Music is (not always) math: la música del romanticismo.

El placer que nos proporciona la música se basa en cifras inconscientes. La música no es otra cosa que aritmética en el subconsciente.

Primer movimiento. La música es abstracta, la música es matemática.

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Lento moderato

Es de común conocimiento el hecho de que la música, como manifestación artística, tiene un desarrollo mucho más tardío que el resto de las artes.

Sin necesidad de remontarnos a Fidias o a Sófocles, es interesante comprobar que más allá del cancionero popular, no se conserva apenas ninguna composición contemporánea a Giotto, que cuando Miguel Ángel esculpe el David o Cervantes publica Don Quijote de la Mancha, los músicos más relevantes no pasan de ser religiosos como Josquin des Prés y Tomás Luis de Victoria, que hay que llegar hasta Canaletto para encontrar un coetáneo de El clave bien temperado, y que de hecho, el segundo volumen de dicho tratado no es terminado y compilado por Bach hasta 1744, tan solo dos años antes del nacimiento de Francisco de Goya.

Hay dos características inherentes a la propia concepción de la música como arte que pueden explicar este fenómeno del desarrollo tardío. Una es sin duda, que al contrario del resto de las artes, el sentido predominante en la comprensión musical es el oído y no la vista, por lo que la dimensión de trabajo de la música no es el espacio, sino el tiempo. 

Por tanto, y hasta la aparición de los medios de grabación y reproducción (Thomas Edison no concibe el fonógrafo hasta 1877), la única manera que existía para conservar y «reproducir» música era a través de las partituras.

Podría argumentarse que tanto la literatura como el teatro también debían conservarse en papel, y que de alguna forma también trabajan con el tiempo, aunque no sea su dimensión principal. 

Sin embargo — y es esta la segunda característica que nos permite comprender ese desarrollo tardío de la música— tanto en la literatura como en el teatro, el artefacto artístico representado es idéntico al medio de representación (en el caso de la literatura es exactamente el mismo: el libro). La literatura y el teatro, al igual que las artes plásticas hasta la aparición de las vanguardias del siglo XX, son figurativas.

Por el contrario, la partitura, como elemento de representación de la música es completamente abstracta. Más allá de tarareos, se requiere del conocimiento de un lenguaje distinto al propio de la disciplina para poder representarla. 

¿Y por qué esto explica el tardío desarrollo de la música frente al resto de la artes? ¿No se conservan partituras antiguas, romanas, griegas o medievales?

La respuesta corta es «sí», y la respuesta larga es «sí, pero».

Se conservan restos arqueológicos de notaciones musicales talladas en piedra o tablillas de arcilla de las civilizaciones egipcia y mesopotámica; de igual manera en la Grecia antigua existían varios modos de representación musical. 

Sin embargo, al contrario que en la literatura, estás protopartituras no se conservaron tras la invasión romana; lo cual unido a la propia condición abstracta de la notación musical (esta necesidad de conocer el lenguaje), no permitió la transmisión de estas notaciones, pues no existe una piedra de Rosetta que las traduzca. Debemos pues limitarnos a una interpretación aproximada de las mismas, ya que tampoco sabemos como sonaban.

Luego llegaría la Edad Media y la escasas partituras escritas se producirían en forma de manuscrito con apenas copias, si es que llegase a haberlas. Pero lo malo es que, aún existiendo ya una cierta escritura musical aceptada desde el canto gregoriano del siglo VIII y la importante aportación de Guido de Arezzo en el XI (definidor de la escala diatónica, el do re mi fa sol la si, vamos), aún no había la capacidad de transmisión directa que si se producía en las demás artes. 

Un escultor podía ver un bajorrelieve e intentar copiarlo o inspirarse en él, como hacían los maestros de obra con las catedrales o los escritores con los relatos; pero en la música aún no existía una verdadera convención universal (o al menos occidental) sobre la notación musical, que era su único elemento de transmisión.

Las primeras partituras gregorianas eran apenas símbolos sobre la letra a cantar, pero sin haber oído la música, no eran capaces de reproducirla. 

Además los intervalos entre las notas de la escala diatónica no había alcanzado aún un acuerdo común a músicos y mucho menos a intérpretes. La afinación pitagórica, que era la más frecuente, dividía la octava en cuarenta y ocho partes o comas, con la comprensible dificultad para igualar tonos, más aún con los medios disponibles en la época.

Expresión matemática de la coma pitagórica. En serio que es así, lo prometo.

No es hasta 1558 cuando el Istitutioni harmoniche de Gioseffo Zarlino define la escala cromática de doce semitonos por octava, favoreciendo así el sistema armónico basado en la tonalidad: los modos mayor y menor. 

Este hecho, unido a que tres décadas antes se había perfeccionado un sistema para imprimir partituras (aunque ochenta años después de la invención de Gutenberg) contribuiría sin duda a la adopción de esa escala cromática como una suerte de estándar para los músicos de la época. 

Pero aun así, todo este contubernio de tonos, semitonos, comas de Zarlino (aún no semitonos), escalas diatónicas, cromáticas, armonías mesotónicas, tempos, aires y demás características del lenguaje abstracto de la música no se unificarían de manera más o menos definitiva hasta que Johann Sebastian Bach publicase los dos tomos de El clave bien temperado en 1722 y 1744 respectivamente, casi un siglo después de que Diego Velázquez hubiese terminado de pintar Las Meninas.

En El clave bien temperado, Bach escribe un total de cuarenta y ocho preludios y cuarenta y ocho fugas, una por cada una de las cuarenta y ocho tonalidades de la escala cromática (do mayor, do menor, do sostenido mayor, do sostenido menor, etc.), estableciendo así, aunque no sin ciertas reticencias iniciales, el sistema temperado: un patrón para la notación musical y para la afinación que dividía la octava en doce intervalos logarítmicamente iguales (los semitonos), que acabaría siendo aceptado por la mayoría de los músicos occidentales como el sistema correcto hasta el punto de que se le denominaría buen temperamento.

Curiosamente, este sistema, que define de una vez por todas la notación musical con su apuesta por la armonía tonal y que además recoge las ya establecidas duraciones entre notas, el sistema de compases, los silencios y los aires, se presenta en su frontispicio con un gráfico que elude el lenguaje de la partitura que se convertiría en convencional, y que según algunas interpretaciones codificaba el sistema temperado dotándolo de un significado que el lenguaje puramente abstracto de la partitura no era capaz de otorgar a primera vista.

El rizo de la portada de El clave bien temperado, que parece dotar a cada una de las tonalidades de un color diferente, más «dulces» las bemol, más «afiladas» las sostenido. También puede ser que le gustase garabatear con su pluma de ganso cuando no sabía cómo rellenar el espacio de la página.

Y es que parecería como si el propio Bach no confiase plenamente en la abstracción matemática para describir la música en su totalidad. Porque sin interpretación (e incluso el músico más experto necesita a menudo de un piano para escuchar lo que lee) es imposible experimentar en su totalidad la música. 

Cada matiz nuevo es información que debe añadirse a la partitura, y por compleja que sea esta como sistema abstracto, no deja de ser una aproximación a la realidad de la música, que es la que llega a través de lo oídos.

El compositor tendría la intención de desarrollar, de manera musical, las diferentes situaciones de la vida de un artista. Se debe establecer de antemano que las condiciones propias del drama instrumental privan al mismo de cualquier texto o palabra. El siguiente programa* por lo tanto, debe ser considerado como el texto hablado de una ópera, suministrando a la música el motivo de su carácter y expresión.

   *La distribución de este programa al público, en los conciertos donde figure esta sinfonía, es indispensable para la comprensión completa del plan dramático de la obra.

(Hector Berlioz. Prefacio al programa de la Sinfonía Fantástica. Versión de 1845)

Segundo movimiento. La música es abstracta, la música es absoluta

Allegro con brio

A pesar de la evidente diferencia de concepto, la clasificación cronológica de la música no es más que una adscripción a la de las demás artes coetáneas. 

Esto es, la música renacentista es la que se hacía en el Renacimiento, si bien no responde de ningún modo a renacimiento o recuperación de la tradición grecolatina como si pasaba en escultura, pintura o arquitectura. De igual modo, la música barroca poco tiene que ver con las operaciones del Barroco en las demás artes, que exploraban fundamentalmente el contraste, la diferenciación.

En este sentido volvemos a encontrarnos como la música sigue un camino independiente al de las restantes expresiones artísticas.

La música no es figurativa. Hasta finales del siglo XIX, las artes plásticas siguen un camino basado esencialmente en la figuración, con mayor o menor realismo, pero figuración al fin y al cabo. 

Más allá de la simbología o la importancia de la que se le quiera dotar, Las meninas son una representación de la familia de Felipe IV de igual manera que el David de Miguel Ángel es la representación de un cuerpo humano. 

La música no es narrativa. O al menos no totalmente narrativa, como sí lo es la literatura o el teatro. El reducto para la narración que tiene la música son las canciones, sean populares o religiosas; y la ópera, que no deja de ser teatro cantado. 

En ambos casos, y al menos hasta el Romanticismo, la componente narrativa de música es prácticamente inexistente. La narrativa reside de manera exclusiva en la letra, en el texto o en el libreto; la música es independiente a esa condición. No es acompañamiento, desde luego, pero no existe una verdadera intención narrativa en la composición, la música no cuenta nada, lo que la cuenta son las palabras.

La música no es espacial. Aunque la arquitectura trabaja también con el tiempo como dimensión (ya vimos en otro artículo a Bruno Zevi decir que «Toda obra de arquitectura, para ser comprendida y vivida, requiere el tiempo de nuestro recorrido, la cuarta dimensión»), sus dimensiones esenciales son las del espacio. Y aun cuando trabaja con el tiempo, sus operaciones no se parecen a las de la música, posiblemente por ese desarrollo tardío del que hablamos antes.

La operación arquitectónica más característica del Barroco, por ejemplo, es la de la compresión-dilatación: un recorrido que atravesará un espacio comprimido para desembocar en uno de gran amplitud. En cambio, esta operación tiene más que ver con la música del Romanticismo que con la barroca, que era esencialmente academicista, sobria y sin especial floritura.

Así, la música instrumental (la música orquestal), despojada de letra y de cantantes, libre de necesidad narrativa o figurativa, desnuda de cualquier intención representativa, es pura, es abstracta, es absoluta.

(El concepto de la música absoluta) consiste en la convicción de que la música instrumental, precisamente porque carece de concepto, objeto y objetivo, expresa pura y simplemente el ser de la música. (Carl Dahlhaus, La idea de la Música Absoluta; 1989, ed.1999)

Tercer movimiento. El río y el mar. La musica es realidad aumentada

Moderato espressivo

Pero en estas que llegó el Romanticismo. Y todas esas diferencias que habían existido entre la música y las demás artes empezaron a acortarse. 

Mientras las demás artes comenzaban a prestar atención a la pincelada y a la cincelada en detrimento del realismo, avanzando inexorables hacia el siglo XX y la abstracción, la música decidió que ya no iba a ser absoluta.

A finales del XIX, Van Gogh ya no prestaría ninguna atención a lo que pintaba, sino a cómo lo pintaba; Rodin escaparía de la mímesis tridimensional en Las puertas del Infierno; y Baudelaire soñaría con «una prosa poética y musical, aunque sin ritmo ni rima, lo suficientemente flexible y contrastada» para describir «la vida moderna o, mejor dicho, […] una vida moderna y más abstracta». 

En cambio, para ese momento, la música ya había tomado decididamente el camino de la figuración, de la evocación de imágenes extramusicales: Camille Saint-Saëns ya nos había llevado de carnaval con los animales y Modest Musorgski nos había abierto su particular Exposición para enseñarnos La cabaña sobre patas de gallina o La gran puerta de Kiev; habíamos recorrido la patria de Bedrich Smetana Moldava abajo y pronto desembocaríamos en El mar, de la mano de Claude Debussy.

Pero algo más de medio siglo antes, como dos curvas que se intersectan en el plano, como un encuentro en las cruzadas líneas temporales del Doctor y River Song, el Romanticismo musical coincidiría en carácter, motivo y expresión con el resto de las artes. 

No es que los compositores del XIX se reuniesen un día y decidiesen quitarse las pelucas, pues ya existían anteriores composiciones orquestales con intención extramusical (Las cuatro estaciones de Vivaldi es posiblemente el ejemplo más significativo). 

Aun así, se tiende a considerar el estreno de la Sinfonía Fantástica de Hector Berlioz como el punto de partida de la denominada música programática, como contraposición a la música absoluta.

Estrenada en París en 1830, se divide en cinco partes (Berlioz no quiso llamarlos movimientos, quizás para establecer una distinción inicial con los cuatro movimientos que conformaban una sinfonía académica) e incluía un programa escrito por el propio compositor que debía repartirse al público. 

Este programa es un breve texto para cada una de las partes, que de alguna manera serviría para ilustrar a la audiencia el contenido no musical de la obra (que es puramente orquestal). En este caso, se trata de episodios de la vida de un artista y cada parte tiene un título independiente: Sueños y pasiones; Un baile, Escena en el campo, La marcha del cadalso y Sueño de una noche de aquelarre.

La música ya no era solo música, no era solo abstracción, sino que evocaría desde la propia intención del compositor imágenes y contenidos ajenos a la pura experiencia auditiva.

Mozart lleva peluca; Berlioz no lleva aunque lo parezca… y además gasta unas buenas patillas.

Esta condición extramusical tiene mucho que ver con las propias características del Romanticismo como expresión artística global. Si el motivo del Romanticismo es la búsqueda de lo sublime —lo extremo, lo agitado, lo bellísimo o lo nefando—, la música de ese periodo, al contrario de lo que había sucedido antes y de lo que sucedería a partir del XX, se uniría a esa misma búsqueda.

Pero claro, para encontrar lo extremo debía de apartarse del academicismo clásico y barroco y adentrarse en terrenos sin mapas. Es posiblemente Beethoven el primero que comienza esa exploración, alargando la duración de sinfonías y conciertos e introduciendo un quinto movimiento en la Sinfonía nº 6. Sinfonía que, además, se llama Pastoral, y que como la Heroica (la nº 3) añadía un título al nombre aritmético.

Porque para encontrar lo sublime no podíamos quedarnos en la pura expresión abstracta. Para encontrar lo sublime había que atravesar la matemática y añadir otra realidad a la realidad musical (auditiva).

Tras la Fantástica, la mayoría de los compositores adoptarían la música programática en su propia obra (aunque algunos siguieron siendo defensores de la música absoluta hasta el final, como Brahms). Bien con verdaderos programas, bien con solo el añadido de un título a la composición, fueron apareciendo distintas obras que abogaban por esa evocación externa.

Felix Mendelssohn escribiría las Sinfonías nº 3 y 4, Escocesa e Italiana y Robert Schumann la nº 3, Renana.

Además, Franz Liszt publicaría sus trece poemas sinfónicos, alejándose definitivamente de la estructura compositiva clásica (sinfonías y conciertos) y dando paso a las suites, que serían abrazadas con fervor por los compositores del romanticismo nacional. Nikolai Rimsky-Korsakov estrenaría Scheherezade, Pyotr Tchaikovsky haría lo propio con la Obertura 1812, Jean Sibelius nos hablaría de Finlandia y Edvard Grieg nos contaría sin palabras el Peer Gynt de Ibsen.

Pero no solo la música orquestal pasaría a ser evocadora, sino que esto, de alguna manera serviría como pistoletazo de salida al ballet y empujón para que la ópera pasase a ser definitivamente un género mayor. 

Las particulares características inherentemente extramusicales de ambos géneros se vieron favorecidos por esta búsqueda del Romanticismo. Y con todo, la importancia de la música es, a mi juicio, muy superior a la de los distintos montajes escénicos: La Bella Durmiente o el Lago de los cisnes de Tchaikovsky y El Anillo del Nibelungo de Richard Wagner (en realidad, todas las composiciones de Wagner) son buenos ejemplos de ello.

Luego llegaría el impresionismo, que en música no es más que una suerte de ultra-Romanticismo, y Debussy nos diría que La nieve está Bailando y Maurice Ravel nos enseñaría los Reflejos de unos Pájaros Tristes.

Seguiría habiendo sinfonías y conciertos, pero siempre intentarían añadirnos otra realidad: Gustav Mahler nos cantaría la Canción de la Noche en su Sinfonía nº 7 y Antonin Dvorak nos llevaría al Nuevo Mundo con la nº 9.

Cuando el 29 de Mayo de 1913, Igor Stravinsky estrenó La consagración de la primavera en París, los gritos y los abucheos que recibió durante la interpretación parecían adivinar lo que iba a ser el final de la comunión entre la música orquestal y el público, y de alguna manera, el último punto de contacto entre la música y las artes plásticas, que en adelante avanzarían hacia la pura abstracción mientras que la música sería cada vez menos ensimismada y más figurativa.

El siguiente programa se distribuirá a la audiencia cada vez la sinfonía fantástica se interprete al modo dramático y por tanto, servirá de prefacio al Monodrama de Lélio, que completa y complementa el Episodio en la vida de un artista.

Si se ejecuta la sinfonía en un concierto en forma aislada, esta disposición ya no es necesaria: incluso podemos prescindir de la distribución del programa, manteniendo solo el título de las cinco partes; la sinfonía (eso espera el autor) en sí misma puede proporcionar un interés musical independiente de cualquier intención dramática.

(Hector Berlioz. Prefacio al programa de la Sinfonía Fantástica. Versión de 1855)

Finale

Vivace con fuoco

¿Por qué me traería la música del Romanticismo (y del post-Romanticismo, y del ultra-Romanticismo) al siglo XXI? ¿No podemos escucharla tranquilamente en nuestros equipos de música, nuestros mp3, nuestros teléfonos móviles y nuestros proveedores de música de internet?

De nuevo, la respuesta corta es «sí», y la respuesta larga es «sí, pero».

Porque la música programática siguió desarrollándose en el siglo XX, si bien adentrándose en otros caminos modales y armónicos, que la fueron alejando del público. Y cuando mantuvo los propios del Romanticismo, empezó a perder parte de su importancia como música pura y comenzó a ser acompañamiento.

La mayoría de la música orquestal que se produce a partir de la segunda mitad del XX es la relacionada con la música incidental o cinematográfica. 

Es fácil entender cualquier banda sonora como si fuese un poema sinfónico. De hecho, el propio Peer Gynt se concibe como música incidental para la pieza teatral de Ibsen, aunque luego alcanzase autonomía propia. 

Y aquí, por mucha calidad que tenga la obra, siempre va a estar supeditada al contenido audiovisual al que acompaña.

De igual manera, con el advenimiento de la música popular, la música dejó de ser narrativa en sí misma y toda esa componente recaería en la letra. La canción, como género mayoritario de la cultura popular aparta a la música de la ambición narrativa que había despertado en el Romanticismo.

Porque aunque existieran los programas y los títulos, la música romántica acabo adquiriendo esa capacidad narrativa y figurativa en su propia genética musical. El propio Schumann dijo de la música programática que «la buena música no podía verse afectada por malos títulos, pero que los buenos títulos no servían para salvar una mala obra». 

Porque para buscar lo sublime, la música debía explorarse sobre sí misma y empujar hasta los límites de la armonía cromática (la que Bach había asentado cien años antes).

Porque no es necesario saber el título del Capriccio Espagnol de Rimsky-Korsakov para encontrar un Canto Gitano, ni saber que tipo de Pájaro es el que escuchamos cuando Pedro va caminando con la orquesta antes de encontrarse con el Lobo de cuatro trompas de Sergei Prokofiev.

Porque no es necesario saber alemán para sentir La caída de los dioses de Wagner, ni italiano para entender por qué Calaf no quiere que Nadie duerma mientras espera a la princesa Turandot de Giacomo Puccini.

Así que lo que me gustaría traerme al siglo XXI no es tanto la música, que efectivamente podemos disponer de ella con facilidad, sino la manera de componer del Romanticismo. 

Me gustaría que se creara música nueva que me enseñase otros mundos, que me añadiese otra realidad.

Música que me contara una historia sin necesidad de letra, sin necesidad de imagen y casi casi, sin necesidad de título.

Imagen de portada: Partitura Viola Sonata No.1 solo.

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Pedro Torrijos.

Sociedad y Cultura/Música/Bach/Ciencia/Matemáticas/Romanticismo

Lord Byron, el poeta del romanticismo que quiso liberar Grecia.

Idealista y excéntrico, Lord Byron escapó de la puritana sociedad inglesa para llevar una vida de aventuras por toda Europa e implicarse en la revolución griega contra el Imperio otomano.

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Poeta, gran aristócrata, político idealista, Lord Byron escandalizó a las clases conservadoras de su país, la Inglaterra de principios del siglo XIX, con su vida disipada, su defensa de los marginados y de la libertad de los pueblos, su antipatriotismo y sus escritos ácidos y críticos. En los periódicos se le acusaba de subvertir la sociedad con una obra que mezclaba el horror, la burla y la calumnia. Pero muchos otros cayeron embrujados por su personalidad desbordante y su espíritu aventurero, que le dieron una celebridad universal. Por encima de todo, su trágica muerte en 1824, cuando apenas tenía 36 años, vencido por la fiebre en los pantanos de un remoto pueblo griego, lo convirtió en un mártir de la libertad y lo consagró como el héroe romántico por excelencia.

La infancia de Byron no fue fácil. Creció en la pobreza, después de que su padre, apodado Jack el Loco, dilapidara su fortuna y abandonara a su esposa en una pequeña habitación sobre una tienda en Londres, donde aparecía de vez en cuando para pedirle dinero y reñir con ella. Byron tenía tres años cuando su padre murió. Además, nació con el pie contraído, lo que le dejó una cojera de por vida que provocó constantes burlas de sus compañeros y una relación de amor-odio con su madre, a quien culpaba de su malformación por llevar el corsé muy ajustado durante el embarazo.

EL LORD MÁS EXTRAVAGANTE

Su suerte cambió en 1798, cuando tenía 10 años. Su tío abuelo paterno falleció sin descendencia, dejándole como herencia el título de lord y la casa familiar, la pintoresca abadía de Newstead.

Entre 1809 y 1811 recorrió Portugal, España, Malta, Cerdeña, Turquía, Albania, Grecia, Constantinopla…

A la muerte de su tío, el joven Byron heredó esta propiedad, que estaba cargada de deudas y en muy mal estado.Foto: ALFREDO GONZALEZ / FOTOTECA 9X12

A partir de entonces, el joven recibió una educación acorde a su condición social y se convirtió en un adolescente rebelde y excéntrico. Una de sus aficiones era rodearse de animales exóticos, hasta el punto de que en Newstead sus amigos se entretenían molestando a sus «mascotas», un lobo y un oso, y practicando el tiro al blanco en el salón. 

La afición por los animales le acompañaría toda su vida. Más adelante, en una de sus residencias en Italia, un amigo suyo contabilizaría «10 caballos, 8 perros enormes, 3 monos, 5 gatos, un águila, un cuervo y un halcón que deambulan por donde les place (excepto los caballos), 5 pavos reales, 2 gallinas de Guinea y una grulla de Egipto«.

A los 20 años publicó sus primeros poemas, que le valieron cierto éxito entre las damas de la aristocracia y duras críticas en la prensa; justo entonces salió por primera vez de Inglaterra. Entre 1809 y 1811 recorrió Portugal, España, Malta, Cerdeña, Turquía, Albania, Grecia, Constantinopla… hasta que las deudas lo obligaron a regresar a su país. 

La muerte de su madre y la de dos amigos muy próximos lo sumió en una depresión, pero se recuperó al encontrar una nueva vocación: la política.

Miembro de la Cámara de los Lores gracias a su título, en 1812 acudió al Parlamento para defender los intereses de los más desfavorecidos. En un discurso resonante, denunció la aplicación de la pena de muerte contra las personas que destruían telares por miedo a perder su trabajo. Afirmó que los obreros merecían compasión y pan para sus hijos, y preguntó a los asistentes si una vida humana valía menos que un telar.

EL SALTO A LA FAMA

Poco después publicó su primer gran poema, ‘Las peregrinaciones de Childe Harold’, una larga narración de sus viajes que causaría sensación: «El efecto fue eléctrico, su fama creció en una noche como el palacio de un rey fabuloso», escribió un amigo. 

Al mismo tiempo, Lord Byron también rompió moldes con sus múltiples y escandalosos romances con mujeres de todas las clases sociales. El más tormentoso fue el que vivió con Lady Caroline Lamb, quien tras la ruptura se dedicó a difundir rumores maliciosos, como el que se refería a las «sospechosas» relaciones que Lord Byron mantuvo con su hermanastra Augusta Leigh.

Lady Caroline Lamb (1785-1828)

Retrato de Lady Caroline Lamb (1785-1828) por el pintor Sir Thomas Lawrence. Lady Caroline fue una aristócrata y novelista angloirllandesa, sin embargo fue y es mucho más conocida por la relación amorosa mantenida con el poeta.

Su matrimonio con Annabella Milbanke no le hizo sentar la cabeza. Tras unos meses de convivencia, Anabella lo dejó, acusándolo de maltrato y conducta indecente, algo que asustó incluso a sus amigos. La pacata sociedad londinense no tardó en volverle la espalda. Lady Melbourne, su otrora gran amiga, le escribió que no podía volver a recibirlo y los periódicos lo compararon con Nerón y Calígula.

Byron captó el mensaje y se preparó para el exilio. De nuevo se embarcó en viajes, en fugaces aventuras sentimentales y en la composición de poemas que eran vistos como escandalosos, por lo menos en Inglaterra, donde su Don Juan fue calificado de obra obscena e impía.

También hizo amistades sinceras, por ejemplo con el poeta Percy Shelley y su esposa Mary, la autora de Frankenstein. Pero una extraña fatalidad parecía perseguirlo: su hija Allegra, nacida de su relación con Claire, hermanastra de Mary Shelley, murió de catarro a los cinco años y Percy Shelley falleció al hundirse su barco durante una tormenta.

Entre tanto, la causa de la libertad seguía tentándolo. En Italia se involucró con el movimiento de los carbonarios, que preparaban una revolución contra el dominio del Papado y de Austria. Pero el país que finalmente absorbería todas sus energías sería Grecia, donde en 1821 había estallado una insurrección nacionalista para poner fin al dominio turco, que se prolongaba desde hacía siglos.

Nada más conocer la revuelta griega, Byron informó al Comité de Londres para la Independencia de Grecia de que aportaría su nombre y su dinero y se uniría a la lucha. 

Compró medicamentos y pólvora, contrató un mercante y en 1823 partió con su fiel criado Fletcher a la isla de Cefalonia. La situación allí era caótica; mientras los turcos dominaban el mar y la costa, los griegos se refugiaban en las montañas y padecían las disputas internas de sus principales caudillos.

MUERTE EN GRECIA

Byron permaneció cinco meses en Cefalonia con uno de estos cabecillas, el príncipe Mavrokordatos, quien, gracias al apoyo financiero del inglés, pudo equipar una flotilla y capturar un barco turco de 12 cañones.

Poco después, el mismo Mavrokordatos le pidió que se reuniera con él para salvar el punto más amenazado de Grecia, Missolonghi. Su misión era alimentar e instruir a 500 soldados para formar una unidad de artillería y capturar Lepanto; Byron no dudó en emplear en ello buena parte de su fortuna. 

Soñaba con protagonizar una gran gesta histórica y convertirse en héroe de la liberación de Grecia. Todo empezaría con una ofensiva sobre Lepanto, prevista para el 14 de febrero de 1824.

El sitio de Missolonghi

Lord Byron murió en Missolonghi. Historia Ilustrada de la guerra de Independencia griega. 1824.Foto: BRIDGEMAN / INDEX

Pero entonces se manifestaron las rencillas entre los líderes griegos. Kolokotronis, rival de Mavrokordatos, envió un grupo de gentes procedentes de la ciudad de Suli para que se infiltraran en el ejército y disuadieran a los hombres de luchar. 

Así, cuando estaban a punto de partir, los soldados se negaron a moverse hasta que no les aumentaran la paga. Enfurecido y abatido, Byron se retiró. Más tarde, otro caudillo, Georgios Karaiskakis, decidió paralizar el ejército de Byron ocupando un fuerte cerca de Missolonghi, apoyado por la flota turca.

Byron en su lecho de muerte, lienzo al óleo realizado por el pintor Joseph-Denis Odevaere en 1826. En la actualidad la obra se encuentra expuesta en Groeninge Museum de Brujas, Bélgica. Ante la noticia de la muerte de Lord Byron el dramaturgo alemán Johann Wolfgang von Goethe escribiría: «Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos».Foto: Joseph Dionysius Odevaere

En cualquier caso, todos sus sueños de gloria se desvanecieron cuando unos días más tarde cayó enfermo. Primero fue un ataque epiléptico, luego vértigo y espasmos en el pecho, más tarde fuertes fiebres. Byron deliraba y los médicos no se ponían de acuerdo sobre la naturaleza de su enfermedad. Lo sangraron, le vendaron la cabeza y le pusieron sanguijuelas en las sienes, pero la fiebre no remitía. 

Finalmente murió el 19 de abril. Las iglesias de Grecia guardaron luto durante 21 días y los habitantes de Missolonghi pidieron su corazón. 

Su cuerpo, embalsamado, fue enviado a Inglaterra, donde se le enterró discretamente. Sus memorias fueron arrojadas al fuego, hoja por hoja: el poeta maldito, aun después de muerto, seguía causando horror entre sus contemporáneos.

Imagen de portada: El poeta vestido con una indumentaria típica albanesa. Retrato por Thomas Phillips. 1835. National Portrait Gallery, Londres.Foto: Fototeca 9×12

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Javier Flores. Director Digital. 23 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Guerras/Romanticismo/Historia/Imperio Otomano.

La relación entre Eros y la filosofía.

El filósofo sería un medio entre la ignorancia y la sabiduría. Decía Platón en el Banquete: «Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante».

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Para abordar este punto, voy a centrarme en una parte de la mitad final del Banquete de Platón: el diálogo entre Sócrates y Diotima, de donde extraigo la idea fundamental del tema. Antes de desarrollar la relación entre Eros y la Filosofía, me parece preciso en primer lugar clarificar lo que Sócrates, instruido por Diotima, da a entender sobre la cuestión de Eros: quién es y cuál es su naturaleza.

Por un lado, la naturaleza de Eros: Diotima, por medio de un relato mítico, nos explica que Eros es hijo de Poros y Penia. Por una parte, Penia era la personificación de la Pobreza, es decir, la falta de recursos, y, por otro lado, Poros es la divinidad de la riqueza, la valentía y la fortaleza. Contextualizando un poco, todo discurre en la celebración del nacimiento de Afrodita. Entonces, Penia, aprovechando la embriaguez de Poros, se hace un hijo de este, engendrando así a Eros. Por tanto, entendiendo su naturaleza, se puede deducir que Eros lleva inherente a su ser: la carencia, que se traduce por el deseo incesante hacia eso de lo que está falto y, al mismo tiempo, posee la valentía y la tendencia a estar siempre al acecho de lo bello y lo bueno, pues:

Es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y al ser, a la vez, por naturaleza un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella.

(Banquete, 203c)

Eros es amante de la sabiduría, pues al carecer de ella, la desea poseer. Se podría decir, en relación con la Filosofía, que cualquier amante de la sabiduría se encuentra poseído por este medio que es Eros, pues se es consciente de la carencia de conocimiento, y por ello, se desea conocer. Este deseo es fundamental, ya que es lo que motiva y da plenitud a la actividad filosófica. Los filósofos serían esos «valientes’’ que se dirigen a atravesar el puente que conduce a lo verdaderamente Bello: la sabiduría. Estas personas, al igual que Eros, se diferencian del ignorante en que no creen saber, pues son conscientes de su desconocimiento, y por ello desean conocer. En cambio, los ignorantes desconocen, además, su propio desconocimiento, por eso no desean saber más, pues no piensan estar faltos de sabiduría.

Más lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia. Pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no supone estar necesitado no desea tampoco lo que no considera necesitar.

(Banquete, 203e-204a)

El filósofo sería un medio entre la ignorancia y la sabiduría. «Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante» (Banquete, 204b).

Por tanto, la relación de Eros con la Filosofía es muy estrecha, pues es Amor por el saber; es ese impulso que nos mueve hacia el encuentro con la Belleza. Los filósofos, al reconocer la carencia de verdad, la buscan incesantemente, se ven ‘’poseídos’’ por el Amor a la sabiduría. La Filosofía sería el nombre que recibe este sentimiento de amor, y que da pie a la actividad de construir y cruzar el camino que conduce a la verdad. Filosofar no es más que esa incesante y amorosa búsqueda de respuestas, utilizando como herramientas las preguntas y la rigurosidad, para llegar al desvelamiento de la verdad.

También se debe destacar el hecho de que el conocimiento absoluto es un fin que nunca se llega a poseer del todo, pues, si se pudiera llegar a alcanzar, el deseo se desvanecería, ya que solo deseamos aquello que nos falta. Al ser conscientes de la imposibilidad de su alcance, estamos constantemente sedientos de saber y, lejos de ser una realidad pesimista, debemos entenderla como una gracia, ya que solo el hecho de intentar ir en su búsqueda implica un movimiento; movimiento que puede ocupar toda una vida llena de sentido, pues el conocimiento no se agota en una sola vida humana.

Por tanto, aunque esta no se alcance, la Belleza es una luz que conmueve y nos atrae. Y gracias a tener la vista orientada a ella, la vida del filósofo está dotada de intención y voluntad, y mientras se labra su camino hacia Bien pleno, descubre también partes de la realidad que le ayudan a comprenderla de una mejor manera: enriqueciendo su vida y su relación con esta. Y al mismo tiempo, esta experiencia va ligada con la enseñanza: el hacer ver al resto lo contemplado. En definitiva, la Filosofía es ese deseo por el saber, que motiva la vida del filósofo a la búsqueda y al acompañamiento de sus semejantes hacia el fin más pleno y bello; allí donde reside la felicidad.

—Por la posesión —dijo— de las cosas buenas, en efecto, los felices son felices, y ya no hay necesidad de añadir la pregunta de por qué quiere ser feliz el que quiere serlo, sino que la respuesta parece que tiene su fin.

(Banquete, 205a)

BIBLIOGRAFÍA: Platón, Fedro, Banquete (Trad. C. García Gual, M. Martínez Hernández y E. Lledó Íñigo). Madrid: Gredos.

Imagen de portada: Diotima (Ilustración) Wikipedia.

FUENTE RESPONSABLE: Filosofía en la red. Por Patricia Lorenzo. 11 de noviembre 2022.

Sociedad/Amor/Romanticismo/Filosofía clásica/Grecia/Eros/Platón

La fotógrafa Emilia Brandão Carneiro captura la intimidad y el romanticismo onírico del río Sena.

Como flashes se suceden esas capturas mentales y diapositivas sentimentales que difuminadas por la suavidad de sus trazos que, desdibujadas en los límites de sus formas, nos evocan a la ensoñación que supone un romanticismo intimista que no se tiñe de rosa, sino de grises.

Si pensamos en lo romántico en todas sus acepciones, formas y manifestaciones, a muchos y muchas se nos vendrá a la cabeza como escenario común algunos de los rincones más famosos de París, la capital del amor.

Todas las imágenes pertenecen a la serie Sentimental Journey de Emilia Brandão Carneiro.

En Sentimental Journey, una serie de la fotógrafa brasileña Emilia Brandão Carneiro (1982), la artista hace gala de su delicada sensibilidad y celebra lo romántico trabajando en pos de la evolución y la transformación del mundo del arte para imprimir una esencia femenina libre de complejos, prejuicios e ideas preestablecidas.

Fotografías en blanco y negro en las que se retrata a cisnes en el Sena. Aunque podría sonar un poco cliché, lo que convierte el trabajo de la brasileña en fascinante es que las capturas muestran algo distinto a lo que esperaríamos.

Por ejemplo, un cisne que se retuerce, con un aspecto feo, algo turbado, desafiando la imagen convencional que asociamos a estas graciosas aves. También notamos, por supuesto, la “firma Brandão” en la habitual ternura y generosidad de su mirada (que puede haber sido lo que llamó la atención de los comisarios de PhotoVogue, que premiaron cuatro de las imágenes de la serie).

emilia brandao carneiro sentimental journey romanticismo fotografia blanco y negro 2
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El arte de Emilia Brandão Carneiro puede describirse como “desvergonzadamente romántico”.

En el trabajo de Emilia podemos ver la luz del sol filtrada poéticamente por las siluetas de los árboles, vemos rostros borrosos en un estado de ánimo pensativo, vemos flores, vemos nubes, vemos desnudos, etc.

Algunas imágenes son tan hermosas y mágicas que nos hacen sonrojar porque a veces olvidamos lo radical que es ser romántico en los tiempos que vivimos. El arte de Brandão existe para desafiar ideas preconcebidas. Es profundamente comprometido y humano. Es, de hecho, bastante inteligente.

En esta exposición, la brasileña que adoptó Madrid como su casa nos transmite la sensación de familiaridad. En un mundo obsesionado por la novedad, Brandão nos presenta imágenes que encuentran su valor en la representación de lo que ya conocemos.

La Galería F & decO de Madrid, el primero espacio expositivo centrado en la investigación del arte en femenino, abrió el 16 de junio las puertas a Sentimental Journey, una exposición individual de la aclamada y soñadora fotógrafa.

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Emilia Brandão Carneiro: Instagram

Galería F&deO: Instagram

Imagen de portada: Todas las imágenes pertenecen a la serie Sentimental Journey de Emilia Brandão Carneiro.

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. Por Luiki Alonso. 18 de julio 2022.

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