El término nihilismo es uno de los conceptos filosóficos centrales para entender nuestro tiempo. De largo recorrido histórico, el nihilismo ha sido teorizado por diversos autores y ha tenido una importancia fundamental en la filosofía reciente. Sin embargo, su influencia no se restringe únicamente al pensamiento y abarca otros ámbitos de la vida humana, como la política. El nihilismo ruso, de finales del siglo XIX, es una buena muestra del carácter popular y político que puede adquirir este término.
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¿Qué es el nihilismo?
La palabra nihilismo tiene su origen en el vocablo nihil, que en latín significa «nada». Añadiendo el sufijo «-ismo», la palabra «nihilismo» significa etimológicamente la postura o doctrina de la nada. Así, el nihilista —atendiendo a su significado etimológico— es aquella persona que cree en la nada o, dicho de forma parecida, pero no igual, aquella persona que no cree en ningún principio.
El concepto no surge, como suele creerse, en el siglo XIX con la filosofía nietzscheana. De hecho, tiene un vasto recorrido histórico: en el siglo IV a. C., San Agustín con su filosofía acusaba de nihilistas a los no creyentes; en la Revolución Francesa, nihilistas eran aquellos indiferentes al gran acontecimiento y, en el marco de la filosofía alemana, nihilistas eran —para Jacobi— los idealistas que pretendían conocer el fundamento de la realidad. Sin embargo, es cierto que es a partir de Nietzsche cuando el concepto adquiere la importancia filosófica que hoy tiene.
De forma paralela a la filosofía nietzscheana, el nihilismo se propagó en la Rusia de finales del siglo XIX como un movimiento político radical. Heredero de los planteamientos filosóficos hechos hasta la fecha, y con el mismo aroma impugnador que tenía la filosofía nietzscheana, el nihilismo ruso fue un movimiento de masas que organizó el descontento de toda una sociedad. Sus bases eran muy simples: los valores tradicionales, heredados, no son naturales, sino que son meras ilusiones. En realidad, no hay «nada» y el régimen del zar no tiene ninguna legitimación. Veámoslo con más detalle.
Para Ferrater Mora, según escribe en su clásico Diccionario, el nihilismo ruso tiene una personalidad propia muy definida. Esta particular idiosincrasia proviene, sin duda, de ser una corriente que está elaborada de forma sui generis en ese contexto tan concreto que fue la Rusia zarista del siglo XIX. Aquella Rusia se caracterizaba por una Ilustración abrupta y una política cargada de reformas que buscaban otorgar un papel cada vez más predominante al Estado. Estas reformas, que miraban a Europa como modelo político, encontraron una creciente oposición en la sociedad civil.
El motivo de este rechazo generalizado fueron las distintas (e insuficientes) reformas del zar. Estas desbordaron la paciencia de una sociedad que buscaba cambios radicales a una situación de pobreza generalizada. Este ambiente de rechazo político fue el contexto idóneo para un rechazo aún más generalizado: el rechazo a la sociedad zarista y a sus valores imperantes. Tales valores dejaron de considerarse intocables para pasar a concebirse como una ilusión contingente, como una «nulidad» (y de ahí el nihilismo). Es este el núcleo del nihilismo en la Rusia del siglo XIX, un nihilismo profundamente social que buscaba romper el tablero político e impugnar la totalidad del régimen.
Asistimos, entonces, a un nihilismo que ya no es exclusivamente académico o filosófico, sino que se dota de un carácter político que lo hace ser un fenómeno de masas. Este nihilismo impregnó la vida cultural de la Rusia de la segunda mitad del siglo XIX y tuvo un alcance nunca visto hasta la fecha. Influyó en casi todo el panorama político del momento, pero especialmente en los movimientos anarquistas y libertarios (para los que el nihilismo se convirtió en el eje de su acción política).
Sin embargo, este nihilismo no estuvo exento de contradicciones. Según Franco Volpi en su libro El nihilismo, este nihilismo político fue a veces más dogmático que crítico y tuvo un componente más de rechazo que propositivo.
Había un rechazo a los valores, sí, pero no una propuesta ni una preocupación clara por la creación de valores nuevos. El nihilismo ruso fue, principalmente, un rechazo a la cultura dominante basado en la acusación de ser una cultura contingente.
Un buen ejemplo de este movimiento de rechazo es Chernyshevsky con su novela de agitación ¿Qué hacer?, escrita durante su período penitenciario y que fue un fenómeno literario.
Por su cronología y propósito, esta novela puede considerarse como un verdadero manifiesto del nihilismo político ruso. En ella, se muestra un contundente rechazo a los valores preestablecidos, al orden imperante, y se apuesta por un nihilismo radical que socave las bases de la cultura de la época.
El mismo objetivo de impugnación total y afirmación de la destrucción lo encontramos en el célebre teórico anarquista Mijaíl Bakunin. Este se autoproclamaba «fundador del nihilismo y apóstol de la anarquía» y decía que «para vencer a los enemigos del proletariado tenemos que destruir, destruir y seguir destruyendo».
La literatura del nihilismo ruso
En su libro de 1963 Maestros rusos, el escritor Arbatoff afirma que el nihilista ruso del siglo XIX «considera que la primera tarea es destruir, y luego desbrozar el terreno de los escombros: hay que destruir la aristocracia, los principios, la lógica, la moralidad, la religión, la historia; hay que derribar todo aquello que se pueda prescindir».
Sirva como resumen de este nihilismo la respuesta de Bazarov en Padres e hijos, la novela ya mencionada de Turguénev:
«— Sin embargo…, me permite usted… —balbuceó Nicolai Petrovich—, ustedes lo niegan todo, o dicho con más exactitud, lo destruyen todo… Pero luego es menester construir.
—Eso ya no es cosa nuestra… Lo primero de todo es descombrar».
Así, lo heredado por la sociedad rusa del siglo XIX es rechazado por la sociedad no por gusto o interés, sino porque el estatuto epistemológico sobre el que descansan sus verdades es la nada. Esto acerca al nihilismo ruso a su mayor problema: la inactividad, la destrucción absoluta. Una vez que todo se revela como fantasía, la solución no puede menos que parecer otro juego de sombras.
A este respecto, el revolucionario ruso Aleksandr Herzen señaló:
«El nihilismo no transforma algo en nada, sino que desvela que la nada, cambiada por algo, es una ilusión óptica y que toda verdad, por mucho que contradiga representaciones fantásticas, es más sana que estas y, en todo caso, obligatorias».
Los hermanos Karamázov, de Fiódor Dostoievski (La otra h).
Es en la obra de Dostoyevski donde se exploran en toda su amplitud y profundidad estas consecuencias nefastas del nihilismo. El escritor ruso no explora la validez del nihilismo, sino que se sumerge de lleno en él para mostrarnos su indeseable destino final. En su obra se anticipan motivos y temas que serán decisivos para el desarrollo del nihilismo en las décadas posteriores.
La clave del tratamiento del tema por parte de Dostoyevski es que el nihilismo es entendido en su radicalidad, esto es, no como mera disolución de los valores imperantes, sino como disolución de cualquier fundamento en la moral y el conocimiento. Por ejemplo, en su obra Crimen y castigo, Dostoyevski explora la libertad incondicionada, sin límites, y dibuja un panorama repleto de dilemas y problemas. En Los demonios (que originalmente iba a ser un panfleto contra el nihilismo), el nihilismo se presenta como un relativismo y una indiferencia hacia cualquier valorización moral. El nihilismo es, en esta novela, la puerta abierta a que todo valga, a que todo sea lícito.
Esta indeseable consecuencia se retoma también en Los hermanos Karamázov, donde su protagonista, Iván, expresa la célebre sentencia: «Si Dios no existe, todo está permitido».
En esta misma novela es notoria la crítica a los fundamentos, simbolizada con la muerte del padre y el suicidio de los personajes (que sucumben al sinsentido de una falta de fundamento moral). Respecto a la famosa sentencia de Iván, escribe Albert Camus en El hombre rebelde:
«En este ‘todo está permitido’ comienza realmente la historia del nihilismo contemporáneo. La rebeldía romántica no iba tan lejos. En resumidas cuentas, se limitaba a decir que todo no estaba permitido, pero que ella, por insolencia, se permitía lo que estaba prohibido.
Con los Karamázov, por el contrario, la lógica de la indignación va a volver contra sí misma la rebeldía y lanzarla en una contradicción desesperada. La diferencia esencial está en que los románticos se dan permisos de complacencia, mientras que Iván se forzará a hacer el mal por coherencia. No se permitirá ser bueno. El nihilismo no es solo desesperación y negación, sino, sobre todo, voluntad de desesperar y de negar».
Algunas conclusiones
El nihilismo ruso fue un movimiento político que tambaleó la sociedad zarista de finales del siglo XIX. Sacudió toda la sociedad, articuló en torno a él a multitud de grupos políticos y produjo una enorme cantidad de literatura.
Quizá sea cierta la crítica que señala que el flujo interno de este movimiento fue más destructivo que constructivo, pero esto nunca importó a sus seguidores (demasiado preocupados en vencer las inercias de siglos de tradición).
El nihilismo ruso es, a su vez, el mejor ejemplo del potencial político de la filosofía.
Aunque las discusiones filosóficas a veces sean escolásticas, rebuscadas o incluso parezcan referir a asuntos alejados radicalmente de la vida cotidiana, la filosofía no es reflexión etérea sobre la vida, sino reflexión sobre nuestra vida; no es reflexión arbitraria sobre el ser humano, sino sobre ti y sobre mí; no es reflexión azarosa sobre la idea de justicia, sino sobre la justicia aquí y ahora. Bajar la filosofía a la tierra, quizá sea este el gran logro del nihilismo ruso.
Imagen de portada: «Rusia está llena de nihilismo» dice el texto. Imagen compuesta en la página graffiti.vukki.net.
FUENTE RESPONSABLE: Filosofía & Cía. Por Javier Correa Román. 21 de septiembre 2022.
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