La poesía es una conciencia que arde. Ahora nos llega un libro de un santiagueño radicado en Buenos Aires. También éxodo de los poetas. Desde el primer poema publicado por El Liberal en la década del ochenta , vieron la luz varios libros de poesía, ensayos y notas periodísticas.
Desde su Quimilí natal, Ponti irrumpe en la gran capital, en un camino de éxitos constantes. Su vida social entre cantores, músicos y poetas, lo lleva a entrar en el gran cancionero y pronto sus letras son interpretadas por Mercedes Sosa y muchos cantantes conocidos.
Actualmente tiene un programa en Radio Nacional de Buenos Aires, actúa como asesor literario en SADAIC. Prácticamente remplaza a Vitillo Avalos en la radio y el Tano Petrocelli en la Sociedad de Autores y Compositores. Grandes del folclore, fallecidos por entonces.
Hoy ha vuelto a Santiago con su nuevo poemario: LUZ DE AZAFRÁN. Según propias declaraciones, vuelve a la poesía, después de diecisiete años y lo hace con la solvencia de quien conoce el oficio y maneja la palabra poética en un mundo de estilos, movimientos literarios y cambiantes teorías.
Al libro lo preceden dos prólogos enjundiosos. El primero firmado por PEDRO PATZER que afirma: “LUZ DE AZAFRÁN, es una buena noticia para los sentidos humanos que han sido tomados como rehenes de la virtualidad. La poesía de BEBE nos invita a volver a palpar el mundo, a sentir que en nuestros cuerpos están latentes siglos de deseo y divinidad”. (BEBE PONTI” es el conocido pseudónimo artístico de nuestro escritor).
El otro prólogo que lleva la firma de MARINA CAVALLETTI: “Por si fuera poco la tensión entre lo metafísico y lo palpable, entre el saber y el no saber. Y esa antinomia alcanza a las amadas, a la poesía a la dimensión del sueño y la vigilia”.
El poemario está compuesto por 66 poemas breves, poemas de amor y como dice el poeta: “Los últimos nacieron ahora como un soliloquio interior, tal vez como un diálogo con la belleza, con el deseo, con la esencia, con lo no dicho”.
Si poeta. Toda poesía es un diálogo, con el todo o la nada, con lo que existe y con lo que no existe. Por eso dialogaba con su poesía y descubro el valioso lenguaje propio a la indagación y al asombro. Vale la afirmación de la búsqueda, aun en esa virtualidad que nos atrapa como “Realidad virtual” que no es otra cosa que el revés de la realidad. Los poetas no viven de sueños. Viven de las tres realidades: el universo, el idioma y su propio espíritu y de allí nace también una nueva realidad absoluta: la poesía. Extraña paradoja. Diotima, la maestra de Sócrates, le señala la mesa donde hacían las anotaciones y le dice: “Aquí no hay nada, pero puede haber algo” Que puede ser eso. Responde el filósofo. “Puede haber música y poesía. Comprendes Sócrates: QUE LO QUE NO ES: ES”.
ADOLFO MARINO, no estrega su libro real. En “Carta del autor” dice esa palabra que el la entiende: “Revelación”. Siempre estaremos cerca, pareciera que ocurrirá después de la última palabra. La gran poesía siempre está cerca.
“Su carta a la siesta” es admirable: “Viene el sol todos los días/ abre su bolsillo y sale la siesta con sus dos alas de oro/ cual bailarina subiendo por el cordel del hechizo./ Un instante más y la tierra se deshace/ aquí en Santiago.” En verdad, arden los remolinos y los atraviesa el vértigo de su furiosa danza de miedo y lujuria. En otra de lo que usted llama: “Carta al bar” termina: “Como una mancha de café, sobre la mesa, el recuerdo tiene la ferocidad/ de una naturaleza muerta”.
Y en uno de sus 33 poemas de amor: “MUCHACHA EN BICICLETA” “ Una muchacha en bicicleta/ pedalea en mi mente/ hasta perderse en la nostalgia, cierra mis párpados/ y se vuelve ámbar. A lo mejor se ha llevado el poema/ y yo sigo escribiendo en el aire/ como un equilibrista/ que salta al precipicio de una ilusión.”
El lenguaje creacionista, como le hubiera gustado a Huidobro, la sugerencia sutil. En el hondón de posibles interpretaciones, como si jugara con las palabras luminosas, en un salón en penumbras, donde se refleja un baile de esperanzas y brumas en busca de la revelación.
PRESENTACIÓN DE LUZ DE AZAFRÁN
El pasado viernes 3 a las 20 en una librería de la Avenida Belgrano Sud, se realizó la presentación del poemario LUZ DE AZAFRÁN del conocido poeta ADOLFO MARINO PONTI.
En un acto con una nutrida cantidad de concurrentes, la Prof. MELCY OCAMPO, actual Directora de la Biblioteca Provincial, fue quien realizó la presentación del libro. La Prof. Ocampo destacó los valores literarios de la obra, por la singularidad del lenguaje poético y lo meritorio de nuestro comprovinciano. A su turno el autor, nuestro BEBE PONTI , su conocido nombre artístico, leyó sus poemas entre el aplauso del público. Una noche saludable para la cultura santiagueña y una fiesta como hace mucho que no se realiza.
Imagen: Ilustración de “Luz de azafrán”
FUENTE RESPONSABLE: El Liberal. 5 de marzo 2023.
Sociedad y Cultura/Literatura/Poemario/Nuestros escritores
Con un brillante prólogo a cargo de Fran Garcerá llega a las manos de los lectores la imprescindible reedición de Honda memoria de mí publicada hace un meses por Lastura, reafirmando —una vez más— su línea editorial, ese espíritu de compromiso con las escritoras, habitualmente opacadas por las estructuras patriarcales subyacentes. Habrá quien crea que Carmen Conde, integrante de la Generación del 27 (aunque siempre desdibujada), primera mujer nombrada académica por la RAE, una autora canónica, tiene la presencia que por su alta calidad merece.
En mi opinión, la autora de Cartagena merece mucha más atención, especialmente un acercamiento crítico a las obras previas a Mujer sin Edén, que marca un antes y un después en su trayectoria. Y su integración real en el canon escolar.
Honda memoria de mí se publicó en 1946 (aunque lo había terminado en enero de 1942) en edición exquisita de Josefina Romo Arregui, poeta y editora lamentablemente hoy olvidada de todos —y todas—, y contó con las ilustraciones de Eduardo Vicente y Pedro de Valencia. La crítica lo acogió con entusiasmo porque, para ese momento, Conde ya tenía una voz firme, precisa, reflexiva y metafísica en la que, como ya avisa el responsable de la edición, “se hallan los ecos predecesores de la queja milenaria y subversiva que supuso Mujer sin Edén. [..] ante el silencio de la divinidad, Carmen Conde centró la mirada en su interior, en la suma de seres que la habían precedido hasta llegar a ella: la huella colectiva de la Humanidad en la conciencia del individuo” (p. 25 y 27).
Un acierto de Garcerá en esta edición de Honda memoria de mí es que mantiene la primigenia versión —modificando exclusivamente ortografía y acentuación— publicada por Romo Arregui, pero incorporando las anotaciones que hizo la propia autora en las correcciones de la prueba de imprenta explicando el texto, “para lectores que necesiten mayor claridad” (s/p) tal y como se indica. Este complemento de carácter didáctico enriquece la comprensión del poema y favorece que no sea necesaria interpretación crítica, pues la poeta, con impecable rotundidad explica que la obra supone un un canto a la vida como ciclo eterno, una memoria de la humanidad: “soy el joven que se halló con espada/y cortó el misterio a su paso./ El anciano que a espejos sonríe/perdonándose la experiencia./La mujer que rocía de leche/al hijo que le pusieron/mientras ella se precipitaba/al hervor crepitante del génesis.” (p. 44).
A lo largo del poemario la música se identifica con la poesía, con la juventud del yo lírico que revisita el tiempo buscando comprender el sentido de la vida que no se percibe con la inteligencia, siempre restringida a lo conceptual, puesto que “entender es esfuerzo ciclópeo/de la triste inteligencia,/que no puede explicar lo que siente/cuando ansiosa se vuelca, velando,/al borde sombrío y ardoroso/de un precipicio de nuncas” (pp. 54-55).
Y es así que lo ininteligible solamente se alcanza con lo que ella define como suprema inspiración mística que busca su perfeccionamiento progresivo, pero que nunca se logra terminar: “la gracia sí; es mi amante/yo me he entregado la gracia/soñando con la fortaleza” (p. 55). La poeta ansía pasar de ser una voz cargada de dudas, de preguntas sin respuestas, para ser la Voz de la humanidad que alcance a comprender el misterio de la vida. Pero el misterio de la vida se resiste a pesar de ese estar permanentemente despierta, atenta a cada realidad asible/inasible; a velar siempre inmune al sueño toda vez que “no es al sueño a quien quisiera/preguntarle por mi presencia./El sueño es enemigo de la quietud/que busco como ansío a Dios” (p. 66).
Revisitar esta Honda memoria de mí y establecer la interconexión con los tres publicados en 1947 (Sea la luz, Mi fin en el viento y de su capital Mujer sin Edén) obligan a integrar este poemario en la misma etapa, pero no como introito de la misma, sino como obra decisiva que ayuda a vertebrar la fortaleza expresiva, esas imágenes como herramientas técnicas que potencian el motor poemático, el ascetismo que anhela alcanzar lo místico, el imposible encuentro con Dios (los títulos nunca son baladíes en Conde: mujer sin Edén, es decir, sin paraíso, sin eternidad posible en unión con El Creador), desarrollando una posición metafísica de mujer sola, libre de ataduras al varón para afrontar su destino, que supone un excepcional avance en relación a los tópicos habituales que marcaban el espacio femenino en relación a la religiosidad.
Carmen Conde, libertad creadora como un viento que atraviesa toda la poesía española del siglo XX, se revela ya, con Honda memoria de mí, en toda su pujanza, con todo el vigor de mujer-alma-poeta que viene a nutrir la lírica española de los autores del exilio interior con ese desvelamiento del yo inmerso en un ciclo perpetuo del que somos, únicamente un eslabón de la cadena.
Por eso es tan importante traerla al presente en esta cuidada edición de Lastura: porque su voz deslumbrante, siempre en proceso de perfeccionamiento metafísico, nos da la dimensión de una pionera que hizo de la escritura transgresora, revolucionaria y meditativa, de ese romper estereotipos clasistas/clasicistas, una forma de vida.
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Autora: Carmen Conde. Título: Honda memoria de mí. Edición: Edición, introducción y notas de Fran Garcerá. Editorial: Lastura. Venta: Todostuslibros.
Imagen: Cubierta de portada de “Honda memoria de mi”
FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Remedios Sánchez García. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 22 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Literatura/Homenaje/Poesía/Carmen Conde.
Autor de casi veinte libros de poesía, perteneciente a una cultura literaria y popular marcada por el tango, el barrio y la bohemia, pero también la militancia y el exilio, Luis Luchi nació en 1921 y murió en Barcelona en 2000.
Su primer libro, El obelisco y otros poemas, aparecido en 1959, ya condensaba sus grandes temas -la ciudad y su gente, sus movimientos- y sus tonos, sus razonamientos y humores, la ironía y el gusto por las paradojas. A cien años de su nacimiento, la Biblioteca Nacional emprendió la tarea de recopilar su obra completa -incluyendo textos inéditos y prácticamente perdidos- en dos volúmenes bajo el título general de Ya veremos qué hacer con los crepúsculos.
Luis Luchi ha sido un poeta prolífico: autor de casi una veintena de libros, su vida transcurrió entre la sociabilidad del barrio y la del centro porteño, el tango, la bohemia, y el compromiso político, y luego el exilio, forzado por la dictadura, en 1977: partió a Barcelona, se instaló allí, y murió, en octubre de 2000, sin dejar de escribir y de militar contra las dictaduras latinoamericanas de entonces.
Cabe mencionar que Luis Luchi es el seudónimo de Luis Yanischevsky Lerer, hijo de inmigrantes judíos ucranianos, nacido en Villa Crespo. Su voz y sus libros, si bien no gozaron de amplia popularidad, nunca se perdieron, y estuvieron presentes, ayer y hoy. Se los encuentra, por ejemplo, en el documental Luis Luchi: el oficio de poeta (2003), de Julio Rivero, producido por la Universidad de Lomas de Zamora; en 2014, el canal de YouTube Solidaridad por Ayotzinapa publicó una lectura del poema de Luchi “El muerto que habla”, extraído de una antología temática de Jorge Boccanera publicada en México en 1981; y desde 2019 se encuentra, también en YouTube, el disco Antología por mí, un disco original de 1969, con audio remasterizado, con unas treinta piezas leídas por el mismo poeta.
Además, se lo encuentra en otros dos libros: 200 años de poesía argentina, con selección y prólogo de Jorge Monteleone, y en el segundo tomo de la clásica trilogía Antología de la poesía argentina, de Raúl Gustavo Aguirre.
Una rápida pesquisa en el fundamental sitio web Archivo Histórico de Revistas Argentinas (AHiRA) permite ver que sus primeros poemarios tuvieron fortuna crítica: fueron reseñados en Ficción. Revista-Libro Bimestral, y décadas luego fue un autor rescatado por Diario de Poesía, en 1994 (con una entrevista realizada por Jorge Fondebrider, Daniel García Helder y Daniel Freidemberg, junto a la publicación de 12 poemas de Luchi), y por la revista La Danza del Ratón, en el 2000 (con una ficha del poeta, un texto de Alberto Szpunberg sobre Luchi, y siete piezas de este). Ahora, junto al Festival Internacional de Poesía “Luis Luchi”, impulsado desde Parque Chas, en 2021, al conmemorarse el centenario del nacimiento del poeta, desde Ediciones Biblioteca Nacional se recupera toda la producción de este admirador de Maiakovski, Vallejo y Tuñón, publicando Ya veremos qué hacer con los crepúsculos, la poesía reunida de Luis Luchi, en dos tomos que abarcan toda su producción –junto a piezas inéditas– a lo largo de casi 800 páginas.
TODOS AL OBELISCO
Su primer libro publicado, El obelisco y otros poemas (1959), ya plantea gran parte de sus temas y enfoques: la urbe y su movimiento, su gente, y desde ahí reflexiones del poeta, su mirada, razonamientos y humores, con la ironía y la paradoja, abierta a múltiples sentidos. Como en “El obelisco gran reloj de sol”, donde se lee: “Un relámpago de luz / recuerda cada sesenta segundos / que llevás pegado en tus paredes / el gris que aguantaste todo el día, / volcando fantasmas de una calle a la otra / para confundirte”. Más adelante continúa el diálogo, canto, o la reflexión del poeta: “Si hay algo que no se te puede perdonar / es tu falta de gracia ciudadana, / pero podés estar tranquilo, ya nadie te va a sacar, / sos un inmigrante más / a quien se le hizo un lugarcito / y después de ese tiempo / se lo deja sentir / como a un órgano que funciona bien”.
La misma pieza concluye: “hoy tu estar de reloj vigilante / tiene algo nuevo. / Tus paredes sirven, / en ellas se puede escribir / muera lo que queremos que muera / viva lo que tiene que vivir”. Ese mismo libro contiene una sección, “Los paisajes”, con poemas cuyos títulos ya son significativos: “Amanecer en el Río de la Plata”, “Arlt” y “Evaristo Carriego”, a quien le canta: “Para ser poeta se requiere ser flaco, / Evaristo era flaco. / Se puede no ser bueno, / sin embargo era bueno. / Cómo no iba a gustarle un vaso de vino, / quedarse los días en el café; / Carriego no fue a la universidad, / ¡qué bohemio era! / Solo sabía que hay que comer para no debilitarse, / No tuvo necesidad de suicidarse / la enfermedad no le dio tiempo a razonar”. Y en “Olvido”, del mismo libro, se lee: “Los rayos X disparaban sus indulgencias / o sus condenas a muerte. / Las maestras sin alumnos y con dignidad / buscaban otras profesiones. / Los presidentes se fotografiaban; / diez idealistas perdían su confianza, / diez nuevos nacían. / Unos acumulaban su excedente de alimento, / otros su excedente de hambre”.
Luchi militó en la Federación Juvenil Comunista –aunque su nombre no aparezca en el conocido libro de Isidoro Gilbert–, y en el Partido Comunista, luego yendo, cargando seguramente más de una desilusión, hacia el anarquismo y el marxismo. Muchos de estos temas pueden encontrarse en “El taller del pintor”, “El cansancio”, “Obrero de demolición”, y en “Por qué se trabaja”. También, hay tonos íntimos y líricos, como en las piezas “Momento poético 1” y “Momento poético 2”, momentos que, numerados, irán apareciendo a lo largo de las décadas en varios poemarios. Preguntado al respecto en Diario de Poesía, Luchi explicó que no eran parte de ninguna serie o plan, sino que surgían. Allí también consignó el sentido de dónde se lo suele ubicar, como parte de la llamada “generación del 60”, diferente y hasta opuesta a la “del 40”, junto a Juana Bignozzi y otros, en torno a lo que se conoció como poesía coloquial, conversacional, y de lo cotidiano, y cuáles podían ser los objetivos de crear en ese momento presente: “Era recuperar la vida. La vida de las cosas, de los hechos simples. Vos podés ver cómo Banchs describe una mesa y cómo la describían en los 60: estaban hablando de otra mesa, de la mesa de su casa o la del vecino, hablaban del mundo”. Y agrega: “En general, siempre busqué expresar en muy pocas palabras y con muy pocos elementos el máximo de cosas que uno puede decir, entonces trato de limitarme, de borrar todos los aditivos y dejar el mínimo posible. No siempre lo consigo”.
En su segundo poemario, El ocio creador (1962), Luchi sigue despuntando condición de porteño: “Che turco”, “El bandoneón” y “Noche de tango”, así como en “Apología del tango”, de Poemas de las calles transversales (1964), y en “Cantor envejecido”, “Tango triste y nostálgico” y “Tristezas del café de borrachos”, de Vida de poeta (1966), y sigue en numerosos libros, hasta las piezas “Bandoneón arrabalero”, “Mi Buenos Aires querido” y “Mano a mano”, de Espérenme que volveré, antología publicada en 2010. Y así como en su novela El libro de Daniel E. L Doctorow recordó aquel sonado caso de macartismo en Estados Unidos, Luchi le dedica una pieza, “Los esposos Rosenberg”, mientras que en “Plaza Federico Engels” menciona a Marat, Nicolás I y a Sacco y a Vanzetti. “No deje de saludar a su patrón” es otra pieza donde campea el humor irónico. Otra serie, al modo del flâneur, son las de los paseos por capitales: “Paseo por la capital de la esperanza”, y por la del hambre, la del dolor, la de la huelga final, la del pan, la del presidio, la del mal de chagas, y muchas más, concentran su visión en torno a los males de la condición humana. En La pasión sin Mateo (1976), Luchi alude al asesinato del Che en “Remitente”, y “Respeto por los símbolos” tiene como epígrafe una dedicatoria: A los muchachos de Trelew. Y en ¡Gracias Gutenberg! (1980), ya publicado en el exilio, el poema “1976” consta simple y dolorosamente de un sólo verso compuesto por los tres puntos suspensivos.
SURREALISMO DE CASUALIDAD
Luis Luchi nació Villa Crespo, pero desde los 5 años se mudó con su familia a Parque Chas, que sería una imaginaria “República Independiente”, un bastión de lucha. Cuando en 1938 triunfa el Frente Popular en Chile, Luchi viaja y se instala. Vivió un año, trabajando, militando en apoyo al Frente, y leyendo a Pablo de Rokha, a Neruda y a Huidobro. Otra vez en su país, fue obrero gráfico y tras una huelga declarada ilegal en la editorial Atlántida, se radica en Montevideo junto a su familia, para seguir trabajando en su oficio. Al retornar, será viajante vendedor de libros, recorriendo gran parte de la Argentina.
A comienzos de la década del sesenta integró el grupo de cuentistas “El Matadero”, de filiación boedista –en donde publicó su único texto en prosa–, y, a fines de la misma década, junto al poeta Roberto Santoro y otros artistas de disciplinas diversas, funda el grupo “Gente de Buenos Aires”, con un gran despliegue de amplia actividad en escuelas, barrios, clubes y sociedades de fomento –intentando ampliar la llegada el arte a distintos sectores sociales–, y editando, de modo artesanal, libros, carpetas y discos musicales.
Dijo a Diario de Poesía respecto a las particularidades de su obra y sobre algunas observaciones de la crítica: “Si lo que hago está cerca del surrealismo es por casualidad. En cambio la ironía, sí, es una constante. La ironía y el sarcasmo tienen que ver con una proposición. Provocar una sonrisa me parece maravilloso”.
Profundamente vital, la poesía de Luis Luchi condensa y conecta un “adentro” y un “afuera” desde la poesía, en un trabajo de búsqueda atenta, de sondeo interior, de observación y reflexión, y de despliegues significativos. Decía en la mencionada entrevista: “A mi criterio, ahí hay un trabajo de rastreo. Yo en los poemas estoy rastreando dentro de mí y en la gente, en las emociones que se me fueron acumulando, y en las que he visto acumularse en la gente. No me voy a poner a escribir un poema sobre la muerte o sobre alguna abstracción filosófica porque no es algo que yo sienta ni me he puesto a estudiar esos temas. Lo que conozco es la vida, y no la conozco bien. A veces mi poesía también toca en algún momento los otros problemas, las grandes dudas universales, pero no es ese el centro de mi interés. El centro de mi interés sigue siendo la vida”.
>Poemas de Luis Luchi
Momento poético 2
Aletean tus manos capturadas,
las he tomado trémulas y les doy mi calor,
Se aquietan y se abren
reconociendo las grietas
en la serenidad que las encadena.
Y allí estoy mojándolas con mi emoción.
Les ruego que reposen
ningún mal les puede acontecer,
mas no puede haber mal,
mi poca bondad
se ha refugiado en la captura.
Después que sigan el vuelo interrumpido
el momento es mío.
Serenata
Vuela canto que estoy tan lejos,
aprende a ser horizontal como horizonte.
Transporta sobre trigos y ciudades
la estela que corta el aire mi impaciencia.
Penetra por el ojo de la cerradura
golpea los vidrios de su ventana,
explícale cómo puede ser
que yo esté tirado
sobre maderas extrañas
con los ojos abiertos.
Recuérdale que mis pensamientos
son iguales a tus armonías.
Que si a veces hablo
de mesas que tienen una pata rota
con el mismo canto
aunque tenga el esmalte saltado
he protegido todo lo bueno
que aún conservo.
Vuela canto, no descanses en las nubes;
si nada hay que te apure
deseo que llegues cuanto antes.
Vuela canto, eso es todo.
Puedes entrar sin anunciarte;
es la primera puerta,
un escalón y un picaporte.
Vuela, lo demás ya lo entenderán.
No deje de saludar a su patrón
Sí,
aunque no le conteste,
salúdelo.
No piense en el alquiler,
en el precio del jabón.
Salúdelo, no tiene la culpa.
Quiere a la patria y a sus hijos
y algo le gusta la libertad.
Salúdelo,
él no ignora
que usted tiene
cuarenta años
y ya está destrozado,
que cuando se enferma
el farmacéutico no le fía.
Salúdelo porque lo siente.
Pero están los Bancos, las deudas,
los capitales invertidos.
Salúdelo.
No son cosas fáciles de comprender,
si estuviera en sus manos
cambiaría ese infierno
por su serena miseria sin problemas.
Salúdelo,
si al fin todos somos iguales,
en su juventud tuvo ideales
y muchas veces soñó
con la fraternidad universal.
Salúdelo,
todo fue por las circunstancias
y hay días que dice
que esto no marcha bien.
Salúdelo,
también tiene sentimientos
y su silencio lo hiere.
Sáquese el sombrero
y salúdelo.
Los ríos dulces y los ríos salados
En tierras de lágrimas
brotan los ríos salados,
en valles verdes con ilusión
los dulces reposan bello amanecer.
El mar los atrae,
hijos del hambre.
El cielo los riega,
flor de las riberas.
Los salados adustos
lamentan presentimientos de llanura,
llevan la sed.
Los dulces sombríos
arrullan el fango,
devoran raíces.
Los salados nunca se detienen.
Los ríos dulces nunca se detienen.
Imagen de portada: Luis Luchi
FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Por Demian Paredes. 6 de noviembre 2022.
Sociedad y Cultura/Literatura/Poemario/En memoria/Luis Luchi
Jueves en Zenda. Jueves de poesía. Jueves, en este caso, de Un mapa cómo, el último poemario de la autora jerezana Sara Herrera Peralta (Trebujena, 1980), publicado por la editorial La Bella Varsovia, que ya había acogido sus dos primeras obras: Hombres que cantan nanas al amanecer y comen cebolla (2016), y Caramelo culebra (2019). En este caso, Herrera Peralta incide sobre la función cartográfica de lo propiamente poético: ondulando las formas, la autora construye un espacio mutable en el que identificar los espacios lejanos de un tiempo pasado, en un entrecruzarse continuo entre lo geográfico y lo biográfico.
La propia editorial apunta, acerca del libro: «Los mapas nos lo advierten: «usted está aquí». En los poemas de Sara Herrera Peralta, «aquí» remite a un lugar físico —los espacios de nuestra infancia y por lo tanto de nuestra primera identidad, más tarde aquellos que elegimos para construir nuestro presente—, pero también simbólico: el que se ocupa de la memoria y su conciencia, el que nos enlaza con quienes nos precedieron y con quienes nos seguirán. Un mapa cómo indica el camino a esos lugares de los que formamos parte: el tilo que «observa/ desde hace más de cien años», la casa en la que la hija «llora» mientras la madre «tiene sed», un poema al que se regresa mientras se calienta «un vaso de leche».
Este libro sirve como un mapa: en sus lugares —la memoria íntima y la memoria colectiva, la familia y sus significados, la condición de nieta y de hija y de madre, siempre la poesía— habitamos, nos sirven como recuerdo o refugio o referencia cuando nos perdemos. Al fin y al cabo, «qué es un país o un territorio», se pregunta con lucidez Sara Herrera Peralta, si «venimos todos de lejos». En ese trayecto, marcando un nuevo paso —firme, sabio— en una de las trayectorias más rotundas de la poesía actual, nos guían los poemas de Un mapa cómo«.
En la obra cumbre del poeta sevillano, que nunca terminó de cerrarse, se conjuga su personal simbolismo con la visión esperanzada en un país abocado, sin embargo, a la guerra fratricida que terminó por expulsarlo a él definitivamente.
Seguramente no hubo en la primera mitad del siglo XX un poeta español que comprendiera nuestro país como lo hizo el sevillano Antonio Machado (1875-1939). Y tampoco un poemario que resumiera las esencias de este suelo, a caballo entre el difuminado pasado glorioso y la miseria del porvenir, como el titulado en 1912 Campos de Castilla.
Aquel libro iba a llamarse Tierras de España, un título mucho más literal, pero su autor, profesor de Francés desde hacía ya cinco años en Soria, prefirió a última hora una fórmula mucho más poética que tuviera consonancia con un movimiento con el que él mismo, tal vez sin pretenderlo, tenía ya más relación que cuando de joven se había vinculado, desde París, al Simbolismo y por consiguiente al Modernismo: la Generación del 98.
Evidentemente, ni los Campos eran exactamente campos, sino paisajes y paisanajes, ni Castilla era estrictamente Castilla, sino aquella España que eran dos y sobre la que él llegó a advertir: “Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de la dos Españas / ha de helarte el corazón”.
A aquellas alturas de 1912, Antonio Machado había cambiado la bohemia parisina de sus primeros años de poeta y las galerías de su propia alma, que protagonizaron su libro Soledades, se habían ido llenando de realismo hasta el punto de que el primer poema elegido para el nuevo libro, nunca concluido del todo, fue el famoso “Retrato”, que remataba con una contundente declaración de intenciones: “Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. / Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. Aquel poema que abría el libro se había publicado por primera vez el 1 de febrero de 1908 en El Liberal, cuando el poeta se había instalado definitivamente como docente en un instituto de Soria, después de haber aprobado sus oposiciones.
Casi el resto del poemario en aquella primera edición de finales de abril de 1912 lo había ido componiendo en aquellos años sorianos en que había descubierto un nuevo paisaje que en nada se parecía a sus raíces sevillanas y tampoco a los años madrileños de juventud: la Castilla profunda del Moncayo azul tenía mucho más que ver con la España vaciada, adusta y pobre de la intrahistoria que habían ido reescribiendo sus compañeros prosistas de generación y, para él, con el descubrimiento del amor que representaba Leonor Izquierdo, aquella chica de apenas 14 años que él había conocido al hospedarse en la pensión a la que llegó como profesor en el otoño de 1907…
Pero quiso el destino que la publicación de Campos de Castilla, en la primavera de 1912, coincidiera con la última etapa de la enfermedad –tuberculosis- de su joven esposa.
Tanto fue así, que el libro apareció apenas tres meses antes de que Leonor muriera –con 18 años- y Machado empezó a añadir tantos poemas interesantes a partir de entonces que, hoy en día, la edición más definitiva del libro es la de 1917, que apareció con el nombre de Poesías completas, luego reeditada a su vez en 1928, en 1933 y en 1936, poco antes de que la guerra incivil, tal y como su amigo Unamuno la había bautizado y que él se había encargado sutilmente de profetizar, lo obligara a retirarse a Valencia y luego a un vergonzoso exilio francés que no le dio más que para llegar, tan ligero de equipaje como había adelantado en aquel “Retrato”, con su propia madre, Ana Ruiz, anciana y preguntándole si faltaba mucho para llegar a Sevilla… y con aquel último verso arrugado en el bolsillo: “Estos días azules y este sol de la infancia…”.
“Mi infancia son recuerdos…”
El famosísimo poema que abre el libro, de tan serenos alejandrinos, es el único que trata sobre el origen del poeta, sobre sus raíces sevillanas en aquella casa de vecinos que había sido el Palacio de las Dueñas. “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero; / mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; / mi historia, algunos casos que recordar no quiero”. El poeta ya se autodefine aquí como un escritor de fondo que no estaba llamado a continuar la estética rimbombante sino la profundidad filosófica de quien a evolucionar en la síntesis que había heredado de su propio padre, el folklorista Demófilo que había rescatado tantas coplas del pueblo… “Desdeño la romanza de los tenores huecos / y el coro de grillos que cantan a la luna. / A distinguir me paro las voces de los ecos, / y escucho solamente, entre las voces, una”.
El resto del libro, al margen del extenso romance narrativo que se llama “La tierra de Alvargonzález”, se centra mucho más líricamente en “el corazón de Iberia y de Castilla” que cruza el Duero, en los “campos de Soria” y en el Guadarrama… aunque, como el libro en sí no se reconoce hasta los valiosos añadidos que el poeta escribe ya de vuelta a Andalucía, Campos de Castilla no sería lo que es hoy sin los poemas escritos ya en Baeza… Y es que Machado, nada más enviudar, pide su traslado desde Soria a Andalucía para tratar de olvidar, de cicatrizar su herida, aunque se trajera a esa ciudad jiennense toda la fuerza castellana que iba a seguir representando, por extensión, la potencia de España, un país al que amaba y criticaba tanto. En Baeza va a permanecer Machado desde 1912 hasta 1919… Y ahí va a escribir lo mejor de toda su producción, que se incluye en aquel libro que solo una vez se tituló Campos de Castilla pero que para la legión inagotable de sus lectores sigue llamándose así 110 años después…
“Castilla miserable, ayer dominadora”
El libro, aunque no cancelara definitivamente la esencia simbolista que tanto caracteriza a su autor, tiene ya claramente una visión noventayochista, una mirada crítica sobre la España decadente de principios del siglo XX en contraposición con la grandeza de un imperio al que el poeta –como sus compañeros del 98- no es que quisiera volver por ansias imperialistas, sino por un afán regeneracionista que tanto tenía que ver con la política de Joaquín Costa y con la visión educativa de su maestro Francisco Giner de los Ríos, el fundador de la Institución Libre de Enseñanza en cuya Residencia iba a formarse la Generación del 27… “Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. / ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada / recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? / Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; / cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. / ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra / de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra”. El recuerdo de la grandeza pasada va agrietando, por contraste, la miseria del presente, imbuida por la postración de una población sin ambiciones en el espejo del anticlericalismo del autor: “La madre en otro tiempo fecunda en capitanes / madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes. / Castilla no es aquella tan generosa un día, / cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía, / ufano e su nueva fortuna y su opulencia, / a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; / o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, / pedía la conquista de los inmensos ríos / indianos a la corte, la madre de soldados, / guerreros y adalides que han de tornar, cargados / de plata y oro, a España, en regios galeones, / para la presa cuervos, para la lid leones. / Filósofos nutridos de sopa de convento / contemplan impasibles el amplio firmamento…”
A aquella visión crítica del español de entonces contribuyen, ya desde Baeza, los grandes poemas del libro, no solo aquel titulado “Del pasado efímero” en el que retrata a “este hombre del casino provinciano / que vio a Carancha recibir un día”, el que “tres veces heredó; tres veces ha perdido / al monte su caudal: dos ha enviudado” y “solo se anima ante el azar prohibido, / sobre el verde tapete reclinado, / o al evocar la tarde de un torero, / la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta / la hazaña de un gallardo bandolero, / o la proeza de un matón, sangrienta”, sino aquel otro que lleva por título “El mañana efímero” y que comienza tan célebremente: “La España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María, / de espíritu burlón y de alma quieta, / ha de tener su mármol y su día, / su infalible mañana y su poeta”.
Un poeta esperanzado
Incluso este último poema, que retrata tan ácidamente la España panderetera, termina con una característica muy machadiana a pesar de toda su melancolía de tardes polvorientas y eternas fuentes simbolizando el inexorable paso del tiempo: la esperanza. “Mas otra España nace, / la España del cincel y de la maza, / con esa eterna juventud que se hace / del pasado macizo de la raza. / Una España implacable y redentora, / España que alborea / con un hacha en la mano vengadora, / España de la rabia y de la idea”.
En rigor, esa esperanza machadiana se hace extensiva, a pesar de tantos pesares, a su propia vida personal, pues la regeneración del propio libro Campos de Castilla, a partir de aquella primera edición de 1912, comienza por los poemas conocidos como del “ciclo de Leonor”, desde la esperanza en la recuperación de su esposa hasta la esperanza en que la muerte no sea definitiva. En este sentido, el primer poema de ese ciclo aglutina algunos de las características más esenciales de la propia obra y de toda la poética machadiana. El poema dedicado al olmo seco enfrenta al hombre triste al ser vivo moribundo que es también el árbol, se recrea en el paisaje castellano, dilucida sobre el futuro del árbol caído y se esperanza gracias al milagro de “la rama verdecida”. “Mi corazón espera, / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”.
En ese ciclo de poemas que terminará con Machado viudo, la esperanza sigue latiendo cuando se acuerda de su difunta esposa, aunque tantas veces se tambalee por la contemplación de sí mismo: “¿No ves, Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos? / Mira el Moncayo azul y blanco; dame / tu mano y paseemos. / Por estos campos de la tierra mía, / bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, / triste, cansado, pensativo y viejo”. Otras veces, sin embargo, el mismo sueño es vehículo de esperanza cierta: “Soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda, / en medio del campo verde, / hacia el azul de las sierras, / hacia los montes azules, / una mañana serena. / Sentí tu mano en la mía, / tu mano de compañera, / tu voz de niña en mi oído / como una campana nueva, / como una campana virgen / de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, / en sueños, tan verdaderas!…”.
La esperanza machadiana transita hasta lo religioso, pues el Cristo en el que él quiere creer no se parece al de la tradición de su propia tierra –“el Cristo de los gitanos, / siempre con sangre en las manos, / siempre por desenclavar”-, sino al absolutamente vivo que anduvo en el mar: “¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!”.
Se hace camino al andar
El poeta previo al filosófico Juan de Mairena decide desde el principio incluir, crecientemente, “proverbios y cantares” en su Campos de Castilla. Ese carácter esperanzado que es un valor transversal en toda su poesía se hace más patente en algunas de estas composiciones, que lo convierten en poeta universal: “Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar”.
En esa línea sentenciosa que ya no abandonará jamás y que explotará en Nuevas canciones (1924), los proverbios lo revisten de sabiduría: “El que espera desespera, / dice la voz popular. / ¡Qué verdad tan verdadera! / La verdad es la que es, / y sigue siendo verdad / aunque se piense al revés”. El gusto por la síntesis lírica y la profundidad filosófica se irá abriendo camino sin cesar: “Anoche soñé que oía / a Dios, gritándome: ¡Alerta! / Luego era Dios quien dormía, / y yo gritaba: ¡Despierta!”. El poeta de estos proverbios es también el autor de las
parábolas en las que se desenvolvía como nadie por lo que contenían de lirismo, de narración, de fábula, de profundidad bíblica, de metáfora vital y hasta española, de canto a la esperanza que nunca ha de perderse, ni siquiera 110 años después: “Era un niño que soñaba / un caballo de cartón. / Abrió los ojos el niño / y el caballito no vio. / Con un caballito blanco / el niño volvió a soñar; / y por la crin lo cogía… ¡Ahora no te escaparás! / Apenas lo hubo cogido, / el niño se despertó. / Tenía el puño cerrado. / ¡El caballito voló! / Quedóse el niño muy serio / pensando que no es verdad / un caballito soñado. / Y ya no volvió a soñar. / Pero el niño se hizo mozo / y el mozo tuvo un amor, / y a su amada le decía: / ¿Tú eres de verdad o no? / Cuando el mozo se hizo viejo / pensaba: todo es soñar, / el caballito soñado / y el caballo de verdad. / Y cuando vino la muerte, / el viejo a su corazón / preguntaba: ¿Tú eres sueño? / ¡Quién sabe si despertó!”. Pues eso: quién sabe.
Imagen de portada: Antonio Machado
FUENTE RESPONSABLE: El Correo de Andalucía; Sevilla, España. Por Álvaro Romero. 28 de agosto 2022.
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Jueves en Zenda. Jueves de poesía. Jueves, en este caso, de Mundo, el último poemario de la autora portuguesa Ana Luísa Amaral (Lisboa, 1956 – Leça de Palmeira, 2022), publicado apenas unos meses antes de su fallecimiento, el 5 de agosto de este mismo año. En España, la obra ha sido editada por Sexto Pisocon traducción de Paula Abramo, quien ya se había encargado de traerla por primera vez a los escaparates del mundo hispano de la mano de su exitosoWhat’s in a Name, un libro que le valió reconocimientos en nuestro país como el Premio del Gremio de Libreros de Madrid al Mejor Libro de Poesía en 2020 o, más recientemente, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2021. Mundo queda vigente a la manera de un poderoso testimonio lírico de lo que existe: a través de su mirada profunda y empática, Amaral ofrece en las páginas de este poemario una ligazón íntima con lo vivo, con una idea de movimiento auto celebrada desde la serenidad.
La propia editorial apunta, acerca del libro: «Los poemas de Mundo, el libro más reciente de Ana Luísa Amaral, convierten lo cotidiano en universal y nos adentran en los aspectos más pequeños y humildes de esta Tierra: una abeja, un ciempiés, un cigarrillo, una aguja, un caballo… Y en ese universo de lo ínfimo, un manto de magia lo cubre todo: las mesas hablan, los insectos tienen una vida interior tan compleja como la humana, los libros clásicos conversan entre sí, la historia universal es solo una nube que se desvanece. Pero en ese mundo mágico —el nuestro— también hay injusticias y dolor, y Amaral no es indiferente a ello. Habla, con delicadeza y gran respeto, de los desposeídos, de la esclavitud moderna, de la discriminación por nuestro color de piel, de nuestra indiferencia ante la miseria que nos destruye a todos. Con la fuerza de quien sabe que las palabras tienen el poder de crear y modificar el mundo, los poemas de este libro siembran en nosotros, con cada sílaba, la semilla de un bosque indestructible de esperanza y lucidez«.
Se ha publicado una versión totalmente nueva de Jacinto, una obra esencial de la literatura española de los últimos cuarenta años, una obra enciclopédica de cerca de setecientas páginas, que ya había venido siendo publicada desde 1983 hasta 2002 y, ahora, con esta versión última, alcanza un corolario definitivo.
Los cambios realizados permiten una rebaja en el grado de dificultad comprensiva, eliminando también redundancias y procurando una mayor coherencia así como la introducción de matices o clarificaciones. En ella el escritor Rafael Ballesteros aborda su visión del mundo, la metafísica del vivir, la esencia de lo que somos y buscamos, nuestra identidad como seres humanos en medio de la vorágine y el ensalzamiento vital, a través del alter ego Jacinto y el coro de personajes con los que crea la alegoría de la existencia (el poeta y matemático Omar Kayyam, Fernando de Rojas, Zacarías, don Rodrigo, el mentor…), el reclamo de la verdad y la razón de ser, “el ahí de ser en el mundo”, el dasein, en el sentido más heideggeriano. Como veía Rosa Romojaro, Jacinto enlaza con la Divina Comedia o el Paraíso perdido, y, al mismo tiempo, en palabras de José María Balcells con la heterodoxia del gongorismo y el postismo.
Pero Jacinto, sobre todo, es una obra total. En ella está el Rafael Ballesteros narrador, dramaturgo, poeta y ensayista; el Rafael Ballesteros también filósofo, un hombre de pensamiento que bucea en él y continuamente se está preguntando por las claves del vivir, del ser, del existir. El concepto de totalidad aplicado a una obra remite al escritor y filósofo alemán K. F. E. Trahndorff en un ensayo de 1827 donde abordaba el concepto de obra de arte total al combinar diversas disciplinas y/o géneros. Jacinto reúne el teatro (los elementos dialógicos son permanentes), la lírica (toda la obra es un gran canto, un enorme poema), lo narrativo (por cuanto a través de su lectura existen elementos esenciales de una historia personal, la de Jacinto, que ha de enfrentarse alegóricamente a un juicio –a través del modelo de autor sacramental- ante cuatro sanedrines que darán un veredicto) y desde luego lo filosófico a través de las reflexiones que nos llegan del poeta y matemático Omar Kayyan (sobre todo en la primera parte) y de Fernando de Rojas (en la segunda), de quien se considera Jacinto discípulo.
En las primeras páginas el mentor le dice que ha llegado al pórtico donde está la noche y la muerte, pero desde el principio Jacinto muestra que “nadie tiene voluntad/ más cierta que yo”. Y esa voluntad es la que lo hace preguntarse continuamente por el conocimiento de sí, por el sentido de la existencia, el concepto de lo humano, el sentido de las palabras, la relación entre eros y tánatos: “¿Qué cosa es la verdad? (…) ¿Cómo en sí mismo el hombre/ contiene su sentido?”. Pero también el amor como centro de la existencia, la medida del mundo. Jacinto es definido como un jovenzuelo, un rapaz, que “copa la realidad y la/ palabra que cubre la realidad, la templa/ con la luz de los arbitrios, la dobla por la/ mitad o parte pequeña o grande”. Necesita el saber, el conocimiento, y ordena su pensamiento (“para/ del pensamiento sacar el/ pensamiento”), aunque Kayyam le dice que lo detenga y que haga “entendimiento en la razón”. Pero “desconoce, todavía, las/ intrigas del mundo: las pestilencias/ del dolor”. En sus diálogos va profundizando en la razón del ser humano: “El hombre/ es más, y extiende con el placer también/ su pensamiento como una fuente que/ el viento mueve, esparce y desordena”.
Pero, como muy bien dice Julio Neira en la introducción, estamos una poesía inmersa en el humanismo solidario: “La suya es una moral laica, propia del humanismo solidario pero materialista y exclusivamente terrena, una ética cívica que no concede ninguna opción a creencias sobrenaturales, que no participa de la fe en una existencia ultraterrena”. Y así lo entendemos también. En ese recorrido por la esencia del ser humano, que conecta con todo ese mundo europeo en que surgió el humanismo con gran fortaleza, Jacinto sabe perfectamente que el ser humano en sí, por sí, solipsista mente tendría poco sentido sin la parte social, sin el elemento que nos une, sin el concepto nuestro. Machado dirá: “Mi sentimiento no es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien NUESTRO”. El sentimiento del poeta no es un estado de ánimo personal sino colectivo. El placer o el dolor que posee ante su visión del mundo y la realidad que hay en su entorno el poeta lo posee tanto en cuanto forma parte de una comunidad, de una sociedad, de una humanidad: es un sentimiento NUESTRO. Así dirá también Rafael Ballesteros: “¡La fama, el honor, la honra se da a uno, siendo el hombre/ cuando es sí, su colectivo! (…)// ¿Qué importa lo anecdotario, lo tuyo,/ el accidente, lo mío/ lo momentáneo, lo suyo,/ frente a lo humano, lo nuestro,/ lo plural, lo colectivo?”
Una obra de enorme calidad y hondura de pensamiento que nos ofrece una nueva percepción del sujeto y su relación con el mundo según un emotivismo ético de raigambre trascendente.
Imagen de portada: “Jacinto”
FUENTE RESPONSABLE: Todo Literatura. Por Francisco Morales Loma. 16 de julio 2022.
Sociedad y Cultura/Literatura/Poemario/Poesía/Crítica literaria/ Jacinto/Rafael Ballesteros/Lírica.
Escrito entre 1929 y 1930, y publicado por primera vez en 1940, Poeta en Nueva York es una de las obras clave de la producción poética de Federico García Lorca y una de las más importantes de la lírica del siglo XX. Esta edición ofrece un acercamiento hasta ahora inédito a la misma, ya que recoge la labor de reflexión y creación que ha llevado a Josué Bonnín de Góngora a poner música a sus poemas.
Zenda publica una introducción al libro del propio Bonnín de Góngora.
Las razones o motivos —en ocasiones sinónimas— que como compositor me han llevado a escribir toda la música del inmortal Poeta en Nueva York de Federico García Lorca han sido de muy diferente índole. Diríase que este poemario es, desde el punto de vista del compositor, el más complejo y completo de su autor.
La cantidad de imágenes que contiene constituyen en sí un universo entero que debía ser explorado, y así habité este poemario durante tres largos años, buscando, meditando y trasladándolo posteriormente a Música (no se trata de un mero acompañamiento sino es en sí un poema sinfónico para piano), redescubriendo lo poliédrico que sus versos hieren, señalan y matizan: sus poemas abrazan todo el espectro del sentir humano, tanto desde el punto de vista del amor, como del desengaño, el crucial aspecto social y la relación existencial del hombre que se pierde a sí mismo para encontrarse mediante el camino Iniciático del verso.
Dejando a un lado la construcción —o deconstrucción— de una sociedad según parámetros ideológicos que ya no existen y que obedecían a directrices de una dinámica social que no resistía el diminuto banquete de la araña, no obstante, la relación más profunda del hombre con el hombre y la introspección lorquiana convierten lo más mundano en universal merced al ámbito del sentimiento más puro de amor por la Humanidad, más allá de valores éticos y estéticos en el que el propio poeta se ofrece al sacrificio —en sentido latréutico— para la redención del ser humano mediante el amor.
Así, su inicio, cual Virgilio en la selva oscura, comienza con una falta de identidad, de un no reconocimiento de su propio yo lírico y espiritual, que el espejo de la sociedad no refleja por estar en la sombra donde las palomas chapotean las aguas podridas… alba no. Fábula inerte. Así, su final ya florido en el espíritu de lo más humano, dejando —no sin admiración— la lejanía del perfil de Nueva York en su horizonte.
La obra en su conjunto está concebida como un ciclo de Lieder que empieza en un Re menor que duda de sí mismo y acaba en un Re mayor absolutamente festivo y sin mácula de cualquier modo menor.
No obstante, a lo largo de la misma coexisten un crisol de tonalidades —e incluso disolución de la misma— que conforman el paisaje lírico inspirado por cada poema, sin perder nunca de vista la globalidad expresiva del poemario.
PEQUEÑO VALS VIENÉS
En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.
Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.
En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del «Te quiero siempre».
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orillas tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.
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Autores: Federico García Lorca y Josué Bonnín de Góngora. Ilustrador: José Manuel Ciria. Título: Poeta en Nueva York. Editorial: Akal.
Imagen de portada: Gentileza de Zenda. Autores,libros y compañía.
FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Autores, libros y compañía. Arturo Perez Reverte. Febrero 2022.