¿HEMOS CONVERTIDO LA TERAPIA PSICOLÓGICA EN UN PRODUCTO DE CONSUMO?

La sociedad se mueve a caballo entre dos extremos, quienes aseguran que la terapia no sirve para nada y quienes sostienen que la terapia psicológica es necesaria para todos. Aferrarnos a este pensamiento maniqueo es la vía rápida para convertir la salud mental en una moda. Y es que algo está claro: la terapia no va a solucionar instantáneamente nuestros problemas psicológicos.

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Hay momentos en la vida de un psicólogo dignos de un particular Show de Truman. El primero tiene lugar al comienzo de los estudios, cuando en casa dicen esa manida frase de «¡Pues con esta familia siempre vas a tener trabajo!». 

El segundo se sucede tiempo después, y surge cuando uno oye que «todo el mundo necesita terapia». 

El tercero, finalmente, se produce al ejercer, cuando por primera vez alguien acude a ti en busca de desahogo, un consejo y una sesión de sesenta minutos una vez al mes para reconducir su vida, pero sin cambiar absolutamente nada de esta entre medias. 

Llegados a ese punto, hay una pregunta dolorosa: ¿se ha convertido a la terapia psicológica, en ocasiones, en el equivalente de ir a un spa? Es decir, ¿se ha convertido, en algunos casos, en un producto de consumo que alivia la tensión instantáneamente pero sin efectos a largo plazo?

La salud mental lleva en crisis desde tiempos inmemoriales, pero en los últimos años –especialmente a raíz de la pandemia– hemos sido conscientes de las implicaciones de esta problemática. 

Con una tasa ínfima de psicólogos clínicos en la Seguridad Social por habitante, la asistencia psicológica se ha vuelto un privilegio: quienes necesitan terapia y no se la pueden permitir, se ven condenados a la medicalización de su malestar. Esta escasa oferta y alta demanda ha sido el caldo de cultivo ideal para el auge de pseudoterapias y estrategias de marketing que visibilizan la salud mental a la par que la banalizan

Entras en Instagram y los anuncios irrumpen tu sesión vespertina de cotilleo: 

«Elimina la tristeza de tu vida», «No sufras más por amor», «No vuelvas a preocuparte por nada». La premisa es potente –quién no querría vivir eternamente feliz–, pero los medios son cuestionables: quien imparte estos cursillos no tiene ningún conocimiento de psicología, ningún código deontológico que rija su práctica profesional y ninguna consecuencia legal si hay una negligencia psicológica. 

Aun así, accedes, haces clic y pagas cien euros por un taller de dos semanas. 

Desgraciadamente, al acabarlo te das cuenta de que todo sigue exactamente igual, que tus emociones a veces son incontrolables y que afrontar las dificultades del día a día no depende solo de mantener una «actitud positiva». 

Aun así, te aferras a una ayuda que no te está ayudando y te apuntas a cada cursillo, pseudoterapia o charla de autoayuda que aparece en tu camino para tachar una casilla más de la lista del autocuidado.

Con esta concepción errónea de la ayuda psicológica, acudimos a veces al psicólogo pretendiendo que sacuda una varita mágica con la que elimine de golpe cualquier atisbo de tristeza, ansiedad, dependencia emocional, complacencia o duda que habita en nuestro cerebro. 

El problema es que la terapia no elimina emociones, aunque estas sean desagradables; la terapia capacita para gestionarlas de una manera más adaptativa. 

También enseña a afrontar los problemas interpersonales, a priorizar, a poner límites o a buscar actividades reforzantes en el día a día, pero esto no tiene lugar durante la hora de la sesión, sino en los días posteriores en los que activamente –y con mucho esfuerzo– ponemos en marcha las pautas que hemos aprendido en consulta.

¿Necesita todo el mundo terapia para aprender estas habilidades? 

Ni mucho menos. A menudo, la estrategia más eficaz para gestionar el malestar psicológico son los cuidados mutuos proximales y distales. Encontramos el ejemplo perfecto de los cuidados mutuos proximales en la maternidad: si te sientes sola tras el parto porque tu pareja no se implica en la crianza y renuncias a todas las áreas de tu identidad para centrarte en la de madre, es muy normal desarrollar problemas de ansiedad, de depresión o de obsesiones. 

En este caso, contar con el apoyo de la pareja, de la familia o de las amistades, puede provocar una reacción positiva en cadena: tienes más tiempo para ti, exploras otros roles, se distribuyen las responsabilidades visibles e invisibles de la crianza y compartes tus preocupaciones con alguien que te entiende en vez de vivirlas en silencio. 

Los cuidados mutuos colectivos implican un cambio generalizado que incluye medidas sanitarias, laborales, económicas y políticas protectoras de la salud mental de todos los ciudadanos. 

Algunos ejemplos son reducir las listas de espera en las intervenciones quirúrgicas, consultas médicas y citas diagnósticas, regular la burbuja del alquiler, penalizar las condiciones laborales abusivas o crear redes de apoyo vecinales. 

Algunos de estos cambios pueden parecer ajenos a la psicología, pero es inviable contar con una buena salud mental si tienes un problema médico y te dan cita dentro de dos años, si no puedes encontrar un piso en alquiler por menos de 1.000 euros al mes, si te explotan en el trabajo y no hay protección legal real, o si estás completamente solo en tu día a día porque vives lejos de tu familia.

Es posible integrar la asistencia psicológica en estas medidas colectivas como ya se hace en algunos entornos –véase el programa grupal para mujeres embarazadas con problemas emocionales del Hospital Universitario Puerta de Hierro–, pero para lograrlo debemos salir del pensamiento maniqueo que asegura o bien que «la terapia no sirve para nada», o bien que «la terapia es necesaria para todo». 

De lo contrario, acabaremos transformando a la salud mental en una moda intermitente y a la asistencia psicológica en un producto de consumo.

Imagen de portada: Ilustración; gentileza de ETHIC

FUENTE RESPONSABLE: Ethic. Por Marina Pinilla. 8 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Psicología/Psicoanálisis/Pensamiento crítico.

Sophie Freud, la nieta disidente.

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Miriam Sophie Freud (Viena, 6 de agosto de 1924) fue psicóloga, educadora, científica social y escritora austriaca/estadounidense. Nieta de Sigmund Freud, fue una crítica del psicoanálisis, cuyos aspectos describió como «indulgencia narcisista». Sus críticas a las doctrinas psicoanalíticas del abuelo Freud la convirtieron en la «oveja negra» de la familia. 

Ella fue testigo de cómo todas sus parientes femeninas, incluidas su madre y su tía Anna, se veían afectadas negativamente por las dañinas afirmaciones de Sigmund sobre las mujeres y sus experiencias internas.

Sophie Freud nació en Viena (Austria) y se crio con su madre, Ernestine, «Esti», Drucker Freud (1896-1980), que fue logopeda. Su padre, el abogado Jean Martin Freud (1889-1967), era el hijo mayor de Sigmund Freud. 

Más tarde fue director de la editorial psicoanalítica de Freud. Sophie tenía un hermano mayor, Walter (1921-2004).

Sophie Freud huyó de Viena cuando la ciudad se encontraba bajo la influencia de los nazis. A partir de 1942, comenzó a vivir en Boston, Estados Unidos, y asistió al Radcliffe College para obtener su licenciatura, para finalmente graduarse en 1946. 

Más tarde, estudió en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Simmons y se graduó con un máster en 1948 antes de obtener un doctorado en la Universidad de Brandeis en 1970. A continuación, Freud dio clases en el Simmons College, además de dedicar tiempo a enseñar trabajo social en Canadá y en otros países de Europa. A continuación, escribió un libro titulado, A la sombra de la familia Freud. 

También escribió Mis tres madres y otras pasiones. Apareció en la película de 2003, Vecinos: Freud y Hitler en Viena, en la que declaró: «A mis ojos, tanto Adolf Hitler como mi abuelo fueron falsos profetas del siglo XX». Freud fue editora de reseñas de libros en el American Journal of Psychotherapy. 

Uno de los principales objetivos de la investigación de Sophie Freud, junto con sus actividades de trabajo social, fue reinvertir el trabajo de su abuelo en relación con las mujeres y el narcisismo. En los años 70, realizó encuestas a mujeres sobre sus «pasiones» y las cosas que sentían con fuerza, demostrando que Sigmund Freud se equivocaba al afirmar que solo los hombres tienen «verdadera pasión».

Quienes acudieron a las clases de Sophie Freud en el Simmons College (en la actualidad Simmons University) de Boston quedaban sorprendidos. Quien fuera profesora de psicosociología era conocida, sobre todo, por asentar las bases del feminismo en el campo del trabajo social. Y si había algo que hacía con frecuencia era criticar muchas de las teorías de su célebre abuelo.

La sombra de Freud y la obligación casi implícita de recoger su legado la persiguieron durante una parte de su juventud. Sin embargo, Sophie Freud se alzó siempre como la oveja negra de su familia. No solo no se formó como en el psicoanálisis, sino que no creía en él y jamás fue a terapia.

Su carácter, su relación con su abuelo y su visión crítica sobre esta clásica escuela de la psicología hicieron de esta mujer una figura muy especial. 

Sophie Freud recordaba su infancia visitando todos los domingos a su abuelo. Lo describía como un hombre poco cálido, una figura regia y distante que no hablaba en exceso, que no era cercano ni cariñoso. Era, además, una persona que vivía con dolor debido a su cáncer de boca producido por su afición al tabaco.

Sophie Freud se ganó el rechazo de su familia desde bien temprano. Su tía Anna Freud, psicoanalista y fiel heredera de las teorías de su padre, vio de manera negativa la deriva personal que demostró siempre su rebelde sobrina. Sin embargo, a ella no le importaba demasiado ser la oveja negra del clan de sus parientes.

Si había algo que consideraba era que las teorías fundamentales del psicoanálisis, como la “envidia del pene” o el “concepto de transferencia”, estaban desactualizadas. 

También fue muy crítica con esa visión patriarcal de la sexualidad femenina que defendía su abuelo. 

La figura de la mujer en el tejido teórico del psicoanálisis era, a su juicio, denigrante. “La mujer, —decía Sigmund Freud—, se opone al cambio y recibe pasivamente sin añadir nada. Asimismo, el hombre es anatómicamente superior, por lo que la mujer siente envidia del pene del hombre, realizándose solo al tener un hijo varón”. Estos preceptos freudianos fueron siempre objeto de rechazo por parte de Sophie Freud.

Sea como sea, su nieta admite que su pérdida le afectó, pero que, debido a su carácter resuelto e independiente, superó muy pronto ese vacío. Al fin y al cabo, ella y su madre Esti lograron distanciarse del clan de los Freud y tener una vida bastante cómoda en Estados Unidos.

Una parte de la labor de Sophie Freud en la universidad era la de la investigación. Fue en 1970 cuando empezó a revisar el trabajo de su abuelo con respecto a las mujeres y el narcisismo. 

Después de muchas entrevistas, demostró que Sigmund Freud estaba equivocado en su afirmación de que solo los hombres demuestran “verdadera pasión”.

Las mujeres también son competitivas, resolutivas y trabajan en sus metas como el género masculino. El estudio de la pasión en las mujeres fue uno de sus temas predilectos, como también lo fue impulsar los derechos de la mujer en las universidades y luchar ante otra realidad muy común en aquella época. 

Sophie Freud asentó las bases sociales para hacer ver a las jóvenes que el hecho de quedarse embarazadas y de ser madres no tenía por qué poner fin a su educación, tampoco a tener que renunciar a sus trabajos y aspiraciones profesionales. El 3 de junio de 2022, Sophie Freud murió de cáncer de páncreas, a los 97 años, en su casa de Lincoln, Massachusetts. 

Por último, compartir esta reflexión de Sigmund Freud: “Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo”.

Imagen de portada:  Sigmund Freud y su nieta Miriam Sophie Freud.

FUENTE RESPONSABLE: Nuevatribuna.es Por José María Manzano Callejo. 30 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Psicología/Psicoanálisis/Sigmund Freud/Miriam Sophie Freud.

5 defensas mentales.

¿Qué son las defensas mentales? ¿A qué nivel actúan y cómo las ponemos en marcha?

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¿Cómo  te proteges frente al dolor? ¿Conoces la forma en que tu mente inconsciente te protege? Todos tenemos diferentes defensas mentales que actúan como mecanismos que se accionan para protegernos de eventos altamente estresantes. Suelen ser inconscientes, es decir, se movilizan con anterioridad a que seamos conscientes del dolor, la estupefacción o la confusión que puede generar una situación. Al activarse, nuestro yo inconsciente nos protege.

El objetivo de las defensas mentales es proveernos de todo un arsenal de herramientas que nos permitan amortiguar el impacto de los hechos que pueden ser potencialmente traumáticos. Son adaptativas en la manera en que logran lo anterior, aunque pueden volverse patológicas cuando nos impiden desarrollarnos en las áreas que son significativas para nosotros, como la interpersonal, la académica o la laboral.

A lo largo de este artículo vamos a ir explicando algunas de las estrategias que probablemente hemos utilizado en algún momento de la vida. Nacen de la mano de Sigmund Freud y el psicoanálisis, y para él, son el origen de nuestra personalidad. En este sentido, es posible que nos identifiquemos más con unas que con otras. También es posible que, después de leerlas, comencemos a identificarlas con más asiduidad en nuestro día a día.

«Cuanto más perfecta es una persona por fuera, más demonios tiene por dentro». -Sigmund Freud-

Nuestras defensas mentales pueden ser clasificadas en dos grandes bloques. Por un lado, tenemos las que implican huir cuando experimentamos angustia, como la represión; por el otro lado encontramos las que aluden al hecho de intentar afrontar o incluso controlar lo temido, como es el caso de la intelectualización.

Mente con un hombre en el interior

Nuestra única certeza es la autoconciencia

1. La represión

Reprimir algo significa ‘cortar su acceso a la consciencia’. De esta manera, nuestro yo queda separado de los pensamientos que nos producen ansiedad, porque los estamos evitando, los empequeñecemos y los empaquetamos.

El destino de estos pensamientos son las profundidades de nuestra mente. Cuanto más profundo esté, más difícil nos será acceder a ello y, aparentemente, menos sufriremos. Sin embargo, a pesar de su eficacia, es peligroso. Lo que evitamos elaborar y afrontar tiene el potencial de crecer y amenazarnos con embarrar nuestra mente en el futuro de una manera más intensa.

«Un día, en retrospectiva, los años de lucha te parecerán los más hermosos».-Sigmund Freud-

2. La identificación proyectiva

Por ejemplo, si estamos pasando una mala racha, donde no estamos tratando precisamente bien a las personas de nuestro entorno, podemos defendernos diciendo que son ellas las que nos tratan mal, cuando solo responden de manera acorde a cómo las tratamos nosotros. 

Esta defensa mental se da por lo general cuando pensamos que el otro tiene una cualidad, positiva o negativa, que en realidad es nuestra.

Es una forma de defensa interpersonal, que surge y se activa en las relaciones con otras personas. Es una forma inconsciente de manipulación cuyo objetivo, aunque inconsciente, es dañar y controlar a la otra persona porque el resultado es que el otro asume, cree y siente que posee ese rasgo.

«Somos lo que somos porque hemos sido lo que hemos sido».-Sigmund Freud-

3. La sublimación

¿Cuántas veces has sentido la necesidad de escribir, cantar o dibujar al experimentar malestar? Sublimar el dolor y la frustración implica sustituir estas emociones y transformarlas en un objeto que sea social y éticamente aceptable. En lugar de evitarlo o de reaccionar con agresividad ante la situación que nos produce angustia, la re elaboramos, le damos un significado que queda impreso en una producción.

«¿No podríamos decir que cada niño que juega se comporta como un escritor creativo, en el sentido de que crea un mundo propio o, más bien, reordena las cosas de su mundo de una manera nueva que le agrada?».-Sigmund Freud-

4. La intelectualización

Intelectualizar una situación dolorosa significa razonarla en exceso. 

Hay veces en la vida en las que podemos querer llegar a ejercer un control férreo sobre los conflictos que estamos atravesando y las emociones que producen. 

Para ello, los analizamos y generamos multitud de argumentos que favorecen nuestra propia opinión, sin considerar la evidencia en contra y sin atender a las emociones que sentimos.

«El resultado es que nos desconectamos de la parte emocional del acontecimiento y lo vivimos a medias». Por ejemplo, ante una infidelidad de la pareja podemos enumerar toda una serie de razones que justificarían esta conducta, porque es menos doloroso que entrar en contacto con el sentimiento de traición y el dolor que le acompaña.

«La voz del intelecto es suave, pero no descansa hasta que ha ganado una audiencia».-Sigmund Freud-

Hombre pensando

5. La condensación

Esta defensa mental está íntimamente ligada con la primera que hemos mencionado, la represión. Lo que reprimimos y relegamos al fondo de nuestra mente tiene la manía de aparecer en nuestros sueños

Para Freud, el sueño es una importante vía de acceso al inconsciente mediante la que se manifiestan los recuerdos y las emociones que hemos reprimido. En este sentido, el inconsciente es un almacén de recuerdos, imágenes y afectos que acceden a la consciencia a través del sueño.

Una interesante pregunta que podemos hacernos ante el contenido curioso, aterrador o placentero de nuestros sueños es: ¿qué significa para mí este sueño? Dejar a nuestra mente divagar sobre el significado del sueño que hemos tenido permite la asociación libre. Según Freud, la asociación libre ayuda a hacer evidente los recuerdos, afectos y situaciones que hemos reprimido. Las hace aflorar a la superficie para que podamos elaborar la información y darle un significado.

Todas defensas mentales descritas son mecanismos que nos protegen. Son formas inconscientes de defensa ante los eventos intensamente cargados de afecto. Y tú, ¿te identificas con alguna?

«Soñar, en resumen, es uno de los dispositivos que empleamos para eludir la represión, uno de los principales métodos de representación indirecta de la mente».-Sigmund Freud-

Imagen de portada:Gentileza de La Mente es Maravillosa.

FUENTE RESPONSABLE: La Mente es Maravillosa. Bleichmar, H. (2006). Hacer consciente lo inconsciente para modificar los procesamientos inconscientes: algunos mecanismos del cambio terapéutico. Aperturas psicoanalíticas, 22. Bleichmar, H. (2001). El cambio terapéutico a la luz de los conocimientos actuales sobre la memoria y los múltiples procesamientos inconscientes. Aperturas psicoanalíticas, 9(2).

Sociedad/Psicología/Psicoanálisis/Salud/Salud Mental.

Descartes y la certeza de la autoconciencia.

¿Hasta qué punto podemos fiarnos de la información que proviene de nuestros sentidos? ¿Dónde se sitúan los límites de nuestro conocimiento? Para responder a estas preguntas, acompañaremos a Descartes en la búsqueda de la certeza.

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René Descartes (1596-1650) fue un destacado científico que también realizó importantes aportes a la filosofía. Para él, los métodos filosóficos utilizados por sus contemporáneos eran erróneos. Su visión se opuso a la de quienes sostenían que el conocimiento podía ser obtenido a través de los sentidos. De este modo, intentó buscar algún tipo de certeza que le ayudara a avanzar en el camino del conocimiento.

Para Descartes, todo el conocimiento debe ser deducido por la razón. Es por ello que su filosofía es denominada «racionalismo». Su pensamiento intenta trasladar el método de las matemáticas a la filosofía. Así, partiendo de verdades sencillas, pero seguras, intenta construir un conocimiento sólido e incuestionable.

La duda como fundamento de la certeza

Para cumplir su cometido, Descartes decide aislarse del mundo y cuestionar sistemáticamente todas las creencias, opiniones y verdades que había tomado como ciertas. De esta manera, el filósofo se propone examinar a través de una «duda metódica» todo lo que sabíamos hasta ese momento.

Descartes advierte que muchas veces aquella información que damos por cierta nos llega a través de los sentidos. Sin embargo, es fácil que los sentidos nos engañen. 

Por ejemplo, si introducimos un palo dentro del agua, este parece partirse; pero lo que sucede es que nuestra vista es engañada por el efecto que ocasiona la luz a través del agua. Del mismo modo, podemos ver una columna en la distancia y creer que es redonda, pero en cuanto nos acercamos advertir que en realidad era cuadrada.

Para Descartes, el conocimiento debe ser deducido por la razón; de ahí que su perspectiva se conozca como racionalismo.

Los sentidos nos engañan

Estas consideraciones llevan a Descartes a pensar que si los sentidos nos engañan, difícilmente vamos a poder fiarnos de la información que nos llegue a través de ellos. 

Aunque también cabría pensar que hay cosas en las que difícilmente podamos ser engañados. Por ejemplo, para mí sería difícil dudar de que estoy sentado en este preciso momento escribiendo este artículo.

Pese a ello, muchas veces soñamos con situaciones que parecen tan reales que creemos estar viviéndolas, pero cuando despertamos caemos en cuenta de que eran tan solo imaginaciones. Por lo tanto, concluye Descartes que no podemos confiar en la información que nos brindan los sentidos.

¿Un genio maligno nos engaña?

Ahora bien, existen conocimientos de los que no tiene sentido dudar, por ejemplo, las matemáticas. Siempre que sumemos dos más dos obtendremos como resultado cuatro.  

Sin embargo, Descartes lleva la duda al extremo, y se pregunta qué sucedería si en vez de un dios existiera un genio maligno que nos indujera al error cada vez que sumamos dos más dos.

Puede que este último argumento suene algo descabellado, no obstante debemos entender que dado el contexto histórico en que vivió, él no quería despertar la atención de la Inquisición. Admitir que Dios, que presuntamente es pura bondad, nos engaña de una manera intencional podría haber sido tomado como herejía.

La única certeza es la autoconciencia

A través de la duda metódica, Descartes se encarga de destruir toda posibilidad de conocimiento. Despojado ya de los sentidos y de las verdades matemáticas, ¿dónde podría encontrar refugio la certeza?

Entonces nuestro intrépido filósofo se da cuenta de que mientras duda de todo existen aún procesos mentales en juego; por lo tanto, no puede dudar de estar pensando. 

Es aquí donde da forma a una de sus sentencias más emblemáticas: cogito ergo sum, es decir, «pienso, luego existo».

Podemos dudar de todo lo que vemos, incluso de lo que pensamos, pero no podemos dudar de que estamos pensando; y si estamos pensando es porque estamos existiendo. 

Por esta razón, nuestra única certeza es la autoconciencia. Somos conscientes de nosotros mismos porque nuestro intelecto puede percibir de manera clara y distinta este hecho. «Somos una cosa que piensa», declara Descartes, una res cogitans.

Algunos de los atributos de esta cosa o sustancia pensante son el sentir, el querer, el imaginar y el conocer. Para poder avanzar en el conocimiento, debemos analizar aquellos contenidos mentales que habitan en el pensamiento.

Nuestra única certeza es la autoconciencia

Las ideas en Descartes

Descartes diferencia los conocimientos con origen en nuestro intelecto de aquellos que provienen de nuestros sentidos. Además, llama ideas a los contenidos que aparecen en nuestra mente, distinguiendo al menos tres tipos principales:

  • Ideas adventicias: son aquellas que provienen del exterior.
  • Ideas facticias: son aquellas producidas por mí.
  • Ideas innatas: son aquellas que no provienen del exterior ni son producidas por mí.

Mientras que las ideas adventicias son las impresiones sensibles de los objetos del mundo exterior, las facticias son aquellas que construimos con nuestra imaginación a partir de otras ideas, por ejemplo, la idea de centauro. Sin embargo, existen en nuestra mente ideas que parecen no provenir del exterior ni haber sido creadas por nosotros. Por ejemplo, repara en que existen en nosotros las ideas del infinito y de la perfección.

¿Estamos solos en el mundo?

Ahora, siendo seres limitados y finitos, ¿cómo podríamos haber creado las ideas de perfección e infinito nosotros mismos? Si fuéramos seres perfectos, no tendríamos ningún tipo de duda porque nada nos faltaría, conoceríamos todo. 

Tampoco podemos tener dichas ideas por medio de los sentidos, dado que no existe nada en el mundo perfecto e infinito. Pero, ¿de dónde provienen entonces estas ideas?

Aquí Descartes recurrirá a un argumento para demostrar la existencia de dios, que fue bastante criticado por muchos filósofos posteriores. Descartes sostiene que estas ideas tienen que haber sido puestas en nosotros por algún tipo de ser perfecto e infinito -ilimitado-. 

Como la bondad forma parte de la perfección, un ser de tales características no puede engañarnos. Con ello, cae la hipótesis del genio maligno, existiendo ahora sí certeza para las verdades matemáticas.

La certeza del mundo sensible

Si aceptamos la demostración de Descartes, Dios no pudo habernos creado de tal modo que siempre fallemos en el intento de conocer la verdad. 

Así, lo lógico sería que podamos conocer en cierta medida el mundo corpóreo. Descartes llamará a esta realidad res extensa, es decir, todo aquello que tiene una extensión, que puede ser observado, medido o pesado.

Ahora, de ser así, ¿por qué a veces somos engañados por nuestros sentidos?, ¿por qué fallamos en conocer la verdad? 

Descartes sostiene que cuando nuestra voluntad de conocer es mayor que nuestro entendimiento, entonces incurrimos en el error. Cuando queremos conocer algo, pero no tenemos la claridad y distinción suficiente sobre ello, somos propensos a vernos engañados por falsas conclusiones.

¿Es infalible el argumento de Descartes?

Aunque algunos conceptos de Descartes ayudan a la reflexión, existen debilidades en torno a algunos de sus argumentos. Es cierto que no podemos dudar de que cuando pensamos existimos, pero ¿es esto suficiente para afirmar que existe una sustancia pensante? 

Algunos filósofos como Hume sostienen que la idea del yo es una ilusión y que nuestra existencia es un flujo de eventos que no conforman ninguna unidad.

Por otra parte, la demostración de la existencia de Dios ha sido fuertemente criticada. 

El hecho de que se posean dentro de sí las ideas de infinito y perfección no necesariamente demuestra la existencia de un ser perfecto e infinito. Muchos sostienen que no existe la suficiente claridad y distinción como para considerar que estas ideas sean innatas. 

Además, podríamos deducirlas fácilmente por medio de la negación, contraponiéndolas a las ideas de finitud e imperfección.

Pero más allá de las críticas al pensamiento de Descartes, es imposible negar que sus ideas tuvieron un gran impacto en la filosofía posterior. La duda metódica puede ser una herramienta que nos ayude a desafiar nuestras creencias y perspectivas, para poder ampliar nuestro conocimiento y comprensión del mundo. 

¿Y tú qué piensas? ¿Te convence el argumento de Descartes?

Imagen de portada: Gentileza de La Mente es Maravillosa.

FUENTE RESPONSABLE: La Mente es Maravillosa. Descartes, R. (1999). Meditaciones metafísicas – Las pasiones del alma, Ediciones Folio, Villatuerta.Pereira Gandarillas, F. (2014). Hume y la ficción de la identidad personal. Ideas y valores  63 (154), 191-213.

Sociedad y Cultura/Filosofía/Autoconocimiento/Psicología/Psicoanálisis/Descartes.

Lou Andreas-Salomé, la filósofa libre

MUJERES PIONERAS

Salomé fue una de las mentes más brillantes de la generación de finales del siglo XIX. Hizo de puente entre la literatura, la filosofía y el psicoanálisis, y se ganó el amplio reconocimiento de los intelectuales de su época. Durante toda la vida defendió su libertad, considerándola la única forma de salvación personal.

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Lou Andreas-Salomé, filósofa, escritora y psicoanalista rusa, es una de las intelectuales más destacadas de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. En el prefacio del libro Lou Andreas-Salomé: una mujer libre, Isabelle Mons la describe como “la encarnación de una mujer moderna que ganó su libertad (…) sin preocuparse por nada que no fuera encontrar el camino que conduce a una misma”. Caracterizada por su fuerte personalidad y sagaz intelecto, Lou Andreas-Salomé fue una de las primeras mujeres en ejercer el psicoanálisis y elaboró una amplia obra filosófica y literaria admirada aún en nuestros días.

INFANCIA EN RUSIA Y DESPERTAR INTELECTUAL

Salomé nació el 12 de febrero de 1861 en San Petersburgo, Rusia, en el corazón de una familia adinerada de expatriados alemanes protestantes, con profundas creencias religiosas. Su padre era Gustav von Salomé, un importante general del Ejército Imperial Ruso, y su madre Louise Wilm von Salomé. Lou fue la pequeña y única mujer de los seis hijos del matrimonio.

Pese a haberse criado en un ambiente religioso, Lou Andreas-Salomé perdió la fe a una edad temprana. En su libro Mirada retrospectiva (1951) narra cómo se quedó decepcionada cuando, de niña, “Dios no respondió a su pregunta de por qué un par de muñecos de nieve desaparecieron repentinamente bajo el sol”. Salomé estaba convencida de que Dios no existía, pero siempre consideró importante la religión, por eso se preguntaba: ¿es posible vivir sin fe?

Empezó a buscar respuestas en la educación recibida por el pastor protestante de su familia, pero su maestro no la convencía, por eso decidió cambiar de rumbo y estudiar con su opositor, Hendrik Gillot, un predicador alemán protestante pero poco ortodoxo. Gillot se convirtió en su guía intelectual y espiritual, abriéndole las puertas de la historia, la filosofía, la religión la literatura francesa y la alemana, e iniciándola en autores como Kant, Kierkegaard, Leibniz y Spinoza.

La joven Salomé estaba entusiasmada con sus estudios, pero todo cambió cuando Gillot, 25 años mayor que ella, casado y con dos hijos, se enamoró de ella y le propuso matrimonio. 

Decepcionada, Salomé lo rechazó y decidió dejar Rusia para ir a estudiar teología, filosofía e historia del arte a la Universidad de Zúrich, una de las pocas universidades europeas germanoparlantes en las que aceptaban a mujeres. Su madre la acompañó en este viaje.

LA JUVENTUD EN ROMA

La experiencia en Zúrich duró poco. Al verano siguiente, Salomé contrajo una enfermedad pulmonar que le hacía toser sangre y tuvo que dejar las clases. Los médicos le recomendaron que se trasladara a un lugar más cálido, asegurando que el clima ayudaría a la mejora de su salud. Fue entonces, a los 20 años, cuando escribió su famoso poema Himno a la vida, en el que expresaba sus ganas de superar la enfermedad para devorar el mundo.

Al conocerla, Nietzsche le dijo a Salomé: «¿De qué astros del universo hemos caído los dos para encontrarnos aquí el uno con el otro?»

Madre e hija, nuevamente, se mudaron a Roma. Fueron a vivir a la mansión de la escritora alemana feminista Malwida von Meyesenbug, una mujer muy conectada al círculo artístico e intelectual europeo. En el salón literario de Meysenbug, Salomé conoció al filósofo positivista y médico Paul Rée y al pensador Friedrich Nietzsche.

Tras coincidir en diversas ocasiones, Salomé, Rée y Nietzsche empezaron una profunda amistad. 

Al poco tiempo, los dos hombres, fascinados por la inteligencia y personalidad de Salomé, le pidieron la mano. Ella rechazó ambas propuestas, ya que sentía una aversión absoluta hacia el matrimonio y estaba decidida a no casarse y dedicar su vida a la filosofía. Sin embargo, Lou Andreas-Salomé estaba interesada en las mentes de sus dos amigos. Por eso les propuso vivir los tres juntos en una “comuna célibe intelectual”, en la que discutirían sobre filosofía, literatura y arte.

"La santísima trinidad" compuesta por Salomé, Rée y Nietzsche

«LA SANTÍSIMA TRINIDAD» COMPUESTA POR SALOMÉ, RÉE Y NIETZSCHE. Foto: CC

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Nietzsche apodó al grupo “la santísima trinidad” y empezaron una vida juntos viajando por Italia, Suiza y Alemania. Esta aventura escandalizó a sus familiares y amigos, que consideraban que una convivencia de ese tipo violaba las leyes morales. Tanto Richard Wagner, antiguo amigo de Nietzsche, como Elisabeth Nietzsche, su hermana, criticaron duramente a “la santísima trinidad”.

Llegados a un punto del viaje, Nietzsche le pidió a Salomé de nuevo que se casara con él, a lo que Salomé contestó que “no se casaría con él ni en ese momento ni en el futuro”. Como Nietzsche no quería perder a Salomé, aceptó su rechazo y propuso que los tres amigos se hicieran una foto para sellar “la santísima trinidad”. De ese momento se conserva la icónica y excéntrica imagen tomada en Lucerna en la que Lou Andreas-Salomé aparece subida a una carreta, blandiendo una fusta mientras sostiene a modo de riendas una cuerda a la que están atados Paul Rée y Friedrich Nietzsche.

Al final, el idilio intelectual de Salomé nunca se llegó a consolidar, dadas las interferencias románticas de sus dos compañeros. En octubre, después de llegar a Leipzig, los amigos decidieron separarse. Nietzsche se trasladó a Turingia, lugar al que Salomé lo fue a visitar varias veces y donde mantuvieron largas conversaciones sobre “Dios y el mundo”. Rée se mudó a Berlín, donde vivió con Salomé durante varios años.

En Berlín, la pensadora formó parte de un amplio círculo social de intelectuales en el que la apodaron “la dama de honor” por ser la única mujer. Colmada por esta vida dedicada a la reflexión, Salomé publica en 1885 su primer libro, titulado En la lucha por Dios, bajo el pseudónimo ‘Henri Lou’. Esta obra,aclamada por la crítica, la consolidó como escritora y, afortunadamente, desde entonces firmó siempre con su verdadero nombre.

En 1887 conoció a Friedrich Carl Andreas, un profesor de estudios orientales que le pidió que fuera su esposa. Salomé se oponía al matrimonio y Andreas a las relaciones abiertas que tenía ella, pero, al final, Lou aceptó la proposición, bajo una única condición: nunca tendrían relaciones íntimas entre ellos dos.

La escritora asumió el matrimonio como una nueva forma de libertad. Pasó largas temporadas viajando por Europa, frecuentando París, Viena y Múnich. Desarrolló una intensa actividad intelectual e, impulsada por su fuerza vital, tuvo diversos amantes. Aún así, Lou Andreas-Salomé vivió con Friedrich Carl Andreas hasta su muerte en 1930 y él cumplió su promesa de no tener relaciones íntimas durante sus 43 años de matrimonio.

Congreso de Weimar de la Asociación Psicoanalítica Internacional (1911)

CONGRESO DE WEIMAR DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA INTERNACIONAL (1911. Foto: CC

FILOSOFÍA, LITERATURA Y PSICOLOGÍA

En la década de 1890,Salomé publicó algunas de sus obras más reconocidas:Personajes femeninos de Henrik Ibsen (1892), una obra sobre la lucha de la mujer por el derecho de desarrollar su personalidad propia, Friedrich Nietzsche, el hombre y sus obras (1894), un estudio del carácter y filosofía de su amigo y, entre otras, Ruth (1895), su segunda novela. También triunfó como articulista con piezas como Jesús el judío, un artículo sobre la filosofía de la religión.

En 1897 Salomé conoció a Rainer Maria Rilke. En aquel momento, ella tenía 36 años y él 21. La filósofa se convirtió en su mentora, le enseñó ruso para que pudiera leer a Pushkin y Tolstoi, e incluso le llevó a Rusia para conocer al autor de Anna Karenina. De esta relación, que empezó como apasionado romance, pero pronto se convirtió en una fuerte amistad, se conserva en formato epistolar uno de los intercambios artísticos más fructíferos del siglo XX. Rilke dijo de Salomé que era “una mujer extraordinaria sin la cual mi propio desarrollo no me habría llevado a tomar los caminos que he tomado”.

Interesándose cada vez más por las pulsiones humanas, Salomé escribió en 1910 El erotismo, un ensayo en el que defiende las diferencias entre las mujeres y los hombres y sostiene que “una mujer no se libera compitiendo con los hombres y volviéndose como ellos, sino feminizando el mundo y logrando que los hombres encuentren y aprovechen su lado femenino”.

Salomé estudió y ejerció el psicoanálisis durante más de veinte años como discípula de Freud.

En 1911, la filósofa asistió al Congreso de Weimar de la Asociación Psicoanalítica Internacional, donde conoció a Sigmund Freud. Por aquel entonces, Salomé tenía 50 años y era una ensayista, crítica y novelista reconocida, y Freud tenía 55 y estaba abriendo camino para una nueva ciencia. Para Salomé, descubrir el psicoanálisis fue una auténtica revelación, ya que en él pudo identificar varias ideas que ella ya había intuido y esbozado en algunas de sus obras anteriores. Salomé ingresó en el Círculo Psicoanalítico de Viena y estudió esta disciplina durante más de veinte años, manteniendo una relación de respeto y admiración mutua con Freud.

A partir de entonces, se trasladó a la ciudad alemana de Gotinga, donde continuó expandiendo su obra y ejerció el psicoanálisis hasta la edad de 74, cuando su salud empeoró. Dos años después, el 5 de febrero de 1937, Lou Andreas-Salomé falleció. La pensadora dejó tras de sí una vasta producción en la que se combinan el universo científico y el humanístico, compuesta de más de doce novelas, un centenar de artículos y cincuenta ensayos, atravesados, todos ellos, por la voz de una mujer que luchó siempre por su libertad intelectual.

Imagen de portada: Gentileza de C.C.

FUENTE RESPONSABLE: National Geographic. Por Aitana Palomar S.

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