En este libro la escritora francesa narra una experiencia personal: el profundo horror y el dolor de un aborto clandestino, además del desamparo y la discriminación de una sociedad que le devuelve la espalda.
En octubre de 1963, cuando Annie Ernauxse halla en Ruan estudiando filología, descubre que está embarazada. Desde el primer momento no le cabe la menor duda de que no quiere tener esa criatura no deseada. En una sociedad en la que se penaliza el aborto con prisión y multa, se encuentra sola; hasta su pareja se desentiende del asunto.
Después de pasar por varios médicos que cierran los ojos ante su problema, y de intentar pedir ayuda entre sus conocidos y amigos, consigue que una mujer que ha pasado por la misma situación le dé una dirección y le preste la enorme suma de dinero que necesitará.
Además de desamparo y la discriminación por parte de una sociedad que le devuelve la espalda, queda la lucha frente al profundo horror y el dolor de un aborto clandestino. Así presenta Tusquets el último libro de la flamante ganadora del Premio Nobel de Literatura 2022 publicado en la Argentina en 2020, del que se lee su primer capítulo a continuación.
El resto de la obra de la autora francesa en ese sello se encuentra actualmente en formato e-book, pero el grupo Planeta anunció que Pura pasión, La verdad y La vergüenza se encontrarán próximamente en librerías.
“Me bajé en Barbès. Como la última vez, un grupo de hombres esperaba en el andén del metro aéreo. La gente avanzaba por la estación con bolsas de color rosa de los grandes almacenes Tati. Salí al Boulevard Magenta. Reconocí los almacenes Billy, con los anoraks expuestos en la calle. Una mujer avanzaba hacia mí con sus robustas piernas cubiertas con unas medias negras de grandes dibujos.
La Rue Ambroise-Paré estaba casi desierta hasta las inmediaciones del hospital. Recorrí el largo pasillo abovedado del pabellón Elisa. La primera vez no me había fijado en el quiosco de música que había en el patio que se extendía al otro lado del pasillo acristalado. Me pregunté cómo vería todo aquello después, al irme. Empujé la puerta quince y subí los dos pisos. Entregué mi número en la recepción del servicio de medicina preventiva. La mujer buscó en un fichero y sacó un sobre de papel Kraft que contenía unos papeles. Tendí la mano para alcanzarlo, pero no me lo dio. Lo puso encima de la mesa y me dijo que me sentara, que ya me llamarían.
La sala de espera consistía en dos compartimentos contiguos. Elegí el más cercano a la puerta de la consulta del médico, que era también donde más gente había. Empecé a corregir los exámenes que me había llevado conmigo. Justo después de mí, llegó una chica muy joven, rubia y con el pelo largo. Entregó su número. Comprobé que a ella tampoco le daban el sobre y que también le decían que ya la llamarían.
Cuando entré en la sala, ya había tres personas esperando: un hombre de unos treinta años, vestido a la última moda y con una ligera calvicie; un joven negro con un walkman, y un hombre de unos cincuenta años con el rostro marcado, hundido en su asiento. Después de la chica rubia, llegó un cuarto hombre que se sentó con determinación y sacó un libro de su cartera. Después una pareja: ella con mallas y tripa de embarazada; y él, con traje y corbata.
Encima de la mesa no había una sola revista, solo prospectos sobre la necesidad de comer productos lácteos y sobre «cómo vivir siendo seropositivo». La mujer de la pareja hablaba con su compañero, se levantaba, le rodeaba con los brazos, le acariciaba. La chica rubia sostenía la cazadora de cuero doblada sobre las rodillas. Mantenía los ojos bajos, casi cerrados; parecía petrificada. A sus pies había dejado una gran bolsa de viaje y una mochila pequeña. Me pregunté si tendría más razones que los demás para estar asustada.
Quizá viniera a buscar el resultado de la prueba antes de irse de fin de semana o de volver a casa de sus padres, fuera de la capital. La doctora salió de la consulta. Era una mujer joven y delgada, petulante, con una falda rosa y medias negras. Dijo un número. Nadie se movió. Correspondía a alguien del compartimento de al lado, un chico que pasó rápidamente. Solo vi sus gafas y su cola de caballo.
Llamaron al joven negro y después a otras personas del compartimento de al lado. Nadie hablaba ni se movía, salvo la mujer embarazada. Solo alzábamos los ojos cuando la doctora aparecía en la puerta de la consulta o cuando alguien salía de ella. Le seguíamos con la mirada.
El teléfono sonó varias veces: era gente que pedía hora o información sobre los horarios. En una ocasión, la recepcionista fue a buscar a un biólogo para que hablara con la persona que llamaba. El hombre se puso al teléfono y dijo: «No, la cantidad es normal, completamente normal». Las palabras resonaban en el silencio. La persona al otro lado del teléfono debía de ser seropositiva.
Había acabado de corregir los exámenes. Me venía una y otra vez a la cabeza la misma escena borrosa de aquel sábado y de aquel domingo de julio: los movimientos del amor, la eyaculación. Debido a esa escena, olvidada durante meses, me encontraba ahora ahí. El abrazo y los movimientos de los cuerpos desnudos me parecían una danza mortal. Era como si aquel hombre, a quien había aceptado volver a ver con desgana, hubiera vuelto de Italia solo para contagiarme el sida. Sin embargo, no conseguía establecer una relación entre aquello (los gestos, la tibieza de la piel y del esperma) y el hecho de encontrarme en ese lugar. Nunca pensé que el sexo pudiera tener relación con nada.
La doctora dijo mi número en voz alta. Antes incluso de que yo entrara en la consulta me dirigió una gran sonrisa. Lo interpreté como una buena señal. Al cerrar la puerta me dijo enseguida: «Ha dado negativo». Me eché a reír. Lo que dijo durante el resto de la entrevista ya no me interesó. Tenía una expresión feliz y cómplice.
Bajé la escalera a toda velocidad y rehice el trayecto en sentido inverso sin fijarme en nada. Me dije que, una vez más, estaba a salvo. Me hubiera gustado saber si la chica rubia también lo estaba. En la estación de Barbès, la gente se amontonaba a ambos lados de la vía. Aquí y allá se veía el color rosa de las bolsas de Tati.
Me di cuenta de que había vivido ese momento en el hospital Lariboisière de la misma forma que en 1963 había esperado el veredicto del doctor N.: inmersa en el mismo horror y en la misma incredulidad. Mi vida, pues, ocurre entre el método Ogino y el preservativo a un franco de las máquinas expendedoras. Es una buena manera de medirla, más segura incluso que otras.
Imagen de portada: Annie Ernaux y «El acontecimiento», la novela autobiográfica sobre el aborto, último título de la escritora en español que se consigue en el país.
FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Por Julie Debadelha. 6 de octubre 2022.
Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Premio Nobel de Literatura.
Gabriel García Márquez llegó a México en 1961 decidido a triunfar en el cine como guionista, pero el éxito de Cien años de soledad en 1967 le mostró su destino. Con autorización de la editorial El Equilibrista, reproducimos este fragmento de Gabriel García Márquez. Vida, magia y obra de un escritor global, del historiador Álvaro Santana Acuña, libro revelador que, a partir del archivo personal del Nobel, reconstruye la vida y obra del narrador, con documentos e imágenes raros e inéditos.
El gran Boom de la novela latinoamericana
vino cuando logramos conquistar nuestros
propios lectores en nuestros propios países.
García Márquez.
Con las maletas llenas de ilusiones y su hijo de dos años, Gabo y Mercedes entraron en un país desconocido donde eran de nuevo inmigrantes. La capital, Ciudad de México, era su nueva casa y también la de casi cinco millones de personas. Esta metrópolis milenaria vivía una rápida modernización económica que además hizo florecer su industria cultural. El cine en especial disfrutaba desde hacía veinte años de su “Época de oro”, con películas famosas protagonizadas por Pedro Infante, María Félix, Jorge Negrete, Dolores del Río y Cantinflas, entre otros rostros inolvidables que viajaron por las pantallas de América Latina y España.
García Márquez desembarcó en Ciudad de México buscando El Dorado del cine mexicano. Lo que no sabía es que la ciudad iba a transformarse pronto, al igual que Buenos Aires y Barcelona, en una de las capitales de la “Nueva Novela Latinoamericana”. Este movimiento literario alcanzó un éxito internacional tan repentino y vertiginoso que se empezó a hablar de un Boom de la literatura latinoamericana. Al principio, García Márquez fue tan sólo un testigo accidental del Boom, pero en pocos años se convertiría en uno de sus escritores más conocidos gracias al éxito de Cien años de soledad. Sin embargo, a fines de junio de 1961, cuando llegó con su familia a Ciudad de México, él no podía imaginarse que una novela suya alcanzara la fama.
Los recién llegados fueron recibidos por el amigo incondicional y poeta colombiano Álvaro Mutis, que residía en la capital desde 1956. Fue Mutis quien iba presentando a su amigo a importantes artistas mexicanos. A Gabo no le tomó mucho tiempo demostrar su talento literario e impresionar a sus nuevos colegas y lectores. A los pocos días de llegar, se enteró de que su admirado Ernest Hemingway acababa de morir y decidió homenajearlo escribiendo el artículo “Un hombre ha muerto de muerte natural”, que apareció en el conocido suplemento México en la cultura. El título de su homenaje resultó ser una paradoja porque, en aquel momento, no se dijo que Hemingway se había pegado un tiro con su escopeta favorita. La buena acogida que tuvo su artículo le permitió ir conociendo a “la crema de la intelectualidad”, como Gabo le dijo a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza. Pero, como le escribió a otro amigo, Álvaro Cepeda Samudio, no había emigrado a Ciudad de México para escribir sólo literatura, ni mucho menos hacer periodismo, sino que soñaba con trabajar en la poderosa industria del cine mexicano. Aunque le empezaron a pasar cosas que revolvieron sus planes.
Al ir descubriendo su nuevo país, Gabo se encontró con una cultura ancestral que le regalaba inspiración para sus historias. En una carta a Plinio de agosto de 1961, le comentó que durante una visita en un pueblo de Michoacán había visto “a los indios tejiendo ángeles de paja, a los cuales les ponen zapatos y vestidos de la región”. Allí mismo, explicó, se le había ocurrido la idea para escribir “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, un cuento en el que las gentes de una aldea visitan maravillados a un ser alado de avanzada edad. Gabo añadió en su carta, “tengo las baterías cargadas para lanzarme a mi viejo proyecto del libro de cuentos fantásticos” que ocurren en un pueblo pobre donde las alfombras vuelan.
Gracias a estos descubrimientos, Gabo empezó a sentir que los sucesos de la vida cotidiana mexicana que presenciaba, donde lo mágico y lo real se mezclaban de maneras que jamás había visto, le estaban animando a retomar el proyecto del que nacieron muchas ideas, historias y personajes para su novela Cien años de soledad y el libro de cuentos La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Gabo no era el único que había sentido la llamada inspiradora del realismo mágico mexicano. Le ocurrió a Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo, a quien Gabo conoció en esos años y que tanto le influyó en sus obras futuras. Algo similar le pasó al fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo y al director hispano-mexicano Luis Buñuel, con quien García Márquez iba a realizar proyectos cinematográficos.
Al principio Gabo no lo tuvo fácil para entrar en el mundo del cine mexicano y menos siendo un inmigrante sin papeles. Primero, tenía que encontrar un empleador que patrocinase su visado de trabajo. Esa oportunidad le llegó gracias al productor Gustavo Alatriste. Aunque él no quería a Gabo para el cine sino para dirigir dos revistas que acababa de comprar, Sucesos para Todos y La Familia. Gabo sería el responsable de modernizar y aumentar las ventas de ambas. Su sueño de hacer cine hubo de esperar.
Sucesos para Todos, con una tirada semanal superior a los cincuenta mil ejemplares, destacaba entre las revistas más vendidas de México. En aquellos tiempos, aún era caro tener una radio o un televisor en casa, mientras que el ejemplar de una revista lo leían varias personas. Por eso, Sucesos para Todos estaba también entre las más leídas del país. Diseñada para llegar a la mayor cantidad de público posible, la revista ofrecía imágenes llamativas y textos curiosos de lectura fácil sobre noticias de actualidad. Además Gabo le añadió contenidos sobre arte y literatura, publicando durante varios meses una selección de historias de Las mil y una noches, el clásico de la literatura árabe que tanto influyó sobre Cien años de soledad.
La otra revista que Gabo dirigía, La Familia, estaba pensada para las amas de casa de clase media. En sus páginas, él puso la sección “Literatura Sentimental”, que aparecía entre recetas de cocina, patrones de punto para coser y anuncios de milagrosos electrodomésticos. Bajo su dirección, esta revista creció también y hasta publicó fuera de México una edición internacional destinada al mercado latinoamericano.
García Márquez decía que su trabajo era fácil, le dejaba tiempo para escribir y ganaba un buen sueldo. Tras años de penalidades y privaciones, ahora estaba viviendo una vida burguesa y de comodidades. Además, su familia creció en 1962 con la llegada del segundo hijo: Gonzalo. Pero el Gabo creador no estaba contento. Su puesto le parecía la clase más baja de periodismo que había hecho. Por esa razón pidió que no apareciese su nombre en ninguna de las revistas, a pesar de que supervisaba todo, desde la creación de contenidos hasta la revisión de los ejemplares recién salidos de la imprenta. Sin embargo, su actividad en esas revistas acabó siendo una experiencia profesional importantísima, porque, al estar obligado a subir las ventas, tuvo que entender los gustos culturales de sus lectores: las clases medias urbanas de México y América Latina. Estos lectores iban a convertirse en los principales compradores de las novelas del Boom latinoamericano en esos años. Lo que Gabo aprendió en Sucesos para Todos y La Familia le sirvió para llegarle a este público lector que devoró Cien años de soledad.
Gabriel García Márquez en un cameo de En este pueblo no hay ladrones, acompañado del actor Julián Pastor. Editorial El Equilibrista.
Gracias a su buena labor con las revistas, García Márquez se ganó la confianza del jefe Alatriste, quien ya pensaba en él para proyectos mayores. Su jefe era un exitoso productor de cine. Él había financiado dos películas de Buñuel, Viridiana y El ángel exterminador, que recibieron varios premios en el Festival de Cine de Cannes en 1961 y 1962, y que también se ganaron el entusiasmo de los críticos y el favor del público. En 1963, Alatriste le dijo a Gabo que dejase la dirección de las revistas y le ofreció el trabajo de sus sueños: escribir a tiempo completo guiones de cine. Gabo rebosaba de felicidad. Al fin, tras años de sacrificio, había cumplido su deseo de ser “escritor profesional”, como le dijo a un amigo. A otro le comentó, “Todo va muy bien. Vivo exclusivamente de mi sueño dorado: escribo para el cine”. Fue entonces cuando empezó a colaborar en los guiones con una persona que resultó clave en su carrera: el escritor mexicano Carlos Fuentes.
Gabo y Fuentes se habían conocido años antes, cuando el mexicano le invitó a participar en las actividades de “La Mafia”. Con este nombre cariñoso se hacía llamar un grupo de artistas residentes en Ciudad de México. Además de Fuentes, el líder, a “La Mafia” pertenecían los escritores José Emilio Pacheco, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, Emilio García Riera, Elena Garro, los directores Buñuel, Arturo Ripstein y Alberto Isaac, la actriz Rita Macedo y el crítico literario Emmanuel Carballo. El grupo solía celebrar fiestas para agasajar a visitantes extranjeros, como el actor estadounidense John Gavin, la artista británica Leonora Carrington y el escritor cubano Alejo Carpentier.
Unirse a “La Mafia” marcó un antes y después en la vida profesional de Gabo, quien pudo conversar a menudo con personas influyentes del mundo de la cultura. Él les habló de sus novelas pasadas, presentes y futuras, mientras que sus colegas le dijeron algo que presentían: era el momento de las artes latinoamericanas, en especial de la literatura.
Varios de los colegas “mafiosos” ayudaron a García Márquez con su amistad, su dinero y sus ideas durante la escritura de Cien años de soledad. Fuentes estuvo entre ellos. Su amistad se forjó gracias a largas horas dialogando sobre literatura mientras adaptaban al cine El gallo de oro de Rulfo y también un guion original de Gabo titulado El charro, que iba a ser como una película del Viejo Oeste ambientada en México. Además, gracias al cine, Gabo hizo dos amistades para toda la vida, el director Jomí García Ascot y la actriz María Luisa Elío, creadores de una película que le marcó, En el balcón vacío, sobre una mujer adulta que recuerda con nostalgia un triste episodio de su infancia.
El viento del cine soplaba tan a su favor que García Márquez se veía incluso trabajando en Hollywood, como le dijo a un amigo. Pero de repente el viento cambió de dirección y le paró en seco. Alatriste le informó de que no le iba a pagar más por sus guiones porque tenía problemas para financiar sus películas. Sólo se comprometió con Gabo a mantenerle el visado de trabajo. Volver a la dirección de las revistas tampoco era posible, así que tenía que buscarse otro empleo. Lo mejor que encontró, un García Márquez triste y desorientado que soñaba con Hollywood, fue un puesto de ocho de la mañana a cinco de la tarde en una agencia de publicidad. No era un mal trabajo, aunque Gabo creía que le alejaba de su meta de ser escritor profesional. En realidad, él no era (ni iba a ser) el único escritor latinoamericano que encontró un salvavidas temporal en la publicidad. Por ejemplo, Rulfo y Carpentier sobrevivieron también con encargos publicitarios.
Como le ocurrió con las revistas, García Márquez no estaba orgulloso de ser publicista, pero a la larga, ese nuevo trabajo le iba a recompensar con beneficios creativos inesperados. Gracias a la publicidad, aprendió estrategias de marketing novedosas, que luego usó para promocionar sus obras literarias y así llegar a públicos más grandes. Al igual que en las revistas, nunca firmó con su nombre el trabajo como publicista, con lo que es difícil seguirle el rastro. Uno de sus textos publicitarios, encargado por una compañía química, se llama 5000 años de Celanese Mexicana. En sus páginas, la mezcla de técnicas publicitarias y literarias se vuelve una sola cosa. Y tanto el título como el estilo narrativo de este texto sin su firma se parecen al título y la prosa de Cien años de soledad.
El poeta Jomí García Ascot junto a Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, circa 1967, fotografiados por María Luisa Elío, esposa de García Ascot. Editorial El Equilibrista .
El Gabo publicista no renunciaba a hacer cine y, para lograrlo, contactó al famoso productor mexicano Manuel Barbachano. Desde entonces y durante más de un año, Gabo fue publicista de día y guionista freelance por las tardes y noches después del trabajo. Su esfuerzo obtuvo recompensa. En 1965, se estrenó En este pueblo no hay ladrones, que era la adaptación cinematográfica de un cuento suyo sobre un robo en un pueblo del que acusan falsamente a un hombre. En la película actúa el propio García Márquez, que es el cobrador en la entrada de la sala de cine. También participan varios de sus amigos de “La Mafia”: Buñuel hace de cura dando un sermón y Carrington está entre quienes le escuchan, Rulfo y Carlos Monsiváis juegan al dominó, Luis Vicens es el propietario de un salón, García Riera es experto en billar…
En esa época, Gabo además estaba desarrollando, con ayuda de un guionista de Buñuel, Luis Alcoriza, una idea suya para una película: Presagio. En ella se cuenta la historia de un pueblo recóndito donde una partera tiene la premonición de que algo terrible va a suceder. Y el guion de El charro, el gran proyecto cinematográfico de Gabo, se transformó en Tiempo de morir. En la película, el protagonista, Juan Sáyago, regresa tras dieciocho años en la cárcel a su pueblo, donde los hijos del hombre que mató lo esperan para vengarse y asesinarlo. Esta película fue además el primer proyecto de Gabo con el director mexicano Arturo Ripstein, quien años más tarde filmó una adaptación de El coronel no tiene quien le escriba.
Tiempo de morir se rodó en junio de 1965, cuando el sueño del cine volvía a cobrar fuerza para García Márquez. Una foto tomada en Acapulco ese verano lo muestra rodeado de un grupo selecto de gentes del cine. Le acompañaban críticos, directores, actores, productores y guionistas, como Isaac, Buñuel, Alcoriza y Ripstein. Gabo lo tenía claro. Su futuro estaba en el cine. La literatura era el pasado. Como le confesó a un amigo, “imagínate que ahora estoy cobrando diez mil pesos por revisar un guion. Y pensar que he perdido tanto tiempo de mi vida escribiendo cuentos y reportajes. Además, todo en literatura parece estar ya escrito”. Y entonces Gabo sentenció, “la literatura es fabulosa para disfrutar como lector… no como escritor”.
Pero cuando parecía que la carrera de García Márquez iba a estar en el cine y que la literatura lo perdería para siempre pasó un hecho extraordinario: se desató la tormenta del Boom latinoamericano. Alrededor de 1962 había empezado una fina lluvia de novelas escritas por autores de varias generaciones: la de Carpentier y Miguel Ángel Asturias, la de Mario Benedetti y Ernesto Sábato y la de José Donoso y Fuentes. Libros casi ignorados durante años, como Ficciones de Jorge Luis Borges y Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, se convirtieron en superventas del momento. Asimismo triunfaban los libros nuevos, como La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, Bomarzo de Manuel Mujica Láinez, Rayuela de Julio Cortázar y El astillero de Juan Carlos Onetti.
A su alrededor, Gabo escuchaba con asombro las noticias sobre el éxito comercial de sus amigos escritores. Pronto, la lluvia del Boom empezó a mojarle. Los editores buscaban publicar literatura de América Latina y, por primera vez en su carrera, a Gabo se le acumulaban las oportunidades para reimprimir sus obras anteriores, tan poco exitosas hasta entonces. En 1961, tras casi cuatro años de espera, la editorial colombiana Aguirre publicó la primera edición de El coronel no tiene quien le escriba. En 1962, la Universidad Veracruzana de México lanzó Los funerales de la Mamá Grande, su primer libro de cuentos. Ese mismo año, su novela La mala hora ganó el Premio ESSO a la mejor novela colombiana, recibiendo la suma de tres mil dólares y la publicación de la obra en España. En 1963, la editorial mexicana Era imprimió una nueva edición de El coronel no tiene quien le escriba. Ese año Gabo firmó el contrato para sacar esta novela con René Julliard, una pequeña pero prestigiosa editorial francesa que publicaba escritores vanguardistas como Louis Aragon, Italo Calvino y Vladimir Nabokov. Ese fue su primer libro traducido.
El matrimonio García Barcha bailando en Puerto Colombia, 1971. Armando Matiz/ Tomada del libro Gabo periodista, de Gabriel García Márquez (FNPI, 2012). Agradecemos a editorial El Equilibrista.
Pero publicar más no significaba ser más conocido. Antes de Cien años de soledad, las obras de García Márquez sólo eran bien recibidas por pequeños círculos de escritores, críticos y lectores en México y Colombia. Sus libros los habían sacado editoriales locales que le ofrecían contratos plagados de condiciones abusivas. Las tiradas eran pequeñas y rara vez pasaban de los dos mil ejemplares. Además, la distribución era lenta y local. Por ejemplo, tuvieron que pasar dos años para que copias de la edición mexicana de El coronel no tiene quien le escriba se pusieran a la venta en las librerías de Uruguay. A menudo el método más rápido para que sus libros cruzasen fronteras era que el propio Gabo los regalase a amigos.
La mejor noticia posible para vender muchas copias era recibir un premio y crear un escándalo. Esto le pasó a La mala hora tras ganar el Premio ESSO. La novela se imprimió en Madrid, donde un corrector de estilo modificó sin permiso el español colombiano de García Márquez para que los lectores la leyesen como si estuviera escrita en español de España. El escritor se quejó con contundencia y la polémica llegó hasta los medios de comunicación españoles. El periódico ABC informó que la editorial admitió el error y ofreció al autor retirar la edición e imprimir una nueva con el texto original. Por su parte, la oficina de censura del gobierno español dijo que no tuvo nada ver con la manipulación del texto.
Al final, García Márquez hizo una declaración pública con un tono pacificador, diciendo que confiaba en que “en el futuro todos los escritores latinoamericanos seremos tratados como mayores de edad por los editores españoles”. Gabo se quejaba con razón porque entonces era una práctica común que los manuscritos de los autores latinoamericanos fuesen sometidos a la censura lingüística. Le sucedió a Carpentier, Fuentes, Vargas Llosa, Donoso, Cortázar, Guillermo Cabrera Infante y otros escritores menos y más conocidos del Boom. Pero casi todos estaban dispuestos a correr ese riesgo, porque publicar su libro en España —el centro de la industria del libro en español— era un gran paso adelante para muchos latinoamericanos que aspiraban a ser escritores profesionales.
En 1964, la llovizna del Boom se había transformado en un diluvio de obras nuevas y nuevos nombres que recibían el apoyo firme de grandes editoriales como Knopf en Estados Unidos, Gallimard en Francia, Feltrinelli en Italia y Seix Barral en España. Los críticos también saludaban las novelas latinoamericanas desde las páginas de Le Monde en Francia, The Times Literary Supplement en el Reino Unido y Life Magazine en Estados Unidos. Pero sobre todo fueron las editoriales y la crítica latinoamericanas las que más acercaron al público a los escritores latinoamericanos, que ahora aparecían en la portada de revistas y periódicos como las grandes estrellas del momento y, en las páginas interiores, se elogiaban sus obras como lo mejor que se había publicado en la región. Así lo hicieron las revistas Mito en Colombia, Primera Plana en Argentina, La Cultura en México, Marcha en Uruguay, Papel Literario en Venezuela, Casa de las Américas en Cuba, Amaru en Perú, Ercilla en Chile y, sobre todo, Mundo Nuevo en París. Incluso se rumoreaba que Borges iba a ganar el Premio Nobel de Literatura en cualquier momento, mientras él, cada vez más ciego, se paseaba por el mundo recogiendo premios, dando entrevistas, abarrotando salas con sus conferencias y vendiendo miles de ejemplares de sus libros. Algo había cambiado: los lectores latinoamericanos estaban descubriendo a sus propios autores.
García Márquez, maravillado, supo de la realidad triunfante de la literatura latinoamericana gracias a las conversaciones con sus amigos de “La Mafia”, en especial con Fuentes. En 1964, él publicó un ensayo destinado a hacer historia: “La nueva novela latinoamericana”. Con ese nombre, fue el primero en bautizar a este movimiento literario y celebró que las novelas de Carpentier, Cortázar y Vargas Llosa estaban cambiando el rumbo de la literatura de la región. El mismo Fuentes sabía de lo que estaba escribiendo, porque ya era un escritor famoso cuyos libros se vendían en una docena de países. Pronto, su ensayo se convirtió en un manifiesto artístico, leído, compartido y apoyado por otros autores y críticos como el uruguayo Ángel Rama que ese mismo año publicó otro artículo premonitorio, “Diez problemas para el novelista latinoamericano”, en el que celebraba el fulgurante Boom de la novela latinoamericana.
Al ver el éxito más cercano, García Márquez comenzó a sentirse pletórico. En una carta de 1964, le dijo a Plinio que era el momento de la Nueva Novela Latinoamericana y que al fin los escritores latinoamericanos “ahora tenemos agallas”. Es cierto que él aún tenía dudas sobre su futuro como escritor, pero eso cambió en México en el verano de 1965. Cuando estaba filmando Tiempo de Morir, se presentó en el set de rodaje el joven escritor y crítico chileno Luis Harss. Le dijo que venía a entrevistarlo para un libro de conversaciones con diez escritores latinoamericanos, Carpentier, Asturias, Borges, Onetti, Cortázar, Rulfo, Fuentes, Vargas Llosa y João Guimarães Rosa. García Márquez era otro de sus elegidos. Pero a diferencia de los otros nueve, él era el menos conocido y publicado en ese momento. Semanas después de la entrevista, las dos editoriales que iban a sacar el libro de Harss, Sudamericana en Argentina y Harper & Row en los Estados Unidos, estaban negociando con Gabo para publicar su próxima novela, Cien años de soledad. El libro de Harss se lanzó casi a la vez en inglés con el título Into the Mainstream y en español con el de Los nuestros. El libro fue un superventas instantáneo en Argentina. En este y otros países miles de lectores latinoamericanos descubrieron en las páginas de Los nuestros que la literatura de América Latina estaba en pleno Boom.
Días después de la reunión con Harss, García Márquez recibió la visita de otra persona que iba tener una fuerza decisiva en su carrera y en el éxito del Boom: la agente literaria catalana Carmen Balcells. Desde 1962, ella estaba negociando la venta de los derechos de traducción de los cuentos y las novelas de Gabo. En el verano de 1965, Balcells viajó a Ciudad de México para conseguir nuevos contratos, clientes y editoriales. A García Márquez le ofreció firmar un contrato mucho más ambicioso para representarlo en todos los idiomas y en el mundo entero. Con ese documento en la mano, no había marcha atrás: García Márquez era por fin un escritor profesional.
También, en un día brillante de ese verano profético de casualidades y certidumbres, Gabo contó que iba conduciendo desde Ciudad de México a Acapulco para disfrutar de unas vacaciones con Mercedes, Rodrigo y Gonzalo, cuando de repente se les atravesó una vaca en medio de la carretera. En ese preciso instante, tras parar el coche, a Gabo se le ocurrió la primera frase de una novela que había querido contar durante quince años. Entonces no lo dudó. Según él, decidió dar marcha atrás y volver de inmediato a su casa, donde se sentó ante su máquina de escribir y comenzó a teclear Cien años de soledad.
Fuente de imagen: Portada del libro Gabriel García Márquez. Vida, magia y obra de un escritor global/ Crédito: El Equilibrista y Fundación para las Letras Mexicanas.
FUENTE RESPONSABLE: Confabulario. El Universal de México. Cultura. Por Álvaro Santana Acuña.
Sociedad y Cultura/Literatura/Premio Nobel/México/Gabriel García Márquez
El escritor tanzano fue premiado por tratar los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en su obra. Cuatro de sus novelas se publicarán en español por el sello Salamandra y llegarán a la Argentina en 2022.
Cuatro novelas del tanzano Abdulrazak Gurnah, premiado con el Nobel de Literatura 2021, por una obra en la que aborda los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados, se publicarán en español por el sello Salamandra, del grupo Penguin Random House, y llegarán a la Argentina el año próximo.
Las obras que se podrán leer a partir del año próximo en Argentina del escritor, nacido en Zanzíbar, Tanzania, en 1948, son «By the sea» (2001), «Paradise» (1994), «Afterlives» (2020) y «Desertion» (2005), informó la editorial.
La primera de las obras que llegará al país es «By the sea» escrita en 2001, que narra la travesía de un hombre que llega desde una isla del océano Índico a Gatwick, con una simple valija en la que no hay más que incienso. En Londres su historia se cruza con la de otra emigrante que fue importante en su pasado y que moldeará su experiencia de la migración.
«Es una novela tan actual, es alucinante, porque te das cuenta de que nada ha cambiado, ves los conflictos entre diferentes grupos de inmigrantes», sostuvo la directora de Salamandra, Sigrid Krauss.
Salvo en Reino Unido, donde Gurnah lleva viviendo desde finales de la década de 1960, sus libros han traspasado pocas fronteras, incluso en el continente africano.
«La intención del sello del grupo Penguin Random House es que la obra del Nobel de Literatura esté disponible para los lectores españoles e hispanoamericanos a finales de este año», manifestó Krauss al diario ABC.
Gurnah es el quinto autor africano en ganar este premio, en el intento de la Academia sueca para ampliar la mirada sobre destacadas obras y autores, ya que el 81% de los ganadores han sido europeos o norteamericanos.
«Afterlives», su última novela, narra la ocupación alemana de África del Este. Según Krauss «es fascinante, porque te muestra, a través de su lectura, el choque entre las culturas alemana y africana».
«Lo que él tiene es que siempre es multicultural, te da datos totalmente desconocidos, como el hecho de que cuando entró el Ejército británico en África no mandó a ingleses, sino que envió a hindús a conquistar. Es fascinante ver cómo todas esas culturas se cruzan, te da una visión completamente distinta de la que tenías antes».
Esta novela vendió alrededor de tres mil ejemplares en Estados Unidos.
«Paradise» -«Paraíso» en español- fue nominada al Booker Prize y es una historia de iniciación en la que Yussuf, un niño africano, se construye en relación con la injusticia del colonialismo europeo y el conflicto entre los musulmanes y los cristianos en el este del continente.
La novela aparece descrita como una saga, como una historia casi de aventuras que para los lectores europeos tiene formas ya conocidas: Isak Dinesen y William Boyd fueron las comparaciones empleadas.
Gurnah escribió su obra en inglés, aunque la primera lengua del autor fuera el suajili, y fue este idioma y la tradición literaria inglesa lo que marcó su carrera desde que empezó a escribir a los 21 años.
Según Kraus, el ganador del Premio Nobel «nos ofrece una visión fresca, íntima y desconocida de África oriental y de su compleja relación con Occidente» y por eso considera que «merece ser leído por un público más amplio».
Imagen de portada: Gentileza de Entre líneas
FUENTE RESPONSABLE: Entre líneas
Abdulrazak Gurnah, premiado con el Nobel de Literatura 2021,