CONTRA LA IDEOLOGÍA EMOCIONAL.

Tras la industria de la pseudofilosofía y el ‘coaching’ se esconden las principales (y verdaderas) causas de nuestro malestar: las prisas, la adicción a las pantallas, la eterna dilación de nuestras expectativas o la precariedad.

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En la actual cultura de los consejos dulzones y melosos («sé la mejor versión de ti» o «si sonríes el mundo te sonreirá»), las máximas motivacionales pseudoestacas («la clave es adaptarse al cambio») y los cursos de crecimiento personal («las crisis son una oportunidad para superarse»), nos han acostumbrado a tener que dar respuesta continua y funcional a los malestares de nuestro tiempo. 

Todo se cifra en la permanente –y dañina, por no decir perversa e impuesta– acomodación y aclimatación a las condiciones dadas, sin cuestionar cuál es su origen, cómo han llegado a establecerse o a qué intereses responden.

En un artículo de 2021 en The New York Times, los psicólogos sociales Jonathan Haidt y Jean M. Twenge pusieron sobre la mesa varios datos escalofriantes. 

Las crecientes tasas de ansiedad, depresión y sentimiento subjetivo de soledad en las generaciones más jóvenes no se deben unívocamente al impacto de la pandemia. 

Desde el año 2012, estos investigadores detectaron que los índices de ideación suicida y los intentos de suicidio, así como los suicidios efectivos, aumentaron drásticamente, sobre todo en niñas preadolescentes, con un incremento del 50% desde el mencionado año. En general, en el periodo 2012-2019 las tasas de depresión entre adolescentes casi se habían duplicado.

Vayamos a las cifras sin ánimo de escandalizar, sino de conocer la realidad. 

Según datos de la Fundación ANAR, organización que ayuda a niños, niñas y adolescentes en situaciones de riesgo o desamparo, en 2021 atendió más de 250.000 peticiones de ayuda sólo en España, entre las cuales 4.542 se debieron a ideación suicida, autolesiones o intentos de suicidio. 

El Instituto Nacional de Estadística (INE) señala 4.003 muertes por suicidio en 2021, con un incremento del 1,6% respecto a 2020. Los datos de los que disponemos actualmente indican que en el primer semestre de 2022 se dio un incremento del 5,1% en suicidios respecto al mismo periodo de 2021, con una cifra que asciende a las 2.015 personas.

A riesgo de que las cifras no representen más que números, nada más que fría estadística embozada de falsa concienciación, debemos ir a las causas y, sobre todo, al planteamiento de posibles soluciones. 

En primer lugar, y sin entrar ahora en cómo debería estructurarse, urge la conformación de un plan nacional de prevención del suicidio, la ideación suicida y las conductas autolesivas. 

Quienes trabajamos a diario en centros educativos (más aún desde el prisma de la orientación o desde puestos de tutoría o dirección) observamos, impotentes, cómo el número de niños, adolescentes y jóvenes que padecen sufrimiento psíquico aumenta a un ritmo escandaloso, lo que suele traducirse en trastornos emocionales y de la conducta de muy diverso calado que en numerosas ocasiones perduran durante largo tiempo o incluso se hacen crónicos (por no haber sido detectados o atajados convenientemente).

Pero también como adultos, en nuestros círculos de proximidad, tenemos experiencia de compañeros, amigos, familiares o allegados que, sin haber sido nunca diagnosticados ni tratados por un psicólogo o un psiquiatra, muestran sintomatología afín al espectro depresivo. 

Comentarios tan usuales y recurrentes como «llevo una temporada sin ganas de levantarme de la cama, aunque aparentemente todo me va bien» o «no encuentro sentido a mi vida» muestran signos de incipiente distimia o anhedonia que –y esto es lo más preocupante– estamos normalizando o que incluso hemos institucionalizado: nuestro vivir cotidiano requiere una dosis de sufrimiento constante, continuado y lo suficientemente soportable con el que debemos contar; no sólo lo hemos normalizado, sino que, más aún, se ha normativizado silenciosamente.

Sabemos muy bien que el servicio –público y privado– de salud mental está colapsado. 

En colegios e institutos, tanto profesorado como tutores y orientadores no damos abasto para poder atender las demandas (todas justas e impostergables) de nuestros estudiantes. 

Los hospitales de día y las urgencias psiquiátricas se desbordan por el alto número de usuarios y pacientes a los que deben dar cobertura, y en la atención médica primaria la guadaña del tiempo siempre planea amenazante. Y entonces, desde instancias gubernamentales y desde la industria de la autoayuda, se apela a las palabras que parecen salvarlo todo: resiliencia y empatía. 

Por todas partes nos ofrecen cursos para desarrollar esa potencia que, al parecer, debemos contar entre nuestras cualidades congénitas: «sé resiliente» es el mantra de nuestro tiempo, potencia tu crecimiento socioemocional, aumenta tu aprendizaje afectivo y aprende a gestionar tus emociones, fomenta la autocompasión, enseña a tus alumnos educación emocional y, por supuesto, «sé empático», hazte uno con el dolor y el sufrimiento del otro.

Ahora bien, tras todo este medido aparataje, tan embaucador como melifluo, disfrazado de habilidades emocionales («el dolor es una oportunidad para crecer»), pseudofilosofía («encuentra lugar para tu sufrimiento, como sostenía Viktor Frankl») y coaching («el éxito es mantener una imagen de éxito» o «no hay nada imposible») se esconde toda una maquinaria manipuladora que no deja ver las causas de nuestros malestares contemporáneos: las prisas, la adicción a las pantallas, la perpetua dilación de las expectativas, la precariedad, la angustia por estar a la altura de las exigencias sociales de éxito y progreso y un larguísimo etcétera que queda sumergido bajo una máxima: «hay que adaptarse».

No cabe duda de que la capacidad de adaptación, la empatía y la resiliencia son cualidades valiosas en una vida funcional. 

Sin embargo, entregar nuestro bienestar al exclusivo desarrollo de estas estrategias, como si fueran a salvarnos de las fauces de los ritmos de nuestro tiempo (como si de nuevas religiones laicas se tratara), supone relegar nuestra capacidad para cuestionar las estructuras que permiten el surgimiento de emociones netamente depresivas o de conductas autolesivas e incluso suicidas. 

Los especialistas de salud mental se muestran tajantes en este asunto: no es necesario padecer ningún trastorno mental para pensar que la muerte es la única salida a nuestros problemas. 

Se dan suicidios y conductas autolesivas en personas perfectamente sanas en términos psicológicos. Esta es la auténtica tragedia de nuestra época: podemos vernos (y sentirnos) arrinconados estando perfectamente sanos. 

Y lo único que debemos hacer, nos dicen, es «gestionar nuestras emociones»: nada marcha mal ahí fuera, todo lo que está por arreglar pertenece a la esfera privada del sujeto. Es él quien debe arreglarse consigo mismo y con el mundo. 

No podemos permitir que nuestra única respuesta sea pasiva; es decir, esperar a que llegue el drama biográfico para poder actuar. 

Mientras este sea el patrón, el de apagar fuegos, esas cifras –que tan a menudo nos resultan ajenas e inabordables, cuando no indiferentes– de trastornos mentales y de conductas autolesivas y suicidas seguirán en preocupante aumento. 

En lugar de dejarnos aleccionar y seducir por estas técnicas disciplinarias emocionales, debemos emplear nuestras herramientas intelectuales e institucionales para poder poner freno a las causas de todas estas sintomatologías, que son profundamente sistémicas.

Hace falta más beligerancia social e individual para abordar problemas cuya envergadura sobrepasa la esfera de la mera gestión emocional de los sujetos. 

Más compromiso. Más libertad entendida como autonomía frente a las circunstancias. Mayor conciencia de los retos de nuestro tiempo. 

No necesitamos «viajes interiores» proporcionados por el mindfulness o el coaching emocional; cuando los problemas siguen ahí fuera, lo único que cambia es la manera en que afectan a los individuos. Sólo se modifica la forma en que el sufrimiento se manifiesta. 

Y en esto nos han hecho expertos: en resistir (aunque nos sintamos avasallados, sin fuerzas ni ánimo) las formas cambiantes del sufrimiento, que por novedosas nos resultan incluso atractivas. 

Y si no, siempre podremos acudir a nuestro coach de confianza en busca de un buen consejo para gestionar nuestras emociones… Ha llegado el momento de actuar y preguntarse: ¿qué –y a qué precio– debemos resistir?

Imagen de portada: Gentileza de Ethic

FUENTE RESPONSABLE: Ethic. Por Carlos Javier González Serrano. 7 de febrero 2023.

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El bombero que evitó 57 suicidios y creó una técnica para evitar que las personas se quiten la vida.

En 2005, el comandante Diógenes Munhoz, que forma parte del Cuerpo de Bomberos de Sao Paulo, atendió un hecho relativamente común para su equipo.

Una persona se había subido a una torre de transmisión de señal de teléfono celular con la intención de suicidarse.

Podría haber sido el final de una vida, pero no lo fue.

El episodio terminó por darle a Munhoz una idea que salvaría muchas más vidas a partir de entonces.

«Me di cuenta de que incluso si la persona desistía, no necesariamente el resultado era positivo», afirma.

«Nosotros, y me refiero no solo a mi equipo, sino también a los policías y profesionales que también manejan estos casos, no estábamos instruidos para preocuparnos por esa persona en profundidad. Estas salidas se tratan simplemente como una llamada más».

El procedimiento del manual, cuenta, es que «distraes a la persona y la agarras, y así acaba el incidente para nosotros. No nos preocupamos por lo que pasa después», dice Munhoz.

São Paulo

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

El comandante Diógenes Munhoz, del cuerpo de bomberos, trabaja en la ciudad brasileña de São Paulo.

Otras opciones utilizadas por los equipos de emergencia son las de usar potentes mangueras de agua y tasers (que provocan descargas), con los que se pretende alejar del peligro a la persona que intenta suicidarse.

Pero a juicio del comandante, estos métodos solo agravaban la situación sin brindar ningún apoyo a la persona.

En esa torre de de transmisión, el bombero pasó seis horas con la persona en riesgo.

Durante los primeros treinta minutos solo estuvieron ellos dos.

«Conocí a ese hombre. Entré en su mundo y en su historia, y empecé a comprender que tenía una vida llena de sufrimiento, de angustia y también de victorias. Después de una hora allá arriba, lo último que quería era que Alcides (no es su nombre real) muriera».

Munhoz se pusó en contacto con el CVV (Centro de Valoración de la Vida), una herramienta pública de Brasil que brinda apoyo emocional y prevención del suicidio.

Hombre abrazando a otro

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

Munhoz entendió que había que darle una visión humanista al tema.

Allí recibió sus primeras lecciones sobre escucha compasiva, y comenzó a leer y escribir sobre el tema, y a participar en simposios y conferencias.

Fueron necesarios diez años de estudio hasta que el comandante creó una técnica para ayudar a las personas que intentan quitarse la vida.

Con base en la investigación y la experiencia, creó como proyecto de maestría un curso que ahora se aplica en los servicios públicos de emergencia en 20 estados brasileños y está abierto a profesionales de otras áreas, como médicos, psicólogos y otros profesionales que se ocupan del tema directa o indirectamente.

Munhoz evitó directamente el suicidio de 57 personas, y estima que este número ha sido significativamente mayor dado que hay otros profesionales utilizando la misma técnica.

«He visto la cara de la muerte 57 veces y te garantizo que no es hermosa. Es triste, gris, opaca y tenemos que estar ahí para recibir y abrazar a esa persona. Ayudar a que esta persona entienda que hay factores protectores que pueden ayudarla a seguir con su vida, y que no puede ver la luz al final del túnel simplemente porque no ha pasado la mitad del túnel».

«Aunque elaboré el curso, éste solo fue posible porque conté con la ayuda de muchos profesionales».

Manifestación en Madrid

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

En España existe un número de teléfono para prevenir los suicidios.

En el segundo semestre de este año, la técnica será exportada fuera de Brasil.Un equipo del Cuerpo de Bomberos de Portugal recibirá la formación.

Qué ofrece el curso

Son 40 horas de clase en una semana que abarcan siete temas, entre ellos fases del enfoque de disuasión, diferencias entre tipos de intentos, prevención del suicidio y con un enfoque más amplio hay un módulo sobre salud mental.

«Quienes pasan por el entrenamiento aprenden, entre otras cosas, a distinguir los tipos de personas que lo intentan, que se clasifican en agresivos, psicóticos o depresivos», explica el comandante.

«Hay siete herramientas de lenguaje y señales corporales que puede utilizar la persona que se tiene que acercar a ellos. La clave de la técnica es no hablarle a un depresivo de la misma manera, con los mismos gestos, que lo haría si me acerco a una persona psicótica», apunta Munhoz.

Otro cambio que ocurrió después de la creación del curso es el tipo de atención médica que recibe el suicida.

Antes, la persona era llevada a la sala de emergencias más cercana. La mayoría de las veces no la atendía un psiquiatra, sino un médico general.

Munhoz dando un curso en un auditorio.

El comandante Munhoz comenzó a dar conferencias sobre el tema a grandes audiencias.

Hoy se prevé la derivación a los CAPS (Centros de Atención Psicosocial) y se abre la posibilidad de una hospitalización.

«Cuando una persona es solo medicada y dada de alta, hay muchas posibilidades de que intente suicidarse de nuevo».

El comandante es estudiante de doctorado en salud mental en el Centro de Estudios Superiores de Seguridad de la Policía Militar del Estado de São Paulo, y actualmente su investigación se centra en los resultados que la técnica ya ha alcanzado en este estado brasileño.

«Si salvamos una vida, ya estaría pagada toda una carrera. Pregúntenle a la madre de esa persona», dice.

En dos ocasiones, Munhoz fue contactado por personas a las que salvó.

«Uno de ellos era un chico que era científico. Me escribió por las redes sociales. Y en una conferencia, cuando acabé mi intervención, un chico se levantó, hizo un discurso y terminó diciendo que estaba allí solo porque yo lo había alejado del lugar desde el que estaba intentando suicidarse. Fue bastante emocionante».

Hombre pensando

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. La sensación de aislamiento es uno de los factores de riesgo del suicidio.

La depresión, principal causa de intento de suicidio

Según la ABP (Asociación Brasileña de Psiquiatría), alrededor del 97% de los suicidios están relacionados con trastornos mentales, especialmente la depresión.

La enfermedad es un problema de salud pública en muchos países.

En los casos de depresión resistente al tratamiento —cuando fracasan dos tratamientos previos administrados en dosis y tiempo adecuados— se estima que el riesgo de muerte por suicidio se multiplica por siete.

Según un estudio reciente publicado en la revista The Lancet, hasta el 80% de las personas afectadas por la enfermedad en el mundo ni siquiera tienen un diagnóstico.

«El retraso en el tratamiento de la depresión puede tener consecuencias devastadoras, como la cronicidad de la enfermedad, el empeoramiento de los síntomas, la disminución de la eficacia de los tratamientos farmacológicos,la pérdida de años productivos, impacto económico y disminución severa de la productividad, y todo un perjuicio para su vida familiar. 

La depresión debe ser tomada en serio», dice Cintia de Azevedo Marques Périco, profesora de psiquiatría de la Facultad de Medicina de la ABC y miembro del Comité de Emergencia Psiquiátrica de la ABP (Asociación Brasileña de Psiquiatría).

Muchos expertos creen que todavía hay una falta de comprensión sobre su gravedad y su impacto en la vida del paciente y en todos los que lo rodean.

Imagen de portada: Gentileza de BBC News Brasil.

FUENTE RESPONSABLE: Giulia Granchi. BBC News Brasil en Sao Paulo. 7 de julio 2022.

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