Mirando con Bioy Casares «El show de Benny Hill».

En los años 80, el autor de esta nota mantuvo habituales encuentros con Adolfo Bioy Casares, a los que solía sumarse su esposa, Silvina Ocampo. Lo que comenzó con una entrevista para una revista de cine se fue convirtiendo en charlas de café en La Biela y hasta veladas televisivas con el programa del genial humorista inglés.

Lo conocí a mediados de 1983, mientras esperábamos ser atendidos en un almacén de Recoleta. Ese encuentro se vio favorecido debido a que yo, por alguna maniobra del azar, llevaba un gastado ejemplar de “La invención de Morel”, que él observó de soslayo con un deleite casi infantil.

No recuerdo las primeras palabras que cruzamos, pero sí que no tardé en pedirle un entrevista para una publicación de cine que editaba un amigo mío; el ímpetu de mis 25 años parecía divertirlo. Adolfo Bioy Casares aceptó. Y fijamos una cita para la tarde siguiente.

Éramos vecinos; yo vivía a una cuadra, en un pequeño departamento que se divisaba desde el ventanal del mítico cuarto piso del edificio de la calle Posadas 1650, descripto en tantas crónicas.

Bioy, tras recibirme, se dejó caer en desvencijado sillón; de a ratos, inclinaba la mirada hacia los cristales para contemplar la plaza San Martín de Tours, en cuya loma correteaban algunos perros de raza. Prendí el grabador mientras una criada servía dos tazas de té.

El dueño de casa era preciso en sus respuestas y, a la vez, expansivo; pasaba del cine a sus escritores favoritos, daba saltos en el tiempo y remataba sus dichos con una risita que le iluminaba el rostro. Parecía redactar todo lo que salía de sus labios.

Como excusándose, admitió que al ver “Oblomov”, el filme de Nikita Mijalkov, se durmió en la butaca; en cambio, había disfrutado con “Pretty Baby”, de Louis Malle. Confesó que de joven solía enamorarse de las actrices que veía en la pantalla; especialmente, de la ya olvidada Louise. Brooks. Y no ocultó el pánico que le causaban los guionistas que pretendían adaptar sus obras.

Tampoco fue benévolo con los críticos literarios; entonces denostó con notable énfasis a una tal Ana María Barrenechea, calificándola como “menos inteligente que simpática, y eso que tenía un carácter no muy agradable”.

Al concluir la entrevista, Bioy consultó de soslayo un reloj de bolsillo y, sorprendentemente, dijo:

–Con Silvina vamos a ver por televisión “El Show de Benny Hill”. Lo invito a que nos acompañe.

En rigor a la verdad, esa entrevista jamás fue publicada. Pero a partir de entonces, todos los jueves por la noche acudía a lo de Bioy para ver a Benny Hill. Hasta noviembre, cuando la tira inglesa fue remplazada por un ciclo con Graciela Dufau, que ni siquiera nuestra incipiente amistad justificaba.

Pincha el siguiente link; para ver el vídeo. Muchas gracias.

Benny Hill – Food Love Story

El 4 de abril de 1984 yo desayunaba en la confitería La Rambla, situada en la esquina de Posadas y Ayacucho, cuando advertí que Bioy pasaba por la puerta; él también me vio y, entonces, entró. 

En aquellos días se desarrollaba la Feria del Libro en un predio aledaño al Italpark, por lo que no fue extraño que de pronto apareciera Manuel Mujica Láinez, quien se sentó con nosotros. Y también se sumó el actor José María Vilches, célebre por su obra teatral “El Bululú”.

Dos días después, la tapa del el diario “Crónica” informó acerca de la muerte de “Manucho” por un paro cardíaco en su estancia de Alta Gracia; más abajo, otro título daba cuenta de la muerte de Vilches, ocurrida a su vez en un accidente rutero camino a Mar del Plata. Quedé estupefacto, y decidí aliviar esa impresión tomando un whisky en el mismo lugar donde había estado con esos dos hombres por primera y última vez.

La casualidad hizo que a mitad de camino me cruzara con Bioy, quien también estaba conmocionado. Sus únicas palabras, antes de seguir cada uno su camino, fueron:

–Vio que desafortunada nuestra mesa del otro día.

Desde entonces evitábamos La Rambla como lugar de encuentro y, de tanto en tanto, yo lo llamaba y él me invitaba a su casa o nos citábamos alguna mañana en La Biela, que él frecuentaba antes del almuerzo en Lola. Una vez allí se le acercó un hombre con un saludo exageradamente ceremonioso, que Bioy retribuyó con sorprendida cortesía; era Jorge Asís, quien por entonces ya había comenzado a emigrar del café La Paz a los bares de Recoleta.

Luego, en tono confidencial, Bioy comentó:

–Un librero amigo me dijo que el material de este muchacho se vende sólo para regalo.

En el atardecer del 14 de junio de 1986, los noticieros comenzaron a informar sobre la muerte de Jorge Luis Borges, ocurrida en la lejana Ginebra.

Poco después llegó “Cachi” a mi casa. Se trataba de un psicólogo algo extravagante, que desde hacía años corregía un ensayo suyo sobre las Eddas. Se lo veía exaltado. Yo, como al pasar, le mencioné con cierta pesadumbre lo de Borges. Y ese era justamente el motivo de su exaltación.

–Me lo acabo de cruzar a Bioy y le comenté el asunto –alcanzó a decir, atragantándose con las palabras –. Por la cara que puso, me di cuenta de que el pobre no sabía nada. Fui yo el que le dio la noticia.

En sus “Diarios íntimos”, compilados por Daniel Martino y publicados en 2001, Bioy se refiere a semejante episodio con las siguientes palabras: “Un individuo joven, con cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre las Eddas que me mandaron hace unos meses, me saludó y me dijo, como disculpándose: ‘Hoy es un día muy especial’. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: ‘¿Por qué?’. ‘Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra’. Seguí mi camino, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges”.

La pareja de escritores en la biblioteca de su piso en Recoleta. Bioy murió en 1999, a sus 84 años. Silvina, con la que compartió más de medio siglo, falleció en 1993.

Con el tiempo, nuestros encuentros se hicieron más espaciados. Bioy ya no invitaba a casi nadie a su hogar, tal vez por pudor de exhibir el deterioro de Silvina Ocampo, quien ya sufría un avanzado mal de Alzheimer. Bioy mismo lucía más viejo y encorvado.

 

Una noche, a fines de 1990, me invitó a comer a Lola. Allí, una señora lo confundió con el escritor Marco Denevi, y eso distrajo su alicaído ánimo.

Ella, pese al calor, comía sin haberse sacado su tapado de visón, y Bioy me confió al oído:

–Esta mujer hace de la peletería una milicia.

Después, por pura formalidad, le pregunté cómo estaba Silvina.

Su respuesta fue demoledora:

–A veces está bien. Pero otras veces cree que está en un barco. Es muy desagradable…

Entonces, hizo una pausa, antes de continuar:

–¿Leyó usted alguna vez aquel poema de Walt Wittman, que dice: “El movimiento que articula un dedo logra superar a la mejor máquina inventada  por el hombre”? Bueno, la miro a Silvina, recuerdo ese poema idiota y pienso que sólo a Dios se le puede ocurrir una máquina con hueso, sangre, carne y grasa”

Aquella fue la última vez que lo vi.

Ahora, que ya no está entre nosotros, pienso que haberlo conocido fue un extraño y maravilloso beneficio.

Imagen de portada: Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y… Benny Hill. (Ilustración de Osvaldo Révora)

FUENTE RESPONSABLE: Télam Digital. Por  RICARDO RAGENDORFER. 8 de julio de 2022.

Sociedad y Cultura/Argentina/Adolfo Bioy Casares/Silvina Ocampo/ Jorge Luis Borges

A 28 años de la muerte de Silvina Ocampo: «No soy sociable, soy íntima»

Se cumplen 28 años de la muerte de Silvina Ocampo, la cuentista más enigmática de la literatura fantástica argentina.

Silvina Ocampo nació el 28 de julio de 1903 en Buenos Aires.

“No soy sociable, soy íntima”, decía Silvina Ocampo, la menor de seis hermanas de la familia Ocampo, una de las más ricas de la Argentina, o como ella misma se percibía, “el etcétera de la familia”. A Silvina no le gustaba que le sacaran fotos ni dar entrevistas y evitaba los eventos sociales. Cada vez que un periodista quería entrevistarla, se dice que pedía que no le preguntaran nada sobre su escritura y ni siquiera le interesó que sus cuentos fuesen traducidos al inglés.

Hermana de Victoria Ocampo, una de las agitadoras culturales más destacadas de la época, y esposa de Adolfo Bioy Casares y amiga de Jorge Luis Borges, de los escritores más reconocidos del país, Silvina eligió mantenerse en la periferia de las cosas y, muchos años después de su muerte, se convirtió en una de las escritoras más prestigiosas, enigmáticas y complejas de leer entre líneas de toda la literatura argentina.

Es muy difícil hablar sobre Silvina Ocampo. Mariana Enríquez fue la única que se animó a hacerlo en La hermana menor: un retrato de Silvina Ocampo.

 Ella destaca que no es una biografía, sino un retrato, porque hay tantos textos académicos sobre ella que fue imposible incluirlos a todos y porque, además, lo interesante de escribirla fue la contradicción y la ambigüedad que fue encontrando en los testimonios de todos los que la conocieron. “Es un personaje que se escapa todo el tiempo, y cuando vi que se me escapaba, dije: ‘Bueno, que se me escape’”, contó Enríquez durante una entrevista en el programa Los 7 locos. 

La hermana menor: un retrato de Silvina Ocampo, de Mariana Enríquez, se publicó en 2014.

Silvina falleció el 14 de diciembre de 1993 a sus 90 años, después de haber pasado sus últimos años con Alzheimer, postrada en una cama de su casa de San Isidro y bajo el cuidado de Bioy, a quien a lo último ni siquiera reconocía. A pesar de su decisión de mantenerse al margen, su forma tan particular de construir universos en sus cuentos a partir de personajes, espacios y situaciones surrealistas, retorcidas y en constante choque con lo posible y lo real, la llevó a ser, según el mismo Bioy, una escritora que no se parece a nadie más. Inspirada por construir mundos desde las imágenes, ya que la pintura era una de sus pasiones de la infancia, Silvina escribió Viaje olvidado (1937), Autobiografía de Irene (1948), La furia (1959), Las invitadas (1961), entre muchos otros más, consagrándose en el mundo de la literatura fantástica recién varios años después de su muerte. Pero para ella, el éxito era otra cosa: «Saber que uno ha conmovido a alguien».

Las edades son todas crueles

La niñez es un elemento clave en los cuentos de Silvina, así como la metamorfosis, la muerte, los objetos inanimados con cualidades humanas y las personas con identidades y géneros imprecisos. Cuando tenía 11 años, muere su hermana menor, Clara, que tenía apenas 6. 

Esto la marcó profundamente y se ve reflejado en sus cuentos, en los que retrata la infancia como un período de la vida para nada exento de la crueldad del mundo adulto. “Siempre pensé que las edades son todas crueles y que se compensan o tendrían que compensarse las unas con las otras”, escribe en su poema Envejecer.

Silvina pasa sus días de infancia en su casa de verano Villa Ocampo, fascinada por las empleadas domésticas y los mendigos y los nenes de la calle, a quienes dejaba pasar y les daba de comer. En una entrevista para La Nación, habla sobre la pobreza con morbo y hasta dice que le parecía “divina”. Esa compasión que decía tener por la clase baja nunca se transformó en “una acción social concreta”, explica Mariana, ni nunca demostró un interés por involucrarse en la política: todo lo llevó a sus cuentos.

Silvina Ocampo y Bioy tuvieron una hija, llamada Marta, que en realidad fue fruto de Bioy con una de sus amantes, pero ella la crió como si fuese su hija.

“Gran parte de la literatura de Silvina Ocampo parece contenida ahí: en la infancia, en las dependencias de servicio. De ahí parecen venir sus cuentos protagonizados por niños crueles, niños asesinos, niños asesinados, niños suicidas, niños abusados, niños pirómanos, niños perversos, niños que no quieren crecer, niños que nacen viejos, niñas brujas, niñas videntes”, escribe Enríquez. “Sus cuentos, protagonizados por peluqueras, por costureras, por institutrices, por adivinas, por jorobados, por perros embalsamados, por planchadoras… No hay período que la fascine más; no hay época que le interese tanto”.

Una persona disfrazada de sí misma

La relación entre Silvina y Victoria era intensa y conflictuada. Victoria fue una pionera de la cultura del siglo XX y una de las primeras militantes feministas del país. Le dedicaba su vida a la política, a la literatura y a las relaciones con personajes del ambiente. Fue la fundadora de la revista Sur, en la que participaron Virgnia Woolf, Albert Camus, Jean Paul Sartre y gracias a la que Borges se hizo reconocido. En su libro, Mariana habla sobre esta tensión entre las dos hermanas, tan unidas, y a la vez, tan diferentes la una de la otra.

Entre todas sus disputas, cuenta una en particular, cuando Silvina le prestó su único manuscrito de su primer libro de cuentos, Viaje Olvidado, y Victoria lo perdió. Cuando lo encontró, hizo una reseña que no dejó para nada contenta a Silvina: describió a sus cuentos como algo de mucha extrañeza, con recuerdos deformados de su niñez y transformados en algo perverso. “Me encontré por primera vez en presencia de un fenómeno singular y significativo: la aparición de una persona disfrazada de sí misma”, escribe Victoria. 

Seguida de esta anécdota, Enríquez recopila lo que Silvina le contó sobre esta situación a la ensayista Noemí Ulla. Sin nombrar a Victoria, le cuenta: “La persona a quien lo entregué perdió el manuscrito. Pasaban los días y no me decía nada. No le volví a dar otros cuentos. No advirtió la angustia que había significado para mí”. 

Silvina Ocampo con su hermana, Victoria Ocampo, que falleció en 1979 por un cáncer de laringe.

Otro punto de choque entre las dos era la política. Victoria era abiertamente antiperonista y su militancia estaba abocada al feminismo. Silvina, en cambio, se mostraba completamente desinteresada y ajena a la vida política, incluso a la lucha feminista. Cuando Noemí le preguntó su opinión sobre el voto femenino, impulsado por Eva Perón, se limitó a decir: “Confieso que no me acuerdo. Me pareció tan natural, tan evidente, tan justo, que no juzgué que requería una actitud especial”. 

Algo de monstruoso y de mágico

“¿No te parece maravilloso que una cosa cambie y se transforme en otra? Yo acepto esos cambios. Hay gente que los rechaza. Yo no. Me gusta ver cómo una cosa se hace otra; tiene algo de monstruoso y de mágico”, cuenta Silvina en una entrevista para La Nación, en 1987, cuando le preguntaron de dónde venía su fascinación por la metamorfosis, palabra que la llevó a hablar de su manera de sentir el amor.

“Cuando me he enamorado, me he entregado por completo. He sido sincera y he esperado que los otros también lo fueran conmigo. Pero los otros nunca son sinceros, nunca terminás de conquistarlos; siempre se reservan algo que uno no imaginaba”, expresa Silvina. “Desde chica yo era muy imaginativa y me ilusionaba con las cosas y las personas, hacía planes. Y después nada era como yo había creído. Las desilusiones me gustaban, y me gustan, porque cuando algo resulta distinto, aun cuando se trate de una decepción, siento que me sumerjo en un mundo desconocido. La desilusión tiene eso de excitante: lo imprevisto”.

Silvina Ocampo y Bioy se casaron en 1937.

Y escribe en La continuación, un cuento en el que la protagonista le escribe una carta de furia y despecho a su pareja: “Mi amor adquirió los síntomas de una locura. ¿Me afligí con razón porque realmente me engañaste? Esas cosas se saben demasiado tarde, cuando uno deja de ser uno mismo. Te amaba como si me pertenecieras, sin recordar que nadie pertenece a nadie, que poseer algo, cualquier cosa, es un vano padecimiento”. Al principio, parece ser una mujer dirigiéndose a su marido, pero en algunas partes, juega con ser un hombre, y al mismo tiempo, con ser una mujer llamada Elena, como quien en la vida real era la amante de Bioy, Elena Garro, explica Enríquez. Esta ambigüedad de la identidad y el género de los personajes se repite en varios de sus cuentos, así como los celos, la posesión, el desamor, la traición, el miedo.

Te tengo confianza mística

Silvina estaba casada con Bioy pero sabía y aceptaba que él tenía otras amantes y viceversa, pero ella parecía ser la que lo sufría más. Hasta se dice que lo esperaba horas sentada al lado de la puerta hasta que él llegara. Ella, en cambio, fue mucho más discreta, tanto que, hasta el día de hoy, hay muchos rumores sobre su sexualidad que no terminan de aclararse, como su supuesto romance con Alejandra Pizarnik, que se suicidó el 25 de septiembre de 1972, justo después de haberla llamado por teléfono y que ella no la atienda. En ese momento, atendió la empleada doméstica, y Silvina, que estaba muy ocupada armando un bolso para irse de viaje, le dijo: ‘Decile que no estoy’. Alejandra sabía que ella estaba ahí pero que no quería atenderla, y horas más tarde, la encontraron muerta en su casa.

Mariana investigó esto y, mientras las personas cercanas a Silvina lo niegan, el poeta Fernando Noy, amigo íntimo de Pizarnik, dice que se tapó todo para proteger la imagen de Silvina: “Es una vergüenza lo que han hecho. Alejandra no se suicidó porque estaba aburrida, se mató por amor. Lo dejó escrito. Pero no sé por qué insisten en cuidar a Silvina, cuando ella nunca pidió cuidado”, le dijo. Lo que sí se sabe es que Silvina tenía amantes hombres y mujeres. También se sabe que con Pizarnik eran amigas y formaban parte de un mismo grupo de amigos junto con Bioy, que por algunas cartas de ella a Silvina que fueron publicadas, parecería que él sabía del romance entre las dos, como una en la que pide que besara a Silvina por ella.

Silvina Ocampo estudió pintura y dibujo en París antes de dedicarse a la literatura.

“Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo SIN FONDO. A él lo amo pero es distinto, vos sabés ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos, mon cher amour. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette, pronto te escribiré. Sylv, yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí, tan lozana, me oprime. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré”, le escribe Alejandra.

No daba entrevistas, pero se permitía coquetear por teléfono si escuchaba una voz joven

En lo que todos los que conocieron a Silvina coinciden es que era una persona muy magnética, con un encanto muy particular, que atraía por su extrañeza y su misterio. “La seducción viene con la práctica. La gente me dice que soy seductora. Y no confío. Uno no puede confiar demasiado en nada ni en nadie”, dice Silvina en esa entrevista para La Nación.

“A mí siempre me interesó el sexo y el amor. Cuando tenía veinte años me decía: ‘Ay, cuándo tendré cuarenta o cincuenta para no enamorarme más, para no desear más a nadie, para vivir tranquila, sin preocupaciones, sin celos, sin angustias, sin ansiedad’. Llegué a los cuarenta, a los cincuenta, y seguí enamorándome y deseando a la gente hermosa. Es terrible. Ahora el sexo me resulta tan interesante como cuando era chica y acababa de descubrirlo. A mí me importó siempre. Ahora también. ¿Cómo puede dejar de importar? Es una condena y un placer”.

Silvina Ocampo ganó algunos premios, como el Premio Kónex, en 1992, y el Premio Municipal de Literatura, en 1954.

La periodista María Moreno, de Página 12, logró entrevistar a Silvina en la década del 70 y se enamoró de ella. “En los años ‘70, Silvina Ocampo no daba entrevistas. Pero se permitía coquetear por teléfono si escuchaba una voz joven. No se negaba de entrada. Imponía condiciones, con la seguridad de que no serían cumplidas. A mí me propuso que le enviara un cuestionario donde ninguna pregunta tuviera que ver con la literatura. Yo, alentada por una voluntad irresponsable, lo logré”, escribe María.

“La entrevisté: Silvina Ocampo se sentaba en forma de esvástica, usaba piloto dentro de la casa y salía a la calle sin cartera. Me enamoré de ella. Y como juzgué que ese era un sentimiento reservado, dejé la cama matrimonial y me mudé a la habitación de mi hijo, que me miraba asombrado a través de los barrotes de la cuna. En esa época, la exageración y las relaciones prohibidas eran bien vistas. La entrevista duró cinco meses. 

Ella no cesaba de corregirla; yo, de ir a su casa con cualquier pretexto. Me le declaré. Me preguntó qué quería decir exactamente o, mejor dicho, exactamente qué quería hacer. Yo no tenía idea. Ella sonrió y dijo: ‘Sufro del corazón’. ‘Yo soy más linda que Alejandra Pizarnik’, le contesté y me fui dando un portazo”. 

¿Qué es el éxito? Saber que uno ha conmovido a alguien

Rara, seductora, una escritora distinta a todas, Silvina no llegó, sin embargo, a destacarse en el mundo de la literatura fantástica mientras estaba viva. Mariana explica en su libro que ella misma eligió mantenerse misteriosa y oculta de la vida pública, pero que, si bien no le importaba la crítica literaria, le hubiese gustado que sus cuentos le llegaran a más personas.

“¿Qué es el éxito? Saber que uno ha conmovido a alguien”, le escribe en una carta a su amigo escritor, Manuel Mujica Lániez. Y en esa entrevista con María Moreno, Silvina dice: “Escribo porque no me gusta hablar, para dejar un testimonio más de la vida o para luchar contra ese exceso de materia que acostumbra a rodearnos. Pero si lo medito un poco, diré algo más banal”.

Imagen de portada: Foto de Archivo

FUENTE RESPONSABLE: El Destape. Cultura. Diciembre 2021

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Victoria Ocampo, la mujer que rompió todas las reglas.

 

Mecenas, editora, escritora, traductora, intelectual… Victoria Ocampo hizo de todo, siempre retorciendo el canon, siempre buscando la libertad de la mujer. 

Fue una de las figuras claves de la Argentina del siglo XX. Villa Ocampo fue el centro del universo cultural y su legado todavía pervive actual y transgresor como entonces.

¿Quién fue Victoria Ocampo?

Victoria Ocampo nació en 1890 en una familia aristocrática de Argentina. 

Su padre frustró sus deseos de convertirse en actriz, pero pronto derivó sus impulsos artísticos en la escritura. En 1924 publicó su primera obra. Aunque su primera lengua, por su educación, era el francés, eligió el español para sus libros. 

También fue precoz a la hora de tomar posición en la política. Desde muy joven participó en los movimientos feministas, y en 1936 creó la Unión Argentina de Mujeres (UMA). Junto con Susana Larguía y María Rosa Oliver luchó por evitar que fuesen derogadas las leyes de 1926 que habían permitido dotar de derechos a las mujeres argentinas. 

La UMA estuvo muy activa a lo largo de todo el país: realizaban conferencias y se repartían panfletos escritos por la propia Victoria. Pero su visión no solo se centraba en la mujer argentina; aspiraba a que el movimiento tuviese una repercusión mundial, como recogía en su famoso discurso «La mujer y su expresión». En 1938 dejó la UMA por las diferencias con las integrantes comunistas.

«Estos ejemplares fueron revolucionarios para su tiempo: dentro había un cuestionario anónimo con preguntas sobre temas tan comprometidos como el aborto»

En la década de los 30 descubrió también otra de sus grandes pasiones, el periodismo. Fundó la revista Sur —nombre sugerido por su amigo el filósofo español José Ortega y Gasset, quien le había ayudado con sus primeras publicaciones—, que llegó a los 300 números y por cuyas páginas pasaron autores como Albert Camus, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares o su hermana Silvina. 

En 1970 la revista le dedicó tres importantes números a «la mujer». En ellos escribieron personalidades de la cultura como Alejandra Pizarnik, Indira Gandhi y Golda Meier. Estos ejemplares fueron revolucionarios para su tiempo: dentro había un cuestionario anónimo con preguntas sobre temas tan comprometidos como el aborto.

¿Por qué la encarceló Perón?

«En 1951, Ocampo empezó a estar en la diana de los seguidores del general»

Victoria Ocampo es uno de los personajes que más odio ha generado en el peronismo de izquierdas, pese a haber sido una mujer progresista, motor cultural de Argentina e introductora de debates sociales tan innovadores como el aborto y el control de la natalidad. 

Su feminismo le convirtió en antiperonista. Su primer posicionamiento claro contra el gobierno del general fue cuando se anunció la aprobación del sufragio femenino. Ocampo denunció esta medida como oportunista al buscar el control de la mujer de una forma demagógica.

En 1951, Ocampo empezó a estar en la diana de los seguidores del general.

Cuando comenzaron las amenazas decidió sacar todos los papeles y la correspondencia de su casa por las posibles represalias. 

Dos años más tarde, unas bombas estallaron en la Plaza de Mayo después de un acto de protesta de la CGT (Confederación General del Trabajo de la República Argentina). Fue capturada y tratada como una presa política. 

La escritora fue enviada a la prisión de El Buen Pastor. El escritor Aldous Huxley lideró un movimiento internacional para exigir su liberación. Después de casi un mes retenida fue puesta en libertad, pero con restricciones para poder salir del país.

Ocampo tuvo relación con los más importantes intelectuales y artistas de su tiempo, como Gabriela Mistral, Igor Stravinski, Le Corbusier, Marguerite Yourcenar, Rabindranath Tagore, Albert Camus, Graham Greene… También conoció a dirigentes como Mussolini. 

En 1934 fue invitada a unas charlas en Italia donde conoció al Duce. Ocampo le interrogó en esa ocasión por el papel de la mujer en las sociedades fascistas, a lo que Mussolini le contestó que su único rol era el de dar hijos al estado. 

Dos años más tarde, en su ensayo La historia viva, la autora argentina expresaba sus peores temores sobre las intenciones del líder fascista. En ese mismo viaje conoció a otra destacada escritora del siglo XX, Virginia Woolf, con quien inició una intermitente relación epistolar.

«Después del derrocamiento de Perón en 1955, la Villa Ocampo recuperó su febril actividad intelectual. Fue un periodo de reconocimientos y nombramientos»

Durante la II Guerra Mundial ayudó a artistas judías y se posicionó contra el nazismo a través de diversos actos. Participó en la celebración en Buenos Aires de la liberación de París en 1944. 

El general Perón decidió disolver la manifestación de forma violenta y acusó a las organizadoras de causar los incidentes. En 1946 fue invitada —la única latinoamericana— a presenciar los juicios de Núremberg que juzgaron los crímenes contra la humanidad de los gobernantes nazis.

Después del derrocamiento de Perón en 1955, la Villa Ocampo recuperó su febril actividad intelectual. Fue un periodo de reconocimientos y nombramientos. 

Victoria fue designada presidenta del Fondo Nacional de las Artes y elegida por Francia Comendadora de la Orden de las Artes y las Letras. 

Los premios siguieron durante toda la década posterior, pero en 1964 le fue diagnosticado un cáncer del cual se recuperó. Falleció el 27 de enero de 1979. 

Reconocida como humanista y mecenas, su legado sigue vivo gracias a sus libros, traducciones y el legado de su lucha por los derechos de la mujer en Argentina.

Imagen de portada: Gentileza de Zenda.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Autores, Libros y Cía. Por Paca Pérez. Paca Pérez nació en Burgos un año no muy lejano del siglo XX. Estudió Historia y escribe historias.Noviembre 2021

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