Una playa en California que fue expropiada a una familia negra hace casi 100 años fue devuelta a los descendientes de esta por las autoridades del condado de Los Ángeles.
La Playa Bruce fue comprada en 1912 por Willa y Charles Bruce para crear un lugar de esparcimiento para la comunidad negra cuando todavía había segregación racial en California.
Ubicada en la exclusiva ciudad de Manhattan Beach, la propiedad fue expropiada por el consejo municipal en 1924.
Este martes, sin embargo, las autoridades del condado de Los Ángeles votaron a favor de devolver el terreno a la familia.
Willa y Charles Bruce compraron dos terrenos en la playa por US$1.225 en 1912. El valor actual se estima en US$20 millones.
Ciudadela para afrodescendientes
En ese terreno la pareja construyó un salón comedor, un salón de baile y una zona para bañarse, según le contó a la BBC el año pasado Duane «Yellow Feather» Shepard, historiador y portavoz de la familia.
La Playa Bruce se convirtió en una «ciudadela para afroestadounidenses que llegaban allí en busca de esparcimiento desde todas partes del sur de California».
En aquel momento Willa le dijo a un periodista: «Siempre que hemos intentado comprar tierra para una playa balneario, nos la han negado, pero soy dueña de esta tierra y me voy a quedar con ella».
Pero poco después, alrededor de 1914 o 1915, según Yellow Feather Shepard, «el Ku Klux Klan (organización supremacista blanca) y los vecinos blancos decidieron que no querían que la familia Bruce permaneciera allí».
El departamento de policía local puso letreros que limitaban el tiempo de estacionamiento a 10 minutos, y un vecino puso letreros de «prohibido el paso», forzando a la gente a tener que caminar casi un kilómetro en cualquier dirección para llegar hasta el mar, explicó.
Pero esas medidas no disuadieron a los visitantes, así que las autoridades locales decidieron expropiar el terreno bajo una ley diseñada para permitir al gobierno forzar la venta de una propiedad para la construcción de carreteras y otros edificios públicos.
La excusa era que iban a construir un parque y la familia Bruce fue forzada a vender una década después. Según Shepard, «no se construyó un parque hasta 1957 y el terreno permaneció vacío hasta ese año».
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Una placa conmemorativa recuerda a la familia Bruce como dueña original de la playa.
Recuperación del terreno
El jefe Duane Yellow Feather Shepard, que es miembro de la familia expropiada y también descendiente de indígenas, encabezó la iniciativa para recuperar la playa.
A lo largo de los años realizaron manifestaciones y eventos para llamar la atención sobre su causa.
Este martes, se aprobó una moción en el condado de Los Ángeles que reconoce que, «está bien documentado» que la expropiación «estuvo racialmente motivada para sacar a la fuerza a una empresa exitosa negra y a su clientela».
La devolución de la propiedad fue el resultado de una extensa campaña y un proceso difícil. Durante años, la playa ha tenido una placa en honor de Willa y Charles, y la asamblea estatal tuvo que aprobar una ley que permitiera su devolución.
A partir de ahora, la ciudad arrendará el terreno a la familia por US$413.000 al año, con una cláusula que le permitiría comprarlo en el futuro por hasta US$20 millones más costos, según el contrato de arrendamiento.
«Este es un día que no estábamos seguros que llegaría», declaró Anthony Bruce, el tataranieto de Willa y Charles, asegurando que es un momento «agridulce».
«Los destruyó financieramente. Destruyó su oportunidad de alcanzar el sueño americano. Hubiera deseado que pudieran ver lo que ocurrió hoy», dijo.
FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. Una pareja afrodescendiente celebra la recuperación de la playa.
El impacto de la expropiación todavía se siente hoy en día, según le dijo a la BBC Yellow Feather Shepard.
«Fuimos echados de esa comunidad… actualmente solo hay un 1% de afrodescendientes en Manhattan Beach», aseguró.
Imagen de portada:LOS ANGELES TIMES VIA GETTY IMAGES. «Este es un día que no estábamos seguros de que llegaría», declaró Anthony Bruce, el tataranieto de Willa y Charles.
FUENTE RESPONSABLE: Redacción BBC News Mundo. 29 de junio 2022
Sociedad y Cultura/Relaciones interraciales y étnicas/EE.UU./ Derechos de las minorías.
«Te lo voy a definir como madre, como una madre que ha criado a cuatro hijos negros: ‘la charla’ tiene que ver con la seguridad personal, con las cosas que pueden hacer para regresar a casa vivos».
Así de claro lo tiene la reverenda Najuma Smith-Pollard.
Conoce bien el tema, al haberlo tenido que poner en práctica en su día con su hijo mayor, Daniel —quien murió en 2018, con 24 años—, y ahora con tres varones de 12, 17 y 18, y a veces también con su hija de 7, en un barrio del sur de Los Ángeles.
No es un diálogo puntual, un tema del que se habla una sola vez, aclara, sino algo constante que ha existido entre las familias afroestadounidenses desde hace generaciones.
«Es una conversación continua entre padres e hijos sobre (cómo garantizar) su seguridad personal pública al navegar por la vida interurbana», le explica a BBC Mundo esta mujer que aporta su experiencia pastoral y de líder comunitaria al trabajo que realiza en el Centro para la Religión y la Cultura de la Universidad del Sur de California (USC, por sus siglas en inglés).
«Como madre de hijos negros que viven en la ciudad, les tengo que hablar de policías y de criminales, porque hay gente en nuestros barrios que simplemente no tiene buenas intenciones. Les tengo que enseñar cómo relacionarse con las fuerzas del orden pero también a navegar por la vida en general», añade.
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Conocida coloquialmente como «la charla», es la manifestación común de lo que la academia denomina la socialización racial-étnica, un amplio campo de estudios del ámbito de las ciencias sociales y la psicología.
Existe sobre ella una extensa literatura científica, documentales en profundidad y con multitud de voces destacadas como The Talk: Race in America de la red de TV pública estadounidense PBS, y ha sido retratada en la ficción, en series tan populares como «Anatomía de Grey» y Black-ish.
Sin embargo, es real.
Y quienes han hablado (y no han querido hacerlo) con BBC Mundo para este artículo se han referido a ella como algo doloroso, difícil, una «carga» que tienen que soportar las familias afroestadounidenses y crecientemente también las latinas.
Se trata, coinciden, de una conversación «tremendamente personal» que va adquiriendo nuevos matices a medida que los hijos crecen y que se va ajustando al contexto.
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El tiroteo de Buffalo recuerda a muchas familias afroestadounidenses la necesidad de actualizar «la charla».
«Ahora, con el aumento de la violencia racista, también tenemos que empezar a decirles a nuestros jóvenes: ‘No pueden confiar en todos los muchachos blancos de 18 años que parezcan estar fuera de sus vecindarios'», dice Smith-Pollard, refiriéndose al tiroteo que el 14 de mayo dejó 10 muertos en un supermercado de Buffalo, Nueva York, en un barrio de población eminentemente negra.
Sobre ‘hoodies’ y cómo lidiar con la policía
Pollard-Smith recuerda que la conversación con su hijo mayor empezó cuando tenía 12 años, por cumplir 13. Cursaba séptimo grado y fue asaltado por unos pandilleros cuando iba de camino a la biblioteca con un compañero.
«Tuve que decirle: ‘Cuando tú y tu amigo anden en la calle, tienen que prestar atención a quién tienen alrededor».
Ese mensaje sobre su seguridad fue repitiéndose como una constante cada vez que iba a la tienda solo, antes de montar en bus, pero adquirió otro cariz al sacarse la licencia de conducir.
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«Cuando empezó a manejar tuve que empezar a hablar con él sobre qué hacer y qué no si te detiene la policía», relata.
La conversación arrancó así, recuerda: «Vivimos en Los Ángeles, en el sur de la ciudad. No tienes que estar haciendo nada malo para que te detengan. Es posible que digan que pares y se inventen unos cargos de los que eres sospechoso. Tienes que saber que tienes tus derechos».
De sus derechos ya le había hablado cuando cumplió 15, porque por su complexión —alto y fuerte, pues jugó al fútbol desde los nueve— «siempre lo confundían con alguien de más edad».
«No debes dejar que nadie te registre si no tiene una orden. No tienes que contestar a ninguna pregunta, eres menor. Puedes llamar a tu madre; puedes hacer que me llamen inmediatamente. No tengas miedo si quieren llevarte a comisaría. No pelees. No corras. Tu padre y yo siempre te sacaremos de apuros, no vas a tener que preocuparte de eso nunca», dice que fue lo que le enumeró.
«Diles tu nombre y muéstrales tu documento de identidad. Eso es todo lo que les tienes que dar y es mejor que se lo des, para que puedan revisar y vean que no tienes ningún historial».
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Walter Wallace Jr., un afroestadounidense de 27 años y siete hijos, murió a manos de la policía en Filadelfia en octubre de 2020.
Daniel pudo poner en práctica las lecciones las cuatro veces que, según su madre, fue detenido de forma errónea como víctima de una caracterización racial, y logró salir airoso gracias a ellas.
Las recomendaciones siguieron cuando se fue a vivir por su cuenta: «Sabes que hay ciertas cosas que no debes hacer; es así como te proteges a ti mismo.
Conoces la cuarta enmienda (de la Constitución de Estados Unidos, que protege el derecho a la privacidad y el derecho a no sufrir una invasión arbitraria) y, ahora que tienes tu propio apartamento, no debes dejar entrar a nadie».
También le advirtió sobre el sagging —la moda de llevar el pantalón muy caído, mostrando la ropa interior, tan en boga en los 90 — de la misma manera que hoy prohíbe a su hijo menor y a su hijo adoptivo usar sudaderas con capucha.
«No, no van a llevar un hoodie a la escuela ni para caminar por la calle. Y no es porque estén haciendo algo malo, es porque no quiero que nadie piense que por llevar una sudadera con capucha están tramando algo. La policía y la gente le ha dado un significado que no tiene. Y sí, todos usan hoodies, pero no es lo mismo que lo lleve un chico blanco que ustedes».
«Siempre estuvimos listos. Y a lo que me refiero es que estuvimos listos con abogados, dinero para la fianza y todo eso, porque no confío realmente en la policía. Simplemente le enseñamos (a Daniel). Teníamos un hijo negro y era hermoso. No fue un trabajo fácil criarlo de forma segura en Los Ángeles. Y créeme que pensaba que, una vez se hiciera adulto, no tendría nada de lo que preocuparme, hasta que le disparó y mató alguien que simplemente estaba teniendo un muy mal día».
Las estadísticas
Como muchos padres de hijos negros, ella siempre temió que, de no entablar esas conversaciones, los suyos pudieran pasar a engrosar las estadísticas de la violencia en general y la policial en particular. Que terminaran como George Floyd, de cuya muerte a manos del entonces policía Derek Chauvin en Minneapolis, Minnesota, se cumplen este miércoles dos años.
Hay datos que respaldan esos temores.
En el condado de Los Ángeles, donde ella vive con su familia, desde 2000 al menos 968 personas han muerto a manos de las fuerzas del orden según los registros médicos forenses compilados por Los Angeles Times. Casi el 80% eran negros o latinos, casi todos hombres.
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Este miércoles se cumplen dos años de la muerte de George Floyd a manos del entonces policía Derek Chauvin.
De acuerdo con la base de datos que The Washington Post lleva actualizando desde 2015sobre disparos realizados por la policía, en el 24% de los más de 5.000 incidentes mortales, el muerto resultó ser afroestadounidense. Eso, a pesar de que no conforman ni el 13% de la población total del país.
Los afroestadounidenses también tienen más probabilidades de ser parados por la policía cuando van conduciendo. Un 20% más, de acuerdo al estudio que llevó a cabo la Universidad de Stanford en 2020 —uno de los más recientes sobre el tema— y para el cual analizó más de 100 millones de detenciones de tráfico.
La estadística apenas hace distinciones por estados. Y hay testimonios de discriminación en todos los estratos socioeconómicos.
Para ilustrar que el origen de «la charla» hay que buscarlo décadas atrás y que se ha mantenido generación tras generación, Smith-Pollard recuerda como a su abuelo, mientras crecía en el Misisipi de los años 40, le recomendaban no caminar por ciertas calles.
O hace referencia a tiempos en los que, siendo ella la ministra asociada, en la Primera Iglesia Africana Metodista Episcopal de Los Ángeles, había grupos de voluntarios que aconsejaban a jóvenes negros cómo vestir, caminar, actuar y a ser conscientes de cómo otros podían percibirlos. Fue antes de los disturbios de 1992.
Estereotipos y miedos
«Yo realmente esperaba que nunca tuviera que tener ‘la charla’ con mi hijo», le cuenta a BBC Mundo Judy Belk, presidenta y directora ejecutiva de The California Wellness Foundation (Cal Wellness), una de las instituciones filantrópicas más grandes del estado y que durante 30 años se ha enfocado en promover la prevención de la violencia como una cuestión de salud pública.
FUENTE DE LA IMAGEN – THE CALIFORNIA WELLNESS FOUNDATION. Judy Belk.
Pero algo cambió cuando su hijo —como el de Smith-Pollard— tenía unos 12 o 13 años.
«Vivíamos entonces en Oakland y yo trabajaba en San Francisco (al otro lado de la bahía). Me rogó que (le dejara), que ya era lo suficientemente mayor como para ir solo en metro. A mí me preocupaba mucho, así que le dije: ‘No hables con extraños, llámame en cuanto subas al tren y cuando bajes…'».
Él siguió sus instrucciones y cuando se reunieron en San Francisco y ella le preguntó qué tal fue todo, recibió por respuesta algo que la dejó en shock. Así fue la conversación, recuerda:
— Mamá, no creo que te tengas que preocupar de que alguien me vaya a hacer daño. Creo que la gente del tren estaba nerviosa por mi presencia.
— ¿Qué quieres decir?
— Creo que puse nerviosas a algunas mujeres mayores blancas.
«Se me cayó el alma al suelo. Había sido ingenua al pensar que quizá podría haber escapado a esa sensación de sentirse ‘el otro'», reconoce. Ella había crecido en el sur segregado, en Virginia, y esperaba salvar a sus hijos de cualquier situación que pudiera recordar a aquello al criarlos en California.
Cuando él vio la cara de devastación de su madre, trató de reconfortar:
— No te preocupes. Agarré mi libro y me puse a leer. Y parece que empezaron a sentirse más cómodas conmigo.
«Así que aquella noche caí en la cuenta de que estaba criando a un hombre negro y que, a pesar de que tuviera una educación privilegiada, el mundo lo iba a ver como un hombre negro con todos sus estereotipos y miedos (asociados)», recuerda.
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Casey Goodson Jr. murió a manos de la policía en Columbus, Ohio, en diciembre de 2020.
«Probablemente habíamos tenido conversaciones sobre raza antes, pero fue entonces cuando me di cuenta de que tenía que ayudarle a entender cómo crecer sintiéndose seguro al ser afroestadounidense».
La primera vez que lo paró la policía mientras conducía, Belk se alegra de que estuviera su marido con él. Fue en Carolina del Norte, donde su hijo iba a cursar sus estudios de posgrado.
Les preguntó dónde se dirigían y el padre lo vio como una oportunidad para enseñarle a su hijo cómo lidiar con la situación, al igual que lo habían instruido a él en su día: «Contesta a las preguntas y mantén las manos sobre el volante».
No mucho después de aquello, en dos incidentes separados en Texas, los afroestadounidenses Botham Jean y Atatiana Jefferson, de 26 y 28 años respectivamente, murieron por los disparos propinados por la policía en sus propios hogares.
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Y a inicios de 2019 Belk sintió en su propia carne que lo de estar seguros en casa podía ser una ilusión hasta en Hollywood, donde vive ella vive.
Su marido había salido a pasear al perro y una vecina, al ver a aquel hombre negro deambular por la calle con una linterna y entrar después en la casa de los Belk, decidió alertar a la policía sobre un posible «intruso».
Dos agentes llegaron en respuesta a la llamada, pero al edificio equivocado.
Les abrió la puerta otra vecina, quien advirtió a los policías — uno de ellos tenía ya la pistola en la mano— que la dirección que estaban buscando era la de al lado, pero que tuvieran en cuenta que quien vivía allí era negro y médico.
Ante eso, Belk dice que tuvo que actualizar «la charla». «¿Dónde estamos seguros ahora?», se preguntó. Una interrogante que le vuelve a surgir ante los tiroteos de Buffalo este mes y el del metro de Nueva York en abril.
«Mi marido estaba paseando al perro al otro lado de la calle frente nuestra casa, en un barrio muy exclusivo, y alguien que no sabía que había negros en el vecindario llamó a la policía», dice. «Y ahora mi hija se está cuestionando si está segura en el metro de la capital del país». Vive en Washington DC y trabaja en el Capitolio, explica.
Dice que después de lo de Buffalo sintió que tenía que volver a tener una charla con su hija y subrayarle: ‘Claro que tenemos que estar alerta y queremos sentirnos seguros, pero no podemos dejar que el miedo nos embargue'».
«Fue una conversación muy dolorosa. No creo que los blancos tengan ese tipo de conversaciones con sus hijos. Es realmente una carga. Creo que ningún ser humano debería tener este tipo de conversaciones. Y creo que es una peso adicional que tenemos, la carga de ser negro en Estados Unidos».
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A pesar de ello, dice que es optimista.
«No me levanto cada día pensando en el racismo y suelo ir por la vida creyendo que cada día se abren nuevas posibilidades. Pero por lo general suele pasar algo en ese caminar por la vida, involuntario a veces, gracioso otras, o doloroso en ocasiones, que me recuerda que soy negra o parte de ello», apunta.
«A veces me ocurre en la tienda, cuando me piden una identificación extra que no le han pedido a la persona blanca que me precedía. O cuando a la gente le cuesta imaginarse que soy la presidenta y CEO de esta gran organización. A veces no consigo taxi en Nueva York y me hace ponerme un poco paranoica», se explaya.
«Diría que el deseo último de la mayoría de los afroestadounidenses, de la mayoría de la gente de color, es ir por la vida sin esta carga».
Es su trabajo el que le da esperanzas: «El ver que hay tanta gente trabajando, gente negra, blanca y morena haciendo todo lo posible por hacer retroceder a toda esta intolerancia y racismo».
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FUENTE RESPONSABLE: BBC Mundo en Los Ángeles. Por Leire Ventas; Corresponsal. Mayo 2022
EE.UU./Violencia armada/Sociedad y Cultura/Relaciones interraciales y Étnicas/Tiroteos masivos/Racismo.
Merle Oberon, una estrella de Hollywood de la era del blanco y negro, es un icono olvidado en la India, su país natal.
Mejor conocida por interpretar el papel principal en el clásico «Cumbres Borrascosas» (1939), Oberon era una angloindia nacida en Bombay en 1911.
Pero como estrella en la Edad de Oro de Hollywood, mantuvo sus antecedentes en secreto, haciéndose pasar por blanca durante toda su vida.
Mayukh Sen, un escritor y académico radicado en Estados Unidos, tropezó con su nombre por primera vez en 2009 cuando descubrió que Oberon había sido la primera persona de origen sudasiático nominada a un Oscar.
Su fascinación creció cuando vio sus películas y profundizó en su pasado.
«Como queer que soy, empatizo con este sentimiento de que debes ocultar una parte de tu identidad para sobrevivir en una sociedad hostil que no está realmente lista para aceptar quién eres», dice.
Sen está trabajando en una biografía para contar la historia de la actriz desde una perspectiva del sur de Asia.
Una madre que no era la madre
Oberon, cuyo nombre real era Estelle Merle O’Brien Thompson, nació en Bombay en 1911, épocas en las que la India era una colonia británica.
Su madre era en parte originaria de Ceilán -hoy Sri Lanka- y en parte maorí, mientras que su padre era británico.
La familia se mudó a Calcuta en 1917 después de que el padre de Oberon muriera en 1914, y comenzó a actuar gracias a la Sociedad Teatral Amateur de esa ciudad en la década de 1920.
Después de ver por primera vez una película en 1925, el filme mudo «El ángel de las tinieblas», Oberon se inspiró en su protagonista, Vilma Bánky, para convertirse en actriz, según Sen.
Se fue a Francia en 1928, después de que un coronel del ejército le presentara al director Rex Ingram, quien le dio pequeños papeles en sus películas.
La madre de Oberon, Charlotte Selby, que tenía la piel más oscura, la acompañó como su mucama.
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La actuación de Oberon en «Cumbres Borrascosas», junto a Laurence Olivier, consolidó su lugar en Hollywood.
Un documental de 2002 llamado The Trouble with Merle (en español, «El problema con Merle») descubrió más tarde que Selby era, de hecho, la abuela de Oberon.
La hija de Selby, Constance, tuvo a Oberon cuando era adolescente, pero las dos presuntamente fueron criadas juntas como hermanas durante algunos años.
La mentira de Tasmania
La primera gran oportunidad de Oberon vino de Alexander Korda, un cineasta con el que se casaría más tarde, quien la eligió como Ana Bolena en «La vida privada de Enrique VIII» (1933).
Los publicistas de Korda supuestamente tuvieron que inventar una historia para explicar sus orígenes.
«Tasmania fue elegida como su nuevo lugar de nacimiento porque estaba muy lejos de Estados Unidos y Europa (en Australia) y, en general, se la consideraba ‘británica’ hasta la médula», escribió Marée Delofski, directora de The Trouble with Merle, en sus notas sobre el documental.
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Merle Oberon interpretando a Lady Marguerite Blakeney en «La pimpinela escarlata».
Oberon se hizo pasar por una chica de clase alta de Hobart (capital de Tasmania) que se mudó a la India después de que su padre muriera en un accidente de caza, dijo Delofski.
Sin embargo, la actriz pronto se convirtió en una parte intrínseca de la tradición local en Tasmania y, durante el resto de su carrera, los medios australianos la siguieron de cerca con orgullo y curiosidad.
Incluso reconoció a Tasmania como su origen y rara vez mencionó a la India.
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Uno de los papeles más destacados de Oberon fue el de Ana Bolena en «La vida privada de Enrique VIII».
Pero Calcuta la recordaba. «En las décadas de 1920 y 1930 hubo menciones pasajeras sobre ella en las memorias de muchos hombres ingleses» que vivían en la ciudad india, cuenta la periodista Sunanda K. Datta Ray.
«La gente decía que nació en la ciudad, que era operadora de la central telefónica y que ganó un concurso en el restaurante Firpo», agrega.
Llegada a Hollywood
Como fue haciendo más películas en Hollywood, Oberon se mudó a Estados Unidos y en 1935 fue nominada a un Oscar por su papel en una nueva versión de «El ángel de las tinieblas».
Pero fue su actuación en «Cumbres Borrascosas», junto a la leyenda de la interpretación Laurence Olivier, lo que consolidó su lugar en la industria.
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Merle Oberon en una escena de baile de «Jack, el destripador» (1944).
Supuestamente la eligieron a ella sobre Vivien Leigh, otra actriz nacida en la India, porque el equipo detrás de la película sintió que era un nombre más importante, dice Sen.
Una reseña de la película publicada en The New York Times cuando se estrenó afirmaba que Oberon había «captado perfectamente el espíritu cambiante e inquieto de la heroína de (Emily) Brontë».
El final de la década de 1930 catapultó a Oberon a las llamadas grandes ligas, narra Sen. Su círculo íntimo incluía figuras como el compositor de música Cole Porter y el dramaturgo Noël Coward.
Desprenderse de su acento
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El cineasta Alexander Korda fue el primer marido de Oberon.
Korda y el veterano productor Samuel Goldwyn ayudaron a Oberon a cambiar algunos aspectos como su acento, que hubieran delatado sus orígenes del sur de Asia, dice Sen.
Pero el secreto de Oberon pesaba sobre ella, a pesar de que su color de piel claro le facilitaba pasar por blanca en la pantalla.
«A menudo todavía sentía la necesidad de silenciar los frecuentes murmullos de que era mestiza. Los periodistas de cine de su época notaban su tez más bronceada», dice Sen.
Algunos reportes afirman que la piel de Oberon se dañó por tratamientos de blanqueamiento.
Después de que Oberon resultó herida y con cicatrices en la cara en un accidente automovilístico en 1937, el director de fotografía Lucien Ballard desarrolló una técnica que la iluminaba de una manera que disimulaba lo ocurrido (Oberon se divorció de Korda y se casó con Ballard en 1945).
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Merle Oberon en Acapulco (México) en 1966.
«Algunas fuentes han sugerido que la técnica también era una forma de blanquear el rostro de Merle ante la cámara», dice Sen.
El sobrino de Oberon, Michael Korda, quien publicó un libro de memorias familiares llamado «Alexander Korda: Una vida de ensueño» en 1979, dijo que ocultó detalles de su pasado después de que ella lo amenazó con demandarlo por incluir su nombre real y lugar de nacimiento.
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Oberon y sus patrocinadores hicieron esfuerzos concertados para mantener oculto su pasado.
«Supuse que había pasado suficiente agua por debajo del puente, pero a ella todavía le importaba mucho su pasado», dijo en una entrevista con el diario Los Angeles Times.
Huir de las preguntas
Con el paso del tiempo, la farsa se volvió más difícil de sostener.
En 1965, Oberon canceló apariciones públicas y acortó un viaje a Australia después de enterarse de que los periodistas locales tenían curiosidad por sus antecedentes.
Reportes de esa época afirmaban que estaba angustiada durante su última visita a Tasmania en 1978, ya que las preguntas sobre su identidad seguían surgiendo.
Pero ella nunca admitió la verdad en público. Murió en 1979, de un derrame cerebral.
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Merle Oberon junto al presentador de televisión Mike Walsh en una entrega de premios en 1978.
En 1983, su herencia angloindia se reveló en una biografía, Princess Merle: The Romantic Life of Merle Oberon (en español, «Princesa Merle: la vida romántica de Merle Oberon»).
Los autores encontraron su partida de nacimiento en Bombay, su certificado de bautismo y cartas y fotografías que tenían sus parientes indios.
A través de su libro, Sen espera transmitir las enormes presiones que Oberon enfrentó como mujer del sur de Asia «navegando en una industria que no fue diseñada para adaptarse a ella y produciendo un trabajo tan conmovedor mientras luchaba esas batallas».
«Lidiar con esas luchas no pudo haber sido fácil. Es más útil sentir empatía por ella que juzgarla».
Imagen de portada: GETTY IMAGES. Merle Oberon nació en Bombay.
FUENTE RESPONSABLE: BBC News, Delhi. India. Por Meyl Sebastian. Abril 2022
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