¿Quién fue Marguerite Porete y las beguinas, las mujeres que decidieron, en plena Edad Media, retirarse a vivir sin hombres?

Las beguinas eran mujeres cristianas laicas que buscaban vivir una vida espiritual dedicada a Dios, pero sin ingresar en un convento y tomar los votos religiosos.

A la mayoría, el nombre de Marguerite Porete no le dirá nada, pero su libro, «El Espejo de las Almas Simples y Aniquiladas», es considerado una obra maestra de la literatura mística, y ha sido objeto de estudio y discusión durante siglos, a pesar de que para su autora supuso la muerte en la hoguera el 1 de junio de 1310.

Nacida en Valenciennes (Francia) en torno al año 1250, poco se sabe de su vida antes de que comenzara a escribir, siendo su obra clave la mencionada «El Espejo de las Almas Simples y Aniquiladas», un tratado místico que describe el proceso por el cual una persona puede alcanzar la unión con Dios a través de la aniquilación del yo y la entrega total al amor divino. 

Porete habla de la unión con Dios de una manera que algunos líderes religiosos de la época consideraron herética y peligrosa. La obra, escrita en su lengua, picardo, y no en latín como dictaban las reglas eclesiásticas, era «un libro itinerario espiritual» que leía en voz alta en distintas localidades, haciéndolo peligrosamente popular. El libro fue prohibido en 1308 por el obispo de Cambrai, Gui de Colle-Meuse, y Porete fue arrestada y acusada de herejía.

Ella se negó a retractarse de sus ideas y fue encarcelada hasta que, finalmente, fue llevada ante un tribunal inquisitorial en París en 1310. Allí, se negó una vez más a retractarse de sus enseñanzas, y fue condenada a muerte en la hoguera como hereje. Porete fue ejecutada en la Plaza de Grève en París.

La muerte de Marguerite Porete se ha interpretado como un ejemplo de la intolerancia religiosa y la represión de la libertad de expresión en la Europa medieval. Sin embargo, su obra ha sobrevivido y ha sido redescubierta y estudiada en tiempos más recientes. Se la considera una figura importante en la tradición mística occidental, y su obra sigue inspirando a personas interesadas en la vida espiritual y el camino hacia la unión con Dios.

En el Concilio de Vienne, celebrado por la Iglesia católica en la ciudad francesa de Vienne (Francia), en la catedral de San Mauricio, entre el 16 de octubre de 1311 y el 6 de mayo de 1312, se abordó, entre otros muchos asuntos como la supresión de la orden de los Templarios, el tema de Marguerite Porete y se llamó al orden a las beguinas seguidoras de sus escritos espirituales, acusados de dar vida al movimiento del Libre Espíritu.

Así, la acción de Porete puso el foco en las beguinas, un movimiento religioso y social que surgió en Europa durante la Edad Media. Aunque su origen exacto es incierto, se sabe que las beguinas comenzaron a aparecer en las ciudades del norte de Europa, particularmente en los Países Bajos, durante el siglo XIII. El movimiento se extendió rápidamente por toda Europa, y las beguinas se convirtieron en una presencia común en muchas ciudades y pueblos durante los siguientes siglos.

Las beguinas eran mujeres cristianas laicas que buscaban vivir una vida espiritual dedicada a Dios, pero sin ingresar en un convento y tomar los votos religiosos. En cambio, vivían en comunidades o solas, y se dedicaban a la oración, la meditación, el trabajo y la caridad. 

Las beguinas creían que podían alcanzar la santidad y la salvación a través de la vida cotidiana y el servicio a los demás, sin necesidad de retirarse del mundo.

Las beguinas eran conocidas por su devoción y su trabajo en beneficio de los demás. Muchas se dedicaban a cuidar a los enfermos y los pobres, y trabajaban en hospitales y leproserías. Otras se dedicaban a la enseñanza, y fundaron escuelas y academias para niñas y jóvenes mujeres. Las beguinas también eran famosas por su habilidad en la costura, la bordadura y la elaboración de textiles, y algunas se ganaban la vida con su trabajo.

A pesar de su devoción y su trabajo, las beguinas a menudo eran objeto de sospechas y persecuciones. Muchos líderes religiosos y políticos veían con recelo la existencia de estas comunidades de mujeres que vivían fuera del control de la iglesia y el estado. Las beguinas eran acusadas a menudo de herejía y brujería, y muchas fueron arrestadas, encarceladas, torturadas y ejecutadas durante la Edad Media y la época moderna.

A pesar de las persecuciones, las beguinas continuaron existiendo y creciendo en número durante siglos. En los Países Bajos, las beguinas llegaron a ser tan numerosas que llegaron a ser consideradas una fuerza social y económica importante. 

Las beguinas fundaron sus propias iglesias, hospitales, escuelas y talleres, y llegaron a ser conocidas por su habilidad en el comercio y el trabajo textil. En otras partes de Europa, las beguinas también fueron activas y respetadas, y algunos líderes religiosos llegaron a admirar su devoción y su ejemplo de vida cristiana.

El movimiento beguino comenzó a declinar durante la época moderna, a medida que las ideas y las prácticas religiosas evolucionaban y cambiaban. Muchas beguinas se unieron a órdenes religiosas más formales, mientras que otras simplemente desaparecieron. A pesar de esto, las beguinas dejaron un legado duradero en la historia y la cultura europea, y su ejemplo de vida espiritual y servicio a los demás sigue siendo una fuente de inspiración para muchas personas en la actualidad.

El origen del término «beguina» no está completamente claro, pero existen varias teorías. Una de ellas es que proviene del latín «beghina», que significa «mujer piadosa» o «mujer devota». Otra teoría es que el término viene de una palabra flamenca antigua, «begga», que significa «mujer de la nobleza». 

También se ha sugerido que el término se deriva del nombre de una figura histórica conocida como Beatrijs de Nazareth, una mística y escritora medieval del siglo XIII que vivió en el convento de las clarisas en Tienen, Bélgica.

Sea cual sea su origen, lo cierto es que el término «beguina» se convirtió en sinónimo de un movimiento religioso y social que surgió en Europa durante la Edad Media.

Imagen de portada: Ilustración de las Beguinas (Desconocido)

FUENTE RESPONSABLE: La Razón. España. Por Adela Sanchidrián. 28 de febrero 2023.

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Radiografía ideológica del papa Francisco.

Luis Antonio de Villena

«Francisco es un papa novedoso en el catolicismo, pero la duda permanece: ¿Es eficaz o hablador tan sólo?»

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En una reciente entrevista para la Associated Press (grabada en el despacho vaticano y en español) el papa Francisco asegura, con enorme tranquilidad: «Todos somos hijos de Dios. La homosexualidad no es un delito. Es un pecado. Pero también es pecado la falta de amor al prójimo»

¿Es muy moderna, muy novedosa esta declaración? Para la gente del mundo occidental que vive en su tiempo, para mí, las palabras de Francisco nada tienen de novedosas. Menos aún para alguien LGTB concienciado. Más bien (aunque buenas) son antiguas. Ya en 1973 -tarde- la Asociación Estadounidense de Psiquiatría borró la homosexualidad de los trastornos mentales. Y la OMS lo hizo en 1990.

La homosexualidad no es una enfermedad y nada hay que curar. El Papa, en la citada entrevista, asegura que la mayoría de los 50 países que todavía condenan la homosexualidad -incluso con la muerte-, lo hacen por razones de una cultura propia. 

La periodista aprieta: «¿Y la Iglesia está contra ello». Francisco responde: «Sí, los obispos en esos países hacen lo que pueden…».  

Bien es verdad que, más informalmente, en un avión y de retorno de Brasil y en 2013, Francisco empezó el discurso: «Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?».

El papa Francisco que ha tenido recientes años de silencio (algunos miraban a su salud, tiene 84 años) siempre ha dicho cosas nuevas para el estricto catolicismo: acoge a la homosexualidad y a los divorciados, por ejemplo, como hijos de la Iglesia, y es mejor sabida su renuncia al boato pontificio  y su cercanía a los desheredados. 

Ya he dicho, todo ello puede parecer viejo (y lo es) para una mentalidad avanzada, pero es muy nuevo en los viejos esquemas y leyes del catolicismo más ortodoxo.

«Despierte, Santidad, medite. A España no hace falta que venga. Acaso debiera ir a Argentina y pedir perdón, en efecto»

Los obispos conservadores rechazan a Francisco por «progre» (preferían a Benedicto XVI) y quienes no estamos en eso, nos preguntamos: me gustan esas palabras de Francisco, pero se tiene la sensación de que quedan como personales opiniones del Papa, es decir -y ya cumplió una década de pontificado- ¿algo ha cambiado en la doctrina social de la Iglesia? 

¿En algo se ha modificado la ley eclesiástica? ¿O queda al fin todo al criterio personal de cada cura?

Si nada cambia o se mueve en el vetusto cuerpo doctrinario eclesial, las palabras de Francisco habrán sido buenas, pero de corta eficacia. ¿Modifica la Iglesia lo que dice Francisco? 

Parece que no en lo escrito. Y ya se sabe: Scripta manent. Lo escrito es lo que permanece.  Con la duda de si las opiniones de Francisco son algo más que transitorias, lo que sería triste y grave, pues sus discursos valdrían de poco, queda el lado político del Papa, amigo de los populismos de América Latina, donde ha dicho bastantes insensateces. 

Decir que España debe pedir perdón por la Conquista de América (e indisponerse con España) es una gran necedad. Como decir que Italia pida perdón por el Imperio Romano. Pero más aún, siendo un Papa: ¿No recuerda que sin España no habría habido catolicismo ni el rico mestizaje de nuestra América? ¿Qué opina de las tantas iglesias y catedrales del XVII?  

Por lo demás Francisco tuvo un mal papel (no hizo, no condenó) durante la terrible dictadura de Videla en su Argentina natal.

Si uno ve una curiosa película, ‘Los dos papas’-‘The two popes’- de Fernando Meirelles, coproducción británica para Netflix, estrenada a fines de 2019, con dos notables actores, Jonathan Pryce (Francisco) y Anthony Hopkins (Benedicto) y que se dice basada en hechos reales, tendríamos que decir que Francisco es consciente de su torpeza durante la dictadura argentina, pero que ello mismo le hizo cambiar para sentirse cerca de la gente. 

Según la película, sería Bergoglio quien, de modo indirecto, influye en la renuncia al papado de Ratzinger. 

Francisco es un papa novedoso en el catolicismo, pero la duda permanece: ¿Es eficaz o hablador tan sólo? ¿Quedará o será sólo brisa, aunque de esperanza? Y lo igual de grave: ¿No ve las trampas burdas del populismo? 

Los pobres de América no son ni Maduro ni Petro ni López Obrador. Despierte, Santidad, medite. A España no hace falta que venga. Acaso debiera ir a Argentina y pedir perdón, en efecto. 

Imagen de portada: Papa Francisco

FUENTE RESPONSABLE: The Objective. Por Luis Antonio de Villena. Nacido en Madrid en octubre de 1951, Luis Antonio de Villena es licenciado en Filología Románica. Su obra creativa —en verso o prosa— ha sido traducida, individualmente o en antologías, a muchas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (1981) —poesía— el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio Internacional de Poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007 recibió el II Premio Internacional de Poesía «Viaje del Parnaso». Desde noviembre de 2004 es doctor ‘honoris causa’ por la Universidad de Lille (Francia).

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Norbert Bilbeny: «El siglo XVII fue un tiempo de ortodoxias imperiales y el nuestro vuelve a serlo».

Se habrán percatado en alguna ocasión de que, al contrario de lo que sucede en otras disciplinas, uno puede haber terminado sus estudios reglados en filosofía y no por ello ser filósofo. No hay vía administrativa que certifique tal condición, como el jurista, que pasa a ser abogado al colegiarse. No hay residencias, ni siquiera prácticas… Claro que, de haberlas, tampoco asegurarían nuestro puesto entre los filósofos. Si acaso, se podría pertenecer al grupo de los que Unamuno llamó «profesionales del pensamiento».

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Ser filósofo es una forma de estar en el mundo, de contemplarlo buscando entenderlo, esperando, luego, encontrar las palabras justas para compartir esa mirada, para devolver el reflejo que se nos había dado en préstamo. 

Norbert Bilbeny (Barcelona, 1953) es filósofo, además de catedrático de Ética en la Universidad de Barcelona y autor de una cantidad encomiable de ensayos y artículos de opinión. Basta con echar un vistazo a un párrafo de algo escrito por él para darse cuenta de lo amplia que es su mirada, y lo fuerte que es su voluntad de hacerse (y hacernos) entender. Y eso es una virtud filosófica y ética.

El pasado mes de diciembre hablamos con el filósofo durante las Conversaciones 50 Anagrama, uno de los espacios dedicados al encuentro con autores en la quinta edición del Bookstock. Nos adentramos en su publicación más reciente, Moral Barroca (Anagrama, 2022), pero también, empapados por el ambiente del festival y la calidez del auditorio que nos acogía, hablamos de música y otros libros. Pero sobre todo de filosofía, claro.

¿En qué momento, o a consecuencia de qué similitud, encuentras esta relación clara entre Barroco y contemporaneidad? 

Porque estamos en un tiempo de ortodoxias, de lo correcto, lo que hay que pensar, lo que es oportuno decir. En los años 60, 70, en el Partido Comunista y otros grupos de izquierda marxista se decía que había que estar en la línea correcta, no apartarse de esa línea… Pues eso de estar en «lo correcto» parece que vuelve, que ya ha vuelto, no sé si para quedarse. La corrección. Yo soy muy favorable al lenguaje de lo políticamente correcto, para no despreciar ni marginar a minorías, a condiciones de género, de grupos raciales, de etnia o cultura… En principio, soy partidario de la corrección política a la hora de hablar para no herir ni discriminar, para no ser injusto o falto de equidad, pero hay algunas formas de corrección que ya nos saturan, que hasta te impiden hablar de algún modo. Tienes que ir con mucho tiento. 

Y estamos en una época de ortodoxias, como en el siglo XVII: el golpe que representó en el XVI y en el XVII el protestantismo de Lutero, el golpe que representa contra la Iglesia, contra el cristianismo, y esa reacción llamada la Contrarreforma, la reacción de Roma y de los países católicos contra la lectura directa de la Biblia y la importancia de la conciencia, etcétera. Entonces, ¿qué ocurría? ¿Qué ocurría con la Virgen María? ¿Qué ocurría con la comunión? ¿Qué ocurría con los santos? Todo eso desaparecía, es decir, fue un golpe terrible, como a raíz del 11 de septiembre del 2001 la caída de las Torres Gemelas y el terrorismo islamista, un golpe tremendo. Fue un mazazo en la mentalidad europea que provocó esa vuelta a una ortodoxia desaforada que hasta impidió que estudiantes españoles fueran a estudiar a universidades fuera de España. Hasta este punto había llegado la ortodoxia católica. Era una ortodoxia imperial, la del imperio y el papado, el rey y los obispos, los cardenales… Formaban, digamos, un mismo paquete ideológico e institucional que hacía muy difícil separar un poder de otro. 

El siglo XVII fue un tiempo de ortodoxias imperiales y vuelve a ser el nuestro otro también de lo mismo, de ortodoxias imperiales. Nuevos autoritarismos, nuevos imperios, nueva ortodoxia… estar en la línea correcta. 

También es un tiempo de nuevas soledades, como aparece en el subtítulo de Moral barroca: pasado y presente de una gran soledad. Me pregunto si es posible escapar de los condicionantes propios de la época, porque, tal y como explicas en el libro, estamos de algún modo forzados a estar solos, a ser solitarios. Todo ese ideal del self-made man, de la autosuficiencia… 

Hablando contigo, antes de la entrevista, nos hemos descubierto como admiradores de los Beatles. Me gusta la música clásica, pero no puedo dejar de recordar y de admirar el álbum del Sgt. Pepper’s… Con el tiempo he visto que es una portada muy barroca. Y la música también, muy barroca. En ese álbum, los Fabulosos Cuatro se autodenominan como la «banda de los corazones solitarios». Pues bien, estamos en un tiempo Beatles, de corazones solitarios, de soledad.

Yo soy profesor y, una parte por lo que adivino, y otra por lo que me cuentan algunos estudiantes, viven muchos en un tiempo de soledad. Como dice Góngora: «de mis soledades vengo, a mis soledades voy». Vamos directos a esa banda de corazones solitarios de los internautas y red-dependientes de hoy.

Entonces, ¿ya estábamos dentro del modelo de moral barroca en el siglo pasado?  Era algo que venía sospechando desde que leí el ensayo que te hizo ganador del Premio de Ensayo Anagrama en 1997, La revolución en la ética, el cual me pareció sorprendentemente actual porque muchas de las situaciones que posteriormente se han ido asentando ya estaban perfiladas ahí.

El libro se subtitula (disculpen, no quiero hacer propaganda, pero ya que lo has mencionado, por alusiones) Hábitos y creencias en la sociedad digital. Yo creo que eso está cambiando nuestra mentalidad moral y política. Que hábitos y creencias están cambiando porque cada vez nos comunicamos más de manera distal, a distancia, y menos de manera presencial. Esta distancia que fue característica también de una época de calamidades y soledades, como fue el siglo XVII.

Pues en aquel año 97, cuando lo publiqué, ya con la sociedad y la tecnología digital de hoy, se iba apuntando, y claramente, hacia esta sociedad de individuos solitarios que conectan mucho, pero contactan poco. 

Ese libro, La revolución en la ética, lo escribí a raíz de una experiencia con mi hijo, cuando era un niño. Acababa de dormirse en su camita, me acerqué y le tomé la mano, esa manita del niño que duerme tranquilo, la mano suave, calentita… y caí en la importancia del tacto. 

El tacto es el sentido corporal que tenemos más desarrollado. No tendremos los instintos que tienen el resto de especies animales, no tendremos su capacidad de visión, de olfato, de oído, pero el tacto lo tenemos muy desarrollado. Ahora sobre todo lo tenemos desarrollado con las máquinas digitales, porque la digitalización es tacto también. 

Entonces, al tomarle la mano, reflexioné sobre la importancia del tacto, pero también pensé ¿qué nos está sucediendo en nuestra sociedad que hay cada vez menos tacto?

Se va perdiendo el tacto, el contacto, y la mirada también se pierde. 

Antes, los alumnos venían a visitarnos en las horas de despacho, para consultarnos sobre los exámenes, los horarios, las notas… Y cada semana recibíamos media docena de visitas aproximadamente. Ahora ya no te viene nadie al despacho. Te escriben, eso sí, en pleno fin de semana y casi esperando una respuesta rápida, y te piden una tutoría, como se dice ahora. Académicamente la palabra es acertada: es una tutoría, pero ya no es esa relación presencial, viva, vivificante. Porque la enseñanza, la pedagogía, son vivificantes o casi no son nada. Eso se va perdiendo. 

En el tacto y la mirada hay una doble relación, la de espacialidad y temporalidad, y creo que eso, el contacto, en definitiva, se va perdiendo. El siglo XVII también era un siglo de vacíos de tacto y de mirada. 

Norbert Bilbeny para Jot Down

En el siglo XVII, por lo menos, tenían una certeza —que nosotros deberíamos haber aprendido después de la pandemia; que se supone que habíamos aprendido— que es la de la muerte. Tenían muy claro que lo único cierto en la vida era que te ibas a morir. Me llama la atención esa relación con la portada, esa calavera recubierta de diamantes realizada por Damien Hirst, como si ahora nos relacionásemos con la muerte de manera más despreocupada. ¿Hemos llegado a perder la certeza del Barroco?

Pues yo creo que hay un paralelismo muy claro y hasta una coincidencia. Quizá sea una concomitancia, solamente, pero yo creo que hay una coincidencia en ese rehuir la muerte. El miedo a la muerte, el rehuirla, ignorarla, tratar de ahuyentarla como sea. Eso lo vemos en el teatro del Barroco, en los sonetos, en las pinturas, en la importancia, por ejemplo, de la calavera y la «vanitas»… En todas partes estaba el miedo a la muerte, porque el siglo XVII fue un siglo de calamidades, en toda Europa, pero sobre todo en España, que iba perdiendo fuelle por todas partes, con una tremenda inflación, con la persecución de los moriscos, con las pestes, con la decadencia de la monarquía, del imperio. Era un siglo de absolutismo. El rey era el representante de Dios en la tierra. Y un siglo de inquisición, terrible. Y a pesar de ello, de ser un siglo tan malo en este sentido humano, fue un siglo brillante en su producción literaria, artística, filosófica y científica. Portentoso. De los mejores siglos (por lo menos de la cultura occidental) que ha tenido la historia, por otra parte, un siglo tan macabro en ciertos aspectos.

Y esta portada, a la que te refieres… A mí la editorial me pasó varias opciones para ver qué me parecían. Me pasaron como cuatro o cinco opciones. La mayoría eran muy coloreadas, rococó. Y cuando vi esta, al final, dije «esto, esto es el Barroco, es el miedo a la muerte». Pero esa muerte que a la vez es objeto: objeto artístico, objeto literario para el siglo XVII, y que lo es también para nosotros, pero de otros modos.

Esa atracción de la muerte… Desgraciadamente, yo sé que en clase no puedo hablar como profesor de ética del suicidio, porque en cuanto lo hago, paran rápidamente la atención y los ojos se ponen como platos, prestan oídos. Otras cosas que les digo no les interesa, pero si sale a colación la cuestión de la muerte y del suicidio, todos están atentos, y algunos me piden a la salida de clase si puedo darles más información o más nombres de autores. Yo les digo que, bueno, con cuidado. Esa atracción por el suicidio, por la muerte, por herirse… Es decir, vuelve a cabalgar ese aspecto de la muerte, y de una forma metafórica, no tanto como muerte física. La muerte como metáfora, porque en este siglo XXI hay una muerte muy destacable y es la muerte de la idea de progreso.

Una de las víctimas, yo creo que la principal víctima intelectual de nuestra época, es la muerte de la idea del progreso. No creer que progresamos, que todo está ahí estático; vivimos en la precariedad, y el futuro… ya se verá. Eso también ocurrió en el siglo XVII, que fue un siglo como una especie de puente colgante, entre el XVI, el del Renacimiento, riquísimo también en España, y el XVIII, igualmente tan rico en España y en el resto de Europa. En cambio, el XVII es un siglo pesimista, en que no hay futuro, en que no se piensa en el futuro. Sin idea de progreso, ni tampoco utopías. Hay lamentos, hay nostalgias: tenemos al mismo Cervantes, con la nostalgia de la época de las caballerías, de la honradez. Es una ética renacentista todavía la de Cervantes, un espíritu liberal, irónico, mundano, pero eso desaparece en el siglo XVII. Todo se queda encogido y encerrado en esta concha de caracol que es la inteligencia del XVII. Y era una época sin idea del progreso, como la nuestra, al contrario que en el siglo XX.

Hoy en día alguien se presenta como progresista y uno se pregunta ¿en qué cree usted? A veces digo, bueno, pero sí hay progreso en tecnología, porque en tecnología sin duda hay progreso si lo entendemos como una suma de ventajas mayor que la de desventajas en la comunicación, en la vida a través de medios técnicos. A veces digo que hay progreso también en ciencia, y mis colegas científicos me dicen que no hay tanto progreso como en tecnología, que están más bien estancados, que ya no es como en el siglo pasado, con la física cuántica, con la genética, la biotecnología, etcétera. 

Es como una época de estancamiento, por eso creo que la primera víctima intelectual de nuestro tiempo es la idea de progreso. Que ocurrió también, queda claro, en el siglo XVII, que es un siglo distópico.

Parece que estamos suspensos entre un pasado que no nos interesa y un futuro en el que no creemos y que, desde ahí, las posibilidades de acción parecen reducirse a: o bien, que caigamos en la deconstrucción al estilo Ferrán Adrià, o que estemos siempre creándonos y recreándonos, sin poder llegar a donde queremos.

Pues sí, además parece que no hay nostalgia de nada, no tenemos una voluntad de regreso al pasado, de resucitar ideologías, maneras de hacer, de ver el mundo del pasado. Estamos en un mundo desencantado y desencantador, y no hay nostalgia del pasado, como ya ocurrió en el siglo XVII. Cervantes tenía nostalgia del Renacimiento, porque es medio barroco y medio renacentista, pero ya en pleno siglo XVII no hay nostalgia del pasado, ni deseo de futuro, ni premonición. 

Yo creo que estamos en una época muy parecida a entonces, porque no tenemos nostalgia de lo que pudo haber ocurrido en el XIX y en el XX. Se habla hoy del fascismo, que vuelven los fascistas… Bueno, es otra cosa. Hay ciertas concomitancias o correlatos con actitudes del llamado fascismo, pero no vamos a quitarle importancia a los fascismos del siglo XX diciendo que conductas autoritarias, muy impropias e indeseables, son fascistas. La verdad es que no nos cuesta mucho acusarlas de fascismo, pero no son como las del siglo XX, que eran totalitarias, con unas categorías y unas formas de hacer que no son las actuales. Hoy el fascismo se puede presentar de manera democrática también, defendiendo el parlamento. Aunque no sé lo que duraría eso…

Norbert Bilbeny para Jot Down

¿Cuánto más se puede permanecer en este estado en el que estamos ahora? Me refiero, antes de que se busquen las certezas en los lugares que las imponen, como —justamente— los movimientos totalitarios o en la exaltación religiosa.

Cuando Carrero Blanco fue asesinado, Franco dijo a la viuda de Carrero: «Consuélate, que no hay mal que por bien no venga». Y todavía nos preguntamos qué quiso decir Franco con eso. 

Pues, bueno, estamos en una época en que quizás no hay mal que por bien no venga. Si no tenemos ni nostalgia del pasado ni nostalgia o ilusión de futuro, ¡pues puede que no esté tan mal! Puede que nos encontremos en una especie de punto cero para evitar caer en los errores y los ilusionismos del pasado, evitando también las ilusiones que nos podrían llevar a la desesperación en el futuro. Quizás no está mal que sea esta una época parecida a un emparedado, entre dos tiempos que no importan, y ahora en el presentismo absoluto, permíteme la exageración. 

Quizá esto sea bueno para empezar a pensar más en serio y radicalmente las posibilidades del futuro. Y que no esté mal que se pueda escapar tanto de las nostalgias como de las utopías.

Pero si predomina un desinterés por conocer la realidad (como le pasaba también al individuo del seiscientos), ¿podemos llegar a pensarla con vistas a una transformación en el futuro o simplemente se mutila?

El metaverso, ¿no? Y vivir a través de las pantallas, vivir ya en la pantalla, aparecer en la pantalla, hacer de nuestra vida una aparición constante en una u otra pantalla, pequeña o grande, la vida escénica. Entonces no existían las pantallas, pero existía el teatro, que venía a ser el escenario, la gran pantalla, un escenario de ingenio y de sueño. El teatro permitía el ingenio, por una parte, y la ensoñación por otra. El público se entregaba a la obra de teatro. Pero hay esa similitud, esa posibilidad de compararnos entre el XVII y la época actual en cuanto a lo escénico, en cuanto a vivir fuera de la realidad, en cuanto a que no nos gusta la realidad… Incluso una llamada telefónica, la realidad de una llamada telefónica, para muchos eso es algo muy incómodo. Se prefiere el WhatsApp o dejar el mensaje… pero hablar por teléfono, que te oigan directamente la voz y tener que improvisar y que se creen silencios… Eso puede ser tremendo. Yo sé que eso existe, pero para mí es poco comprensible.

Creo que hay un miedo a la realidad. Quizá la situación actual lo propicia. Ese miedo a la realidad y esa huida, esa huida hacia un mundo irreal, con la ensoñación… El siglo XVII es un siglo de sueños, con Quevedo, y acaba en un sueño, en el mismo Calderón con La vida es sueño. Calderón vive en ese tiempo de calamidades, y dice: la vida es un engaño, todo nos engaña, las apariencias, las formas, las imágenes que nos seducen, pero que están vacías…

¡La cueva de la nada, que decía Gracián! Todos los personajes en esta cueva son nada. Aquí, que han sido célebres, han sido ricos, han sido poderosos, son nada, es la cueva de la nada.

A veces enchufamos, ponemos el televisor, los programas, y hay quien dice que se ve algo, pero yo no veo nada. Digo, ¿qué ves ahí? «Están haciendo, no sé qué, una tertulia, chafardeando, el cotilleo…Estoy mirando este programa, es divertido». Digo, pero si no hacen nada. ¡Claro! Pero es que es la nada.

La vida es sueño, Calderón. El mundo es engañoso, hay que desengañarse. ¿Y cómo se desengaña Calderón? Pues viendo que la vida es sueño. El desengaño es darse cuenta después del engaño de la realidad, de lo que se vive, sufre, observa. Hay que desengañarse reconociendo que todo eso es un sueño, pero Calderón no quiere permanecer en este desengaño. Ni en el engaño ni en el desengaño. Prosigue. Da un paso más adelante. Quiere desengañarse. Quiere entrar en una vida más real, menos engañosa y menos desengañada. Y busca también la bondad, por lo menos vivamos lo bueno; por lo menos que triunfe la bondad, que triunfe la moral, la virtud. Y así lo dice.

Es una forma de despertar, porque lo que busca Calderón con eso es el despertar del desengaño. Despertar de ese desengaño que es otra forma de sueño también. La primera fase de este despertar es darle importancia a la moral. Darle importancia a la virtud, a la libertad, a la honradez, a la honra, algo tan barroco. ¡La honra!

Pero no tiene suficiente con ese primer tiempo del despertar y busca otro tiempo: el despertar religioso. La comunión cristiana, Cristo, Dios, la vida religiosa. Hay que recordar que Calderón era clérigo. Y ese es ya el último y coronado tiempo del despertar. ¿Cómo acaba pues ese despertar del desengaño para Calderón? Pues acaba que sigue huyendo de la realidad. Desconectando de la realidad. Porque le lleva a la comunión con Cristo. Le lleva hacia la experiencia del sacramento, la contemplación de Dios. Le lleva hacia un estadio místico de la experiencia humana.

Lo que nos permite alejar el sueño, la ensoñación, el teatro, la imaginaría de nuestra realidad cotidiana y de nuestra experiencia personal, es al final, dice Calderón, la religión. Pero eso es una huida también de la realidad, dicho con todos mis respetos. Eso es una huida también. El final de Calderón en La vida es sueño es un final místico. O sea, tampoco hay realidad ahí.

Norbert Bilbeny para Jot Down

Si no hay una realidad tampoco habría una libertad. Dices en el libro que «a un individuo más preocupado por su seguridad que por su libertad, ¿qué margen de individualidad le queda?». Y lo que me pregunto es si esos miedos que nos conducen a una preocupación absoluta por nuestra seguridad se deben a una ensoñación, a una ilusión, como la del Barroco, de un exceso de libertad, que quizá pueda ser extraída de la experiencia virtual, que aparentemente es ilimitada; o, por el contrario, es un acto de resignación, porque, de todos modos, si esa libertad no está a nuestro alcance, ¿para qué preocuparnos por ella?

Bueno, todo eso que me dices es muy profundo. La libertad, nada menos que la libertad, que es nuestra condición humana. Si no eres libre, ¿qué eres? ¿Eres una planta, un mineral, un esclavo, un siervo? 

Estamos en un tiempo de esclavitud voluntaria, de servidumbre voluntaria, como el libro de Montaigne, y también de su amigo La Boétie, del siglo XVI, El discurso sobre la servidumbre voluntaria. Estamos en una época de servidumbre voluntaria.  Somos siervos de la tecnología y de esos útiles que, desde la tecnología, nos transmiten la manera en que hay que vivir, en que tenemos que comunicarnos, en que hay que sentir y pensar de nosotros mismos… 

Pero el siglo XVII es muy importante, pienso yo, también para la idea y el sentimiento de libertad. Porque esos autores (iba a decir autoras, pero hay muy pocas… bueno, sor Juana Inés de la Cruz, que era mexicana, no estaba en España, pero era barroca), esos autores que sirven al Estado, sirven al rey, sirven al obispo, al cardenal… Están en esa relación de servicio, de dependencia, en buena medida de sumisión. Ellos sirven, pero no tienen una actitud servil, no son serviles. Tienen un espíritu libre, aunque no vivieron de forma libre. ¿Era libre Velázquez? Velázquez como aposentador, viviendo siempre tras los pasos de Felipe IV, ¿era libre a la hora de pintar? Siempre tenía que pintar por encargo, y pintar al monarca y a su familia. Pero su espíritu era libre, tan libre que, en Las Meninas, ¿cómo aparecen los reyes? Es el primer cuadro en que se retrata a los reyes al fondo de la tela, borrosos, insignificantes, en un espejito, allí… Casi se podría tomar como una burla ya en su momento. Velázquez era el aposentador, pertenecía a la burocracia y a la alta servidumbre del rey, pero era un espíritu libre, como Calderón, como Quevedo, como Gracián. 

Gracián es un preludio de los librepensadores del XVIII, nada menos. Tengo mucho respeto intelectual y filosófico por Baltasar Gracián y su independencia, tanto de la corte, a la que rehuía, como incluso de la autoridad eclesiástica. Vivía en Calatayud y prefería continuar allí y no ir a la corte, ni a Madrid, ni a Valencia, ni a Barcelona. Se quedó en su Calatayud escribiendo.

Hay una idea y un sentimiento de libertad muy importante en el Barroco en el siglo XVII. No sé si existe tal sentimiento hoy. Supongo que sí, supongo. Ya la misma literatura, la filosofía, son expresión de libertad. Este mismo encuentro de hoy, aquí, lo es. Pero hay cosas que se están comiendo nuestra libertad y nuestras libertades.  

Me referiré a la libertad en general, como la pérdida de la intimidad, la pérdida de la privacidad. Para mí eso es fundamental. Y no voy de liberal, ni mucho menos de neoliberal. Pero esta pérdida de la intimidad y de la privacidad está siendo un perjuicio —corrígeme si me equivoco— grande contra la idea y el sentimiento de libertad. Si dependemos cada vez más de las redes, de los aparatos, iba a decir de comunicación, pero a veces son de incomunicación; si nuestra vida está siendo constantemente vigilada, ¿dónde está nuestra libertad? Si hasta en familia o cuando nos reunimos con los amigos, el teléfono móvil está ahí presente y suena y lo responden y te interrumpen la conversación… Esa pérdida de intimidad, de privacidad, que interfiere y perjudica relaciones de pareja, de familia, de amistad, creo que está vulnerando también un sentimiento franco de libertad en el individuo. 

Norbert Bilbeny para Jot Down

¿Esa exposición constante puede conducirnos a la falta de reflexividad y, en último término, a rechazar el conocimiento? Ya pasó en el Barroco…

Sí, nosotros, como en el Barroco, nos preocupamos por el reconocimiento, queremos ser reconocidos, queremos que se nos valore, que se tenga en cuenta nuestra imagen. Si publicamos tantas fotos, tantas imágenes, si reivindicamos (y me parece muy bien) nuestra identidad, nuestros derechos, nuestra manera de hacer, hay ahí un apego noble y muy aceptable —déjamelo decir así— a lo que es el valor de cada uno de nosotros. Seguimos preocupados porque se nos reconozca. 

En la ética actual ya se trata (Axel Honneth, entre otros) de la importancia del reconocimiento. Minorías, individuos, géneros, reconocer al otro. No solo hay que respetarle, y menos simplemente tolerarle. Además de tolerar al otro, además de respetarle, no basta con eso. Y no es poco, tolerar y respetar no es poco… Pero es que además de eso hay que reconocerle. Es decir, hay que ponerse en su mundo, en su situación, comprender de qué habla, quién habla, por qué habla. Y lo mismo con su acción, no solo con su discurso. 

Una época, pues, la nuestra, de reconocimiento, por lo menos en teoría y, en cierta medida, también en la praxis política, en la participación política, en la vida social. Queremos que se nos reconozca lo que ha hecho cada uno, grande o pequeño, bueno o malo. Bueno, si es malo ya no lo queremos. Pero que se nos reconozca, como personas, lo que hacemos, lo que pretendemos.

Y el siglo XVII está hasta el borde de ansia de reconocimiento. Los mismos intelectuales queriendo pertenecer a las órdenes religiosas, la orden de Santiago, por ejemplo, de Calatrava, etcétera… El mismo Velázquez aparece en Las Meninas pintado con la cruz de Santiago. Esa importancia de ser reconocido, no solo de ser famoso —cosa muy actual, que ha venido para quedarse—; no solo de ser famoso, sino de ser reconocido como autor, como artista ¡y a la firma! La firma era muy importante en el siglo XVII, cómo no.

Yo creo que eso, por fortuna, eso sí lo tenemos en nuestro tiempo, querer ser reconocidos. Y somos nosotros mismos quienes hacemos lo máximo para este reconocimiento anunciando nuestra imagen, lo que hacemos… no dejamos a la gente en paz. Hay casi un hartazgo de reconocimiento, digamos, cotidiano y superficial, del otro.

En Moral barroca mencionas a Francis Bacon y su teoría sobre las trabas del conocimiento, los ídolos y los prejuicios. Adviertes que todavía estamos rodeados de falsos ídolos, tanto en internet, como en el campo de la cultura, la política e incluso la ciencia. Pero ¿hay ídolos verdaderos?

Nuestra cultura está llena de ídolos: universales, como el Mercado, el Estado, la Tecnología, la Identidad… Particulares, como deportistas, cantantes, líderes religiosos, influencers… No hay menos idolatría hoy que en tiempos pasados. No son ídolos verdaderos, como todo ídolo, que es un fruto de la ilusión, pero sí son verdaderos ídolos

Para terminar, ¿por dónde recomendarías empezar a pensar las posibilidades del futuro, sin nostalgias ni utopías, como mencionabas antes?

Leer a Freud, El malestar de la cultura, a Marx, Manuscritos de economía y filosofía, y a Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos. En su lugar, o además, mejor, leer, meditándolo, El Quijote. Libros contra hiperventilados y siervos de la nada… Preguntarse cada día «¿qué es lo verdadero para mí?».  

Y, ahora sí, la última pregunta: ¿puedes contarnos algo de tus próximos proyectos?

Tengo varios. Ahora llevo centenares de páginas escritas sobre la idea y el valor del sentido, centrándome —valga la expresión, un tanto ridícula— en el sentido del cosmos mismo… Al mismo tiempo estoy pensando en un estudio sobre el amor y los valores que relacionamos con él. Son casi postrimerías, como obras-testamento, pero creo que a estas alturas —o «bajuras»—de la vida, puedo permitírmelo, ¿no?

Norbert Bilbeny para Jot Down

Imagen de portada: Norbert Bilbeny (Por Ángel L. Fernández)

FUENTE RESPONSABLE: JOT DOWN. Por Ana Rosa Gómez Rosal.

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Antonio Corbí: «El arte, en cuanto expresión o manifestación de la belleza, está vinculado a lo más profundo del ser»

Si deseas profundizar en esta entrada; cliquea por favor adonde se encuentre escrito en color “azul”. Muchas gracias.

El pasado 8 de noviembre, los responsables de la iglesia de San Nicolás y San Pedro de Valencia presentaron los trabajos de restauración en abierto de dos tablas pintadas por Yáñez de la Almedina, un discípulo español de Leonardo. La reparación de ambas piezas, que pertenecieron a un políptico hoy perdido, es un hito más en el proceso de «vuelta a la vida» de uno de los templos más apreciado por los valencianos. El evento estuvo a cargo de los restauradores y del párroco, que cedió la palabra a los técnicos tras una pequeña introducción que sorprendió a los presentes por su claridad y erudición. 

Antonio Corbí [Carcaixent, 1962] es el párroco de esta iglesia desde el año 2013 y habla como un auténtico experto en rehabilitación. Sus palabras, más allá de lo puramente artístico, descubrieron a un emprendedor hombre de negocios cuando se refirió a los aspectos terrenales, a un pastor de sus rebaños en el sentido evangélico del término y a un ser humano comprometido con los más necesitados. Las tres vertientes de su discurso guardaron un equilibrio perfecto sin otorgar a ninguna de ellas un peso específico mayor que las restantes: San Nicolás constituye, en el siglo XXI, una fórmula de gestión ejemplar en la que se conjugan lo artístico, lo religioso y lo social en esta popular parroquia de la capital del Turia.

Quedamos con Antonio para el 2 de diciembre, justo el día en el que se publicaba el estudio de InterNations que ha colocado a Valencia en primer lugar en el Expat City Ranking 2022 como la mejor ciudad para vivir. Mientras tomamos un café antes de acomodarnos en la sala capitular donde va a tener lugar la entrevista, me cuenta que su familia paterna es originaria de Salinas, una población del valle del Vinalopó, en Alicante, famosa por los depósitos de sal que dejaba una laguna de surgencia que ya no existe y que proveía de salmuera a las más famosas salinas de Torrevieja: es el cambio climático, apostilla con cierta nostalgia de aquellos días en los que visitaba a su bisabuelo, labrador y salinero.

Hábleme de usted y de su formación. Por la manera en la que se expresa parece licenciado en Historia del Arte.

No, no, cursé la carrera de Derecho en la Universidad de Valencia [1980-1985] y posteriormente me licencié en Filosofía y Teología en la Universidad de Navarra [1985-1991]. En 1992 me enviaron a Roma para hacer la tesis doctoral en el Tribunal de la Rota y completar mi formación jurídica.

¿Sobre qué versó?

Sobre derecho procesal canónico en un estudio comparativo sobre el ministerio público en el ordenamiento civil y el ordenamiento canónico.

¿Se quedó en Roma una vez defendida la tesis?

No, en 1994, Agustín García-Gasco, al que no conocía, me llamó para ofrecerme la secretaría del arzobispado porque se había propuesto renovar muchas instituciones eclesiales y quería contar conmigo para ello; fui su secretario durante diecisiete años, hasta que él enfermó y murió en 2011. Durante esos años en el arzobispado se acometieron reformas en el ámbito educativo, se actualizaron los estatutos de los sesenta y cuatro colegios diocesanos que se agruparon en una fundación y se constituyó la Universidad Católica de Valencia, se crearon centros de formación y se estableció la fundación de La Luz de las Imágenes para la que redacté los estatutos en mi condición de letrado.

También se reformaron en esa época las estructuras de gobierno eclesiástico, se puso en marcha la primera agencia de noticias de una diócesis española [emisora de radio y televisión], se organizó la participación en iniciativas pastorales y en las jornadas internacionales en torno al año 2000, el del Jubileo. Había mucho trabajo por hacer y en muy diferentes frentes.

¿Desde cuándo es el responsable de San Nicolás? 

Llegué en septiembre de 2013. Nunca imaginé que podía ser párroco de San Nicolás. El arzobispo me llamó y me ofreció esa posibilidad, que acepté.

He leído que tomó el relevo de Julián Magro, el arquitecto-sacerdote con quien se iniciaron los trabajos de restauración.

Es una historia curiosa que conozco de primera mano porque yo en aquellos momentos era el secretario de Agustín García-Gasco. Hubo tres personajes clave cuya trayectoria fue paralela: Vicente Martínez, médico radiólogo del Hospital de la Fe y profesor de la Facultad de Medicina, Vicente Pons Alós, profesor titular del departamento de Historia Medieval de la Facultad de Geografía e Historia y Julián Magro, arquitecto y profesor de la Escuela Politécnica de Valencia. Los tres tenían historias parecidas, querían profesar como sacerdotes, llegó el momento, se prepararon los tres y se ordenaron.

¿Eran vocaciones tardías?

Pues, sus años tenían, pero yo creo que las vocaciones nunca son tardías [ríe]. Los tres tienen una historia parecida y, una vez ordenados, Agustín envió aquí a Julián Magro porque, conociendo la situación en la que se encontraba el templo le dijo: Julián, tú te vas a ir a San Nicolás a ver qué puedes hacer allí.  Y lo nombró, además, arquitecto de la catedral. Se produjo entonces uno de esos momentos [mágicos] en la historia del arte y de los artistas y es que en la catedral se descubrieron los famosos ángeles renacentistas debajo de la bóveda barroca, que era de primer orden y la había hecho el mismo arquitecto que hizo la decoración arquitectónica barroca del templo, porque aquí, en San Nicolás, el templo era gótico y se revistió de barroco con una singularidad enorme.

¿Qué encontró cuando llegó?

Desde hacía unos años habían confluido una serie de circunstancias afortunadas para la revitalización de la parroquia más allá de su dedicación religiosa, aunque no existía, por falta de recursos económicos, una programación previa de la totalidad de un proceso que se inició con la reparación de algunos elementos arquitectónicos, siguió con la limpieza y reconstitución de los frescos de las bóvedas y ahora se ocupa de objetos de menor tamaño, aunque no de menor importancia. 

Los arreglos se fueron previendo según las necesidades más inmediatas, pero las ayudas se han ido encadenando y el resultado, aun sin pretenderlo, parece sujeto a un plan providencial bien estructurado de antemano.

¿No existía un plan integral previo de restauración de todo el conjunto?

No, no existía. Como te he dicho, bajo la dirección del anterior párroco se hizo una primera intervención para solucionar los graves problemas que había en los ventanales de la bóveda. En aquellos años se hizo también una modesta intervención en la capilla mayor. Se hicieron también los primeros estudios para intervenir en la bóveda y proceder a la restauración pictórica para completar otras intervenciones que en un primer momento no estaban previstas [pavimentos, capillas laterales, instalaciones eléctricas, etcétera].

Fue fundamental la voluntad de la Fundación Hortensia Herrero que asumió y aceptó el programa que se le propuso que incluía otras partes del edificio. Aceptó también restaurar la capilla de la comunión [un anexo barroco] y, finalmente, la parte de la cabecera del templo. En 2014, obtenidas todas las autorizaciones, comenzaron las obras y con ellas se fue tomando conciencia de que era necesario ampliar el plan; han sido nueve años divididos en tres grandes fases. 

Y terminado eso, lógicamente había que continuar porque el patrimonio que tiene esta parroquia en elementos muebles es de extraordinario valor y estaban en una situación muy complicada. Y todo ello manteniendo el templo abierto al culto. En 2016 terminaron las obras de la bóveda, en 2019 las de la capilla de la comunión y en 2022 las de la cabecera. Hemos empezado un proceso y nos queda mucho por recorrer.

Un templo gótico que más tarde fue reconvertido en barroco.

En la tradición, las iglesias góticas se transformaban en barrocas construyendo una bóveda de medio punto debajo de los arcos apuntados, pero, en el caso de San Nicolás, como no era muy alta, si se construía la bóveda desaparecían las ventanas. La singularidad de la que te hablaba consistió en que se rellenó el espacio entre los nervios que sostenían los plementos góticos para conseguir superficies lisas, pero manteniendo la entrada de luz natural y de ventilación. Si te fijas, se siegue viendo la estructura gótica, aunque adaptada para que se pudiera pintar sobre ella; pero eso hace que tenga una complejidad añadida porque se generan muchos rincones y las perspectivas, los ángulos, son mucho más difíciles de resolver; no tienen la sencillez de una superficie lisa.

Y el trabajo pictórico se encarga a Antonio Palomino, pintor de cámara del rey Carlos II.

Precisamente que fuera Antonio Palomino [1655-1726] el que hizo el diseño era muy oportuno porque era matemático, y también se ordenó sacerdote después de enviudar; toda su formación artística fue en el juego de las perspectivas, hizo una aplicación de sus estudios matemáticos a la pintura y cuando hace el planteamiento yo creo que tiene muy en cuenta ese bagaje profesional para poder diseñar el esquema iconográfico de la bóveda con su complejidad que, por otro lado, es todo un adelanto del mundo ilustrado del siglo XVIII.

Sí, porque no es solo la complejidad matemática sino el programa evangélico que Palomino diseña con un conocimiento extraordinario de las Sagradas Escrituras y de las hagiografías de los santos titulares [San Nicolás de Bari y San Pedro de Verona].

En efecto, demuestra un gran conocimiento teológico, escriturístico y luego toda su formación que es la de un auténtico maestro; y el discípulo, Dionís Vidal, que es el que ejecuta de modo directo y principal todo el proyecto, también demuestra que sabe seguir de cerca al maestro. Aquí se ve que hay algunas obras de arte en las que el discípulo, si no supera, sí llega a igualar al maestro. 

Sin embargo, al leer la historia de esta iglesia a lo que se da importancia es a la programación de Palomino, sin que parezca tener mucha relevancia la obra del auténtico ejecutor, Dionís Vidal.

Así es, pero es indudable que hay una simbiosis entre uno y otro y que Vidal aportó también sus puntos de vista. Era un verdadero artista.

Cuando se habla de esta iglesia siempre se la nombra como la «Capilla Sixtina» de Valencia, aunque no pertenecen a la misma época, sus planteamientos son diferentes y aquí la complejidad de la temática es mayor que en la Capilla Sixtina.

Bueno, aquí la analogía, porque es una analogía y no una comparación, la hizo Gianluigi Colalucci [director de la restauración de la Capilla Sixtina] al que conocía Pilar Roig, la directora del Instituto de Restauración y de nuestro equipo, desde años atrás, y cuando comenzó la restauración, le propuso como una alta dirección y un asesoramiento para los trabajos que se iban a realizar aquí. La verdad es que la bóveda estaba muy deteriorada y no se sabía muy bien qué íbamos a encontrar, aunque se habían hecho unos estudios previos que habían determinado las patologías, pero, claro, una cosa es el diagnóstico previo y otra empezar a tratar al paciente y encontrarse con lo que uno no espera.

Colalucci vino aquí, conocía la situación porque había seguido de cerca los trabajos de diagnosis y cuando empezó la restauración estuvo siguiendo la evolución de las obras y él mismo quedó sorprendido de la belleza, el colorido y la calidad de los frescos que iban apareciendo; eso recuerda que cuando se hizo la restauración de la Capilla Sixtina hubo una gran polémica porque Colalucci les devolvió una luz y un colorido que eran desconocidos para los que la contemplaban. 

Yo creo que él evocaba de algún modo aquella luminosidad que había devuelto a la bóveda de la Sixtina y que era comparable a la luz con la que se estaba devolviendo el esplendor a una bóveda muy oscurecida y deteriorada. Él hizo entonces esa afirmación, con cierto humor, de que esto iba a ser la Capilla Sixtina de España y esa es una frase que hizo enorme fortuna, es una frase-marketing y creo que la restauración ha tenido ese eslogan. 

Pero, indudablemente, son autores distintos, épocas distintas, estilos diversos, no es comparable ni tan siquiera la superficie porque la Capilla Sixtina tiene ochocientos metros cuadrados y aquí hay mil ochocientos, aunque la referencia como analogatum princeps es obligada, porque la Sixtina es un monumento emblemático de la historia del arte, una referencia obligada.

En cierto modo también han corrido paralelos los dos templos, el Vaticano y San Nicolás en sus grandes momentos constructivos. Da la impresión de que todo responde a un plan bien organizado y que se ha ido de lo general [arquitectura, frescos] a lo particular [tablas, música, orfebrería, vestiduras talares, etcétera].

No creas, eso tiene su historia también. La primera idea que tuvieron los mecenas fue restaurar la bóveda.

El impulso de la restauración, ¿fue de los mecenas o de la propia iglesia?

Convergen, hay una convergencia que, en este caso hay que atribuir a la Providencia [ríe] porque no se conocían; Julián no conocía a la familia Roig y estos no conocían al párroco-arquitecto, pero sí que había algo de base que era la devoción a San Nicolás presente en la sociedad valenciana y Hortensia Herrero frecuentaba esta iglesia. Ella es madre de cuatro hijas, dos de las cuales han celebrado aquí sus matrimonios y, gracias a este hecho, se interesó por los frescos de los que conocía bien su deterioro; quiso intervenir financiando la restauración a través de la fundación sin reparar en gastos.

Por otra parte, el volumen de lo que había que hacer superaba toda posibilidad y la única confianza era que la administración pública asumiera un proyecto de restauración, pero eso era difícil y eran años de dificultades porque hablamos de los años de crisis económica, bien entrada la década del 2000.

El mecenazgo privado es fundamental. La pretensión de que la administración se ocupe y sea la protagonista de todo no conduce a resultados eficaces ni deseables. Si la restauración de San Nicolás la hubiese hecho la administración pública habría costado tres veces más y no se habría terminado aún. A la administración le corresponde establecer un marco de garantías y debería centrar sus esfuerzos en fomentar el mecenazgo privado. Pensar que para que algo sea bueno o funcione bien tiene que pertenecer o ser gestionado por alguna administración del Estado es una necedad. Por mi formación estoy plenamente convencido del principio de subsidiaridad: el Estado ha de ser subsidiario. La protagonista debe ser la sociedad civil. En el caso de San Nicolás, las instituciones públicas han otorgado los permisos oportunos en tiempo razonable, han seguido con interés los trabajos, han cumplido sus deberes de inspección y nos han reconocido oficialmente como museo.

De la mano de la Fundación Hortensia Herrero llegó entonces la propuesta de restauración pictórica. 

Sí, llega la primera propuesta que fue la de la restauración pictórica, pero Julián se opone, con buen criterio porque no se podía acometer tal trabajo sin reparar antes los daños arquitectónicos. Él reconduce el tema y consigue que se reparen en primer lugar las ventanas —algunas estaban tapiadas—, así que el primer trabajo fue ese para garantizar la ventilación y evitar las inundaciones que se producían cada vez que llovía.

Él estuvo aquí hasta que enfermó y falleció en el momento justo en el que ya se estaban llevando a cabo las propuestas para la intervención pictórica pero no existía ni se planteó como un plan integral de restauración del edificio, solo existía el deseo de reparar las cubiertas y ventanas y recuperar las pinturas.

En esa situación es cuando llego yo; en el 2013 me llamó el nuevo arzobispo para ofrecerme ser el párroco de San Nicolás y acepté el cargo a sabiendas de que era mucho más que un trabajo pastoral. Era un reto muy bonito, conocía a Pilar Roig porque durante mi etapa como secretario del arzobispado se habían acometido restauraciones muy importantes, entre ellas la de la cúpula de la basílica de la Virgen de los Desamparados, y cuando me encontré el proyecto en manos de Pilar yo ya sabía que iba a ser de una gran importancia.

Esta iglesia cuenta con un departamento propio de conservación y restauración, lo que da idea del trabajo que se realiza.

En el desarrollo de la obra ha habido un trabajo en equipo y una participación conjunta: por una parte, la Fundación Hortensia Herrero, mecenas del proyecto, que ha seguido muy de cerca los estudios y la ejecución de la obra, y desde el lado técnico, la participación del arquitecto-director del proyecto, Carlos Campos, y del Instituto de Restauración de la UPV, bajo la dirección de Pilar Roig, así como la empresa constructora EMR [Estudios y Métodos de Restauración]. 

Y, por supuesto, la propia parroquia porque no se puede olvidar el conocimiento de los usos del edificio a la hora de llevar adelante un proyecto así. En buena medida, lo que se celebra en su interior configura el propio edificio: sus dimensiones, orientación, ventilación, iluminación, etc. Por otra parte, la restauración de la obra artística no puede olvidar el mensaje que trasmite; ese mensaje ilumina la comprensión de la obra misma.

Creo que ha sido un trabajo en equipo, todos hemos aportado criterios y conocimientos, cada uno desde su perspectiva y competencia.

¿Qué les queda por hacer?

Un edificio de estas características se encuentra siempre en permanente restauración, pero es cierto que la gran obra de restauración del inmueble se ha realizado en estos últimos diez años y podemos darla casi por concluida. 

El Departamento de Conservación de San Nicolás se puso en marcha el año pasado. Después de la restauración arquitectónica y pictórica de estos años, hemos observado también la necesidad de ocuparnos de la colección artística del templo, que está integrada por numerosos elementos de diversa naturaleza, que forman parte de este Monumento Histórico Nacional. Para esto impulsé un Departamento de Conservación y Restauración formado por profesionales que se ocupan del cuidado, recuperación y puesta en valor de los fondos de la parroquia.

¿A qué fondos se refiere?

Aquí hay bienes pictóricos, orfebres, cerámicos, escultóricos, textiles y de arte en vidrio.

Tenemos una de las colecciones de textiles más importantes de la Comunidad Valenciana, hay ornamentos desde el siglo XVI hasta nuestros días que estaban guardados y ni tan siquiera inventariados; hemos documentado todos esos fondos. Y contamos también con una colección de orfebrería muy importante solo en parte inventariada.

Tenemos una colección musical muy importante también; hemos encontrado documentos que hablan del órgano de San Nicolás desde el año 1468, entre ellos, el encargo que se hace al pintor Pedro Cabanes para que pinte las puertas y unos años más tarde, a mediados del XVI, hay otro encargo semejante que se hace al organero Pedro Serrano para que se redecoren esas mismas puertas. Es decir, San Nicolás ha tenido un órgano desde el siglo XV y guardamos como tesoro los cantorales del siglo XVII, también necesitados de tratamiento. Hoy en día, el encargado de su mantenimiento es Albert Blancafort, que continúa la saga familiar iniciada por su padre, Gabriel Blancafort i París.

De todo lo anterior ya tenemos algo expuesto y el resultado de este trabajo está siendo espectacular porque con él hemos puesto de relieve, de forma global, que el templo atesora una rica y variada colección de obras de arte ocultas —de algún modo— hasta ahora, a la mirada y contemplación de sus visitantes.

¿Tienen un espacio expositivo para ello? 

Sí, arriba [de la sala capitular] pero hay que hacer los muebles, restaurar los libros, colocarlos, etc. es todo un trabajo que se ve menos, pero es muy importante. Y del archivo musical, la mayor parte se perdió en la guerra civil, pero otra parte se conservó y es lo que tenemos. De él se están sacando piezas musicales, por ejemplo, el lunes próximo se va a estrenar una pieza inédita del archivo compuesta para la víspera de la solemnidad de san Nicolás, que es el 5 de diciembre. Se va a interpretar con el coro de la parroquia y el órgano.

[San Nicolás tiene un coro propio, Studium Vocale, fundado en 1998 y dirigido desde el año 2000 por Daniel Rubio Navarro, que ofrece a menudo conciertos en esta iglesia que ha conservado su acústica primitiva a lo largo del tiempo].

Al poner tanto el foco en lo artístico, ¿se pierde un poco el sentido pastoral?

No, en absoluto, no se pierde el sentido pastoral. Al contrario: se abre un campo nuevo de evangelización. Desde la restauración y la puesta en marcha del proyecto cultural han pasado por San Nicolás cientos de miles de personas. Al contemplar las obras de arte no solo reciben una información artística, fría o descarnada; las obras, con el lenguaje propio del arte, expresan las verdades del Evangelio y permiten a muchos conocer aspectos fundamentales de la fe. Eso es también sentido pastoral. Y las obras de arte tienen ese sentido en sí mismas.

Esto enlaza con «los lunes de San Nicolás».

San Nicolás es un santuario de fe. Es una tradición multisecular que arranca en la Edad Media y que permanece muy viva; en Valencia es vivida por muchas familias. Los lunes se peregrina a San Nicolás y se pide por los hijos y por las necesidades económicas de la familia y por aquí pasan todos los lunes entre tres mil y cuatro mil personas, se celebran nueve misas y se atiende a los fieles espiritualmente, la religiosidad popular se vive en el templo con mucha intensidad.

La gente viene, participa en la eucaristía, en la misa, y luego van a la reliquia, encienden una vela, le presentan sus peticiones; la tradición dice que la gente viene andando y en silencio desde su casa, ese es el sentido penitencial de una peregrinación, guardar el silencio para encontrarse con Dios. Se forma una cola enorme para tocar la reliquia.

Esta cercanía de los fieles hace que este sea también un lugar querido para bautizar a los hijos, para contraer matrimonio, celebrar funerales, etc. Somos una iglesia viva, no un museo inerte. Esta es, lógicamente, la columna vertebral y el corazón de nuestras actividades.

Tengo anécdotas muy bonitas, por ejemplo, lo que ocurrió este año en Fallas: se hizo, como siempre, una instalación eléctrica provisional y terminadas las fallas, la instalación se incendió en la fachada de la parroquia y hubo que llamar a los bomberos que enseguida lo solucionaron. Me acerqué al jefe del destacamento para darle las gracias, pero él me contestó que estaba muy contento de haber hecho el trabajo porque había venido muchos años de la mano de su madre «a la que le he dado muchos disgustos»; le contesté que la cosa no había ido mal si ese chaval era ahora el jefe de los bomberos y me dijo que iba a coger a sus hijos y traerlos a San Nicolás porque «no sabe usted los problemas que me están dando». Hay muchas historias insólitas.

El 6 de diciembre es el día de San Nicolás. ¿Hay alguna celebración especial ahora que ya no tenemos las restricciones de la pandemia?

Se celebrarán el día 5 unas vísperas solemnes con el coro y lo que van a cantar está extraído del archivo musical. Es una pieza inédita de la que ha hecho la transcripción la directora musical, Atsuko Takano, que ha ensayado con el coro de la parroquia.

¿Cómo ha llegado una japonesa a convertirse en la organista y directora musical?

Pues porque se encontró con un valenciano en Ámsterdam estudiando el ciclo superior de órgano; se conocieron, se casaron y hoy él es el organista de la catedral y ella la organista de San Nicolás. Ella profesionalmente es organista e investigadora, estudió en Japón, pero se especializó en Ámsterdam donde conoció al que sería su marido. Es una gran organista y es, además, la titular de la orquesta de RTVE.

Da la impresión de que en esta parroquia son todo casualidades.

Es que San Nicolás es mucho San Nicolás [ríe].

Vayamos al aspecto social que usted mencionaba en la presentación del pasado día 8 de noviembre y que parece el objetivo último de toda esta organización.

Como ya he dicho anteriormente, si no hay vida, no se puede dar vida. En San Nicolás, toda la vitalización del aspecto cultural, del aspecto pastoral redunda también en la capacidad de poder ayudar y esa, para nosotros, es una misión fundamental.

Tenemos asumidos tres proyectos que no gestionamos directamente y que son, en primer lugar, el comedor social de un colegio diocesano en el barrio de Nazaret, cercano al puerto, donde hay mucha pobreza y muchas familias desestructuradas. Para entenderlo de una manera rápida: si los niños no desayunan, comen o meriendan en el colegio no lo hacen en sus casas. Y además es un colegio que está incentivando mucho el estudio a través del deporte; se ha creado un programa y los chavales que estudian pueden participar en las competiciones deportivas y los que no, tienen más difícil el acceso. El comedor también es social, pero es deficitario y nosotros nos encargamos de ese déficit para que se puedan desarrollar esas actividades.

Hay otra obra muy importante en Valencia que se llama La ciudad de la esperanza que acoge a personas sin techo y se preocupa de darles tratamientos médicos si lo necesitan e incluso formación para que puedan desempeñar algún trabajo; depende del arzobispado y tiene una fundación propia que se llama «Ciudad de la Esperanza».

Y, por último, una realidad que nos hizo presente Cáritas que nosotros atendimos y que es muy actual: se trata de los famosos menores no acompañados que llegan a la península y se quedan en una situación de vulnerabilidad extrema; se les da tratamiento médico porque muchos llegan con enfermedades, se les da formación profesional y se procura que obtengan un puesto de trabajo. Cubrimos ese ámbito ayudando en el hogar de acogida que se creó.

Los feligreses saben que sus donativos y sus limosnas tienen un fin social y los turistas que pagan por sus entradas lo saben también.

¿Todo bajo su dirección? Son tres aspectos diferentes en la gestión tanto el cultural como el pastoral y el social.

Bueno, contamos con un equipo de profesionales; aquí hay trabajando más de treinta personas y eso es todo un mundo. Hay una empresa con la que co gestionamos todas las cosas que es el Grupo Menta. Hay una unidad, esto es una orquesta, es un trabajo coral.

Cambiando un poco de tercio, yo pensé que usted era licenciado en Historia del Arte por la forma en la que se expresó en la rueda de prensa en la que se refirió a San Nicolás como «santuario de fe y de creatividad humana». Más allá del sentido pedagógico que se le atribuye al arte, ¿cree que la belleza acerca a los humanos al mundo espiritual?

Indudablemente la belleza es uno de los transcendentales del ser. Cuando se estudia metafísica, se estudia el ser que se manifiesta a través de transcendentales que son el bien, la verdad y la belleza, como decía santo Tomás de Aquino. Además, dice santo Tomás que la belleza, la verdad y el bien son convertunturas, es decir, son como realidades inseparables que van de la mano porque una lleva a la otra.  Entonces el arte, en cuanto expresión o manifestación de la belleza, está vinculado a lo más profundo del ser. 

El ser, en su dimensión transcendente, alcanza su plenitud y Dios es la plenitud del ser. Dios, en el Antiguo Testamento, cuando le pregunta Moisés: ¿Y quién digo yo al pueblo que me envía? Dios dice: Yo soy. El ser tiene esa dimensión.

Toda la bóveda, que podemos ver majestuosa desde la puerta principal hasta el altar mayor, recuerda que nuestra historia es movimiento y ascensión, es tensión hacia la plenitud, hacia la felicidad última, hacia un horizonte que siempre supera el presente mientras lo cruza y llega a la gloria de los santos. Pero, con su dramatismo, los frescos de esta bóveda también nos ponen a la vista las dificultades y riesgos de la vida humana cuando nos dejamos seducir por las fuerzas del mal, de la violencia y del error.

Antonio Palomino y Dionís Vidal nos invitan en esta bóveda a recorrer con alegría, valentía y esperanza el itinerario de la vida. Estas pinturas, con sus colores y sus formas se hacen anuncio de esperanza. La belleza, como la verdad, es lo que pone la alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración. La experiencia de la belleza libera la vida diaria de la oscuridad y la transfigura: la belleza hace la vida de cada día más luminosa y alegre.

La belleza impresiona, pero precisamente así recuerda al ser humano su destino último, lo pone de nuevo en marcha, lo llena de nueva esperanza, le da la valentía para vivir a fondo el don único de la existencia. La belleza auténtica abre el corazón humano al deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el más allá. San Juan Pablo II, en la carta a los artistas dijo: «La belleza sirve para entusiasmar en el trabajo, y el trabajo, para resurgir»

Sí, pero usted me habla desde esa concepción religiosa y yo quería verlo desde la perspectiva del mundo laico.

Bueno, es el mundo real. 

San Nicolás de Bari y san Pedro mártir tienen en común la protección de la infancia y las obras de caridad. ¿Qué sentido tiene la fe en los santos en nuestros días?

Los santos no son una casta de elegidos, sino una multitud sin número hacia la cual siempre podemos levantar la mirada. En esa multitud no solo están representados los santos oficialmente reconocidos, sino los bautizados de todas las épocas y naciones que han intentado cumplir con amor y fidelidad la voluntad divina. Al papa Francisco le gusta emplear la expresión de «los santos de la puerta de al lado». El luminoso ejemplo de los santos despierta en nosotros el deseo de ser como ellos, felices de vivir junto a Dios, en su luz, en la gran familia de los amigos de Dios.

Ser santo significa vivir en la cercanía de Dios, vivir en su familia. El ejemplo de los santos es para nosotros un aliento a seguir los mismos pasos y a experimentar la alegría de quien se fía de Dios, pues la única causa de tristeza y de infelicidad para el hombre se debe al hecho de vivir lejos de Él, pero toda forma de santidad, si bien sigue caminos diferentes, siempre pasa por el camino de la cruz, el camino de la renuncia a sí mismo.

Las biografías de los santos describen a hombres y mujeres que, siendo dóciles a los designios divinos, afrontaron en ocasiones pruebas y sufrimientos inenarrables, persecuciones y martirios.

Cuando se entra a una iglesia casi todo lo que se ve es gente mayor. 

¿Cómo puede la belleza en su aspecto transcendente atraer a la gente en una sociedad tan secularizada?

Yo creo que atrae. Estos días estamos celebrando la novena de la Inmaculada y vienen más de cien jóvenes. El sábado próximo tendremos la misa del corredor con la bendición de dorsales de los que van a correr la maratón. El domingo pasado teníamos la parroquia llena de niños.

Es verdad, vivimos en un mundo de fuerte secularismo y de crisis en la trasmisión de la fe, parece que no somos capaces de trasmitir la fe a los jóvenes. Eso se nota en la gente joven pero también la gente joven percibe el sentido religioso y trascendente de la vida y se queda admirada con el arte, incluso los niños se quedan impresionados con el arte y con la música, el órgano, el coro y la polifonía.

Y, por otro lado, es lógico que la gente mayor sea la que más frecuenta la iglesia porque va llegando a la madurez de la vida. Lo triste sería y lo triste es que haya gente mayor que no se acerque.

Yo puedo entender que desde el vitalismo de un joven se vean las cosas como un poco más lejanas. Una persona con determinados años es natural que empiece a considerar la vida desde otras perspectivas y se acerque más a lo trascendente.

¿Es ese el sentido último de un proyecto cultural como este?

El sentido pastoral o de transmisión de la fe no es unívoco. No se trata solo de que la gente pueda venir a misa; para que nos entendamos, se trata de transmitir unos valores, unos principios, una visión del mundo y de la vida y eso lo transmite sencillamente lo que hay aquí. Contando sencillamente lo que hay, se está transmitiendo.

El Evangelio está expresado en el arte de este edificio, entonces basta con contemplarlo para percibir el mensaje.

Es una concepción que tiene mucho de neoplatonismo.

Platón, en la lejana Grecia, nos recordó que la función de la verdadera belleza consiste en dar al ser humano una saludable «sacudida» que lo hace salir de sí mismo, lo arranca de la resignación, del acomodamiento del día a día e incluso lo hace sufrir, como un dardo que lo hiere, pero precisamente de este modo lo «despierta» y le vuelve a abrir los ojos del corazón y de la mente, dándole alas e impulsándolo hacia lo alto: el mundo de las Ideas, el mundo de la Belleza.

Me gustaría recordar una cita atrevida y paradójica del gran Dostoievski que nos invita a reflexionar: «La humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin la belleza porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí».

Es también el sentido histórico que ha tenido el arte cuando lo han utilizado los papas y todas las jerarquías eclesiásticas, sobre todo a partir del siglo XV.

Y sigue siéndolo, no hay contradicción ni separación.

Piensa que por aquí han pasado, no a misa ni a los lunes de San Nicolás, cientos de miles de personas a contemplar el arte que hay en este templo y hay mucha gente que manifiesta que sale emocionada porque ha descubierto algo que no conocía.

Hay muchas historias curiosas.

Sin renovación de creyentes, ¿quedarán las iglesias reducidas a simples monumentos visitables?

En algunos lugares es cierto que algunas iglesias quedan reducidas a simples monumentos visitables, como dices, vacías de su vida religiosa. Muchos edificios religiosos son difíciles de mantener y las circunstancias obligan a tomar decisiones tristes. Es importante entonces buscar recursos para restaurar y mantener esos edificios, por eso el mecenazgo es tan importante y debería ser reconocido y fomentado desde los poderes públicos. Es necesario hacer un esfuerzo de imaginación, contar con la colaboración de profesionales competentes y trabajar con ilusión. Hablando de una iglesia con valor patrimonial y artístico, el hecho de que sea un monumento visitable se convierte también en un factor para recuperar la vuelta a la vida del templo. Una vez más la cultura y la fe van de la mano.

Por último, me gustaría que me contara cómo se ha conseguido la vinculación con el ICOM, lo que supone la proyección internacional de todo este proyecto.

Hicimos un proyecto museográfico que presentamos a la Generalitat Valenciana y la Consellería de Cultura nos otorgó el reconocimiento formal de museo.

Como un paso más, la organización internacional de museos —ICOM— nos parecía un organismo fundamental y eso nos lleva a un campo que vamos a abrir que es el de la cooperación con otros museos de ámbito nacional e internacional, préstamos de obras, etc. y sobre todo tratar de que la nuestra sea una iglesia viva y un museo vivo. 

Es muy ecuménico en el sentido etimológico griego de universal.

Es una simbiosis. Nos están ayudando mucho con las nuevas tecnologías, por ejemplo, para que puedan visitar san Nicolás personas ciegas, y eso lo tienen pocos museos en España. Es una cosa difícil, pero hay técnicas actualmente.

En concreto, en lo primero que se va a experimentar es esta tabla de Juan de Juanes que representa La última cena.

[Se refiere a una pequeña joya que el pintor valenciano del siglo XVI pintó hacia 1562, de dimensiones reducidas, que cuelga de la pared de la sala en la que nos encontramos. Recuerda mucho en su composición y en el tratamiento de la luz y los colores a la que se encuentra en al Museo del Prado y a las que se exhiben en el Museo de Arte Sacro de Bocairent, otro de los ejemplos en los que el empeño de un párroco consiguió reunir una colección importantísima de obras de arte que van desde el siglo XIV al XIX].

La restauración en abierto de las dos tablas de Yáñez de la Almedina ¿se inscribe en ese proyecto de apertura a las nuevas corrientes en el mundo del arte? 

Lo propuso el equipo propio de conservación de San Nicolás, son trabajadores de aquí, no dependen de la Universidad de Valencia. Ellos prepararon los estudios, los presentaron a la Generalitat que dio su aprobación y los permisos oportunos y hemos empezado.

¿Sigue habiendo esa convergencia de instituciones públicas y privadas para la financiación de estos proyectos? ¿Sigue presente la Fundación Hortensia Herrero?

No, no. La Fundación Hortensia Herrero ya no participa, financiaron la restauración de las pinturas y ahí acabó su intervención. Ahora se hace todo con fondos propios y si obtenemos alguna ayuda pública pues, mejor que mejor.

¿Busca usted la financiación o la financiación viene a usted? Da la impresión de que este proyecto crece cuando se va conociendo y que es un sendero de ida y vuelta.

Las cosas nos salen al encuentro. Por ejemplo, estás sentada ante un San José que es de Vergara [se refiere a Ignacio Vergara Gimeno, un escultor-imaginero tardobarroco español que trabajó en la segunda mitad del siglo XVIII] que es regalo de una familia.

Es una talla de madera donada a la parroquia por la madre que prefería que estuviera aquí antes de que los hijos la vendieran o quedara en el ámbito privado. Otras personas hacen donaciones de este tipo que se van a colocar en los espacios expositivos de los que hablábamos al principio.

Tenemos también otra figura de San Nicolás, de Vicente Ferrero, un escultor de Banyeres de Mariola, que seguramente se utilizará para reproducirla y ponerla a la venta como una forma de recaudación de fondos con los que avanzar en nuestros proyectos.

¿Qué proyectos tienen para el futuro?

Lo que yo no quería es que se restaurara el edificio y que, por supuesto, estuviera todo el día cerrado, que se abriera unas horas de culto y ya está. Pero, bueno, el espacio es el que es y hay que compatibilizar; cuando entra un turista o entra alguien a rezar hay que hacer que todos se sientan cómodos.

Al que está rezando le pueden molestar los que visitan el templo, sus cámaras de fotos, etc. y no digamos si lo que vienen son grupos. Había que organizar el espacio cultural y el ámbito religioso haciéndolos compatibles y tampoco quería subarrendar el templo, es decir, yo lo utilizo para uso religioso de ocho a dos y después lo subarriendo a una empresa y que me paguen y hagan lo que quieran. El templo no se subarrienda. 

Nuestra originalidad está en el modelo de gestión que integra ambos ámbitos y que es exportable a otros templos.

Imagen de portada: Antonio Corbí ( Por Daniel Duart)

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Laura Mínguez.

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La niña de 8 años heredera de un emporio de diamantes que decidió ser monja.

Devanshi Sanghvi, de ocho años, es una niña que podría haber crecido con la tranquilidad de saber que era la heredera de un negocio multimillonario de diamantes.

Pero la hija de un acaudalado comerciante indio vive un presente muy distinto: vestida con toscos saris blancos, descalza y yendo de puerta en puerta en busca de limosna.

Todo porque hace unos días, Devanshi, la mayor de las dos hijas de Dhanesh y Ami Sanghvi, renunció al mundo en el que vivía y se hizo monja.

La familia Sanghvi forma parte de los 4,5 millones de fieles que siguen el jainismo, una de las religiones más antiguas del mundo, que se originó en India hace más de 2.500 años.

Los estudiosos de esta doctrina afirman que el número de jainistas que renuncian al mundo material ha aumentado rápidamente en los últimos años, aunque los casos de niños tan pequeños como el de Devanshi son poco frecuentes.

A su ceremonia de iniciación -que tuvo lugar el pasado miércoles en la ciudad de Surat, en el estado de Gujarat, en el oeste del país- asistieron decenas de miles de personas.

Devanshi llegó acompañada de sus padres, vestida con un traje de finas sedas y joyas para tomar sus votos de renuncia, el diksha, en presencia de monjes jainistas de alto rango. Una corona de diamantes descansaba sobre su cabeza.

Devanshi con sus padres el día de la ceremonia.

FUENTE DE LA IMAGEN.RUPESH SONAWANE. Para su ceremonia de iniciación Devanshi estuvo vestida con joyas, una corona y ropa costosa.

Tras la ceremonia, permaneció junto a otras monjas, vestida con un sari blanco que también cubría su cabeza rapada. En las fotografías se la ve sosteniendo una escoba que ahora utiliza para apartar los insectos de su camino y evitar pisarlos accidentalmente.

Desde entonces, Devanshi reside en una Upashraya, un monasterio donde viven monjes y monjas jainistas.

«Ya no puede quedarse en casa, sus padres ya no son sus padres, ahora es una sadhvi (monja)», dice Kirti Shah, un comerciante de diamantes amigo de la familia.

«La vida de una monja jainista es muy austera. Ahora tendrá que ir andando a todas partes, no podrá coger ningún tipo de transporte, dormirá sobre una sábana blanca en el suelo y no podrá comer después de la puesta de sol», añadió.

La celebración

La familia de Devanshi pertenece a la única secta jainista que acepta niños monjes; las otras tres sólo admiten adultos.

Sus padres siempre fueron conocidos por ser «extremadamente religiosos» y los medios de comunicación en India han citado a amigos de la familia diciendo que la niña siempre fue guiada hacia una «vida espiritual desde muy temprana edad».

«Devanshi nunca ha visto la televisión, ni películas, ni ha ido a centros comerciales o restaurantes», informó el Times of India.

«Desde muy pequeña, Devanshi rezaba tres veces al día e incluso ayunaba a los dos años», añadió el periódico.

Devanshi y su familia en una carroza que es tirada por un elefante rodeados de miles de personas

FUENTE DE LA IMAGEN. RUPESH SONAWANE. Un día antes de la ceremonia de iniciación Devanshi y su familia participaron en una procesión montados en una carroza tirada por un elefante.

Un día antes de la ceremonia de renuncia, la familia organizó una gran procesión de celebración en Surat.

Miles de personas presenciaron el espectáculo en el que camellos, caballos, carros tirados por bueyes, tamborileros y hombres con turbante que portaban toldos recorrían las calles. También hubo bailarines y artistas sobre zancos como entretenimiento.

Devanshi y su familia se sentaron en una carroza tirada por un elefante, mientras la multitud los colmaba de pétalos de rosa.

También se organizaron procesiones en Bombay y en la ciudad belga de Amberes, donde la familia Sanghvi tiene negocios.

«Repercutirá en toda su vida»

Aunque la comunidad jainista apoya esta práctica, la renuncia siendo tan niña ha suscitado un intenso debate, y muchos se preguntan por qué la familia no esperó a que llegara a ser mayor de edad para tomar decisiones tan importantes en su nombre.

Uno de ellos fue el señor Shah, quien fue invitado a la ceremonia del diksha pero decidió no asistir.

Devanshi with her parents Dhanesh and Ami Sanghvi at the ceremony

FUENTE DE LA IMAGEN. RUPESH SONAWANE. Los padres de Devanshi, Dhanesh y Ami Sanghvi, guiaron a su hija hacia una vida espiritual.

A él le incomoda la idea de que una niña renuncie al mundo e insistió en que «ninguna religión debería permitir que los niños se conviertan en monjes».

«Es una niña, ¿qué entiende ella de todo esto?», se preguntó.

«Los niños ni siquiera pueden decidir qué curso estudiar en la universidad hasta los 16 años. ¿Cómo pueden tomar una decisión sobre algo que repercutirá en toda su vida?».

Cuando una niña que renuncia al mundo es deificada y la comunidad lo celebra, todo puede parecerle una gran fiesta, pero la profesora Nilima Mehta, consultora de una organización de protección infantil en Bombay, afirma que «las dificultades y privaciones por las que pasará la niña son inmensas».

«La vida de una monja jainista es muy, muy dura», afirma.

Otros miembros de la comunidad también han expresado su malestar por el hecho de que una niña sea separada de su familia a una edad tan temprana.

«Asunto delicado»

Desde que se conoció la noticia, muchos han criticado a la familia en las redes sociales, acusándolos de violar los derechos de la niña.

Para el señor Shah el gobierno debe implicarse y poner fin a esta práctica de que los niños renuncien al mundo.

Pero eso es algo muy poco probable.

Devanshi

FUENTE DE LA IMAGEN – RUPESH SONAWANE. Según algunas personas cercanas a la familia, que citan en medios en India, Devanshi rezaba tres veces al día y ayunaba desde los dos años.

Como ejemplo me puse en contacto con la oficina de Priyank Kanungo, jefe de la Comisión Nacional para la Protección de los Derechos del Niño (NCPCR), para preguntarle si el gobierno iba a hacer algo con respecto al caso de Devanshi.

Su oficina dijo que no quería comentar el tema porque era un «asunto delicado».

Para los activistas que han salido en su defensa la situación es muy clara y afirman que se han violado los derechos de Devanshi.

Y frente a los que dicen que la niña se convirtió «por voluntad propia», la profesora Mehta señala que «el consentimiento de un niño no es consentimiento ante la ley».

«Legalmente, los 18 años es la edad en la que alguien toma una decisión independiente. Hasta entonces, la decisión en su nombre la toma un adulto -como sus padres-, que tiene que considerar si es lo mejor para ella», explicó .

«Y si esa decisión priva a la niña de educación y ocio, entonces es una violación de sus derechos».

Inclinaciones espirituales

Pero el doctor Bipin Doshi, profesor de filosofía jainista en la Universidad de Bombay, considera que «no se pueden aplicar principios jurídicos en el mundo espiritual».

«Algunos dicen que un niño no es lo bastante maduro para tomar esas decisiones, pero hay niños con mejores capacidades intelectuales que pueden lograr mucho más que adultos a una edad temprana», aseguró.

«Del mismo modo, hay niños con inclinaciones espirituales, así que ¿qué hay de malo en que se conviertan en monjes?», se preguntó el doctor Doshi.

Devanshi después de la ceremonia.

FUENTE DE LA IMAGEN. RUPESH SONAWANE. Como monja Devanshi lleva una vida austera, vestida de blanco, descalza y pidiendo limosna.

Bajo su punto de vista a Devanshi no se le está haciendo ningún daño.

«Puede que se la prive de las diversiones tradicionales, pero ¿es eso realmente necesario para todos?», insistió.

«Y no estoy de acuerdo en que se la prive de amor o educación: recibirá amor de su gurú y aprenderá honestidad y desapego. ¿No es eso mejor?».

El doctor Doshi también dice que en caso de que Devanshi cambie de opinión más adelante y piense que «tomó una decisión equivocada bajo los efectos hipnotizadores de su gurú», siempre puede regresar al mundo que dejó.

«Un niño no es tu posesión»

Pero ese es el punto que cuestiona la profesora Mehta, el porqué no dejarla decidir cuando sea adulta.

«Las mentes jóvenes son impresionables y dentro de unos años puede que piense que esa no es la vida que quiere», dice, y añade que ha habido casos de mujeres que han cambiado de opinión una vez que han crecido.

Según recuerda, hace unos años se ocupó del caso de una joven monja jainista que había huido de su centro porque estaba muy traumatizada.

Otra chica que se había hecho asceta a los nueve años causó una especie de escándalo en 2009, después de cumplir 21 y fugarse para casarse con su novio.

En el pasado se ha llegado incluso a presentar peticiones ante los tribunales para evitar este tipo de situaciones, pero la profesora Mehta cree que cualquier reforma social es un reto debido a las sensibilidades de las personas implicadas.

«Es algo que no ocurre sólo entre los jainistas. Las niñas hindúes se casan con seres divinos y se convierten en una devadasi {práctica que se prohibió en 1947}, y hay niños pequeños que ingresan en centros religiosos», resaltó.

«Mientras que el budismo envía a los niños a vivir en monasterios como monjes».

«Los niños sufren en todas las religiones, pero cuestionarlo es una blasfemia», lamentó, y agregó que hay que educar a las familias y las sociedades en que «un niño no es tu posesión».

Imagen de portada: RUPESH SONAWANE. Devanshi Sanghvi creció rodeada de lujo gracias al multimillonario negocio de su padre.

FUENTE RESPONSABLE: BBC News, Delhi. Por Geeta Pandey. 27 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/India/Religión/Derechos Humanos/Derechos del niño/Controversias.

La «herejía de Kepler»: las matemáticas que llevaron a cuestionar a Dios como arquitecto del universo.

La misión de Johannes Kepler, matemático, astrónomo, astrólogo al servicio del emperador Rodolfo II de Habsburgo, era desvelar las leyes que sirvieron al Creador para dar forma al universo.

Pero Kepler se enfrentó al juicio de una incongruencia, una pieza que no encaja con la lógica y que cuestionaba la omnipotencia de Dios.

Esa incongruencia es la figura geométrica del heptágono.

Euclides renunció a ella por su extravagante naturaleza, y que Kepler aseveró: «No ha podido ser construida conscientemente por una mente».

«La Geometría es uno de los eternos reflejos de la mente de Dios», escribía Johannes Kepler en Mysterium Cosmigraphicum (1659)

«Yo me propongo demostrar que Dios, al crear el universo y al establecer el orden del cosmos, tuvo ante sus ojos los cinco sólidos regulares de la geometría conocidos desde los días de Pitágoras y Platón, y que Él ha fijado de acuerdo con sus dimensiones el número de los astros, sus proporciones y las relaciones de sus movimientos».

Pintura de dios

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES ¿Creó Dios el universo?

El esqueleto del universo según Kepler

Según Kepler, el Cosmos estaba ordenado dentro de una gran esfera y había sido construido con la expansión de los poliedros regulares.

Sólo existen cinco poliedros regulares: tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro.

Dentro de la órbita o esfera de Saturno, Kepler inscribió un cubo; y dentro de este la esfera de Júpiter circunscrita a un tetraedro.

Sobre el tetraedro situó la esfera de Marte.

Entre las esferas de Marte y la Tierra encajaba el dodecaedro.

Entre la Tierra y Venus el icosaedro; entre Venus y Mercurio el octaedro.

Y en el centro de todo el sistema, el astro rey, el Sol.

Kepler había construido el esqueleto de la Armonía de las esferas ensamblando poliedros.

El cosmos de Kepler

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES Y SCIENCE PHOTO LIBRARY. El modelo de Kepler del Sistema Solar, partiendo como base de los sólidos platónicos.

El heptágono no encajaba

Para dar forma a la Armonía de las esferas, Kepler despliega en su obra Harmonices mundi el desarrollo geométrico de los polígonos, y entre ellos el heptágono, una singularidad que rompía la armonía.

En su obra, Kepler afirma que esta figura no ha podido ser construida conscientemente, y tampoco es posible darle forma con los métodos utilizados por Durero, Cardano, Clavio o Bürgi.

Kepler duda si verdaderamente lo pudieron hacer, o si lo lograron de manera fortuita.

Kepler basaba su argumentación científica en la imposibilidad geométrica de la construcción del heptágono con escuadra y compás.

La construcción de esta figura tampoco se explica en los Elementos de Euclides, ni en el Almagesto de Ptolomeo.

Puente de San Carlos

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. Al caerle los copos de nieve sobre el puente de Carlos en Praga, Kepler tuvo su «momento eureka» particular.

Kepler llegó a afirmar que la máquina celeste no fue creada como un «animal divino, sino como un reloj regido por una fuerza que puede expresarse matemáticamente».

El Dios Geómetra, de gran popularidad en la Edad Media, estaba siendo cuestionado.

Las órbitas elípticas de los planetas

En el ilusionismo del movimiento circular de los planetas había más cosas que no encajaban.

Kepler no podía explicar matemáticamente por qué a principios de noviembre el atardecer del día cae rápidamente y el amanecer se adelanta velozmente a medianos de febrero.

Convencido de que todo el cosmos y sus circunstancias podían explicarse con matemáticas, encontró cómo resolver el enigma.

Johannes Kepler

FUENTE DE LA IMAGEN – SCIENCE PHOTO LIBRARY. Hijo de un mercenario y una madre acusada de ser bruja, Kepler miró al cielo y descubrió que el Sol estaba en el centro del Sistema Solar.

Tras estudiar durante cinco años las observaciones exhaustivas y meticulosas de los planetas hechas por Tycho Brahe, tratando de ajustar el viaje de Marte a varias curvas, en 1609 publicó las dos primeras de sus tres leyes del movimiento planetario.

La primera ley establece: «La órbita de todos los planetas es una elipse con el Sol en uno de sus focos».

Aquel hallazgo fue fundamental para la comprensión del universo.

Sin embargo, también suponía zozobra en los intereses de Kepler.

¡Cómo era posible que el creador eligiera una elipse, y no un círculo perfecto!

En la mente de Kepler nunca hubo intención de cuestionar al divino Arquitecto del cosmos.

Sin embargo, al otro lado del mundo, en Filipinas, un misionero dominico estudió al detalle la obra de Kepler y señaló la herejía: la opinión que Kepler había manifestado sobre el heptágono cuestionaba al Creador.

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FUENTE DE LA IMAGEN – NASA.Los planetas del Sistema Solar

La herejía de Kepler

Fray Ignacio Muñoz Pinciano (1608-1685) escribió el Manifiesto geométrico (1684), en el que describe un método de trazado del heptágono, frente al desarrollado en la proposición de la figura determinada por Kepler.

Esto significaba, para el fraile, que Kepler no solo estaba equivocado, sino que, además, su obra era una herejía.

El fraile cree conseguir construir la figura a través del triángulo isósceles (9,4,9) refutando a Kepler por considerarla como imposible simpliciter.

El dominico termina la obra apuntando que, pese a que Kepler ya está denunciado por la Inquisición, el Harmonices mundi no lo estaba, y, debido a sus tesis sobre esta figura, también habría de ser condenada.

Según el dominico, la obra de Kepler conduce a pensar que la Sabiduría eterna de Dios no es suficiente para construir la figura del heptágono, y por tanto carecería de cognoscibilidad científica.

Fray Ignacio razonaba basándose en el principio de las Escuelas Metafísicas, donde lo que no tiene entidad, ni esencia, ni condiciones, ni propiedades, no puede existir.

El Manifiesto Geométrico fue una apología contra la incognoscibilidad del heptágono por ser una figura infinita, y de aquí el principio herético de Kepler.

En el Génesis, la Creación es finita, los seis famosos días y un séptimo de descanso, y en la creencia de lo indeterminado parte el arrebato inquisidor del dominico.

Imagen de portada: GETTY IMAGES. Así era el modelo del universo de Kepler.

FUENTE RESPONSABLE: BBC News Mundo. *The Conversation. Por Cinta Lluís y Josep Lluis. *Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para leer la versión original. Josep Lluis i Ginovart es Catedrático Intervención Patrimonio Arquitectónico de la Universitat Internacional de Catalunya. Cinta Lluis Teruel es ayudante de Investigación Júnior de la Universitat Internacional de Catalunya.17 de noviembre 2022.

Sociedad y Cultura/Religión/Astronomía/Ciencia.

 

 

Las estatuas de más de 2.000 años de antigüedad halladas en Italia que podrían “reescribir la historia”.

Arqueólogos italianos descubrieron 24 estatuas de bronce extraordinariamente preservadas en la Toscana, que se cree datan de la época de los antiguos romanos.

Las estatuas fueron halladas bajo las ruinas lodosas de baños en San Casciano dei Bagni, un pueblo en lo alto de una colina en la provincia de Siena, a unos 160 kilómetros de Roma.

Las figuras, que se estima tienen alrededor de 2.300 años, representan a Higía, Apolo y otros dioses grecorromanos. Higía era la diosa de la limpieza y la sanación y de su nombre se deriva la palabra «higiene».

Un experto dijo que el hallazgo podría «reescribir la historia».

La mayoría de las estatuas, que se encontraron sumergidas debajo de los baños junto con unas 6.000 monedas de bronce, plata y oro, datan de entre el siglo II a. C. y el siglo I d. C.

Esta era marcó un período de gran transformación en la antigua Toscana a medida que la región pasó del dominio etrusco al romano, afirmó el ministerio de cultura italiano.

Jacopo Tabolli, profesor asistente de la Universidad para Extranjeros de Siena y director de la excavación, cree que las estatuas habrían sido sumergidas en aguas termales en una especie de ritual. «Le das al agua porque esperas que el agua te devuelva algo», observó.

Las estatuas, que fueron preservadas por el agua, serán llevadas a un laboratorio de restauración en la localidad de Grosseto, antes de ser exhibidas en un nuevo museo en la municipalidad de San Casciano, que es parte del área metropolitana de Florencia.

Massimo Osanna, director general de los museos estatales de Italia, dijo que el descubrimiento es el más importante desde los Bronces de Riace y «ciertamente uno de los hallazgos de bronces más significativos jamás realizados en la historia del Mediterráneo antiguo».

Los Bronces de Riace, descubiertos en 1972, representan a un par de antiguos guerreros. Se cree que datan de alrededor de 460-450 a. C.

Una de las estatuas halladas en la Toscana

FUENTE DE LA IMAGEN,

REUTERS

Una de las estatuas halladas en la Toscana

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Una de las estatuas halladas en la Toscana

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Una de las estatuas halladas en la Toscana

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Una de las estatuas halladas en la Toscana

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Una de las estatuas halladas en la Toscana

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Una vista aérea del sitio donde fueron halladas las estatuas

Imagen de portada: EPA

FUENTE RESPONSABLE: Redacción BBC News Mundo. 9 de noviembre 2022.

Sociedad y Cultura/Arqueología/Historia/Religión/Italia

Cómo logré «huir» del monasterio contemplativo donde viví 12 años como monja.

Un domingo por la mañana, sin pedir permiso, Florencia Luce levantó el teléfono y llamó a sus hermanos. «Espérenme en casa. Necesito hablar con ustedes», les dijo.

Juntó sus pocas pertenencias, cruzó el portal y puso un pie en la calle.

La idea le rondaba por su cabeza desde hace meses, años. Pero no fue sino hasta una mañana de diciembre que juntó el coraje necesario para huir del monasterio contemplativo donde había pasado los últimos 12 años de su vida como monja de clausura.

No es que hubiera estado recluida allí por la fuerza. En absoluto. Pero el control y la manipulación psicológica que se ejercían puertas adentro de la institución religiosa hicieron que le resultara imposible pensar en marcharse de otra manera.

A la distancia, Luce -que se crió en una familia argentina típica de clase media de un barrio tradicional- ve su experiencia como el resultado de su propia confusión, la necesidad de encontrar su voz en medio de una familia numerosa, y el peso contundente de las influencias de su entorno.

Su idealismo, sus ansias de cambiar el mundo, así como los consejos errados que recibió por parte de su guía espiritual, la llevaron por un camino totalmente equivocado para ella.

Si bien reconoce haber pasado momentos hermosos («disfrutaba el canto gregoriano, el estudio, el cariño de mis compañeras»), su vida monástica estuvo marcada por las pequeñas mezquindades de la cotidianeidad en el encierro, la hipocresía, el secretismo, y un cúmulo de preocupaciones triviales muy alejadas de la vida espiritual que tanto anhelaba al entrar.

Aún así, demoró más de una década en salir.

«Es como cuando estás en un mal matrimonio y te seguís quedando sin entender por qué, o como cuando estás en una secta», explica reflexionando sobre su experiencia, que plasmó en la novela inspirada en sus vivencias «El canto de las horas».

Desde New Jersey, Estados Unidos, donde trabaja y vive con su marido y su hija, Luce conversó con BBC Mundo. Este es un resumen de su relato en primera persona.

Línea

Crecí en Buenos Aires en una familia de clase media de 5 hermanos. Y aunque en mi infancia íbamos a misa, la religión estaba ausente en nuestra casa.

Pero mi colegio secundario, que era laico, tenía un fuerte componente religioso. Fue en ese ambiente y a través de los amigos que me fui empapando de ese espíritu y cuando llegué a los 19 años, empecé a plantearme la vocación.

Florencia Luce

FUENTE DE LA IMAGEN – FLORENCIA LUCE. Luce y sus hermanos.

Ya estudiando agronomía en la Universidad Católica, sentí el «llamado». Fue de repente, rápido. Me acuerdo perfectamente del momento en que tuve la sensación de que Dios me llamaba, fue una sensación física.

En ese momento comencé a tener un director espiritual, un sacerdote que me habló del monasterio y me dijo que yo era la persona ideal para ese lugar de vida contemplativa.

Cuando pienso ahora en todo esto ya no lo veo así, creo que ese «llamado religioso» era parte de mi delirio y cuestionamiento.

Yo digo que se me presentó de afuera hacia adentro y no de adentro hacia afuera. Hoy lo veo como algo con lo que me topé y traté de calzarlo, porque sentía la necesidad de irme de mi casa.

Así como mis amigas -en un ambiente que era tradicional y conservador- se casaron a los 20 por la necesidad de irse, a mí se me presentó la posibilidad de irme a un monasterio.

Si bien no había grandes conflictos dentro de mi familia, había mucha gente en mi casa, mucho ruido, y yo tenía la necesidad de buscar un espacio propio.

Florencia Luce junto a su familia

FUENTE DE LA IMAGEN – FLORENCIA LUCE. Luce recuerda que tenía necesidad, en medio de una familia numerosa, de encontrar su propio espacio.

Fue un error, un impulso. Yo era muy idealista y necesitaba encontrar algo trascendental, quería hacer algo por el mundo. Podría haber ido a misionar al norte si mi director espiritual me lo hubiera sugerido, pero él me guió hacia ese monasterio contemplativo de clausura.

La decisión

Además de mis padres, nunca tuve alguien que me dijera esto no es para vos. Cuando les conté mi decisión, reaccionaron mal, no lo podían entender. Mis hermanos me decían que estaba loca.

En ese momento, antes de entrar, tenía muchos amigos, era una persona sociable, deportista, tenía un novio, iba a bailar.

Pero cuando fui a hablar con la abadesa del monasterio ya no consideré otra cosa, me fanaticé y me decidí a entrar.

Me aceptaron enseguida, nunca me dijeron que espere, que lo piense, que termine primero mi carrera, ni cuestionaron mi fe tan frágil.

Y cuando me hablaban de la vida monástica, a mí me parecía perfecta.

Las reglas

Al entrar al monasterio, cortas tu vínculo con el mundo exterior. LLevé un bolsito con ropa muy simple. No puedes entrar con libros o una radio, ni nada personal.

"El canto de las horas", de Florencia Luce

FUENTE DE LA IMAGEN – FLORENCIA LUCE

Me asignaron a una joven que me mostró el lugar, me explicó las rutinas y las reglas, porque ingresas a un mundo donde tienes que obedecer un montón de reglas. La del silencio, por ejemplo: mientras cocinas, limpias o vas a clase no está permitido hablar. Solo hay un recreo donde puedes conversar libremente.

Te levantas antes del alba, y tu día está marcado por oraciones litúrgicas -que en la vida contemplativa son cantadas y comunitarias-, meditación, estudio, trabajo y más rezos.

Rezas por tu familia o por los conflictos que te indican. Hoy, por ejemplo, sería por la guerra en Ucrania.

La abadesa es quien lo decide. Ella recibía el diario todos los días, recortaba las páginas que consideraba de interés general y las dejaba en una sala donde todas las podíamos leer.

Toda la información llegaba filtrada, censurada. No tenías acceso a otra información: tu fuente era la superiora o lo que te contaba tu familia si venía a verte, en visitas que cada vez se hacían más espaciadas.

La idea era que todas estas actividades te condujeran a un estado de meditación y adoración a Dios.

Mundo mezquino

Florencia Luce con sus hermanos

FUENTE DE LA IMAGEN – FLORENCIA LUCE. Sus hermanos no entendían porque había elegido la vida monástica, les parecía una locura.

Yo me encariñé mucho con las hermanas que estaban allí, eran personas muy espirituales que se tornaron en mi familia.

Pero hilando fino, ahora veo que allí había mucho conflicto. Es un ambiente extremadamente cerrado con muchas reglas que se cumplen pero también se rompen.

Lo que se espera de ti es que alcances la pureza espiritual, que te entregues a Dios. Pero es una meta tan alta que pocos la pueden alcanzar, y ves que allí hay mucha gente que no debería estar.

Te encuentras que en la realidad es un mundo de celos, competencias, donde hay grupos, personas que te quieren mover el piso, como si se tratara de una empresa.

Es una organización vertical donde la madre superiora es la guía espiritual de cada una de las monjas. Es con la única con la que está permitido hablar de tus conflictos, y ella misma está muchas veces en el centro de ellos, porque te empiezas a sentir atraída hacia ella y a competir por sus afectos y favores.

Lo mismo pasa con respecto a los otros afectos que hay allí que son las otras monjas.

Y se generan ataduras que no son sanas. Comienzas a vivir por esos vínculos, para que te presten atención. Dejas entonces de vivir para Dios y vives entonces para la madre superiora.

Florencia Luce y familia

FUENTE DE LA IMAGEN – FLORENCIA LUCE. Luce junto a su marido y su hija.

Aunque el deseo físico cada una lo vivía de un modo diferente y lo podías sublimar, todo eso estaba desplazado hacia la parte psicológica y por eso persistía ese deseo de que la superiora u otra monja te mirara o te prestara atención.

Todo eso era causa de muchas enfermedades mentales que se traducían en síntomas físicos. Yo vi a chicas que se enfermaron de la cabeza muy mal, que estaban medicadas.

Muchas hermanas sufrían problemas estomacales, dolores de cabeza y cuando las veía un médico nunca les encontraba nada.

Todo tenía que ver con el encierro. Éramos un grupo de mujeres encerradas siempre en el mismo lugar, sin distracciones, donde cada problemita lo veías amplificado con una lupa. Porque como estás en silencio, y no podés hablar, te quedas enganchada pensando y pensando en cosas pequeñísimas en lugar de enfocarte en lo trascendente.

Además no hacíamos ejercicio físico.

Había muchas jóvenes confundidas. Ese ambiente era mentalmente y emocionalmente muy desgastante, y esto me hizo empezar a cuestionar qué estaba haciendo allí.

Las dudas

Empecé a dudar sobre si tenía o no vocación religiosa desde el primer año. Pero al principio disfrutaba de la vida comunitaria. Además, me encantaba el estudio y la música.

Pero tenía crisis vocacionales muy periódicas y la abadesa me decía siempre que eso le pasaba a todas, que era un momento nada más, que yo me había adaptado muy bien y tenía vocación verdadera.

Abadía

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. La vida dentro del monasterio estaba marcada por la rutina y las reglas que no siempre se cumplían. Foto genérica.

Yo iba a verla, lloraba y siempre me retenía. No creo sinceramente que hubiese mala intención, pero creo que trataba de que se quedaran las chicas que tenían cierta formación intelectual. Nos tomaba bajo su ala y nos favorecía, porque pensaba que podría moldearnos para el futuro.

Como yo sabía manejar, a mí me llevaba para ver a su madre, salir a almorzar, tomar el té, ir de compras, todas cosas que yo no podría haber hecho y de las cuales no podía decir nada.

Al principio todo eso me gustaba, pero luego fue lo que causó la crisis.

La crisis

Llegó un punto en donde me di cuenta de que aunque uno entra pensando que se va a transformar y va a ayudar a transformar el mundo, vas viendo que ingresás a una vida donde tenés que preocuparte de las pequeñeces.

Yo rezaba, pero al final lo más importante eran otras cosas, como estar bien con las demás, que me consideren o que me den un trabajo mejor que el de limpiar los baños.

Partitura de canto gregoriano

FUENTE DE LA IMAGEN-GETTY IMAGES. Una de las cosas que más entusiasmaba a Luce dentro del monasterio era el canto gregoriano. Foto genérica.

Es paradójico, porque en vez de olvidarte de vos y pensar en Dios, acabas mirándote el ombligo.

Pero el detonante fue un viaje que hice a un monasterio de Francia, a donde me enviaron para ayudar. Tomar distancia me permitió ver las cosas desde otra perspectiva.

Al volver sentí que me habían desplazado (algo que se supone debía aceptar porque era la voluntad de Dios) y para rematar la situación murió mi abuela, con quien tenía una relación muy cercana, y no me permitieron ir a su entierro, mientras que al mismo tiempo salía a tomar el té con la mamá de la abadesa.

Eso me ayudó a ver todo más claramente. Empecé a cuestionar más mi vocación y lo más grave fue que me di cuenta de que me estaba enfermando psicológicamente.

Así, después de 12 años, pude tomar la decisión.

La huida

Traté muchas veces de irme, pero la superiora siempre me convencía. Por eso dejé de hablarle, lo elaboré sola y, un buen día le dejé una carta en su escritorio cuando estaba ausente, y le expliqué que me iba de esta manera porque no podía hacerlo de otra.

Tomé mis cosas, y como hacía cuando salía a hacer algún trámite, sin decirle nada a nadie, pedí que me abrieran la puerta.

No lo considero un escape. Era la única forma de estar 100% segura de que podía salir de esta atadura psicológica y afectiva, pero después, en el monasterio, fui muy criticada por ello.

Me fui sin un plan, pero sabía que necesitaba irme y que iba a tener la contención de mi familia.

Fue un encuentro muy emocionante. Habían pasado muchos años y ellos no tenían lo menor idea de mis conflictos internos. Charlamos, lloramos; mi familia estaba feliz.

Una nueva vida

Cuando salí estaba pálida, transparente por lo delgada. Venía comiendo muy poco, consumida por la angustia. Pasaron semanas hasta reconstruirme físicamente.

Poco a poco empecé a estudiar, conseguí trabajo, me fui a vivir al centro, conocí a quien hoy es mi marido, que es estadounidense, y el resto es historia.

La terapia me ayudó a salir de esto, también la contención familiar y de mis amigos, y tuve mucha suerte.

Al regresar al mundo real mi mente volvió prácticamente a donde estaba antes de entrar. Sentía curiosidad por todo.

Me adapté muy fácilmente, fue como para un pez volver al agua.

Lo que sí me costó es pensar en el por qué me quedé allí tantos años. Eso sigue siendo una pregunta para mí.

Me gustaba la vida comunitaria, el tener tiempo para estudiar, leer, pero creo que la mayor fuerza fue la influencia de la abadesa, una mujer muy carismática y con mucho poder sobre todas.

Es como cuando te preguntas por qué la gente se queda en una secta o te quedas en un matrimonio que sabes que no es para vos.

No me arrepiento de haber entrado, porque fue una experiencia muy rica, pero sí del haberme quedado tanto tiempo.

Mi experiencia no me hizo perder la fe en Dios o en la vida espiritual, pero ahora la encuentro mucho más en textos literarios, o al escuchar un concierto, pero no en la institución de la Iglesia, cuyas contradicciones, hipocresías y mandatos me provocan mucho rechazo.

Yo le aconsejaría a quien esté pensando en iniciarse en la vida monástica, que no tome decisiones abruptas, que vivan otras experiencias primero, que no dejen sus carreras.

Y, a los sacerdotes, que son los guías espirituales, les diría que no traten de llevar a las jóvenes para su lado, que las hagan esperar, porque en ese momento en que están vulnerables, creen 100% que la palabra del cura, es palabra de Dios.

Imagen de portada: Florencia Luce

FUENTE RESPONSABLE: BBC News Mundo; por Laura Plitt. 16 de septiembre 2022.

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El Dios de Spinoza, ¿el Dios de Einstein?

El filósofo judío tenía muy claro que, de existir una divinidad, esta respondía a la armonía de las leyes universales que dibujaban la naturaleza. Una forma de pensamiento que reflejaba el racionalismo emergente del siglo de XVII y que inspiraría a uno de los grandes científicos que cambiarían el rumbo de nuestra historia.

Baruch Spinoza, uno de los grandes filósofos modernos, no solo fue un pensador, sino un valiente defensor de los incipientes valores de la Ilustración y el racionalismo emergente que dominó el siglo XVII. Es decir, lo que vendría a llamarse la Revolución Científica. Lo cierto es que, como otros tantos filósofos de tiempos pretéritos, se jugó la vida en varias ocasiones.

Aunque naciese en Ámsterdam, una vez expulsado de la comunidad judía a la que pertenecía (por defender sus principios filosóficos), fue a parar a la Haya, lo que no impidió que fuese vilipendiado por parte de aquella parte del pueblo holandés que defendía los valores de la Casa de Orange. Estos últimos representaban creencias políticas más propias de antiguos regímenes, que se hallaban entrelazadas con otras religiosas y contrarias al racionalismo emergente (asociadas, a su vez, al parlamentarismo y los valores democráticos liberales).

Spinoza, una figura intelectual eminente en vida, se relacionó con grandes luminarias de la época como Huygens, Leibnitz, Robert Boyle y muchos otros que, en una época en la que la ciencia no se había especializado aún, ejercían tanto de filósofos como de científicos. El filósofo judío representaba una nueva forma de entender la realidad del mundo moderno por lo que era, en el sentido más amplio del tema, un progresista. También un metafísico que prescindía en sus elucubraciones de los datos de la experiencia.

Pero hay más. Spinoza, a su vez, era un reconocido defensor del panteísmo, una palabra que proviene del griego πᾶν (pan), «todo», y θεός (theos), «Dios». De este modo, Dios se identificaría con el todo como manifestación visible. De esta forma, el filósofo holandés que nos atañe equipararía a Dios con el universo, con la naturaleza que englobaría la totalidad de la realidad. Dividió a su vez la naturaleza en natura naturans –el dios o la naturaleza creadora que produce la realidad– y la natura naturata –o naturaleza creada, manifiesta: el producto o fruto material–.

La naturaleza sería, así, un Dios que se crea a sí mismo. Empleando una terminología más metafísica aún, para él, «la natura naturans es la sustancia infinita, es decir, lo que es en sí y se concibe por sí: Deus sive natura o principio creador; la natura naturata es todo lo que se sigue de la naturaleza de Dios, es decir, todos los modos de los atributos de Dios». Como podemos comprobar, demostrar experimentalmente tales aseveraciones es imposible, al menos a día de hoy, por lo que su filosofía es claramente metafísica, casi una teología. 

Por su proclividad natural a reflexionar de lo divino y lo humano, a lanzar conjeturas e hipótesis en todas direcciones, la filosofía sienta las bases de muchas ideas que luego serán defendidas por figuras representativas del pensamiento y la ciencia; figuras que contribuirán a mejor probar y afianzar tales creencias. Y, dada su posición histórica y filosófica en la tradición occidental, no es de extrañar que su modelo panteísta del universo fuese del agrado del mayor científico del siglo XX: Albert Einstein. Si Feuerbach fue el filósofo favorito de Freud, Einstein afirmaría que el dios esbozado por el filósofo judío sería el único en el que él creería.

¿Por qué?

Como tantos otros científicos relevantes en la historia de Occidente, Einstein no creía en un dios antropomorfo, personal o individual, como ocurría también en el caso de Spinoza. De hecho, el panteísmo de ambos es una manera de rechazar las creencias antropomorfas propias de colectivos infantilizados que proyectan en el ámbito de lo divino sus anhelos y construyen una realidad paralela en el plano de lo sagrado. Se trataría, como señaló también Feuerbach, de un constructivismo religioso: elaboramos nuestra representación de lo divino a partir de los fenómenos de la naturaleza. Un dios humanizado, con grandes barbas y pasiones humanas, no tendría ningún sentido tanto para Spinoza como para Einstein.

Ya Jenófanes en el siglo IV a. C dijo: «Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios. Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos, manos como las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos, los bueyes semejantes a bueyes, y a partir de sus figuras crearían las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya».

Es por ello que un dios real (racional) jamás podría atenerse a un paradigma antropomorfo, y es por eso que tanto Spinoza como Einstein, dos referentes racionalistas –aunque creyentes–, adoptaron el modelo panteísta como más aceptable en términos de pensamiento. 

Esto se traduce en el hecho de que un dios pasional y caprichoso, inestable, no representa aquella realidad con la que se topa el científico, a la busca de leyes estables e inmutables que habrían sido las mismas desde origen de los tiempos como fruto de esa natura naturans. Sería, así, un ente despersonalizado, creador y contenedor de todo lo real, ese concepto de naturaleza que tanto el tiempo de Spinoza como el de Einstein (o el nuestro) defienden.

Imagen de portada: Ilustración de Albert Einstein

FUENTE RESPONSABLE: Ethic. España. Por Iñaki Domínguez. 8 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Ciencia/Religión/Einstein/Modelo panteísta/El Dios de Spinoza.

“El idiota”, de Dostoyevski: “La belleza salvará el mundo”.

Continuamos nuestra selección de grandes obras de la literatura universal con una especial impronta cristiana. En esta ocasión, abordamos la obra de “El idiota”, del genio ruso Fiódor Dostoyevski.

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La conversación es un arte que cuesta ejercitar. Su calidad depende de la riqueza de nuestro mundo interior y de la confianza con el interlocutor. Quizá por eso me gustan tanto las conversaciones sobre libros, pues entonces el peso del interés no recae tanto en mis propios hombros, como en los del autor. Y si te apoyas en la espalda de Dostoyevski (1821-1881), ese interés puede muy fácilmente escalar hasta transformarse en pasión. Digo esto porque hace unos meses tuve una idea brillante (algo que no me ocurre muy a menudo): acordé con un amigo emprender juntos la lectura de “El idiota” y, tras leerla, dimos un paseo para comentarla. La pregunta que nos hicimos entonces me motivó a escribir este artículo, y estoy seguro de que te intrigará a ti también. 

Hace años había leído otras novelas del mismo autor: “Crimen y castigo”, “Recuerdos de la casa de los muertos” y, más recientemente, “Los hermanos Karamazov”. Cada una de ellas me produjo sentimientos distintos. 

Ahora elegí “El Idiota”, que no es mi autobiografía (como ironizó otro amigo cuando se lo conté), sino algo así como un episodio en la vida de un “Don Quijote” ruso del siglo XIX. Este itinerario de lectura me ha influido poderosamente. Como dice Nikolai Berdiaev en “El espíritu de Dostoyevski”: “Una lectura atenta de Dostoyevski es un acontecimiento de la vida en que el alma recibe como un bautismo de fuego”. Tal cual, fuego es una buena metáfora para describirlo.

Vale, vamos al grano (diría el dermatólogo): “La belleza salvará el mundo”. Ésta es la frase clave de la obra, y el origen principal de la intriga que sentimos con mi amigo. ¡Qué frase tan expresiva! ¿No? Me dan ganas de dejar de escribir, mirar por la ventana y vagar entre las nubes. Pero escribiré, porque quiero compartir con vosotros las respuestas que he encontrado, en las nubes, en la novela y en otros libros, porque te lo mereces. Será necesario que pongamos la frase en contexto, así que vamos por partes (añadiría Jack el destripador):

De qué va la novela (sin spoilers, tranquilidad)

El príncipe Myshkin es un hombre de 26 años, cordial, franco, compasivo e ingenuo, que ha vivido cuatro años en Suiza para tratarse una epilepsia. Cuando el médico fallece, el príncipe siente que tiene fuerzas suficientes para viajar a San Petersburgo, visitar a una pariente lejana e intentar iniciar una vida normal. Sus cualidades, sin embargo, lo llevan a tener encuentros extravagantes con todo tipo de personas: la más relevante, que lo atraerá por toda la novela como un faro al barco extraviado, será su relación de amor/compasión por una mujer bellísima, pero que arrastra dentro de sí el dolor de una historia de abusos. 

Su nombre es Nastasya Filippovna. La trama se complica cuando el príncipe se enamora, con un amor noble y puro, de una joven de buena familia, que a su vez le corresponde. Se llama Agláya Ivánovna y cuando preguntan por ella, él responde: “Es tan hermosa que da miedo mirarla”. El príncipe, por cierto, no está solo en el campo: hay varios pretendientes para una chica y para la otra. En este escenario, se van suscitando controversias de todo tipo, que los personajes discuten, haciéndonos pensar y sufrir y crecer.

La belleza salvará el mundo

En torno a la mitad del libro (no temas, ya dije que no haré spoilers), aparece en escena la confesión de Ippolit. Se trata de un joven de 17 años que está tísico y el médico le ha pronosticado menos de un mes de vida. El príncipe invita al enfermo a quedarse en la casa donde está viviendo, aunque los demás no comprendan que acoja a un joven que además de enfermo, es nihilista, vehemente e inoportuno. 

Una noche, un grupito de conocidos y amigos llegan a la dacha (casa de campo) que el príncipe está alquilando para celebrar su cumpleaños. Sacan “champagne”, están conversando felices, cuando el joven Ippolit expresa un deseo ardiente y delirante de abrir el corazón. 

Los demás no lo quieren oír, pero él pide hablar por el derecho que tienen los condenados a muerte. Al fin, a pesar de la reticencia del público, inicia una larga lectura de unas confesiones que ha escrito el día anterior. Pero justo antes de ponerse a leer, Ippolit se dirige al príncipe y le pregunta a viva voz, provocando el estupor de todos: “¿Es cierto, príncipe, que usted dijo en cierta ocasión que el mundo será salvado por la ´belleza`? ¡Señores —vociferó dirigiéndose a todos—, el príncipe asegura que la belleza salvará al mundo! Y yo por mi parte aseguro que si se le ocurren esas ideas peregrinas es porque está enamorado”.

¿A qué belleza se refiere Dostoyevski?, ¿qué belleza salvará el mundo? ¿Por qué dice Ippolit que esa idea se le ocurrió por estar enamorado? ¿Dónde está esa fuerza para poder descubrirla, atesorarla y difundirla con todas nuestras energías? Como es lógico, este fue el principal tema de discusión que tuve con mi amigo mientras paseábamos bajo los árboles del campus de la Universidad de Navarra. 

La relación de Ippolit con el autor

Tanto Ippolit como el propio Dostoyevski estuvieron condenados a muerte. El primero por la tuberculosis y el autor, en su juventud, por haber sido sorprendido en un café en que se conversaban ideas “revolucionarias” (no muy graves). Este episodio biográfico lo narra maravillosamente bien Stefan Zweig en “Momentos estelares de la humanidad”. 

Fiódor tenía los ojos ya vendados y esperaba junto al paredón a que lo fusilaran. Iba a morir, no había salida posible, salvo que ocurriese un milagro. En el último segundo —y aquí está el momento estelar de la humanidad—, llegó la noticia de que el zar le había conmutado la pena. 

“La muerte, vacilante, se arrastra fuera de los miembros entumecidos”, escribe Zweig. Dostoyevski podría vivir; a cambio, debería hacer cuatro años de trabajos forzados en Siberia y luego dedicar cinco años al servicio militar. Ese día se salvó un hombre fundamental para la literatura universal, y brotó la idea de un personaje que pudiera ver el mundo desde la perspectiva de la muerte. Esa mirada podría ser rebelde, como la de Ippolit, trágica y profunda, como la de Dostoyevski, o compasiva, como la del príncipe Myshkin. 

Un hombre que ha sentido el aliento de la muerte por detrás de la oreja, está en mejor pie para entender el dolor del más insigne condenado a muerte de la historia: Jesucristo. Parece que me estoy enrollando, pero no, te pido que confíes en mí y que leas todavía un último antecedente, pues éste guarda la pista más importante antes de llegar a la conclusión.

El Cristo de Holbein

Hay cuadros que gustan, otros que sorprenden y otros que cambian la vida. La experiencia que tuvo Dostoyevski en el museo de Basilea casi lo lleva a un ataque de epilepsia. Ocurrió durante un viaje por Europa que hacía con su segunda mujer, Anna Grigorievna, el 12 de agosto de 1867. Fiódor iba con ella camino de Ginebra y aprovecharon de visitar el museo de Basilea. Allí se encontraron con un lienzo de dos metros de largo y treinta centímetros de alto que llamó poderosamente la atención de un Dostoyevski de 46 años. Se trataba del ‘Cristo muerto’, pintado en 1521 por Hans Holbein el Joven. Ahora fíjate también tú en la imagen, contémplala despacio, verás que es un Cristo particularmente demacrado, exangüe y atropellado. 

Cristo muerto, Hans Holbein, 1521. ©Wikipedia Commons

Pues esa imagen provocará la redacción de “El idiota”, la entrañable e inmortal novela que ahora comentamos. ¿Cómo es posible —imagino que se preguntó Dostoyevski al admirar ese cuerpo destruido— que Cristo haya pagado “ese” precio para salvarnos? 

¿Es Cristo la belleza que salvará el mundo? Aquel que fue definido como “el más hermoso entre los hijos de los hombres” (salmo 44) podría dar testimonio de una belleza física sin igual. Pero la pintura de Holbein muestra un Cristo desfigurado, que nos recuerda más bien la profecía de Isaías: “No hay en Él parecer ni hermosura que atraiga las miradas ni belleza que agrade” (Is 53,2). Vamos a ver, ¿entonces de qué belleza estamos hablando? 

En último término, no hay belleza mayor que el amor que ha vencido la muerte. El amor de Aquél que da la vida por sus amigos es lo más bello que conoce el mundo. La belleza que salva, que salva de verdad, es la del amor que llega al extremo del sacrificio redentor. Por eso, la belleza que salvará el mundo es Cristo. Dios se hizo hombre para salvarnos, murió para darnos vida y ofrecernos la resurrección. La historia del cadáver que tan crudamente retrata Holbein tiene un epílogo, o mejor, una segunda parte, que confirma el triunfo de la belleza sobre la muerte: la sobrecogedora belleza de la Resurrección. Digámoslo con palabras del Apocalipsis: “Y la ciudad no necesitaba sol ni luna, pues la iluminaba la claridad de Dios, y su lumbrera era el Cordero” (Ap 21, 23). 

La belleza del amor de Cristo, que nos salva, es aquello que debemos descubrir, atesorar y difundir con todas nuestras fuerzas. ¿No estamos aquí frente al misterio más importante de nuestras vidas? Amar a los demás como Cristo nos amó a nosotros, es decir, amar hasta el extremo de padecer y de morir por el bien del otro, es el secreto del sentido de nuestra existencia. Si lo aprendemos, participaremos en la salvación del mundo. No es poco, ¿eh?

Imagen de portada: Fiódor Dostoyevski. ©Wikipedia Commons

FUENTE RESPONSABLE: OMNES Cultura. Por Juan Ignacio Izquierdo Hübner. 3 de septiembre 2022.

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