Keith Jarrett y Pasolini: la vida está desafinada.

Parte II

El Köln Concert‘ se transformó en un ícono al poco tiempo de editarse.

Además de ser vanguardia en su propuesta musical, consiguió convertir a Keith Jarrett en un fenómeno de masas (masas pequeñas, pero masas al fin y al cabo), acercando al jazz a toda una generación europea y generando un espacio musical propio y diferenciado en el viejo continente. Gracias a su éxito de ventas, le dio la posibilidad a la discográfica ECM de seguir generando nuevas propuestas. Su slogan sigue siendo desde entonces:  «El sonido más hermoso después del silencio».

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El pianista Ernesto Jodos asegura: «La música parece estar signada por dos variables: armonías muy simples (todo lo que ese piano podía hacer) y algo de maratónico en el largo de las improvisaciones (una especie de «lucha» contra esos dolores). Yo, sin saberlo, solía dormir la siesta escuchándolo, a los quince años, en el sofá de la casa de mis viejos. 

No lo volví a escuchar hasta que vi por primera vez la escena en la que Nanni Moretti usa una sección del concierto para musicalizar su paseo en Vespa por el sitio donde fue asesinado Pasolini.

Recién ahí, me di cuenta del poder emotivo que tiene esa música. Nunca es tarde…»7.

Parte IIB

Caro diario es la película más conocida del conocido director italiano Nanni Moretti. De hecho, fue esa película de 1993 la que le dio fama internacional y le situó en el mapa del prestigioso cine de autor. Es una película dividida en tres capítulos y hacia el final del primer capítulo, de repente, en uno de los momentos más celebrados del film, Nanni Moretti dice: «No sé por qué, pero nunca he ido al lugar donde asesinaron a Pasolini». 

Los siguientes cuatro minutos y cincuenta y cuatro segundos de la película transcurren sin diálogo alguno, tan solo vemos a Nani Moretti en su vespa conduciendo hacia la playa de Ostia. Le acompaña durante todo el viaje el Köln Concert.

Pasolini, cineasta, poeta, intelectual y una de las personas más incómodas de la vida pública italiana, murió asesinado en 1975, apenas once meses más tarde del recital de Jarrett en Colonia. 

A Pasolini le gustaban los chicos jóvenes y le gustaban los chaperos. Tras su asesinato se detuvo a un joven que declaró que Pasolini había intentado violarlo y que lo había matado en defensa propia y huido en su coche. Fue sentenciado a nueve años y medio. Nadie, ni remotamente, se cree esto. 

Pese a que ni el testimonio ni las pruebas casaban y había indicios claros de que los asesinos eran al menos tres, el caso se cerró. Una bronca entre maricas, viene a decir la sentencia, una disputa de índole sexual, exactamente. En 2005 el único encausado cambió su declaración y admitió que fueron tres y que él no participó. Después, volvería a cambiarla para admitir que era una emboscada preparada. 

Más de setecientos intelectuales italianos exigieron la reapertura del caso. Se abrió y tras años de investigaciones se cerró definitivamente en 2015 sin ningún nuevo acusado ni dato añadido. Esto fue lo último que dijo Pasolini en su última entrevista en vísperas de su muerte: «Tú no sabes quién está pensando en matarte ahora. Pon ese titular, si quieres: Todos estamos en peligro». 

Hoy se sigue marcando como un homicidio casual, pero casi todo el mundo da por bueno el complot entre los servicios secretos, la iglesia y los políticos —si es que hubiera alguna diferencia entre ellos—. 

Según la autopsia a Pier Paolo le habían dado una paliza brutal, con hematomas y roturas por todo el cuerpo, tenía los testículos reventados y una hemorragia cerebral. Después le pasaron por encima con su propio coche aplastándole los órganos internos. Maria Teresa Lollobrigida, la mujer que encontró el cadáver, dijo que en un principio le había parecido ver simplemente un montón de basura 8.

En el informe de la autopsia se lee:  «Corazón; estallado».

El nuestro también, Pier Paolo. Sangre y ceniza se mezclan con la arena, el piano sigue sonando, Moretti detiene su moto junto a la vieja verja. Vemos en el lugar del asesinato una escultura en homenaje a Pasolini, las hierbas crecen alrededor, está rota y hay trozos de cemento dispersos por el suelo. 

En todas partes, lo sabemos bien, hay una memoria oficial y una memoria popular. Nanni Moretti decide solo mostrar, ni un solo diálogo, ni una sola palabra, salvo el Köln Concert. El día que Pier Paolo murió, Pasolini se convirtió en inmortal. El piano de Keith Jarrett se para.

Parte IIC

En 2005, el Festival de Jazz de Donostia hacía entrega del premio Donostiako Jazzaldia a Jarrett. No era una edición cualquiera, era la número cuarenta y tamaña cifra necesitaba de una estrella a la altura del aniversario. En apenas minutos las entradas para la entrega del premio en el auditorio del Kursaal y el posterior concierto con su legendario trío estaban agotadas. 

Estoy sentado con Elena en paraíso, que es la forma elegante de llamar al gallinero. Elena toca el piano, yo no. Aparecen Gary Peacock y Jack DeJohnette; tras ellos, Keith Jarrett. Curiosamente, en mi mitología personal de hazañas sonoras no se encuentra este concierto. Hay otros que en su momento me dejaron mayor marca, pero con el tiempo su huella ha ido creciendo. Ahora, hoy, su importancia es innegable. Nunca volveré a ver a Keith Jarrett en un escenario.

Hace veintiún meses, un 14 de octubre, se publicaba una entrevista en el New York Times donde rompía su silencio de varios años. 

Había sufrido un derrame cerebral a finales de febrero de 2018, y otro en mayo. Así lo cuenta a The New York Times: «Quedé paralizado. Mi lado izquierdo aún lo está parcialmente. Ahora puedo intentar caminar con un bastón, pero tardé mucho en llegar a este punto, más de un año». Esta situación choca frontalmente con su capacidad para tocar. A medida que iba recuperando parte de la movilidad hizo pequeños acercamientos al piano, sin éxito: «Intentaba imaginar que era Bach con una sola mano, pero era como juguetear». Y añade en la entrevista: «Solo puedo tocar con mi mano derecha, y ni eso me convence».

El deterioro no es solo físico: cuando recientemente intentó tocar algunas viejas melodías de bebop en el estudio de su casa descubrió que había olvidado muchas por las secuelas de los derrames. «Cuando escucho piano tocado con dos manos es muy frustrante, de una forma física. Incluso escuchando a Schubert, o algo interpretado con suavidad, porque sé que no podría hacer eso. Y no es esperable que vaya a recuperarme de ello. Lo más a lo que aspiro con mi mano izquierda es a recuperar la capacidad de sostener una taza con ella».

Se trata de la pérdida para la música de uno de los más grandes del siglo XX, uno de los pocos que uno podía señalar como el más importante improvisador vivo del mundo 9.

Esta vez. pese a sí mismo, Keith abandona el escenario con dignidad. Imposible no acordarse de ese momento bajo la lluvia; recuerda, Vera, «esto solo lo hago por ti». Aquella desangelada noche en Colonia, solo lo hizo por ti, pero los cuatro millones de personas que hemos conseguido esa grabación a lo largo de cuatro décadas, te damos las gracias.

Quizá, incluso, también Keith Jarrett.

Vera Brandes, gracias.


Notas

(1) Ian Carr. Keith Jarrett: The man and his music. (Da Capo Press)

(2) Yahvé M. de la Cavada. «El piano de Keith Jarrett se queda en silencio». (El País)

(3) Juan Carlos Garay. «Keith Jarrett: un improvisador descomunal se despide con ‘Budapest Concert’». (Semana)

(4) Paul Gambacinni. For one night only – Series 6- Keith jarrett: The Cologne concert. (BBC Radio)

(5) Paul Gambacinni. For one night only – Series 6- Keith jarrett: The Cologne concert. (BBC Radio)

(6) Ian Carr. Keith Jarrett: The man and his music. (Da Capo Press)

(7) Eduardo Slusarczuk. «A 45 años de su grabación, The Köln Concert, de Keith Jarrett: la pesadilla que se convirtió en éxito» (Clarín)

(8) Se cumplen 43 años del asesinato de Pier Paolo Pasolini. (RTVE)

(9) Yahvé M. de la Cavada. «El piano de Keith Jarrett se queda en silencio». (El País)

Imagen de portada: Keith Jarrett en 1972. Foto: Cordon.

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Iván Batty.

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Keith Jarrett y Pasolini: la vida está desafinada.

Parte I

Es una historia bien conocida. Keith Jarrett y un piano desafinado, Keith Jarrett y la gran Ópera de Colonia, Keith Jarrett y el disco de piano más vendido de todos los tiempos. 

Un 24 de enero de 1975, lluvioso, uno de los pianistas más famosos del siglo XX —todavía no lo es, pero lo será a partir de esa noche— llega a Colonia, una de las ciudades más importantes de lo que fue Alemania Occidental.

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Tiene veintinueve años y había empezado a recibir clases de piano antes de los tres y para los siete daba recitales interpretando a Mozart, Bach y, también, sus propias composiciones. Ya ha pasado por diferentes formaciones de jazz y tocado con Charles Lloyd y Miles Davis

Con veinticinco años había recibido la llamada de Manfred Eicher, un tipo con una discográfica llamada ECM que estaba más interesado en la calidad de las grabaciones que en hacer dinero. Jarrett comparte esta postura y elige este pequeño y casi recién nacido sello alemán. En 1973, se embarcan en una gira de dieciocho conciertos con solo él al piano, improvisando. Esta titánica y nunca vista tarea se repetirá en 1975. Esta vez serán veinticuatro conciertos.

«Estos recitales en solitario eran eventos importantísimos en cuanto a la música del siglo XX… no tienen precedente, no solo en la historia del jazz sino en toda la historia del piano. No eran interpretaciones de composiciones aprendidas de memoria, tampoco eran variaciones sobre temas ya compuestos. Eran intentos de muy larga duración (a veces hasta de una hora) de improvisación total, la creación de todo desde cero: ritmo, temas, estructuras, secuencias armónicas y texturas»1. 

Debido a lo extenuante de la gira, Jarrett pide tocar en días alternos para poder descansar, pero les llaman desde Colonia y les dicen que tienen reservada para él la Ópera de Colonia. Es una gran oportunidad, en una gran sala, unos mil cuatrocientos asientos. Pide un gran piano, un Bösendorfer 290 Imperial. Los responsables de la sala dicen que lo pueden conseguir. 

Deciden ir. Keith Jarrett, que lleva toda la gira con intensos dolores de espalda que apenas le dejan dormir, se mete en un Renault 4 y conducen seiscientos kilómetros desde Zúrich. Está destrozado, llegan a Colonia recibidos por un tiempo inhóspito y una joven sonriente. La joven se llama Vera Brandes y tiene diecisiete años. Empezó a organizar conciertos de jazz y giras a los quince años. Es, con diferencia, la productora musical más joven de Europa. Manfred está cansado y Keith está todavía más cansado. Deciden ir a ver el piano y la sala, después se irán a echar una siesta. 

Al llegar al escenario se encuentran con que el piano es mucho más pequeño, no es el piano que habían pedido. Sorprendidos, lo prueban. Está totalmente desafinado, además, las notas agudas apenas son pasables y las graves no tienen ninguna fuerza. En una sala tan grande, el público no será capaz de oír esas notas, los pedales tampoco funcionan correctamente. Manfred y Keith se miran. Silencio. Manfred se acerca a Vera y le dice «o se cambia el piano o no hay concierto». 

Vera entra en pánico, se han vendido todas las entradas. Los encargados de la ópera han intentado encontrar el piano correcto pero al no ser capaces de dar con uno, han sacado un piano que había en el almacén y se han ido a casa. Un piano que solo se usaba para ensayos de ópera y nunca para recitales.

Vera empieza a llamar a todas las tiendas de música, fabricantes y conocidos. Por fin encuentra el piano correcto, el que debería estar en el escenario, pero ya es demasiado tarde. Los transportistas también se han ido a casa. Mientras, ha llegado un afinador para intentar conseguir sacar algún sonido decoroso de ese viejo instrumento que ocupa ahora el escenario. Keith decide marcharse al hotel, el concierto se suspende. 

Vera consigue convencer a su amigos para ir hasta donde se encuentra el piano correcto y empujarlo entre todos por las calles de Colonia hasta la ópera. Hay tiempo, el concierto está programado para las once y media de la noche, después de terminada una representación. Nunca se ha hecho un concierto de jazz en esa histórica sala y ese es el único horario que les van a permitir. Los amigos se ponen en camino, pero el técnico afinador le explica que si empujan un gran piano de cola por la calle, bajo la lluvia, arruinarán ese piano para siempre. No le quedan más opciones. Vera corre hacia la calle, llega hasta al Renault 4, se para junto a la ventanilla del pianista y le implora que toque. Keith Jarret la mira. Está empapada y desesperada.

Parte II A

Aquí, me temo, tenemos que hacer un inciso.

Probablemente, ustedes sabrán lo peculiares y estrambóticos que son los genios artísticos. En concreto, los músicos. Más en concreto, los pianistas. Y dentro de los peculiares y estrambóticos, también abundan los pedantes, engreídos e insufribles. La lista es larga. 

A saber, entre otros, Arturo Benedetti Michelangeli, que casi suspendió más conciertos de los que dio porque la temperatura y la humedad de la sala no eran las correctas, que se marchó del escenario en un concierto en el Vaticano y no volvió hasta que no se retiraran dos macetas donde había supuestamente una mosca que solo él oía. Nunca daba bises. 

El ínclito Glen Gould denunciando a la fabricante de pianos Steinway por trescientos mil dólares de la época porque su artesano jefe, en una visita guiada por la fábrica, le había dado una palmada en la espalda y decía que desde entonces tenía problemas de coordinación. Sergei Rachmaninov, que cada vez que interpretaba las Variaciones para un tema de Corelli, decidía dejar de tocar cuando las toses del público llegaban a un número específico de molestia. Se dice que su interpretación récord fue en Nueva York, donde consiguió llegar a tocar dieciocho variaciones de las veinte. En fin, hay un top histórico y en ese top está Keith Jarrett. Y está muy arriba en esa lista.

Es verdad que su forma de tocar implica dejarse llevar, una inmersión total. Lo que surge de sus dedos es una comunión entre la inspiración de Jarrett y su relación con el espacio y la audiencia. Así lo atestigua una discografía tan abultada que en cualquier otro músico sería difícil de sostener: una veintena de discos publicados solo en formato de él con su piano, algunos de varias horas de duración, la mayoría de ellos basados en la improvisación pura, con poca o ninguna preparación previa, y prácticamente todos ellos de una calidad excelsa 2.  «Tengo que asumir un estado de conciencia a la vez que un éxtasis, es decir, un estado de sensibilidad llevada al extremo», dijo en 1997; es el lado oscuro del genio, aquella faceta que no nos gusta aceptar de nuestros ídolos, su música improvisada es también el producto de una vulnerabilidad acentuada 3.

Y, por eso, lo lleva mal todo.

Cualquier cosa que pase en el teatro implica que se va a levantar y va a abandonar el escenario para no volver. Casi se ha convertido en una marca del personaje. Su momento álgido llegó en 2007, en el conocido Festival de Jazz de Umbría en Perugia. Concierto a cielo abierto para más de tres mil personas. 

Antes de comenzar, Keith ve a algunas personas que desde el fondo parece que quizá quieran sacar alguna foto. Se dirige al micro. Aquí comienzan un par de minutos de abuso verbal: «No hablo italiano, pero conseguid a alguien que hable inglés que os diga que apaguéis esas jodidas cámaras ya. Eso también va para cualquiera de mi banda, si veis a alguien con una cámara, tenéis todo el derecho a arrancársela. Que alguien les diga a esos gilipollas que apaguen esas cámaras y eso quiere decir tú, y tú y tú… El privilegio es vuestro de poder escucharnos. Me reservo el derecho de marcharnos del escenario, de dejar de tocar y largarme de esta maldita ciudad». 

Todo esto, antes siquiera de empezar a tocar. El público aguantó el repertorio de manera incómoda, su enfado y desagrado eran evidentes. Al final de un corto segundo set, dijo que alguien había vuelto a sacar una cámara y se negó a volver al escenario. El festival declaró después que «Keith Jarrett, como artista es sublime, como persona deja mucho que desear. 

Hemos decidido que su música nunca más sea escuchada en este Festival». 

Lo cancelaron. Pero la memoria es corta y el talento eterno. Es 2013, han pasado seis años y Jarrett es invitado de nuevo a Perugia. Borrón y cuenta nueva, tiene la oportunidad de ser conciliador, hacer un gran concierto y elevar más su figura. 

El director del festival pide una clamorosa ovación de los cuatro mil aficionados allí presentes. El clásico trío, con Gary Peacock al contrabajo y Jack DeJohnette a la batería, aparece en escena. De repente, Keith dice «nos vemos luego» y se marchan. Aparentemente, había visto algo sospechoso. Tras unos tensos momentos, vuelven al escenario. Se colocan y de repente todas las luces del concierto se apagan. Incluidas las del público. 

Tan solo se enciende un tímido foco que ilumina las cuerdas del contrabajo, no se ve nada. Decide dar el concierto así. Al final del segundo set, con algunas tenues luces ya dadas, Keith, antes de marcharse, coge una toalla y le hace un irreverente pase de capote al público, también les enseña el dedo. Por supuesto, no hubo bises. Con este músico tiene que lidiar esa joven. Fin del inciso.

Buena suerte, Vera Brandes.

Sigue lloviendo. Vera sigue empapada y desesperada. Jarrett, con la ventanilla medio bajada, mira a la calada adolescente desde el coche. Después de unos segundos de silencio, dice «Nunca lo olvides, solo lo hago por ti».

Manfred y Keith marchan al hotel. Keith Jarrett ha tomado una decisión y a partir de aquí las cosas solo van a empeorar. En el hotel intenta echar una siesta, pero sus dolores de espalda lo impiden. Llegan a un restaurante italiano cercano al auditorio. En el lugar hace un calor terrible, Keith empieza a sudar. Hay algún problema con los pedidos y su comida sale la última, apenas quince minutos antes de la hora del concierto. 

Está muy caliente y aceitosa, aun así engulle todo lo que puede y sale apresurado hacia la Casa de la Ópera. Camina con una faja puesta y le cuesta llegar. Allí encuentra un banco junto al escenario, no ha dormido en veinticuatro horas y comienza a cabecear. Está en un estado lamentable; cansado, frustrado, dolorido e incómodo. «Cuando finalmente me llaman al escenario es un alivio… ¡Voy a salir ahora con ese piano y a la mierda con todo lo demás!» 4.

Jarrett se acomoda frente a un piano roto y frente a mil cuatrocientas treinta y dos personas. Silencio. Cuando suenan las primeras cuatro notas se oyen algunas risas en el patio de butacas, había tocado las notas del aviso sonoro de la sala. Las que se utilizan para avisar del comienzo o del intermedio del espectáculo. Vuelve el silencio, pero esta vez lleno de fascinación. 

Vera, entre bambalinas, no se lo puede creer, desde el momento que tocó la primera nota todo el mundo sabía que aquello iba a ser mágico. Estaba pasando algo extraordinario. Y pasó durante una hora. Vera, incapaz de contenerse, pasó por platea y por los palcos; en todos los sitios la misma reacción, un silencio maravillado. La belleza de esa larguísima improvisación ha dejado a los mil cuatrocientos treinta y dos asistentes atónitos 5. 

De camino a su siguiente concierto, el ingeniero de sonido y Jarrett escuchan la grabación del concierto, parece que Jarrett no se había dado cuenta de la magnitud de lo sucedido. En ese mismo coche, al escucharlo de nuevo, deciden lanzarlo como álbum. Es 1975, en las tiendas aparece The Köln Concert. Inmediatamente asombra a crítica y público, convirtiéndose en un referente y entrando directamente en el canon de las obras maestras del jazz. 

Probablemente, su estado casi comatoso y todas las batallas anteriores al concierto hicieran que el escenario fuera un refugio de todo ese estrés y toda esa lucha, una huida, y que de allí surgiera esa belleza hipnótica 6. 

O quizá fuera el piano.

Quizá un piano que no estaba preparado para la magnitud de esa sala y al que tenía que aporrear para que lo escucharan desde los palcos. Un piano sin pedales y donde solo funcionaban bien los registros medios. Un piano que le obligó a acercarse a ese concierto de otra manera, favorecer el ritmo por encima de la sonoridad. En definitiva, después de años improvisando y llegando a cotas inimaginables de inspiración, Keith Jarrett, esa noche tuvo que improvisar sobre como solía improvisar. Esa fue la diferencia entre un gran concierto y el concierto de su vida. 

Imagen de portada: Keith Jarrett en 1972. Foto: Cordon.

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Iván Batty.

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¿A QUIÉN MIRA MAMMA ROMA?

El director y poeta italiano Pier Paolo Pasolini habría cumplido 100 años. Una versión remasterizada de Mamma Roma, su segunda película, acaba de pasar semanas en cartel. Sus personajes rotos pero deseantes, la estética del fragmento para narrar lo real y la yuxtaposición dialéctica de estética y sentidos hacen que su forma de mirar y hacernos mirar siga vigente, desatándonos iguales escenas de provocación, amor y emoción.

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“Yo soy una fuerza del pasado. Solo en la tradición está mi amor”. 

El que escribe el poema es Pier Paolo Pasolini. El que lee, Orson Wells interpretando a un director de cine en La Ricotta, el cortometraje que dirigió Pasolini en el 63. En las manos de Orson, un libro. En el libro, la imagen de Ana Magnani y un título: Mamma Roma. 

En esos versos como en su obra Pasolini reivindica el pasado en un gesto moderno. Se narra a sí mismo como un destiempo presente y se aferra a la tradición de un modo vital (una fuerza) y sin nostalgia: allí donde el amor permanece. 

¿Cuál es la fuerza de Pasolini? ¿En qué tradición se afirma? ¿Por qué cuando se cumplen 100 años de su nacimiento vamos a verlo al cine, nos emocionan sus películas, organizamos ciclos en su homenaje, leemos sus entrevistas, sus poemas, sus provocaciones? 60 años después del estreno italiano de Mamma Roma, una copia de esta película remasterizada en 4k se proyecta en las salas de los cines y ya lleva 3 semanas en cartel ¿Cuál es la vigencia del segundo largometraje de Pasolini? ¿De qué nos habla más de medio siglo después? 

Pasolini empieza a filmar en el ocaso del neorrealismo que durante los años 40 y 50  había narrado esa Italia de posguerra con el foco puesto en los sujetos: en hombres y mujeres humildes, en sus vidas cotidianas, en sus tragedias políticas hechas carne y hueso, en su clase social hecha corporalidad, en sus problemas materiales, en sus tristezas también materiales. 

El neorrealismo priorizó el plano secuencia por sobre el montaje como un modo de liberar la mirada de los espectadores y poner a la acción por delante de todo lo demás. Ya sea por la crisis económica, que también afectaba a la industria, como por convicción política y estética, ese movimiento había salido de los grandes estudios y llevado las cámaras a las calles, a las personas de a pie a las salas de cine: las grandes estrellas junto al pueblo, los trabajadores en la pantalla grande.

Pasolini es hijo de esta tradición y, como confiesa, ahí está su amor. Sin embargo, aunque afirmado en ese territorio expresivo, logra un corrimiento sutil. Los personajes del neorrealismo clásico estaban rotos por un contexto roto pero conservaban un estoicismo moral.

Los personajes de Pasolini no solo están rotos, están corridos de los deseos correctos, están incluso exuberantemente partidos, ridiculizados, desclasados, son egoístas, chabacanos, grotescos: se han apropiado subjetivamente de esa Italia partida y la expresan en una miseria desaromatizada. 

Y en Mamma Roma el corrimiento es tan notable que Pasolini elige como protagonista a la ya estrella Ana Magnani que había encarnado en 1945 a Pina en la Roma, citta aperta de Rossellini. 

El abismo que hay entre los personajes de Mammaro’ y Pina es tal que por momentos podemos dudar de que esa sea la misma actriz. El desborde que tiene la protagonista de Pasolini le es negado a Pina a quien su primer y único desboque la conduce a un fusilamiento en la calle. Construye un mundo mucho más hostil que el de sus antecesores neorrealistas, personajes más oscuros, con reveses, contradicciones y deseos.  

El final de la guerra había quedado lejos y el desencanto de los tempranos años 60 ya se reflejaba en La dolce vita de Federico Fellini, Il Sorpasso de Dino Risi, L’avventura, de Michelangelo Antonioni. Pasolini también se desmarca de esa estética. Se erige sobre el fragmento. Lanza sobre los espectadores lo que él llama “trozos de realidad visual” violentos, austeros, crueles. En sus palabras “evita el ornamento”: es (quiere ser) lo opuesto a Fellini. 

¿Qué historia cuenta Mamma Roma? La de una prostituta de pueblo que intenta dejar el oficio para reencontrarse con su hijo adolescente Ettore y llevárselo a vivir a un barrio suburbano de Roma. El reencuentro es entre dulce y torpe. Mamma Roma intenta mostrarle a su hijo, en un segundo y al mismo tiempo, todo lo que quiere para él con la ilusión de que nada externo se interponga entre su deseo y la realidad. 

Y sin embargo intuimos desde el inicio que el destino de Ettore se alejará de los planes de su madre cada vez más. Pero a diferencia de la Pina rendida que construye Rossellini, Mamma Roma tiene esperanza. Edifica en medio de su miseria, de sus noches de prostituta, de sus peleas de los pelos con el fiolo Carmine, de sus días al sol trabajando en el mercado, el deseo de una vida diferente para su hijo Ettore. Ese deseo sencillo pero universal es la columna vertebral de esta película pero también de una época: los hijos como modo de la superación, de la trascendencia. Pasolini se anima a ofrecerle deseos (aunque dirá, engañosos, ilusorios, ideológicos en términos marxistas, deseos pequeño-burgueses, pero deseos al fin) a su protagonista, a narrar a esa madre partida pero pujante, pueblerina y recién llegada a la capital italiana.

Pasolini introduce en una genealogía cinematográfica una pregunta fundamental: ¿A qué Roma llegó esta mujer? Y nosotros podemos preguntarnos: ¿qué Roma vio Pasolini? 

Si su antecesora iba a nombrarla (aunque con ironía) ciudad abierta, Pasolini, siempre más cerca de mostrar que de contar, filmará esa Roma suburbana, hecha de barrios anónimos (Pigneto, Testaccio o el abandonado edificio de la EUR) y la superpondrá con la Roma histórica y luminosa a la que nos acostumbraba el cine. 

Si decimos que el Pasolini de los tempranos años 60’ se inscribe en el neorrealismo aunque corrido, su movimiento es en relación a lo real. La relación de Pasolini con “la realidad” es novedosa. Se distancia de los directores de la liberación que la sobredimensionan y también de sus contemporáneos que le otorgan cierto grado de ambigüedad en un sentido onírico. La novedad en Pasolini es la yuxtaposición. 

Pasolini yuxtapone todo. Construye personajes de extremos con los recursos propios de la imagen: utiliza la profundidad de campo y la superpone inmediatamente con un primer plano, produce un traveling de 5 minutos en el que distintos hombres se acercan a Mamma Roma y le hablan mientras van retrotrayéndose hacia los bordes del cuadro (aún no habrá pasajes oníricos, pero siempre estará el lugar para la poesía) y una infinidad de planos en los que los personajes miran a cámara mientras conversan o filma un escote exuberante y el foco toma la forma subjetiva de un par de ojos. La novedad de Pasolini es su mirada. 

El final de esta película tal vez sea la cima de esos trozos de realidad violenta de los que habla Pasolini. El director compone una escena dramática que oscila entre la agonía de Ettore atado a una camilla en la prisión y la desesperación de Mamma Roma que va de la cocina al mercado, de la calle a su casa cada vez más errática. 

Pasolini vuelve al ejercicio de la yuxtaposición dialéctica jugando con la luz y la oscuridad, lo sagrado y lo profano, el encierro y la libertad, la vida y la muerte. No hace falta haber comulgado para ver a Cristo en la imagen en escorzo de Ettore agónico. Muchos críticos la han ligado directamente a la Lamentación sobre Cristo muerto, que pintó Andrea Mantegna. Aunque el parecido es notable, Pasolini lo negó y siempre se ligó en el uso del claroscuro a Caravaggio, Masaccio o Pontormo. Algo de esto ocurre: produce un juego de contrastes poderoso entre la imagen sacra del cuerpo inerte en la celda oscura y la desesperación de la madre que corre por esa ciudad abierta.

En la escena final Mamma Roma, envuelta en la desesperación propia de quien ha perdido lo que más amó, corre hacia una ventana y sus vecinos impiden que se arroje al vacío. Entonces Magnani y los demás actores miran a cámara. Es un plano de dos segundos que tiene más fuerza que todos los planos neorrealistas juntos. Unas miradas que podrían remitirnos a La manifestación que pintó Berni en 1934 o la tristeza retratada por Sara Facio de los hombres y mujeres que asistieron al funeral de Juan Domingo Perón en el 74. 

¿A quién miran esos hombres y mujeres? ¿A quién mira Mamma Roma? ¿A un deseo trunco? ¿A la promesa rota que le devuelve la cúpula de la catedral? ¿Al dolor por un hijo perdido? ¿A una ciudad que la traicionó? La ambigüedad en Pasolini no es propia de lo real sino de su forma de mirar y hacer mirar.

Imagen de portada: Ana Magnani (Archivo)

FUENTE RESPONSABLE: Anfibia. UNSAM. Por Julieta Greco

Sociedad y Cultura/En memoria/Pier Paolo Pasolini/Cinematografía.

 

 

La Roma que miró Pasolini.

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Una ruta por los barrios romanos de Pigneto, Testaccio y EUR y el litoral de Ostia tras las huellas del cineasta italiano

El pasado 5 de marzo Pier Paolo Pasolini habría cumplido cien años. Como romano de adopción —se instaló en la capital italiana en 1950, huyendo de su padre alcohólico al que dejó en la región de Friuli—, el escritor y cineasta italiano miraba la ciudad con más fascinación que aquellos que habían nacido allí. Por eso, si alguien tiene pensado viajar a Roma puede homenajearlo haciendo una ruta totalmente pasoliniana.

Palazzo della Civilta Italiana, en el barrio del EUR (Esposizione Universale Roma). CAVAN ALAMY

El autor fue de los primeros en introducir la Roma intensa y difícil de los años cincuenta y sesenta del siglo XX en sus escritos y primeras películas, como Accattone (1961) y Mamma Roma (1962). Entre los escenarios vitales y artísticos de Pasolini se encuentran los barrios de Pigneto, Testaccio y EUR (Esposizione Universale Roma), y el litoral de Ostia, todos ellos distritos que habían ido surgiendo alrededor de la Roma histórica. Él los sacó de su anonimato para que los visitantes, fascinados por la ciudad bella y domesticada de la Piazza del Popolo y alrededores, reparasen por fin en ellos.

Un fotograma de la película ‘Mamma Roma’, dirigida en 1962 por Pier Paolo Pasolini. ETTORE GAROLFO GETTY IMAGES

Para ayudarnos a buscar las huellas de Pasolini por la ciudad, el Ayuntamiento de Roma ha publicado un mapa de lo más pintón que reparte gratuitamente en los diversos puntos de información turística (disponible también en su web). Tomarlo como guía lleva al viajero principalmente a los lugares ficcionales en los que los personajes de sus películas comieron o vivieron. Un buen ejemplo es el barrio del Pigneto, por donde el joven Accattone de la película homónima se movía a sus anchas. Así evocaba Pasolini en sus escritos aquel lugar olvidado, hoy de nuevo en boca de muchos: “La Via Fanfulla da Lodi, en medio del Pigneto, con las chabolas bajas, los muros agrietados, era de una grumosa grandeza en su extrema pequeñez; una pobre, humilde, desconocida callecita, perdida bajo el sol, en una Roma que no era Roma”.

Interior del restaurante romano Necci dal 1924.

Interior del restaurante romano Necci dal 1924. ALAMY

Pasolini recorrió el distrito junto a su coguionista, Sergio Citti, en busca de localizaciones para la película. Hoy el Pigneto se considera mucho menos periférico que antes y se ha convertido en un barrio animado muy apreciado por la gente joven, a pesar de la mala fama que tuvo hace décadas. Su calle más concurrida, por ser peatonal, es la Via del Pigneto, y la sorpresa para quienes recorran sus alrededores es que el bar Necci dal 1924 sigue abierto en la calle perpendicular (Via Fanfulla da Lodi, 28). 

El local es uno de los lugares esenciales para Accattone, pues en él comía el equipo de rodaje, además de ser una de las localizaciones del filme. Fundado en 1924, como indica su nombre, hoy lo frecuentan tanto mitómanos pasolinianos como romanos en busca de un ambiente simpático, pues su terraza y apuesta gastronómica a cargo del chef británico Ben Hirst —aunque siempre con recetas italianas— atraen como un imán a los comensales.

Terraza en la Via del Pigneto de Roma.

Terraza en la Via del Pigneto de la capital italiana. VINCENZO NUZZOLESE GETTY IMAGES.

Los vecinos de Pigneto también se muestran orgullosos de su arte urbano, encarnado en sus numerosos murales urbanos. Tres de ellos están dedicados a Pasolini: el titulado Io so i nomi está en la Via Fanfulla da Lodi, y su autor es el artista Omni 71. 

Pocos metros más adelante se nos aparece el ojo de Pasolini, a cargo del artista Maupal, y al otro lado de la calle sale al paso el rostro de la actriz Margherita Caruso en su papel de María en El evangelio según San Mateo, tal como la vio el artista romano Mr. Klevra. Asimismo, el Nuovo Cinema Aquila de Pigneto, reabierto en 2008 tras ser confiscado a la mafia, dedica una de sus salas al director que tanto amó este barrio del sureste de la ciudad.

Pirámide de Cayo Cestio en el cementerio Acattolico del barrio del Testaccio.

Pirámide de Cayo Cestio en el cementerio Acattolico del barrio del Testaccio. ALAMY.

Para escribir su poemario Las cenizas de Gramsci (1957), dedicado al pensador comunista italiano, Pasolini frecuentó un lugar más cerca de la Roma monumental: el Cementerio Acattolico del barrio del Testaccio. En él descansan, además de Antonio Gramsci, multitud de extranjeros no católicos y gran cantidad de pesos pesados de la cultura, como el poeta John Keats o el narrador Carlo Emilio Gadda. 

Todos ellos, casi 4.000 almas, reposan junto a la pirámide construida como mausoleo para Cayo Cestio en un paisaje rodeado de cipreses, pero también de los omnipresentes pinos romanos y de arbustos de rosas y camelias.

Mercato di Porta Portese, en el distrito de Trastévere.

Mercato di Porta Portese, en el distrito de Trastévere. JANI-MARKUS HÄSÄ / ALAMY

Cualquiera que se acerque a visitarlo haría bien en pasarse a comer un plato de pasta en Perilli, una trattoria de barrio que presume ante todo de su receta de carbonara. Y muy cerca de allí, los domingos, funciona el mercadillo de Porta Portese, el Rastro romano por excelencia. En él transcurren algunas escenas de Mamma Roma en las que el actor Ettore Garofolo, que interpreta al joven Ettore, hijo de Anna Magnani en la ficción, vende los discos con los que su madre aprendió a bailar.

Atardecer en la playa del Lido de Ostia, el antiguo puerto de Roma.

Atardecer en la playa del Lido de Ostia, el antiguo puerto de Roma. EQUATORE ALAMY

A pesar de su influencia cristiana, inevitable en los italianos de su generación y presente en su obra, Pasolini detestaba el Vaticano: “La plaza de San Pedro es espantosa. Como gusanos domésticos y útiles, como bancos de niebla, las procesiones la surcan”, llegó a escribir. La paradoja es que Pier Paolo pasó sus últimos años de vida cerca de otra basílica de tintes vaticanos: la de sus tocayos San Pedro y San Pablo (Piazzale dei Santi Pietro e Paolo), construida en 1955 por el arquitecto Arnaldo Foschini y su equipo en la parte más elevada del distrito del EUR, el proyecto arquitectónico de Mussolini cuya estética grandiosamente fascista sigue sorprendiendo a quienes lo visitan.

Pasolini eligió ese extraño barrio, repleto de construcciones de estilo racionalista, para pasar allí sus últimos años de vida porque la zona estaba todavía a medio hacer cuando se instaló con su madre y su prima en el número 3 de la calle Eufrate. Como el cineasta buscaba una casa con jardín, allí, en ese espacio urbano en plena transformación donde podía costearse, la encontró.

La mesa del restaurante Al Biondo Tevere de Ostia donde Pasolini cenó antes de ser asesinado en 1975.

La mesa del restaurante Al Biondo Tevere de Ostia donde Pasolini cenó antes de ser asesinado en 1975. MATTEO NARDONE ALAMY

Su final trágico lo conocemos: fue asesinado durante la noche del 2 de noviembre de 1975 en la playa de Ostia, no lejos del parque arqueológico de igual nombre. Hay una trattoria romana tradicional que tiene un valor poderosísimo para el cine: se trata de Al Biondo Tevere (Via Ostiense, 178).

Inaugurada en 1915, el magnetismo de esta trattoria no solo se debe a que en ella se filmó una escena de Bellissima de Luchino Visconti, en la que Ana Magnani, tan expresiva como de costumbre, come con su familia. El motivo principal de su fama, además de las frecuentes visitas de Elsa Morante o Alberto Moravia, es que allí cenó por última vez Pasolini la noche de su muerte. Acudió con el joven Pino Pelosi, el único condenado por su asesinato. Para homenajear al cineasta y escritor, podemos pedir en el local el fritto misto, una fritura de pescados especialidad de la casa, y comerla en la terraza cubierta con vistas al río.

Imagen de portada: Fotografías de Pier Paolo Pasolini en el barrio de Monteverde de Roma. MATTEO NARDONE/PACIFIC PRESS ALAMY

FUENTE RESPONSABLE: El País. España. Por Mercedes Cebrián. 26 de junio 2022.

Roma; Italia/Pier Paolo Pasolini/Sociedad y Cultura.