitaba a los medios a los que criticaba. La repercusión de Homo Velamine era diminuta sin ellos. No eran virales, no tenían una cuenta potente en Twitter, nadie veía sus vídeos en YouTube. Si los medios no ponían de su parte en el momento del desmentido, la tormenta de diarrea hirviente sería imparable, tal como ocurrió. Su error fue la autocomplacencia».

¿Fueron las feministas la némesis de Anónimo y su gente?  «No todas en bloque, recibió apoyo de algunas de ellas que comprendieron su auténtica intención, que nunca fue causar dolor a la víctima de la Manada; por el contrario, él condenaba a los medios por usar su tragedia para venderse».

Cita los casos de Pablo Hasél, de la revista Mongolia o el de César Strawberry, del grupo musical de hip hop Def Con Dos, también condenados por los tribunales, pero el de Anónimo García es más sangrante, pues, además del silencio cómplice de los medios que apenas airearon su historia, fue enjuiciado por lo penal en vez de por lo civil. Por primera vez se aplicó el artículo 173.1 del Código Penal contra un acto relativo a la expresión artística.

Desenredada la madeja, puestos los puntos sobre las íes, Soto Ivars maquina otras historias, la cabeza puesta en otros asuntos que conciernen a la realidad.

Concluye su análisis Juan Soto Ivars que, posiblemente, ya esta libando en otro tema.

Imagen de portada: Juan Soto Ivars (Por Sara Barquero Leyva)

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía- Por Bel Carrasco. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 5 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Pensamiento/Crítica/Juan Soto Ivars/Entrevista.

Una nota sobre la interioridad.

Introducción

El Diario de Ana Frank es uno de los documentos más conmovedores que se escribieron en el marco del Holocausto. En sus páginas podemos degustar de un corazón que se mantuvo en estado de pureza pese al encierro y la amenaza constante. 

No cabe duda de que es una de las obras cumbres del siglo XX. Sin embargo, el diario cierra sus páginas pocos días antes de ser descubiertos “en la casa de atrás”. De tal manera que, como es de suponer, no hay noticias de su experiencia en Westerbork, Auschwitz y Bergen-Belsen, donde hallaría la muerte.

Sin embargo, hay otro diario no tan famoso, pero sí muy valioso para conocer el mundo interior de un judío en el corazón del Holocausto. Se trata del Diario de Etty Hillesum, judía neerlandesa, escrito entre 1941 y 1943 y que recogerá su evolución espiritual, su valor humano, ético y trascendental, muy influenciado por el escritor Rainer Maria Rilke. En sus páginas pude darme cuenta de un error en mi manera de manejar el concepto de la interioridad. De esos errores van estas líneas.

La interioridad

La cultura en Occidente ha sustentado su existencia en la dualidad, cuyo resultado más notorio es la erosión lenta, pero firme, del sentido de la vida, del hombre y su relación con todo lo que está a su alrededor. Nunca hemos podido, pese a infinidad de intentos, armonizar todas las dimensiones de la realidad en libertad y espontáneamente. 

En los intersticios de esa dualidad, el concepto de interioridad se ha asomado muchas veces, aunque como término filosófico formalmente hablando podría hallar su origen a comienzos del siglo XX, gracias a figuras como Husserl, Mounier y Edith Stein, que lo rescatarán de la corriente pietista del siglo XIX, particularmente del pensamiento de Kierkegaard.

Para muchos autores, hablar de interioridad y de dimensión espiritual es redundante. La mala costumbre de este mundo secularizado tomó el concepto para atizar el fuego de la dualidad. La interioridad y la exterioridad no son la misma cosa, no forman parte del mismo espacio lingüístico, denotan universos distintos, peor aún, son contradictorios. 

Por ello, cuando se habla de interioridad, casi de manera automática, la audiencia se ubica de manera obediente y disciplinada en lo religioso, como si, además, lo religioso, lo espiritual, también fuera algo absolutamente ajeno a la exterioridad.

Interioridad contra exterioridad

De alguna manera, tanto el diario de Ana Frank como el de Etty Hillesum nos demuestran que la interioridad y la exterioridad ni siquiera son las dos caras de una moneda. 

La interioridad no sólo indica conciencia, mismidad, un yo que unifica y da sentido a todas las realidades que constituyen al hombre; además, y precisamente por lo expuesto, es ruta para acceder a nuestra verdadera identidad que sólo se consolida frente al misterio divino. La exterioridad no sólo es cuerpo y materia, sino revelación de lo cosechado en la interioridad, puesto que esta última se configura en y a través de las distintas dimensiones constitutivas del hombre, entre ellas la sociabilidad.

El antónimo de interioridad no es exterioridad, sino superficialidad o trivialidad. Lo externo brota de la fecundidad de lo interno. Todo lo que arde dentro del hombre está llamado a expresarse saliendo de sí. Allí el sentido y sustento profundos del arte de educar. 

La interioridad requiere de una corporeidad; por ello, no es elegir entre una y otra, como pretenden algunos discursos espirituosos actuales. Se trata, más bien, de conjugarlas, de vivirlas en su mutua relación, que no es otra cosa que la manifestación del propio ser. 

Lo escribía Hillesum en su diario: “Vivir totalmente por fuera como por dentro, no sacrificar nada de la realidad exterior a la vida interior, ni tampoco a la inversa: he ahí una tarea apasionante”.

San Agustín, aunque no hablaba de interioridad formalmente, sí se refería a un enigma para sí mismo, que se iba develando en la medida en que el hombre se acercaba a Dios, al Otro radical. 

De la misma manera ocurre entre los hombres y mujeres que comparten un tiempo y un espacio. No hay interioridad sin trascendencia. Los frutos de la vida interior, así lo resalta santa Teresa de Jesús, se alcanzan afrontando decididamente los desafíos de ese mundo interior que no se escapa de la integración personal con el otro. 

La interioridad sólo es tal si se abre a la reflexión, al discernimiento, al amor y a la libertad para darle solidez al compromiso con el otro, con el mundo al cual pertenecemos.

Imagen de portada: Tanto el diario de Ana Frank (izquierda) como el de Etty Hillesum nos demuestran que la interioridad y la exterioridad ni siquiera son las dos caras de una moneda.

FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Tierra de Letras. Por Valmore Muñoz Arteaga. 31 de enero 2023.

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La «frónesis» o el encanto de la sabiduría práctica

Uno de los aspectos interesantes de la frónesis es que se trata de un concepto que no tiene una traducción precisa. Es algo así como saber leer las situaciones específicas y tomar decisiones acertadas en función de un fin loable.

Gracias a La mente es maravillosa.

La frónesis, o phronēsis, es un concepto de la ética que estuvo muy presente en la filosofía griega. Fue evolucionado especialmente por Aristóteles en su Ética a Nicómaco, donde se consideraba una de las grandes virtudes del ser humano. No existe una traducción exacta para esta palabra, pero podría decirse que se trata de la “sabiduría práctica”.

Los griegos pensaban que la frónesis formaba parte de las artes del buen vivir. Quien tenía esta propiedad era capaz de desenvolverse en diversas situaciones con total éxito. El primero en referirse a ella fue Sócrates, quien la consideraba una especie de sumatoria de todas las virtudes.

Platón también hizo alusión a la frónesis en su obra Menón, definiéndola como “entendimiento moral” y considerándola el atributo más importante de todos cuantos se pueden aprender. Sin embargo, aclaró que esta virtud no puede ser enseñada, sino que es fruto de un profundo conocimiento de uno mismo.

 

La frónesis, una gran virtud

Aristóteles fue quien desarrolló más a fondo el concepto de la frónesis. Para él, era una forma de sabiduría diferente a la de “sofía”, una palabra que hacía alusión al conocimiento universal más propio de la ciencia. Esta vendría a ser una suerte de “sabiduría teórica”.

En cambio, la frónesis correspondía a la sabiduría materializada. No era simple aplicación del conocimiento, sino que exigía la capacidad de decidir para lograr un fin determinado. También la virtud para elegir la aplicación del conocimiento en función del mayor bien posible, en concreto, para una vida plena. Por lo tanto, se trataba de una virtud ética.

La frónesis también está asociada a la política en Aristóteles. En este terreno, la sabiduría se aplica al bien común. Así mismo, quien posee ese atributo se convierte en el líder ideal para las comunidades y los colectivos. Implica que hay conocimiento, sensatez y prudencia en las decisiones que se toman.

 

Aristóteles.

 

La relación con la ética

Aristóteles señalaba que hay tres formas de apelar al carácter, al que los griegos denominaban “ethos”. Esta última palabra significa ‘costumbre’ o ‘conducta’ y hace referencia a la manera de ser, en particular al comportamiento moral. Los tres componentes del ethos son, según los griegos, la frónesis, el areté y la eunoia.

La areté es la voluntad de excelencia. Es propio de las personas que están formadas para pensar, hablar y obrar con éxito. Estaba determinada por tres virtudes: andreía, o valentía; sofrosine, o equilibrio; y dicaiosine, o justicia.

Por su parte, la eunoia hacía referencia a la buena voluntad hacia la gente. Podría ser un sinónimo de nobleza, o de lo que hoy conocemos como empatía. La triada se completa con la frónesis. Esta no sería fruto de la buena formación del carácter, como las otras dos, sino de la experiencia. Por eso, Aristóteles pensaba que no podía estar presente en una persona joven.

 

El pensador de Rodin.

 

Una virtud del intelecto

Aristóteles señaló que la frónesis era una “virtud de la inteligencia”, la cual permitiría “deliberar rectamente respecto de los bienes y de los males” en función de lograr la felicidad personal y colectiva. Por lo tanto, se trataba de un atributo intelectual que se hacía presente en hechos concretos y no potenciales.

Supone conocimientos, pero no universales, sino anclados en un tiempo y un lugar, o sea, en situaciones específicas.

Mientras que la virtud, o areté permite establecer altos fines o nobles propósitos, la frónesis permite elegir medios justos y realizar procedimientos adecuados para lograrlos. No es una habilidad, porque la habilidad es suficiencia para realizar algo que ya está predeterminado. En este caso, se requiere reflexión aguda antes de la acción y esta no es repetitiva.

Aristóteles llegó a decir que la frónesis es una condición necesaria para ser feliz y una característica fundamental para tener credibilidad en lo social. Implica una mente formada, lúcida, pero práctica a la vez, y con una alta dosis de sentido común. Por eso esta es una virtud propia de los líderes y de quienes tienen la capacidad para persuadir a otros.

Pericles fue considerado la materialización misma de la frónesis. Se le vio como un gobernante con enorme capacidad para persuadir y lograr que otros le siguieran, gracias a que empleaba estrategias que le permitían obtener lo que se proponía.

Imagen de portada: Pericles

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta

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El filósofo Michel Foucault reflexiona sobre qué significa ejercer el poder.

Lejos de considerarlo como una fuerza de opresión, el francés considera que se trata de una relación desigual entre dos sujetos libres en la que uno puede actuar sobre el otro.

Paul-Michel Foucault (1926-1984) fue un filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo, además de profesor en varias universidades y catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France durante 14 años.

Su trabajo ha pasado a la historia de la filosofía por sus estudios críticos de las instituciones sociales, con especial hincapié en disciplinas como la psiquiatría, la medicina, las ciencias humanas, el sistemas de presiones y la sexualidad.

Centrado en el poder y las relaciones entre este, el conocimiento y el discurso, en esta entrevista repasamos la definición que Foucault ofrecía para el “poder”. La conversación fue grabada el 3 de noviembre de 1980 por Michael Bess, estudiante del Departamento de Historia de la Universidad de California. La entrevista se desarrolló en francés y fue traducida por el propio Bess, mientras que la traducción al español corrió a cargo de Francisco Larrabe:

P: Hace un momento usted me contaba que es moralista…

R: En cierto sentido lo soy, en la medida en que creo que uno de los propósitos, uno de los sentidos de la existencia humana – la fuente de su libertad – es no aceptar nunca nada como definitivo, intocable, obvio o inmóvil. No se debería aceptar que ningún aspecto de la realidad se convierta en ley definitiva y anti humana para nosotros.

P: Sin embargo, necesitamos aferrarnos, incluso de manera provisoria.

R: Sí, es cierto. Esto no significa que uno deba vivir en una discontinuidad indefinida. A lo que me refiero es que uno debe considerar todos los puntos de fijación, de inmovilización, como si fuesen elementos tácticos, estratégicos; como parte de un esfuerzo por devolver las cosas a su movilidad original, a su apertura al cambio.

Te mencionaba anteriormente los tres elementos de mi moral. Estos son (1) la negación a aceptar como evidente las cosas que se nos proponen; (2) la necesidad de analizar y conocer, dado que no podemos llevar a cabo nada sin la reflexión y el entendimiento – de ahí el principio de curiosidad; y (3) el principio de innovación: buscar en nuestras reflexiones aquellas cosas que nunca han sido pensadas o imaginadas. En resumen: negación, curiosidad, innovación.

 

Me parece que el concepto que tiene la filosofía moderna respecto del sujeto supone estos tres principios. Me refiero a que la diferencia entre sujeto y objeto es precisamente que el sujeto es capaz de negarse, de generar innovación. Por tanto, ¿su trabajo ataca la tendencia a cristalizar esta noción de sujeto?

Lo que estaba explicando era el campo de valores dentro del cual sitúo mi trabajo. Me preguntaste antes si yo era un nihilista que rechaza la moralidad. Te respondí que no. También me estuviste preguntando “por qué hace el trabajo que hace”.

Estos son los valores que propongo. Pienso que la teoría moderna del sujeto, la filosofía moderna del sujeto, muy bien podría ser capaz de otorgar al sujeto una capacidad para la innovación, etc., pero que, sin embargo, en la actualidad la filosofía moderna sólo lo hace en un nivel teórico. En la realidad no es capaz de traducir en una práctica estos diferentes valores que estoy tratando de elaborar en mi propio trabajo.

¿El poder puede ser abierto y fluido, o es intrínsecamente represivo?

El poder no debe ser entendido como un sistema opresivo que somete desde la altura a los individuos, castigándolos con prohibiciones sobre esto o aquello. El poder es un conjunto de relaciones. ¿Qué significa ejercer el poder? No significa tomar esta grabadora y arrojarla contra el suelo. Tengo las capacidades para hacerlo, tanto material como física y anímica. Sin embargo, si la azoto contra el suelo con el propósito de hacerte enojar o que no puedas reproducir lo que he dicho, o presionarte de modo que te comportarás de tal o cual manera o para intimidarte; pues bien, lo que he hecho al moldear tu comportamiento mediante ciertos medios, eso es poder.

Esto quiere decir que el poder es una relación entre dos personas, una relación que no está en el mismo orden de la comunicación (incluso si estás obligado a servirme como instrumento de comunicación). No es lo mismo que decirte “el clima está agradable” o “nací en tal o cual día”.

Ejerzo poder sobre ti: influyo en tu comportamiento o intento hacerlo. Intento guiarlo, conducirlo. Y la manera más sencilla es, obviamente, tomándote de la mano y obligarte a que vayas a donde quiero. Ese es el caso límite, el grado cero del poder. Y es precisamente en ese momento en que el poder deja de serlo y se convierte en simple fuerza física.

Por el contrario, si uso mi edad, mi posición social, el conocimiento que pueda tener sobre determinado tema para hacer que te comportes de un modo particular – es decir, no te estoy forzando a algo sino que te estoy dejando completamente libre – ahí es cuando empiezo a ejercer poder.

Está claro que no debemos definir el poder como un acto violento y opresor que reprime a los individuos forzándolos a hacer algo o evitando que hagan algo distinto. Sino que el poder tiene lugar cuando existe una relación entre dos sujetos libres y esta relación es desigual, de modo que uno puede actuar sobre el otro, y ese otro es guiado o permite que lo guíen.

Por tanto, el poder no siempre es represivo. Puede tomar varias formas. Y es posible tener relaciones de poder que son abiertas.

¿Son relaciones equitativas?

Nunca son equitativas porque la relación de poder es desigual. Pero puedes tener sistemas de poder reversibles. Tomemos, por ejemplo, lo que sucede en una relación erótica – no estoy hablando de una relación amorosa sino simplemente una relación erótica. Pues bien, tienes claro que es un juego de poder y la fuerza física no es necesariamente el elemento más importante aquí. Ambos tienen una cierta manera de actuar en el comportamiento del otro, moldeándolo y determinándolo. Uno de los dos puede usar esta situación de un modo determinado y luego generar el inverso exacto con respecto al otro. Pues bien, ahí tienes una forma específica y pura de poder reversible.

Las relaciones de poder no son en sí mismas formas represivas. Lo que sucede es que en las sociedades, o en la mayoría de ellas, se crean organizaciones para mantener cristalizadas las relaciones de poder, para mantener dichas relaciones en un estado de asimetría, de modo que un cierto número de personas obtienen una ventaja social, económica, política, institucional, etc. Y esto cristaliza la situación. Eso es lo que uno llama poder, en el sentido estricto del término: es un tipo específico de relación de poder que ha sido institucionalizado, cristalizado e inmovilizado para beneficios de algunos y perjuicio de otros.

Pero, ¿son ambas partes de la relación victimas del poder?

¡No del todo! Sería forzar demasiado la idea si decimos que aquellos que ejercen el poder son víctimas. De cierta manera es verdad que pueden quedar atrapados en la trampa, dentro de su propio ejercicio de poder; pero no son tan víctimas como los otros. Inténtalo… ya verás [risas].

¿Está alineado con la posición de los marxistas?

No lo sé. Verás, no estoy seguro de saber qué es el marxismo en realidad y no creo que exista como algo abstracto. Para mala o buena suerte de Marx, su doctrina ha sido adoptada casi siempre por organizaciones políticas y es, después de todo, la única teoría cuya existencia siempre ha estado atada a organizaciones sociopolíticas que fueron extraordinariamente fuertes y volátiles, hasta el punto de convertirse en aparatos del Estado.

De manera que cuando mencionas al marxismo, te pregunto a cuál te refieres, ¿el que se enseña en la República Democrática Alemana (marxismo-leninista); el vago, desaliñado y bastardo concepto que usan algunos como George Marchais; o el cuerpo doctrinario que sirve como punto de referencia para algunos historiadores ingleses?

En otras palabras, no sé lo que es el marxismo. Intento luchar con los objetos de mi propio análisis, por lo que cuando uso un concepto utilizado tanto por Marx o los marxistas, un concepto útil y tolerable, para mí es indiferente. Siempre me he negado a considerar como factor decidor el estar o no de acuerdo con el marxismo a la hora de negar o aceptar lo que digo. No me podría importar menos.

¿Tiene algunas ideas respecto de un sistema de poder que ordene a la masa de seres humanos en el planeta, un sistema de gobierno que no se convierta en una forma de poder represiva?

Un programa de poder puede tomar tres formas. Por un lado, ¿cómo ejercer un poder que sea efectivo y posible (en esencia, cómo reforzarlo)? O, por otro lado, la postura inversa: ¿Cómo anular el poder, qué puntos atacar para derrumbar la cristalización del poder ya existente? Y por último, la postura intermedia: ¿De qué manera limitar las relaciones de poder tan encarnadas y desarrolladas en una sociedad específica?

Pues bien, la primera postura no me interesa: crear un programa de poder que ejerza el poder más que antes. La segunda postura es interesante, pero me complica que se deba considerar esencialmente bajo el propósito de sus objetivos concretos: las luchas que uno desea emprender. Y esto significa, precisamente, que uno no debe hacer de ella una teoría a priori.

En cuanto a la postura intermedia – ¿cuáles son las condiciones aceptables del poder? – digo que estas condiciones aceptables para el ejercicio del poder no pueden ser definidas a priori. Ellas son siempre el resultado de relaciones de fuerza dentro de una sociedad. Y en tal situación sucede que un cierto desequilibrio en las relaciones de poder es, en efecto, tolerado por un periodo de tiempo por aquellas víctimas que están en una posición más desfavorable. Esto no quiere decir que semejante situación sea aceptable. Ellos son conscientes de esto desde el primer momento, de modo que después de pocos días, años, siglos, las personas siempre terminan resistiéndose y ese viejo compromiso ya no funciona. Eso es. Pero no se puede dar una fórmula definitiva para el ejercicio óptimo del poder.

¿Quiere decir que algo se cristaliza en las relaciones de poder entre las personas y que se vuelve intolerable después de un tiempo?

Claro, a pesar de que a veces sucede de inmediato. Las relaciones de poder, tal como se expresan en una determinada sociedad, no son sino la cristalización de una relación de fuerzas. Y no hay ninguna razón para que estas cristalizaciones de las relaciones de fuerza deban ser formuladas como una teoría ideal de dichas relaciones.

Dios sabe que no soy un estructuralista o un lingüista o algo por el estilo, pero, verás, es casi como si un filólogo quisiera decir: “Bien, así es como el lenguaje debe ser hablado, así es como el inglés o francés debe ser hablado”. ¡Pero no! Uno puede describir de qué manera un lenguaje es hablado en un determinado momento, uno puede decir lo que es comprensible y lo que es inaceptable, incomprensible. Y es todo lo que uno puede decir. Por otro lado, sin embargo, esto no significa que este tipo de trabajo en relación al lenguaje no permita innovaciones.

Es una posición que se rehúsa a hablar en términos positivos, excepto para el momento presente.

Desde el momento en que uno concibe el poder como un ensamble de relaciones de fuerza, no puede haber ninguna definición programática de un estado óptimo de fuerzas, a menos, claro, que uno fije posiciones al decir; “Quiero que el blanco ario, de raza pura tome el poder y lo ejerza”; o incluso: “Quiero que el proletariado ejerza el poder y quiero que lo haga de manera absoluta”. En ese momento sí se ha establecido un programa para la construcción del poder.

¿Es intrínseco a la existencia humana que su organización se transforme en una forma represiva de poder?

Sí. Por supuesto. Tan pronto como haya personas que se encuentren en una posición – dentro del sistema de relaciones de poder – donde puedan actuar sobre otros y determinar la vida y el comportamiento de éstos, pues bien, la vida de esas otras personas no será del todo libre. Como resultado, dependiendo del umbral de tolerancia y de un gran número de variables, la situación será más o menos aceptada, pero nunca completamente. Siempre habrá personas que se rebelen, que se resistan.

 

Permítame poner otro ejemplo. Si un niño quiere rayar las murallas de una casa, ¿sería represivo impedir que lo haga? ¿En qué punto uno dice: “¡Basta!”?

[…] Si acepto la idea que frecuentemente se tiene del poder – vale decir, que es algo horrible y represivo para el individuo – es evidente que evitar que un niño raye las murallas sería una tiranía insoportable. Pero eso no es el poder: yo digo que el poder es una relación, una relación en la que uno guía el comportamiento de los otros. Y no hay ninguna razón para decir que la manera de guiar el comportamiento de los otros no puede tener, en última instancia, un resultado positivo, valioso, interesante, etc. Si yo tengo un hijo, te aseguro que no rayaría en las murallas; y si lo hiciera, sería contra mi voluntad. ¡Incluso el solo pensarlo!

Es complicado… a veces uno tiene que cuestionar constantemente.

¡Sí, sí! ¡Así es! Un ejercicio de poder nunca debe ser algo evidente. No significa que porque seas el padre tienes derecho a golpear a tu hijo. A menudo, incluso, no castigarlo es también una manera de moldear su comportamiento. Este es un dominio de relaciones bastante complejo que exige una reflexión constante. Y cuando uno piensa en el cuidado con que los sistemas semióticos han sido analizados en nuestra sociedad, para develar su valor significante, ha existido un relativo descuido de los sistemas para el ejercicio del poder. No se le ha dado la suficiente atención a este complejo ensamble de conexiones.

Su postura escapa continuamente de la teorización. Tiene que rehacerse una y otra vez.

Es una práctica teórica, si tú quieres. No es una teoría sino más bien una manera de teorizar la práctica. […] Como mi posición aún no ha sido esclarecida del todo, a veces la gente piensa que soy una suerte de anarquista radical que tiene un profundo odio hacia el poder. ¡No! Lo que trato de hacer es abordar este fenómeno tremendamente importante y confuso que es el ejercicio del poder en nuestra sociedad, con la mayor reflexión y prudencia. Prudencia en mi análisis, en los postulados morales y teóricos que empleo. Intento averiguar qué está en juego, pero cuestionando las relaciones de poder de la manera más escrupulosa y atenta posible, examinando todos los ámbitos de su ejercicio, que no es lo mismo que construir una mitología del poder como si fuera la bestia del apocalipsis.

¿Hay temas positivos en su concepto sobre lo que es bueno? En la práctica, ¿cuáles son los elementos morales en los que basa sus acciones?

Ya te los dije: negación, curiosidad e innovación.

Pero, ¿no son todas ellas negativas en cuanto al contenido?

La única ética que puedes tener con respecto al ejercicio del poder es la libertad de los otros. Yo no le digo a la gente; “Hagan el amor de esta manera, tengan hijos, vayan a trabajar”.

 

Debo admitir que estoy un tanto perdido al no tener puntos de orientación en su mundo, hay demasiada apertura.

Escucha, escucha… ¡No es tan difícil! No soy un profeta; no soy un organizador; no quiero decirle a la gente qué debe hacer. No voy a decirles: “¡Esto es bueno para ti, esto no!”.

Intento analizar una situación real en sus diversas complejidades, con el propósito de permitir la negación, la curiosidad y la innovación.

Y con respecto a su vida personal, eso ya es distinto…

¡Pero a nadie le incumbe!

Pienso que en el fondo de todo esto hay un malentendido sobre la función de la filosofía, del intelectual, del conocimiento en general: y es que les concierne a ellos decirnos qué es bueno.

¡Pues no! ¡No, no, no! No es responsabilidad de ellos. Ellos ya son bastante propensos a interpretar ese papel. Por dos mil años han estado diciéndonos qué es bueno, con todas las consecuencias catastróficas que eso ha generado.

Hay un juego terrible aquí, un juego que oculta una trampa en la que los intelectuales tienden a decir lo que es bueno, y las personas no encuentran nada mejor que les digan lo que es bueno, cuando sería mejor que empezaran a gritar: “¡Esto es malo!”

 

Pues bien, cambiemos el juego. Digamos que los intelectuales ya no tendrán el rol de decir lo que es bueno. Por tanto, dependerá de las propias personas, basando su juicio en los múltiples análisis de realidad que se les ofrezcan, trabajar o comportarse espontáneamente, de manera que puedan definir por sí mismos qué es bueno para ellos.

Lo bueno a veces surge a través de la innovación. Lo bueno no existe como tal en un cielo atemporal con personas que serían como los Astrólogos del Bien, cuyo trabajo es determinar cuál es la naturaleza favorable de las estrellas. Lo bueno es definido por nosotros, se practica, se inventa. Y es un trabajo en conjunto.

¿Está más claro ahora?

Imagen de portada: Michel Foucault

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. Por María Toro. 8 de noviembre 2022

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Las mejores lecciones estoicas para enseñar a tus hijos a superar las dificultades.

CONTRA EL MIEDO Y EL PESIMISMO

Los valores de esta escuela filosófica pueden ser muy positivos de cara a ayudarles a resolver los grandes problemas con los que se verán en el futuro y a no dejarse llevar por la ansiedad.

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Desde hace un tiempo a esta parte se viene repitiendo un mantra colectivo bastante negativo que, de alguna forma, ha permeado en la mente de los jóvenes: «esta es la primera generación que vivirá peor que sus padres».

Tantos años de progreso humano, científico y tecnológico para que ahora haya unanimidad al pensar que estamos en claro retroceso, que vamos hacia atrás. Se trata de un mensaje catastrofista que puede conducir a la inmovilidad. De ahí que existan debates en torno a cómo informar sobre, por ejemplo, el cambio climático, ya que ser demasiado apocalípticos con el «ya no hay marcha atrás» puede hacer que efectivamente se den todos los esfuerzos por perdidos. 

Sí, vivimos un punto de inflexión histórico, sobre todo a raíz de la crisis climática. Nunca antes las generaciones jóvenes habían estado tan movilizadas con respecto a un problema, que en este caso es global. Son muchos los estudios que hablan de la aguda ansiedad climática que a muchos niños y adolescentes les produce esta situación. También a los adultos. 

De hecho, posturas filosóficas críticas para el mantenimiento de la especie humana como el antinatalismo (la voluntad de abstenerse de procrear o no querer traer más hijos al mundo) han vivido una resurrección en estos últimos años.

«Perdida la esperanza, perdida la ilusión / los problemas continúan sin hallarse solución», cantaba un grupo de punk a mediados de los 80. Y «el pasado ha pasado y por él nada hay que hacer», mientras tanto «el presente es un fracaso y el futuro no se ve». ¿Acaso no hay mejor forma de describir el clima de pesimismo que inunda nuestra época? El hecho de que un estribillo de hace cuarenta años como este siga teniendo vigencia en el presente nos demuestra que el pesimismo también se reproduce entre las diferentes generaciones. Solo que parece que esta vez la situación es más crítica y urgente. El hecho de que los niños y adolescentes de ahora hayan crecido con Internet ha producido que los mensajes catastrofistas se hayan compartido mucho más rápidamente y con mayor intensidad.

La urgencia del estoicismo hoy en día

«Como padre, creo que es esencial empoderar a los niños y transmitirles el mensaje de que el mundo está en sus manos, que tendrán el poder de resolver sus problemas más acuciantes, y que hay mucha gente que ya está trabajando en ello, que está deseando que los niños aprendan y crezcan. La lucha contra el cambio climático forma parte de eso, y es importante y merece la pena que lo tengan en cuenta, pero no porque no vaya a haber un mundo en el que los niños no puedan vivir cuando sean mayores». 

Estas palabras pertenecen a Kelsey Piper, periodista del medio de comunicación ‘Vox’, en un artículo reciente en el que pide un giro argumentativo a la hora de tratar la crisis climática por parte de los gobiernos e instituciones, a raíz de la ansiedad que crean los mensajes catastrofistas en los jóvenes.

«La mejor manera de que un niño de siete años mejore el mundo puede ser aprender y desarrollar nuevas habilidades que pueda aplicar frente a estos problemas cuando sea mayor» 

Y ante toda esta situación, para que el pesimismo inmovilista no atrofie la necesidad de un cambio de rumbo efectivo y en la buena dirección en sus mentes, una buena opción podría ser educarles en valores filosóficos como el estoicismo, cuya máxima principal reside en pensar que no se puede controlar lo que sucede en tu vida, pero sí cómo se responde ante ello. Este puede ser un buen punto de partida. Así lo manifestaba Epicteto, alumno de Musonio Rufo, uno de los fundadores del pensamiento estoico

Este dividía la experiencia humana en dos categorías: las cosas que podemos controlar y las que no. Si atendemos a emergencias como la del cambio climático, esta se puede antojar como el problema más acuciante e incontrolable de todos. ¿Qué respondería Epicteto si viviera en nuestra época? Es difícil de imaginar, pero básicamente llamaría a concentrarse en la forma de reaccionar individual y colectivamente para reducir la ansiedad y conseguir cierta autonomía frente a situaciones de caos.

Esto, de alguna forma, es lo que también propone Piper en su artículo: «Los niños a los que les preocupan estos problemas en su infancia saben que no son Greta Thunberg y, por tanto, no tienen posibilidades de llegar a ninguna parte, al igual que cuando sean adultos. La mejor manera de que un niño de siete años mejore el mundo probablemente no sea suplicando a los adultos», como hace la activista, quien se erige como icono de su generación, sino «aprendiendo y desarrollando nuevas habilidades que pueda aplicar frente a estos problemas cuando sea mayor».

Los hábitos y la ataraxia

Y «habilidades» se parece lingüística y semánticamente a otra palabra que obsesionaba a los estoicos: «hábitos». Aplicado al tema del cambio climático, inevitablemente concluimos que hay que instruir a los niños en formas de estar en el mundo respetuosas con el medio ambiente: reciclar, contaminar lo mínimo… Como es obvio, todo esto es positivo en el día a día para enfrentar esta gran amenaza. Pero habría que ir más allá y educar en el hábito de reflexionar y pensar sobre cómo mejorar su vida y la de los demás. Al fin y al cabo, el estoicismo no solo se basa en un «soporta y renuncia», sino en buscar la virtud, que ellos veían en la ataraxia, que es ese estado de ánimo tranquilo en el que ya no existe el deseo o los temores. En este sentido, abogaban por una vida sin influencia de los agentes externos que se antojan como más deseables, como vienen a ser la riqueza o el poder, para ahondar más en un modo de vida ascético basado en la consabida frase de «no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita». Esto, en la educación con los hijos, podría aplicarse a instruirles en huir de los mantras de la sociedad de consumo.

Estoicismo en problemas concretos

Más allá de las luchas que se juegan en un plano más general, cabe detenerse en los problemas que puedan presentarse en su día a día. El mayor de ellos que podemos pensar es sin duda el del acoso escolar o bullying. A este respecto, la postura estoica les invita a pensar y reflexionar sobre su situación para saber decidir de la mejor forma posible cómo reaccionar. 

«Puedes ser poderoso si puedes elegir cómo responder a todo. Tendrás la mejor vida y nadie podrá mandar sobre ti, serás el jefe de tus pensamientos, sentimientos y decisiones» 

Así lo explican desde la web ‘Eres Estoico’: «¿Recuerdas cuando tu amigo fue malo contigo la semana pasada? Eso no fue agradable por su parte, pero tampoco había nada que pudieras hacer al respecto. Si alguien quiere ser malo, será malo. Pero después de que fueran malos, tuviste una opción. Debías decidir si ibas a ser malo, si ibas a golpearlos, o a correr al maestro y explicarles lo sucedido, o si ibas a seguir jugando y olvidarlo». Cuanto mejor sea la respuesta que tomes, «más felices seremos y menos triste estaremos». 

A este respecto, «puedes ser tan poderoso como los soldados y héroes y los adultos grandes y fuertes, ya que puedes elegir cómo responder a todo. Si puedes aprender eso ahora y abrazarlo, tendrás la mejor vida y nadie podrá mandar sobre ti, serás el jefe, el jefe de tus pensamientos, sentimientos y decisiones».

Por tanto, podemos extraer de este consejo que el valor estoico más positivo para enseñar a un niño o adolescente que se siente el marginado de su clase es empoderarle para que no se sienta el débil o la víctima. Y, la mejor forma de empoderamiento es fomentar su capacidad de decisión sobre su propia vida, sus pensamientos y sus decisiones. 

Esto puede resultar un poco abstracto de explicar a edades tempranas, pero seguramente lo entienda, ya que los niños son más listos de lo que los adultos tendemos a pensar. En este sentido, nunca está de más leer con él algunos de los libros que recojan enseñanzas filosóficas o, directamente, de la escuela estoica. Aunque pueda parecer demasiado complejo de comprender, las ‘Meditaciones‘ de Marco Aurelio pueden ser una buena puerta de entrada a este pensamiento. 

O Cartas de un estoico’ de Séneca, el cual les iluminará en el proceso de toma de decisiones. Del mismo modo, al ser nativos digitales seguramente prefieran contenidos adaptados a estos canales. Por ello, en Instagram hay perfiles como Eres Estoico, de la citada web, que pueden ser muy útiles para reflexionar con tus hijos sobre citas que tienen que ver con esta corriente filosófica. La clave es transmitirles la pasión por el pensamiento y la costumbre de hacerse preguntas que estén dirigidas a querer tener una vida más plena, más consciente y más activa.

 

Imagen de portada:Heráclito por Hendrick ter Brugghen (1628). La filosofía natural estoica está influenciada de las doctrinas del Logos y el fuego de Heráclito (Fuente: Wikimedia)

FUENTE RESPONSABLE: Alma, Corazón y Vida. Por Enrique Zamorano.  de julio 2022

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10 citas de Simone de Beauvoir para conocer su pensamiento.

Es una de las filósofas más importantes del siglo XX y hoy sigue siendo un icono de la filosofía feminista. Su obra abrió la puerta a nuevas formas de considerar la opresión hacia las mujeres. La filosofía de esta pensadora francesa se basa en una comprensión de la naturaleza del ser humano que tiene mucho más que ver con su carácter político-social que con su simple naturaleza biológica. Recogemos 10 citas de Simone de Beauvoir que ayudan a entender su pensamiento en general, sus ideas feministas y su concepción del amor.

1 «No hay muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia pone en cuestión al mundo»

Una muerte muy dulce.

El ser humano es un punto y aparte entre los seres, porque es el único animal que cuenta con una naturaleza política que se suma a su otra naturaleza biológica. La antropología de Simone de Beauvoir, basada en considerar al ser humano como fruto de las condiciones político-sociales del momento, y no solamente como un ente biológico, permite pensar el feminismo como una reivindicación. Reivindicación porque la opresión a las mujeres no es algo natural, sino fruto de decisiones sociales transformables.

Considerar que la mujer es débil «por naturaleza» es fruto de una decisión política. Considerar al ser humano desde su fuerza y su potencialidad, y construir una feminidad desde la libertad, también lo es.

2 «No se nace mujer, se llega a serlo»

El segundo sexo

En el mismo sentido que señalábamos antes, la noción de «mujer» no es algo que venga dado por unos determinantes biológicos, sino que tiene que ver con condicionantes sociales. La socialización construye un determinado modelo de mujer que está subordinada al hombre; pero la socialización puede construir otros modelos.

Esto no quiere decir que Simone de Beauvoir rechace la biología, sino que más bien señala que la forma de ordenar a los seres humanos según determinados rasgos biológicos es injusta y se debe cambiar.

La antropología de Simone de Beauvoir, basada en considerar al ser humano como fruto de las condiciones político-sociales del momento, y no solamente como un ente biológico, permite pensar el feminismo como una reivindicación

3 «Las restricciones que la educación y la costumbre imponen a la mujer limitan su poder sobre el universo»

El segundo sexo

Uno de los problemas que más trató Simone de Beauvoir es la cuestión de la opresión a la mujer. Esta opresión, que es fruto de la socialización, comienza desde la infancia, cuando a niñas y niños se les obliga a jugar y aprender valores distintos.

Esto limita tanto la visión que los hombres tienen de las mujeres, a las que consideran el sexo débil, como la visión que ellas tienen de sí mismas. Por eso, para la filósofa, cambiar las costumbres sociales y la concepción que se tiene de las mujeres pasa también por transformar radicalmente la educación para que las mujeres accedan a las mismas cuotas de reconocimiento, libertad y poder que los hombres.

4 «El hombre no puede escapar a la filosofía porque no puede escapar a su libertad»

El existencialismo y la sabiduría popular

Precisamente porque el ser humano es cultura en una gran parte, la reflexión y el pensamiento forman parte de su naturaleza. Esto no solo abre la posibilidad a que se dé una libertad de elección y pensamiento, sino que también es una imposición. El ser humano es libre, pero no porque decida serlo, sino porque, paradójicamente, se le viene impuesta la libertad. En este sentido, la filosofía es inevitable en tanto reflexión profunda sobre la naturaleza del mundo y de su propio ser.

Además, como es el hombre y no la mujer quien puede disponer de esa libertad, pues así se le ha privilegiado en la socialización, suya es la filosofía. Beauvoir propone que con el acceso de la mujer a la libertad llegue también su acceso a la filosofía; no como objeto o problema (pues el «problema» de la mujer solo lo ha sido para los hombres), sino como sujeto pensante.

5 «Simplemente, dado que en la mujer [la libertad] es abstracta y vacía, solo se puede asumir auténticamente en la rebeldía: es el único camino que se abre a los que no tienen la posibilidad de construir nada; tienen que vencer los límites de su situación y tratar de abrirse los caminos del futuro; la resignación solo es una capitulación y una huida; para la mujer no hay más salida que trabajar por su liberación»

El segundo sexo

El mundo en que vivió la autora se ha edificado, en parte, gracias a la opresión a las mujeres. Es un mundo por y para hombres y el mayor acto de construcción de un modelo social diferente no puede darse desde dentro del modelo patriarcal, sino como rebelión hacia él. Por eso, Simone de Beauvoir considera que es desde la rebeldía que la mujer puede abrir posibilidades de construcción social nuevas.

Este mundo nuevo implica una vida cotidiana diferente y unas posibilidades todavía imprevistas, porque hasta ahora la feminidad ha sido mera negación, resistencia. Cuando las mujeres puedan edificar su vida desde la construcción, esas posibilidades y esa vida cotidiana florecerán en sus posibilidades.

Beauvoir propone que con el acceso de la mujer a la libertad llegue también su acceso a la filosofía; no como objeto o problema (pues el «problema» de la mujer solo lo ha sido para los hombres), sino como sujeto pensante.

6 «El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente»

Entrevista con Francis Jeanson

El patriarcado no solo se reproduce por las instituciones a nivel social y político. También existe una subjetividad patriarcal que le pone más cadenas a las mujeres. Es en este sentido que Simone de Beauvoir considera que el feminismo puede ser otra forma de vivir individualmente. Nos enseña que nuestra personalidad y cotidianidad está viciada por el patriarcado y requerimos una nueva subjetividad feminista.

Esta subjetividad puede basarse en las relaciones mediadas por los cuidados, el amor libre que ella siempre defendió y por cambiar los gustos y las aspiraciones a través de un proceso de toma de conciencia en el cual el componente colectivo es muy importante; porque es necesario para que el cambio no solo sea individual, sino también social.

7 «Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa»

El segundo sexo

A menudo se ha considerado que el hacer de las mujeres no era trabajo. Pero una parte importante del trabajo necesario para la subsistencia humana es ese hacer que tradicionalmente ha recaído en las mujeres de manera no reconocida y no remunerada. Lo que Beauvoir quiere reconocer aquí es, por un lado, que mediante el hacer de las mujeres se puede reducir la distancia entre estas y los hombres, porque ambos realizan trabajos necesarios para la supervivencia personal y familiar.

Pero, por otro lado, en un mundo capitalista, una parte importante de la identidad es el trabajo que se desempeña a cambio de un salario. Cuando conocemos a alguien, le preguntamos su nombre y a qué se dedica. Esa parte de la identidad ha sido arrebatada históricamente a la mujer, a la que se ha relegado a una posición no productiva o no reconocida como tal y no remunerada. Como parte de la lucha por la emancipación de la mujer, Simone de Beauvoir considera que su incorporación al mercado de trabajo es un hito importante.

El feminismo nos enseña que nuestra personalidad y cotidianidad está viciada por el patriarcado y requerimos una nueva subjetividad feminista

8 «El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal»

El segundo sexo

Uno de los temas a los que más reflexión dedicó Simone de Beauvoir es el amor. Ha sido, para ella, una de las muchas herramientas sociales y políticas por las que se ha subyugado a las mujeres, porque se las ha relegado a través del matrimonio a la consideración de propiedades del marido. Pero, para la filósofa, el amor también puede ser una herramienta de liberación del patriarcado. Esto es así porque en tanto el feminismo es una herramienta, no solo colectiva, sino individual, nos permite aprender a sentir y hacer de un modo diferente.

Nuestra vida personal puede convertirse en un acto de rebeldía y liberación si consideramos así el feminismo. El feminismo como herramienta de socialización de las mujeres, de afirmación de su libertad y su deseo puede conjugarse en una forma de amar donde el otro no es una propiedad, sino otro ser humano al que libremente nos asociamos.

9 «El amor auténtico debería basarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades; cada uno de los amantes se viviría como sí mismo y como otro; ninguno renunciaría a su trascendencia, ninguno se mutilaría»

El segundo sexo

Siguiendo la estela de lo anterior, para que se dé un amor realmente libre, debemos considerar al otro como un sujeto libre e igual a nosotros. Un amor de verdad emancipador debe ser aquel en el que ya no se considere al otro como una propiedad.

Simone de Beauvoir critica el modelo imperante de relaciones amorosas, que no solo han creído a la mujer como una propiedad o como un objeto (en oposición al sujeto, que es el hombre), sino que la han tratado filosóficamente como lo Otro del yo. Entender que la mujer es tan sujeto como el hombre y aproximarse a su mirada del mundo permite entender el amor como un vínculo recíproco.

El amor es una de las muchas herramientas sociales y políticas por las que se ha subyugado a las mujeres, porque se las ha relegado a través del matrimonio a la consideración de propiedades del marido

10 «Entre mujeres el amor es contemplación; las caricias no están tan destinadas a apropiarse de la alteridad como a recrearse lentamente a través de ella; una vez abolida la separación, no hay ni lucha, ni victoria, ni derrota; en una reciprocidad exacta cada una es al mismo tiempo sujeto y objeto, soberana y esclava; la dualidad es complicidad»

El segundo sexo

En un mundo hecho a la medida del varón, las relaciones entre mujeres son un lugar privilegiado al que ir a buscar referentes, para la filósofa. Por eso, las pone de ejemplo sobre cómo podrían ser esas relaciones amorosas donde el patriarcado ya no juega un papel. La autora se da cuenta de que estas relaciones no están marcadas por las violencias que atraviesan el sexo heterosexual ni por el coito como lugar central de la relación entre seres humanos.

Es por este motivo que en la amistad y el amor entre mujeres encontramos nuevas formas de relación, menos violentas y más abiertas a la complicidad y a la reciprocidad. Como los dos sujetos que intervienen se ven como iguales, no hay dominación patriarcal ni necesidad de posesión de la otra persona. Este es el modelo que, para la autora francesa, deberían seguir las relaciones amorosas.

Imagen de portada:Simone de Beauvoir, una de las mayores exponentes de la filosofía feminista. Diseño creado a partir de imagen de la filósofa distribuida por Wikimedia Commons (CC 4.0)

FUENTE RESPONSABLE: Filosofía y Cía. Por Irene Gómez-Olano

Filosofía/El segundo sexo/Feminismo/Pensamiento/Simone de Beauvoir.

 

 

Todas las caras de Bertrand Russell: conde, matemático, filósofo, pacifista y Nobel de Literatura.

Libros, pasiones e ideas del intelectual galés, autor del libro que Borges se habría llevado a una isla desierta, de quien se cumplen hoy 150 años de su nacimiento.

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Fue uno de los pocos filósofos que ganó el Nobel de Literatura, en 1950, “en reconocimiento a sus escritos variados y significativos en los que defiende los ideales humanitarios y la libertad de pensamiento”. A diferencia de su colega francés Jean-Paul Sartre, el británico Bertrand Russell (1872-1970) no rechazó la distinción de la Academia Sueca y brindó un discurso en el que la ironía no estaba ausente. “Si los hombres estuvieran impulsados por su propio interés, lo que no es así, excepto en el caso de unos pocos santos, la totalidad de la raza humana cooperaría -dijo-. No habría más guerras, no más ejércitos, no más marina, no más bombas atómicas. No habría ejércitos de propagandistas empleados en envenenar las mentes de la nación A contra la nación B, y recíprocamente de la nación B contra la nación A. 

No habría ejércitos de inspectores en las fronteras para impedir la entrada de libros extranjeros y de ideas extranjeras. Todo esto ocurriría muy rápidamente si los hombres desearan su propia felicidad tan ardientemente como desean la miseria de sus vecinos. Pero, me preguntarán, ¿qué utilidad tienen todos estos sueños utópicos?”. Para él, el moralismo no era más que “odio o amor enmascarado al poder”. Hoy se cumplen 150 años del nacimiento del pensador, matemático, lógico, escritor y reconocido pacifista británico.

Noviembre de 1958: Filósofo, matemático y autor galés Bertrand Russell (1872 - 1970) en su casa de Gales. (Foto de John Pratt/Características Keystone/Getty Images)

Noviembre de 1958: Filósofo, matemático y autor galés Bertrand Russell (1872 – 1970) en su casa de Gales. (Foto de John Pratt/Características Keystone/Getty Images). John Pratt – Hulton Archive

Perteneció a una de las familias más aristocráticas del Reino Unido; de hecho, fue el tercer conde de Russell. Él y su hermano quedaron huérfanos en la infancia y crecieron con sus abuelos paternos en una residencia de la Corona británica. Mientras lady Russell intentaba inculcarle estrictas ideas morales (sin éxito, si se tiene en cuenta su obra posterior), el joven Bertrand se refugiaba en la biblioteca de su abuelo, donde leía historia y literatura (su escritor favorito era Joseph Conrad). Estu­dió matemática en el Trinity College, en Cambridge, y tuvo como profesores a Henry Sidgwick, James Ward y Alfred Whitehead, con quien escribió Principia Mathematica. Su padrino había sido el influyente filósofo liberal John Stuart Mill. Además de la matemática, se interesó desde la juventud en la filosofía. Fue amigo de George Edward Moore y profesor de Ludwig Wittgenstein, que más tarde opinó que Russell debía abandonar la filosofía moral.

Tres títulos de Russell: "El poder en los hombres y en los pueblos", "Fundamentos de filosofía" e "Investigación sobre el significado y la verdad"

Tres títulos de Russell: «El poder en los hombres y en los pueblos», «Fundamentos de filosofía» e «Investigación sobre el significado y la verdad». Archivo

Dio clases en universidades y cientos de conferencias (la mayoría de estas se publicaron en colecciones de ensayos); viajó por Alemania, Rusia -donde, luego de conocer a V. I. Lenin, que le pareció un fanático, puso punto final a sus simpatías por la Revolución rusa, como cuenta en Viaje a la revolución. Práctica y teoría del bolchevismo y otros escritos-, China (sobre la que escribió en El problema de China), Estados Unidos y Japón. Contrajo matrimonio cuatro veces y tuvo tres hijos.

Muy pronto dejó atrás la filosofía idealista (kantiana y hegeliana) para adoptar una perspectiva realista y analítica. “La filosofía por la cual abogo es considerada generalmente una especie de realismo, y ha sido acu­sada de inconsistencia a causa de los elementos que hay en ella y que parecen contrarios a tal doctrina -sostuvo-. […] Consi­dero que la lógica es lo fundamental en la fi­losofía, y que las escuelas deberían caracterizarse por su lógica más que por su meta­física”. Abordó de modo empírico las cuestiones epistemológicas.

Russell no “se casó” con ninguna teoría y su pensamiento adoptó distintas formas. “La evolución filosófica de Russell es bas­tante compleja -dictaminó el filósofo español José Ferrater Mora-. Sin embargo, esta compleji­dad no hace totalmente imposible, como algu­nos críticos suponen, bosquejar algunas líneas principales de la filosofía del autor. Por una parte, por debajo de los cambios de posiciones hay una actitud constante que se refleja en ciertas preferencias y métodos (y, desde luego, en cierto lenguaje). Por otro lado, los cambios no son debidos, en la mayor parte de los casos, a giros bruscos, sino a la necesidad de salir de vías muertas o excesivamente con­gestionadas”. Su obra influyó en diversas áreas: matemática, lógica, teoría de conjuntos, inteligencia artificial, ciencia cognitiva, informática, filosofía del lenguaje, epistemología, metafísica, ética y política. Pensadores como Karl Popper, Rudolph Carnap, David Chalmers, Thomas Nagel, Peter Strawson y Mario Bunge reconocieron su deuda con los aportes de Russell.

“Fue un filósofo y un lógico importantísimo en su época -dice el filósofo Diego Tajer a LA NACIÓN-. En su juventud, la llamada ‘paradoja de Russell’ cambió la historia de la lógica, porque impulsó el desarrollo de la teoría de conjuntos moderna. Contribuyó a este proyecto con su extenso libro Principia Mathematica, coescrito con Whitehead. En sus muchos libros, Russell también discutió sobre casi todos los temas propiamente filosóficos, como la naturaleza del lenguaje, el conocimiento, la ética y la identidad. Gran parte de su obra se basa en el atomismo lógico, una visión del mundo según la cual los objetos están constituidos por átomos relacionados lógicamente entre sí. Asimismo, defendió la visión realista clásica, de un mundo real existente e independiente de nosotros, contra los distintos tipos de relativismo. Y más allá de su obra, el mayor impacto de Russell fue en su estilo frío y centrado en los argumentos. Como tal, se lo suele considerar el padre de lo que hoy llamamos ‘filosofía analítica’”.

Tenía un estilo literario envidiable en el que el ingenio daba lugar a la ironía y el sarcasmo. “Continuamente me hacen esa pregunta sobre el libro que yo llevaría a la isla desierta; un lugar común del periodismo -dijo Jorge Luis Borges, en diálogo con Osvaldo Ferrari-. Bueno, he empezado contestando que llevaría una enciclopedia, pero no sé si me permiten llevar diez o doce volúmenes, creo que no. Entonces, he optado por la Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell, que quizá sería el libro que yo llevaría a la isla… pero, claro, para eso me falta la isla, y me falta la vista también, ¿no?”. En Otras inquisiciones, Borges escribió sobre una colección de ensayos de Russell, Let the People Think. Coincidía con el filósofo en que el siglo XX, a diferencia del XVIII, era “antirracional”.

Russell apoyó el sufragio femenino, criticó la moral victoriana, el estalinismo y la segregación racial y, aunque fue pacifista, apoyó la guerra contra el nazismo. Su activismo en contra de la participación del Reino Unido en la Primera Guerra Mundial lo llevó a la cárcel, adonde volvería en 1961 por manifestar su desacuerdo con el desarrollo de armas nucleares. En 1955 había dado a conocer el Manifiesto Russell-Einstein, escrito por él y apoyado por Albert Einstein y otros científicos e intelectuales, donde se denunciaba la peligrosidad de la proliferación del armamento nuclear.

Se definía como un liberal de izquierda, que evitaba tanto el optimismo utópico como el pesimismo tradicionalista. “Tres pasiones, simples pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad -escribió en su recomendable Autobiografía-. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de aquí a allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación”.

En 1967, cuando ya era un intelectual reconocido en todo el mundo, hizo un cameo en la película Aman, del director indio Mohan Kumar. La película está protagonizada por un joven indio que acaba de recibir su título de médico en Londres y quiere viajar a Japón para ayudar a las víctimas de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki; antes de emprender el viaje, recibe la “bendición” del filósofo. Russell murió el 2 de febrero a los 97 años en la localidad galesa de Gwynedd, en brazos de su cuarta esposa, la escritora estadounidense Edith Finch.

Imagen de portada: El filósofo, escritor y matemático galés Bertrand Russell nació hace 150 años.

FUENTE RESPONSABLE: La Nación. República Argentina. Por Daniel Gigena. Mayo 2022

Sociedad y Cultura/Filosofía/Arte/Pensamiento/Premio Nobel/Libros

 

 

 

 

 

María Zambrano: el nacimiento de la razón poética. Parte II

6 Razón poética

Todas las preocupaciones intelectuales de Zambrano confluyen en la razón poética. La razón poética es el único medio para poder explorar estas preocupaciones adecuadamente. El concepto «razón poética» se acuña en el año 1939, aunque va perfeccionándose durante la vida de la autora. Frente a las preguntas abiertas por la filosofía, la razón poética es una respuesta, o mejor, una forma de dar respuestas. La razón poética es una facultad que permite dar otras respuestas a las ya dadas por la tradición. Siguiendo a Reale y Antiseri en su Historia de la filosofía:

«[La razón poética] es [un concepto de razón] más amplio y total que ha de mediar entre el hombre y la realidad. Es una razón mediadora, que entabla relaciones con lo ‘otro’, con la piedad y el amor. Es una razón armonizadora, que conecta al ser humano con los diversos planos de lo real».

La clave para comprender la razón poética es entenderla como una razón que no se opone a los sentimientos. Es una razón que establece relaciones con su otro: con el amor, con lo irracional, con las pasiones, etc.

Una razón que conecta al hombre con lo real ante su profundo estado de desarraigo y exilio vital. Una razón activa, no pasiva o contemplativa, que hace, emancipa y libera al ser humano que la ejerce. 

La célebre sentencia: «seréis como dioses» apunta, precisamente, a la búsqueda de la propia creación a través del ejercicio de la razón poética. Esta es una razón que, huelga decirlo, también libera a Occidente, que yace preso en su nihilismo y en su razón instrumental.

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El hombre y lo divino, de María Zambrano (Alianza Editorial).

Por sus propias características internas, este concepto no puede ser ni sistematizado en una definición canónica ni deducido a partir de unos axiomas. 

El acercamiento a la razón poética no puede ser analítico, sino más bien (y precisamente) poético: el camino lo dibujan las metáforas, las palabras siguen pistas, la intuición desvela ciertas huellas… Bajo este nuevo paradigma, la razón rompe sus cadenas demostrativas, sus enredos argumentales, sus frías deducciones, su visión de la verdad como adecuación del objeto a la realidad, su necesidad obsesiva de silogismos lógicos… La razón poética, en cambio, anda por imágenes y se eleva sobre metáforas entendiendo la verdad como un mostrar, como un desvelamiento.

Esta nueva razón es muy palpable en los siguientes libros: El hombre y lo divino (1955), Claros del bosque (1977), Diotima de Mantinea (1983), De la aurora (1986), Los bienaventurados (1990), Los sueños y el tiempo (1992).

7 El tiempo

Dos de los temas centrales en los que esta nueva razón se desenvuelve con mayor soltura, en los que su ligero andar nos permite transitar angostos senderos, son los sueños y el tiempo. Respecto al tiempo, Zambrano se inscribe en una corriente de pensadores contemporáneos que, al menos desde Bergson, piensan el tiempo de una forma diferente. Las nuevas reflexiones sobre el tiempo intentarán mostrar un tiempo más complejo que el tiempo-lineal, que el tiempo-físico, que el tiempo-reloj.

La razón poética, liberada de los pesados andares lógicos y demostrativos, atisba un tiempo multidimensional, un tiempo atravesado por una pluralidad de planos. Así, para Zambrano, en el ser humano los planos del tiempo dibujan los distintos estratos:

  • En un estrato más profundo hallamos a la psyché, al entorno de los sueños. Este estrato carece de tiempo, no hay ordenación, se caracteriza por la simultaneidad, por la ruptura del tiempo.
  • Si ascendemos un poco llegamos al plano de nuestro cuerpo, en el que el tiempo es el tiempo sucesivo, lineal, el tiempo de la física. El tiempo de las horas, de los biorritmos, de la noche, del día, de las diez y cuarto. El tiempo de nuestros proyectos, el tiempo histórico, el tiempo compuesto por presente, pasado y futuro.
  • Avanzamos un poco y arribamos al tiempo del ser humano, que es fundamental supratemporal. Un tiempo que no se divide en presente ni pasado ni futuro porque los tres momentos son constituyentes del instante que se vive.

Un ejemplo que nos puede ayudar a comprender el plano del tiempo en su dimensión supratemporal es la música. ¿Qué quiere decir este «supratemporal», este estar por encima del tiempo? Que andamos en un tiempo que no se orienta por presente, pasado y futuro, sino una forma temporal que crea un hueco en el tiempo, una brecha, una grieta, que rompe la linealidad y se sitúa por encima de la misma, proyectando, desdibujando el futuro y el pasado en un presente radicalmente vivo. Nadie escucha, cuando escucha música, notas independientes, sino que cada nota llama a la anterior para hacer un ritmo y anticipa a la siguiente para generar una melodía. Ese es el carácter supratemporal de la música.

Andar por el tiempo supratemporal, en tanto seres humanos, nos confiere una cierta lucidez, y es en esta lucidez donde habitamos los verdaderos momentos creadores. 

Para comprender mejor la complejidad del tiempo en el pensamiento de María Zambrano podemos atender a la siguiente metáfora de la autora: «El despertar de cada mañana parece que sea para siempre. Mas este siempre quiere decir que siempre habrá de repetirse, que siempre habrá que hacerlo y sufrirlo mientras se viva». El despertar no está sometido a la linealidad, sino que pliega el tiempo. Su efecto no existe en un momento puntual, sino que su repetición insiste, en pliega en sí mismo para producir un eterno retorno.

La razón poética, liberada de los pesados andares lógicos y demostrativos, atisba un tiempo multidimensional, un tiempo atravesado por una pluralidad de planos

8 Los sueños

Esta exposición de los diferentes tiempo la podemos leer, por ejemplo, en El sueño creador. Esta obra no pretende analizar los sueños (¡esa razón es la razón de la que huye Zambrano!). Más bien, el objetivo es mostrar la realidad que en ellos se oculta. ¿Quién mejor que la razón poética para andar por estas nubes oníricas?

A diferencia de la vigilia, que nos permite ver los fenómenos del mundo bajo la linealidad del tiempo físico, en los sueños asistimos a la realidad fenoménica del nuestro ser, con un tiempo muy particular. En los sueños no hay distinción sujeto-objeto como en la vida «real», porque en el sueño somos nosotros y no-nosotros, somos nosotros, pero desdoblados, lo vemos desde fuera, aun siendo algo interno a nuestro ser.

Afirma Zambrano que el tiempo del sueño que es un tiempo muy particular, un tiempo enajenado, porque no nos pertenece. Un tiempo que se escapa de nuestras manos, un tiempo que nos es ajeno. Aunque, por otro lado, es nuestra propia esencia la que se nos presenta en el sueño. Un tiempo-loco, sin dueño, que rescata y mezcla recuerdos desde ópticas giradas, viciadas, novedosas. En los sueños, y esto es lo crucial de ellos, se muestra lo real, lo más profundo de nuestro ser.

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Horizonte del liberalismo, de María Zambrano (Alianza Editorial).

A pesar de estas características, para la acción y para el pensamiento es necesario un tiempo horadado, fracturado. No un tiempo-loco, propio de los sueños, sino un tiempo-hueco, un tiempo con vacíos porque el vacío es el espacio de la libertad. Por eso, el tiempo sucesivo es tiempo humano. El tiempo sucesivo de la conciencia introduce la diferenciación, de lo que en un principio, en el sueño originario, es ambigüedad indiferenciada.

9 Liberalismo humano

Como buena discípula de Ortega, entre los escritos de María Zambrano, especialmente durante sus años de juventud, se encuentran escritos políticos que abordan cuestiones menos filosóficas y más sociales. Ejemplo paradigmático de estas preocupaciones es el libro Horizonte del liberalismo.

En primer lugar, y con el objetivo de abordar el humanismo de Zambrano, es importante notar que el liberalismo de Zambrano es un liberalismo humanista:

«La economía liberal es insuficiente e inadecuada para la realización de los postulados liberales. Veamos, pues, qué nos es más querido: hay que elegir entre los postulados espirituales del liberalismo y su economía. Porque hoy el liberalismo de muchos es el liberalismo capitalista, el liberalismo económico y burgués y no el humano».

La apuesta de Zambrano es una apuesta por la libertad. Pero no por la libertad de mercado, sino por la libertad del individuo. El brindis no es a un mercado devorador, sino al individuo libre y creador. En sus palabras: «Amor al hombre. Amor a los valores. ¡Supremas virtudes del liberalismo! […] Libertad de pensar, de investigar, de enseñar».

La libertad de Zambrano es una libertad que conecta al ser humano con lo profundo, una libertad que busque disminuir el desarraigo y el exilio existencial que nos acompaña como parte de nuestro ser. Una libertad que nos una al mundo. Una libertad, en fin, fundada en el amor. El ser humano libre, desde el punto de vista de Zambrano, no es el que anda preso de la racionalidad instrumental, sino aquel que consigue vincularse con lo sagrado.

La apuesta de Zambrano es una apuesta por la libertad. Pero no por la libertad de mercado, sino por la libertad del individuo

10 Mística

El acercamiento al misticismo de María Zambrano debemos entenderlo desde la renovación que lleva a cabo de los métodos filosóficos (con el advenimiento de la razón poética), su interés por lo sagrado como profundidad de lo real (en relación con nuestro desarraigo esencial) y su fe cristiana. Prueba de este acercamiento es su ensayo sobre San Juan de la Cruz en su libro Senderos.

En la filosofía de Zambrano, la verdad tiene un cierto componente de revelación, lo que supone un movimiento crucial de transformación. La verdad nos atraviesa, se incrusta en nosotros, y para poder entenderla debemos dejarla germinar en nuestras entrañas. El discurso verdadero es, entonces, un discurso vivo, un discurso vivido, un discurso que habla desde los frutos de la verdad germinada (no un discurso frío ni neutro).

Así, un saber es auténtico solo si transforma al individuo que lo conoce. El sujeto de conocimiento no está por fuera del objeto que conoce, sino que la revelación arrampla con el sujeto con un viento feroz y lo transforma en otra cosa. Solo así, el ser humano puede hacerse, pues el alma no conoce como algo ajeno a sí misma, sino que se hace en este mismo proceso de conocimiento.

Por último, es importante destacar que el misticismo de Zambrano es palpable en su insistencia en la entrega a «lo uno», «lo absoluto» o «al más allá» como la parte oculta de la realidad de la que hablamos al principio.

La filosofía de Zambrano postula un fondo de realidad metafísica, en su sentido más literal, como algo más allá de lo físico. Un fondo que nos perturba, que conseguimos intuir con la tragedia o los sueños, pero al que necesitamos volver si no queremos ser devorados por una sociedad nihilista que ha perdido todo contacto con sus raíces.

Imagen de portada:Entre los hitos de María Zambrano destaca haber sacado a la razón de su excesivo formalismo y dar luz a la razón poética. Diseño realizado a partir de una fotografía de Wikimedia Commons (CC0).

FUENTE RESPONSABLE: Filosofía & Cía. Por Javier Correa Román. Mayo 2022.

Sociedad y Cultura. Filosofía. Filosofía española. Liberalismo.Libertad. María Zambrano. Pensamiento. Razón poética. Sagrado.