Cien años de la ‘Revista de Occidente’, gozosa contemplación de las ideas y del arte.

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El filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955) fue, entre otras muchas cosas, un gran emprendedor cultural. Le venía de familia.

Su padre, José Ortega Munilla, fue el director del principal periódico de finales del siglo XIX, El Imparcial, propiedad de la familia de su mujer, Dolores Gasset, hija del fundador, Eduardo Gasset y Artime. Antes había estado encargado de la hoja literaria que aparecía los lunes: Los Lunes del Imparcial.

Metido desde su infancia en el mundo de la prensa, las revistas, las tertulias literarias, las academias, la universidad y la política, José Ortega y Gasset tuvo desde muy joven el convencimiento de que para transformar la realidad de su país, para modernizarlo o europeizarlo, como decían entonces, había que tener presencia en los medios de comunicación. 

Y para eso también había que fundar nuevos medios que promovieran ese impulso modernizador con nuevas ideas.

Lo intentó sin demasiado éxito con el periódico de la familia, y pronto colaboró en la creación de revistas de duración efímera como Faro (1908) y Europa (1910). 

Más años duró el semanario España, aunque Ortega estuvo al frente sólo durante el primero, 1915. Luego intentó una experiencia personal con El Espectador, que nunca llegó a convertirse en revista. Dio a la imprenta ocho volúmenes entre 1916 y 1934.

Ejemplar de El Sol del 4 de febrero de 1922 en el que Ortega y Gassett firma un artículo titulado ‘Patología Nacional’. Hemeroteca Digital / BNE, CC BY

El Sol y Espasa Calpe

El proyecto de mayor envergadura, tras un intento de hacerse con el control de El Imparcial en 1917 junto al empresario Nicolás de Urgoiti, fue el diario El Sol, en el que colaboró desde su fundación a finales de ese año hasta marzo de 1931. 

Era un periódico moderno en su tipografía y maquetación y, sobre todo, en el enfoque de los temas con secciones especializadas y un proyecto intelectual independiente, sin vinculación partidaria, pero con un claro espíritu reformista y democratizador.

Con Urgoiti también estuvo Ortega en la constitución de Calpe en 1918 y en su fusión posterior con Espasa. Allí dirigió la Biblioteca de Ideas del siglo XX, además de asesorar a la editorial en la selección de autores y traducciones.

Desde estas plataformas mediáticas promovía la tan buscada modernización o europeización, pero sentía la necesidad de un medio más personal en el que, sin que su presencia como autor fuese constante, pudiese mostrar por dónde iba el mundo.

Había que analizar cuál era la sensibilidad del nuevo tiempo que se había acelerado de manera notable en las últimas décadas. Habían irrumpido nuevas tecnologías, vacunas y medicamentos. 

Las ciudades habían crecido y había surgido la sociedad de masas que removía las estructuras de la sociedad de clases e impulsaba la crisis del liberalismo. Existía también un empuje de la democracia y el socialismo, además de nuevas ideas filosóficas que ponían en cuestión las del siglo XIX.

La ‘Revista Occidental’

Ortega quería ver claro qué pasaba en el mundo. Así se lo dijo al ensayista Fernando Vela en uno de sus habituales paseos por Madrid. Idearon fundar una revista. 

En la tertulia de La Granja del Henar –en la madrileña calle Alcalá–, sobre una invitación del duque de Alba a un almuerzo, apuntaron nombres posibles de la nueva revista: Revista Occidental fue uno de ellos. Finalmente se llamó Revista de Occidente. Ortega sería el director y Vela, el secretario de Redacción.

El primer número apareció en julio de 1923 con las firmas de Pío Baroja, Adolf Schulten, Corpus Barga, Vela, Antonio Espina, Alfonso Reyes, Antonio Marichalar y Ortega, entre otros.

Primer número de Revista de Occidente. Biblioteca Digital Memoria de Madrid, CC BY-NC

Los “Propósitos” que precedían a los artículos definían la línea editorial de lo que quería ser la nueva revista. Sus editores pretendían “ir presentando a sus lectores el panorama esencial de la vida europea y americana” con “un poco de claridad, otro poco de orden y suficiente jerarquía en la información” sin convertirse en “un repertorio meramente literario ni ceñudamente científico”.

Desde un “cosmopolitismo” que no renunciaba a las particularidades nacionales –“genios y destinos étnicos”, decía–, pretendían, y consiguieron, traer a sus páginas “la colaboración de todos los hombres de Occidente cuya palabra ejemplar signifique una pulsación interesante del alma contemporánea”.

La revista quería ser un “recinto tranquilo y correcto donde vengan a asomarse todos los espíritus resueltos a ver claro”. 

Querían conseguir lectores que buscasen la “gozosa contemplación de las ideas y del arte” y no se conformasen ni con “el relato inerte de los hechos, ni la interpretación superficial y apasionada que el periódico” ofrecía. Nacía la revista “de espaldas a toda política, ya que la política no aspira nunca a entender las cosas”.

Ilustres colaboraciones

Ortega se rodeó de buenos colaboradores que tenían la misma curiosidad vital. Manuel García Morente fue uno de los principales. 

Contrataron a la joven Dolores Castilla –Lolita de Occidente la llamaba Lorca– como secretaria. Junto a Vela, fueron las personas que estuvieron en el día a día de la editorial, que al año siguiente creció al empezar a editar también libros, entre ellos muchísimas traducciones de ejemplares extranjeros.

La tertulia que Ortega había mantenido en distintos lugares se trasladó a la sede de la revista, en el número 7 de la Gran Vía, entonces avenida de Pi i Margall, donde estaba también la Casa del Libro de Espasa-Calpe.

Tertulia de Revista de Occidente con José Ortega y Gasset y el asturiano Fernando Vela entre otros, 1927. Archivo Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón (Madrid) / Museo de Bellas Artes de Asturias

La tertulia se convirtió en un lugar de referencia de la intelectualidad española y de todos los intelectuales foráneos que pasaban por Madrid. 

El hispanista Ernst R. Curtius, que consideraba a Ortega “uno de los doce pares de Europa”, escribió en Die neue Rundschau que su revista se había ganado rápidamente un puesto entre las más dinámicas e inteligentes de Europa.

Ortega cuidó mucho la estética de la publicación: los tipos de letra, las viñetas de las portadas –que se encargaron a autores como Rafael Barradas, Francisco Bores, Maruja Mallo, Salvador Ontañón, Benjamín Palencia, Almada Negreiros, Wladysław Jahl, Marjan Paszkievwicz, Sáenz de Tejada y Norah Borges–, la calidad de la impresión y de la encuadernación…

Que un catedrático de Metafísica prestase atención en su revista a las nuevas corrientes de pensamiento era normal. 

Pero, al recorrer los 157 números que se publicaron entre 1923 y 1936, lo que más impresiona es el conocimiento que sus editores tenían de las corrientes literarias, historiográficas, sociológicas, artísticas y científicas de su época.

Demos sólo unos cuantos nombres para mostrar la importancia de los colaboradores, una exquisita mezcla de autores consagrados y jóvenes promesas: Azorín, Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Scheler, Russell, Freud, Einstein, Weyl, Heisenberg, Louis de Broglie, Le Corbusier, Marañón, Blas Cabrera, Alberti, García Lorca, Guillén, Salinas, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Cernuda, Aleixandre, Altolaguirre, Miguel Hernández, Valéry, Ocampo, Shaw, Zweig, Cocteau, Woolf, Faulkner, Mann, Kafka, Neruda, Conrad, Borges, Zubiri, Gaos, Zambrano, Ayala, Rosa Chacel…

Ejemplares de Revista de Occidente. La imagen pertenece a la exposición Trazos de la Palabra. Viñetas de Revista de Occidente, del Museo de Bellas Artes de Asturias. Museo de Bellas Artes de Asturias.

La primera etapa de la revista duró hasta el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936. Tras la guerra, el hijo pequeño de Ortega, José Ortega Spottorno, se puso al frente de la editorial. 

La dictadura de Franco no permitió que la revista se volviese a publicar hasta 1963.

Desde entonces ha pasado por distintas etapas que han intentado emular la de aquel histórico periodo en que José Ortega y Gasset estuvo al frente de la misma y la convirtió en una referencia internacional para entender por dónde iba el mundo.

Imagen de portada: Ejemplares de Revista de Occidente. La imagen pertenece a la exposición Trazos de la Palabra. Viñetas de Revista de Occidente, del Museo de Bellas Artes de Asturias. Museo de Bellas Artes de Asturias.

FUENTE RESPONSABLE: The Conversation. Por Javier Zamora Bonilla.Profesor de Historia del pensamiento y de los movimientos sociales y políticos, Universidad Complutense de Madrid. 16 de febrero 2023

Sociedad y Cultura/España/Periodismo/Historia/Siglo XX/José Ortega y Gasset/Centenario. 

Lispector y Storni, grandes escritoras que también abordaron el periodismo.

“Un libro quemado” y “Todas las crónicas”, dos libros de publicación reciente, muestran una faceta distinta de autoras consagradas. Qué significó para cada una la posibilidad de poner un pie fuera de la literatura para relacionarse de otro modo con sus lectores.

Acaban de publicarse dos libros periodísticos: la reedición de Un libro quemado, de Alfonsina Storni y Todas las crónicas, de Clarice Lispector. 

Dos autoras con una importante obra literaria que encontraron en el periodismo una fuente de ingresos y el lugar donde desplegar, en el caso de Alfonsina, sus preocupaciones por la condición de exclusión de las mujeres en las primeras décadas del siglo pasado y en el de Clarice, la continuación de su proyecto literario por otros medios.

Dos mujeres con diferente condición de clase, lo que se percibe en el modo en el que abordan algunas cuestiones políticas. Mientras que en los textos de Alfonsina, las urgencias políticas toman la forma de la denuncia, en los de Clarice, tienen la eficacia literaria de un manifiesto.

Todas las crónicas de Clarice Lispector

Todas las crónicas es el resultado de una tarea nada sencilla, la de organizar el conjunto de las columnas que Clarice Lispector escribió para diarios y revistas de Brasil a lo largo de tres décadas. Los textos, de una variación temática y estilística que la palabra “crónica” no da cuenta, pertenecen a una autora que se desentendía del concepto de género y concebía cualquier espacio de escritura como el terreno donde desplegar una obra en proceso, cuyos fragmentos reutilizaba para sus ficciones. “Siempre me ha interesado lo que no sirve” alega cuando justifica la elección de los temas.

 La mayoría de las crónicas pertenecen al periódico Jornal do Brasil, donde colaboró durante más tiempo, entre 1967 y 1973, y el resto de los textos, a O jornal (entre 1946 y 1947), las revistas Senhor (de 1961 a 1962) y Joia (de 1968 a 1969), el diario Ultima hora (de 1977) y otros, sin fecha, reunidos en Para no olvidar. Esta edición agrega a las crónicas ya publicadas por la editorial Adriana Hidalgo, 64 textos inéditos entre los cuales están los únicos dos poemas que escribió.

El rescate de estos textos permite una comprensión abarcadora del universo clariceano, sus opiniones sobre otros escritores y en algunos casos, sobre la situación política brasilera. En él, pequeños relatos sobre cuestiones domésticas conviven con afiladas críticas de arte y con frases que tienen la intensidad de un haiku o de un texto presocrático. Lo que vemos, sencillamente, es la máquina Lispector funcionando: despojada de hechos y maravillada frente a un mundo visto por primera vez, en un mismo movimiento, une la percepción con el pensamiento y la intuición.

Es que los hechos, la peripecia, no son el objeto de su escritura, sino su naturaleza, porque de lo que se trata es de captar su misterio y no de explicarlos. El hechizo, la magia, el trance es el modo de abordar y poseer la cosa misma, pensar dentro de ella, vivir más allá de sí, desarticulando los límites de lo humano como síntesis de su proyecto estético y ético. “Ciertas páginas, vacías de acontecimientos, me dan la sensación de estar tocando en la cosa misma, y eso es de la mayor sinceridad. Es como si esculpiera.” Una imagen con la que Tarkovski definió al cine, que en el caso de su escritura, reclama de la lectura una mirada única que capte el instante. 

Sobre algunos textos fragmentarios que, como una oración laica o pequeños tratados de ontología, parecen escritos en estado de trance, reconoce: “No se puede llamar crónica lo que escribo. Pero sé que hoy es un grito”. Y como una iniciada, convoca a sus lectores a transportarse junto con ella al interior del objeto de su escritura sin intentar comprenderlo. “Estoy en pleno corazón del misterio. A veces mi alma se retuerce por completo.”

Cuando reflexiona sobre el arte o muestra la cocina de algunos de sus cuentos, exhibe su maestría en el arte de expresar ese borde en el que lo íntimo y lo público se tocan, una zona porosa y contradictoria como “un secreto que todos sabemos”. De ahí quizás provenga la profusión de oxímoron (“mi alma florecía como un áspero cactus”) con los que intenta captar el devenir, el proceso de todo lo que vive.

Algunos de estos textos, escandidos, podrían transformarse en poemas, ya que su prosa reclama un pacto de lectura poético. De hecho, los músicos Cássia Eller y Cazuza recogieron frases suyas para componer la canción “Que o Deus Venha”: “Soy inquieta y áspera y desesperanzada./ Aunque amor dentro de mí yo tenga./ Sólo que no sé usar amor./ A veces me araña como si fueran agujas. / Corro peligro como toda persona que vive. / Y lo único que me espera es exactamente lo inesperado.”

En sus críticas de arte exhibe una gran erudición y un conocimiento muy cercano del arte de sus contemporáneos, lo que demuestra una posición activa de su parte en el campo cultural brasilero. Fotógrafos, pintores, escultores, músicos populares, poetas son entrevistados por ella, en un diálogo entre pares. Y frente a la remanida pregunta sobre el sexo de la literatura, se desmarca de una “literatura femenina” y sostiene que los escritores no tienen sexo o, en todo caso, tienen ambos.

Su evocación de Londres la rescata de su memoria para hacer una crónica que sintetiza, en una página, todo el espíritu londinense de comienzos de los 70 y percibe la belleza en la fealdad de su paisaje urbano como uno de sus rasgos distintivos.

Pero glosar a Clarice es traicionarla, por lo que el mejor homenaje que se puede hacer desde la crítica es citarla.

Storni

Un libro quemado, de Alfonsina Storni

Los comentarios que Teresa de Jesús escribió al Cantar de los Cantares y que fueron quemados por orden de su confesor es lo que le dio nombre a Un libro quemado, la recopilación de las columnas que Alfonsina Storni escribió entre 1919 y 1921 en la revista La Nota y el diario La Nación, donde fustigó, desde las mismas secciones dedicadas a la mujer, los discursos sociales (publicitarios, médicos, legales) que sostenían las diferencias jerárquicas entre los géneros, y que son de una actualidad pavorosa.

El incipiente movimiento feminista y sufragista -que ya había formulado contundentes demandas civiles y políticas- tiene un lugar destacado en sus intervenciones, así como las huelgas de trabajadoras y la lucha por la modificación del Código Civil en cuanto a las restricciones de la libertad impuestas para las mujeres.

“Basta de víctimas. Piedad queremos” reclama Alfonsina, cuya maternidad siendo soltera la llevó a sufrir todo tipo de discriminaciones, sobre todo, por parte de muchas mujeres. Pero, lejos de considerarse una víctima pasiva, cuestiona la posición de aquellas que abandonan su independencia y su desarrollo personal y entienden que la única salida es el matrimonio, las mismas que, sostiene, se oponen furiosamente a la ley de divorcio.

No fue fácil el lugar que le tocó a Alfonsina, podemos imaginar hoy, cuando las reivindicaciones más básicas (como no ser asesinadas por el hecho de ser mujer) todavía son cuestionadas por un gran porcentaje de gente, y la herramienta de la que se valió fue la ironía, esa figura retórica con un mensaje implícito opuesto al pronunciado que puede resultar un arma letal. Como cuando desarma los supuestos de las “incapacidades relativas de la mujer”, reconociendo “el parloteo con que nos aturden las gentiles cabecitas huecas” femeninas obligadas, por la misma sociedad que las condena al ámbito doméstico, a desactivar cualquier intento de desarrollo intelectual o profesional. O el seudónimo que elige para firmar sus columnas del diario La Nación, Tao Lao, que evoca la sabiduría de un filósofo oriental, y por supuesto, hombre.

De la misma manera, deplora el uso de los “encantos” femeninos para sacar ventajas personales que, sostiene, debilitan la lucha de las mujeres por la conquista de sus derechos y descubre en el ardid femenino la contracara de la autoridad masculina. Imagina diferentes tipos de mujeres, “las crepusculares”, “la irreprochable”, “la impersonal”, “la emigrada”, “la madre” y expone la artificialidad de la repetición de gestos y actos en función de los mandatos sociales, adelantándose varias décadas a las formulaciones de Judith Butler en cuanto al género como construcción social y a los planteos de John Berger en relación a la doble mirada de las mujeres sobre sí mismas, habitadas por un supervisor masculino.

Lee con mucho detalle a las poetas latinoamericanas contemporáneas suyas, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Delfina Bunge de Gálvez, entre otras, y describe una pequeña sociología de la lectura diferenciada por clases y géneros.

Alfonsina entendió perfectamente lo que significa el patriarcado y mientras construye el estereotipo de las diferentes mujeres trabajadoras exhibiendo una ironía digna de Niní Marshall (“-Señorita, de una vez por todas: “ocasión” con s de casamiento!”), hace el elogio de la mujer trabajadora y celebra en las numerosas profesoras que dirigían pequeños conservatorios de música, a incontables artistas anónimas.

Su diatriba contra el amor romántico (que hoy vuelve, disfrazado de novedad) no le impide describir con bastante sarcasmo la figura de la “solterona” (“con un par de lentes montados sobre la nariz, una dulce bolsita de bilis a mano y dedos ágiles para pellizcar sobrinos”) mientras reclama a “los venerables padres y maestros de la Real Academia” borrar del diccionario la misógina palabrita.

Podemos imaginar a Alfonsina naciendo en Londres y formando parte del grupo de Bloomsbury, pero en vida real le tocó un lugar mucho más hostil al que se enfrentó, con mucha valentía e inteligencia, enarbolando la pluma y la palabra.

Entrar al periodismo

Ambas escritoras ingresaron al periodismo, pero desde lugares bien diferentes. Mientras Clarice es la sofisticada esposa de un diplomático (y las referencias a las empleadas domésticas son numerosas), Alfonsina ingresa tempranamente al mercado laboral, primero como “fabriquera”, “empleada de escritorio”, maestra y más tarde, periodista. Algo de esta posición de clase se deja ver en el modo en que abordaron cuestiones ligadas a la perspectiva de género.

En Clarice, ésta aparece imbricada en el hecho literario y su proverbial sutileza le permite registrar la trampa que encierran algunos diminutivos como “paseíto” en el que detecta el miedo ancestral de las mujeres frente a una invitación masculina. O cuando imagina un día en la vida de una dama noble del siglo XVI y en un jarrón pintado por ella, una “obra anónima del siglo XVI” de cualquier museo.

Mientras que Alfonsina, embanderada en el feminismo, llama al género masculino el “sexo rey” y desarma, con argumentos científicos, la supuesta debilidad del sexo femenino. “Ya veis, dulces mujeres, cómo hasta en la ciencia hay política”, señala con lucidez y reconoce en las poquísimas mujeres dedicadas a la medicina (Julieta Lanteri, Cecilia Grierson) el foco de un movimiento emancipatorio y a las responsables de abordar, con mucha valentía, cuestiones extremas como la trata y la prostitución.

Imagen de portada: Alfonsina Storni

FUENTE RESPONSABLE: Tiempo Argentino. Por María Eugenia Villalonga. 3 de octubre 2022.

Sociedad y Cultura/Periodismo/Libro Quemado/Alfonsina Storni/Clarice Lispector/Mujeres influyentes.

 

Joseph Pulitzer, el creador del sensacionalismo.

Joseph Pulitzer, un hombre hecho a sí mismo que acabó convirtiéndose en un magnate de los medios de comunicación de la época. A pesar de su fama, su nombre no estuvo exento de polémica, aunque acabó inspirando el premio de periodismo más prestigioso del mundo.

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Ahora todo el mundo conoce los famosos premios Pulitzer. Sin embargo poca gente conoce el personaje que hay detrás de ese apellido húngaro que cambió el mundo del periodismo.

El joven Joseph Pulitzer, nacido el 10 de abril de 1847, emigró a Estados Unidos con tan sólo 17 años y sin saber ni una palabra de inglés. El pasaje se lo pagaron unos reclutadores norteamericanos que buscaban soldados para luchar en la guerra de Secesión. Al terminar la contienda, y para sobrevivir, Pulitzer desempeñó multitud de oficios, y acabó viajando como polizón a Saint Louis (Missouri), donde trabajó durante un tiempo como mesonero y aprendió inglés por su cuenta.

Pulitzer fue víctima de una estafa cuando respondió a un falso anuncio de empleo en el que se solicitaban jornaleros. Un periodista que trabajaba para el Westliche Post, un periódico publicado en alemán, descubrió el engaño y le pidió que escribiera una crónica relatando su experiencia. Y así lo hizo. Pulitzer contó como él y el resto de personas contratadas fueron abandonadas a 60 kilómetros de Saint Louis, y tuvieron que volver andando durante tres días y sin los cinco dólares de depósito que les habían pedido como fianza.

El director del periódico quedó impresionado con el articulo e inmediatamente lo contrató. Cuatro años después, Pulitzer dejó el periódico para estudiar derecho y ejercer como corresponsal para el New York Sun. Años más tarde, pudo comprar el Saint Louis Evening Post y el Evening Post, que refundó como el Post Dispatch. Pero sus ambiciones periodísticas no terminaron ahí. En 1887, adquirió el New York World, que se hizo famoso gracias a sus artículos sensacionalistas. Debido al éxito, lanzó una edición vespertina: The Evening World. Las dos ediciones incluyeron como novedad la publicación de tiras cómicas; la primera fue una tira titulada El chico amarillo, creada por el dibujante Richard F. Outcault.

Tras el éxito de una crónica en la que Pulitzer contaba una estafa de la que fue víctima, fue contratado como periodista por el Westliche Post

UN MAGNATE DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

El magnate William Randolph Hearst, principal rival de Pulitzer por el control de los medios de comunicación de la época, seguía con interés los movimientos de éste. Ambos hombres rivalizaron durante muchos años para ver quien publicaba los contenidos y las historias más sorprendentes. Hearst adquirió el periódico rival de Pulitzer, el New York Journal, para competir con éste directamente. 

Su rivalidad llegó al límite cuando el acorazado estadounidense Maine fue hundido en el puerto de La Habana en 1898 –este hecho sería el desencadenante de la guerra contra España–.

La cobertura mediática que ofrecieron Pulitzer y Hearst de la noticia fue abrumadora, y enviaron varios corresponsales a Cuba a cubrir el conflicto.

Como la información obtenida no era fiable y no podía ser contrastada, Pulitzer y Hearst acabaron por inventarse la mayoría de las noticias. 

Esta falta de ética profesional y el desprecio absoluto por el periodismo responsable demostrado por ambos está en el origen de lo que hoy se conoce como «prensa amarilla».

La forma en que Pulitzer y Hearst trataron la guerra entre España y Estados Unidos está en el origen de lo que conocemos como «prensa amarilla»

En 1892, Pulitzer se ofreció a financiar la primera escuela de periodismo del mundo, en la Universidad de Columbia, pero su oferta fue rechazada inicialmente por el rectorado debido a lo polémico de su figura. Fue en 1902, cuando el nuevo presidente de la Universidad, Nicholas Murray Butler, retomó la iniciativa. Tras la muerte del magnate, en 1911, y con los dos millones de dólares que dejó en su testamento, se edificó la Columbia University Graduate School of Journalism en 1912.

Sería unos años después, en 1917, con el galardón que lleva su nombre, cuando Pulitzer logró el reconocimiento que había perdido años atrás, pasando su nombre a convertirse, de este modo, en sinónimo de buen periodismo a nivel mundial.

Imagen de portada: AGE

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por José M. Sadurni.

Sociedad y Cultura/Periodismo/Prensa “amarilla”/EE.UU./Joseph Pulitzer

La increíble historia de WT Stead, el periodista que compró una niña para cambiar una ley y murió en el Titanic.

JUSTINE TRICKETT / BRITISH LIBRARY. En el medio de una exhibición que explora 500 años de periodismo en Reino Unido se destaca, entre antiguos diarios y modernos monitores, el uniforme de un preso.

El ropaje, tan marrón y tan gastado como algunas de las portadas de los periódicos exhibidas en la muestra «Breaking the News» de la Biblioteca Británica, está acompañado por un pequeño recuadro intitulado «Editor pasa tiempo en prisión, uniforme de W.T. Stead, 1885».

«Tenemos mucho material histórico, diarios, cartas, anotaciones; pero pensé que esta historia, tan vívida, tan emocionante, merecía un objeto un poco más inusual. Y queríamos ilustrar que a veces los periodistas cruzan la línea en la búsqueda de una buena investigación», le dice a BBC Mundo Tamara Tubb, curadora de esta sección de la exhibición.

«El uniforme es una pista muy visual de que Stead transgredió fronteras legales, tuvo que ir a prisión, pero fue por una buena razón. Él no sufrió consecuencias profesionales o públicas por su accionar, incluso en la cárcel las autoridades lo dejaron continuar editando el periódico, y recibió muchísimo apoyo en forma de cartas del público», añade.

¿Pero qué hizo William Thomas Stead en 1885? Pues le compró a una menor de edad a su madre (presuntamente por 5 libras) y para reconstruir lo que una víctima de tráfico sexual hubiera sufrido, una partera la sometió a un examen para certificar su virginidad y él y otras personas la llevaron a un burdel drogada con cloroformo.

Uno de los escándalos periodísticos más grandes de la época victoriana acababa de comenzar….

Londres y Babilonia

Todo el proceso fue contado en una serie de entregas en el periódico The Pall Mall Gazette con el nombre de The Maiden Tribute of Modern Babylon (El tributo a la doncella de la Babilonia moderna) con el objetivo de que la opinión pública conociera los estragos que provocaba el tráfico sexual de menores en los barrios más pobres de la capital del Imperio.

«No me falta la esperanza de que se pueda poner algún freno a este vasto tributo de doncellas, involuntario o no, que los vicios de los ricos cobran cada noche en Londres sobre las necesidades de los pobres», escribió Stead el 6 de julio de 1885 en su primer artículo.

WT Stead

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. WT Stead nació en 1849 en el norte de Inglaterra.

«Su campaña en contra de la prostitución infantil tenía varios objetivos, uno era la corrupción política de hombres muy respetables que iban a zonas muy pobres de Londres para abusar de mujeres jóvenes, y para hacer más difícil esta explotación sexual intentó que el gobierno elevara a 16 años la edad del consentimiento (sexual)», le dice a BBC Mundo el historiador de la Universidad de Sheffield Martin Conboy.

Las víctimas, como el mismo Stead escribe, eran «huérfanas, hijas de padres borrachos, hijas de prostitutas, chicas cuyos amigos están lejos» y no tenían ninguna posibilidad de denunciar a sus abusadores, como le dijo al periodista un oficial de policía entrevistado en el reportaje:

«¿A quién va a acusar? No sabe el nombre de su agresor. Puede que ni siquiera sea capaz de reconocerlo si se lo encuentra en la calle. Incluso si lo hiciera, ¿quién le creería? Una mujer que ha perdido su castidad es siempre un testigo desacreditado. El hecho de que esté en una casa de mala fama podría ser considerado como prueba de su consentimiento. El guardián de la casa y todos los sirvientes jurarían que ella consintió».

Por eso la edad de consentimiento, que hasta ese momento era de 13 años, se volvió fundamental. Y el escándalo provocado por sus artículos logró que el Parlamento la elevara a los 16 años.

«El gobierno en ese momento respondió que siempre había estado dispuesto a hacerlo, pero eso es muy sospechoso, porque de repente, meses después de la aparición de estos artículos, con el periodista en prisión, la ley cambia, como por arte de magia», señala Conboy.

Exhibición de la Biblioteca Británica.

FUENTE DE LA IMAGEN – JUSTINE TRICKETT / BRITISH LIBRARY

La exhibición de la Biblioteca Británica explora 500 años de periodismo británico, desde la publicación en 1513 de un informe sobre la batalla de Flodden.

Stead fue a la cárcel por tres meses bajo los cargos de secuestro. La joven comprada para su reportaje, Eliza Armstrong, de 13 años, quedó bajo la custodia del Ejército de Salvación. Bramwell Booth, representante de esta organización caritativa, también fue llevado a juicio por haber participado de su secuestro, pero fue absuelto de todos los cargos. Rebecca Jarrett, La antigua dueña de un burdel que ayudó a comprar a Eliza, fue condenada a seis meses de prisión.

Pero aunque conservó el uniforme de preso de por vida y quiso que en su epitafio la lápida indicara que él había escrito The Maiden Tribute of Modern Babylon, Stead recibió duras críticas tras la publicación de este reportaje, incluyendo la de uno de los intelectuales más importantes de su época.

Entrevistas

Como explica Conboy, Stead es un representante de ese nuevo periodismo de masas que nació en el siglo XIX, caracterizado por la constante búsqueda de llamar la atención de esa masa de gente que compraba el periódico camino al trabajo por la mañana y de regreso a la casa por la tarde.

Nacido en un pueblo muy pequeño de la región de Northumberland, cerca de Escocia, de un padre que era ministro de una congregación religiosa y una madre activista a favor de causas sociales, este joven verá al periodismo -en palabras de Conboy- «como una extensión de estas profundas y heredadas creencias religiosas».

Su labor frente a un diario provincial, el Northern Eco, atrajo la atención de los editores en Londres y en 1880 se muda al The Pall Mall Gazette, donde llevaría adelante una labor que revolucionaría no solo a ese diario sino al periodismo en general, a partir de la inclusión de ilustraciones, subtítulos y, sobre todo, entrevistas.

«Hoy parece algo obvio que uno tenga que entrevistar para escribir una noticia, pero en esa época del periodismo británico no era tan común, el periodista averiguaba cosas y las escribía. Él introdujo estas entrevistas a profundidad a personajes importantes, como el general (Charles George) Gordon, una suerte de héroe nacional que moriría en Sudán», señala Conboy, autor de Journalism in Britain: A Historical Introduction (Una introducción histórica al periodismo británico), entre otros libros.

Uniforme de WT Stead en la exhibición de la Biblioteca Británica.

FUENTE DE LA IMAGEN – JUSTINE TRICKETT / BRITISH LIBRARY

El uniforme ha estado bajo la custodia de la organización del Ejército de Salvación que lo ha prestado a la Biblioteca Británica para la exhibición.

En esto coincide Gretchen Soderlund, profesora en Historia de los Medios de la Universidad de Oregon, para quién Stead es más influyente en la historia del periodismo que otras figuras más conocidas en el mundo de los medios anglosajones como William Rundolf Hearst o Joseph Pulitzer.

«Él fue uno de los primeros periodistas en usar la entrevista, una herramienta que hoy consideramos esencial en el método periodístico, pero en su tiempo él tuvo que demostrar que eran útiles y creíbles, como los documentos y las evidencias», dice la autora del libro Sex Trafficking, Scandal, and the Transformation of Journalism, 1885-1917 (Tráfico sexual, escándalo y la transformación del periodismo, 1885-1917).

Pero a Soderlund lo que más le atrae de Stead es su relación con el periodismo sensacionalista:

«Yo lo considero el gran teórico del sensacionalismo y un maestro de su práctica, porque él no solo lo utilizó de forma muy estratégica sino que pensó y escribió sobre qué era el sensacionalismo y por qué era importante para el periodismo».

El sensacionalismo era importante para llamar la atención de los compradores de los diarios, pero también era clave para un hombre con una agenda moral como la de Stead para cambiar la realidad, y no sólo contarla.

Y eso fue lo que ocurrió con su campaña contra la prostitución infantil, aunque no todos estuvieran de acuerdo con sus métodos.

George Bernard Shaw

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

Para Bernard Shaw, el periodista WT Stead se excedió de una forma imperdonable en la historia de la niña Armstrong.

Uno de sus principales detractores, como lo indica J.W. Robertson Scott en su libro The Life and Death of a Newspaper (Vida y muerte del diario), fue el dramaturgo y crítico cultural George Bernard Shaw, quien se sintió indignado al descubrir que el periodista, para demostrar el terrible destino de cientos de jóvenes sin recursos, había sometido a una de esas jóvenes a una situación tan traumática.

«Nadie volvió a confiar en él después de descubrir que el caso de Eliza Armstrong en el Maiden Tribute era un montaje, y que él mismo lo había montado. Todos pensamos que si un hombre merecía seis meses de prisión, Stead lo merecía por haber traicionado nuestra confianza en él», dijo Shaw.

Pero no es tan cierto que nadie volvió confiar en Stead, aunque lo que pasó con este periodista después de salir de prisión sigue siendo objeto de diversas interpretaciones, incluso hoy.

Periodismo y activismo

«Desafortunadamente para él, desde ese momento su carrera comenzó a declinar. Se mantuvo unos años más en el periódico pero luego se fue, relativamente joven. Y más allá de su notoriedad nunca fue la misma persona. Se volvió alguien, como diríamos, famoso por ser famoso. Cuando debería estar viviendo sus mejores años como editor, termina editando una publicación mensual (The Review of Reviews) desesperado por regresar a las noticias del día a día», dice Martin Conboy.

«Más allá de que siempre estuvo muy orgulloso de lo que había logrado, él efectivamente pagó por una jovencita, la secuestró, para sedarla puso un pañuelo con cloroformo en su boca, y cuando ella despertó se puso a gritar. Imagine que usted le hace eso ahora a una niña de 13 años, imagino que no podría trabajar nunca más para la BBC», añade el historiador.

Le pregunto a Convoy si a Stead le ocurrió como a Truman Capote, quien llegó a la cima de su carrera con «A sangre fría», el reportaje del asesinato de una familia en una zona rural de Estados Unidos que publicó en 1966 (curiosamente, tanto a lo que a Stead hacía como lo que Capote hizo después se lo llamó -en cada una de sus épocas- con el mismo nombre: «nuevo periodismo»).

«Creo que hay un paralelismo. Si tú produces algo tan innovador, tan brillante, luego vendrán las sospechas sobre tus motivaciones, y eso le pasó a los dos. Es la sospecha detrás de todo buen periodismo de investigación. La gente se pregunta si transformaste eso en algo tan sensacional para llamar la atención sobre ti mismo. Y no hay forma de probar o desestimar esa sospecha. Más allá de no volverlo a hacer».

WT Stead

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

Stead escribió un libro sobre Chicago: If Christ Came to Chicago!: A Plea for the Union of All Who Love in the Service of All Who Suffer (Si Cristo viniera a Chicago: Un alegato por la unión de todos los que aman al servicio de todos los que sufren).

Pero Gretchen Soderlund piensa que Stead no se hubiera visto a sí mismo bajo ese lente.

«Stead fue una figura que cambió el periodismo en muchos continentes, porque esa historia viajó por todo el mundo. Hubo campañas para incrementar la edad de consentimiento sexual a lo largo de todo el Imperio británico. Hubo campañas en contra del tráfico sexual en EE.UU. Incluso si su estatus como periodista pudo haber declinado, su reputación en estos círculos puritanos globales se elevó».

«Viajó a EE.UU., escribió un libro sobre Chicago y siguió ejerciendo como periodista en esta publicación mensual. No lo imagino viéndose a sí mismo como alguien en decadencia», concluye Soderlund.

Tamara Tubb en la exhibición

Tamara Tubb en la exhibición de la Biblioteca Británica.

Para Tamara Tubb, todo es cuestión de personalidad, y la de Stead era la personalidad de alguien inquieto que necesitaba nuevos desafíos.

«Él estaba siempre explorando nuevas oportunidades y trabajando en áreas distintas; así que quizás se sintió satisfecho con lo logrado en Londres y luego siguió adelante, se mudó a Chicago por un tiempo y luego se involucró con otros movimientos como la causa pacifista y escribió -aunque quizás no de la misma manera (que en el diario)- en contra del gobierno británico en la Guerra de los Boers, que siguen siendo temas importantes».

Espíritus y trasatlánticos

Otro de estos temas importantes que fascinaba a Stead, como a Arthur Connan Doyle -autor de Sherlock Holmes- y a muchos otros de su época, era el espiritismo: la posibilidad de contactarse con los muertos.

«Para esa sociedad, cuando uno se moría, uno se dirigía -físicamente- a otro lugar. Al Paraíso. O a otro destino. Y la gente pensaba, ‘si está en otro lado, por qué no puedo hablar con él o con ella’. Esto tras mil años de un folclor que hablaba de fantasmas, de apariciones», recuerda Conboy.

Como registra Owen Mulpetre en una página web que resume el legado de la vida de Stead, en 1891 el periodista publicó en Review of Reviews el texto Real Ghost Stories (Historias reales de fantasmas) y un año después More Ghost Stories (Más historias de fantasmas), aunque su pasión por estos temas venía desde sus días en el Northern Eco.

«Yo creo que la aproximación a estos fenómenos de hombres como Stead o Connan Doyle, cuando uno lee literatura sobre espiritismo en esos años, es científica. Es una época donde la gente experimenta con ondas de radio, con imágenes fotográficas. Hay un montón de cosas extrañas y escalofriantes dando vueltas», concluye Conboy.

WT Stead

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

La foto de Stead en el extremo superior de las noticias sobre los muertos en el Titanic.

Para Soderlund, «él creía en el espiritismo, como muchos otros victorianos, así como en la posibilidad de tener visiones del futuro. Y se veía a sí mismo como una suerte de figura profética».

Entre tantas profecías y tantas visiones, se dice que Stead predijo que tendría una muerte violenta, e intuyó que sería en el mar, lo cual ocurrió el 15 de abril de 1912 cuando se hundió con el barco en el que viajaba: el infame Titanic.

«De una forma o de otra predijo su muerte en uno de estos cruceros trasatlánticos. Pero la idea de que estos cruceros podían ser peligrosos y que algún día se podía producir un accidente flotaba en el ambiente. Su idea no vino de la nada. Pero es algo interesante, así como la historia de que mientras el Titanic se hundía él permanecía sentado, en calma, como aceptando su destino», dice Soderlund.

Curiosamente, en la exhibición de la Biblioteca Británica, justo detrás del uniforme de preso de WT Stead, hay un ejemplar de la noticia del hundimiento del Titanic publicada en The Westminster Gazette.

El diario británico anuncia que no hay muertos en el accidente ya que todos los pasajeros han sido rescatados (en realidad, unas 1.500 personas perdieron la vida, entre ellas Stead).

Ese error garrafal también es parte de los 500 años de historia del periodismo británico.

Imagen de portada: GETTY IMAGES. WT Stead nació en 1849 en el norte de Inglaterra.

FUENTE RESPONSABLE: BBC News Mundo. Por Matías Zibell. Junio 2022

Reino Unido/Libertad de Prensa/Periodismo/Medios de Comunicación

 

 

El escritor en su laberinto: la historia desconocida detrás del Nobel a García Márquez.

Gonzalo García, el hijo de Gabo, recibe a la LA NACIÓN en la casa de México donde conoció la noticia de la Academia Sueca y Rodolfo Terragno cuenta el proyecto que desvelaba entonces al colombiano: fundar un diario; hoy La Feria del Libro le rinde homenaje a 40 años del premio.

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Ciudad de México. También la materia de los sueños más codiciados puede convertirse en una visión desencantada. Aun para aquellos acostumbrados a sacar provecho de sus alucinaciones. Le sucedió a Gabriel García Márquez casi cuarenta años atrás, al recibir el anuncio del Premio Nobel de Literatura.

Hacía tiempo que el colombiano acariciaba la ilusión del galardón. Sin embargo, la mañana del 21 de octubre de 1982, cuando el célebre escritor de América Latina recibió la llamada de la Academia de Letras de Suecia, esa conquista activó en su mente un temor escondido, su premonición fatal. Ahí, quizás, estaba la significación más compacta de su final, perforando las oscuridades de su corazón: ¿Y si se trataba de la muerte?

La Academia de Suecia fundó su decisión de premiar al autor de Cien Años de Soledad “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente”.

Gabo y Mercedes recrearon la foto junto al árbol de caucho en la casa de Pedregal, México, donde en 1982 los "sorprendió" la noticia del Premio Nobel de Literatura

Gabo y Mercedes recrearon la foto junto al árbol de caucho en la casa de Pedregal, México, donde en 1982 los «sorprendió» la noticia del Premio Nobel de Literatura. Editorial PRH

Hace 40 años, en su casa del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, donde se instaló y puso fin a las mudanzas de su exilio, Gabo debió entendérselas con lo real y lo fantástico como nunca antes; esta vez, no era él quien dominaba el lenguaje de las conspiraciones. 

Así lo hace pensar el encuentro con LA NACIÓN de su hijo Gonzalo García Barcha, diseñador gráfico y editor, a escasos metros del árbol de caucho donde su hermano Rodrigo tomó la famosa fotografía de sus padres -ambos en bata y ropa de cama- tras recibir la noticia. 

Gabo era muy supersticioso. Tenía explicaciones para no ganar el premio. Decía que no quería porque ningún Premio Nobel había sobrevivido más allá de cinco años. Era su excusa”, rememora. Camus lo obtuvo en 1957 y murió en 1960; Faulkner, en 1949 y falleció en 1962. 

Los recuerdos del hijo vuelven a pocas horas del homenaje que tendrá lugar este jueves en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con la participación vía streaming del cineasta Rodrigo García Barcha desde Los Ángeles, la presencia de Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo, y de Ezequiel Martínez, director de la Feria, con motivo de los 40 años del Nobel a García Márquez.

La huida de la posteridad

Meses atrás, esta sala en la que ahora su hijo se entrega a los recuerdos, albergó para un público reducido el armario de Gabo, que exhibió el vestido que Mercedes se mandó a hacer para el Nobel. Gonzalo entrelaza sus manos -semejan las de Gabo- y se pierde en el afuera. 

El jardinero riega con esmero las rosas, como si Mercedes estuviera por regresar, para contemplarlas después de la siesta. El aire seco de la primavera azteca se vuelve fresco por un instante y las lagartijas huyen de sus escondites, como si quisieran recuperar el calor del que fueron arrancadas. El aroma a flores se mezcla con el de la madera lustrada de los muebles. 

Los tapizados blancos lucen inmaculados, como si escogieran la modestia a presumir el rastro incesante de visitantes. Entonces su hijo mira hacia arriba, quizás al primer piso de la casa donde García Márquez pasó sus últimos días, y dice: “El Nobel lo cambió todo”. Fue ahí, asegura, que comenzó la mayor tarea de Mercedes Barcha, la de buscar un respeto entre lo público y lo privado. “No somos figuras públicas”, evoca Rodrigo García a su madre en su libro Gabo y Mercedes, una despedida.

El libro que Rodrigo García, uno de los hijos de Gabo, escribió tras la muerte de sus padres, lleva en la portada la imagen que él mismo tomó el día que conocieron la noticia del Nobel

El libro que Rodrigo García, uno de los hijos de Gabo, escribió tras la muerte de sus padres, lleva en la portada la imagen que él mismo tomó el día que conocieron la noticia del Nobel. Editorial PRH

“Nadie pensaba en la posteridad en ese entonces”, reflexiona el hijo, que tenía veinte años. La poca oportunidad para cruzar palabras con su padre en Estocolmo, quizás, debió ser un presagio. 

“Gabo iba poniéndose cada vez más famoso. Entraba y salía mucha gente de la casa. Hubo un momento en que salir con él era un evento. Ya muy mayor siento que lo necesitaba. Le gustaba salir y sentir el contacto con el otro. Mi madre hacía los filtros, pero había gente que lograba franquearlos”. 

Esa “faceta alienante de la fama”, como refiere Rodrigo, fue la causa probable de que él y su hermano estudiaran y trabajaran fuera de México, volviendo cada tanto. Pero mientras esa fama crecía, y el nombre de Gabriel García Márquez ingresaba en la eternidad, para todos estuvo prohibido hacer planes póstumos.

“¿La posteridad? Nada lo decidió él”, revela Gonzalo. “Él no quería saber absolutamente nada del después. Era parte de su superstición. No se podía hablar de la muerte ni de lo que iba a suceder después de él. Mercedes era mucho más planeadora y por eso había un testamento. Pero no existía manera de hablar con Gabo de nada de eso. No dispuso nada. Nunca hubo ninguna disposición póstuma de su parte. Mi madre iba guardando cosas y hubo un momento en que la empezamos a guiar. 

Rodrigo los dirigió hacia el Harry Ransom Center (de la Universidad de Texas, donde se encuentra el archivo digital personal y familiar)”, cuenta. También esa aversión a la desaparición la narra Rodrigo, cuando cita a su padre: “Después de mí hagan lo que quieran”. García Márquez murió en 2014.

Un Nobel obsesionado con fundar un diario

“Gabo más o menos sabía que podía ganar el Nobel. De alguna manera -creo- lo estaba esperando. Aunque no tengo elementos para demostrarlo”, dice Jaime Abello Banfi, director de Fundación Gabo, quien conoció al escritor un año después del premio. Sostiene que desde antes de recibirlo, y aún después, “la mente de Gabo estaba ocupada en crear un periódico”. Iba a llamarse El Otro. “Fue Rodolfo Terragno quien lo convenció de no avanzar con la idea. Y qué bueno, porque hizo algo mayor, que fue la creación de la Fundación”, especula Abello Banfi.

El mismo historiador y político argentino recuerda en diálogo con LA NACIÓN aquellos días. Desde Francia, donde reside tras finalizar su mandato como embajador de Argentina ante la Unesco, Terragno dice: “Yo no lo conocía a Gabo cuando él me llamó desde Estocolmo, donde acababa de recibir el Nobel. Nos vimos una semana después, en París. La idea de hacer un diario le había rondado durante mucho tiempo. Cuando le preguntó a [la artista plástica] Soledad Mendoza quién había creado El Diario de Caracas ya tenía pensado hacer El Otro. Él decía que, ante todo, era periodista. Los dos tomos de Entre Cachacos, que reúnen artículos periodísticos suyos, son una prueba”.

Borges y Gabo

“El nombre de El Otro era una evocación a Borges -recuerda Terragno-. Nunca lo había oído hablar sobre Borges ni a Borges sobre él; ambos eran escritores de géneros, temas y estilos distintos; y políticamente estaban en las antípodas. Recitó uno de los dos sonetos de ‘El Ajedrez’. Me preguntó: ‘¿Qué más se puede decir del rey si ya se ha dicho que es postrero? ¿Qué más se puede decir del alfil si ya se ha dicho que es oblicuo? Borges agota la posibilidad de calificar’, dijo”. Así, recuerda Terragno, El Otro para Gabo debía contener solo adjetivos precisos; iba a prohibir, además, los adverbios terminados en “mente”, pues creía que solo demoraban las frases.

Para Gabo, Terragno debía ser el director. “Yo le decía que no le convenía crear un diario. Para mí habría sido un orgullo dirigir el diario de García Márquez, pero yo creía que a él no le convenía”, dice quien también es miembro de número de la Academia Argentina de Historia y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.

Para el historiador, el Nobel arriesgaba su prestigio. La carta del 6 de agosto de 1983, en la que le desaconseja que avance con esa idea, fue calificada como un “proyectil epistolar” en el libro Gabo no contado, del periodista colombiano Darío Arizmendi. Terragno guarda un recuerdo entrañable y a la vez amargo de aquel sueño, para el que incluso formaron periodistas de la que sería la redacción.

En 1985, después de tres años de distraer su mente del Nobel y soñar con el diario, ”la ficción terminó”. “Habíamos representado la fundación de un periódico, pero no habíamos encarado un plan de negocios ni la búsqueda de financiación. No habíamos pensando en importar maquinaria, ni siquiera habíamos constituido una sociedad. García Márquez no me necesitaba para crear y darle contenido a su diario”, concluye Terragno.

“Moriré siendo periodista”

Quizás la única vez que Gabo se permitió hablar de la muerte fue con Darío Arizmendi. “¿Quieres que me convierta en un viejito de pantuflas y me encierre en un cuarto para que no se me escape el aroma de la fama?”, le dijo al periodista. En las conversaciones con el periodista colombiano, García Márquez entonces se atrevió a pensar su posteridad. “No quiero que se me recuerde por Cien Años de Soledad ni por el Premio Nobel, sino por el periódico. Nací periodista y hoy me siento más reportero que nunca”, declaró.

En “El Otro”, el cuento de Borges, el escritor argentino se encuentra con su alter ego. Narra: “De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor”. Para Terragno, todos los periodistas que formaron parte de aquella redacción que nunca nació fueron de alguna manera “inducidos a soñar”. Mucho antes, también Gabo fue encandilado por una flor. Lo acompañó en la creación de Macondo y del resto de sus ficciones. Se dice que fue el día que leyó “Una rosa para Emilia”, de otro Nobel, William Faulkner. En Estocolmo, para recibir la medalla, lo acompañó una rosa amarilla. La superstición pervive sobre su escritorio, donde cerca de su iMac G3 aún hoy reposa un ramo de pétalos apenas abiertos, testigo póstumo de aquel encanto.

 cartas originales enviadas por Terragno a Gabo el 6 de agosto de 1983, después de un año de trabajo conjunto y formar periodistas para aquella redacción que no fue. Las fotos fueron tomadas por Terragno y compartidas con nosotros.

Cartas originales enviadas por Terragno a Gabo el 6 de agosto de 1983, después de un año de trabajo conjunto y formar periodistas para aquella redacción que no fue. Las fotos fueron tomadas por Terragno y compartidas con nosotros.Archivo familiar

Fragmento de la carta de Rodolfo Terragno a García Márquez

“El diario que imaginamos es posible y deseable, aún si no fuera tu diario. Contigo sería mucho más que un diario: un fenómeno cultural, una fuerza movilizadora de inteligencia. Con todo creo que si no modificas el proyecto, no debes seguir adelante. En esa entrega, arriesgarías demasiado. Quienes sueñan con un diario (…) aspiran a ser oídos, a ser apreciados, a ser citados; (…), buscan, en suma, prestigio y poder. En tu caso, prestigio y poder sería el capital que arriesgarías. Quizás el diario aumentara tu poder, haciéndolo más tangible y eficaz; pero éste solo cuenta si -aun cuando deseches la posibilidad de ser protagonista- aspiras a un rol político.

Estoy tratando de hacerme cargo de tu egoísmo. Con el mío, te incitaría a seguir; un medio de la trascendencia que tendría El Otro serviría a mi prestigio, sin costo para mí. Yo tomaría parte del crédito y no correría ningún riesgo. Sin embargo este negocio que para mí sería una ganancia para ti sería una pérdida (…). Te obligaría a seducir a ricos, te forzaría a chapalear en un barro cotidiano hecho de fallas mecánicos, problemas de liquidez y conflictos laborales (…). Tener una tribuna en lugar de tener todas. Devaluar tu imagen, porque la familiaridad siempre devalúa, y uno termina empequeñecido por las pequeñeces inevitables de toda rutina colectiva”.

HOMENAJE A GABO

Jueves 5 de mayo, a las 16.30. A 40 años de la entrega del premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Participa: Jaime Abello Banfi, Rodrigo García Barcha (modalidad virtual) y Gloria Rodrigué Presenta: Ezequiel Martínez Organiza: Fundación El Libro y Fundación Gabo Sala: Alejandra Pizarnik Pabellón: Pabellón Amarillo.

Imagen de portada: Histórica imagen de la entrega del Premio Nobel a Gabriel García Márquez, en 1982; aunque quería el galardón, Gabo temía que fuera el final: los ganadores no sobrevivían demasiado después de recibir la medalla. Archivo familiar

FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Cultura. Argentina. Por Gisela Antonuccio. Mayo 2022

Sociedad y Cultura/Literatura/Periodismo/Gabriel García Márquez