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Leonardo da Vinci fue un artista trotamundos. Si bien comenzó su carrera en su Florencia natal al servicio de los Medici, a lo largo de su vida residiría en Milán (durante dos periodos), Roma, Bolonia y Venecia, y pasaría sus últimos años en Francia, bajo la protección del rey Francisco I. En todos estos lugares proyectó ingenios mecánicos que fascinaron a quienes los contemplaron y pinturas reconocidas entre las más destacadas de toda la Historia del Arte.
La Última Cena pertenece a su primer periodo milanés, donde estuvo al servicio del duque Ludovico Sforza entre 1482 y 1499, para quien trabajó como pintor, organizador de fiestas e ingeniero. La Última Cena es obra vinciana que más temprana y unánimemente recibió el elogio de sus contemporáneos, tanto por el dramatismo que expresa su catálogo de soberbios retratos, como por la maestría de sus detalles, que esconden secretos y símbolos que todavía hoy hacen volar la imaginación de quién la contempla.
Bridgeman. 1 / 10 El comedor de los monjes
Parece ser que La Última Cena fue un encargo personal del duque Ludovico il Moro dentro de los trabajos de remodelación del convento dominico Santa Maria delle Grazie, donde pensaba instalar un mausoleo familiar. La pintura de Leonardo estaba destinada a decorar la pared norte del refectorio, o comedor, de los monjes un espacio amplio y cerrado como puede observarse en la imagen sobre estas líneas.
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Una obra revolucionaria
La obra de Leonardo es incomparable con las pinturas murales de la época. Al comparar La Última Cena con su contraparte, La Crucifixión (arriba), que Giovanni Donato Montorfano pintó en la pared sur del refectorio, se hace evidente la maestría del florentino, dotando a su escena y a sus personajes de un dinamismo y un dramatismo sin igual.
Picture Alliance. 3 / 10
Una perspectiva maestra
La Última cena es un prodigio de equilibrio. Leonardo dividió a la docena de apóstoles a partes iguales flanqueando a Jesucristo, que se encuentra en el centro exacto de la obra. La simetría también se hace patente en la representación del conjunto de puertas y ventanas en los laterales y el fondo. Pero tal vez el efecto visual más sorprendente se da al contemplar la pintura, elevada unos metros del punto de vista del observador. Como puede verse en la fotografía sobre estas líneas, esta perspectiva crea un espectacular efecto que hace parecer al mural una continuación tridimensional de la sala en la que está pintado.
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Paisaje inventado
Luego, a través de las ventanas, Leonardo guía la mirada del espectador hacia un paisaje natural, un trampantojo que crea la sensación de estar en un espacio abierto, cuando lo que se contempla, en realidad es un muro.
Cenacolo vinciano. 5 / 10
Clímax dramático
El momento elegido por Leonardo para representar esta Última Cena es también completamente original hasta entonces, el instante en el que un impasible Jesucristo anuncia a sus seguidores: «Uno de vosotros va a traicionarme». Esto da pie a que el genio florentino despliegue toda su maestría para captar los gestos y actitudes que provocaría tal anuncio: la ira de Santiago el Mayor, la sorpresa de Tomás, que levanta su dedo inquisidor, o el dolor de Felipe.
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Maestro de las emociones
Leonardo da Vinci realizó decenas de esbozos y estudios para cada personaje, hasta encontrar el rostro y el gesto ideal para cada uno de ellos. A la derecha de Jesucristo, Andrés parece estar muy seguro que no será él el traidor, mientras que Bartolomé y Santiago el Menor se inclinan hacia adelante porque no quieren creer haber escuchado lo que han escuchado.
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El traidor
Según un contemporáneo de Leonardo, el maestro imaginaba el talante de su personaje «y acudía allí donde se reunían personas de tales características para observar minuciosamente sus rostros y sus actitudes». No sabemos dónde debió acudir para encontrar personajes tan detestables como Judas, representado muy cerca de su maestro y con la bolsa de monedas que acaba de cobrar por su infame traición, mientras con el brazo derrama el salero sobre la mesa (asociado al mal augurio).
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Alimentos sagrados
Repartidos por toda la mesa, los restos de la cena que han compartido los trece personajes. El pan y el vino de la eucaristía y en los platos todavía se ven restos de comida. A pesar de que el relato bíblico sitúa el episodio en la Pascua Judía, en la que era tradicional comer cordero, uno de los especialistas que pasó 20 años restaurando la obra aseguró que se trataba de anguilas. Otro misterio fomentado por la mala conservación de la pintura.
Cordon Press. 9 / 10
Una pintura frágil
Todavía en vida de Leonardo Antonio de Beatis comentaba sobre La Última Cena: «es excelentísima, si bien comienza a deteriorarse». Leonardo no pintó su mural usando la técnica del fresco, sino una innovadora técnica de su invención más parecida a la usada para aplicar pintura al temple sobre una tabla. Producto de ello, la pintura es muy sensible a los cambios de temperatura y humedad y comenzó a desgastarse muy pronto. Sobre estas líneas una fotografía tomada antes de comenzar su última restauración, en 1977.
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Imagen renovada
La última intervención a cargo de Pinin Brambilla Barcilon se prolongó durante más de veinte años, de 1977 a 1999, devolvió una obra lo más cercana posible a su apariencia, aunque seguramente lejos, todavía a la imagen que contempló Luis I de Francia. Extasiado, cuentan, el rey «preguntó si no era posible retirarla de la pared para llevarla a Francia, aún cuando ello significase destruir el famoso refectorio».
Imagen de portada: Cenacolo vinciano
FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Álex Sala. 2 de marzo 2023.
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